Economía
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Reflexiones sobre economía solidaria
Martín Flores
Adital
El neoliberalismo ya ha demostrado el rotundo fracaso de su fórmula: economía
para pocos, ruina para muchos, centros poderosos, periferias excluidas... cada
vez más gente a la vera del camino. Pero existe otra economía, otra realidad, en
la que la producción es posible sin la presencia y el control de los patrones.
Grandes corporaciones, dueñas de todo, tienden cercos y vallados alrededor de
sus fastuosas sucursales, sedes imperiales, que vienen, comen como langostas y
se van sin dejar nada, mientras las desarrapadas multitudes contemplan desde
lejos, desde afuera, el inalcanzable esplendor de los elegidos.
El neoliberalismo globalizador, que pretende igualar en pensamiento y en
conductas pero no en oportunidades, se propone también someternos a un modo de
producción y de consumo enemigos de la naturaleza y de la gente. Este ritmo de
vida occidental, que se impuso prometiendo paraísos y panaceas, en pocos años ha
provocado la vertiginosa reducción de los bosques, el peligroso avance de la
desertización, el calentamiento del planeta, y ha agredido seriamente el agua,
la tierra y el aire, elementos esenciales para la preservación de la vida.
Adicionalmente, se han desarticulado numerosos mecanismos de solidaridad y han
desaparecido diversos espacios de sociabilidad donde se creaban importantes
lazos de encuentro y se enfrentaban problemáticas comunes.
La competitividad, el individualismo y la desconfianza, la tiranía de los
relojes, el desenfreno publicitario y la excesiva importancia de las cosas, han
desplazado el valor de la vida hacia nostálgicos rincones. Las industrias de
miedo y soledad imponen sus narcóticos productos. Estamos solos ante un
despótico mercado que nos vende todo. Todos solos frente a él. Tenemos que pagar
hasta para morirnos.
Esta tenebrosa realidad comenzó a imponerse implacablemente a partir de la
última dictadura y alcanzó su auge durante la década de 1990. A fin de siglo nos
vimos a oscuras y dispersos. Mientras se disparaba la desocupación, se
multiplicaba la pobreza y el país se hundía, millones de argentinos se aferraban
a sus licuadoras y televisores, a sus autos nuevos y microondas.
Cuando llegó el colapso, llegó violentamente, como una inesperada tormenta en
medio de la noche, y avisó que nadie se salva solo.
El país pareció sacudirse en pocos días de un prolongado letargo. La transición
diezmó la tradicional solidez de la clase media y sacudió a toda la sociedad,
que supo ejercer una fuerte y renovada presión a los poderes de turno.
Comenzaron a instrumentarse nuevas formas de lucha, de organización y trabajo
que obligaron a las principales esferas partidarias a modificar sus pautas de
hacer política. Los gobiernos siguientes, para ganar legitimidad y perpetuarse,
debieron escuchar los reclamos. En esa obligación, que por definición les
corresponde, vistieron máscaras progres y se disfrazaron de izquierdistas. Un
presidente que amasó fortunas durante la dictadura y se fortaleció durante la
década infame del menemismo, se instaló, voto mediante, en la Casa Rosada,
proclamando que venía a restaurar el Estado de Derecho.
Pero mientras el poder reestructuraba sus mecanismos de dominio, la propia
sociedad fue creando verdaderas respuestas ante la crítica realidad de un país
vaciado y con millones de excluidos. Los trabajadores tomaron las riendas de
cientos de fábricas vaciadas por los patrones, se aceitaron los mecanismos de
trueque y solidaridad, surgieron asambleas barriales, nacieron importantes
cooperativas, se abrieron numerosos comedores escolares y se multiplicaron las
agrupaciones piqueteras, que cobraron una importante presencia en los barrios
del conurbano, desarrollando distintas actividades y cristalizando un sólido
entramado de militancia social.
Entre los proyectos que se fortalecieron a partir de 2001 se encuentran los
emprendimientos de economía solidaria, que apuntan a crear una salida laboral
autónoma, quiebran el cerco de la competencia salvaje y el asistencialismo, y
abren nuevos espacios de inclusión social.
Consisten en la producción colectiva y autogestionada de numerosos artículos y
su respectiva distribución sin ningún tipo de intermediarios, lo que les permite
negociar y vender mejor. En algunas ciudades, como Rosario, estos
microemprendimientos cuentan con el apoyo de la Municipalidad, que otorga los
medios para iniciar proyectos y facilita en muchos casos la apertura de centros
de capacitación donde se ofrecen cursos de formación y aprendizaje de los más
diversos oficios, desde cerámica hasta carpintería, desde herrería hasta
costura.
Los proyectos de economía solidaria pretenden garantizar la inserción de
numerosos desocupados, pero no priorizan los fines de lucro ni la máxima
rentabilidad sino los vínculos humanos.
La idea es trabajar en grupo con un propósito en común que revaloriza la mano de
obra de los trabajadores y los impulsa a sostener su propia iniciativa. De esta
manera se distancian del concepto competitivo que impera en el mercado e
intentan construir un ámbito de colaboración y respeto mutuo.
Además destruyen la relación patrón-obrero, donde predomina un mecanismo de
explotación y desigualdad. Estos emprendimientos han creado en numerosos puntos
del país interesantes redes y organizaciones que los agrupan y protegen. Durante
los encuentros, sus integrantes se nutren e informan recíprocamente, discuten
las problemáticas comunes, intercambian ideas y tratan de dar salida a las
principales dificultades.
Los logros son muchos. Ya son varios los grupos de economía solidaria que han
logrado ganarse un lugar respetado en la producción de numerosos artículos,
llegando en ocasiones a competir en precio y calidad con las grandes tiendas de
comercios y cadenas de supermercados. Esta renovada iniciativa promueve una
distribución más equitativa de las ganancias, reivindica los lazos de ayuda
mutua y genera beneficios colectivos. Demuestra, además, que la producción
colectiva puede sostenerse y consolidarse si se supera el imaginario de
dependencia que el capitalismo impone. Existe otra economía, otra realidad. La
producción es posible sin la presencia y el control de los patrones.