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Econom�a

Integraci�n o unidad latinoamericana

Claudio Katz

Integraci�n y unidad latinoamericana son conceptos diferentes. Mientras que el primer t�rmino alude a convenios comerciales, la segunda noci�n sintetiza un viejo anhelo de asociaci�n pol�tica. Esta distinci�n nunca fue estricta y muchos promotores de ambos proyectos han utilizado una u otra denominaci�n. Pero, en general, la integraci�n es un estandarte de los empresarios que negocian aranceles y la unidad es una bandera antiimperialista de las organizaciones populares.
Esta diferencia se corrobora, en la actualidad, en los proyectos que impulsan los movimientos sociales o corrientes antiimperialistas y en los programas que propician las clases dominantes. En el primer caso se promueve la unidad para coordinar la resistencia popular e incentivar aumentos de salarios, auxilios a los peque�os campesinos y medidas favorables a la salud y la educaci�n p�blica. El objetivo es proyectar a escala regional los logros sociales obtenidos en cada pa�s.
La integraci�n es en cambio alentada por las clases dominantes, como un medio para afrontar la mundializaci�n con mayor competitividad e incremento de las ganancias. La internacionalizaci�n obliga a los grandes grupos capitalistas a asociarse en bloques o perecer en soledad.
Semejante disparidad de objetivos determina el perfil del ALCA, el MERCOSUR y el ALBA. Estas opciones se encuentran ligadas a gobiernos conservadores, centroizquierdistas y nacionalistas radicales. Uribe (Colombia), Lula (Brasil) o Kirchner (Argentina) y Ch�vez (Venezuela) son los presidentes m�s representativos de estos proyectos.
Los conservadores propician cursos neoliberales y pol�ticas pro-norteamericanas, recurren a la represi�n y se oponen frontalmente a cualquier mejora social. Los centroizquierdistas mantienen relaciones ambiguas con el imperialismo y toleran las conquistas democr�ticas, pero obstaculizan el logro de reivindicaciones populares. Los nacionalistas radicales sobrellevan fuertes conflictos con Estados Unidos, chocan con las burgues�as locales e intentan una redistribuci�n progresiva del ingreso.
Pero estas tres orientaciones -que promueven metas de libre-comercio, regionalismo y cooperativismo- deben lidiar con la nueva coyuntura que ha creado el temblor financiero internacional.

UNA CRISIS EN EL CENTRO

Durante los a�os 90 las crisis econ�micas que sacudieron a Latinoam�rica empujaron a un segundo plano los proyectos de asociaci�n regional. Posteriormente estos programas resurgieron junto al crecimiento, pero actualmente afrontan un escenario signado por la crisis en los pa�ses centrales.
Esta turbulencia se origin� en las fuertes quiebras del sector inmobiliario estadounidense y se ha expandido a todo el circuito financiero, afectando la solvencia de los bancos. Los distintos intentos oficiales de contener la epidemia han resultado infructuosos. La reducci�n de las tasas de inter�s, el fondo de rescate timoneado por las grandes entidades y el auxilio a los deudores m�s solventes no han frenado el tobog�n recesivo. Tampoco la socializaci�n de p�rdidas con socorros oficiales neutraliza un desplome de gran impacto social, si conduce a la masiva ejecuci�n de las viviendas hipotecadas.
El freno productivo es m�s grave que el registrado en las dos �ltimas recesiones (1991 y 2001) y declinaciones financieras (ca�da burs�til de 1987 y burbuja tecnol�gica en el 2001). Las contradicciones que corroen a la primera potencia han reducido dr�sticamente su margen para exportar desequilibrios a las econom�as rivales o a los pa�ses dependientes.
Estados Unidos soporta una escalada ascendente de los precios provocada por el d�ficit p�blico y el encarecimiento de los insumos importados. Necesita repetir la reducci�n de tasas de inter�s que contuvo las desaceleraciones anteriores, sin cortar la atracci�n de capitales extranjeros que financia el desequilibrio presupuestario. Tambi�n debe controlar la devaluaci�n que genera ese desajuste, para que la atenuaci�n del d�ficit comercial con mayores exportaciones no amenace la afluencia del cr�dito internacional.
El retroceso geopol�tico de Estados Unidos torna muy dif�cil el manejo de estas variables. A principios de la d�cada el imperialismo norteamericano contrarrest� las tendencias recesivas con una exhibici�n de hegemon�a militar y autoridad pol�tica, pero el fracaso de Irak obstruye la repetici�n de ese modelo. El pantano b�lico en Medio Oriente le ha quitado fuerza para imponer exigencias a los acreedores extranjeros, que ya controlan el 50 % de los bonos del Tesoro.
La recesi�n norteamericana tiende a expandirse hacia todas las econom�as avanzadas por la gravitaci�n de un pa�s que aporta el 20% del PBI global, centraliza las finanzas en Wall Street y acapara el 45% del gasto b�lico internacional. El contagio tiende a acentuarse por los obst�culos que enfrenta una acci�n coordinada del Banco Central Europeo con la Reserva Federal. Este desencuentro expresa el novedoso papel que juega el euro como una moneda rival del d�lar e ilustra los efectos de la pol�tica monetaria dura que prevalece en el Viejo Continente. Esta rigidez apunta a homogenizar la diversidad de situaciones nacionales, que peri�dicamente socavan la cohesi�n de la Uni�n Europea.
Habr� que ver si Estados Unidos puede disciplinar a su gran competidor, con las armas que utiliz� en la d�cada pasada para neutralizar el desaf�o de Jap�n. Esta potencia asi�tica tampoco aporta un contrapeso significativo al actual ciclo econ�mico descendente. Su influencia ha decrecido desde que sucumbi� ante las presiones monetarias y comerciales del protector militar norteamericano. Recay� en un prolongado estancamiento, cuya finalizaci�n coincide ahora con la reca�da recesiva internacional.

EL ASCENSO DE LA SEMI-PERIFERIA

La crisis actual afecta principalmente a los centros de la econom�a mundial y no a los pa�ses dependientes, que protagonizaron las grandes turbulencias de los a�os 90. Este desplazamiento del ojo del hurac�n converge con la eventualidad de un contrapeso sustentado en el papel de ciertas econom�as semiperif�ricas. La discusi�n sobre el rol de China en un posible desacople del ciclo mundial constituye una hecho sin precedentes.
Pero no es lo mismo escapar del temblor que contrarrestarlo. El gigante asi�tico podr�a independizarse del impacto recesivo, pero tiene poca capacidad para contrabalancear un freno en el 75% del PBI mundial, que concentran Estados Unidos, Europa y Jap�n. El cambio de modelo exportador hacia un esquema consumidor que se augura para China socavar�a, adem�s, la baratura de la fuerza de trabajo que ha solventado el crecimiento de las �ltimas dos d�cadas. Un giro hacia esa nueva estructura constituye una eventualidad de largo plazo, que no resuelve las urgencias de la recesi�n actual.
La centralidad asignada a China se extiende a otras econom�as semiperif�ricas de envergadura (India, Rusia, Brasil), pero no al conjunto de las naciones dependientes. S�lo un reducido bloque de pa�ses denominados BRICs ha ganado peso global, como resultado de dos procesos: la industrializaci�n exportadora sostenida en bajos salarios y el aumento de los precios de las materias primas.
El primer curso prosper� especialmente en China en un contexto de internacionalizaci�n productiva, consolidaci�n de las corporaciones transnacionales y generalizaci�n de pol�ticas neoliberales. Estas orientaciones alentaron la competencia internacional por fabricar una amplia gama de productos, con sueldos irrisorios y altos niveles de explotaci�n.
El segundo proceso de encarecimiento de las materias primas ha favorecido a los grandes exportadores de petr�leo, minerales o cereales y constituye el resultado de un ciclo ascendente iniciado hace seis a�os. Esta fluctuaci�n combina alzas coyunturales con una reversi�n del fuerte descenso precedente (1997-2002). Pero tambi�n pesa la demanda estructural generada por la industrializaci�n asi�tica y la depredaci�n de recursos naturales que impone la hiper-competencia capitalista.
La expansi�n productiva y comercial de la semiperiferia aument� la gravitaci�n financiera de sus protagonistas. El papel de los fondos soberanos asi�ticos en el socorro de los bancos estadounidenses y la novedosa presencia de empresas multinacionales de ese origen constituyen dos expresiones de ese ascenso. Por el momento no se sabe si este avance desembocar� en la consolidaci�n de nuevas clases dominantes o concluir� con una abrupta contraofensiva de las potencias centrales.
Este segundo escenario de reacci�n imperialista predomin� entre 1975 y 1982, luego de la etapa de encarecimiento de las materias primas, auge de los petrod�lares y retroceso militar norteamericano post-Vietnam. Durante ese per�odo existi� una gran expectativa de constituir un Nuevo Orden Econ�mico Internacional, asentado en la influencia alcanzada por el centenar de pa�ses que compon�a el bloque de los No Alineados.
Pero Reagan y Thatcher sepultaron esta esperanza mediante atropellos neoliberales, despliegues militares y aumentos de las tasas de inter�s. Ese golpe monetario provoc� el desplome de exportaciones y la explosi�n de endeudamiento del Tercer Mundo, que condujeron a dos d�cadas de regresi�n en Am�rica Latina, �frica, Europa del Este y el mundo �rabe. �Se repetir� esta contra-ofensiva? Las fuerzas para implementarla comienzan a prepararse, aunque con cartuchos neoliberales m�s humedecidos.
Al igual que el resto de la periferia la econom�a latinoamericana es receptora y no generadora de la crisis actual. Se encuentra m�s protegida de este temblor que en los a�os 80 o 90, pero a diferencia de China o el sudeste asi�tico no sustenta ese resguardo en un perfil industrial internacional competitivo. La regi�n sufri� el impacto devastador de la apertura, las privatizaciones y la desregulaci�n, mantiene bajas tasas de inversi�n y niveles de crecimiento inferiores a otras zonas perif�ricas.
La desigual dependencia que mantiene cada econom�a latinoamericana con el motor estadounidense determina un efecto diferente de la recesi�n en curso. Mientras M�xico y Centroam�rica se encuentran muy atados a ese epicentro, el Cono Sur es m�s aut�nomo. Esta asimetr�a es muy visible en el comercio exterior con Estados Unidos (80% M�xico, 20% Brasil y 10% Argentina) y en la incidencia de las remesas de los emigrantes (muy superior en el hemisferio norte). Tambi�n el encarecimiento de las materias primas es contradictorio. Los beneficios que obtienen algunos exportadores latinoamericanos constituyen padecimientos para los importadores regionales de los mismos productos.
A pesar del aumento de las reservas que se verifica en todas las econom�as latinoamericanas, la transmisi�n financiera de la crisis tiende a ser despareja. La desvalorizaci�n del d�lar y la "fuga hacia la calidad" de los t�tulos p�blicos constituyen dos graves amenazas para las naciones m�s vulnerables. Los pa�ses que deben refinanciar su deuda se encuentran adem�s afectados por el encarecimiento del cr�dito, que acompa�a a las turbulencias burs�tiles.
Pero todo depender� en �ltima instancia de la magnitud de la crisis. Am�rica Latina puede digerir una desaceleraci�n coyuntural de la econom�a estadounidense, pero no una depresi�n profunda del mercado mundial. El escenario que predomine influir� significativamente sobre todos los proyectos de asociaci�n regional.

AGOTAMIENTO DEL LIBRECOMERCIO

La crisis en curso socava todas las distintas iniciativas de libre-comercio que no pudieron encarrilarse luego del fracaso del ALCA. Esta asociaci�n fue concebida a principios de los a�os 90 para apuntalar a las corporaciones estadounidense y sus socios locales, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Se intentaba reforzar una dominaci�n imperialista cl�sica, combinando los viejos argumentos de las ventajas naturales con los nuevos espejismos de las privatizaciones.
Este esquema exclu�a la nivelaci�n de los mercados de trabajo, el establecimiento de monedas comunes y la introducci�n de fondos de compensaci�n para regiones desfavorecidas. Ampliaba las ganancias de los exportadores y las firmas m�s internacionalizadas, en desmedro de los sectores m�s dependientes de cada mercado interno. El proyecto qued� enterrado por conflictos entre empresarios, divergencias entre gobiernos y resistencias populares.
El gobierno de Bush busc� contrarrestar este resultado con la sustituci�n del convenio �nico por acuerdos espec�ficos. Ya se han suscripto tratados con ocho pa�ses (M�xico, Chile, Centroam�rica) que generaron desprotecciones muy semejantes en los pa�ses latinoamericanos. Las monumentales asimetr�as con el gigante del norte han provocado dram�ticas consecuencias en el terreno agr�cola, laboral o ambiental. Actualmente se negocian varios TLCs (Colombia, Per� y Panam�), mientras que otros quedaron suspendidos (Ecuador) y algunos formalmente aprobados enfrentan una activa oposici�n popular (Costa Rica).
Los tratados sufren tambi�n un creciente rechazo dentro de Estados Unidos. Los sindicatos y las empresas orientadas al mercado interno objetan el aumento del desempleo y la emigraci�n de firmas hacia pa�ses con menores salarios. La mayor�a dem�crata en el Congreso retacea la aprobaci�n de estos convenios, cu�ndo han caducado los mecanismos de v�a r�pida que utiliz� Bush para viabilizarlos. La cr�tica a los TLCs se ha generalizado y existe una fuerte presi�n para revisar espec�ficamente el NAFTA con M�xico.
Esta oposici�n expresa la p�rdida de iniciativa imperialista que acompa�� al ocaso de Bush. Sus �ltimas giras por Latinoam�rica desataron la burla de la propia prensa metropolitana, que compar� los magros r�ditos de estos viajes con las impactantes visitas realizadas en los a�os 60 por Eisenhower o Kennedy. Incluso se han deteriorado las alianzas que estableci� el Departamento de Estado con presidentes derechistas como Calder�n, ante la creciente persecuci�n que sufren los indocumentados mexicanos. Las migajas de asistencialismo que ofrece la primera potencia para atenuar la pobreza regional (becas, ayuda), solo despiertan risas e irritaci�n. Por estas razones Am�rica Latina se ha convertido en un gran escenario de manifestaciones antiimperialistas.
Resulta dif�cil dilucidar si el debilitamiento estadounidense favorecer� la expansi�n de los tratados de libre-comercio con Europa. La imagen de benevolencia que rodea a estos convenios ha quedado categ�ricamente desmentida por la letra chica de los acuerdos firmados con Chile, M�xico o el MERCOSUR. En estos pactos est�n presentes las mismas exigencias neoliberales de propiedad intelectual, reducci�n arancelaria y protecci�n de inversiones que caracterizaban al ALCA. Otro ejemplo de esta similitud se verifica en los nefastos efectos que generaron las privatizaciones perpetradas por empresas del Viejo Continente. En materia de aranceles o subsidios discriminatorios hacia las exportaciones latinoamericanas, la pol�tica comercial europea es un calco de la acci�n estadounidense.
Pero las prioridades geopol�ticas de las corporaciones europeas se ubican en otras zonas del planeta (Este Europeo o �frica). Estas compa��as no aspiran a desafiar la hegemon�a regional de la primera potencia, aunque buscan participar en muchos negocios rentables de Sudam�rica. El retroceso estadounidense podr�a abrirles una ventana para esta intervenci�n, siempre que el agravamiento de la recesi�n no incremente el proteccionismo comercial en el Viejo Continente.
En cualquier alternativa Espa�a continuar� jugando un rol importante, puesto que concentra el 50% de las inversiones europeas en Latinoam�rica. Los capitalistas ib�ricos reorientaron hacia sus viejos dominios coloniales, gran parte de los fondos de compensaci�n que recibieron durante la unificaci�n del Viejo Continente. Lograron capturar importantes tajadas de las privatizaciones (bancos, telecomunicaciones, energ�a) y crearon peque�as multinacionales de cierto peso global (Endesa, Repsol, Telef�nica) y fuerte sost�n financiero (BBVA, Caixa, BSCH). Esta presencia ha generado un influyente lobby de firmas, que presiona a todos los gobiernos para lograr privilegios en electricidad (Nicaragua), tarifas (Argentina) o explotaci�n petrolera (Bolivia). Cu�ndo el Rey recurre a la altaner�a colonialista ("Ch�vez, por qu� no te callas") alza la voz en nombre de este grupo capitalista.
Pero en el tablero del libre-comercio tambi�n despunta China. Sus primeras incursiones han sido tan inesperadas, como su incipiente gravitaci�n en puntos estrat�gicos del comercio exterior (Panam� y Ecuador). Las empresas asi�ticas est�n particularmente interesadas en ampliar la explotaci�n intensiva de los recursos naturales, que ya practican en �frica. En las negociaciones de tratados con Brasil y Argentina pudo notarse la actitud de gran potencia que adopta China, cu�ndo demanda garant�as para exportar y salvaguardas para importar.
Pero estos avatares no modifican el agotamiento de la euforia en el libre comercio que predomin� durante la d�cada pasada. Con el fracaso del ALCA perdieron fuerza las privatizaciones y desregulaciones m�s descontroladas. Esta crisis se proyecta a numerosos planos de la pol�tica econ�mica.

DETERIORO DEL NEOLIBERALISMO

Las obstrucciones que enfrentan los TLCs convergen con la declinaci�n del neoliberalismo extremo. Ya no est� de moda la desregulaci�n de los mercados y la apertura comercial de los a�os 90. Durante ese per�odo se perpetr� en Am�rica Latina �al igual que el resto del mundo- una ofensiva del capital sobre el trabajo tendiente a revertir la contracci�n de la tasa de ganancia. Pero el resultado de esa agresi�n en la regi�n fue muy contradictorio.
Las clases dominantes lograron deteriorar las conquistas sociales de los trabajadores, redujeron los salarios, aumentaron el desempleo y ampliaron la desigualdad. Pero no pudieron transformar estos �xitos patronales en una base s�lida de la acumulaci�n, en comparaci�n a otras zonas de la periferia. En este plano se observa una diferencia sustancial entre la regi�n y el Sudeste Asi�tico. La agresi�n patronal precipit�, adem�s, un malestar popular que incentiv� las rebeliones sociales y cambios gubernamentales que han modificado el rostro pol�tico de la zona.
La crisis del neoliberalismo extremo obedece tanto a la reacci�n por abajo, como a la gran p�rdida de cohesi�n por arriba. La apertura comercial y desregulaci�n financiera afectaron la competitividad de muchos grupos capitalistas y provocaron p�rdidas de posiciones en el mercado mundial. Bajo el efecto de sucesivas crisis, la expansi�n internacional de importantes sectores patronales qued� obstruida. Esta limitaci�n se verific� en el estancamiento del PBI per capita, en la ca�da de la inversi�n extranjera y en el desbordante endeudamiento de la d�cada pasada.
Estos efectos no han anulado el perdurable rol del neoliberalismo como instrumento de agresi�n a los trabajadores. Tampoco han disipado su preeminencia econ�mica en distintos pa�ses. Varios gobiernos derechistas (como Uribe y Calder�n) �acompa�ados por el creciente ingreso de grandes empresarios a la pol�tica (Fox en M�xico, Saca en El Salvador, Pi�era en Chile, Macri en Argentina, Noboa en Ecuador)- preservan cursos neoliberales. Estas orientaciones benefician a los bancos, a las empresas privatizadas y a los grupos exportadores de materias primas. Pero tambi�n en estos pa�ses comienza a despuntar la misma tendencia hacia la estatizaci�n y el aumento del gasto p�blico que se verifica a escala global.
Este acomodamiento se extiende, adem�s, a ciertas administraciones de centroizquierda que profesan el social-liberalismo. Especialmente Bachelet recompone en Chile un esquema econ�mico heredado del pinochetismo y la Concertaci�n. Con un gabinete de tecn�cratas librecambistas implementa ajustes que perpet�an la inserci�n del pa�s como exportador de minerales, fruta, pescado y maderas.
Pero lo ocurrido en Chile tambi�n demuestra que neoliberalismo no es sin�nimo de estancamiento. Esta pol�tica econ�mica puede generar la regresi�n absoluta que se observ� en Argentina, o el crecimiento social polarizado que se verific� en la naci�n trasandina. Es importante reconocer esta variedad de resultados, para recordar que el problema de la regi�n no es el crecimiento sino los beneficiarios de ese avance.
El producto bruto aument� durante dos d�cadas en Chile junto a la desigualdad social. Por esta raz�n la quinta parte m�s rica de la poblaci�n se apropia actualmente del 56% del ingreso nacional, mientras que el quinto m�s pobre s�lo obtiene el 4% de ese total. La precarizaci�n laboral es pavorosa (s�lo el 10% de trabajadores participa en las negociaciones colectivas) y la privatizaci�n de las jubilaciones le que quitado protecci�n social al 50% de trabajadores. Si este cuadro est� cambiando es por el importante resurgimiento de las huelgas y las sublevaciones estudiantiles.
El prolongado crecimiento chileno bajo el neoliberalismo obedeci� a las peculiaridades de una econom�a complementaria de Estados Unidos, que presenta una talla inferior a los pa�ses m�s industrializados de la regi�n. Las clases dominantes impusieron el debilitamiento de los sindicatos y aprovecharon tanto la derrota popular, como la apoyatura social que logr� la dictadura entre sectores de la clase media. Sobre estas bases preservaron la estatizaci�n del cobre y las reformas en el agro, como parad�jicos complementos del neoliberalismo.
El ejemplo chileno confirma que bajo el capitalismo el crecimiento no es patrimonio de un s�lo modelo. Esa expansi�n es compatible con una gran diversidad de esquemas, cuyos frutos dependen en mayor medida de las condiciones objetivas que de las pol�ticas econ�micas. La ventaja que presenta cada pa�s para la acumulaci�n, su lugar en mercado mundial y la funcionalidad de sus recursos son m�s determinantes de ese resultado, que el grado de liberalismo o antiliberalismo predominante.

RESURGIMIENTO REGIONALISTA

El repliegue del libre-comercio contrasta con el reflote del regionalismo que encarna el MERCOSUR. Este reforzamiento expresa un giro de las principales clases dominantes de Sudam�rica, que tienden a tomar distancia de la ortodoxia neoliberal en favor de cursos econ�micos m�s estatistas y aut�nomos del capital financiero internacional. Este viraje constituye una reacci�n frente a la p�rdida de competitividad, que durante la d�cada pasada impuso la fuerte concurrencia extra-regional y la desnacionalizaci�n del aparato productivo.
Este giro transforma al MERCOSUR. La asociaci�n fue propiciada en los a�os 80 por las empresas transnacionales del Cono Sur para abaratar costos y reducir los aranceles, que obstaculizaban los procesos de fabricaci�n articulados entre varios pa�ses. Se busc�, adem�s, contrarrestar la estrechez de los mercados nacionales mediante una producci�n a escala regional.
Pero el convenio ya dej� atr�s este prop�sito inicial y se ha convertido en un proyecto estrat�gico del conjunto de las clases dominantes. En este punto existe una clara diferencia con el ALCA y los tratados bilaterales. Los principales grupos empresarios locales mantienen una relaci�n de rivalidad y asociaci�n con el capital externo y propician el MERCOSUR como punto de conciliaci�n entre ambas tendencias. En la medida que estos sectores no se han disuelto en la transnacionalizaci�n del capital deben dotarse de organismos afines a sus intereses.
Pero las clases dominantes de Sudam�rica son internacionalmente d�biles y su MERCOSUR enfrenta varios obst�culos estructurales. El tratado no ha logrado gestar autoridades estatales supranacionales y est� sometido a la presi�n disgregadora que imponen los negocios extra regionales. Al conformar una entidad localizada en la periferia, Brasil no cumple el rol econ�mico de Alemania y Argentina no juega el papel pol�tico que tiene Francia en el Viejo Continente. El acuerdo opera como Uni�n Aduanera precaria y Zona de Libre Comercio incompleta y su Parlamento regional permanece inactivo.
El MERCOSUR afronta m�ltiples conflictos internos que socavan su cohesi�n. Persisten las rivalidades comerciales entre Argentina y Brasil, que derivan del retroceso competitivo del primer pa�s frente al segundo. Desde el 2003 el saldo comercial ha sido negativo para Argentina, a pesar del super�vit que mantiene ese pa�s con el resto del mundo. Argentina crece m�s que su vecino, pero su inferior competitividad lo obliga a importar m�s productos elaborados.
El tratado ha quedado, adem�s, muy afectado por la controversia que suscit� la instalaci�n uruguaya de plantas contaminantes de celulosa (de la empresa finlandesa Botnia) en la frontera con Argentina. El conflicto no pudo resolverse dentro del bloque y ha quedado sometido a un arbitraje de la Corte de La Haya. La instalaci�n de la f�brica se consum� a trav�s de un acuerdo bilateral (Uruguay-Finlandia), que rompe los principios de complementaci�n del MERCOSUR.
El trasfondo del problema son las disparidades regionales que empujaron a Uruguay a considerar un eventual acuerdo bilateral con Estados Unidos. Este convenio es improbable, ya que no incluir�a la apertura del principal mercado mundial para los productos agr�colas o ganaderos de la Rep�blica Oriental. Es dif�cil que Uruguay renuncie al comercio m�s pr�ximo y seguro que mantiene con Brasil y Argentina y algo semejante ocurre con Paraguay.
Pero el MERCOSUR es un gran cerrojo para las econom�as reducidas y por esta raz�n Bolivia elude el ingreso a la asociaci�n. La tendencia a tantear acuerdos por fuera del tratado incluye, adem�s, una negociaci�n de Argentina con M�xico, que afecta la cohesi�n de la asociaci�n, ya que involucra convenios unilaterales con un socio privilegiado de Estados Unidos.
Sin embargo ninguno de estos conflictos ha impedido el actual resurgimiento del MERCOSUR. Este fortalecimiento expresa a escala regional, el mayor espacio global conquistado por las clases dominantes de la semiperiferia. Al igual que sus pares de otras zonas, los gobiernos sudamericanos cuentan con significativos excedentes comerciales y acumulan grandes reservas en los bancos centrales.
El reflote del MERCOSUR expresa, adem�s, la novedosa expansi�n de las empresas transnacionales de base local. Las llamadas "multilatinas" o "translatinas" son compa��as pertenecientes a capitalistas sudamericanos con fuertes inversiones externas y negocios a escala regional. Se han internacionalizado a un ritmo muy acelerado, concretando inversiones fuera de sus pa�ses por 40.091 millones de d�lares en el 2006, es decir un volumen 120% superior al a�o anterior.
Varias firmas brasile�as integran este pelot�n (Ameristeel, Petrobr�s, Odebrecht), con dos compa��as (Petrobr�s y Vale do R�o Doce) que han logrado situarse entre las 25 empresas no financieras m�s grandes del mundo. Durante el a�o 2006 las inversiones realizadas en el exterior por las empresas brasile�as superaron el ingreso de capitales al pa�s.
Pero tambi�n algunas empresas mexicanas (Telmex, Cemex) y localizadas en Argentina (Techint) desenvuelven una din�mica semejante. Esta �ltima firma encontr� un nicho espec�fico en la industria sider�rgica y se ha expandido a M�xico, Estados Unidos, Venezuela y Rumania. Al igual que las restantes multilatinas, su prioridad es el mercado global o regional y no la industrializaci�n nacional.
El complemento de este florecimiento es el repentino surgimiento de nuevos ricos como Slim en M�xico, que ya disputa un puesto entre los millonarios m�s poderosos del continente. Los potentados brasile�os subieron varios escalones (de la posici�n 18 a la 14) en ese ranking entre el a�o 2003 y 2005.
Los due�os de la mutilatinas ya no pertenecen a la vieja burgues�a nacional latinoamericana que priorizaba el mercado interno y el desarrollo end�geno. Pero tampoco conforman una prolongaci�n del capital extranjero. No est�n totalmente transnacionalizadas. Son un sector del capital local asociado con banqueros e industriales del Primer Mundo
El rol hegem�nico de Brasil en este enjambre no se limita solo a la preeminencia de compa��as y millonarios de ese origen, ni a la creciente relevancia de ese pa�s como exportador de bienes agr�colas e industriales b�sicas. El mismo liderazgo se observa en la conducci�n brasile�a de todas las negociaciones geopol�ticas (conformaci�n de un bloque Sur-Sur, alianzas con India, China y Sud�frica) y comerciales ("Grupo de 20" en la OMC).
El correlato de este protagonismo es la presencia militar creciente del pa�s (construcci�n de submarinos, reactivaci�n del plan nuclear, acuerdos militares con Francia, comando de las tropas latinoamericanas en Hait�) y su pretensi�n diplom�tica de ocupar un lugar en Consejo de Seguridad de la ONU.
Brasil ha reformulado a su favor el fara�nico proyecto de 507 obras de infraestructura por 70 mil millones de d�lares, que intenta conectar el Atl�ntico con el Pac�fico sin pasar por el canal de Panam�. Esta red de hidrov�as y carreteras denominada IIRSA ha sido asumida por las grandes empresas brasile�as como un proyecto estrat�gico. El plan ser� solventado en un 62% por recursos p�blicos, provocar�a devastadores efectos ecol�gicos y acrecentar� la subordinaci�n de los pa�ses vecinos.
Pero la perspectiva de un MERCOSUR bajo total hegemon�a brasile�a no es un proyecto cerrado. Las elites del principal pa�s sudamericano contin�an jugando a dos puntas y no definen un lineamiento categ�rico. Oscilan entre el liderazgo zonal y la b�squeda unilateral de socios privilegiados por todo el planeta. Esta vacilaci�n se traduce en conductas de abstenci�n frente a conflictos regionales o en la promoci�n de iniciativas (como la Comunidad Sudamericana de Naciones), que no son consensuadas con los restantes pa�ses. En s�ntesis: las indefiniciones actuales del MERCOSUR son las indefiniciones de Brasil.

POLITICAS NEO-DESARROLLISTAS

El regionalismo del MERCOSUR es actualmente complementado por pol�ticas econ�micas neo-desarrollistas, que presentan un cariz m�s industrialista. Este giro es limitado y no modifica los condicionamientos ortodoxos impuestos por los banqueros en el plano fiscal o en el control de la emisi�n. Tampoco se revierte la prioridad de las exportaciones, ni mucho menos la contenci�n de los salarios o la expansi�n de la desigualdad. Pero el distanciamiento del libre-comercio induce a las clases dominantes sudamericanas a ampliar las regulaciones estatales y a reforzar los intereses de las corporaciones que operan a escala regional.
Esta orientaci�n es muy visible en Argentina luego de una devaluaci�n que elimin� la convertibilidad monetaria impuesta por los acreedores. El modelo en curso combina la tradicional centralidad del agro-negocio con fuertes subsidios a los industriales, para proteger a las clases dominantes locales de los financistas externos. Con este objetivo se instrument� el canje de la deuda y la cancelaci�n de las pasivos adeudados al FMI. Hacia el mismo prop�sito apuntan el mayor resguardo fiscal frente a futuras crisis y el abaratamiento de los costos industriales, propiciado mediante la regulaci�n de los servicios privatizados.
La pol�tica neo-desarrollista apuntala beneficios empresarios que no se difunden a los salarios. El esquema actual convalida la informalidad del empleo, estimula elevadas tasas de explotaci�n y traslada a los precarizados, la pobreza que durante la crisis golpe� a los desocupados. Por esta raz�n el incremento de la recaudaci�n no ha incentivado ninguna modificaci�n del sistema tributario regresivo.
Pero la estabilidad lograda con este modelo puede deteriorarse si se esfuman las condiciones que permitieron su despegue. Por un lado persiste el contexto internacional favorable de altos precios de las materias primas, pero varios a�os de reactivaci�n han reavivado la inflaci�n, en un contexto de baja inversi�n, agotamiento de la baratura de fuerza de trabajo y neutralizaci�n del efecto expansivo que gener� la devaluaci�n. El c�ctel de inflaci�n creciente e inversi�n reducida corroe al esquema actual.
La vigencia de un giro neo-desarrollista es un tema m�s controvertido en Brasil. Lula ha preservado un esquema de altas tasas de inter�s y prioridad de pago de la deuda que fren� el crecimiento. La continuada gravitaci�n del capital financiero se verifica adem�s en la tendencia a mayores ajustes para afrontar las consecuencias de la recesi�n norteamericana.
Pero estos signos de persistencia neoliberal convergen con la primac�a asignada al agro-negocio y a la exportaci�n industrial de productos b�sicos. En la alianza de los financistas con la burgues�a exportadora hay lugar para los industriales de San Pablo y para los fabricantes volcados al mercado regional. La pol�tica econ�mica regresiva tiende a amoldarse a la nueva coyuntura industrialista.
Esta adaptaci�n obedece, adem�s, al creciente liderazgo regional de la econom�a brasile�a. A pesar del modesto ritmo de incremento del PBI, las empresas de ese origen contin�an su sostenida expansi�n en la zona. Aqu� se verifica un contraste con Argentina, que padece la expatriaci�n de grandes capitales en el circuito financiero internacional y el continuado traspaso de firmas nacionales a propietarios extranjeros, especialmente brasile�os.
Esta bifurcaci�n de senderos que se observa entre las dos principales econom�as sudamericanas es una tendencia de largo plazo y relativamente aut�noma de los vaivenes de la �ltima d�cada. Reafirma una inflexi�n de la primac�a que tuvo Argentina durante la primera mitad del siglo XX, que consolida la conversi�n de ese pa�s en un abastecedor de insumos del vecino hegem�nico (repitiendo el esquema de Canad� frente a Estados Unidos). Las causas hist�ricas que han empujado a la Argentina a este lugar en la divisi�n regional del trabajo son econ�micas (gravitaci�n del lobby agrario), sociales (inseguridad de los capitalistas frente a los trabajadores), pol�ticas (inestabilidad de los reg�menes militares y civiles) e institucionales (ineficiencia de burocracia estatal). Estas caracter�sticas tienden a recrearse en el contexto de la nueva d�cada.
Pero cualquiera sea la evoluci�n comparada de Argentina y Brasil dentro del MERCOSUR y la primac�a que alcancen las orientaciones neo-desarrollistas, esta asociaci�n no ha dado lugar a mejoras populares. Por esta raz�n su resurgimiento no se traduce en avances sociales, ni en una disminuci�n de la desigualdad. Este resultado induce a evaluar el rumbo de otros proyectos.

ALIANZA COOPERATIVA

La constituci�n de la Alternativa Bolivariana para las Am�ricas (ALBA) ha sido una importante iniciativa de los �ltimos a�os. Esta asociaci�n surgi� inicialmente con el intercambio que desarrollaron Venezuela y Cuba, pero estimul� posteriormente el surgimiento de nuevos criterios cooperativos para regular las relaciones econ�micas entre los pa�ses. Promueve sustituir los principios de competencia y libre-comercio por normas de complementaci�n y solidaridad. Siguiendo estas reglas, Venezuela env�a petr�leo a Cuba a cambio de actividades educativas y sanitarias, que no se remuneran por los precios vigentes en el mercado internacional.
El ALBA pretende, adem�s, perfilarse como un eje pol�tico antiimperialista. Los viajes de Ch�vez han apuntado hacia esa direcci�n al desafiar las visitas que realiz� Bush. El mandatario venezolano promovi� actos de rechazo al imperialismo en pa�ses lindantes (Argentina, en Nicaragua, Hait�, Jamaica y Bolivia) con las naciones receptoras del presidente estadounidense (Brasil, Uruguay, M�xico y Colombia). Esta acci�n incentiv� grandes movilizaciones antiimperialistas.
Durante el bienio 2005-2006 el ALBA se expandi� lentamente, a trav�s de los convenios petroleros que Venezuela ofreci� a los pa�ses m�s peque�os y pobres de la regi�n. Estos acuerdos se extendieron a otras �reas con Bolivia, mediante la suscripci�n de un pacto m�s espec�fico (TCP). Los acuerdos con Hait� incluyeron varias formas de asistencia, con Nicaragua se acord� el ingreso al ALBA (a pesar del TLC que ese pa�s mantiene con Estados Unidos) y con Ecuador se abrieron varias negociaciones. El grueso de los pa�ses involucrados soporta �ndices de miseria superiores al promedio regional y todos se caracterizan por una fuerte presencia de la movilizaci�n social.
Durante el a�o pasado el ALBA fue impulsado por la decisi�n de cuatro pa�ses de abandonar la comisi�n del arbitraje del Banco Mundial (CIADI) y formar conjuntamente un banco de la asociaci�n. Se ha constituido un consejo de movimientos sociales que planea expandir el ALBA hacia las cooperativas, las empresas recuperadas y ciertos bloques pol�ticos afines. Pero la iniciativa navega por aguas turbulentas, no s�lo por la tensi�n pol�tica que sacude a Venezuela y Bolivia, sino tambi�n por las propias vacilaciones de sus impulsores.
Ciertos candidatos a integrarse al convenio como Ecuador buscan conciliar este ingreso con el reflote del CAN (Comunidad Andina de Naciones), un organismo que se ubica en las ant�podas del proyecto antiimperialista. El CAN sucedi� al Pacto Andino como puente hacia la suscripci�n de los TLCs e incluye al gobierno neoliberal de Uribe. La incompatibilidad del ALBA con este organismo salta a la vista.
Esta iniciativa constituye un esbozo de unidad regional muy alejado de los esquemas de integraci�n que han propiciado las clases dominantes. Pero se ubica en un nivel de gestaci�n inferior a los principales proyectos en curso y afronta el serio peligro de quedar sofocado por el MERCOSUR. Puede abortar antes de constituirse como un organismo de peso, si la asociaci�n comercial de Venezuela con Argentina y Brasil se traduce en un congelamiento del ALBA.
Esta paralizaci�n se consumar�a si las clases dominantes del Cono Sur logran neutralizar al proceso bolivariano, amold�ndolo a las reglas econ�micas y exigencias pol�ticas que gobiernan al MERCOSUR. Este objetivo promueven Kirchner y Lula, en oposici�n a los sectores m�s derechistas de ambos pa�ses, que impulsan el aislamiento de Venezuela. La primac�a de uno u otro segmento no depende s�lo del tablero pol�tico, sino de tambi�n de los intereses econ�micos en juego. Mientras que la burgues�a brasile�a tiene muchas opciones abiertas, sus pares de Argentina han encontrado en el socio del Caribe un inesperado nicho de negocios.
Pero ambos gobiernos trabajan para diluir el ALBA, acelerando por ejemplo la simb�lica suscripci�n de un convenio de libre comercio entre Israel y el MERCOSUR. El significado pol�tico de este tratado es tan evidente como su irrelevancia econ�mica. Apunta a limitar los v�nculos que ha Ch�vez establecido con los palestinos y el mundo �rabe. Esta pol�tica busca tambi�n diluir las propuestas reformistas que se debaten en la regi�n.

ENERG�A Y FINANZAS

La aparici�n del ALBA coincide con medidas de nacionalizaci�n de los recursos naturales en varios pa�ses de Sudam�rica. En Venezuela el desplazamiento de la alta burocracia de PDVSA revirti� el manejo transnacional de esa empresa y la renegociaci�n posterior de varios contratos permiti� reforzar la presencia estatal en este sector. En Bolivia la intenci�n de nacionalizar los hidrocarburos comenz� con un simb�lico acto de fuerza (ocupaci�n militar de los yacimientos) y fue seguida por una dura renegociaci�n de convenios con diez compa��as. Estas tratativas apuntan a recapturar la renta estatal luego de varias d�cadas de privatizaci�n neoliberal.
Las estatizaciones son favorecidas por un encarecimiento del petr�leo que estimula el control nacional de este recurso (ya ejercido sobre el 77% de las reservas mundiales) y afianza a las empresas estatales (que abarcan a 14 de las 20 principales compa��as globales).
Las nacionalizaciones contrastan con el curso privatista que prevalece entre los suscriptores de los TLCs y los l�deres del MERCOSUR. En el primer grupo se verifica un nuevo intento de traspasar Petr�leos Mexicanos (PEMEX) al sector privado. La compa��a ocupa el sexto lugar en el ranking mundial del sector y aporta el 40% de los recursos al presupuesto estatal. Pero desde hace 20 a�os soporta un proceso de endeudamiento y vaciamiento programado, que tiende a imponer una liquidaci�n semejante a la perpetrada con YPF de Argentina durante los a�os 90.
Luego de capturar esta empresa, REPSOL aprovech� las exploraciones ya realizadas para desenvolver extracciones sin inversi�n que agotaron los yacimientos conocidos. Consumada esa depredaci�n la petrolera espa�ola ha decidido diversificarse hacia otros pa�ses, transfiriendo una porci�n minoritaria del paquete accionario a nuevos socios argentinos.
La nacionalizaci�n es el �nico medio para frenar esta variante de puro saqueo. Pero en su implementaci�n hay que forjar compa��as estatales genuinas y no fachadas formales, semejantes a PETROBRAS de Brasil. Esta empresa opera en el �mbito del estado, pero el 60% de su paquete accionario est� controlado por fondos de inversi�n que cotizan en las Bolsas internacionales. Sus directivos son ac�rrimos enemigos de cualquier iniciativa soberna y reaccionaron con furia frente a la estatizaci�n resuelta por Bolivia. Han expresado p�blicamente la misma irritaci�n que los industriales de San Pablo, ya que ambos socios han lucrado tradicionalmente con el gas barato del Altiplano. Los dos sectores presionan a Lula para que adopte una actitud dura en la renegociaci�n actual de los contratos.
La nacionalizaci�n de la energ�a choca tambi�n con el aliento brasile�o y estadounidense a los biocombustibles. Para mantener el patr�n de consumo derrochador que ha impuesto la industria automotriz se incentiva una conversi�n de alimentos en combustibles, que encarece la nutrici�n b�sica de la poblaci�n. La siembra para combustible afecta directamente a los hambrientos (53 millones solo en Latinoam�rica) y exige la utilizaci�n de agro-qu�micos, que generan nefastos efectos sobre el medio ambiente. Especialmente el etanol producido en Brasil en base de la ca�a de az�car acent�a el desmonte de la Amazonia, la expansi�n de un monocultivo y la concentraci�n de la propiedad territorial.
Los choques entre proyectos energ�ticos estatales y privados amenazan tambi�n el intento de gestar una red interconectada de gasoductos sudamericanos, ya que Brasil ha bloqueado todas las iniciativas que afectan su hegemon�a. Pero tampoco los procesos de nacionalizaci�n presentan hasta ahora un perfil n�tido. Los problemas no radican s�lo en el alcance de la estatizaci�n, sino tambi�n en el destino asignado a la nueva renta. Estos recursos pueden impulsar el desarrollo de una econom�a popular o favorecer los negocios de los grupos capitalistas. La nacionalizaci�n es una condici�n necesaria, pero no suficiente para gestar modelos productivos que beneficien a los oprimidos.
En la agenda de la uni�n latinoamericana el tema energ�tico comparte la primac�a con el problema financiero. Aqu� la deuda ocupa un lugar preeminente, pero coyunturalmente menos explosivo. El prolongado crecimiento de los �ltimos a�os ha bajado la incidencia de los pasivos, aunque esta disminuci�n es m�s limitada si toma en cuenta la tendencia a intercambiar deuda externa por interna.
Durante la d�cada pasada se discuti� en varias oportunidades la necesidad de suspender los pagos. Las erogaciones actuales desaprovechan la oportunidad de utilizar los recursos financieros acumulados para concretar mejoras populares. Algunos gobiernos simplemente mantienen el cumplimiento puntual de los compromisos sin revisar su contenido (Colombia, Per�). Otros han recurrido a canjes para despejar los negocios de las clases dominantes, colocando bonos en pa�ses de la regi�n (Argentina con Venezuela). Estas operaciones han facilitado pingues ganancias para los intermediarios financieros.
Pero tambi�n se ha evaluado un modelo de auditoria para distinguir las deudas leg�timas y considerar la suspensi�n de obligaciones de origen fraudulento. El objetivo ser�a fijar un l�mite a estas erogaciones en funci�n de prioridades educativas y sanitarias (Ecuador). Estas medidas son indispensables en muchos pa�ses chicos agobiados por la carga de la deuda. Los argumentos para implementar estas medidas son abrumadores y existe jurisprudencia para exigir indemnizaciones por operaciones ileg�timas. Pero este curso requiere retomar las campa�as generales por un frente de los deudores.
El mismo tipo de dilemas rodea a la iniciativa de un Banco del Sur. Esta entidad es necesaria para asegurar la autonom�a financiera de la regi�n, orientar pr�stamos hacia los sectores prioritarios y avanzar hacia la creaci�n de una moneda com�n. Un organismo de ese tipo permitir�a evitar los condicionamientos que imponen los acreedores externos asociados con el Banco Mundial y el BID.
El establishment de los banqueros se opone a esta iniciativa, argumentado que ning�n organismo protege a la zona de los contagios que desata una gran crisis. Pero este criterio contradice sus alabanzas al FMI y los organismos multilaterales. Es evidente que los financistas simplemente se oponen a cualquier idea que afecte su parasitario negocio.
Tampoco Brasil se ha mostrado muy favorable al Banco del Sur, ya que teme perder la primac�a de su BNDES. Acepta un banco para actuar en situaciones de crisis, pero no una entidad con prop�sitos de inversi�n consensuada. Frente a esta resistencia Argentina impuls� el proyecto con Venezuela, buscando alumbrar un organismo capitalizado con reservas y fondos de pensi�n. A estas negociaciones finalmente se sum� Brasil y la entidad en creaci�n actuar�a como ap�ndice del MERCOSUR. En este caso orientar�a los cr�ditos hacia las necesidades de las multilatinas.
Tambi�n se ha discutido un modelo impulsado por Ecuador de car�cter m�s cooperativo. Incluye la igualdad de voto en el directorio por pa�ses y no en proporci�n al capital aportado, con el objetivo de financiar proyectos sociales del sector p�blico e infraestructuras de las regiones m�s rezagadas. Pero este esquema no parece prosperar a medida que el banco asume formas concretas. Por un lado gana terreno la idea de gestar un fondo mutuo de prevenci�n, semejante al creado en Asia por China, Jap�n y Corea y por otra parte Brasil est� forzando un dise�o que no afecte su hegemon�a regional.

POLITICAS DISTRIBUCIONISTAS

Las orientaciones econ�micas de los gobiernos nacionalistas radicales contienen muchos componentes neo-desarrollistas, pero presentan un cariz m�s estatista y una impronta distribucionista ausente en las administraciones de centroizquierda.
El aumento del gasto social ha sido una prioridad en Venezuela, mediante erogaciones que insumen casi la mitad del presupuesto. Estas coberturas se han incrementado durante en la reciente coyuntura de alto crecimiento y pol�ticas fiscales expansionistas. La ampliaci�n de las estatizaciones apunta tambi�n a sostener este flujo de fondos hacia los sectores m�s empobrecidos.
Con el mismo prop�sito se extendieron las estatizaciones hacia otros sectores (telefon�a, electricidad, agua), pero negociando en todos los casos indemnizaciones o consensuando nuevos contratos con los grupos empresarios. La pol�tica de alta inversi�n p�blica y regulaci�n estatal no vulnera los cimientos de la econom�a capitalista y esta preservaci�n abre serios interrogantes sobre la consistencia y profundidad de las reformas sociales.
Pero, adem�s, persisten los problemas estructurales de una econom�a petrolero-rentista, hist�ricamente afectada por el estancamiento agrario y la baj�sima industrializaci�n. Se puso en marcha una reforma agraria que incide sobre una porci�n menor de la tierra cultivable y no se ha logrado hasta ahora contrarrestar la insuficiencia alimenticia Tambi�n se han encarado varios proyectos industriales, pero el ritmo y perfil de estas iniciativas no alcanzan para resolver el desempleo, ni para ampliar significativamente la creaci�n de puestos de trabajo. Esta gestaci�n es indispensable para superar la cultura de derroche e ineficiencia legada por el modelo rentista.
El reformismo distribucionista coexiste con proyectos capitalistas, asentados en alianzas internacionales con grandes multilatinas. Techint es por ejemplo propietaria de una gran acer�a, que ha sido excluida de las nacionalizaciones. M�s relevante a�n es la persistencia de los privilegios otorgados a los bancos, que acumulan enormes ganancias de intermediaci�n mediante la compra-venta de t�tulos p�blicos. Estas operaciones enriquecen a la "boli-burgues�a" que prospera a la sombra del gobierno, exhibiendo niveles de ostentaci�n propio de la era neoliberal.
La pol�tica oficial de conflictos y concesiones hacia las clases dominantes se traduce en fuertes tensiones econ�micas de corto plazo (inflaci�n elevada, escasa inversi�n privada, incertidumbre cambiaria, huida de capitales y dificultades para administrar los controles de precios). Pero el mayor problema de este clima son las manifestaciones de descontento popular, que pueden derivar en la apat�a pol�tica que tanto anhela la derecha. El neo-desarrollismo reformista que se intenta en Venezuela es muy distinto de su equivalente regresivo de Argentina o Brasil, pero es totalmente insuficiente para desenvolver un proyecto de crecimiento con igualdad social.
Tambi�n el gobierno de Bolivia busca transitar por un sendero que concilie la introducci�n de mejoras populares con la continuidad del capitalismo. En los �ltimos tres a�os la tasa de crecimiento repunt� junto a la expansi�n de las exportaciones, pero el distribucionismo efectivo es muy estrecho en un pa�s tan pobre. En un contexto de generalizado predominio del trabajo informal, las mejoras en el empleo y el salario han sido muy peque�as. Los violentos choques con la oligarqu�a �que intenta impedir el establecimiento de una renta estatal para los jubilados- ilustran cu�n tenso es el clima pol�tico que rodea a las reformas.
Un �rea central de esta confrontaci�n es la reforma agraria, que inicialmente se restring�a a una magra distribuci�n de tierras fiscales. Un giro hacia reformas radicales -afectando los latifundios en manos de corporaciones extranjeras- permitir�a cambiar de plano la dram�tica desigualdad que corroe al agro (el 87% de tierra se encuentra en manos del 7% de poblaci�n). Tambi�n la deuda -que hasta hace dos a�os equival�a a la mitad del PBI- es un �rea sensible, ya que impone gravosos pagos de intereses.
Pero el futuro del proyecto reformista se juega en la nacionalizaci�n de los hidrocarburos. Esta iniciativa comenz� con mucha fuerza, pero se est� diluyendo en un curso muy tenue. El gobierno ha logrando renegociar contratos con mayores regal�as para el estado, pero abona indebidas indemnizaciones, cancela juicios contra las compa��as y acepta en la letra chica de los nuevos convenios, muchas exigencias de esas empresas. Adem�s, mientras extiende las nacionalizaci�n con indemnizaciones a sectores cuya prioridad y conveniencia son discutibles (telecomunicaciones, ferrocarriles), acepta contrataciones privadas en �reas estrat�gicas de la miner�a.
El intento de combinar neo-desarrollismo con redistribuci�n del ingreso se inspira en la hip�tesis de superar el atraso del pa�s, con la reconversi�n industrial de la renta que generan los hidrocarburos. Pero la experiencia ha demostrado cu�n reducido es el margen para avanzar hacia este objetivo, en los pa�ses perif�ricos que preservan el capitalismo.
En Bolivia se verifican todas las contradicciones del distribucionismo en regiones acosadas por la miseria. Este intento precipita furibundas tensiones con la oligarqu�a, sin garantizar la implementaci�n de las medidas populares perentorias. Si se persiste en este camino intermedio, puede perderse la oportunidad para introducir las transformaciones sociales requeridas para revertir la historia de opresi�n y despojo que ha padecido el Altiplano.
En Ecuador todas las expectativas de cambio se concentran en las reformas que discutir� la Asamblea Constituyente (reducci�n de la autonom�a del Banco Central, consagraci�n de la propiedad p�blica del agua potable y las telecomunicaciones, etc). Pero esta instancia representa tan solo un campo de confrontaci�n en la batalla por introducir mejoras sociales. Ecuador no tiene la espalda petrolera de Venezuela, pero cuenta con un margen de acci�n pol�tica superior al vigente en Bolivia. Es un pa�s peque�o y pobre, tradicionalmente dominado por las oligarqu�as de la costa y la sierra, que ha sufrido una crisis econ�mica de proporciones b�blicas (exilio econ�mico de un mill�n y medio de personas, desempleo de dos tercios de la poblaci�n econ�micamente activa).
El nuevo gobierno ha priorizado el gasto social (duplicando las erogaciones en el principal bono de asistencia) e introdujo ciertas mejoras en la educaci�n, los salarios y el cobro de impuestos. Pero en el punto cr�tico de la deuda persisten las oscilaciones entre pagar, introducir un canje o implementar en forma consecuente una auditor�a. Los desembolsos comprometen un elevado porcentaje del presupuesto y representan una dura sangr�a para el pa�s.
Las mismas indefiniciones se observan en el terreno de los contratos petroleros. No se habla de nacionalizar y persiste un modelo de exportaci�n de crudo e importaci�n de derivados. Tampoco ha sido abandonado el proyecto geopol�tico de conformar un eje Manta-Manaos, que convertir�a a Ecuador en un pa�s de tr�nsito entre Brasil y China. La expectativa de resolver los problemas estructurales con los ingresos del petr�leo carga con la misma cuota de ilusiones que presenta este proyecto en el Altiplano.
Las disyuntivas que enfrentan Venezuela, Bolivia y Ecuador se dirimen en el terreno pol�tico y reproducen los dilemas afrontados en el pasado por todos los gobiernos nacionalistas radicales. Estas encrucijadas tuvieron desenlaces negativos de golpes derechistas (Chile con Pinochet), retornos electorales de los conservadores (Nicaragua luego del Sandinismo) o involuciones hacia formas de capitalismo de estado (revoluci�n mexicana). La repetici�n de estos escenarios constituye el principal peligro de estos procesos, que tambi�n podr�an avanzar por un camino anticapitalista.

RADICALIZACI�N SOCIALISTA

Las pol�ticas distribucionistas asociadas con programas de unidad regional cooperativa constituyen eslabones potenciales de la unidad socialista de Am�rica Latina. Pero este curso requiere adoptar dr�sticas medidas de redistribuci�n del ingreso y reducci�n de la desigualdad a favor de los oprimidos. Esta orientaci�n implica sustituir el bar�metro de la ganancia empresaria por un criterio de satisfacci�n de las necesidades populares.
La prioridad de este programa es resolver los dramas sociales de una regi�n corro�da no solo por la pobreza, el desempleo y la explotaci�n. Am�rica Latina soporta tambi�n un abismo de desigualdades sociales, superior a cualquier otra zona del planeta. La diferencia que separa al 10% m�s rico del 10% m�s pobre alcanza 157 veces en Bolivia, 57 veces en Brasil, 76 veces en Paraguay, 67 veces en Colombia, 46 veces en Ecuador y 39 veces en Chile. El caso brasile�o es m�s significativo por la dimensi�n y poder�o econ�mico del pa�s. All� el 10 % m�s rico posee casi el 75% de la riqueza total, mientras que el 90% m�s pobre se queda solamente con el 25%.
La juventud de la regi�n sufre estos tormentos sociales en forma redoblada, al soportar una a tasa de desempleo que duplica el promedio general. Hay m�s de 50 millones de j�venes fuera del sistema educativo y 20 millones de menores de 14 a�os trabajando en condiciones infrahumanas. La unidad regional carece de sentido si no avanza hacia la resoluci�n inmediata de estas desgracias. Ese proyecto �nicamente conquistar� legitimidad popular, mediante estrechos compromisos con la adopci�n de reformas sociales radicales.
Este rumbo exige adoptar pol�ticas econ�micas de izquierda que apuntalen una transici�n anticapitalista, mediante contundentes batallas contra el neoliberalismo y el imperialismo. El secreto de este proyecto no radica en alg�n instrumento econ�mico (como el fiscalismo progresivo), sino en la decisi�n de oponerse al capitalismo y avanzar hacia el socialismo. Esta din�mica de radicalizaci�n pol�tica sigui� la revoluci�n cubana y aunque los ritmos actuales difieren del pasado, una prolongaci�n del status quo impedir� transitar ese camino de emancipaci�n social.
La disyuntiva real no gira en torno al modelo econ�mico, sino al sistema social. El socialismo es la �nica alternativa efectiva frente al neoliberalismo del ALCA y el neo-desarrollismo del MERCOSUR. Esta perspectiva ha reaparecido en Am�rica Latina y exige una acci�n conjunta, basada en propuestas de gestaci�n de una sociedad igualitaria. Esta perspectiva se contrapone al imaginario neoliberal de mercado perfecto y al ideal keynesiano de regulaci�n estatal.
Las rebeliones sociales permiten desenvolver este proyecto y avanzar hacia la reconversi�n de las resistencias populares en alternativas radicales. El socialismo constituye esa opci�n, frente a la crisis de la hegemon�a neoliberal y la erosi�n del intervencionismo imperialista. Am�rica Latina transita por una nueva etapa hist�rica y volver� a dirimir su futuro entre dos perspectivas: recrear la opresi�n o liberar a la sociedad de la tiran�a del capital.

Buenos Aires, 13-3-08

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Fuente: lafogata.org

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