Economía
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Globalización, invento de los ricos
Hedelberto López Blanch
Rebelión
Como por arte de magia hace algunos años irrumpió en el mundo la palabra
globalización impulsada por los países desarrollados y los grandes medios de
comunicación. Poco a poco la acepción se fue imponiendo y hoy en día es difícil
prescindir de ella aunque muchos en el mundo no sepan su verdadero significado.
Diversos tipos de globalización se han impuesto a través de la historia de la
humanidad y una de las más profusas fue cuando las potencias europeas
convirtieron en colonias a muchas naciones de otros continentes y así podían
comerciar más fácil con un país conquistado que si por el contrario fuera libre.
Sus apologistas indican que la globalización es un fenómeno de carácter
internacional cuya acción consiste principalmente en lograr una penetración
mundial de capitales (financieros, comerciales e industriales) para que el
planeta abra espacios de integración y se intensifique la vida económica.
Agregan que surge como consecuencia de la internacionalización cada vez más
acentuada de los procesos económicos, los conflictos sociales y los fenómenos
político-culturales.
La definen como un proceso de desnacionalización de los mercados, las leyes y la
política en el sentido de interrelacionar pueblos e individuos por el bien común
y la detallan como la fase en que se encuentra el capitalismo a nivel mundial,
caracterizado por la eliminación de las fronteras económicas que impiden la
libre circulación de bienes servicios y fundamentalmente de capitales.
Los defensores igualan el término con una supuesta sociedad planetaria que va
más allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos
religiosos, ideologías políticas y condiciones socioeconómicas o culturales, en
un intento de hacer un mundo que no este fraccionado, sino generalizado, en el
que la mayor parte de las cosas sean iguales o signifiquen lo mismo.
En una reciente conferencia magistral efectuada en La Habana durante el VIII
Encuentro Internacional de Economistas, el ex primer ministro de Malasia,
Mahathir bin Mohamad aseguró que la globalización y todo el concepto que
encierra fue inventada por los países ricos y no por los pobres.
En el papel, los cantos de sirena endulzan el oído y la mente pero la realidad
puede ser otra cuando las naciones desarrolladas y sus ejecutores directos, las
compañías transnacionales tratan de alcanzar los mejores dividendos durante sus
incursiones dentro de los países subdesarrollados.
Uno de los casos más aleccionadores fue el de Argentina cuando la globalización
neoliberal fue acogida como sistema económico-financiero en la década de 1980 y
en un período de 15 años, esa nación, una de las más ricas de la región, observó
como más de la mitad de su población caía en la pobreza, el desempleo rondaba al
40 % de sus habitantes, las transnacionales de adueñaban de sus industrias y
principales servicios, el capital salía de sus fronteras, mientras la bancarrota
y el caos se adueñaban del país.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial propulsores de la
globalización neoliberal, extendían créditos con altos impuestos,
(principalmente para respaldar las privatizaciones) que el gobierno no podía
pagar lo cual conllevaba a un profundo endeudamiento.
La experiencia vivida por Argentina le abrió los ojos y las mentes a algunos
pueblos y gobiernos del Tercer Mundo que comprendieron que si se quiere un mundo
globalizado, debe dárseles algunos beneficios a los pequeños pues estos no se
pueden dar el lujo de perder lo poco que tienen.
Para que exista una equilibrada globalización en beneficio de la mayoría de los
pueblos, debe darse ventajas comerciales a los países pequeños y pobres que les
permitan competir con las grandes economías.
En la actualidad, hasta el concepto y la condición de empresa la están
encabezando las transnacionales las cuales definen los derroteros a seguir y
liquidan por su potencial los intentos nacionales de producción y de servicios
públicos.
En Latinoamérica, el capital extranjero que tanto han aupado el FMI, el BM y
gobiernos prooccidentales de turno, ha comprado empresas establecidas y ocupado
los mercados ya desarrollados. Todas, además, están enfiladas a obtener y sacar
del país donde se establecen las mayores ganancias, cuya consecuencia directa es
la depresión el presupuesto nacional para los gastos sociales.
Un peligro mayor de globalización irracional se cierne sobre la mayoría de la
población mundial si se aprobara como está redactado el Acuerdo General del
Comercio de Servicios (AGCS) en el marco de la Organización Mundial de Comercio
(OMC).
El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) que precedió a la
OMC solo abarcaba el comercio de mercancías. De aprobarse el AGCS se autorizaría
la privatización de los servicios públicos con las nefastas consecuencias que
traería para los países en desarrollo y el medio ambiente.
Compañías transnacionales estarían autorizadas, por ley, a controlar si les
resulta beneficioso, los servicios de agua potable, alcantarillado,
electricidad, salud, educación y otros muchos. Los usuarios accederían a los
servicios por los pagos de las tarifas que impongan esas empresas sin poder el
Estado del país donde se asienten poder controlarlas. La globalización no puede
llevarse a cabo en la forma que desean Estados Unidos, Europa y los organismos
financieros internacionales porque a la larga un mundo donde prolifere la
pobreza entre las grandes mayorías, sería incontrolable.