Economía
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La teoría económica estándar y los emolumentos de los grandes ejecutivos
Daniel Raventós
Sin Permiso
Se han publicado recientemente algunas noticias sobre el aumento a lo largo del
año 2007 de los ingresos de los grandes ejecutivos de las 500 compañías que
integran el índice Standard & Poors. De forma muy resumida: la media de su
sueldo ha aumentado un 3,5% respecto al año 2006 lo que estaría rozando,
traducido a cifras absolutas, los 180.000 euros. Richard S. Fuld, de Lehman
Brothers, verbigracia, percibió unos 27 millones de euros (véase el artículo de
Ralph Nader en Sin Permiso "Ludópatas de Wall Street").
Si en 1970 el salario de los directores de las mayores empresas de EEUU era de
30 veces el salario medio, en 1980 era de 42, y ahora es ya de más de 500 veces
(1). La teoría económica estándar ofrece una explicación encantadora e ingeniosa
de estas altísimas retribuciones y de su aumento desproporcionado respecto a los
ingresos salariales. El razonamiento de forma muy resumida es el siguiente. Las
modernas tecnologías de la información, a las que añadimos la disminución de los
costes de transporte y la disminución de las barreras arancelarias (2), han
tenido como consecuencia una gran ampliación de los mercados. Estos mercados más
extensos y más competitivos motivan que pequeñísimas diferencias en la
excelencia de las decisiones de los ejecutivos de las grandes empresas, se
traduzcan en diferencias de inmensos beneficios de estas mismas empresas. Desde
el punto de vista de la empresa, los beneficios ganados con motivo de estas
hábiles decisiones de sus altos ejecutivos explican que cualquier aumento de
retribución de éstos, por elevadísima que sea, salga a cuenta.
Obsérvese que este razonamiento es muy similar al utilizado por la teoría
económica estándar para tratar de explicar otras diferencias salariales. Por
ejemplo, lo mucho que ganan las modelos comparado con sus colegas masculinos. Y,
ya dentro del selecto grupo de las grandes supermodelos, las diferencias de
ingresos entre las mejor situadas de todas son también muy grandes. El
razonamiento, como digo, es muy similar y sigue este camino. Las modelos cobran
mucho más que los modelos porque las mujeres gastan en ropa más del doble (en
EEUU) que los hombres. Pero hay países en los que el mercado de la ropa femenina
aún es muy superior al doble que la masculina. A mercado mucho mayor (al que
habría que añadir otros mercados estrechamente relacionados como el de
cosméticos en el que el femenino también es mucho más amplio que el masculino),
parece razonable suponer que las superagraciadas modelos sean más cotizadas que
sus colegas masculinos. ¿Y la gran diferencia entre la supermodelo pongamos
número 1 (Cyndy Crawford en la década anterior por destacado ejemplo) y la
supermodelo número 4? Una supermodelo que sobresale aunque sea un poquito sobre
otras, sigue el razonamiento, puede lograr captar la atención de muchos
potenciales clientes de un mercado muy competitivo. Así, esta pequeña diferencia
entre una supermodelo y otras algo peor situadas puede transformarse en
grandísimos beneficios para las empresas que logran contratarlas para la
exhibición de sus ropas. De ahí que las diferencias salariales lleguen a ser tan
grandes entre unas y otras modelos. Deducción que, se habrá observado, es
claramente similar a la de la explicación de los altos ingresos de los grandes
ejecutivos de las mayores empresas.
Este razonamiento de la teoría económica estándar parece impecable cuando las
empresas tienen beneficios de forma ininterrumpida. Pero cuando algunas de estas
empresas tienen enormes pérdidas, se disparan las alarmas. Cuando el ya citado
Richard S. Fuld, por poner un caso, reconoce unas pérdidas de Lehman Brothers de
2,8 mil millones de dólares solamente en el segundo semestre del año anterior,
el razonamiento estándar parece falto de lubricante en algunos engranajes. Es
ancestral confundir lo que es un razonamiento más o menos sofisticado, en el que
dadas unas premisas pueden válidamente deducirse unas conclusiones, con la
verdad de este razonamiento, es decir, su adecuación a lo que realmente ocurre.
Es decir, se confunde verdad y validez. O, dicho con otras palabras, el si non è
vero è ben trovato puede ser fantásticamente ingenioso, pero precisamente… non
vero.
La explicación más cercana a la verdad de esta capacidad desarrollada en los
últimos 30 años por parte de los ejecutivos de las grandes empresas de
apropiarse de remuneraciones impúdicamente altas cabe buscarla en el modelo
económico que se empezó a poner en funcionamiento a mediados de los 70. Sea cual
sea el nombre elegido para designarlo (capitalismo desembridado, neoliberalismo,
capitalismo contrarreformado…), este modelo económico tiene unas características
que pueden resumirse en pocas palabras: la restauración con las mínimas
interferencias del poder económico de las clases altas. Cuando una política
(económica, militar y social) se dirige sistemáticamente a este objetivo, el
resultado, que tiene muchas vertientes, solamente puede ofrecer dudas para los
despistados o los interesados en la negación de este desenlace. Que el 0'1% más
rico de EEUU se apropiase a finales de los 70 del 2% de la Renta Nacional de
aquel país y 20 años después se apropiase del triple, del 6%; que el 1% más rico
de Gran Bretaña doblase su participación en la Renta Nacional del 6,5% al 13% en
el mismo período, por poner a dos de los grandes campeones en el modelo puesto
en funcionamiento hace unas tres décadas, son solamente las consecuencias más
importantes de la restauración del poder económico de las clases altas. Y lo que
también permite explicar, si el objetivo es situarnos próximos a la verdad,
estos grandes sueldos de los ejecutivos de las grandes empresas, obtengan éstas
beneficios o, a veces por las actuaciones deliberadamente fraudulentas de estos
gestores empresariales, acarreen con astronómicas pérdidas. Es un buen consejo a
seguir que lo que parece una guerra de clases y actúa como una guerra de clases
hay que llamarlo guerra de clases.
NOTAS: (1) Robert Frank, El economista naturalista, Península, Barcelona, 2008,
pág. 84; David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007,
pág. 23. (2) Aceptémoslo, aunque la Unión Europea proteja la agricultura y
beneficie a grandes terratenientes con ello, y aunque EEUU proteja el acero (¡y
las prendas deportivas de alta montaña!)… Aceptémoslo.
Daniel Raventós es miembro del Comité de Redacción de SINPERMISO. Profesor
titular de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de
Barcelona, su último libro es Las condiciones materiales de la libertad (El
Viejo Topo, 2007).