La Izquierda debate
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Movimientos antiglobalización
Carlos Taibo*
Centro de Colaboraciones Solidarias
Las sesiones del Foro Social Mundial son un buen momento para realizar un
balance de los movimientos antiglobalización, y para hacerlo hay que saber que
el vigor principal de esas redes recae en aquellas que han acabado por madurar
en los países pobres.
Una percepción muy extendida sugiere que nuestros movimientos padecen un
estancamiento preocupante, y también la de atribuirlo todo a los movimientos y
de dibujar insorteables fronteras entre éstos y la izquierda tradicional. Los
movimientos antiglobalización despiertan un impulso libertario que atrae hacia
ellos a gentes que se sienten incómodas en las estructuras -partidos,
sindicatos, ONG- de siempre, sería un grave error concluir que no hay puentes de
comunicación entre las dos orillas. Al fin y al cabo, en muchos lugares los
movimientos han nacido en el germen aportado por las ONG, sus vínculos con el
sindicalismo alternativo y con lo que hasta ahora han sido el feminismo, el
pacifismo y el ecologismo. La crítica que las redes han formulado tantas veces
contra partidos, sindicatos y ONG no es óbice para que unas y otros se alimenten
mutuamente.
Las manifestaciones contra la agresión estadounidense en Iraq configuraron un
irrepetible momento de gloria para los movimientos antiglobalización, así que no
sería justo comparar lo que ahora tenemos con lo que sucedió aquellos días. La
comparación adecuada lo es con lo que existía. Y el resultado parece
razonablemente halagüeño al amparo de la consolidación de redes activas que son
conscientes de que su trabajo es a largo plazo.
Esas redes han servido de aglutinante de iniciativas diversas, hasta el punto de
que han "estimulado" el reencuentro de gentes que habían seguido caminos
distintos. Aunque estos movimientos han abrazado una estrategia de borrón y
cuenta nueva, disfrutan de fluidos mecanismos de relación, por ejemplo, con los
segmentos más lúcidos del movimiento obrero de siempre, con los que han
coincidido en unas y otras batallas.
La idea de que detrás de esos movimientos no hay sino jóvenes de vida cómoda que
dan rienda suelta a su mala conciencia es una interesada distorsión ya que han
sido estas redes las que han hecho frente al endurecimiento planetario en las
condiciones del trabajo asalariado. Pero a las innegables virtudes aglutinantes
de los movimientos hay que sumar contrapartidas, como las divisiones internas
que han reproducido muchas de las viejas reyertas.
Tampoco han faltado los activos en materia de sensibilización y de consolidación
de discursos críticos. Aunque los movimientos no son los únicos responsables,
sus imaginativas estrategias de comunicación algo tienen que ver con los valores
que subrayan la deuda de Occidente con los países pobres.
Agrias discusiones han levantado los foros y las contracumbres que los
movimientos han ido perfilando. El éxito mediático de unos y otras -Porto Alegre
ha suscitado más simpatías que Davos en la mayoría de los medios- no está exento
de contrapartidas. La principal es el riesgo de que foros y contracumbres acaben
por sustituir a los propios movimientos en un magma general de turismo solidario
que prima los grandes cónclaves en detrimento del trabajo de cada día. Ante un
elogio desmesurado de la manifestación que cerró la contracumbre barcelonesa de
marzo de 2002, un activista planteó la cuestión: "Lo que me gustaría saber es
dónde están estas cuatrocientas mil personas los 364 días restantes del año". Y
es que el futuro de los movimientos no se dirime en Porto Alegre, en Bamako, en
Caracas o en Karachi, sino en el día a día del trabajo, poco vistoso, desplegado
en barrios y pueblos.
Es difícil evaluar la relación entre movimientos y la cuestión nacional. A ojos
de muchos, una de las dimensiones más arrasadoras de la globalización es la de
ser una apisonadora de culturas. Esto provoca un acercamiento entre los
movimientos nacionalistas resistentes y las redes antiglobalización, aunque no
parece que esos vínculos hayan ganado peso.
Al calor de las redes se ha verificado la movilización de muchos jóvenes, un
fenómeno impensable hace sólo media docena de años. La impronta que esos jóvenes
han conferido a muchas iniciativas revela una enorme energía pero arrastra una
dramática falta de continuidad. Lo suyo es preguntarse qué nos han deparado, a
quienes ya no somos jóvenes, nuestras organizaciones, tan bien estructuradas y
tan constantes en sus desempeños.
* Profesor de Ciencia Política
Universidad Autónoma de Madrid
ccs@solidarios.org.es