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Economía

América Latina ante los organismos financieros.

Ellos dependen de nosotros.

La creciente debilidad imperial -provocada en gran medida por la crisis que los movimientos populares infligieron al Consenso de Washington- abre profundas grietas en el modelo de dominación que pueden ser aprovechadas por los pueblos del continente.

Raúl Zibechi+.

Por mucho menos de lo que está haciendo, y diciendo, el presidente argentino Néstor Kirchner, medio siglo atrás cualquier mandatario latinoamericano habría sido fulminado por un golpe de Estado inspirado por Washington. Algo similar puede decirse de las presidencias de Luiz Inácio Lula da Silva y de Hugo Chávez, quienes en tonos y estilos diferentes han marcado distancias nítidas con las políticas defendidas por los organismos financieros internacionales, las grandes empresas multinacionales y el gobierno de la superpotencia.
"Que no nos vengan a asustar con el caos y las siete plagas", le espetó Kirchner al fmi en el mismo momento que decidía posponer un pago de 2.900 millones de dólares, poniendo a su país al borde del default. La negativa del presidente argentino a cumplir los compromisos con el Fondo, a costa de comprometer el 25 por ciento de las reservas del país, representa un claro mensaje a Washington en el sentido de que su gobierno ha perdido el miedo a las posibles reacciones de "los mercados". Y eso, pese a que el fmi había flexibilizado sus condiciones iniciales en aspectos clave como las compensaciones a los bancos y la exigencia de un superávit fiscal superior al 3 por ciento.
CRISIS NEOLIBERAL. La dominación imperial vive un momento de transición; un impasse como consecuencia del fracaso de las políticas neoliberales del Consenso de Washington, sin que logren aún consolidarse nuevas estrategias como las que propugnan los halcones de la Casa Blanca. En el escenario mundial, parece evidente que Estados Unidos se muestra incapaz de estabilizar la situación en Irak, país que tiende a sumirse en una situación tanto o más crítica que la que ya vive Afganistán, donde las tropas invasoras no pueden aventurarse fuera de la capital, Kabul, en un país dominado por los "señores de la guerra" y donde las milicias talibán están reagrupándose en el sur.
El proyecto de George W Bush de rediseñar el mapa regional en Oriente Medio se enfrenta al fracaso de la Hoja de Ruta, bombardeada tanto por los halcones israelíes como por los radicales palestinos. En paralelo, ante la imposibilidad de pacificar Irak, Washington busca una salida negociada con el régimen chiita iraní, que permita al menos la retirada escalonada de las tropas y una reducción de los elevados costos de mantener 16 divisiones, la mitad con las que cuenta Estados Unidos, para combatir los restos del régimen de Saddam Hussein. En todo caso, parece fuera de duda que el fracaso del intento de controlar la región en exclusiva tendrá costos adicionales, toda vez que el dominio de la región deberá compartirlo con aliados escasamente fiables y sometidos a agudas presiones. La "sobreexpansión imperial" que menciona el historiador Paul Kennedy, las dificultades que le crea a Estados Unidos el recargar su imponente poder militar sobre una economía debilitada y en decaden!.
cia, se traduce en la imperiosa necesidad de dominar y esquilmar el planeta y sus habitantes, generando un círculo vicioso infernal: a mayor dominio imperial y militar, más dificultades económicas que imponen, a su vez, más control sobre los recursos de la humanidad, que a su vez sólo puede sostenerse en base a una más perfeccionada maquinaria militar. La pregunta clave es: "¿Cómo se va a mantener esta estructura durante un período prolongado?".*.
En el escenario regional, Washington enfrenta problemas adicionales en algunos de los países más importantes. Todos ellos son consecuencia de la crisis del modelo neoliberal impuesto a comienzos de los noventa: disciplina presupuestaria, cambios en las prioridades del gasto público, liberalización financiera y comercial, apertura a las inversiones, privatizaciones y desregulaciones, y garantía de los derechos de propiedad. Que la imposición de este modelo generó un profundo malestar social que se resume en los triunfos de fuerzas antineoliberales parece un dato irrefutable de la realidad. Más aun, en los próximos años esta tendencia puede fortalecerse con los posibles triunfos de la izquierda en Bolivia y Uruguay, y de un candidato populista en Perú.
En este marco, diferentes fuerzas sociales parecen haber comprendido que la fortaleza de los organismos financieros internacionales, que caracterizó los ochenta y los noventa, se convirtió en una "fuerte debilidad" a comienzos del nuevo milenio, como asegura el economista belga Eric Tousaint.
Para Tousaint, es el fmi el que necesita llegar a un acuerdo con Argentina, y no al revés: "Si Argentina dijese que no, el Fondo perdería su credibilidad ante otros países endeudados". Varios países están transitando el camino de terminar su relación con el fmi y recuperar su soberanía. Es el caso de Tailandia y de Indonesia. "Si Argentina también toma la iniciativa de terminar sus relaciones, ayudaría a aumentar la presión sobre el fmi", sostiene Tousaint.**.
OPORTUNIDAD SIN LIDERAZGO. Los equipos encargados de la admnistración del Estado que llegaron a esa posición en ancas de la crisis neoliberal, buscan aumentar sus grados de autonomía respecto a las grandes empresas mutlinacionales y a los organismos financieros internacionales. Los nuevos administradores están haciendo una lectura diferente de la que hicieron las viejas y sumisas burocracias estatales, y una de las claves de interpretación es precisamente la debilidad de los centros del sistema. Que Estados Unidos no haya sido capaz de echar abajo al gobierno venezolano de Chávez, pese a estar jaqueado por la oposición del empresariado, las clases medias, la Iglesia y los medios de comunicación, es una clara señal de un cambio regional de largo aliento.
En paralelo, Tousaint señala la contradicción entre las políticas de los países centrales y las que esperan de los países de la periferia: "Mientras los países del G 7 incentivan sus economías con déficit fiscal -4,9 por ciento del pbi en Estados Unidos, 3,9 en Francia, 3,5 en Alemania y 7 por ciento en Japón- exigen de países como Brasil y Argentina superávit absurdos". Los nuevos administadores estatales, parecen haber tomado buena nota de la diferencia entre los discursos y las actitudes de las elites que gobiernan el planeta.
Actitudes desafiantes, como la de Kirchner, son posibles porque las elites del mundo aún no encontraron un recambio regional a la debacle neoliberal; y porque los movimientos antisistémicos han adquirido fuerza y poder suficientes como para vetar la continuidad de las viejas políticas. No obstante, la situación es extremadamente compleja y cambiante: la debilidad de las políticas imperiales en América Latina puede ser apenas coyuntural, como lo fue durante la Segunda Guerra Mundial, o puede abrir una coyuntura que se encamine hacia la proliferación de bloques regionales. En ese caso, en América Latina podrían estarse dando las condiciones para la conformación de un bloque liderado por Brasil y el Mercosur, al que podrían sumarse buena parte de los países sudamericanos.
Aun en este caso, que parece probable en el mediano plazo, debe reconocerse que en el escenario regional pesan tres fuerzas decisivas: las debilitadas y ambiguas burguesías nacionales, los nuevos administradores estatales y los movimientos populares. La alianza entre la primera y la segunda, a partir de los años cuarenta, auspició el desarrollo industrial por sustitución de importaciones y cierto Estado benefactor. Medio siglo después, el dinamismo parece haberse traslado hacia los movimientos populares, que parecen en condiciones de imponer límites a las estrategias de los otros sectores.

* "Ascenso y caída del imperio estadounidense", conversación con Paul Kennedy en Letras Libres, México, julio de 2003.
** Página 12, 9 de setiembre de 2003.
+ Premio Latinoamericanao de Periodismo José Martí 2003.