http://www.revistasudestada.com.ar "El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca
pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre
las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta el agua
para tomar un mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para
que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la
cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado.
Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto.
Pero permanece así, tieso, orgulloso.
(...) Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su
cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca
pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!"...
El relato que precede estas líneas pertenece a la crónica de Roberto Arlt sobre
el fusilamiento de Severino Di Giovanni, en febrero de 1931, durante la
dictadura de José Félix Uriburu. Pero la crónica de Arlt dice más. Pese al
tiempo transcurrido, esta crónica interroga, indaga, exige, dibuja los contornos
violentos de una pasión, aviva el fuego de una idea que empujó a muchos que,
como Severino, se asumieron parte, carne, fuego, hasta el final. Hasta el grito
final, vibrante, frente al pelotón. Y el grito feroz de Severino resuena hasta
hoy, y tiemblan, como ayer, los hipócritas, los opresores, los burgueses. Ese
grito es sangre, es fuego, es revolución, y a ese grito le temen los que
disparan. Por eso lo hacen.
Pero los años no pasan en vano, y el derrotero de aquella idea no parece
ajustarse tanto a la crónica. Hoy la anarquía no aparece de frente, erguida,
derrotada pero orgullosa, ante el pelotón de la Historia. Hoy la anarquía no
grita, vibrante, feroz. Susurra, apenas, una historia que parece empujarla al
abismo. Hoy la anarquía se apaga, y su fuego consumido es el fuego de miles de
hombres y mujeres apasionados, decididos, libertarios. Hoy la anarquía es su
propia sombra, desgajada por la soledad de algunos viejos ácratas que caminan
pesadamente, que arrastran cansados su herejía, como si aguardaran, todavía, la
chispa inminente que les permita azuzar el fuego. Y cambiarlo todo.
Pero hubo un tiempo en que el fuego crecía, y parecía capaz de devorarse todo.
Uno podría establecer rápidamente un punto de inflexión en la historia del
anarquismo: la guerra civil española. Allí la derrota fue lapidaria. Pero eso
sería adelantarse a la crónica.
Hubo un tiempo, sí, en que los barcos traían fuego en sus entrañas. Traían a
estos puertos, sin saberlo, una revolución hacinada en viejos cargueros. Y eran
cientos. Y huían. Y estaban dispuestos a todo. Eran anarquistas, pero también
poetas rebeldes, creadores inquietos, militantes incansables, ejemplos morales,
eran los monstruos temidos por el sistema, que ya estaba listo para combatirlos
desde, casi, su primer pisada en el puerto de Buenos Aires. En las obras y en
las fábricas ya se empezaban a escuchar nombres extraños en voces extrañas de
oradores apasionados: Bakunin, Proudhon, Kropotkin, Malatesta. Y "La Idea"
recorría las fábricas, y los barrios pobres, y, también, las comisarías. Cada
militante anarquista era un productor constante, cada uno de ellos tomaba la
iniciativa, imprimía periódicos, editaba libros, pedía la palabra en asambleas,
planeaba atentados. No esperaban órdenes, no las toleraban, se sentían parte de
un movimiento pero eran libres. No mandaban, pero no se dejaban mandar. Cada uno
de ellos era el anarquismo, a su manera, con sus métodos, con sus
contradicciones, con sus feroces discusiones internas, con sus errores y sus
aciertos. Y florecieron así sindicatos, bibliotecas, libros, ateneos, imprentas,
huelgas, bombas. Y eran miles, y marchaban, y gritaban. Pero ellos los vieron,
vieron el fuego consumiendo las calles de Buenos Aires. Y temieron. Y salieron a
perseguirlos, y los transformaron en mártires y en verdugos, y cada uno pagó y
cobró las deudas de la muerte en las calles, con fiereza, sin titubeos. Fueron
el terror de la burguesía. Ellos eran el fuego, la sangre, el miedo, y en la
Argentina de principios de siglo el fuego se apagaba a balazos. Civiles y
militares no dudaron. Fusilar anarquistas se transformó en gestión de gobierno,
y cuando no los baleaban, terminaban sus días en el fin del mundo, en el penal
de Ushuaia.
Atados a la fe pero sin tenazas teóricas que les impidieran flexibilizar sus
prácticas, los anarquistas rechazaban con desprecio los vicios burgueses y se
empeñaban en construir y destruir al mismo tiempo, con la misma vehemencia. Pero
esa misma libertad que les permitía rechazar los dictámenes y las directivas,
impuso desde un principio la fragmentación del movimiento hasta alcanzar el
método organizativo mínimo posible: el individualismo.
Los obreros se acercaban al anarquismo, se arrimaban para ver a esos oradores
encendidos, que se enfrentaban sin temores a sus patrones, que juraban venganza,
y prometían un mundo sin opresores ni oprimidos ya, ahora, a la vuelta de la
esquina. Los escuchaban porque los conocían, sabían de sus vidas pobres, de su
honestidad, de su sacrificio. Los anarquistas prometían un mundo nuevo que
aplastara al de entonces, pero no esperaban el estallido para empezar a
construir los cimientos. Ellos eran el mundo nuevo, cada uno de ellos era
ejemplo para los demás, testimonio viviente de la historia de "la idea". Y
cuando sus voces vibrantes no alcanzaban, entonces escribían. Y lo hacían del
mismo modo, y juntaban moneditas para publicar sus proclamas y bautizaban a sus
diarios con nombres que hablaban del fuego inminente: se llamaban "La Antorcha",
"El Rebelde", "La Protesta", "El látigo del obrero", "Agitadores", "La voz del
esclavo", y tantos otros. Y escribían como Severino: "Tendremos firme, tendremos
rígido el timón de nuestro argonáutico navío, dirigiremos nuestras velas,
intrépidos y vigorosos, hacia el vellocino de oro de nuestras reivindicaciones
con todo el valor y energía de nuestra juventud". Y no olvidaban a sus mártires
presos, como Simón Radowitsky: "Amigo generoso, Simón, amigo del alma, vives sin
esperanza, en la noche lóbrega de tu martirio circundado por fieras que te
acosan, sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos,
de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto celoso
del recuerdo; estás constante en el pensamiento de salvarte, por eso, ya que tú
no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no faltará quien lo haga por ti,
lo humanamente posible debe hacerse para librarte y no fallará quien encare esa
tarea". Y cantaban, con ritmo de milonga, canciones ácratas: "Somos por fin los
soldados/ de la preciosa Anarquía/ y luchamos noquismo nació junto con el
surgimiento del socialismo. Aparece en una época donde las cosas estaban mucho
más determinadas. Era como buscar los elementos de rebelión, aunque la gente
estuviese en situaciones de mayor precariedad. Antes, era mucho mas fácil
plantear los problemas y se fue dando esa necesidad a través del aporte que
hicieron los anarquistas y otros pensadores. Era una época en que lo industrial
se incrementaba. De cualquier manera ese desarrollo de la industria la vivió
gente que venía con elementos reivindicativos del ser humano, mucho mas
primitivo y mucho mas esenciales. Todavía no estaban definidas en la discusión
las tendencias del socialismo, es decir, si autoritario o antiautoritario. En la
Argentina surge a partir de la visita de algunos expulsados de sus lugares de
origen, como Malatesta o Pietro Gori, los más trascendentes y con gran capacidad
de organización. En esas dos primeras décadas el comunismo era poco conocido
acá. Los anarquistas en esa puja de las tendencias antiautoritarias, con los que
más conflictos tuvieron fue con los socialistas y con aquellos que no
necesariamente eran marxistas. Después se produjo la revolución rusa y, en
realidad, ahí comienza el verdadero decaimiento, que culmina en los años
treinta, donde fue mermando e introduciéndose esta cosa de la que es imposible
escapar, porque era una cosa por verse, una experiencia por realizar y sabemos
que la historia del ser humano es una historia de experimentaciones. Mas allá de
esa tendencia que hay en la gente de señalarnos como que siempre terminamos en
una "autopsia forense", en las condenas a hechos concretos que se dieron. Por
ejemplo, con el golpe del 30, cuando nos recriminan ‘¿porqué no salieron los
anarquistas?’, y mi viejo en ese tiempo me decía: ‘¿Con qué íbamos a salir a
defendernos contra el totalitarismo? No era contra la democracia de Yrigoyen,.
sino contra el totalitarismo del ejercito. ¿En esa época las ideas eran más claras que las que son hoy?
Con todo el tiempo transcurrido pienso que las ideas estaban más claras en ese
tiempo. Ayudado por una cosa: existía la experiencia de la clase obrera, mas
allá de cualquier conocimiento teórico, porque hubo una cosa concreta, práctica.
No hay más teoría que la práctica. Esa clase obrera era muy cercana a las
posibilidades anarquistas a través de su practicidad, sus sufrimientos, sus
padecimientos, sus acercamientos, de sus problemas en común. La gran riqueza
estuvo dada en esto y paralelamente se fueron desarrollando ideas anarquistas
más completas en relación a la sociedad. Siempre la voluntad del hombre es
determinante, pero si me pongo a mirar, en la voluntad del hombre hay límites en
su relación, hasta en un desenvolvimiento lógico de la sociedad porque va
adquiriendo experiencias, conocimientos y aplicaciones. ¿Y no hubo errores en esa etapa?
Entiendo que puede haber habido errores, disputas, pero no tienen que ver con la
«inexistencia» de hoy del anarquismo. Muy por el contrario, inclusive, si
tuviera que dar una idea, digo que hoy el anarquismo es todo aquello que todavía
tiene plena vigencia. Porque en realidad el posterior protagonismo del
anarquismo fue menor y deficiente en relación a las necesidades del crecimiento
y el desenvolvimiento que hubiese tenido que tener como idea. Es un producto
determinado por las circunstancias históricas y hasta tiene lógica que las cosas
que hayan sucedido así. ¿Cómo analiza el capítulo de los anarquistas expropiadores en la historia del
movimiento?
Quise emularlos, pero no pude. Yo conocí gente de la más "jugada", en el sentido
del valor, tal vez mucho más clara que otra más notoria, como Di Giovanni. Puedo
decir que el anarquismo expropiador no tiene trascendencia más que como cosa
solitaria, la tiene solamente por la valoración del individuo en aras de
jugarse. En aquella época el núcleo más rescatable fue el de Roscigna junto a
Emilio Uriondo, Malvicini y Vazquez Paredes. En cambio Di Giovanni no era un
expropiador en toda la palabra, era un antiestatista que era apreciado por
muchas cosas, pero que no tenía voz. En algunas reuniones hasta le habían dicho
"callate la boca, tano" y el tipo pasaba a un segundo plano. Estos grupos de
expropiadores fueron minoritarios y atacados por el qué dirán. Tenía mucho que
ver la formación de opinión, entonces los anarquistas, por mala comprensión de
la población, tenían que mostrar las cosas de determinadas maneras. ¿Usted como anarquista reivindica estas acciones?
Yo no concibo que alguien me diga que es más honesto ir a trabajar que ir a
afanar un banco, no cabe en mí. El hecho de la expropiación tiene sus riesgos,
porque los expropiadores no vienen de un repollo, igual que uno, tiene
diferencias, pero también tiene vicios que tienen que ver con el medio y en
realidad a veces se terminó en la crítica confundiendo causas y efectos. La
expropiación como beligerancia en el medio fue muy poco trascendente como para
hacer una historia de confrontación con el movimiento anarquista ligado a la
clase trabajadora. Y esto lo digo por mi viejo, que estuvo muchos años en cana,
que fue un hombre de acción, que inclusive figura en los archivos policiales
como parte de estos grupos, y nunca había estado de acuerdo con la expropiación.
Mi viejo se llamaba Vittorio Fiorito, era barraquero, trabajaba en el puerto.
Hasta que un día le prohibieron la entrada junto al "Pepe" Damonte, -quien fue
secretario general de la FORA-, que fue uno de los tipos más influyentes en el
movimiento, de una honestidad sin igual, respetado hasta por los más turros,
recuerdo que terminó sus días en ranchito de La Salada. El que les prohibió la
entrada fue Elpidio Gonzalez, quien había sido comisario y luego fue
vicepresidente de Torcuato de Alvear. Y las discusiones conmigo respecto a la
expropiación eran insuficientes. Lo que si sucedió es que con el poder del medio
en cierto tramo de la historia sirvió para denostar contra el anarquismo y esto
es cierto. De todas formas pienso que fue determinante como concepto y más allá
de la resultante que se dio en aquel momento debo afirmar que yo soy un
partidario de la expropiación. Y no necesito argumentación ni conceptos
anarquistas para sostener esto que digo.