La Izquierda debate
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Prólogo al libro «La teoría del sistema
capitalista mundial» de Gabriela Roffinelli
Aurelio Alonso Tejada
Rebelión
El breviario ocupa sin duda un lugar prominente en la tradición editorial de
nuestro tiempo. Las generaciones que atravesaron el siglo XX y las que se asoman
al presente tendrán que reconocer su deuda impagable al significado de este tipo
de publicación, que aportó del vehículo más funcional al ensayo corto.
Individualizado, manuable, idóneo para esa ensayística que no requiere de la
extensión de los tratados, como para la poesía, que es capaz de dar tanto en
pocas líneas.
El libro que hoy presentamos goza precisamente de las virtudes de la concisión.
Lo componen un ensayo introductorio de Gabriella Roffinelli al pensamiento de
Samir Amín, una ficha biográfica y una entrevista de la autora al biografiado,
presentadas en anexo. Así como una bibliografía selecta de la obra del eminente
economista egipcio, que dista seguramente de ser completa pero que exhibe una
amplitud muy satisfactoria.
La edición de este libro se hace importante por dos motivos. El primero es que
Samir Amín se ha convertido en uno de los pensadores más relevantes de nuestro
tiempo. Sus teorías le hicieron ascender a este peldaño en el mundo académico
desde la segunda mitad del siglo pasado. Y a partir de su última década, en la
cual el acontecer histórico confirmaba, con dolorosos rigores sociales,
políticos y bélicos, la certeza de sus postulados, su figura ha crecido al plano
destacado que ocupa hoy en el pensamiento revolucionario. Sobre todo porque Amín
no ha sido lo que se suele llamar un científico de gabinete, sino que su
quehacer teórico se ha vinculado siempre a su militancia antiimperialista, que
le ha llevado a jugar un reconocido papel en la inspiración y la articulación de
los movimientos de resistencia que se despliegan en el Mundo de hoy, y que
concentran la herencia de las mejores tradiciones de lucha por la superación de
la tiranía del capital. Y con ellas la única esperanza fiable de salvación de la
humanidad, aunque esto pueda sonar apocalíptico.
La incuestionable identidad marxista del pensamiento de Samir Amín se pone de
manifiesto por contraste a las respuestas esquemáticas y la apologética, y está
signada por la creatividad que ha caracterizado a los genuinos continuadores, y
que muchas veces ha sido cuestionada, o al menos marginada en la historia, por
la consagración dogmática realizada desde las instituciones partidarias. La
vigencia perdurable del descubrimiento de Marx es lo que encontramos en sus
análisis, con el ingenio requerido por las complejidades de la realidad que se
abre ante nosotros.
Su mirada hacia el capitalismo como sistema mundial recorre toda su producción
teórica. Una cosa es admitirlo así y otra convertirlo en principio que nos
permita sortear la férrea distinción entre factores externos e internos. Y es
esto lo que en él hallamos. En esta dirección coinciden hacia los años sesenta
los teóricos de la dependencia en América Latina (Fernando Enrique
Cardoso, Enzo Faleto, Andre Gunder Frank, Rui Mauro Marini, Theotonio Dos
Santos, y otros), y los que con posterioridad han desarrollado la perspectiva
del sistema-mundo como esencial (Inmanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi y
otros).
En Samir Amín vamos a ver una redefinición de la tesis leninista cuando concluye
que el imperialismo no es una etapa del capitalismo sino un componente esencial
del mismo desde su nacimiento. Se remonta al inicio del siglo XVI con la
colonización de América y sus efectos en la formación del capitalismo en la
sociedad europea. Esta lectura implica un tratamiento integral de las relaciones
entre lo económico, lo social, lo político y lo cultural, diferente al que la
ortodoxia marxista convirtió en estereotipo teórico. Nos propone, en
consecuencia una periodización del imperialismo que abarca cinco siglos de
relaciones de estratificación y dominación centro/periferia. Ni el saqueo
colonial, realizado al amparo de la cristianización, ni el movimiento
inversionista desde los centros del capital hacia los países periféricos cuando
la acumulación se tradujo en competencia monopolista, se orientaron a replicar
allí el sistema propio del centro, sino a crear, renovar y consolidar lazos de
subordinación y dependencia que han dado cuerpo al modelo imperante de
intercambio desigual.
Personalmente estimo que el intercambio, dentro de las coordenadas del
capitalismo, busca siempre la desigualdad, la genera, es parte de su naturaleza
misma, tiende a extremarla, y la aspiración del capital será más intensa donde
mayor sea la brecha entre el centro y la periferia. La aplicación de otros
términos de intercambio no sólo es una alternativa sino un desafío de primer
orden.
Hoy el mercado mundial se ha convertido, según los estudios de Samir Amín, en el
escenario primario de la competencia de los gigantes empresariales, e imponerse
en ese mercado se hace condición para imponerse en los escenarios nacionales. A
diferencia del pasado en que los monopolios debían imponerse primero en la
competencia al nivel nacional, y del éxito en ese espacio dependía su
expansionismo. Hablamos de un mercado en disputa que se calcula aproximadamente
en 600 millones de consumidores, en el cual las propias transnacionales retienen
el espacio principal. Cerca de un 80% de ese comercio, irónicamente promovido
como "libre", tiene lugar entre ellas mismas.
El tiempo de la competencia monopólica entre los estados centrales ha cedido al
tiempo de los monopolios de los estados centrales, que Samir Amín resume en
cinco: 1) el monopolio de las nuevas tecnologías, 2) el control de los flujos
financieros, 3) el monopolio del acceso a los recursos naturales del planeta, 4)
el monopolio de los medios de comunicación, y 5) el control de las armas de
destrucción masiva.
En rigor no me corresponde en estas líneas ir más lejos en torno a las tesis de
Samir Amín. Eso lo hace Gabriela con mucha seriedad. Yo solamente me he atrevido
a reseñar algunos avances con la esperanza de transmitir a los lectores – al
menos a aquellos que todavía consideren que los prólogos merecen ser leídos –
los méritos del pensamiento que este libro se aventura a resumir.
Decía al principio que eran dos los motivos que quería subrayar en la
importancia del libro de Gabriela Roffinelli. El segundo tiene que ver con las
cualidades propias del ensayo que llega ahora a las manos de ustedes.
La autora, que se ha familiarizado a fondo con la obra y las impresionantes
proyecciones de Samir Amín, ha logrado recorrer y presentar, con mucho acierto,
a mi juicio, en los seis capítulos de La teoría del sistema capitalista
mundial, una exposición coherente y bien argumentada de este pensamiento.
Escrita además con claridad, en lenguaje accesible, que incentiva a la lectura,
lo cual le confiere un apreciable valor divulgativo.
No se limita Gabriela a exponer las tesis de Amín, sino que aporta sus criterios
en el contrapunteo con otras teorías surgidas paralelamente como respuesta a la
problemática que nos plantea el fenómeno de la globalización capitalista. En
este plano podemos observar la confrontación con las ideas expuestas por Michael
Hardt y Antonio Negri en Imperio, o las conexiones de Amín con los
teóricos de la dependencia a las cuales me referí anteriormente, y su
tributo a los enjundiosos estudios de Paul Baran y de Paul Sweezy, que le
antecedieron.
El lector encontrará también una fundamentada crítica a reacciones viciadas de
cara al orden actual, como es el caso del eurocentrismo, o el más generalizado
repliegue culturalista expandido especialmente en las últimas décadas, el cual
cobra forma en la búsqueda de respuestas restringidas al plano étnico, el
religioso, o el de identidad nacional. Este repliegue culturalista, que en el
plano religioso se manifiesta tanto en el fundamentalismo islámico como en los
movimientos de conversión que se han extendido por América Latina, encuentra un
apoyo bien identificado en las esferas de poder de los Estados Unidos.
Finalmente no quisiera dejar pasar el tema del debate acerca de la
post-modernidad, que tanta tinta ha hecho y hace correr aun. Amín vindica la
vigencia de la modernidad. Una modernidad despojada de la estrechez del
occidentalismo, y de los moldes impuestos por la historia de la acumulación
capitalista. Una modernidad que todavía no ha sido colmada históricamente. El
desgaste por descifrar la post-modernidad se revela superfluo si simplemente nos
atenemos, con Néstor García Canclini, al dato de que "en nuestro continente los
avances de la modernidad no han llegado del todo ni a todos". Recuerdo muy bien
a Franz Hinkelammert cuando objetaba, hace ya más de diez años, que solo podía
llamarse post-modernidad a algo carente en si mismo de cualidad propia
definible, y apostrofar con agudeza que al capitalismo lo llamamos capitalismo y
no post-feudalismo.
Se trata de una acotación que nos debe conducir a acotar también el concepto de
post-capitalismo, tan generalizado hoy para acudir al paradigma de un mundo más
justo y equitativo. No diría rechazarlo, porque no se han curado las cicatrices
y las decepciones que los fracasos socialistas han dejado. Pero tampoco se puede
subestimar la imprecisión que hace que lo que querríamos calificar como objetivo
de lucha social no cuente con un concepto que lo identifique sin ambigüedad.
Por mi parte, confieso que coincido con Samir Amín y con los que piensan que no
contamos con un término más legítimo, adecuado y explícito para designar la
dimensión paradigmática del mundo que queremos construir que el de "socialismo".
A pesar de los fracasos del experimento del siglo XX. Lo justifica precisamente
la connotación teórica esencial que le ha sido sesgada, su vigencia, y la
necesidad de rescatar el sentido que las torceduras coyunturales le han restado.
Pero de algún modo habría que decir que también en consideración a los esfuerzos
y sacrificios empeñados por varias generaciones en estas 90 décadas de
experimentos frustrados o sostenidos a duras penas, por las ilusiones que
pusimos en sus promesas, y por el estoicismo con que hayamos tenido que padecer
sus arbitrariedades.
La gran diferencia consiste en que hoy podemos discernir tanto lo que se pudo
haber hecho y no se realizó como lo que no queremos repetir de aquella
experiencia. Y seguramente tenemos más razón que la que existió nunca en el
pasado para vindicar, a favor de lo que construyamos a partir de las
resistencias de ahora y de nuevas formas de lucha, el nombre del "socialismo".
La Habana, 22 de junio de 2005
[Además de este prólogo de Aurelio Alonso Tejada, el libro La teoría del
sistema capitalista mundial. Una aproximación al pensamiento de Samir Amin
de la socióloga argentina Gabriela Roffinelli también incluye un prefacio del
pensador belga François Houtart. El volumen, de próxima aparición, saldrá
publicado por Ruth Casa Editorial]