Integración o unidad latinoamericana
Claudio Katz
Integración y unidad latinoamericana son conceptos diferentes. Mientras que el
primer término alude a convenios comerciales, la segunda noción sintetiza un
viejo anhelo de asociación política. Esta distinción nunca fue estricta y muchos
promotores de ambos proyectos han utilizado una u otra denominación. Pero, en
general, la integración es un estandarte de los empresarios que negocian
aranceles y la unidad es una bandera antiimperialista de las organizaciones
populares.
Esta diferencia se corrobora, en la actualidad, en los proyectos que impulsan
los movimientos sociales o corrientes antiimperialistas y en los programas que
propician las clases dominantes. En el primer caso se promueve la unidad para
coordinar la resistencia popular e incentivar aumentos de salarios, auxilios a
los pequeños campesinos y medidas favorables a la salud y la educación pública.
El objetivo es proyectar a escala regional los logros sociales obtenidos en cada
país.
La integración es en cambio alentada por las clases dominantes, como un medio
para afrontar la mundialización con mayor competitividad e incremento de las
ganancias. La internacionalización obliga a los grandes grupos capitalistas a
asociarse en bloques o perecer en soledad.
Semejante disparidad de objetivos determina el perfil del ALCA, el MERCOSUR y el
ALBA. Estas opciones se encuentran ligadas a gobiernos conservadores,
centroizquierdistas y nacionalistas radicales. Uribe (Colombia), Lula (Brasil) o
Kirchner (Argentina) y Chávez (Venezuela) son los presidentes más
representativos de estos proyectos.
Los conservadores propician cursos neoliberales y políticas pro-norteamericanas,
recurren a la represión y se oponen frontalmente a cualquier mejora social. Los
centroizquierdistas mantienen relaciones ambiguas con el imperialismo y toleran
las conquistas democráticas, pero obstaculizan el logro de reivindicaciones
populares. Los nacionalistas radicales sobrellevan fuertes conflictos con
Estados Unidos, chocan con las burguesías locales e intentan una redistribución
progresiva del ingreso.
Pero estas tres orientaciones -que promueven metas de libre-comercio,
regionalismo y cooperativismo- deben lidiar con la nueva coyuntura que ha creado
el temblor financiero internacional.
UNA CRISIS EN EL CENTRO
Durante los años 90 las crisis económicas que sacudieron a Latinoamérica
empujaron a un segundo plano los proyectos de asociación regional.
Posteriormente estos programas resurgieron junto al crecimiento, pero
actualmente afrontan un escenario signado por la crisis en los países centrales.
Esta turbulencia se originó en las fuertes quiebras del sector inmobiliario
estadounidense y se ha expandido a todo el circuito financiero, afectando la
solvencia de los bancos. Los distintos intentos oficiales de contener la
epidemia han resultado infructuosos. La reducción de las tasas de interés, el
fondo de rescate timoneado por las grandes entidades y el auxilio a los deudores
más solventes no han frenado el tobogán recesivo. Tampoco la socialización de
pérdidas con socorros oficiales neutraliza un desplome de gran impacto social,
si conduce a la masiva ejecución de las viviendas hipotecadas.
El freno productivo es más grave que el registrado en las dos últimas recesiones
(1991 y 2001) y declinaciones financieras (caída bursátil de 1987 y burbuja
tecnológica en el 2001). Las contradicciones que corroen a la primera potencia
han reducido drásticamente su margen para exportar desequilibrios a las
economías rivales o a los países dependientes.
Estados Unidos soporta una escalada ascendente de los precios provocada por el
déficit público y el encarecimiento de los insumos importados. Necesita repetir
la reducción de tasas de interés que contuvo las desaceleraciones anteriores,
sin cortar la atracción de capitales extranjeros que financia el desequilibrio
presupuestario. También debe controlar la devaluación que genera ese desajuste,
para que la atenuación del déficit comercial con mayores exportaciones no
amenace la afluencia del crédito internacional.
El retroceso geopolítico de Estados Unidos torna muy difícil el manejo de estas
variables. A principios de la década el imperialismo norteamericano contrarrestó
las tendencias recesivas con una exhibición de hegemonía militar y autoridad
política, pero el fracaso de Irak obstruye la repetición de ese modelo. El
pantano bélico en Medio Oriente le ha quitado fuerza para imponer exigencias a
los acreedores extranjeros, que ya controlan el 50 % de los bonos del Tesoro.
La recesión norteamericana tiende a expandirse hacia todas las economías
avanzadas por la gravitación de un país que aporta el 20% del PBI global,
centraliza las finanzas en Wall Street y acapara el 45% del gasto bélico
internacional. El contagio tiende a acentuarse por los obstáculos que enfrenta
una acción coordinada del Banco Central Europeo con la Reserva Federal. Este
desencuentro expresa el novedoso papel que juega el euro como una moneda rival
del dólar e ilustra los efectos de la política monetaria dura que prevalece en
el Viejo Continente. Esta rigidez apunta a homogenizar la diversidad de
situaciones nacionales, que periódicamente socavan la cohesión de la Unión
Europea.
Habrá que ver si Estados Unidos puede disciplinar a su gran competidor, con las
armas que utilizó en la década pasada para neutralizar el desafío de Japón. Esta
potencia asiática tampoco aporta un contrapeso significativo al actual ciclo
económico descendente. Su influencia ha decrecido desde que sucumbió ante las
presiones monetarias y comerciales del protector militar norteamericano. Recayó
en un prolongado estancamiento, cuya finalización coincide ahora con la recaída
recesiva internacional.
EL ASCENSO DE LA SEMI-PERIFERIA
La crisis actual afecta principalmente a los centros de la economía mundial y no
a los países dependientes, que protagonizaron las grandes turbulencias de los
años 90. Este desplazamiento del ojo del huracán converge con la eventualidad de
un contrapeso sustentado en el papel de ciertas economías semiperiféricas. La
discusión sobre el rol de China en un posible desacople del ciclo mundial
constituye una hecho sin precedentes.
Pero no es lo mismo escapar del temblor que contrarrestarlo. El gigante asiático
podría independizarse del impacto recesivo, pero tiene poca capacidad para
contrabalancear un freno en el 75% del PBI mundial, que concentran Estados
Unidos, Europa y Japón. El cambio de modelo exportador hacia un esquema
consumidor que se augura para China socavaría, además, la baratura de la fuerza
de trabajo que ha solventado el crecimiento de las últimas dos décadas. Un giro
hacia esa nueva estructura constituye una eventualidad de largo plazo, que no
resuelve las urgencias de la recesión actual.
La centralidad asignada a China se extiende a otras economías semiperiféricas de
envergadura (India, Rusia, Brasil), pero no al conjunto de las naciones
dependientes. Sólo un reducido bloque de países denominados BRICs ha ganado peso
global, como resultado de dos procesos: la industrialización exportadora
sostenida en bajos salarios y el aumento de los precios de las materias primas.
El primer curso prosperó especialmente en China en un contexto de
internacionalización productiva, consolidación de las corporaciones
transnacionales y generalización de políticas neoliberales. Estas orientaciones
alentaron la competencia internacional por fabricar una amplia gama de
productos, con sueldos irrisorios y altos niveles de explotación.
El segundo proceso de encarecimiento de las materias primas ha favorecido a los
grandes exportadores de petróleo, minerales o cereales y constituye el resultado
de un ciclo ascendente iniciado hace seis años. Esta fluctuación combina alzas
coyunturales con una reversión del fuerte descenso precedente (1997-2002). Pero
también pesa la demanda estructural generada por la industrialización asiática y
la depredación de recursos naturales que impone la hiper-competencia
capitalista.
La expansión productiva y comercial de la semiperiferia aumentó la gravitación
financiera de sus protagonistas. El papel de los fondos soberanos asiáticos en
el socorro de los bancos estadounidenses y la novedosa presencia de empresas
multinacionales de ese origen constituyen dos expresiones de ese ascenso. Por el
momento no se sabe si este avance desembocará en la consolidación de nuevas
clases dominantes o concluirá con una abrupta contraofensiva de las potencias
centrales.
Este segundo escenario de reacción imperialista predominó entre 1975 y 1982,
luego de la etapa de encarecimiento de las materias primas, auge de los
petrodólares y retroceso militar norteamericano post-Vietnam. Durante ese
período existió una gran expectativa de constituir un Nuevo Orden Económico
Internacional, asentado en la influencia alcanzada por el centenar de países que
componía el bloque de los No Alineados.
Pero Reagan y Thatcher sepultaron esta esperanza mediante atropellos
neoliberales, despliegues militares y aumentos de las tasas de interés. Ese
golpe monetario provocó el desplome de exportaciones y la explosión de
endeudamiento del Tercer Mundo, que condujeron a dos décadas de regresión en
América Latina, África, Europa del Este y el mundo árabe. ¿Se repetirá esta
contra-ofensiva? Las fuerzas para implementarla comienzan a prepararse, aunque
con cartuchos neoliberales más humedecidos.
Al igual que el resto de la periferia la economía latinoamericana es receptora y
no generadora de la crisis actual. Se encuentra más protegida de este temblor
que en los años 80 o 90, pero a diferencia de China o el sudeste asiático no
sustenta ese resguardo en un perfil industrial internacional competitivo. La
región sufrió el impacto devastador de la apertura, las privatizaciones y la
desregulación, mantiene bajas tasas de inversión y niveles de crecimiento
inferiores a otras zonas periféricas.
La desigual dependencia que mantiene cada economía latinoamericana con el motor
estadounidense determina un efecto diferente de la recesión en curso. Mientras
México y Centroamérica se encuentran muy atados a ese epicentro, el Cono Sur es
más autónomo. Esta asimetría es muy visible en el comercio exterior con Estados
Unidos (80% México, 20% Brasil y 10% Argentina) y en la incidencia de las
remesas de los emigrantes (muy superior en el hemisferio norte). También el
encarecimiento de las materias primas es contradictorio. Los beneficios que
obtienen algunos exportadores latinoamericanos constituyen padecimientos para
los importadores regionales de los mismos productos.
A pesar del aumento de las reservas que se verifica en todas las economías
latinoamericanas, la transmisión financiera de la crisis tiende a ser despareja.
La desvalorización del dólar y la "fuga hacia la calidad" de los títulos
públicos constituyen dos graves amenazas para las naciones más vulnerables. Los
países que deben refinanciar su deuda se encuentran además afectados por el
encarecimiento del crédito, que acompaña a las turbulencias bursátiles.
Pero todo dependerá en última instancia de la magnitud de la crisis. América
Latina puede digerir una desaceleración coyuntural de la economía
estadounidense, pero no una depresión profunda del mercado mundial. El escenario
que predomine influirá significativamente sobre todos los proyectos de
asociación regional.
AGOTAMIENTO DEL LIBRECOMERCIO
La crisis en curso socava todas las distintas iniciativas de libre-comercio que
no pudieron encarrilarse luego del fracaso del ALCA. Esta asociación fue
concebida a principios de los años 90 para apuntalar a las corporaciones
estadounidense y sus socios locales, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Se
intentaba reforzar una dominación imperialista clásica, combinando los viejos
argumentos de las ventajas naturales con los nuevos espejismos de las
privatizaciones.
Este esquema excluía la nivelación de los mercados de trabajo, el
establecimiento de monedas comunes y la introducción de fondos de compensación
para regiones desfavorecidas. Ampliaba las ganancias de los exportadores y las
firmas más internacionalizadas, en desmedro de los sectores más dependientes de
cada mercado interno. El proyecto quedó enterrado por conflictos entre
empresarios, divergencias entre gobiernos y resistencias populares.
El gobierno de Bush buscó contrarrestar este resultado con la sustitución del
convenio único por acuerdos específicos. Ya se han suscripto tratados con ocho
países (México, Chile, Centroamérica) que generaron desprotecciones muy
semejantes en los países latinoamericanos. Las monumentales asimetrías con el
gigante del norte han provocado dramáticas consecuencias en el terreno agrícola,
laboral o ambiental. Actualmente se negocian varios TLCs (Colombia, Perú y
Panamá), mientras que otros quedaron suspendidos (Ecuador) y algunos formalmente
aprobados enfrentan una activa oposición popular (Costa Rica).
Los tratados sufren también un creciente rechazo dentro de Estados Unidos. Los
sindicatos y las empresas orientadas al mercado interno objetan el aumento del
desempleo y la emigración de firmas hacia países con menores salarios. La
mayoría demócrata en el Congreso retacea la aprobación de estos convenios,
cuándo han caducado los mecanismos de vía rápida que utilizó Bush para
viabilizarlos. La crítica a los TLCs se ha generalizado y existe una fuerte
presión para revisar específicamente el NAFTA con México.
Esta oposición expresa la pérdida de iniciativa imperialista que acompañó al
ocaso de Bush. Sus últimas giras por Latinoamérica desataron la burla de la
propia prensa metropolitana, que comparó los magros réditos de estos viajes con
las impactantes visitas realizadas en los años 60 por Eisenhower o Kennedy.
Incluso se han deteriorado las alianzas que estableció el Departamento de Estado
con presidentes derechistas como Calderón, ante la creciente persecución que
sufren los indocumentados mexicanos. Las migajas de asistencialismo que ofrece
la primera potencia para atenuar la pobreza regional (becas, ayuda), solo
despiertan risas e irritación. Por estas razones América Latina se ha convertido
en un gran escenario de manifestaciones antiimperialistas.
Resulta difícil dilucidar si el debilitamiento estadounidense favorecerá la
expansión de los tratados de libre-comercio con Europa. La imagen de
benevolencia que rodea a estos convenios ha quedado categóricamente desmentida
por la letra chica de los acuerdos firmados con Chile, México o el MERCOSUR. En
estos pactos están presentes las mismas exigencias neoliberales de propiedad
intelectual, reducción arancelaria y protección de inversiones que
caracterizaban al ALCA. Otro ejemplo de esta similitud se verifica en los
nefastos efectos que generaron las privatizaciones perpetradas por empresas del
Viejo Continente. En materia de aranceles o subsidios discriminatorios hacia las
exportaciones latinoamericanas, la política comercial europea es un calco de la
acción estadounidense.
Pero las prioridades geopolíticas de las corporaciones europeas se ubican en
otras zonas del planeta (Este Europeo o África). Estas compañías no aspiran a
desafiar la hegemonía regional de la primera potencia, aunque buscan participar
en muchos negocios rentables de Sudamérica. El retroceso estadounidense podría
abrirles una ventana para esta intervención, siempre que el agravamiento de la
recesión no incremente el proteccionismo comercial en el Viejo Continente.
En cualquier alternativa España continuará jugando un rol importante, puesto que
concentra el 50% de las inversiones europeas en Latinoamérica. Los capitalistas
ibéricos reorientaron hacia sus viejos dominios coloniales, gran parte de los
fondos de compensación que recibieron durante la unificación del Viejo
Continente. Lograron capturar importantes tajadas de las privatizaciones
(bancos, telecomunicaciones, energía) y crearon pequeñas multinacionales de
cierto peso global (Endesa, Repsol, Telefónica) y fuerte sostén financiero (BBVA,
Caixa, BSCH). Esta presencia ha generado un influyente lobby de firmas, que
presiona a todos los gobiernos para lograr privilegios en electricidad
(Nicaragua), tarifas (Argentina) o explotación petrolera (Bolivia). Cuándo el
Rey recurre a la altanería colonialista ("Chávez, por qué no te callas") alza la
voz en nombre de este grupo capitalista.
Pero en el tablero del libre-comercio también despunta China. Sus primeras
incursiones han sido tan inesperadas, como su incipiente gravitación en puntos
estratégicos del comercio exterior (Panamá y Ecuador). Las empresas asiáticas
están particularmente interesadas en ampliar la explotación intensiva de los
recursos naturales, que ya practican en África. En las negociaciones de tratados
con Brasil y Argentina pudo notarse la actitud de gran potencia que adopta
China, cuándo demanda garantías para exportar y salvaguardas para importar.
Pero estos avatares no modifican el agotamiento de la euforia en el libre
comercio que predominó durante la década pasada. Con el fracaso del ALCA
perdieron fuerza las privatizaciones y desregulaciones más descontroladas. Esta
crisis se proyecta a numerosos planos de la política económica.
DETERIORO DEL NEOLIBERALISMO
Las obstrucciones que enfrentan los TLCs convergen con la declinación del
neoliberalismo extremo. Ya no está de moda la desregulación de los mercados y la
apertura comercial de los años 90. Durante ese período se perpetró en América
Latina –al igual que el resto del mundo- una ofensiva del capital sobre el
trabajo tendiente a revertir la contracción de la tasa de ganancia. Pero el
resultado de esa agresión en la región fue muy contradictorio.
Las clases dominantes lograron deteriorar las conquistas sociales de los
trabajadores, redujeron los salarios, aumentaron el desempleo y ampliaron la
desigualdad. Pero no pudieron transformar estos éxitos patronales en una base
sólida de la acumulación, en comparación a otras zonas de la periferia. En este
plano se observa una diferencia sustancial entre la región y el Sudeste
Asiático. La agresión patronal precipitó, además, un malestar popular que
incentivó las rebeliones sociales y cambios gubernamentales que han modificado
el rostro político de la zona.
La crisis del neoliberalismo extremo obedece tanto a la reacción por abajo, como
a la gran pérdida de cohesión por arriba. La apertura comercial y desregulación
financiera afectaron la competitividad de muchos grupos capitalistas y
provocaron pérdidas de posiciones en el mercado mundial. Bajo el efecto de
sucesivas crisis, la expansión internacional de importantes sectores patronales
quedó obstruida. Esta limitación se verificó en el estancamiento del PBI per
capita, en la caída de la inversión extranjera y en el desbordante endeudamiento
de la década pasada.
Estos efectos no han anulado el perdurable rol del neoliberalismo como
instrumento de agresión a los trabajadores. Tampoco han disipado su preeminencia
económica en distintos países. Varios gobiernos derechistas (como Uribe y
Calderón) –acompañados por el creciente ingreso de grandes empresarios a la
política (Fox en México, Saca en El Salvador, Piñera en Chile, Macri en
Argentina, Noboa en Ecuador)- preservan cursos neoliberales. Estas orientaciones
benefician a los bancos, a las empresas privatizadas y a los grupos exportadores
de materias primas. Pero también en estos países comienza a despuntar la misma
tendencia hacia la estatización y el aumento del gasto público que se verifica a
escala global.
Este acomodamiento se extiende, además, a ciertas administraciones de
centroizquierda que profesan el social-liberalismo. Especialmente Bachelet
recompone en Chile un esquema económico heredado del pinochetismo y la
Concertación. Con un gabinete de tecnócratas librecambistas implementa ajustes
que perpetúan la inserción del país como exportador de minerales, fruta, pescado
y maderas.
Pero lo ocurrido en Chile también demuestra que neoliberalismo no es sinónimo de
estancamiento. Esta política económica puede generar la regresión absoluta que
se observó en Argentina, o el crecimiento social polarizado que se verificó en
la nación trasandina. Es importante reconocer esta variedad de resultados, para
recordar que el problema de la región no es el crecimiento sino los
beneficiarios de ese avance.
El producto bruto aumentó durante dos décadas en Chile junto a la desigualdad
social. Por esta razón la quinta parte más rica de la población se apropia
actualmente del 56% del ingreso nacional, mientras que el quinto más pobre sólo
obtiene el 4% de ese total. La precarización laboral es pavorosa (sólo el 10% de
trabajadores participa en las negociaciones colectivas) y la privatización de
las jubilaciones le que quitado protección social al 50% de trabajadores. Si
este cuadro está cambiando es por el importante resurgimiento de las huelgas y
las sublevaciones estudiantiles.
El prolongado crecimiento chileno bajo el neoliberalismo obedeció a las
peculiaridades de una economía complementaria de Estados Unidos, que presenta
una talla inferior a los países más industrializados de la región. Las clases
dominantes impusieron el debilitamiento de los sindicatos y aprovecharon tanto
la derrota popular, como la apoyatura social que logró la dictadura entre
sectores de la clase media. Sobre estas bases preservaron la estatización del
cobre y las reformas en el agro, como paradójicos complementos del
neoliberalismo.
El ejemplo chileno confirma que bajo el capitalismo el crecimiento no es
patrimonio de un sólo modelo. Esa expansión es compatible con una gran
diversidad de esquemas, cuyos frutos dependen en mayor medida de las condiciones
objetivas que de las políticas económicas. La ventaja que presenta cada país
para la acumulación, su lugar en mercado mundial y la funcionalidad de sus
recursos son más determinantes de ese resultado, que el grado de liberalismo o
antiliberalismo predominante.
RESURGIMIENTO REGIONALISTA
El repliegue del libre-comercio contrasta con el reflote del regionalismo que
encarna el MERCOSUR. Este reforzamiento expresa un giro de las principales
clases dominantes de Sudamérica, que tienden a tomar distancia de la ortodoxia
neoliberal en favor de cursos económicos más estatistas y autónomos del capital
financiero internacional. Este viraje constituye una reacción frente a la
pérdida de competitividad, que durante la década pasada impuso la fuerte
concurrencia extra-regional y la desnacionalización del aparato productivo.
Este giro transforma al MERCOSUR. La asociación fue propiciada en los años 80
por las empresas transnacionales del Cono Sur para abaratar costos y reducir los
aranceles, que obstaculizaban los procesos de fabricación articulados entre
varios países. Se buscó, además, contrarrestar la estrechez de los mercados
nacionales mediante una producción a escala regional.
Pero el convenio ya dejó atrás este propósito inicial y se ha convertido en un
proyecto estratégico del conjunto de las clases dominantes. En este punto existe
una clara diferencia con el ALCA y los tratados bilaterales. Los principales
grupos empresarios locales mantienen una relación de rivalidad y asociación con
el capital externo y propician el MERCOSUR como punto de conciliación entre
ambas tendencias. En la medida que estos sectores no se han disuelto en la
transnacionalización del capital deben dotarse de organismos afines a sus
intereses.
Pero las clases dominantes de Sudamérica son internacionalmente débiles y su
MERCOSUR enfrenta varios obstáculos estructurales. El tratado no ha logrado
gestar autoridades estatales supranacionales y está sometido a la presión
disgregadora que imponen los negocios extra regionales. Al conformar una entidad
localizada en la periferia, Brasil no cumple el rol económico de Alemania y
Argentina no juega el papel político que tiene Francia en el Viejo Continente.
El acuerdo opera como Unión Aduanera precaria y Zona de Libre Comercio
incompleta y su Parlamento regional permanece inactivo.
El MERCOSUR afronta múltiples conflictos internos que socavan su cohesión.
Persisten las rivalidades comerciales entre Argentina y Brasil, que derivan del
retroceso competitivo del primer país frente al segundo. Desde el 2003 el saldo
comercial ha sido negativo para Argentina, a pesar del superávit que mantiene
ese país con el resto del mundo. Argentina crece más que su vecino, pero su
inferior competitividad lo obliga a importar más productos elaborados.
El tratado ha quedado, además, muy afectado por la controversia que suscitó la
instalación uruguaya de plantas contaminantes de celulosa (de la empresa
finlandesa Botnia) en la frontera con Argentina. El conflicto no pudo resolverse
dentro del bloque y ha quedado sometido a un arbitraje de la Corte de La Haya.
La instalación de la fábrica se consumó a través de un acuerdo bilateral
(Uruguay-Finlandia), que rompe los principios de complementación del MERCOSUR.
El trasfondo del problema son las disparidades regionales que empujaron a
Uruguay a considerar un eventual acuerdo bilateral con Estados Unidos. Este
convenio es improbable, ya que no incluiría la apertura del principal mercado
mundial para los productos agrícolas o ganaderos de la República Oriental. Es
difícil que Uruguay renuncie al comercio más próximo y seguro que mantiene con
Brasil y Argentina y algo semejante ocurre con Paraguay.
Pero el MERCOSUR es un gran cerrojo para las economías reducidas y por esta
razón Bolivia elude el ingreso a la asociación. La tendencia a tantear acuerdos
por fuera del tratado incluye, además, una negociación de Argentina con México,
que afecta la cohesión de la asociación, ya que involucra convenios unilaterales
con un socio privilegiado de Estados Unidos.
Sin embargo ninguno de estos conflictos ha impedido el actual resurgimiento del
MERCOSUR. Este fortalecimiento expresa a escala regional, el mayor espacio
global conquistado por las clases dominantes de la semiperiferia. Al igual que
sus pares de otras zonas, los gobiernos sudamericanos cuentan con significativos
excedentes comerciales y acumulan grandes reservas en los bancos centrales.
El reflote del MERCOSUR expresa, además, la novedosa expansión de las empresas
transnacionales de base local. Las llamadas "multilatinas" o "translatinas" son
compañías pertenecientes a capitalistas sudamericanos con fuertes inversiones
externas y negocios a escala regional. Se han internacionalizado a un ritmo muy
acelerado, concretando inversiones fuera de sus países por 40.091 millones de
dólares en el 2006, es decir un volumen 120% superior al año anterior.
Varias firmas brasileñas integran este pelotón (Ameristeel, Petrobrás,
Odebrecht), con dos compañías (Petrobrás y Vale do Río Doce) que han logrado
situarse entre las 25 empresas no financieras más grandes del mundo. Durante el
año 2006 las inversiones realizadas en el exterior por las empresas brasileñas
superaron el ingreso de capitales al país.
Pero también algunas empresas mexicanas (Telmex, Cemex) y localizadas en
Argentina (Techint) desenvuelven una dinámica semejante. Esta última firma
encontró un nicho específico en la industria siderúrgica y se ha expandido a
México, Estados Unidos, Venezuela y Rumania. Al igual que las restantes
multilatinas, su prioridad es el mercado global o regional y no la
industrialización nacional.
El complemento de este florecimiento es el repentino surgimiento de nuevos ricos
como Slim en México, que ya disputa un puesto entre los millonarios más
poderosos del continente. Los potentados brasileños subieron varios escalones
(de la posición 18 a la 14) en ese ranking entre el año 2003 y 2005.
Los dueños de la mutilatinas ya no pertenecen a la vieja burguesía nacional
latinoamericana que priorizaba el mercado interno y el desarrollo endógeno. Pero
tampoco conforman una prolongación del capital extranjero. No están totalmente
transnacionalizadas. Son un sector del capital local asociado con banqueros e
industriales del Primer Mundo
El rol hegemónico de Brasil en este enjambre no se limita solo a la preeminencia
de compañías y millonarios de ese origen, ni a la creciente relevancia de ese
país como exportador de bienes agrícolas e industriales básicas. El mismo
liderazgo se observa en la conducción brasileña de todas las negociaciones
geopolíticas (conformación de un bloque Sur-Sur, alianzas con India, China y
Sudáfrica) y comerciales ("Grupo de 20" en la OMC).
El correlato de este protagonismo es la presencia militar creciente del país
(construcción de submarinos, reactivación del plan nuclear, acuerdos militares
con Francia, comando de las tropas latinoamericanas en Haití) y su pretensión
diplomática de ocupar un lugar en Consejo de Seguridad de la ONU.
Brasil ha reformulado a su favor el faraónico proyecto de 507 obras de
infraestructura por 70 mil millones de dólares, que intenta conectar el
Atlántico con el Pacífico sin pasar por el canal de Panamá. Esta red de
hidrovías y carreteras denominada IIRSA ha sido asumida por las grandes empresas
brasileñas como un proyecto estratégico. El plan será solventado en un 62% por
recursos públicos, provocaría devastadores efectos ecológicos y acrecentará la
subordinación de los países vecinos.
Pero la perspectiva de un MERCOSUR bajo total hegemonía brasileña no es un
proyecto cerrado. Las elites del principal país sudamericano continúan jugando a
dos puntas y no definen un lineamiento categórico. Oscilan entre el liderazgo
zonal y la búsqueda unilateral de socios privilegiados por todo el planeta. Esta
vacilación se traduce en conductas de abstención frente a conflictos regionales
o en la promoción de iniciativas (como la Comunidad Sudamericana de Naciones),
que no son consensuadas con los restantes países. En síntesis: las
indefiniciones actuales del MERCOSUR son las indefiniciones de Brasil.
POLITICAS NEO-DESARROLLISTAS
El regionalismo del MERCOSUR es actualmente complementado por políticas
económicas neo-desarrollistas, que presentan un cariz más industrialista. Este
giro es limitado y no modifica los condicionamientos ortodoxos impuestos por los
banqueros en el plano fiscal o en el control de la emisión. Tampoco se revierte
la prioridad de las exportaciones, ni mucho menos la contención de los salarios
o la expansión de la desigualdad. Pero el distanciamiento del libre-comercio
induce a las clases dominantes sudamericanas a ampliar las regulaciones
estatales y a reforzar los intereses de las corporaciones que operan a escala
regional.
Esta orientación es muy visible en Argentina luego de una devaluación que
eliminó la convertibilidad monetaria impuesta por los acreedores. El modelo en
curso combina la tradicional centralidad del agro-negocio con fuertes subsidios
a los industriales, para proteger a las clases dominantes locales de los
financistas externos. Con este objetivo se instrumentó el canje de la deuda y la
cancelación de las pasivos adeudados al FMI. Hacia el mismo propósito apuntan el
mayor resguardo fiscal frente a futuras crisis y el abaratamiento de los costos
industriales, propiciado mediante la regulación de los servicios privatizados.
La política neo-desarrollista apuntala beneficios empresarios que no se difunden
a los salarios. El esquema actual convalida la informalidad del empleo, estimula
elevadas tasas de explotación y traslada a los precarizados, la pobreza que
durante la crisis golpeó a los desocupados. Por esta razón el incremento de la
recaudación no ha incentivado ninguna modificación del sistema tributario
regresivo.
Pero la estabilidad lograda con este modelo puede deteriorarse si se esfuman las
condiciones que permitieron su despegue. Por un lado persiste el contexto
internacional favorable de altos precios de las materias primas, pero varios
años de reactivación han reavivado la inflación, en un contexto de baja
inversión, agotamiento de la baratura de fuerza de trabajo y neutralización del
efecto expansivo que generó la devaluación. El cóctel de inflación creciente e
inversión reducida corroe al esquema actual.
La vigencia de un giro neo-desarrollista es un tema más controvertido en Brasil.
Lula ha preservado un esquema de altas tasas de interés y prioridad de pago de
la deuda que frenó el crecimiento. La continuada gravitación del capital
financiero se verifica además en la tendencia a mayores ajustes para afrontar
las consecuencias de la recesión norteamericana.
Pero estos signos de persistencia neoliberal convergen con la primacía asignada
al agro-negocio y a la exportación industrial de productos básicos. En la
alianza de los financistas con la burguesía exportadora hay lugar para los
industriales de San Pablo y para los fabricantes volcados al mercado regional.
La política económica regresiva tiende a amoldarse a la nueva coyuntura
industrialista.
Esta adaptación obedece, además, al creciente liderazgo regional de la economía
brasileña. A pesar del modesto ritmo de incremento del PBI, las empresas de ese
origen continúan su sostenida expansión en la zona. Aquí se verifica un
contraste con Argentina, que padece la expatriación de grandes capitales en el
circuito financiero internacional y el continuado traspaso de firmas nacionales
a propietarios extranjeros, especialmente brasileños.
Esta bifurcación de senderos que se observa entre las dos principales economías
sudamericanas es una tendencia de largo plazo y relativamente autónoma de los
vaivenes de la última década. Reafirma una inflexión de la primacía que tuvo
Argentina durante la primera mitad del siglo XX, que consolida la conversión de
ese país en un abastecedor de insumos del vecino hegemónico (repitiendo el
esquema de Canadá frente a Estados Unidos). Las causas históricas que han
empujado a la Argentina a este lugar en la división regional del trabajo son
económicas (gravitación del lobby agrario), sociales (inseguridad de los
capitalistas frente a los trabajadores), políticas (inestabilidad de los
regímenes militares y civiles) e institucionales (ineficiencia de burocracia
estatal). Estas características tienden a recrearse en el contexto de la nueva
década.
Pero cualquiera sea la evolución comparada de Argentina y Brasil dentro del
MERCOSUR y la primacía que alcancen las orientaciones neo-desarrollistas, esta
asociación no ha dado lugar a mejoras populares. Por esta razón su resurgimiento
no se traduce en avances sociales, ni en una disminución de la desigualdad. Este
resultado induce a evaluar el rumbo de otros proyectos.
ALIANZA COOPERATIVA
La constitución de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) ha
sido una importante iniciativa de los últimos años. Esta asociación surgió
inicialmente con el intercambio que desarrollaron Venezuela y Cuba, pero
estimuló posteriormente el surgimiento de nuevos criterios cooperativos para
regular las relaciones económicas entre los países. Promueve sustituir los
principios de competencia y libre-comercio por normas de complementación y
solidaridad. Siguiendo estas reglas, Venezuela envía petróleo a Cuba a cambio de
actividades educativas y sanitarias, que no se remuneran por los precios
vigentes en el mercado internacional.
El ALBA pretende, además, perfilarse como un eje político antiimperialista. Los
viajes de Chávez han apuntado hacia esa dirección al desafiar las visitas que
realizó Bush. El mandatario venezolano promovió actos de rechazo al imperialismo
en países lindantes (Argentina, en Nicaragua, Haití, Jamaica y Bolivia) con las
naciones receptoras del presidente estadounidense (Brasil, Uruguay, México y
Colombia). Esta acción incentivó grandes movilizaciones antiimperialistas.
Durante el bienio 2005-2006 el ALBA se expandió lentamente, a través de los
convenios petroleros que Venezuela ofreció a los países más pequeños y pobres de
la región. Estos acuerdos se extendieron a otras áreas con Bolivia, mediante la
suscripción de un pacto más específico (TCP). Los acuerdos con Haití incluyeron
varias formas de asistencia, con Nicaragua se acordó el ingreso al ALBA (a pesar
del TLC que ese país mantiene con Estados Unidos) y con Ecuador se abrieron
varias negociaciones. El grueso de los países involucrados soporta índices de
miseria superiores al promedio regional y todos se caracterizan por una fuerte
presencia de la movilización social.
Durante el año pasado el ALBA fue impulsado por la decisión de cuatro países de
abandonar la comisión del arbitraje del Banco Mundial (CIADI) y formar
conjuntamente un banco de la asociación. Se ha constituido un consejo de
movimientos sociales que planea expandir el ALBA hacia las cooperativas, las
empresas recuperadas y ciertos bloques políticos afines. Pero la iniciativa
navega por aguas turbulentas, no sólo por la tensión política que sacude a
Venezuela y Bolivia, sino también por las propias vacilaciones de sus
impulsores.
Ciertos candidatos a integrarse al convenio como Ecuador buscan conciliar este
ingreso con el reflote del CAN (Comunidad Andina de Naciones), un organismo que
se ubica en las antípodas del proyecto antiimperialista. El CAN sucedió al Pacto
Andino como puente hacia la suscripción de los TLCs e incluye al gobierno
neoliberal de Uribe. La incompatibilidad del ALBA con este organismo salta a la
vista.
Esta iniciativa constituye un esbozo de unidad regional muy alejado de los
esquemas de integración que han propiciado las clases dominantes. Pero se ubica
en un nivel de gestación inferior a los principales proyectos en curso y afronta
el serio peligro de quedar sofocado por el MERCOSUR. Puede abortar antes de
constituirse como un organismo de peso, si la asociación comercial de Venezuela
con Argentina y Brasil se traduce en un congelamiento del ALBA.
Esta paralización se consumaría si las clases dominantes del Cono Sur logran
neutralizar al proceso bolivariano, amoldándolo a las reglas económicas y
exigencias políticas que gobiernan al MERCOSUR. Este objetivo promueven Kirchner
y Lula, en oposición a los sectores más derechistas de ambos países, que
impulsan el aislamiento de Venezuela. La primacía de uno u otro segmento no
depende sólo del tablero político, sino de también de los intereses económicos
en juego. Mientras que la burguesía brasileña tiene muchas opciones abiertas,
sus pares de Argentina han encontrado en el socio del Caribe un inesperado nicho
de negocios.
Pero ambos gobiernos trabajan para diluir el ALBA, acelerando por ejemplo la
simbólica suscripción de un convenio de libre comercio entre Israel y el
MERCOSUR. El significado político de este tratado es tan evidente como su
irrelevancia económica. Apunta a limitar los vínculos que ha Chávez establecido
con los palestinos y el mundo árabe. Esta política busca también diluir las
propuestas reformistas que se debaten en la región.
ENERGÍA Y FINANZAS
La aparición del ALBA coincide con medidas de nacionalización de los recursos
naturales en varios países de Sudamérica. En Venezuela el desplazamiento de la
alta burocracia de PDVSA revirtió el manejo transnacional de esa empresa y la
renegociación posterior de varios contratos permitió reforzar la presencia
estatal en este sector. En Bolivia la intención de nacionalizar los
hidrocarburos comenzó con un simbólico acto de fuerza (ocupación militar de los
yacimientos) y fue seguida por una dura renegociación de convenios con diez
compañías. Estas tratativas apuntan a recapturar la renta estatal luego de
varias décadas de privatización neoliberal.
Las estatizaciones son favorecidas por un encarecimiento del petróleo que
estimula el control nacional de este recurso (ya ejercido sobre el 77% de las
reservas mundiales) y afianza a las empresas estatales (que abarcan a 14 de las
20 principales compañías globales).
Las nacionalizaciones contrastan con el curso privatista que prevalece entre los
suscriptores de los TLCs y los líderes del MERCOSUR. En el primer grupo se
verifica un nuevo intento de traspasar Petróleos Mexicanos (PEMEX) al sector
privado. La compañía ocupa el sexto lugar en el ranking mundial del sector y
aporta el 40% de los recursos al presupuesto estatal. Pero desde hace 20 años
soporta un proceso de endeudamiento y vaciamiento programado, que tiende a
imponer una liquidación semejante a la perpetrada con YPF de Argentina durante
los años 90.
Luego de capturar esta empresa, REPSOL aprovechó las exploraciones ya realizadas
para desenvolver extracciones sin inversión que agotaron los yacimientos
conocidos. Consumada esa depredación la petrolera española ha decidido
diversificarse hacia otros países, transfiriendo una porción minoritaria del
paquete accionario a nuevos socios argentinos.
La nacionalización es el único medio para frenar esta variante de puro saqueo.
Pero en su implementación hay que forjar compañías estatales genuinas y no
fachadas formales, semejantes a PETROBRAS de Brasil. Esta empresa opera en el
ámbito del estado, pero el 60% de su paquete accionario está controlado por
fondos de inversión que cotizan en las Bolsas internacionales. Sus directivos
son acérrimos enemigos de cualquier iniciativa soberna y reaccionaron con furia
frente a la estatización resuelta por Bolivia. Han expresado públicamente la
misma irritación que los industriales de San Pablo, ya que ambos socios han
lucrado tradicionalmente con el gas barato del Altiplano. Los dos sectores
presionan a Lula para que adopte una actitud dura en la renegociación actual de
los contratos.
La nacionalización de la energía choca también con el aliento brasileño y
estadounidense a los biocombustibles. Para mantener el patrón de consumo
derrochador que ha impuesto la industria automotriz se incentiva una conversión
de alimentos en combustibles, que encarece la nutrición básica de la población.
La siembra para combustible afecta directamente a los hambrientos (53 millones
solo en Latinoamérica) y exige la utilización de agro-químicos, que generan
nefastos efectos sobre el medio ambiente. Especialmente el etanol producido en
Brasil en base de la caña de azúcar acentúa el desmonte de la Amazonia, la
expansión de un monocultivo y la concentración de la propiedad territorial.
Los choques entre proyectos energéticos estatales y privados amenazan también el
intento de gestar una red interconectada de gasoductos sudamericanos, ya que
Brasil ha bloqueado todas las iniciativas que afectan su hegemonía. Pero tampoco
los procesos de nacionalización presentan hasta ahora un perfil nítido. Los
problemas no radican sólo en el alcance de la estatización, sino también en el
destino asignado a la nueva renta. Estos recursos pueden impulsar el desarrollo
de una economía popular o favorecer los negocios de los grupos capitalistas. La
nacionalización es una condición necesaria, pero no suficiente para gestar
modelos productivos que beneficien a los oprimidos.
En la agenda de la unión latinoamericana el tema energético comparte la primacía
con el problema financiero. Aquí la deuda ocupa un lugar preeminente, pero
coyunturalmente menos explosivo. El prolongado crecimiento de los últimos años
ha bajado la incidencia de los pasivos, aunque esta disminución es más limitada
si toma en cuenta la tendencia a intercambiar deuda externa por interna.
Durante la década pasada se discutió en varias oportunidades la necesidad de
suspender los pagos. Las erogaciones actuales desaprovechan la oportunidad de
utilizar los recursos financieros acumulados para concretar mejoras populares.
Algunos gobiernos simplemente mantienen el cumplimiento puntual de los
compromisos sin revisar su contenido (Colombia, Perú). Otros han recurrido a
canjes para despejar los negocios de las clases dominantes, colocando bonos en
países de la región (Argentina con Venezuela). Estas operaciones han facilitado
pingues ganancias para los intermediarios financieros.
Pero también se ha evaluado un modelo de auditoria para distinguir las deudas
legítimas y considerar la suspensión de obligaciones de origen fraudulento. El
objetivo sería fijar un límite a estas erogaciones en función de prioridades
educativas y sanitarias (Ecuador). Estas medidas son indispensables en muchos
países chicos agobiados por la carga de la deuda. Los argumentos para
implementar estas medidas son abrumadores y existe jurisprudencia para exigir
indemnizaciones por operaciones ilegítimas. Pero este curso requiere retomar las
campañas generales por un frente de los deudores.
El mismo tipo de dilemas rodea a la iniciativa de un Banco del Sur. Esta entidad
es necesaria para asegurar la autonomía financiera de la región, orientar
préstamos hacia los sectores prioritarios y avanzar hacia la creación de una
moneda común. Un organismo de ese tipo permitiría evitar los condicionamientos
que imponen los acreedores externos asociados con el Banco Mundial y el BID.
El establishment de los banqueros se opone a esta iniciativa, argumentado que
ningún organismo protege a la zona de los contagios que desata una gran crisis.
Pero este criterio contradice sus alabanzas al FMI y los organismos
multilaterales. Es evidente que los financistas simplemente se oponen a
cualquier idea que afecte su parasitario negocio.
Tampoco Brasil se ha mostrado muy favorable al Banco del Sur, ya que teme perder
la primacía de su BNDES. Acepta un banco para actuar en situaciones de crisis,
pero no una entidad con propósitos de inversión consensuada. Frente a esta
resistencia Argentina impulsó el proyecto con Venezuela, buscando alumbrar un
organismo capitalizado con reservas y fondos de pensión. A estas negociaciones
finalmente se sumó Brasil y la entidad en creación actuaría como apéndice del
MERCOSUR. En este caso orientaría los créditos hacia las necesidades de las
multilatinas.
También se ha discutido un modelo impulsado por Ecuador de carácter más
cooperativo. Incluye la igualdad de voto en el directorio por países y no en
proporción al capital aportado, con el objetivo de financiar proyectos sociales
del sector público e infraestructuras de las regiones más rezagadas. Pero este
esquema no parece prosperar a medida que el banco asume formas concretas. Por un
lado gana terreno la idea de gestar un fondo mutuo de prevención, semejante al
creado en Asia por China, Japón y Corea y por otra parte Brasil está forzando un
diseño que no afecte su hegemonía regional.
POLITICAS DISTRIBUCIONISTAS
Las orientaciones económicas de los gobiernos nacionalistas radicales contienen
muchos componentes neo-desarrollistas, pero presentan un cariz más estatista y
una impronta distribucionista ausente en las administraciones de
centroizquierda.
El aumento del gasto social ha sido una prioridad en Venezuela, mediante
erogaciones que insumen casi la mitad del presupuesto. Estas coberturas se han
incrementado durante en la reciente coyuntura de alto crecimiento y políticas
fiscales expansionistas. La ampliación de las estatizaciones apunta también a
sostener este flujo de fondos hacia los sectores más empobrecidos.
Con el mismo propósito se extendieron las estatizaciones hacia otros sectores
(telefonía, electricidad, agua), pero negociando en todos los casos
indemnizaciones o consensuando nuevos contratos con los grupos empresarios. La
política de alta inversión pública y regulación estatal no vulnera los cimientos
de la economía capitalista y esta preservación abre serios interrogantes sobre
la consistencia y profundidad de las reformas sociales.
Pero, además, persisten los problemas estructurales de una economía
petrolero-rentista, históricamente afectada por el estancamiento agrario y la
bajísima industrialización. Se puso en marcha una reforma agraria que incide
sobre una porción menor de la tierra cultivable y no se ha logrado hasta ahora
contrarrestar la insuficiencia alimenticia También se han encarado varios
proyectos industriales, pero el ritmo y perfil de estas iniciativas no alcanzan
para resolver el desempleo, ni para ampliar significativamente la creación de
puestos de trabajo. Esta gestación es indispensable para superar la cultura de
derroche e ineficiencia legada por el modelo rentista.
El reformismo distribucionista coexiste con proyectos capitalistas, asentados en
alianzas internacionales con grandes multilatinas. Techint es por ejemplo
propietaria de una gran acería, que ha sido excluida de las nacionalizaciones.
Más relevante aún es la persistencia de los privilegios otorgados a los bancos,
que acumulan enormes ganancias de intermediación mediante la compra-venta de
títulos públicos. Estas operaciones enriquecen a la "boli-burguesía" que
prospera a la sombra del gobierno, exhibiendo niveles de ostentación propio de
la era neoliberal.
La política oficial de conflictos y concesiones hacia las clases dominantes se
traduce en fuertes tensiones económicas de corto plazo (inflación elevada,
escasa inversión privada, incertidumbre cambiaria, huida de capitales y
dificultades para administrar los controles de precios). Pero el mayor problema
de este clima son las manifestaciones de descontento popular, que pueden derivar
en la apatía política que tanto anhela la derecha. El neo-desarrollismo
reformista que se intenta en Venezuela es muy distinto de su equivalente
regresivo de Argentina o Brasil, pero es totalmente insuficiente para
desenvolver un proyecto de crecimiento con igualdad social.
También el gobierno de Bolivia busca transitar por un sendero que concilie la
introducción de mejoras populares con la continuidad del capitalismo. En los
últimos tres años la tasa de crecimiento repuntó junto a la expansión de las
exportaciones, pero el distribucionismo efectivo es muy estrecho en un país tan
pobre. En un contexto de generalizado predominio del trabajo informal, las
mejoras en el empleo y el salario han sido muy pequeñas. Los violentos choques
con la oligarquía –que intenta impedir el establecimiento de una renta estatal
para los jubilados- ilustran cuán tenso es el clima político que rodea a las
reformas.
Un área central de esta confrontación es la reforma agraria, que inicialmente se
restringía a una magra distribución de tierras fiscales. Un giro hacia reformas
radicales -afectando los latifundios en manos de corporaciones extranjeras-
permitiría cambiar de plano la dramática desigualdad que corroe al agro (el 87%
de tierra se encuentra en manos del 7% de población). También la deuda -que
hasta hace dos años equivalía a la mitad del PBI- es un área sensible, ya que
impone gravosos pagos de intereses.
Pero el futuro del proyecto reformista se juega en la nacionalización de los
hidrocarburos. Esta iniciativa comenzó con mucha fuerza, pero se está diluyendo
en un curso muy tenue. El gobierno ha logrando renegociar contratos con mayores
regalías para el estado, pero abona indebidas indemnizaciones, cancela juicios
contra las compañías y acepta en la letra chica de los nuevos convenios, muchas
exigencias de esas empresas. Además, mientras extiende las nacionalización con
indemnizaciones a sectores cuya prioridad y conveniencia son discutibles
(telecomunicaciones, ferrocarriles), acepta contrataciones privadas en áreas
estratégicas de la minería.
El intento de combinar neo-desarrollismo con redistribución del ingreso se
inspira en la hipótesis de superar el atraso del país, con la reconversión
industrial de la renta que generan los hidrocarburos. Pero la experiencia ha
demostrado cuán reducido es el margen para avanzar hacia este objetivo, en los
países periféricos que preservan el capitalismo.
En Bolivia se verifican todas las contradicciones del distribucionismo en
regiones acosadas por la miseria. Este intento precipita furibundas tensiones
con la oligarquía, sin garantizar la implementación de las medidas populares
perentorias. Si se persiste en este camino intermedio, puede perderse la
oportunidad para introducir las transformaciones sociales requeridas para
revertir la historia de opresión y despojo que ha padecido el Altiplano.
En Ecuador todas las expectativas de cambio se concentran en las reformas que
discutirá la Asamblea Constituyente (reducción de la autonomía del Banco
Central, consagración de la propiedad pública del agua potable y las
telecomunicaciones, etc). Pero esta instancia representa tan solo un campo de
confrontación en la batalla por introducir mejoras sociales. Ecuador no tiene la
espalda petrolera de Venezuela, pero cuenta con un margen de acción política
superior al vigente en Bolivia. Es un país pequeño y pobre, tradicionalmente
dominado por las oligarquías de la costa y la sierra, que ha sufrido una crisis
económica de proporciones bíblicas (exilio económico de un millón y medio de
personas, desempleo de dos tercios de la población económicamente activa).
El nuevo gobierno ha priorizado el gasto social (duplicando las erogaciones en
el principal bono de asistencia) e introdujo ciertas mejoras en la educación,
los salarios y el cobro de impuestos. Pero en el punto crítico de la deuda
persisten las oscilaciones entre pagar, introducir un canje o implementar en
forma consecuente una auditoría. Los desembolsos comprometen un elevado
porcentaje del presupuesto y representan una dura sangría para el país.
Las mismas indefiniciones se observan en el terreno de los contratos petroleros.
No se habla de nacionalizar y persiste un modelo de exportación de crudo e
importación de derivados. Tampoco ha sido abandonado el proyecto geopolítico de
conformar un eje Manta-Manaos, que convertiría a Ecuador en un país de tránsito
entre Brasil y China. La expectativa de resolver los problemas estructurales con
los ingresos del petróleo carga con la misma cuota de ilusiones que presenta
este proyecto en el Altiplano.
Las disyuntivas que enfrentan Venezuela, Bolivia y Ecuador se dirimen en el
terreno político y reproducen los dilemas afrontados en el pasado por todos los
gobiernos nacionalistas radicales. Estas encrucijadas tuvieron desenlaces
negativos de golpes derechistas (Chile con Pinochet), retornos electorales de
los conservadores (Nicaragua luego del Sandinismo) o involuciones hacia formas
de capitalismo de estado (revolución mexicana). La repetición de estos
escenarios constituye el principal peligro de estos procesos, que también
podrían avanzar por un camino anticapitalista.
RADICALIZACIÓN SOCIALISTA
Las políticas distribucionistas asociadas con programas de unidad regional
cooperativa constituyen eslabones potenciales de la unidad socialista de América
Latina. Pero este curso requiere adoptar drásticas medidas de redistribución del
ingreso y reducción de la desigualdad a favor de los oprimidos. Esta orientación
implica sustituir el barómetro de la ganancia empresaria por un criterio de
satisfacción de las necesidades populares.
La prioridad de este programa es resolver los dramas sociales de una región
corroída no solo por la pobreza, el desempleo y la explotación. América Latina
soporta también un abismo de desigualdades sociales, superior a cualquier otra
zona del planeta. La diferencia que separa al 10% más rico del 10% más pobre
alcanza 157 veces en Bolivia, 57 veces en Brasil, 76 veces en Paraguay, 67 veces
en Colombia, 46 veces en Ecuador y 39 veces en Chile. El caso brasileño es más
significativo por la dimensión y poderío económico del país. Allí el 10 % más
rico posee casi el 75% de la riqueza total, mientras que el 90% más pobre se
queda solamente con el 25%.
La juventud de la región sufre estos tormentos sociales en forma redoblada, al
soportar una a tasa de desempleo que duplica el promedio general. Hay más de 50
millones de jóvenes fuera del sistema educativo y 20 millones de menores de 14
años trabajando en condiciones infrahumanas. La unidad regional carece de
sentido si no avanza hacia la resolución inmediata de estas desgracias. Ese
proyecto únicamente conquistará legitimidad popular, mediante estrechos
compromisos con la adopción de reformas sociales radicales.
Este rumbo exige adoptar políticas económicas de izquierda que apuntalen una
transición anticapitalista, mediante contundentes batallas contra el
neoliberalismo y el imperialismo. El secreto de este proyecto no radica en algún
instrumento económico (como el fiscalismo progresivo), sino en la decisión de
oponerse al capitalismo y avanzar hacia el socialismo. Esta dinámica de
radicalización política siguió la revolución cubana y aunque los ritmos actuales
difieren del pasado, una prolongación del status quo impedirá transitar ese
camino de emancipación social.
La disyuntiva real no gira en torno al modelo económico, sino al sistema social.
El socialismo es la única alternativa efectiva frente al neoliberalismo del ALCA
y el neo-desarrollismo del MERCOSUR. Esta perspectiva ha reaparecido en América
Latina y exige una acción conjunta, basada en propuestas de gestación de una
sociedad igualitaria. Esta perspectiva se contrapone al imaginario neoliberal de
mercado perfecto y al ideal keynesiano de regulación estatal.
Las rebeliones sociales permiten desenvolver este proyecto y avanzar hacia la
reconversión de las resistencias populares en alternativas radicales. El
socialismo constituye esa opción, frente a la crisis de la hegemonía neoliberal
y la erosión del intervencionismo imperialista. América Latina transita por una
nueva etapa histórica y volverá a dirimir su futuro entre dos perspectivas:
recrear la opresión o liberar a la sociedad de la tiranía del capital.
Buenos Aires, 13-3-08
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Fuente: lafogata.org