Economía
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La deuda externa, veinte años después
Atilio A. Boron
(CLACSO/Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales)
Ponencia presentada en el ENCUENTRO MUNDIAL DE RESISTENCIA Y ALTERNATIVA A LA
DEUDA EXTERNA, SOCIAL Y ECOLÓGICA La Habana, Cuba, 28-30 de Septiembre, 2005.
Conmemoramos hoy un encuentro histórico, y un discurso histórico, respondiendo a
una amable invitación de Jubileo Sur y la Central de Trabajadores Cubanos que
nos honra y que mucho agradecemos.
Hace exactamente veinte años, y nadando a contracorriente del saber convencional
de los economistas y políticos ³responsables² y ³sensatos² de la época, el
Presidente Fidel Castro Ruz ofrecía en su discurso un detallado y riguroso
análisis del capitalismo latinoamericano y la dinámica estructural que lo
condujo a la crisis de la deuda, estallada en 1982. Su alocución pronosticaba,
con una lógica impecable, que a menos que los gobiernos actuaran conjuntamente y
atacaran el problema en sus causas de fondo, la deuda externa del Tercer Mundo
se convertiría en una hipoteca histórica impagable e incobrable.
En un pasaje de su discurso decía, con fina ironía, que ³Me culpan a mí de decir
que la deuda es impagable. Bien. La culpa hay que echársela a Pitágoras, a
Euclides, a Arquímedes, a Pascal, ..., al matemático que Uds. prefieran. Son las
teorías de los matemáticos las que demuestran que la deuda es impagable.² (p.
16)[i] Una deuda que, anotaba Fidel, si pusiéramos un individuo a contarla dólar
por dólar, y a razón de un segundo por dólar, se demoraría 11.574
años en auditarla. Una deuda que, en ese año, equivalía a 17.530 dólares por
kilómetro cuadrado, y que de intereses nomás debía pagar, en los próximos diez
años, 19.478 dólares por kilómetro cuadrado, sin hablar del repago del capital.
Una deuda de 923 dólares por habitante, quien deberá pagar, sólo de intereses,
1.025 dólares en los próximos diez años. ( p. 19) ¿Quién dijo que no existían
milagros en la economía? La deuda y la economía capitalista internacional El
problema de la deuda mal podía analizarse, mucho menos resolverse, sin estudiar
la estructura y el funcionamiento del capitalismo a nivel mundial: comprender lo
que significaba para nuestras economías el intercambio desigual, las
restricciones que imponía el proteccionismo del Norte, la fuga de capitales y el
estancamiento económico y la dependencia de la periferia, fenómenos éstos
producidos por las férreas leyes de la acumulación capitalista y la sumisión al
imperialismo que tornaban imposible el pago de la deuda.
Descartó en su conferencia toda una serie de ingeniosas pero artificiosas
fórmulas que, según sus mentores, permitirían resolver el problema de la deuda
externa latinoamericana: desde reducir el pago a una proporción de las
exportaciones (10, 20 por ciento, etc.), estirar los plazos vía hábiles
renegociaciones con los acreedores y otras por el estilo como, por ejemplo,
lanzar un ³Plan Marshall² para América Latina.
Y remataba su razonamiento con una ominosa metáfora médica: ³la deuda es un
cáncer ... que se multiplica, que liquida al organismo .....
y que requiere una intervención quirúrgica. Toda solución que no sea quirúrgica,
les aseguro, no resuelve el problema. ... Todo paliativo no tiende a mejorar,
tiende a agravar el mal.² (p. 26-27) Pero, se preguntaban muchos: ¿de dónde
saldrían los recursos para financiar esa cirugía mayor exigida por las
circunstancias? ¿Hay o no hay recursos para ello? La respuesta: recortando la
carrera armamentista -absurda, irracional, inhumana, un gigantesco e
irresponsable desperdicio de recursos- que consumía nada menos que un millón de
millones de dólares, es decir, un billón de dólares, por año. Una cifra superior
a la deuda externa de la totalidad del Tercer Mundo. (p. 28) Una pequeña parte
de ese gasto militar, un 12 % -dependiendo naturalmente de los intereses-
sostenido ininterrumpidamente a lo largo de diez años sería suficiente para
abatir la deuda externa de nuestros países.
Pero, proseguía en su discurso, ³no se resuelve el problema con anular la
deuda, con abolir la deuda; volveremos a estar igual, porque los factores que
determinaron esta situación están ahí presentes. Y nosotros hemos planteado esas
dos cosas muy asociadas: la abolición de la deuda y el establecimiento del Nuevo
Orden Económico Internacional.² (p. 28) De ahí su llamamiento al establecimiento
de un nuevo orden que pusiera fin a las crecientes inequidades de la economía
mundial y a sus tendencias polarizantes y excluyentes, y que consagraban la
vigencia de una división internacional del trabajo según la cual, como
agudamente lo observara Eduardo Galeano, algunos países se especializan en ganar
y otros en perder.
Todos los indicadores señalan que, desde esos días, la situación ha empeorado
dramáticamente. El actual orden económico internacional es, en realidad, un
gigantesco y salvaje desorden que ha ocasionado un holocausto social sin
precedentes en la historia, colocándonos al borde de una irreparable catástrofe
ecológica y de los peligros que entraña un imperialismo que, acosado por la
lucha y resistencia de los pueblos, criminaliza la protesta social, militariza
la escena internacional y se repliega sobre su formidable maquinaria bélica
procurando perpetuar, a cualquier precio y echando mano a cualquier recurso, su
dominación sobre los pueblos y naciones de la periferia.
Un desoído llamamiento a la unidad.
Salir de la crisis de la deuda requería que los países actuaran concertadamente,
desarrollando una estrategia unitaria para enfrentar a unos acreedores
riquísimos y poderosos, perfectamente organizados, que se movían
coordinadamente, que contaban con inmensos recursos para defender sus intereses
oficinas, equipos técnicos, publicistas y embaucadores inescrupulosos aptos para
todo servicio- y que, además, contaban con el incondicional apoyo de ³sus
gobiernos², articulados para hacer frente a los desafíos de la coyuntura bajo el
liderazgo de los Estados Unidos. Esta abrumadora coalición de los acreedores
generaba además un discurso, permanentemente reproducido por la ³comunidad
financiera internacional² y sus representantes políticos encargados de gestionar
la crisis capitalista, advirtiendo sobre los inmensos riesgos que acarrearía,
para los deudores, imitar el modelo organizativo de sus acreedores. Nosotros
actuamos concertadamente, ustedes háganlo por separado: ese era el consejo que
procedía del centro imperial y que repetían insistentemente sus epígonos en el
Tercer Mundo En su profético discurso Fidel denunciaba los errores y la
inconveniencia de las estrategias nacionales individualistas de resolución de la
crisis de la deuda. Los tímidos amagues efectuados por algunos gobiernos
para promover una solución colectiva de la crisis principalmente la creación del
Grupo de Cartagena, integrado por los más grandes deudores de América Latina
pero excluyendo irracionalmente a la gran mayoría de los países de la región-
fueron eficazmente neutralizados por Ronald Reagan, sus aliados en el Primer
Mundo y sus compinches en el Tercero. Según el enfoque ³caso por caso²
auspiciado por la Casa Blanca los gobiernos que optasen por una negociación
individual de la crisis de la deuda -es decir, que traicionaran a las otras
víctimas del sistema- serían recompensado por un tratamiento especial, más
considerado y condescendiente, que el que obtendrían si es que elegían la
escabrosa y desaconsejada senda de la negociación colectiva frente al club de
acreedores. Como rapaces patronos sabían que, en momentos de crisis, valía la
pena invertir unos dólares más para romper una huelga contratando esquiroles.
Aplicaron la misma táctica en las relaciones internacionales y,
desgraciadamente, encontraron más de un voluntario para hacer el trabajo,
quebrando definitivamente la posibilidad de establecer una concertación
estratégica entre las naciones sometidas al imperialismo y al yugo de la deuda.
Los gobiernos de nuestras pseudo-democracias capitularon uno tras otro, hundidos
para siempre en el deshonor, y aceptaron la negociación individual, seducidos
por las promesas de un trato diferencial. Todos, sin excepción, fueron
prolijamente estafados por el tahúr imperialista. Y nuestros países terminaron
todos más endeudados que antes, después de haber pagado miles de millones de
dólares a sus acreedores durante un cuarto de siglo.
Si bien Fidel concluyó su discurso planteando la imposibilidad matemática de
pagar la deuda, la anulación que proponía se fundaba en otros factores de
superior importancia: factores políticos y morales.
En primer lugar, en las insuperables dificultades políticas con que se
enfrentarían los nacientes gobiernos democráticos de la región para imponer los
programas de ajuste y estabilización requeridos por los ³perros guardianes²
económicos del sistema: el FMI, el BM, el BID y la OMC. Tales programas
implicaban una interminable sucesión de ajustes que, a la larga, serían
insostenibles en democracia. O que, si lo fueran, terminarían por desnaturalizar
y erosionar, quizás irreparablemente, la incipiente legitimidad de las nacientes
democracias de la región.
En segundo lugar existía todo tipo de consideraciones éticas, religiosas y
filosóficas que demostraban inequívocamente la inmoralidad de la deuda, su
carácter insanablemente ilegítimo y fraudulento, que conllevaba a ³la más
flagrante y brutal violación de los derechos humanos que pueda concebirse.² (p.
49) Un ejemplo era suficiente: el informe del Director de la UNICEF que decía
que si los países de América Latina tuvieran los niveles de salud que Cuba
ofrece a su población se salvarían de morir nada menos que 800.000 niños por
año. ¿Quién si no el imperialismo y sus gobiernos-clientes, dóciles sirvientes
de sus menores deseos y siempre atentos a sus intereses, deben responsabilizarse
por tamaño genocidio, ejecutado fría y silenciosamente todos los días? La
responsabilidad de los intelectuales.
Pero, conviene también preguntarse por la responsabilidad que les cabe en la
producción y ocultamiento de este genocidio a tecnócratas e intelectuales, sobre
todo los pertenecientes a esa variedad que Alfonso Sastre ha
magistralmente denominado los ³intelectuales bienpensantes.² Tecnócratas, casi
siempre economistas ortodoxos para quienes la vida humana es un simple número en
una ecuación econométrica, y que en épocas como éstas -que condenan a 100.000
personas por día a morir a causa del hambre y enfermedades prevenibles, 35.000
de los cuales son niños- hacen gala de una ilusoria neutralidad y equidistancia,
buscando refugio en supuestos imperativos técnicos que culminan en la exaltación
del pensamiento único y en la justificación de lo injustificable. Otros,
refractarios a tecnicismos de cualquier tipo, prefieren envolverse en las
tinieblas de una retórica pseudo-humanista que, en sus dichos, rinde culto sin
concesiones a los más excelsos valores del espíritu humano pero que, en su
práctica, terminan convalidando las mayores atrocidades.
Intelectuales que, como reconoce Mario Vargas Llosa en su libro El lenguaje de
la pasión se dedican incansablemente a ³la gratísima tarea de fabricar mentiras
que parezcan verdades.² [ii] (p. 90), algo que los ³bienpensantes² hacen
en sus novelas, lo que no está nada mal, sino también en sus envenenados
artículos de opinión, lo que está muy mal porque constituye una estafa al
lector, y que la prensa capitalista reproduce en todo el mundo condenando a Cuba
y a Fidel; a Venezuela y a Chávez; al MST brasileño y los zapatistas mexicanos.
En fin, a todos cuantos tengan la osadía de desafiar la dominación del capital.
Intelectuales y prensa que, sin embargo, callan miserablemente ante los crímenes
y las violaciones a los derechos humanos que a diario comete el imperialismo
como, para nombrar sólo la más reciente, el cobarde asesinato del patriota
puertorriqueño Filiberto Ojeda Ríos perpetrado por el FBI y otras fuerzas
represivas del imperio. ¡Imagínense el griterío que habrían armado los Vargas
Llosa, padre e hijo, los Carlos Alberto Montaner, las Zoe Valdéz, los famosos
³Reporteros sin Fronteras² -en suma y parafraseando el título de un libro de los
primeros- ³los perfectos idiotas colonizados² por el imperio si algo levemente
parecido hubiese ocurrido en Cuba o Venezuela! Peor aún, piensen lo que podrían
haber dicho nuestros ³bienpensantes² si un dirigente opositor hubiese sido
apaleado por la policía en Cuba o Venezuela..
Su santa indignación habría alcanzado alturas olímpicas, descerrajando
atronadoras declaraciones que habrían inundado día y noche la televisión
mundial, mientras que toda la llamada ³prensa seria² internacional reproduciría
sus ³mentiras que parecen verdades² por semanas y semanas. Y sin embargo, ante
un crimen alevoso como el cometido en Puerto Rico, estos patéticos bufones del
cowboy tejano se llamaron a un ignominioso mutismo, un silencio que los delata
en su condición de farsantes a sueldo del imperio, gente a la que se le paga
para que hablen y también para que callen, para fabricar impunemente esas
mentiras que parecen verdades mientras se los rodea de un halo de inmaculada
moralidad cívica.
Sería larga la lista de los cómplices del imperio en esta hora trágica para la
civilización. ¿Dónde están, por ejemplo, esos atildados gobernantes europeos,
cuyo sueño es perturbado sin clemencia por la sola visión de las amenazas que se
ciernen sobre la libertad política en Cuba y Venezuela y que sólo encuentran
consuelo planeando hacer negocios con China? ¿Y que hay de los diplomáticos del
Viejo Continente que incansablemente condenan a Cuba por su inclaudicable
defensa de los derechos humanos y la democracia verdadera, y a Venezuela por su
pretensión de abrir paso al socialismo del siglo XXI? ¿Se reunirán ahora el
Consejo de Europa, o el Parlamento Europeo, para sancionar a los Estados Unidos
por acribillar, al mejor estilo de los gangsters de Chicago de los años treinta,
a un patriota septuagenario, enfermo y desarmado? ¿Qué harán en la próxima
sesión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra? ¿Tendrán la
valentía de denunciar este crimen cometido por el imperio en una de sus
provincias cautivas? Y nuestra OEA, ¿convocará de urgencia a la Srta. Rice para
amonestarla severamente por esta nueva muestra de terrorismo de estado cometida
en tierras americanas? Elementos para un balance.
Para terminar, y resumiendo, porque en esta mesa tengo el honor de estar
acompañado por algunos de los mejores economistas del mundo, quiero decir que,
en consonancia con el discurso de Fidel de 1985: 1°) La deuda demostró ser
impagable.
Según los datos publicados por el Comité por la Anulación de la Deuda de los
países del Tercer Mundo (CADTM), que lidera Eric Toussaint desde Bélgica, la
deuda externa total pasó de 580.000 millones de dólares en 1980 a 2.400.000
millones de dólares (es decir, dos billones cuatrocientos mil millones de
dólares) en el 2002.
Por cada dólar adeudado en 1980 los países del Tercer Mundo ya habían pagado, al
año 2001, 8 dólares, y todavía debían 4 dólares más.
Pablo González Casanova ha demostrado que las transferencias de excedentes desde
la periferia hacia el capitalismo metropolitano en los veintitrés años
comprendidos entre 1972 y 1995 llegó a la fabulosa cifra de 4,5 billones de
dólares (o sea, 4.500.000 millones de dólares). Cálculos efectuados a la
luz de esta metodología exclusivamente para América Latina por Saxe-Fernández y
Núñez arrojan una cifra ³que supera los 2 billones de dólares tributados en dos
décadas de neoliberalismo globalizador, cifra cuya magnitud equivale al PIB
combinado de todos los países de América Latina y el Caribe en 1997.² [iii]En
conclusión: los países de América Latina y el Caribe han pagado entre cinco y
seis veces la deuda externa original, pese a lo cual todos ellos están más
endeudados que antes Este perverso ³milagro económico² ha tenido gravísimas
consecuencias sobre la región, al aumentar exponencialmente el número de pobres
e indigentes y al comprimir los horizontes vitales de la gran mayoría de nuestra
población, aún entre los ³afortunados² que se sitúan por encima de la raquítica
³línea de la pobreza² usualmente utilizada por tecnócratas y expertos -que ganan
suculentos sueldos y que, como los de las instituciones financieras
internacionales, ni siquiera pagan impuestos- para discriminar entre
pobres e indigentes y quienes no lo son.
2° ) Sobre los planes Marshall y Brady Y en relación al Plan Marshall, debemos
reconocer que ahí el Comandante se equivocó. Dijo en su discurso de 1985 que no
se necesitaría uno sino veinte planes Marshall para resolver el problema de la
deuda. (pg. 43) Pero según Eric Toussaint, en su documentadísimo libro La Bolsa
o la Vida, y más recientemente en el sitio web del CADTM entre 1980 y 2002 los
pueblos del Tercer Mundo enviaron, a sus acreedores del Norte, ¡una suma
equivalente a 51 Planes Marshall! [iv] Si sumamos lo que siguieron enviando en
estos últimos cinco años seguramente estaremos en una cifra cercana a los
sesenta planes Marshall. Fidel se equivocó: ¡pecó de optimista, de voluntarista!
Ni sus refinados análisis pudieron prever un despojo tan fenomenal y desorbitado
de nuestras riquezas.
¿Y del Plan Brady, tan alabado por los políticos de nuestras transiciones
democráticas? ¿Quién se acuerda ahora del famoso Plan Brady según el cual, una
vez firmado por nuestros países, el tema de la deuda externa quedaría
definitivamente relegado al olvido? Argentina lo firmó en 1993, de la mano de
ese verdadero ³eje del mal² formado por Menem y Cavallo. El resultado: la deuda
pasó de 65.000 millones a 113.000 millones de dólares en 1999, poco después de
que por seguir a rajatabla todas y cada una de las recomendaciones del Consenso
de Washington la Argentina se desbarrancara en la más profunda y extensa
recesión económica de su historia. Pero como era buen negocio prestarle a ese
país el gobierno de De la Rúa, cuando su ministro de Economía era el actual
Secretario General de la CEPAL, José Luis Machinea obtuvo gracias a la bendición
del FMI un ³blindaje financiero² cercano a los veinte mil millones de dólares,
mismo que estuvo bien lejos de proteger a la economía argentina pero que sirvió
para financiar la acelerada fuga de capitales ante su inminente derrumbe. Esa
medida fue seguida por otra, igualmente especulativa e igualmente auspiciada por
el FMI, el ³megacanje² de una parte de la deuda externa cuyo más inmediato
resultado fue la jugosa comisión de veinte millones de dólares que cobró un
puñado de bancos norteamericanos por hacer un par de asientos contables en sus
libros..
Cuando Rodríguez Saá declaró el default, a fines de 2001, el país que
había sido hasta ese entonces un pagador ejemplar, a costa de la destrucción del
estado y el hambre del pueblo, debía 122.000 millones de dólares, casi el doble
de lo adeudado al firmarse el Plan Brady. Todo un éxito, sin duda, para los
banqueros.
3°) La deuda externa, cual un cáncer, terminó por debilitar a las nacientes
democracias del continente.
El costo de aplicar las políticas recomendadas por el Consenso de Washington fue
enorme también desde el punto de vista político. Desde el discurso de Fidel
hasta hoy no menos de 16 gobiernos de América Latina fueron desalojados del
poder en medio de graves crisis económicas y sociales. En los últimos años en
tres ocasiones en Ecuador, dos en Bolivia, una en Perú y Argentina. Y si vamos
para atrás tenemos la caída de Collor de Melo y Carlos Andrés Pérez, en Brasil y
Venezuela respectivamente. Y antes el traspaso adelantado del poder de Alfonsín
a Menem en medio del incendio hiperinflacionario de la Argentina de 1989.
La deuda externa y las brutales condicionalidades impuestas por el FMI para su
eterno y altamente rentable- refinanciamiento fueron las grandes responsables
del profundo desprestigio en que han caído los mal llamados gobiernos
democráticos de la región, en realidad curiosa mezcla de regímenes
plutocráticos, es decir, al servicio de los ricos, pero elegidos, al revés de
los antiguos regímenes oligárquicos, por una crecientemente desencantada,
apática y abstencionista ciudadanía. La democracia fue definida por Abraham
Lincoln como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Nuestras
³democracias² son otra cosa: gobiernos de los mercados, por los mercados y para
los mercados. Es decir, plutocracias en el más puro sentido de la filosofía
política clásica.
Según un estudio del PNUD si en 1997 el 41 % de la población latinoamericana
declaraba estar satisfecha con sus gobiernos democráticos esta cifra descendía a
29 % en el 2004. Es decir, que menos de un tercio de los habitantes de esos
países estaba satisfecho con sus gobiernos. Presumo que Cuba no fue incluida en
la muestra de 18 países de la región seguramente porque se la consideró
apriorísticamente como no-democrática, por lo cual carecía de sentido
preguntarle a los cubanos si estaban o no satisfechos con su democracia.
En esa misma encuesta sólo el 19 % declaraba su beneplácito con el
funcionamiento de la economía de mercado, pese a que sus publicistas se
desgañitan cada día proclamando sus incomparables virtudes. En el país en el
cual la economía de mercado contaba con mayor porcentaje de aprobación, Chile,
esta proporción apenas llegaba al 36 %. Lamentablemente no se tienen
noticias de que, salvo Chávez en Venezuela, alguno de los gobiernos involucrados
haya decidido someter su mandato a un referendum revocatorio de mandato. Ninguno
demostró tampoco mayor preocupación por el bajísimo nivel de aprobación que
gozaba la economía de mercado, cuyos milagrosos ³efectos de derrame² tanto
benefician a los pobres. No hay información hasta ahora que gobierno alguno haya
decidido someter a votación si, dado el bajo nivel de aceptación de la economía
de mercado, se continúa con la misma o se ensaya algún otro sistema económico
alternativo.
Por último, la encuesta del PNUD le preguntó a 231 líderes de la región, entre
los cuales varios ex-presidentes, ex- ministros y grandes empresarios quiénes
realmente mandaban en América Latina. La respuesta es sumamente aleccionadora,
sobre todo por venir de quienes viene: el 80 % declaró que quienes realmente
mandaban en sus países eran las grandes corporaciones transnacionales y el
capital financiero, seguido, en un 65 % de los casos, por la prensa y los
grandes medios de comunicación. Esos son los verdaderos factores de poder en
nuestras mal llamadas democracias. Sólo uno de cada tres líderes creía que
quienes prevalecían eran nuestros devaluados presidentes. La tan controvertida
afirmación de Marx y Engels contenida en el Manifiesto Comunista y que decía que
el ³Estado es el comité que administra los negocios conjuntos de la clase
burguesa² obtiene ahora una sonora ratificación de fuentes insospechadas de
contaminación alguna con el virus del comunismo. Son los propios burgueses y sus
representantes políticos quienes ratifican la tesis de aquellos autores.
Esta fenomenal crisis política e ideológica, cuyas consecuencias a futuro son
impredecibles, se la debemos al imperialismo, la deuda externa y el Consenso de
Washington.
4°) La crisis moral.
La globalización neoliberal, etapa superior del imperialismo, trajo consigo una
crisis moral que la deuda externa no ha hecho sino profundizar.
Una crisis que se manifiesta en la corrupción sistemática que implica el
traspaso de miles de millones de dólares de los países del Tercer Mundo a los
centros hegemónicos del imperio, y principalmente a los Estados Unidos,
indispensable eje articulador del sistema, traspaso que se efectiviza sin
mínimos controles de probidad y honestidad administrativas. Todo eso mientras
nuestros pueblos quedan sumidos en la miseria, nuestros recursos naturales son
saqueados a mansalva, y nuestro medio ambiente y la biodiversidad convertidos en
viles mercancías, al igual que el trabajo humano, y sujetos a una ilimitada
depredación.
Crisis moral, también, la que nos hace aparecer como deudores cuando en
realidad, como lo demuestran sobradamente las organizaciones y movimientos
sociales que convocaron a este encuentro, nuestros pueblos son los verdaderos
acreedores de una deuda histórica, social, ecológica y cultural contraída por
siglos de dominación imperialista. Una deuda que es ilegítima, ilegal, injusta e
inmoral, y que por lo tanto debe ser anulada de inmediato..
Como si estas consideraciones no fueran suficientes, porque ya ha sido pagada en
numerosas oportunidades.
Por eso cuando vemos a algún que otro pequeño economista del establishment
rasgarse las vestiduras ante la posibilidad de que no paguemos la deuda y
advertirnos las amenazas que se cernirían sobre nosotros en caso de no ³honrar
nuestros compromisos² deberíamos recordarle que obrar según sus consejos sería
algo así como pretender que una persona que ha sido asaltada por una pandilla de
bandidos que la despoja de todos sus bienes se esmere por honrar los compromisos
derivados de una tal situación. O que un pequeño comerciante, extorsionado por
la mafia, honre el compromiso de pagar, reiteradamente, lo exigido por aquella
para garantizar la protección de su humilde local. Este símil entre la operación
de la mafia y al modus operandi del imperialismo no es para nada casual ni
anecdótico.
No es muy diferente la situación de nuestros países en relación a la deuda
externa. La literatura sobre el tema de la ³deuda odiosa,² como lo recuerda Noam
Chomsky en varios de sus escritos, ha crecido llamativamente. La génesis de esta
concepción se remonta a la guerra entre España y los Estados Unidos. Cuando
éstos tomaron posesión de Cuba, en 1898, procedieron a dar por cancelada la
deuda que la isla tenía con España debido a que ³la misma se impuso sobre el
pueblo de Cuba sin su consentimiento y por la fuerza de las armas.² Veinticinco
años más tarde esta misma doctrina fue utilizada para avalar la cancelación de
la deuda que había contraído un dictador costarricense con el Royal Bank of
Canada. Gran Bretaña presentó una reclamación que condujo al arbitraje a cargo
de la Corte Suprema de los Estados Unidos. El fallo refrendado por el propio
presidente de la Corte, Howard Taft, se encuadró en la doctrina de la ³deuda
odiosa² y dispuso que dado que el banco había prestado el dinero a un gobernante
ilegítimo, en un país sin controles democráticos ni libertad de pensamiento y
para un uso no legítimo, la petición británica fue desestimada. Más
recientemente, el gobierno de George Bush anuló la deuda de Irak por haber sido
contraída bajo el régimen dictatorial de Saddam Hussein. El hecho de que estas
experiencias no hayan sido incorporadas a la agenda de discusiones sobre la
deuda externa nada tiene que ver con cuestiones legales, económicas o técnicas.
Se trata simplemente de una cuestión de correlación de fuerzas en el plano
internacional, que hace que las naciones endeudadas acepten los términos que les
imponen sus acreedores. Pero nada indica que dicha correlación de fuerzas sea
inalterable.
Por último, ¿cómo desconocer que la deuda externa se ha convertido en un
gigantesco tributo neocolonial que los países de la periferia abonan a las
burguesías y gobiernos del centro del sistema? Por eso la renegociación de la
deuda se ha constituido, tanto como el cobro de sus servicios, en una de las
principales fuentes de ganancias del capital financiero. Este hecho desnudo
queda oculto, sin embargo, por la cantidad impresionante de prejuicios,
³mentiras que parecen verdades² y datos amañados que permanentemente presenta la
³prensa especializada² disfrazada de información objetiva y veraz.
Así se escucha con frecuencia decir que si el Tercer Mundo no pagara su deuda se
produciría un cataclismo financiero internacional que arrojaría la economía
mundial a una depresión peor aún que la de los años treinta. Esta imagen
catastrofista y extorsiva contrasta brutalmente con los sobrios datos que expone
Eric Toussaint y que demuestran que las naciones de la periferia son
responsables por apenas un 10 porciento de la deuda externa del planeta, y que
los gastos militares de poco más de dos años alcanzarían para cancelarla por
completo. La abrumadora mayoría de la deuda corresponde a los Estados Unidos, la
Unión Europea, Japón y el resto del mundo desarrollado.
Sin embargo, ¡este noventa porciento no constituye un problema; el diez por
ciento del Tercer Mundo sí! [v] En realidad, la deuda ha sido uno de
los mecanismos favoritos de la gran burguesia financiera internacional para
asegurarse ingresos estables, gestionados políticamente por sus gobiernos con el
auxilio de sus perros guardianes del FMI y el BM. Estas genencias les permiten
construir una red de seguridad financiera que los faculta para encarar
operaciones de alto riesgo, contando con el seguro respaldo de las suculentas
ganancias garantizadas por la intervención directa de las potencias capitalistas
al exigir el pago de los servicios de la deuda externa, promover la interminable
renegociación de la misma y al imponer las fatídicas ³condicionalidades² que
potencian la rentabilidad de todas sus operaciones en la periferia del sistema.
Por eso es imprescindible seguir librando esta crucial batalla de ideas, a la
que hace ya mucho nos convocara Fidel. El imperialismo ha quedado huérfano de
ideas, y nunca tuvo valores. Sólo le quedan las armas. Y en su célebre alegato
luego del fallido asalto al Cuartel Moncada, Fidel decía al respecto, citando a
Martí, que ³un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un
ejército.² [vi] El imperialismo podrá prevalecer por las armas, pero al no
tener más ideas ni valores su victoria no será duradera. Bien lo anotaba, hace
casi dos siglos y medios, un gran filósofo, Jean-Jacques Rousseau, al comentar
que: ³Si Roma y Esparta perecieron, ¿que imperio puede aspirar a perdurar
eternamente?² La Roma americana seguramente no habrá de desmentir la sabiduría
del filósofo.
Muchas gracias.
[i] Las notas del discurso del Comandante Fidel Castro Ruz
corresponden a la edición conmemorativa del discurso pronunciado el 3 de Agosto
de 1985 en la Sala 1 del Palacio de Convenciones de La Habana, Cuba, bajo el
título Conciencia ante la crisis (La Habana: Oficina de Publicaciones del
Consejo de Estado, 2005).
[ii] Mario Vargas Llosa, El lenguaje de la pasión (Buenos
Aires: Aguilar, 2001), p. 90.
[iii] Gonzalez Casanova, Pablo La explotación global (México:
CEIICH/UNAM:1998) y Saxe-Fernández, John; James Petras; Henry Veltmeyer y Omar
Núñez 2001 Globalización, Imperialismo y Clase Social (Buenos Aires y México:
Grupo Editorial Lumen/Humanitas), pp. 105 y 111.
[iv] Eric Toussaint, La Bolsa o la Vida (Buenos Aires: CLACSO,
2004). El cálculo publicado en este libro, para el período 1980-2000 era de 43
planes Marshall. Cf. p. 178.
[v] Ibid., pp. 50-51.
[vi] Fidel Castro Ruz, La Historia me Absolverá . Edición definitiva y
anotada. (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2005), pp. 41-42.