La Izquierda debate
|
El desafío de la razón
Eric Hobsbawm
El Diplo
En el curso de las últimas décadas el relativismo en la Historia ha armonizado con el consenso político. Es hora de "reconstruir un frente de la razón" para promover una nueva concepción de la Historia. A ello invita Eric Hobsbawm, en el discurso de cierre del coloquio de la Academia británica sobre historiografía marxista (13-11-2004)
"Hasta ahora, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; se
trata de cambiarlo". Los dos enunciados de la célebre "Tesis Feuerbach" de Karl
Marx inspiraron a los historiadores marxistas. La mayoría de los intelectuales
que adhirieron al marxismo a partir de la década de 1880 -entre ellos los
historiadores marxistas- lo hicieron porque querían cambiar el mundo, junto con
los movimientos obreros y socialistas; movimientos que se convertirían, en gran
parte bajo la influencia del marxismo, en fuerzas políticas de masas. Esa
cooperación orientó naturalmente a los historiadores que querían cambiar el
mundo hacia ciertos campos de estudio -fundamentalmente, la historia del pueblo
o de la población obrera- los que, si bien atraían naturalmente a las personas
de izquierda, no tenían originalmente ninguna relación particular con una
interpretación marxista. A la inversa, cuando a partir de la década de 1890 esos
intelectuales dejaron de ser revolucionarios sociales, a menudo también dejaron
de ser marxistas.
La revolución soviética de octubre de 1917, reavivó ese compromiso. Recordemos
que los principales partidos socialdemócratas de Europa continental abandonaron
por completo el marxismo sólo en la década de 1950, y a veces más tarde. Aquella
revolución engendró además lo que podríamos llamar una historiografía marxista
obligatoria en la URSS y en los Estados que adoptaron luego regímenes
comunistas. La motivación militante se vio reforzada durante el período del
antifascismo.
A partir de la década de 1950 se debilitó en los países desarrollados -pero no
en el Tercer Mundo- aunque el considerable desarrollo de la enseñanza
universitaria y la agitación estudiantil generaron en la década de 1960 dentro
de la universidad un nuevo e importante contingente de personas decididas a
cambiar el mundo. Sin embargo, a pesar de desear un cambio radical, muchas de
ellas ya no eran abiertamente marxistas, y algunas ya no lo eran en absoluto.
Ese rebrote culminó en la década de 1970, poco antes de que se iniciara una
reacción masiva contra el marxismo, una vez más por razones esencialmente
políticas. Esa reacción tuvo como principal efecto -salvo para los liberales que
aún creen en ello- la aniquilación de la idea según la cual es posible predecir,
apoyándose en el análisis histórico, el éxito de una forma particular de
organizar la sociedad humana. La historia se había disociado de la teleología
(1).
Teniendo en cuenta las inciertas perspectivas que se presentan a los movimientos
socialdemócratas y socialrevolucionarios, no es probable que asistamos a una
nueva ola de adhesión al marxismo políticamente motivada. Pero evitemos caer en
un occidentalo-centrismo excesivo. A juzgar por la demanda de que son objeto mis
propios libros de historia, compruebo que se desarrolla en Corea del Sur y en
Taiwán desde la década de 1980, en Turquía desde la década de 1990, y hay
señales de que avanza actualmente en el mundo de habla árabe.
El vuelco social
¿Qué ocurrió con la dimensión "interpretación del mundo" del marxismo? La
historia es un poco diferente, aunque paralela. Concierne al crecimiento de lo
que se puede llamar la reacción anti-Ranke (2), de la cual el marxismo
constituyó un elemento importante, aunque no siempre se lo reconoció
acabadamente. Se trató de un movimiento doble.
Por una parte, ese movimiento cuestionaba la idea positivista según la cual la
estructura objetiva de la realidad era por así decirlo evidente: bastaba con
aplicar la metodología de la ciencia, explicar por qué las cosas habían ocurrido
de tal o cual manera, y descubrir "wie es eigentlich gewesen" [cómo sucedió en
realidad]. Para todos los historiadores, la historiografía se mantuvo y se
mantiene enraizada en una realidad objetiva, es decir, la realidad de lo que
ocurrió en el pasado; sin embargo, no parte de hechos sino de problemas, y exige
que se investigue para comprender cómo y por qué esos problemas -paradigmas y
conceptos- son formulados de la manera en que lo son en tradiciones históricas y
en medios socio-culturales diferentes.
Por otra, ese movimiento intentaba acercar las ciencias sociales a la historia,
y en consecuencia, englobarla en una disciplina general, capaz de explicar las
transformaciones de la sociedad humana. Según la expresión de Lawrence Stone (3)
el objeto de la historia debería ser "plantear las grandes preguntas del 'por
qué'". Ese "vuelco social" no vino de la historiografía sino de las ciencias
sociales -algunas de ellas incipientes en tanto tales- que por entonces se
afirmaban como disciplinas evolucionistas, es decir históricas.
En la medida en que puede considerarse a Marx como el padre de la sociología del
conocimiento, el marxismo, a pesar de haber sido denunciado erróneamente en
nombre de un presunto objetivismo ciego, contribuyó al primer aspecto de ese
movimiento. Además, el impacto más conocido de las ideas marxistas -la
importancia otorgada a los factores económicos y sociales- no era
específicamente marxista, aunque el análisis marxista pesó en esa orientación.
Esta se inscribía en un movimiento historiográfico general, visible a partir de
la década de 1890, y que culminó en las décadas de 1950 y 1960, en beneficio de
la generación de historiadores a la que pertenezco, que tuvo la posibilidad de
transformar la disciplina.
Esa corriente socio-económica superaba al marxismo. La creación de revistas y de
instituciones de historia económico-social fue a veces obra -como en Alemania-
de socialdemócratas marxistas, como ocurrió con la revista "Vierteljahrschrift"
en 1893. No ocurrió así en Gran Bretaña, ni en Francia, ni en Estados Unidos. E
incluso en Alemania, la escuela de economía marcadamente histórica no tenía nada
de marxismo. Solamente en el Tercer Mundo del siglo XIX (Rusia y los Balcanes) y
en el del siglo XX, la historia económica adoptó una orientación sobre todo
socialrevolucionaria, como toda "ciencia social". En consecuencia, se vio muy
atraída por Marx. En todos los casos, el interés histórico de los historiadores
marxistas no se centró tanto en la "base" (la infraestructura económica) como en
las relaciones entre la base y la superestructura. Los historiadores
explícitamente marxistas siempre fueron relativamente poco numerosos.
Marx ejerció influencia en la historia principalmente a través de los
historiadores y los investigadores en ciencias sociales que retomaron los
interrogantes que él se planteaba, hayan aportado o no otras respuestas. A su
vez, la historiografía marxista avanzó mucho en relación a lo que era en la
época de Karl Kautsky y de Georgi Plekhanov (4), en buena medida gracias a su
fertilización por otras disciplinas (fundamentalmente la antropología social) y
por pensadores influidos por Marx y que completaban su pensamiento, como Max
Weber (5).
Si subrayo el carácter general de esa corriente historiográfica, no es por
voluntad de subestimar las divergencias que contiene, o que existían en el seno
de sus componentes. Los modernizadores de la historia se plantearon las mismas
cuestiones y se consideraron comprometidos en los mismos combates intelectuales,
ya sea que se inspiraran en la geografía humana, en la sociología durkheimiana
(6) y en las estadísticas, como en Francia (a la vez, la escuela de los Anales y
Labrousse), o en la sociología weberiana, como la Historische Sozialwissenschaft
en Alemania federal, o aun en el marxismo de los historiadores del Partido
Comunista, que fueron los vectores de la modernización de la historia en Gran
Bretaña, o que al menos fundaron su principal revista.
Unos y otros se consideraban aliados contra el conservadurismo en historia, aun
cuando sus posiciones políticas o ideológicas eran antagónicas, como Michael
Postan (7) y sus alumnos marxistas británicos. Esa coalición progresista halló
una expresión ejemplar en la revista "Past & Present", fundada en 1952, muy
respetada en el ambiente de los historiadores. El éxito de esa publicación se
debió a que los jóvenes marxistas que la fundaron se opusieron deliberadamente a
la exclusividad ideológica, y que los jóvenes modernizadores provenientes de
otros horizontes ideológicos estaban dispuestos a unirse a ellos, pues sabían
que las diferencias ideológicas y políticas no eran un obstáculo para trabajar
juntos. Ese frente progresista avanzó de manera espectacular entre el fin de la
Segunda Guerra Mundial y la década de 1970, en lo que Lawrence Stone llama "el
amplio conjunto de transformaciones en la naturaleza del discurso histórico".
Eso hasta la crisis de 1985, cuando se produjo la transición de los estudios
cuantitativos a los estudios cualitativos, de la macro a la microhistoria, de
los análisis estructurales a los relatos, de lo social a los temas culturales.
Desde entonces, la coalición modernizadora está a la defensiva, al igual que sus
componentes no marxistas, como la historia económica y social.
En la década de 1970, la corriente dominante en historia había sufrido una
transformación tan grande, en particular bajo la influencia de las "grandes
cuestiones" planteadas a la manera de Marx, que escribí estas líneas: "A menudo
es imposible decir si un libro fue escrito por un marxista o por un no marxista,
a menos que el autor anuncie su posición ideológica. Espero con impaciencia el
día en que nadie se pregunte si los autores son marxistas o no". Pero como
también lo señalaba, estábamos lejos de semejante utopía. Desde entonces, al
contrario, fue necesario subrayar con mayor energía lo que el marxismo puede
aportar a la historiografía. Cosa que no ocurría desde hace mucho tiempo. A la
vez, porque es preciso defender a la historia contra quienes niegan su capacidad
para ayudarnos a comprender el mundo, y porque nuevos desarrollos científicos
transformaron completamente el calendario historiográfico.
En el plano metodológico, el fenómeno negativo más importante fue la edificación
de una serie de barreras entre lo que ocurrió o lo que ocurre en historia, y
nuestra capacidad para observar esos hechos y entenderlos. Esos bloqueos
obedecen a la negativa a admitir que existe una realidad objetiva, y no
construida por el observador con fines diversos y cambiantes, o al hecho de
sostener que somos incapaces de superar los límites del lenguaje, es decir, de
los conceptos, que son el único medio que tenemos para poder hablar del mundo,
incluyendo el pasado.
Esa visión elimina la cuestión de saber si existen en el pasado esquemas y
regularidades a partir de los cuales el historiador puede formular propuestas
significativas. Sin embargo, hay también razones menos teóricas que llevan a esa
negativa: se argumenta que el curso del pasado es demasiado contingente, es
decir, que hay que excluir las generalizaciones, pues prácticamente todo podría
ocurrir o hubiera podido ocurrir. De manera implícita, esos argumentos apuntan a
todas las ciencias. Pasemos por alto intentos más fútiles de volver a viejas
concepciones: atribuir el curso de la historia a altos responsables políticos o
militares, o a la omnipotencia de las ideas o de los "valores"; reducir la
erudición histórica a la búsqueda -importante pero insuficiente en sí- de una
empatía con el pasado.
El gran peligro político inmediato que amenaza a la historiografía actual es el
"anti-universalismo": "mi verdad es tan válida como la tuya, independientemente
de los hechos". Ese anti-universalismo seduce naturalmente a la historia de los
grupos identitarios en sus diferentes formas, para la cual, el objeto esencial
de la historia no es lo que ocurrió, sino en qué afecta eso que ocurrió a los
miembros de un grupo particular. De manera general, lo que cuenta para ese tipo
de historia no es la explicación racional sino la "significación"; no lo que
ocurrió, sino cómo experimentan lo ocurrido los miembros de una colectividad que
se define por oposición a las demás, en términos de religión, de etnia, de
nación, de sexo, de modo de vida, o de otras características.
El relativismo ejerce atracción sobre la historia de los grupos identitarios.
Por diferentes razones, la invención masiva de contraverdades históricas y de
mitos, otras tantas tergiversaciones dictadas por la emoción, alcanzó una
verdadera época de oro en los últimos treinta años. Algunos de esos mitos
representan un peligro público -en países como India durante el gobierno
hinduista (8), en Estados Unidos y en la Italia de Silvio Berlusconi, por no
mencionar muchos otros nuevos nacionalismos, se acompañen o no de un acceso de
integrismo religioso-.
De todos modos, si por un lado ese fenómeno dio lugar a mucho palabrerío y
tonterías en los márgenes más lejanos de la historia de grupos particulares -nacionalistas,
feministas, gays, negros y otros- por otro generó desarrollos históricos
inéditos y sumamente interesantes en el campo de los estudios culturales, como
el "boom de la memoria en los estudios históricos contemporáneos", como lo llama
Jay Winter (9). "Los Lugares de memoria" (10) obra coordinada por Pierre Nora,
es un buen ejemplo.
Reconstruir el frente de la razón
Ante todos esos desvíos, es tiempo de restablecer la coalición de quienes desean
ver en la historia una investigación racional sobre el curso de las
transformaciones humanas, contra aquellos que la deforman sistemáticamente con
fines políticos, y a la vez, de manera más general, contra los relativistas y
los posmodernistas que se niegan a admitir que la historia ofrezca esa
posibilidad. Dado que entre esos relativistas y posmodernos hay quienes se
consideran de izquierda, podrían producirse inesperadas divergencias políticas
capaces de dividir a los historiadores. Por lo tanto, el punto de vista marxista
resulta un elemento necesario para la reconstrucción del frente de la razón,
como lo fue en las décadas de 1950 y 1960. De hecho, la contribución marxista
probablemente sea aun más pertinente ahora, dado que los otros componentes de la
coalición de entonces renunciaron, como la escuela de los Anales de Fernand
Braudel, y la "antropología social estructural-funcional", cuya influencia entre
los historiadores fuera tan importante. Esta disciplina se vio particularmente
perturbada por la avalancha hacia la subjetividad posmoderna.
Entre tanto, mientras que los posmodernistas negaban la posibilidad de una
comprensión histórica, los avances en las ciencias naturales devolvían a la
historia evolucionista de la humanidad toda su actualidad, sin que los
historiadores se dieran cabalmente cuenta. Y esto de dos maneras.
En primer lugar, el análisis del ADN estableció una cronología más sólida del
desarrollo desde la aparición del homo sapiens en tanto especie. En particular,
la cronología de la expansión de esa especie originaria de África hacia el resto
del mundo, y de los desarrollos posteriores, antes de la aparición de fuentes
escritas. Al mismo tiempo, eso puso de manifiesto la sorprendente brevedad de la
historia humana -según criterios geológicos y paleontológicos- y eliminó la
solución reduccionista de la sociobiología darwiniana (11).
Las transformaciones de la vida humana, colectiva e individual, durante los
últimos diez mil años, y particularmente durante las diez últimas generaciones,
son demasiado considerables para ser explicadas por un mecanismo de evolución
enteramente darwiniano, por los genes. Esas transformaciones corresponden a una
aceleración en la transmisión de las características adquiridas, por mecanismos
culturales y no genéticos; podría decirse que se trata de la revancha de Lamarck
(12) contra Darwin, a través de la historia humana. Y no sirve de mucho
disfrazar el fenómeno bajo metáforas biológicas, hablando de "memes" (13) en
lugar de "genes". El patrimonio cultural y el biológico no funcionan de la misma
manera.
En síntesis, la revolución del ADN requiere un método particular, histórico, de
estudio de la evolución de la especie humana. Además -dicho sea de paso- brinda
un marco racional para la elaboración de una historia del mundo. Una historia
que considere al planeta en toda su complejidad como unidad de los estudios
históricos, y no un entorno particular o una región determinada. En otras
palabras: la historia es la continuación de la evolución biológica del homo
sapiens por otros medios.
En segundo lugar, la nueva biología evolucionista elimina la estricta
diferenciación entre historia y ciencias naturales, ya eliminada en gran medida
por la "historización" sistemática de estas ciencias en las últimas décadas.
Luigi Luca Cavalli-Sforza, uno de los pioneros pluridisciplinarios de la
revolución ADN, habla del "placer intelectual de hallar tantas similitudes entre
campos de estudio tan diferentes, algunos de los cuales pertenecen
tradicionalmente a los polos opuestos de la cultura: la ciencia y las
humanidades". En síntesis, esa nueva biología nos libera del falso debate sobre
el problema de saber si la historia es una ciencia o no.
En tercer lugar, nos remite inevitablemente a la visión de base de la evolución
humana adoptada por los arqueólogos y los prehistoriadores, que consiste en
estudiar los modos de interacción entre nuestra especie y su medio ambiente, y
el creciente control que ella ejerce sobre el mismo. Lo cual equivale
esencialmente a plantear las preguntas que ya planteaba Karl Marx. Los "modos de
producción" (sea cual fuere el nombre que se les dé) basados en grandes
innovaciones de la tecnología productiva, de las comunicaciones y de la
organización social -y también del poder militar- son el núcleo de la evolución
humana. Esas innovaciones, y Marx era consciente de eso, no ocurrieron y no
ocurren por sí mismas. Las fuerzas materiales y culturales y las relaciones de
producción son inseparables; son las actividades de hombres y mujeres que
construyen su propia historia, pero no en el "vacío", no afuera de la vida
material, ni afuera de su pasado histórico.
Del neolítico a la era nuclear
En consecuencia, las nuevas perspectivas para la historia también deben
llevarnos a esa meta esencial de quienes estudian el pasado, aunque nunca sea
cabalmente realizable: "la historia total". No "la historia de todo", sino la
historia como una tela indivisible donde se interconectan todas las actividades
humanas. Los marxistas no son los únicos en haberse propuesto ese objetivo -Fernand
Braudel también lo hizo- pero fueron quienes lo persiguieron con más tenacidad,
como decía uno de ellos, Pierre Vilar (14).
Entre las cuestiones importantes que suscitan estas nuevas perspectivas, la que
nos lleva a la evolución histórica del hombre resulta esencial. Se trata del
conflicto entre las fuerzas responsables de la transformación del homo sapiens,
desde la humanidad del neolítico hasta la humanidad nuclear, por una parte, y
por otra, las fuerzas que mantienen inmutables la reproducción y la estabilidad
de las colectividades humanas o de los medios sociales, y que durante la mayor
parte de la historia las han contrarrestado eficazmente. Esa cuestión teórica es
central. El equilibrio de fuerzas se inclina de manera decisiva en una
dirección. Y ese desequilibrio, que quizás supera la capacidad de comprensión de
los seres humanos, supera por cierto la capacidad de control de las
instituciones sociales y políticas humanas. Los historiadores marxistas, que no
entendieron las consecuencias involuntarias y no deseadas de los proyectos
colectivos humanos del siglo XX, quizás puedan esta vez, enriquecidos por su
experiencia práctica, ayudar a comprender cómo hemos llegado a la situación
actual.
Eric Hobsbawm es historiador británico, autor entre otros de Historia
del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1996.
1 Teleología, doctrina que se ocupa de las causas finales.
2 Reacción contra Leopold von Ranke (1795-1886), considerado el padre de la
escuela dominante de la historiografía universitaria antes de 1914. Autor, entre
otros títulos, de "Historia de los pueblos romano y germano de 1494 a 1535"
(1824) y de Historia del mundo" (Weltgeschichte), (1881-1888 - inconclusa).
3 Lawrence Stone (1920-1999), una de las personalidades más eminentes e
influyentes de la historia social. Autor, entre otros títulos, de "The Causes of
the English Revolution, 1529-1642" (1972), "The Family, Sex and Marriage in
England 1500-1800" (1977).
4 Respectivamente dirigente de la socialdemocracia alemana y de la
socialdemocracia rusa, a comienzos del siglo XIX.
5 Max Weber (1864-1920), sociólogo alemán.
6 Por Emile Durkheim (1858-1917), que fundó "Las reglas del método sociológico"
(1895) y que por ello es considerado uno de los padres de la sociología moderna.
Autor, entre otros títulos, de "La división del trabajo social" (1893) , "El
suicidio" (1897).
7 Michael Postan ocupa la cátedra de historia económica en la universidad de
Cambridge desde 1937. Co-inspirador, junto a Fernand Braudel, de la Asociación
Internacional de Historia Económica.
8 El partido Bharatiya Janata (BJP) dirigió el gobierno indio desde 1999 hasta
mayo de 2004.
9 Profesor de la universidad de Columbia (Nueva York). Uno de los grandes
especialistas de la historia de las guerras del siglo XX, y sobre todo de los
lugares de memoria.
10 "Les lieux de mémoire", Gallimard, París, 3 tomos.
11 Por Charles Darwin (1809-1882), naturalista inglés autor de la teoría sobre
la selección natural de las especies.
12 Jean-Baptiste Lamark (1744-1829), naturalista francés, el primero en romper
con la idea de permanencia de la especie.
13 Según Richard Dawkins, uno de los más destacados neodarwinistas, los "memes",
son unidades de base de memoria, supuestos vectores de la transmisión y de la
supervivencia culturales, así como los genes son los vectores de la subsistencia
de las características genéticas de los individuos.
14 Ver fundamentalmente "Une histoire en construction: approche marxiste et
problématique conjoncturelle", Gallimard-Seuil, París, 1982.