Debates sobre economía
Michel Husson *
Viento Sur
Traducción de Josu Egireun
El capitalismo anterior a 1968 funcionaba mejor que el actual, pero, sin
embargo, su puesta en cuestión fue superior al cuestionamiento del mismo que
realizan los movimientos sociales actuales. El examen de los debates económicos
de la época permite arrojar luz sobre ésta paradoja y, al mismo tiempo, restar
valor a la falsa oposición entre la crítica social y la crítica "artísta" [NdT:
Expresiones tomadas del libro El nuevo espíritu del capitalismo de Luc Boltanski
y Eve Chiapello, Akal, Madrid, 2002. La "critica artista" al capitalismo se
haría desde la autonomía y la libertad; la "critica social" desde la solidaridad
y la igualdad. Según estos autores, ambas críticas corresponden a grupos
sociales distintosm y son incompatibles]
Todas las ideas tienen un fundamento material y esto es particularmente cierto
en lo que respecta a las ideas económicas. Mayo del 68 estalla en medio de la
época dorada del capitalismo de la post-guerra, que más tarde fue bautizada como
la época de los "treinta gloriosos". Este período, que se prolongó hasta la
recesión generalizada que sobrevino a mediados de los 70, fue descrito también
como el del "fordismo". Ahora bien, el año 1967 estuvo marcado por un cambio de
la coyuntura; por un giro decisivo en los Estados Unidos y una ralentización del
crecimiento económico en todo Europa.
En Francia, es este repliegue el que permite explicar la recuperación del
movimiento huelguístico y la apretada victoria de la derecha en 1967; pese a lo
cual, la recesión elimina las dos conquistas de la época: un crecimiento rápido
acompañado del incremento del poder adquisitivo y la baja tasa de desempleo.
La época dorada del capitalismo...
He aquí algunas cifras que confirman esta periodización: entre 1957 y 1973 el
poder de compra se duplica y la tasa de desempleo hasta 1967es inferior al 2%. A
modo de comparación, tenemos que el 14% de aumento del poder de compra desde
principios de los 80 hasta nuestros días -es decir, un cuarto de siglo- es igual
al incremento medio durante 3 años de los "treinta gloriosos". En cuando a la
tasa de paro (oficial), actualmente fluctúa entre el 8 y el 10%; sin tener en
cuenta la precarización que va en aumento. A estos resultados económicos se
puede añadir el desarrollo vigoroso del Estado social (pensiones, Seguridad
social, subsidio de desempleo), que se puede medir a través del crecimiento de
los gastos sociales que pasaron del 5% del PIB en la Liberación al 11% en 1968.
Pese a ello, no hay que idealizar este período, porque de otro modo no se podría
comprender la explosión de Mayo 68. Este cuadro general está acompañado de
grandes sombras: la jornada laboral en el 68 era un 20% superior a la de hoy,
las condiciones de trabajo eran más duras y las desigualdad de las rentas más
marcadas. Así pues, el debate sobre la naturaleza del capitalismo viene
determinado por estas dos características: éxito económico y rudeza de las
condiciones sociales. La diferencia esencial entre aquel período y el nuestro
gira sobre la flexibilidad de una sociedad en profunda transformación: en
aquella época cada individuo tenía perspectivas de progreso social casi
aseguradas. Andrew Shonfield escribió en Le capitalismo aujourd’hui (1969) que
"en los países capitalistas occidentales, todo el mundo -tanto el gobierno como
la gente de la calle- encuentra natural que la renta real de las personas deba
aumentar cada año de manera sensible".
La economía es uno de los dominios en los que más fácil se da un enfoque
materialista de la ideología dominante debido a la estrecha correlación entre
las transformaciones del capitalismo y su propia representación. Es necesario
retroceder en el tiempo para recordar que el enfoque keynesiano, tan
desacreditado hoy en día, era absolutamente dominante en aquella época y que por
entonces los liberales no dejaban de ser una especie de secta. La visión
dominante de entonces reposaba en dos ideas. La primera, que el capitalismo
había aprendido a autorregularse a partir de la crisis de los años 30: la
intervención del Estado y los gastos sociales actuaban como "estabilizadores
automáticos" y garantizan un crecimiento regular. En ese contexto, el Premio
Nóbel Paul Samuelson pudo anunciar en su manual Economics que "gracias al empleo
apropiado y reforzado de las políticas monetarias y fiscales, nuestro sistema de
economía mixta puede evitar los excesos de los booms y las depresiones y puede
plantearse un crecimiento regular". Lo que en la época se denominó la "política
de rentas" aseguraba la progresión de la demanda salarial y regulaba el problema
de las ventas. El capitalismo hipercompetitivo que conocemos hoy en día fue
relegado al almacén de las ideas a medio elaborar y los ideólogos oficiales
dedicaban su tiempo a anunciar el fin de la lucha de clases.
La segunda idea giraba sobre la convergencia de sistemas, entre economías
"centralizadas" y "descentralizadas", para retomar la formulación de Raymond
Barre, en aquella época profesor en Ciencias Políticas. Los países llamados
socialistas introducían mecanismos de mercado en tanto que la intervención del
Estado establecía un sistema "mixto" en los países capitalistas avanzados. Esta
es, por ejemplo, la lectura propuesta por John K. Galbraith en El nuevo Estado
industrial (1967) o por Shonfield: "El mercado clásico de los manuales de
economía, en el que las firmas compiten entre ellas sin darse cuenta de las
consecuencias que ello puede entrañar para el mercado en su conjunto, no ha
estado nunca tan alejada de la realidad".
... y su crítica
La cuestión que se planteaba, por lo tanto, era la de saber cómo desarrollar la
contestación a un sistema que basado en éxitos reales. En este sentido, se
podría decir que las críticas al capitalismo estaban divididas entre el
dogmatismo y el modernismo. En el campo del marxismo, era dominante el PCF. En
él se reagrupan numerosos economistas que desarrollaron la teoría del
Capitalismo Monopolista de Estado cuya síntesis fue publicada en 1971 en su
Tratado de Economía Marxista. Este enfoque representaba una transición entre la
versión catastrofista - que el PCF justo acabada de abandonar- que, contra toda
evidencia, proclamaba una "pauperización absoluta", y un enfoque nuevo que
buscaba mostrar que la fusión del Estado y de los monopolios agravaba la
explotación y conducía a una crisis de "sobreacumulación-devalorización",
justificando de ese modo la posibilidad de un amplio frente antimonopolista. La
aparente ortodoxia de esta posición condujo a un rechazo vigoroso tanto de
análisis neomarxistas como los desarrollados por Paul Baran y Paul Sweezy (El
capitalismo monopolista, 1968) calificándolos como banalmente keynesianos, como
de los análisis impresionistas, según los cuales los monopolios escaparían a la
ley del valor.
En el otro campo, los "modernistas" para quienes el funcionamiento más regulado
del capitalismo era un logro duradero en el que apoyarse para introducir
reformas estructurales que desembocaran en el socialismo moderno. El Partido
Socialista Unificado (PSU) fue un crisol en el que se confrontaban estos
diferentes puntos de vista influenciados por el reformismo revolucionario de
André Gorz o por el análisis sobre las potencialidades autogestionarias de la
"nueva clase obrera" de Serge Mallet.
Retrospectivamente, uno de los enfoques más ricos fue el de Ernest Mandel que se
fijó una tarea doble. La primera, la de restituir un marxismo vivo, en
particular con su Tratado de Economía Marxista, que vio la luz en 1962, y el
folleto Iniciación a la teoría económica marxista, que contribuyó a esa
renovación en los círculos militantes. El segundo objetivo de Ernest Mandel fue
el de proponer un enfoque verdaderamente dialéctico mediante la combinación de
la comprensión del éxito del capitalismo y un análisis renovado de sus
contradicciones. En "L’apogée du néocapitalisme et ses lendemains", artículo
aparecido en Les Temps moderns en agosto de 1964, desarrolló un análisis
premonitorio de los elementos de crisis persistentes en el funcionamiento del
capitalismo contemporáneo, que desarrollará más tarde en El Capitalismo Tardío
cuya traducción francesa apareció en 1976. Estos análisis inspirarán a un grupo
de economistas animados por Pierre Salama y Jacques Valier a lanzar la revista
Critiques de l’économie politique que será, hasta su desaparición en 1985, toda
una referencia en el campo de la heterodoxia.
Frente a un capitalismo relativamente competente, la crítica puso el acento en
sus aspectos cualitativos, centrándose en tres aspectos fundamentales: la
relación capital-trabajo, las relaciones Norte-Sur y la "sociedad de consumo".
Lo que se bautizó como "tercermundismo" jugó un papel determinante: toda una
generación se vio marcada por las revoluciones anticoloniales y por la
revolución cubana. Se dio una continuidad entre las heridas abiertas por la
guerra de Argel y la solidaridad con el Vietnam que le tomó el relevo. Los
modelos cubano y chino sirvieron de referencia a corrientes que se formaron a la
izquierda del PCF. En la literatura ocupó un lugar importante el "pillaje del
tercer mundo" y la figura del Che se convitió en una referencia directa para la
juventud radicalizada pero, también, de una forma más amplia, en los debates
sobre el trabajo.
El Che realizó un debate fundamental con los economistas marxistas Charles
Bettelheim y Ernest Mandel sobre el papel de los estímulos materiales y morales
en el proceso de transición al socialismo. En él se discutió, de forma
transversal, la oposición entre las reivindicaciones cuantitativas (aumento de
los salarios) y la crítica de la sociedad de consumo que plantea aspiraciones
cualitativas (igualdad social y poder de decisión para los trabajadores). Estos
debates nunca estuvieron al margen de otro sobre los modelos de socialismo, que
trataban de salvar la forzada asimilación entre estalinismo y socialismo, tan
conveniente tanto a los ideólogos burgueses (hoy se diría neoliberales) como a
los admiradores de las democracias populares. Una preocupación que aumentó tras
la invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos el mes de agosto de
1968 para aplastar la experiencia de socialismo democrático.
¿Crítica social o crítica "artista"?
La arena ideológica de Mayo 68 es, por consiguiente, una compleja mezcla de
renovación del marxismo vivo, por una parte, y, por otra, de una critica que no
se reclama exclusivamente de él y que denuncia más la alienación que la
explotación. Las contribuciones de Herbert Marcuse, de Henri Lefevbre, de los
situacionistas y también, en cierto sentido, de los obreristas italianos, forman
parte de ella. El conjunto de estas influencias explican por qué en el
movimiento de Mayo del 68 se combinan de forma estrecha las reivindicaciones
sindicales y otras más amplias de tipo autogestionario que ponen en cuestión el
poder de la patronal. Estos dos componentes serán bautizados más tarde (1969)
como "crítica social" y "crítica artista" por Luc Boltanski y Ève Chiapello en
El nuevo espíritun del capitalismo. Pero esta oposición, reconstruida a
posteriori, no fue tan marcada en su momento.
Se pueden tomar algunos ejemplos a partir de los programas de los partidos de
izquierda aparecidos tras 1968 y anteriores a la crisis de 1974-1975. En Le PSU
et l’avenir socialiste de la France, aparecido en 1969, se encuentran elementos
del "contra-plan" elaborado un años antes de 1968 y que preconizaba al mismo
tiempo medidas autogestionarias y un crecimiento incentivado del 7% anual! Los
programas del PCF (Chager le cap, 1971) y del PS (Changer la vie, 1972) mezclan
también reivindicaciones clásicas (salario mínimo, duración del trabajo) con
otras que tratan de reducir las desigualdades y ampliar los derechos de
intervención de los trabajadores.
Al lado de los programas, las luchas sociales de la época, en la que LIP
representa una figura emblemática, planteban objetivos clásicos de defensa del
empleo y aumentos salariales al mismo tiempo que la cuestión del poder en la
empresa. La batalla para conseguir aumentos salariales iguales para todos
–frente a los aumentos porcentuales reivindicados por la CGT- introdujo una
dimensión antijerárquica que perpetuó el "espíritu de mayo" en el campo social.
La planificación era otro tema central junto al de la autogestión. La idea
fundamental era que la sociedad debía de dotarse de medios para tomar las
decisiones. Los objetivos y las prioridades debían ser definidos
democráticamente y las orientaciones debían ser aplicadas a través del sector
público ampliado o del crédito nacionalizado. Esta perspectiva era defendida
fundamentalmente por la CFDT y por la mayoría de las corrientes de la izquierda
revolucionaria. Así, en 1972, Ce que veut la Ligue communiste planteaba una
vuelta a las 40 h (en el camino a las 35) y avanzaba la perspectiva de la
nacionalización bajo control obrero de los sectores claves de la economía.
Paradójicamente, en ese momento la visión compartida de los críticos del
capitalismo fue formulada por Giscard durante la campaña presidencial de 1974:
"más del 40% de retención fiscal obligatoria es el socialismo". En efecto, se
puede hablar de un proceso de socialización que se tradujo por la extensión
progresiva de los derechos: nuevos derechos en las empresas, desarrollo de los
servicios públicos y del Estado social. El desempleo comienzó a aumentar
lentamente, pasando de 300.000 a 600.000 entre 1963 y 1973, aún cuando se
situara en un nivel muy inferior al actual. Pero los parados de la época estaban
mejor tratados que los de hoy con una indemnización que representaba el 90% del
salario. La jornada laboral se redujo de 1850 a 1750 h/año entre 1968 y 1974; es
decir, tanto como entre 1950 y 1968. La participación de los salarios en el
valor añadido de las empresas se mantuvo hasta 1973 en un nivel más alto que en
la actualidad: alrededor de 6 puntos del PIB.
La revancha económica
Este contexto permitió pensar que el período abierto en 1968 continuaría por
otros medios: bajo la forma de una victoria electoral (unión de la izquierda y
su programa común en 1972) o de una crisis revolucionaria de la que Mayo 68 no
habría sino más que el "ensayo general", para retomar la fórmula de Daniel
Bensaïd y Henri Weber. Pero esta linealidad iba a ser quebrada en el terreno
económico por dos fenómenos casi simultáneos: la apertura de fronteras y el
inicio de la crisis. Respecto al primero, la derecha y la patronal compartían la
estrategia de Pompidou de construir "campeones nacionales" mediante la
colaboración del Estado con los grandes grupos industriales y un desplazamiento
industrial hacia los mercados exteriores que tenía el visto bueno de la derecha
más liberal y de las fracciones más internacionalizadas del capital. Una
cuestión que estaba de moda desde 1967 cuando Jean-Jacques Servan Schreiber
escribió El desafío americano, y había sido retomada por autores como el
giscardiano Lionel Stoleru que publicó L’Impératif industriel en 1969. La
extraversión del capitalismo francés podría haber adquirido la forma de un
proceso en continuidad, pero la entrada en escena de la crisis de 1974 va a
transformar profundamente tanto la coyuntura política como la económica.
Toda los sectores de la izquierda se van a ver desequilibrados por los efectos
de la crisis. La izquierda reformista rebaja su horizonte reivindicativo y entra
en un terreno de concesiones basado en el modelo italiano del "compromiso
histórico". Ese retroceso contribuirá a un cierto descuelgue de la izquierda
revolucionaria cuyas respuestas adquieren tintes más políticos y
propagandísticos. En abril de 1974, el folleto de la Liga Comunista
Revolucionaria (LCR) –en ese momento la Liga Comunista estaba ilegalizada-
propone un programa de acción, Face à la crise, plantea medidas clásicas (contra
los despidos, SMIC de 1500 francos) tratando de situarlas en una perspectiva
socialista a partir de la noción del control obrero. Pero las ideas no se
desarrollan independientemente de la movilización y el fin de la época de los
LIP, que coincide más o menos con el inicio de la crisis y la victoria de
Giscard en 1974, contribuirán a limitar el impacto de las propuestas radicales.
La crítica anticapitalista se debilita
Con la publicación del libro de Michel Anglietta, Régulation et crises du
capitalisme, nace la escuela regulacionista. Su trayectoria es significativa: en
un principio se construye en oposición al marxismo osificado del PCF y deviene
hegemónica en el campo de la economía crítica; pero, al mismo tiempo, se diluye
en la búsqueda de un imposible nuevo modelo social-demócrata.
La crisis juega un papel esencial en estas evoluciones. El capitalismo respondio
a la crisis mediante una serie de cambios que le retrotraen a una especie de
estado natural. Abandonó la pretensión de garantizar el pleno empleo y la
progresión del nivel de vida. La crisis del sistema, al que los críticos no
cesaban de analizar sus contradicciones desestabiliza, paradójicamente, las
críticas al capitalismo. La perspectiva de una transformación gradual perdió
toda credibilidad aún cuando para ello fuera necesaria la experiencia de la
izquierda en el poder. A partir de ahí no hubo más que dos respuestas coherentes
a la crisis. La de los capitalistas, consistente en sacar provecho de la crisis
para modificar profundamente la relación capital-trabajo e iniciar una lenta
demolición del modelo social. Tras algunos años de titubeos keynesianos, 1982
marcó el giro radical hacia "el rigor". La otra salida posible era dar un paso
adelante en el proceso de socialización optando por responder a la crisis a
través de una incursión sistemática en la propiedad privada.
Ya sabemos lo que ocurrió. La izquierda reformista rodó por la resbaladiza
pendiente de los compromisos razonables, abandonando en el camino todas las
ideas de transformación social, se tratase de las nacionalizaciones, de la
planificación o de la autogestión. Poco a poco las tesis liberales ganaron
terreno frente al keynesianismo dominante anterior al 68 y se estableció un
verdadero dogma en el que las leyes de la economía fueron presentadas como
inmutables y en la que toda tentativa de ponerlas en cuestión era denunciada
como una locura llena de catástrofes.
Nuevo curso del capitalismo
Las ideas de 1968 eran portadoras de un proyecto global de transformación
social. Si se han estrellado contra el nuevo curso del capitalismo -tanto en el
dominio económico como en otros- no se debe tanto a una incapacidad congénita
para ir más allá de una critica "artista" opuesta a una crítica "social". Las
causas hay que buscarlas más en el campo de las renuncias reformistas ante la
crisis y el aumento del paro. Las reivindicaciones cuantitativas de la crítica
sindicalista ("aumentad nuestros salarios") no eran suficientes para hacer
frente a la crisis. Fue la incapacidad del movimiento obrero para retomar en sus
manos las reivindicaciones cualitativas de la crítica radical ("el poder a los
trabajadores" y no solamente "disfrutar sin límites") la que condujo a la
regresión.
El giro liberal no se apoyó en una asimilación hábil de las ideas de Mayo, esa
"astucia del capital" de la que habló Régis Debray en 1978 en Modeste
contribution aux cérémonies officielles du dixiéme anniversaire, sino más bien
en el paro masivo que permitió desencadenar una ofensiva generalizada contra los
salarios primero y contra el conjunto de los derechos sociales después. Nicolás
Sarkozy, en su campaña, ha llegado a afirmar que "el culto al rey dinero, al
beneficio a corto plazo y a la especulación como derivas del capitalismo
financiero, tienen su origen en los valores de Mayo 68". Estas exageraciones
confirman aquello de que "cuanto más grande es una mentira, más gente se la
cree" y revelan un odio profundo inscrito casi de forma "genética" en lo más
profundo del subconsciente burgués. Pero no pueden abrirse camino sino en la
medida que se eche en el olvido que Mayo68 fue la mayor huelga obrera de la
historia de Francia, portadora de una voluntad de transformación social que iba
más allá de lo que se conoce como "la revolución de las costumbres".
Hoy en día la realidad del capitalismo exige una crítica de los fundamentos de
este sistema. Sin duda será un camino largo, pero los movimientos que están por
llegar deberán reencontrar y actualizar las utopías concretas de Mayo 68.
* Economista marxista, investigador del IRES (Institut d’Etudes Economiques et
Sociales, ligado a los sindicatos). Algunos de sus últimos libros: Le grand
bluff capitaliste, La Dispute, París, 2001; Les casseurs de l’Etat
social, La Découverte, París, 2003; Un pur capitalisme,
Editions Page deux, Lausanne, 2008. Su sitio web:
http://hussonet.free.fr/
Fuente: lafogata.org