Libros sí, Alpargatas también
|
Günter Grass: el pasado ineluctable
José María Pérez Gay/I
Fotografía de archivo del premio Nobel de Literatura, el 25 de junio de
1999 en su casa en Luebeck, en el norte de Alemania Foto Ap
El Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los diarios más prestigiados y
leídos de Alemania, publicó el sábado 12 de agosto una entrevista con Günter
Grass, premio Nobel de Literatura 1999, donde el escritor -a sus 78 años- revela
haber pertenecido a las Waffen-SS. Fue un cuerpo armado al que, en los procesos
de Nuremberg, se calificó de "organización criminal", pues vigilaba los campos
de concentración y exterminio, arrasaba con poblaciones enteras, sobre todo en
los frentes de guerra de la Unión Soviética, y era temida como el comando de
asalto más sanguinario de los nazis. Las Waffen-SS eran la elite de los cuerpos
de las SS, una suerte de guardia pretoriana de Hitler bajo las órdenes de
Heinrich Himmler. En los últimos años de la guerra, las Waffen-SS llevaron a
cabo la fase final del exterminio de las comunidades judías.
¿Qué ha llevado a Günter Grass a revelar en 2006 su paso -tres meses- por ese
grupo de elite nazi? Michael Jürgs, quizá su mejor biógrafo, escribió hace años
sobre el carácter no voluntario de la adscripción de Grass a la Wehrmacht,
el ejército regular alemán, y su participación como auxiliar de artillería,
aunque "jamás disparó un arma", escribe Jürgs, "ni asesinó a nadie". Al anunciar
la próxima publicación de su autobiografía, Pelando la cebolla, Günter
Grass dejó con la boca abierta al reportero del Frankfurter Allgemeine,
cuando le preguntó:
-"Usted ha narrado varias veces que sólo cuando Baldur von Schirach, el
dirigente de las Juventudes Hitlerianas, reconoció ante el Tribunal de Nüremberg
su culpa, usted se convenció de que los alemanes habían consumado un genocidio.
¿Por qué reconoce ahora por primera vez, y de modo más que sorprendente para
todos, que fue miembro de las Waffen-SS? ¿Por qué ahora?"
-"Era algo que me agobiaba -respondió Grass-. Mi silencio durante todos estos
años es una de las razones por las cuales escribí este libro. Era algo que debía
sacar por fin, esa culpa me ha pesado como una ignominia.
-Usted sabía quién lo había reclutado, sabía que iba a suceder al llegar a su
unidad. ¿O se dio usted cuenta antes, cuando recibió la orden de reclutamiento?
-No tengo claro ese momento -contestó Grass-. No estoy seguro de cómo sucedieron
las cosas: ¿quizá llegué a saberlo por la orden de reclutamiento, por el
remitente de la carta, por el rango del oficial que firmaba? ¿O me di cuenta
sólo al llegar a la ciudad de Dresde? Ya no lo recuerdo.
-¿Habló en aquel momento con sus compañeros de lo que significaba formar parte
de las Waffen-SS? ¿No se hablaba de la pertenencia a esa agrupación entre los
jóvenes reclutados en los diferentes lugares de Alemania?
-En la unidad sólo existía, lo describo en mi autobiografía, entrenamiento
implacable. Ninguna otra cosa. Ahora, lo único que nos preocupaba era cómo
evadirnos. Llegué inclusive a contagiarme de ictericia con toda intención; sin
embargo, sólo permanecí ausente un par de semanas. Regresé a un campo de
entrenamiento brutal, además con una instrucción insuficiente y un equipo
obsoleto. En cualquier caso, tenía que escribirlo.
-No tenía que escribirlo. Nadie lo obligaba a decirlo.
-Me impuse esa exigencia. Y esa exigencia me ha llevado a contarlo.
-¿Por qué se registró usted como voluntario en la Wehrmacht? (el ejército
regular alemán).
-Al principio quería escapar de todo, de la extenuación de mi familia. Quería
acabar con todo. Por esa razón me registré como voluntario. También esto es
extraño. Me reclutaron, tenía 15 años, y después olvidé lo que sucedió en esos
días. A muchos de los de mi grupo les sucedió algo muy semejante. Nos
encontrábamos en los grupos de servicio laboral, y de pronto, un año después,
teníamos la orden de reclutamiento sobre la mesa. Y luego caí en la cuenta,
quizá al llegar a Dresde, que estaba en las Waffen-SS.
-¿Se siente culpable por esta historia?
-¿En aquel momento? No. Más tarde este sentimiento de culpa me ha pesado como
una ruindad. La pregunta era: ¿en esa época podía haberme dado cuenta de qué me
estaba sucediendo?
-Usted ha sido, sin duda, uno de los primeros de su generación que reconoció la
propia proclividad a la seducción (nacionalsocialista); además, es conocida su
franqueza al hablar de la historia de Alemania, lo que con mucha frecuencia se
le ha criticado.
-En nuestros días existen tantos luchadores de la resistencia en Alemania, que
uno se asombra ante el hecho de que Hitler hubiera podido llegar al poder.
Permítame regresar a los años 50, sólo para explicarle cuál era mi punto de
partida al escribir El tambor de hojalata. La derrota de Alemania se veía
como un crepúsculo, un colapso, no como una capitulación incondicional. La
oscuridad cayó sobre Alemania, decían, se actuaba como si el pobre pueblo alemán
hubiera sido seducido por una horda de espectros tenebrosos. Y eso no era
verdad. Durante mi infancia presencié cómo todo se llevaba a cabo a plena luz
del día. Sí, existía un gran entusiasmo ( del pueblo). Desde luego existía
también la seducción, sin duda. Una enorme cantidad de jóvenes vivían
entusiasmados. Al escribir El tambor de hojalata me propuse investigar
ese entusiasmo y sus causas, y también ahora, medio siglo después, en mi
autobiografía.
El pasado de Alemania es, al parecer, ineluctable. En esa época, en 1942, Günter
Grass tenía 15 años. Era la época de la absoluta renuncia en Alemania, de la
voluntaria abdicación; la época en que no solamente la memoria cedió al terror,
con cuanto ello implicaba de destrucción y servidumbre del hombre; la época en
que aun dentro de la memoria misma los alemanes cedían más al miedo, y la
amnesia alcanzaba el triunfo; la época en que se aplaudía que un país -y se
aplaudía en esa nación- se ilustrara por el símbolo de una suástica en su
bandera, y que sus cuerpos de elite, las SS, llevaran uniforme negro, botas
hasta las rodillas y en los quepis el escudo con un cráneo cruzado por unos
huesos; la época en que Alemania renunció a otra forma de expresión y a otra
forma de gobierno y de vida que no fuera la del nacionalsocialismo.
Durante los dos últimos años de la guerra, las Juventudes Hitlerianas se
movilizaron rumbo al frente de batalla, todos los jóvenes entre los 15 y 17 años
combatieron y miles sucumbieron en los campos de batalla. El nazismo proclamaba
la defensa de la familia, pero el régimen totalitario de la sociedad debilitaba
los lazos familiares, y subvertía las jerarquías tradicionales, tanto en los
hogares como en las escuelas. En su obra El Tercer Reich, Michael
Burleigh menciona una broma que se contaba por ese entonces en la Alemania nazi:
"...con el padre en las SA (Comandos de Asalto), la madre en la Liga de Mujeres
Nacionalsocialistas, un hijo en las Juventudes Hitlerianas y una hija en la Liga
de Jóvenes Alemanas, la familia nacionalsocialista sólo se encuentra una vez al
año, si acaso, en la concentración del partido en Nüremberg".
A la cultura liberal, muchas veces desenfrenada, de los jóvenes en la República
de Weimar (1919-1933), la sustituyó la organización monolítica de las Juventudes
Hitlerianas, la Liga de Jóvenes Alemanas para las jóvenes de 14 a 18 años, y la
Organización Infantil Nacionalsocialista para los niños de ocho a 12 años. El
estado totalitario no era una broma, nadie escapaba a su control, todos los
ciudadanos eran súbditos. Las Juventudes Hitlerianas se convirtieron en la mayor
organización juvenil del mundo, de acuerdo con el principio "jóvenes dirigiendo
a jóvenes", aunque sus dirigentes formaban parte de una enorme empresa
burocrática, que nunca representaron a una cultura juvenil autónoma. Günter
Grass fue sólo uno más de los millones de jóvenes que se reclutaron en esa
época. Hacia 1943, muchos jóvenes de 15 años trabajaban 48 horas semanales,
combinando la sumisión política con la autonomía económica. Eran demasiado
jóvenes para ejercer el voto o para disfrutar de una película de adultos, pero
en muchos casos demasiado adultos para no sucumbir ante el fuego enemigo. Muy
pronto empezaron las divergencias: los jóvenes de las Juventudes Hitlerianas,
que defendían valores nacionalsocialistas, entraron en franco desacuerdo con los
valores y percepciones de sus padres.
Las Juventudes Hitlerianas produjeron jóvenes capaces de intimidar a sus padres
y profesores, de traicionar a sus amigos y de denunciar a sus enemigos
políticos. Al pertenecer a las Juventudes Hitlerianas se obtenía una licencia
para matar. "Un joven nazi que deseaba ingresar a las SS", escribe Burleigh,
"tuvo la honradez de declarar: 'Es muy satisfactorio poder pegar sin que te
devuelvan el golpe'". Los miembros de las Juventudes Hitlerianas eclipsaron a
los ideólogos nazis más radicales; en los últimos años de la guerra, esas
juventudes entraron en periodo de franca descomposición, disparaban a mansalva,
se embriagaban hasta desfallecer y fecundaban a jóvenes menores de edad.
Antes de que se definiera tan claramente, sin reservas ni dificultades, como
organización criminal, las Waffen-SS resultaban difíciles de ubicar dentro del
Estado nazi por la variedad de funciones mezcladas con el espionaje y la
vigilancia de disidentes. No eran la Gestapo (policía secreta política), ni
tampoco las SS, los Comandos de Asalto para la protección y la seguridad del
Führer, sino un cuerpo armado para tareas especiales. Es una historia del
horror nazi sobre todo en la guerra de guerrillas soviéticas. Hacia 1943, los
alemanes ocupaban una zona de alrededor de 2 millones 600 mil kilómetros
cuadrados en el momento de máxima extensión territorial en la Unión Soviética, y
decidieron proteger las líneas de comunicación, las poblaciones urbanas
importantes, los depósitos de suministros y los recursos económicos. La SS
desplegó entonces los cuatro Einsatzgruppen (bandas armadas) móviles de
las Waffen-SS (comandos de asalto guerrillero), cuya tarea era asesinar a la
población civil, ancianos, mujeres y niños por su origen racial y grupos de
guerrilleros soviéticos. La revelación de Günter Grass, su corta pertenencia a
este grupo de asesinos, no es un caso más de promoción publicitaria de un libro,
sino un capítulo más de un pasado ineluctable, una historia trágica que no
termina.