Economía
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La hegemonía del dólar y el capitalismo estadounidense llegaron a su fin
Michael R. Krätke
Sin Permiso
"¿Qué queda entonces de la superpotencia EEUU? Su poder estaba construido sobre barro financiero. Con el desplome de la hegemonía del dólar, llegó a su fin; el sistema financiero estadounidense ha quedado desacreditado por años. Esto es el fin del capitalismo estadounidense, del ejemplo que por décadas se nos ensalzó como modelo a seguir. Y no es poco, aunque no sea, ni por mucho, el fin del capitalismo como sistema mundial."
Los bancos norteamericanos ganan tiempo con el plan de rescate. Pero la
hegemonía del dólar y el capitalismo estadounidense llegaron a su fin.
Hay tradición. Los bancos y los financieros serán salvados con miles de millones
de dineros del contribuyente. "Para bien de todos". Suecia lo hizo. Y Japón. Y
Gran Bretaña. Y, de nuevo, los EEUU. Hasta ahora, todos los gobiernos
estadounidenses habían intervenido con "rescates" en cualquier crisis
financiera. Tras las mayores estatalizaciones de todos los tiempos viene ahora
el mayor de los rescates.
El secretario estadounidense del Tesoro, Henry Paulson, exjefe del banco Goldman
Sachs, el número 1 de los bancos de inversión, se ha sacado de la chistera la
"madre de todos los rescates. De consuno con la Reserva Federal, ha diseñado un
paquete para ayudar a los bancos a salir de aprietos. Y eso sólo es posible, si
se les quita de las manos la patata caliente de unas hipotecas y de unos
derivados hipotecarios desvalorizados que, considerados hasta hace muy poco la
joya del arte financiero, andan ahora estigmatizados como "basura tóxica".
Puesto que el mercado para tales papeles se ha desplomado, nadie sabe desde hace
meses qué valor puedan tener.
Ahora viene el Estado como salvador. Un rescate de prestado, con miles de
millones que el gobierno Bush no tiene. El Estado norteamericano todavía tiene
crédito, y de ello depende ahora todo el sistema financiero estadounidense, y
con él, el internacional. El volumen de los fondos de urgencia queda en
principio limitado a 700 mil millones de dólares; más no permite la actual ley
presupuestaria, y habría que modificarla para aumentar esos fondos. No bastará.
Serán necesarios entre 1 y 2 billones –en el peor de los casos, hasta 5— para
enjugar todos los créditos y todos los títulos de derivados tóxicos. Están en
circulación préstamos hipotecariamente respaldados por valor, al menos, de 1,1
billones de dólares, y a eso hay que añadir más de 2 billones en forma de
hipotecas a propietarias y propietarios de vivienda privados y 1,6 billones en
hipotecas a empresas que operan en el mercado. Si las cosas discurren como
quieren Paulson y Bush, acabarán teniendo entre manos un fondo estatal
billonario más bien parecido a una empresa de propiedad popular como lo fue en
su día la "Ramsch und Schund" en la antigua República Democrática de Alemania.
Es vana esperanza la suya, creer que podrán vender luego los papelitos
adquiridos ahora a los bancos. Al final, el Estado se quedará sólo con las
pérdidas, y el contribuyente tendrá que cargar con la deuda pública.
El gobierno saliente presiona para sacar adelante su plan de salvación. Paulson
pretende, en efecto, que el Congreso la firme un cheque en blanco. Nunca un
secretario del Tesoro tuvo nunca tanto poder en los EEUU. La crisis financiera
llama a gritos a un dictador: así ven las cosas los neoconservadores en el
gobierno.
Sólo que el Comité bancario del Congreso regatea. Los senadores se agarran a
cualquier pretexto, los bolsistas temen la cólera de los electores. Esto es
"socialismo financiero y es antiamericano", truenan los republicanos. Los
demócratas tienen un contraplan. Quieren ayuda para los propietarios de
vivienda, no para los bancos. Quieren una participación del estado en las
empresas rescatadas, quieren una clara limitación de los salarios y las
remuneraciones de los altos ejecutivos. Es decir, intromisión directa del Estado
en la política de las empresas. En Europa, eso sólo lo exige la izquierda.
Nadie podrá negar que el contribuyente norteamericano es el tonto de esta
historia: nadie está en condiciones de garantizar que la salvación de los bancos
el servirá para algo al propietario o a la propietaria de vivienda. Pues lo
precios inmobiliarios siguen cayendo, y se contarán por millones los que verán
aumentadas sus deudas al tiempo que cae el valor de mercado de sus casas. Por
consiguiente, en cada refinanciación, los bancos exigirán mayores intereses, lo
que traerá consigo un incremento drástico de los embargos y las ejecuciones
hipotecarias. Puesto que éstas últimas yo no aportan nada, más bancos irán a la
bancarrota. No es por casualidad que los dos últimos grandes bancos de
inversión, Goldman Sachs y Morgan Stanley, acaben de ser transformados en bancos
comerciales normales y corrientes. Caen así bajo la inspección bancaria pública,
a trueque de poder acceder a los fondos públicos de urgencia. Los necesitarán.
Los bancos extranjero filiales de empresas estadounidenses podrán beneficiarse
igualmente de esos dineros públicos. Si se les excluyera de la bendición
crematística, la plaza financiera de Londres sería la siguiente en partirse de
risa. Por eso la negativa de los restantes miembros del G-7 a aprobar planes de
rescate parecidos carece de sentido, y no podrá mantenerse. En cualquier caso,
los británicos seguirán tomando medidas de ayuda, y los alemanes ya han
socializado las pérdidas de sus bancos (semi)públicos.
El Plan saldrá adelante y ayudará a algunos bancos a ganar tiempo. Pero no
resolverá la crisis financiera. El déficit de los EEUU crecerá todavía más. El
umbral de máximo endeudamiento ha crecido con las últimas estatalizaciones otros
10,6 billones de dólares: está, pues, ahora en los 11,3 billones. Sin aumentar
los impuestos, lo único que pueden hacer los EEUU es emitir y lanzar al mercado
más deuda pública. Ya hoy, las importaciones estadounidenses de capital precisan
de 4 mil millones diarios. Eso no puede sentarle bien al dólar. Ya se acabó otra
vez su efímero vuelo, y volverá a caer.
¿Qué queda entonces de la superpotencia EEUU? Su poder estaba construido sobre
barro financiero. Con el desplome de la hegemonía del dólar, llegó a su fin; el
sistema financiero estadounidense ha quedado desacreditado por años. Esto es el
fin del capitalismo estadounidense, del ejemplo que por décadas se nos ensalzó
como modelo a seguir. Y no es poco, aunque no sea, ni por mucho, el fin del
capitalismo como sistema mundial.
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de
política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam e
investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma
ciudad.