Los anarquistas tuvieron un paso relativamente fugaz por el sendero de la
historia argentina. Sin embargo, dejaron una huella indeleble en la memoria
colectiva pues fueron los grandes rebeldes de la sociedad argentina que se
conformó desde fines del siglo XIX. Con sus ideas de libertad, su fe en el
cambio social y su absoluta entrega a la causa de los oprimidos contribuyeron de
manera notable a poner en locución los problemas inherentes a los desposeídos.
Nació, se desarrolló y comenzó su indeclinable decadencia durante el período en
el que predominaron las actividades agroexportadoras, esto es entre 1880 y 1930.
Las razones de su notable arraigo entre los trabajadores durante la primera
década del siglo XX, se debieron a su capacidad para contenerlos y organizarlos
frente a las adversidades del sistema. En un momento en donde miles de
individuos llegaban a estas tierras desde ultramar con la ilusión de "hacer la
América", muchos descubrían que esta no era la tierra de promisión que esperaban
encontrar. Librados a sus propias fuerzas, los trabajadores pronto tomaron
conciencia de la inestabilidad laboral, las malas condiciones de trabajo, el
maltrato patronal, la ausencia de instituciones que los protegieran de los
abusos. Y si bien es cierto que la aventura migratoria es una empresa
esencialmente individual, era muy difícil llevarla a cabo sin la asociación en
organizaciones autodefensivas y solidarias, fueran estas sociedades étnicas,
mutuales o gremiales.
Y el anarquismo estaba allí, dispuesto a cubrir esa zona casi vacía y articular
las redes de sociabilidad indispensables para desarrollar la vida social de los
trabajadores. Crearon periódicos y revistas, organizaron sociedades de
resistencia (sindicatos) y centros culturales, pusieron en funcionamiento
escuelas y bibliotecas con el fin de nuclearlos y darles voz. Pero el esfuerzo
de los anarquistas de ninguna manera pretendía limitarse a las reivindicaciones
básicas de los trabajadores. Esto era sólo el primer paso pues pretendían
convertir a los obreros en individuos rebeldes, inconformistas que apuntaran a
cambiar la sociedad capitalista de manera drástica y construir una utópica
sociedad alternativa en la que reinarían la libertad y la felicidad.
Y es en este punto donde aparece una de las peculiaridades del anarquismo que lo
separará del resto del campo de la izquierda: cuestionaba absolutamente el
criterio de autoridad, y esa impugnación lo llevaba al desconocimiento del
estado, de las instituciones de gobierno y de la representación electoral que,
sostenía, creaba un órgano autoritario como el estado que representaba a los
poseedores y coartaba las libertades individuales al obligar a los individuos a
elegir representantes mediante el sufragio.
El anarquismo pretendía una sociedad sin gobierno, sin ataduras autoritarias de
ningún tipo en la que reinara el libre albedrío de los individuos, se
contemplara las necesidades de todos y no existieran fronteras nacionales. Para
concretar esta utopía la sociedad actual debía destruirse desde los cimientos.
De esta manera era lógico repudiar la táctica socialista de intentar
nacionalizar a los trabajadores y hacerlos participar en el sistema electoral
para reformar el sistema desde adentro. Los anarquistas boicoteaban las
elecciones. Pero también se alejaban del marxismo, al que consideraban
autoritario y defensor del estado.
Los anarquistas lograron el respaldo de los trabajadores para lograr sus
reivindicaciones más inmediatas pero no consiguieron que estos adhirieran a sus
ideas de cambio social. En realidad la Argentina agroexportadora generó una
sociedad que, al margen de sus múltiples injusticias, permitió una notable
movilidad social y los trabajadores parecían preferir construir su propia casa y
ascender socialmente aunque fuera a un costo elevado. A medida que esta
tendencia se fue acentuando, que la reforma electoral incorporó a una porción
trabajadores al sistema político, que el estado se fue involucrando con
políticas sociales y, a la vez, se fueron ajustando las herramientas represivas
contra el anarquismo éste comenzó a decaer y su lugar fue ocupado por otras
tendencias.
Del anarquismo quedó latente a través de los tiempos su espíritu de rebeldía, su
lucha contra el autoritarismo y su defensa incondicional de la libertad del
individuo, tres cualidades que mantienen vivas su presencia a través del tiempo.
(*) Es profesor de Historia Social General en la Facultad de Filosofía y
Letras (UBA); director y editor de la revista de historia Entrepasados y autor
de los libros: "La huelga de inquilinos de 1907 en Buenos Aires" (CEAL, 1984) y
"Anarquismo. Cultura y política libertaria en Buenos Aires" (El Manantial,
2004).