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La Izquierda debate

 

Sujetos sociales, modernidad y crisis.

por Bautista

Introducci�n.

La constituci�n de los sujetos sociales hist�ricos no ocurre por voluntad ni a partir de una teor�a que los defina y caracterice. Por m�s que requieran, para finalmente transformarse en movimientos hist�ricos, de una permanente, cotidiana y por momentos �pica lucha social y pol�tica que los dote de identidad colectiva y finalmente de poder real.

En el marco de la Modernidad, el capitalismo industrial tuvo inicialmente como sujeto creador a la burgues�a emergente y luego a la clase obrera, como contraparte y nuevo sujeto creador, impulsando la lucha de clases a una agudizaci�n que tuvo como corolario casi un siglo de revoluciones y luchas proletarias, que en alg�n momento pusieron en riesgo la hegemon�a del capital, al menos subjetivamente.

Sin embargo, ese ciclo de luchas proletarias termin� producto de sus propias contradicciones, pero sobretodo producto de las transformaciones cel�ricas que un capitalismo desesperado y en crisis ha venido imponiendo en su af�n de sostener la ganancia y la reproducci�n del capital.

La desaceleraci�n del crecimiento econ�mico global y una profunda decadencia que va m�s all� del agotamiento de la sociedad industrial, alcanzando a las propias instituciones creadas en m�s de tres siglos de Modernidad, nos instalan en un nuevo ciclo hist�rico, caracterizado por la emergencia de nuevos sujetos sociales que a�n no terminan de articularse como tales y cuyas potencialidades a�n no se expresan como poder real y antag�nico.

Lo verdaderamente importante de esta coyuntura hist�rica es que nos enfrentamos a la disyuntiva de dejarnos llevar al abismo de la cat�strofe final de la Humanidad o iniciar un nuevo viaje hacia las fronteras de la Libertad.

Pero no nos hagamos ilusiones. El viaje m�s probable es hacia la incertidumbre. La degradaci�n del ecosistema planetario es casi irreversible. S�lo un cambio de civilizaci�n, a trav�s de una revoluci�n libertaria, podr�a revertir el enorme da�o causado por la l�gica depredadora del industrialismo.

Al parecer las utop�as ya no tienen mucha cabida. A estas alturas se trata tambi�n de sobrevivir a la decadencia suicida del capitalismo. Sobrevivencia que para nosotros, como pueblo pobre y marginado, deber�a transformarse en una radical lucha armada y libertaria por detener la vor�gine de nuestros enemigos de clase y sus fuerzas represivas.

Estas l�neas apuntan a situarnos en el contexto del nuevo ciclo que se inicia, queriendo aportar una mirada que profundice los elementos de Direccionalidad Estrat�gica que hemos venido construyendo en los �ltimos a�os.

1.- Sujetos sociales y crisis del estado-naci�n.

Los modernos estados-naci�n surgidos a partir de la Paz de Westfalia (1648) que puso fin a la Guerra de los Treinta A�os en Europa, expresan la necesidad del capitalismo emergente de redibujar el mapa geogr�fico, reordenando a su vez poblaciones y territorios en funci�n de la producci�n industrial que iniciaba su largo camino hacia la supremac�a planetaria.

El estado-naci�n como instrumento privilegiado de la dominaci�n, surge entonces en medio del reordenamiento del espacio que el nuevo paradigma requiere para su funcionamiento.

Y surge dotado de soberan�a, con capacidad de decisi�n sobre la econom�a, la cultura, la seguridad, el sistema pol�tico y las leyes.

Con la Revoluci�n Francesa nace la idea de que cada estado-naci�n construye una identidad condensada en el concepto de Pueblo, fuente de la Soberan�a y de la legitimidad del poder constituido.

El propio concepto de Democracia se articula en torno al ciudadano (el burgu�s) sujeto social que encarna los valores y subjetividades de la Modernidad.

Toda esta construcci�n est� en la base de una civilizaci�n occidental de car�cter racionalista, cuyo modo de producci�n capitalista se hace hegem�nico.

El paso desde sociedades de base agraria a sociedades de base industrial se produce sobre la din�mica de una Revoluci�n Industrial que transforma profundamente el sistema pol�tico y social.

El maquinismo industrial permite la producci�n a escalas no conocidas, permitiendo una mayor acumulaci�n y resolver el problema de la demanda creciente de los mercados.

Los pa�ses que se industrializan se convierten en potencias, no s�lo econ�micas si no tambi�n militares. Esto lleva a una competencia por nuevos mercados y l�gicamente a la b�squeda de materias primas.

Los estados-naci�n son el instrumento de la expansi�n colonialista. En el mapa geopol�tico aparece n�tidamente un centro europeo y una periferia asi�tica, africana y latinoamericana.

Europa profita de la riqueza extra�da de estos continentes, en una carrera que lleva al capitalismo a hacerse hegem�nico a nivel mundial. El imperialismo ingl�s es el primero eminentemente capitalista y marca el inicio de una competencia entre estados-naci�n capitalistas, que s�lo se resolver� con las Guerras Mundiales del siglo XX.

Con la Primera Guerra Mundial y la Revoluci�n Sovi�tica, surge la URSS, marcando el inicio de revoluciones anticapitalistas que llevan al cuestionamiento de la hegemon�a capitalista.

Con la Segunda Guerra Mundial el mapa geopol�tico queda dividido en dos grandes bloques, que en el marco de la Guerra Fr�a marcan el inicio de la disputa Este-Oeste.

La pos guerra estuvo marcada por la aparici�n del "estado de bienestar", producto de las ideas keynesianas que reclamaban la necesidad de crear condiciones para el consumo y a la vez estabilizar lo social desde el compromiso del Estado de asegurar una m�nima seguridad social y calidad de vida al conjunto de la poblaci�n.

As� se aseguraba una contenci�n ante la presi�n subjetiva de las ideas revolucionarias de justicia social y propiedad social de los medios de producci�n, que encarnaban los socialismos existentes en Europa del Este.

Obviamente, el Estado keynesiano tuvo su mayor expresi�n en Europa y EEUU, siendo parcial o nulo su despliegue en los pa�ses perif�ricos.

Pero el keynesianismo fue, adem�s, uno de los pilares de la socialdemocracia y del propio reformismo, en cuanto se planteaban "mejorar el capitalismo".

El eurocomunismo y la socialdemocracia, cumplieron as� el rol de contenci�n y domesticaci�n de la clase obrera industrial europea, permitiendo m�s de dos d�cadas de crecimiento sostenido.

Por su parte, los viejos movimientos populares de los pa�ses perif�ricos, estuvieron fuertemente marcados por los llamados "estados de compromiso" (de origen keynesiano) en tanto fueron posibilitados por su l�gica de "pacto social" (v�a integraci�n), aunque a la larga fue justamente esta l�gica la que llev� a la crisis estructural de los sesenta y setenta que signific�, en Latinoam�rica, la necesidad de derrotar a esos movimientos populares a trav�s de las dictaduras militares.

La crisis estructural de los setenta fue producto de una acumulaci�n de desequilibrios que dieron lugar a una crisis general de sobreproducci�n,que devino en crisis cr�nica y que el viejo capitalismo a�n no termina de resolver. Y no terminar� de hacerlo, en la medida que su propia din�mica lo vuelve cada vez m�s concentrador y al mismo tiempo m�s marginador.

La globalizaci�n no es m�s que la culminaci�n de una hegemon�a construida desde hace mucho, que con la ca�da del Bloque Socialista gatill� la unipolarizaci�n y la consolidaci�n del capitalismo a nivel mundial.

Dicha unipolarizaci�n no es s�lo militar (EEUU y su complejo militar-tecnol�gico) ni s�lo econ�mica (un solo mercado mundial regulado por la OMC, el FMI, el BM), tambi�n pretende ser cultural (la cultura capitalista occidental) y la consolidaci�n de un solo Sistema de Dominaci�n Mundial instalado al interior de todos los pa�ses.

En este contexto, los estados-naci�n pierden cada vez m�s protagonismo econ�mico. Pero adem�s pierden control sobre la cultura, la informaci�n y especialmente sobre su soberan�a y seguridad nacional.

Es as� como se ha venido verificando una redefinici�n del rol del estado en tareas de control y represi�n, pero mucho m�s claramente relacionado a un sistema globalizado.

La vieja Doctrina de Seguridad Nacional, cuyo apogeo fue durante el per�odo de Guerra Fr�a, ha ido dando paso a una Doctrina de Seguridad Ciudadana (ver documento "Situaci�n") que expresa un concepto de seguridad m�s localizado y enfocado al �mbito urbano y privado.

Aunque el concepto de "Seguridad Ciudadana" no es completamente nuevo, se puede decir que reci�n a mediados de los noventa se instala como una de las principales prioridades del "nuevo orden", de la mano del Manhattan Institute, organizaci�n americana de orientaci�n neoconservadora que considera que la guerra contra el comunismo ha conclu�do y que la nueva prioridad debe ser el resguardo de las personas y su calidad de vida, bajo la premisa que el resguardo e inviolabilidad de los espacios p�blicos resulta esencial para la vida en la ciudad y que el desorden genera delincuencia.

Esta doctrina constituy� la base de la conocida teor�a de las "ventanas rotas", elaborada por James Q. Wilson y George Kelling, que inspir� a la famosa pol�tica de Tolerancia Cero, encabezada por el alcalde de Nueva York Rudolph Giulliani.

Es evidente que el capitalismo transnacional globalizado, s�lo puede existir en un ambiente "seguro y estable". Al menos en la l�gica de seguridad y estabilidad del sistema: controlando y reprimiendo toda fuente potencial de conflicto.

El nuevo rol de los estados-naci�n a�n no termina de definirse, pues se hace en un escenario de contradicciones, de avances y retrocesos, como en el caso de Europa, donde la Comunidad Europea sufre un gran traspi� cuando algunos rebrotes de nacionalismo (Francia, Holanda, Inglaterra) dejan en la incertidumbre un proceso que se cre�a ya consolidado.

2.- Sujetos sociales y crisis de la Democracia.

�Cual es el sentido de la Democracia en un momento hist�rico como el actual?

�Es posible concebir una Democracia de car�cter popular o considerarla el espacio privilegiado en la constituci�n de los nuevos sujetos sociales?

Desde la perspectiva de la Revoluci�n Libertaria, dichas preguntas pierden sentido, tanto por la concepci�n estrat�gica y de realizaci�n de �sta, como por las nuevas condiciones hist�ricas que han sepultado cualquier esperanza de Democracia, a�n en su concepci�n popular.

Pero a�n amplios sectores de la Izquierda creen en la posibilidad de acumular fuerzas v�a elecciones o directamente se plantean una "estrategia de poder" dentro de la l�gica democr�tica.

La insistencia de cierta Izquierda por participar en los procesos eleccionarios, resulta no s�lo de una actitud oportunista o de la inercia de una l�gica repetitiva y conservadora, sino que da cuenta de profundos equ�vocos hist�ricos. Y lo peor, es que no s�lo afecta a la propia Izquierda, sino sobretodo confunde y retrasa los procesos de constituci�n de los nuevos sujetos sociales, cuando no hipoteca la capacidad de construir pensamiento propio y autonom�a estrat�gica.

Sin embargo, abordar el "tema de la democracia" es ineludible desde el punto de vista revolucionario. No porque pensemos que es el camino o el espacio desde donde podamos construirnos pol�ticamente, sino porque la existencia de la democracia es el principal argumento que se esgrime a la hora de condenar el accionar de las organizaciones revolucionarias armadas.

Y esto no es menor si consideramos que la mayor�a de las tradiciones filos�ficas aceptan, doctrinariamente, el "derecho de los pueblos a rebelarse contra las tiran�as". De lo que se deduce que bajo un r�gimen democr�tico, dicho derecho se diluye. As� por lo menos lo interpretan los exegetas del Estado de Derecho y de esas tradiciones filos�ficas.

Para que decir que, hist�ricamente, la Democracia es considerada la panacea de la convivencia pac�fica, independientemente del car�cter de clase que siempre tuvo, desde la Grecia cl�sica hasta nuestros d�as.

Incluso en algunos pa�ses del ex campo socialista, se adopt� la denominaci�n "democr�tica" para establecer el car�cter de esos reg�menes pol�ticos, por m�s que no fueran al estilo de las democracias occidentales. Ejemplos como el de la Rep�blica Democr�tica Alemana (RDA) o la Rep�blica Democr�tica Popular de Korea (RDPK), s�lo demuestran hasta qu� punto el concepto de Democracia se asume como el sistema pol�tico m�s leg�timo y consensuado, independientemente del car�cter de clase que tenga.

De hecho, durante la llamada Guerra Fr�a el argumento ideol�gico central que operaba en los discursos y argumentaciones era que el conflicto Este-Oeste era entre las "dictaduras totalitarias" del Este y las "democracias del mundo libre", cuyo principal paradigma era obviamente la democracia estadounidense.

En el nuevo escenario unipolar, las viejas democracias occidentales se sacan la careta y se transforman cada vez m�s en Sociedades de Control, dejando as� al desnudo su verdadero car�cter de clase (que siempre tuvieron) y dan cuenta de las nuevas condiciones del Sistema de Dominaci�n a nivel mundial.

Y es que la sociedad posindustrial ya no requiere de crecientes masas de trabajadores. Al contrario, son cada vez m�s los desocupados o subocupados por el aparato productivo que engrosan las filas de los pobres y marginados.

El capitalismo ya no es s�lo superexplotaci�n. Es crecientemente marginaci�n.

Ya no se trata s�lo de disciplinar a los trabajadores. Es necesario controlar, mantener a raya a los marginados. En esa l�gica, la represi�n directa es el m�todo m�s recurrente y perfeccionado. En esa necesidad represiva, la propia "democracia representativa" requiere cambiar adecu�ndose a las nuevas condiciones, abandonando crecientemente las antiguas "garant�as constitucionales" y los llamados "derechos c�vicos", construidos a lo largo del siglo XX.

As� tenemos que la estrategia de la Fortaleza, impl�citamente llevada a cabo por la Uni�n Europea para frenar la inmigraci�n africana y asi�tica, se expresa hoy como xenofobia y neofascismo, pero tambi�n como pol�tica de inmigraci�n. Veamos lo que ha ocurrido en Francia en estos d�as, o lo que ocurre en el enclave espa�ol de Melilla en el Sahara, o lo que sucede en las costas italianas respecto a los inmigrantes albanos y kosovares, o en Alemania respecto a los turcos, s�lo por poner un par de ejemplos.

Y que decir de EEUU respecto a la frontera mexicana y al control sobre los inmigrantes musulmanes o latinos. Y es s�lo el comienzo.

La mano de obra barata que necesitaron para la producci�n industrial o para hacer los trabajos sucios o indeseados por europeos y norteamericanos, hoy ya no la requieren en la magnitud de hace unos a�os.

�frica ya es el continente olvidado. Olvidado respecto a su poblaci�n que se consume en luchas fratricidas o bajo el flagelo del Sida o del c�lera, mientras las empresas transnacionales terminan de saquear a uno de los continentes m�s ricos en materias primas.

La Sociedad del Control se globaliza para mantener a raya a la mayor�a de la poblaci�n pobre y marginada a favor de una minor�a de privilegiados, que como en la Edad Media, construyen sus fortalezas rodeadas de fosos que los protejan de los nuevos villanos.

Y a pesar de este nuevo oscurantismo, la Sociedad del Control se percibe y quiere que la perciban como Democracia.

Hasta la invasi�n a Irak se transforma en "construcci�n democr�tica", con nueva Constituci�n y "elecciones libres".�Por qu�?... �es s�lo un problema de legitimaci�n?...�ante qui�n?

Y es que la fuerza militar por s� sola no basta. Siempre se requiere legitimar la fuerza armada. La vuelta de tuerca siempre la dan las liturgias y ritos, ya sean religiosos, militares o c�vicos. Y la c�spide de la liturgia c�vica es el acto eleccionario. Un acto supuestamente libre y consensual, que permite la expresi�n de todas las opciones (o casi todas), donde el pueblo elige democr�ticamente a sus "representantes" y delega su soberan�a en la casta de los pol�ticos, hasta la pr�xima elecci�n.

He aqu� una de las bases de la legitimidad de toda Democracia. El pueblo, fuente de la soberan�a, delega su poder, renunciando a ejercerlo directamente.

Entonces tenemos dos procesos impl�citos en toda Democracia, que operan paralela y complementariamente. Por un lado, la legitimaci�n, tanto de sus representantes como del propio sistema democr�tico. Y por otro, la delegaci�n del poder del pueblo en una superestructura, que en los Estados de Derecho opera como los conocidos Tres Poderes: Ejecutivo (gobierno propiamente tal), Legislativo (el Parlamento generador de leyes) y Judicial (el que aplica las leyes).

Pero estos tres poderes lo son en tanto controlan el aparato armado del Estado. Y es que este aparato polic�aco-militar es el pilar de la capacidad represiva de los estados, que siempre operan como guardianes e instrumentos de la dominaci�n.

A eso hay que agregar el rol central que ocupan los medios de comunicaci�n masivos, convertidos literalmente en un cuarto poder.

Y es ah� donde el "papel de la Democracia" es el de actuar, por si misma e impl�citamente, como factor fundamental de la dominaci�n ideol�gica, legitimando la institucionalidad del r�gimen pol�tico.

De esta manera, es evidente que la Democracia, como sistema, es funcional y parte fundamental del Sistema de Dominaci�n. Tanto es as� que en el nuevo orden mundial del capitalismo globalizado la idea de "democratizar" a todos los pa�ses, asumido con verdadero esp�ritu de cruzada por las principales potencias mundiales, devela de alg�n modo hasta que punto esto es as�.

Sin embargo, los estados naci�n surgidos en los albores del capitalismo, como instrumentos de la necesidad de organizar poblaciones y territorios y como nuevos "depositarios" de la soberan�a nacional, hoy se transforman casi exclusivamente en instrumentos del control y la represi�n, �nicas condiciones que permiten la reproducci�n de la l�gica del mercado global.

El Estado, "el m�s fr�o de los monstruos fr�os", se vuelve un mutante de las nuevas condiciones del capitalismo transnacionalizado. Y su mutaci�n, transforma tambi�n a los sistemas pol�ticos, b�sicamente a la propia Democracia.

Por ello es que, como nunca antes, hoy se hace imprescindible desmontar, desarticular, desconstruir toda esa l�gica (fuertemente instalada hasta en la propia izquierda) que ve en los procesos eleccionarios, y peor a�n, en la propia democracia, un "espacio de disputa" o una oportunidad de "esclarecer a las masas" convocadas en y por la Democracia.

Pero las condiciones de un capitalismo que propici� "estados de bienestar y desarrollo" de los mercados internos, con fuerte participaci�n ciudadana, hoy ya no existen. Este es otro capitalismo, que sin la "competencia" de los socialismos y cada vez m�s restringido en su capacidad de extraer plusval�a, se transforma cada vez m�s en un capitalismo depredador y marginador.

La antigua disyuntiva de las v�as para alcanzar el poder (pac�ficas o armadas) queda hoy superada por la propia realidad. Tanto desde la perspectiva de que llegar al gobierno del Estado no es llegar al poder, como desde la perspectiva de que el "asalto al poder" ya no es m�s el asalto al aparato del Estado. A lo que hay que agregar que el nuevo orden mundial del capitalismo transnacional globalizado, no s�lo desdibuja (sobre todo desde la l�gica econ�mica) si no que hasta cierto punto se hace incompatible con el concepto de Estado nacional y, fundamentalmente, con el concepto de Soberan�a.

En ese sentido, las viejas democracias surgidas a partir de la revoluci�n francesa van perdiendo los fundamentos y las fuentes originarias que las sustentan, tanto desde el punto de vista jur�dico y legal, como de la legitimidad. Y este es un hecho que resiente los fundamentos de la Democracia, pero que parad�jicamente, la Izquierda no termina de comprender en sus alcances de orden sist�mico. Es decir, es el propio sistema democr�tico el que aparece cuestionado como r�gimen pol�tico.

Y la paradoja es que, quiz�s como nunca antes el sistema democr�tico es consensuado como el mejor sistema pol�tico para sostener la Dominaci�n.

Por algo ser�.

Por ejemplo, lo que los poderosos llaman Democracia en Latinoam�rica puede ser la democracia al estilo de Argentina, con un sistema pol�tico profundamente corrupto; como en Chile, con una fuerte legitimidad social y pol�tica, pero al mismo tiempo la m�s desigual y marginadora; una democracia al estilo Fujimori en Per�, que aparte de corrupto era altamente contrainsurgente y con rasgos fascistoides; o al estilo colombiano donde hist�ricamente han dominado dos partidos (liberal y conservador) y que se caracteriza por sus caudillismos regionales de �ndole paramilitar y narcotraficante, donde participa una minor�a de la poblaci�n y la guerra civil dura ya mas de 40 a�os.

Cualquiera sea el modelo, todos son la expresi�n particular del tipo de democracia adecuado para mantener los privilegios que genera la explotaci�n capitalista.

Por otro lado, cada vez queda m�s claro que la vieja Democracia se ha adecuado a las nuevas condiciones de la globalizaci�n del capitalismo, como pilar del Sistema de Dominaci�n Mundial.

Insistir en que la participaci�n democr�tico-electoral permite sacar una fotograf�a de la conciencia y organizaci�n del pueblo o seguir creyendo que los movimientos sociales s�lo pueden tener expresi�n pol�tica en la democracia, a la larga termina entrampando. Y en la trampa de la Democracia, s�lo existen los tramposos y los entrampados.

Ya no hay "estados de compromiso" o "estados de bienestar" que permitan la existencia de democracias participativas o "permisivas", si es que en Latinoam�rica las hubo alguna vez, ni menos "estados soberanos" que le den alg�n sentido a las "luchas democr�ticas" que emprenden los movimientos sociales.

Planteadas as� las cosas, �c�mo pasamos de una cr�tica principista a una cr�tica en los fundamentos de la Democracia?

Tal vez un primer acercamiento podamos hacerlo desde lo que llamamos antagonismo.

Precisamente porque entendemos nuestro proyecto no como la construcci�n de una alternativa sino como la expresi�n hist�rica de realizar la libertad en forma permanente y en confrontaci�n a todo orden injusto y represivo.

Desde esa perspectiva no concebimos la sociedad desde el punto de vista de la gobernabilidad (la cracia). M�s bien nos inscribimos en la acracia, y obviamente, en la tradici�n del pensamiento y acci�n libertarios.

Nuestra �nica concepci�n de Estado es el Poder Popular. Entendido �ste como capacidad del pueblo pobre y marginado de ejercer el poder. Porque el poder no se posee, se ejerce. Y es ejercido directamente por el sujeto social hist�rico, sin intermediarios y fuertemente desinstitucionalizado, porque el verdadero poder es el que produce nuevas realidades y desata todas las fuerzas de la historia.

Con Mao decimos que salvo el poder todo es ilusi�n, pero tambi�n decimos que sin libertad todo es ilusi�n.

La Democracia (el mal llamado gobierno del pueblo) en tanto mediatiza, reemplaza y suplanta (mediante la representaci�n) el poder directo del pueblo (su soberan�a) se convierte (v�a el Estado) en una caricatura de la Libertad. As�, convertida en instrumento de la dominaci�n de las clases dominantes y en reproductora y legitimadora de los privilegios de unos pocos, la Democracia tiene un solo destino: su superaci�n (supresi�n) por un nuevo orden no gobernante...�crata y libertario.

Esa es la verdadera fuente de nuestro antagonismo.

Un segundo acercamiento, podemos hacerlo desde lo que llamamos autonom�a o independencia del eje estrat�gico.

Lo que significa que entendemos la acumulaci�n estrat�gica de fuerzas no como una acumulaci�n lineal en funci�n de "representar" los intereses del pueblo en la institucionalidad, ni siquiera en el sistema pol�tico, sino m�s bien como la expresi�n concreta y localizada de su propio poder.

De ah� que apelamos a la construcci�n del nuevo sujeto hist�rico (el pueblo pobre y marginado) ejerciendo su capacidad pol�tica sin la intermediaci�n de los partidos pol�ticos, pues all� precisamente es donde se incuba la "domesticaci�n democr�tica" de los movimientos sociales y su p�rdida de autonom�a pol�tica y organizativa.

As�, los movimientos sociales adquieren "conciencia de si y para s�" sin la intervenci�n de los partidos pol�ticos ni del Estado.

La direccionalidad estrat�gica (la carta de navegaci�n) es fruto, entonces, de un largo y sinuoso proceso de construcci�n desde la diversidad social y pol�tica del pueblo pobre y marginado, en paralelo y como condici�n de su propia constituci�n hist�rica.

Es en el curso del viaje que los sujetos sociales descubren y deciden sus derroteros y rutas de navegaci�n.

En los albores de un nuevo ciclo hist�rico, iniciamos el largo camino de construir un nuevo movimiento revolucionario, con nuevas ideas y nuevos conceptos pero con todas las fuerzas de la historia (memoria, aprendizaje e identidad) construyendo pensamiento propio y autonom�a estrat�gica.

Un tercer acercamiento podemos hacerlo desde el concepto de radicalidad. Entendida �sta como ruptura con la tradici�n progresista de la historia.

Ya no es posible pensar la historia como linealidad, en que el progreso es una sucesi�n de eventos que llevan inevitablemente a una mejor sociedad.

La vieja idea del progreso est� en bancarrota. La humanidad est� en un callej�n sin salida o revierte y deconstruye lo andado o va directo a la cat�strofe.

Ya no es posible esperar que desde las luchas democr�ticas y menos desde las instituciones sea posible parar la inercia del mal llamado desarrollo.

La �nica esperanza est� en que un nuevo sujeto social hist�rico sea capaz de producir los cambios radicales que, desde la subjetividad de lo val�rico y cultural, rompa con la l�gica de la acumulaci�n, del progreso y el desarrollo que no son m�s que el ego�smo y el consumismo de la sociedad capitalista.

As�, la �nica radicalidad posible es la que se construye desde otra l�gica, desde otra cultura, desde otra cosmovisi�n.

Por ello, es ineludible hacer una reflexi�n hist�rica respecto al concepto de Modernidad y del cual la Democracia no es m�s que una de sus expresiones.

El nuevo ciclo hist�rico que comienza se caracteriza por el fin de la utop�a democr�tica y del propio concepto de Modernidad.

La utop�a democr�tica se instala al comienzo de la Epoca Moderna, como corolario del concepto de humanismo recreado durante el Renacimiento, como relectura de la Grecia Cl�sica y como respuesta al Teocentrismo de la Edad Media.

Surge el hombre (la humanidad) con su racionalidad y su capacidad de producir cambios sociales y pol�ticos. Ya no m�s como criatura modelada y manejada por un Dios que decide sobre la Naturaleza y el Hombre.

Los descubrimientos cient�ficos, fundamentalmente nuestro lugar en el Cosmos, traen aparejado un cambio en la cosmovisi�n occidental que incide definitivamente en la aparici�n de una modernidad regida por la capacidad del Hombre para dominar la Naturaleza.

Pero no es cualquier Hombre, es la burgues�a emergente como nuevo sujeto social y cuyo decantamiento y constituci�n hist�rica se verifica con la Revoluci�n Francesa.

Este nuevo sujeto hist�rico encarna las fuerzas de un humanismo que modela un Nuevo Mundo, a caballo de la Revoluci�n Industrial que trae consigo la instalaci�n definitiva del Capitalismo como fen�meno econ�mico, social y cultural.

Pero antes de que ello ocurriera (como fen�meno hist�rico) el cambio se produce a nivel est�tico y art�stico (el Renacimiento propiamente tal) y sobre todo a nivel filos�fico e ideol�gico (la Ilustraci�n).

Como todo fen�meno hist�rico las revoluciones se producen cuando confluyen al menos tres variables: un sujeto hist�rico con capacidad de producir cambios, una ideolog�a que la explica y le da sentido y coherencia hist�rica y un cambio en las condiciones de reproducci�n de la vida, tanto desde el punto de vista econ�mico como cultural.

La Modernidad, como �poca hist�rica, tiene en la Revoluci�n Industrial el eje fundamental sobre el que produce y reproduce sus condiciones de existencia.

Y todo lo que produjo y reprodujo tuvo invariablemente su signo.

Por ello es que decimos que en los fundamentos de la crisis tanto del Capitalismo como de lo que se conoci� como Socialismo, subyace la crisis de la Modernidad.

Tanto el liberalismo, que dio sustento te�rico al capitalismo, como el marxismo, que dio sustento te�rico al socialismo, son tradiciones filos�ficas que arrancan de una matriz com�n, base del edificio te�rico y filos�fico de la modernidad: el humanismo racionalista.

Desde ese punto de vista, es posible que el nuevo ciclo hist�rico que comienza sea la transici�n del cambio de �poca hist�rica, en que lo determinante no sea la crisis de esa matriz, sino m�s bien la crisis de las tradiciones filos�ficas a las que dio origen (liberalismo y marxismo).

Y la consecuencia directa ser�a el fin de la posibilidad de construir alternativas.

El socialismo era la superaci�n del capitalismo en la medida que iba m�s all� del capitalismo, por cuanto depend�a del desarrollo de las fuerzas productivas. S�lo era posible el socialismo si se llevaba el capitalismo hasta sus �ltimas consecuencias.

Pero hoy, cuando la sociedad industrial est� en crisis y el capitalismo busca montarse en una nueva revoluci�n cient�fico-tecnol�gica que lo saque de su entrampamiento, �es posible construir alternativas?

A nuestro juicio eso no es posible. Al menos no dentro del capitalismo ni dentro del aparato institucional construido en casi 300 a�os y del cual la Democracia es uno de sus pilares b�sicos.

Y si no hay alternativa, s�lo nos queda el antagonismo, entendido como deconstrucci�n permanente. Y llevar� mucho tiempo deconstruir casi 300 a�os de tradici�n democr�tica moderna, desde que Rousseau enunciara en su "contrato social" las bases te�ricas de la Revoluci�n Francesa.

Pero ya sabemos que nunca hubo un verdadero contrato social, pues nunca hubo sociedad justa, ya que las consignas de Libertad, Igualdad y Fraternidad jam�s fueron cumplidas por la burgues�a.

A comienzos del siglo XXI, el primer paso en el camino de enfrentar al Sistema de Dominaci�n es desertar definitivamente de la Democracia. De ahora en adelante s�lo el poder del pueblo pobre y marginado, ejercido directamente, puede crear la oportunidad hist�rica de cambiar el curso de los acontecimientos.

3.- Sujetos sociales y crisis del Industrialismo.

Cuando se plantea que vivimos la crisis de la sociedad industrial, lo primero que habr�a que preguntarse es si �sto significa tambi�n la crisis del propio capitalismo.

Creemos que si bien la producci�n industrial est� en retirada y que nuevas formas de producci�n y trabajo aparecen y se manifiestan al interior de las nuevas econom�as, el eje productivo de car�cter industrial a�n caracteriza al n�cleo de la econom�a capitalista mundial.

Esto es as� porque a�n una importante cantidad de productos y mercanc�as, que conforman la mayor parte de los flujos del mercado mundial, son generados industrialmente. Y este flujo de productos industriales continuar�n comercializ�ndose por mucho tiempo, aunque haya un cambio a otro tipo de econom�a. Porque el predominio de un tipo de econom�a no implica necesariamente la desaparici�n de otras.

Despejado lo anterior, podemos decir que lo que hoy muchos te�ricos llaman posindustrialismo no es m�s que la forma de llamar a un paradigma productivo que no termina de decantar.

Quiz�s por mucho tiempo sigan conviviendo diversos tipos de econom�a, sin que termine de decantar el nuevo.

Esto ya se verifica, por ejemplo, en relaci�n a las grandes bolsas de comercio, donde en algunos momentos empresas del "tipo virtual" o ligadas al nuevo paradigma inform�tico cotizan a niveles top, pero seguidamente caen de forma abrupta en sus cotizaciones o directamente quiebran.

Sin ir m�s lejos, una empresa de reciente data como Google, ligada a los servicios de b�squeda en Internet, se ha encaramado como una de las empresas de m�s alta cotizaci�n a la par de las m�s grandes empresas de tipo industrial. Pero nada ni nadie asegura que en alg�n momento y de manera abrupta caiga en la cotizaci�n de sus acciones. Y esto ocurre precisamente porque no es posible dimensionar objetivamente el valor nominal o efectivo de un servicio, m�s si este es de tipo virtual.

Lo mismo ocurre con el llamado trabajo inmaterial, que ligado a este tipo de empresas, no produce nada "material" y sin embargo requiere de mano de obra altamente calificada. As�, los llamados trabajadores inmateriales, se transforman en un nuevo sector emergente de trabajadores de elite, pero que en algunos aspectos de su trabajo muchas veces se parecen a los trabajadores por cuenta propia o eventuales o part-time. Claro, la diferencia es la calidad del ingreso y de las condiciones f�sicas de trabajo.

Muchos otros trabajos inmateriales o de �ndole "conceptual" han ido apareciendo, lenta pero progresivamente, diversificando y complejizando el mercado de trabajo.

Y es que siempre los cambios en la estructura econ�mica llevan a los cambios en la estructura social.

Hacer una lectura de esos cambios es vital, tanto para hacer una caracterizaci�n de las nuevas econom�as, como para vislumbrar los nuevos sectores sociales emergentes y eventualmente los nuevos y potenciales sujetos sociales hist�ricos que el propio capitalismo va generando.

De tal manera que para los revolucionarios este no es un ejercicio te�rico, sino una necesidad ineludible en el proceso de construir la direccionalidad estrat�gica del proyecto hist�rico-cultural que denominamos Revoluci�n Libertaria.

Desde hace tiempo que venimos hablando del nuevo sujeto social, al que hemos denominado Pueblo Pobre y Marginado. Dicho sujeto no existe como tal, si no que es la proyecci�n de lo que hoy son los pobres y marginados del continente.

Y decimos que este nuevo sujeto social hist�rico viene emergiendo de las entra�as del nuevo capitalismo transnacionalizado, es decir de la nueva estructura econ�mica que viene imponi�ndose en las �ltimas d�cadas.

All� est�n los trabajadores temporeros (los llamados nuevos n�mades), los trabajadores por cuenta propia e informales, los eventuales y, m�s recientemente, los part time. Todos dan cuenta del nuevo tipo de producci�n. La vieja clase obrera se ha jibarizado y se ha modificado en su propia estructura. Ya no existen los cordones industriales, ni siquiera los grandes conglomerados que concentraban grandes cantidades de obreros y operarios en un espacio f�sico determinado. Muchas tareas hoy son "tercerizadas" o subcontratadas.

La cadena productiva ha dado paso a una producci�n discontinuada y globalizada, en que diferentes partes son producidas en lugares muchas veces distantes y finalmente una mercanc�a es el producto de esfuerzos particulares y enfocados, y ya no de un proceso ininterrumpido y centralizado.

Asimismo, las mercanc�as responden a requerimientos segmentados en nichos de mercado o simplemente responden a coyunturas y se discontin�an de acuerdo a las "leyes del mercado"

Es as� como la vieja clase obrera industrial da paso a un nuevo tipo de trabajador, mucho m�s flexible en su composici�n, m�s flexible en su relaci�n con el aparato productivo y m�s inestable en su relaci�n con el mercado laboral.

Esta flexibilidad, o mejor dicho inestabilidad, se profundiza en el caso de los sectores emergentes, que sin patrones ni trabajos estables o permanentes, se mueven en un espacio de atomizaci�n y dislocaci�n permanente, lo que dificulta su organizaci�n y la constituci�n y recreaci�n de una identidad colectiva.

La individualidad prevalece por sobre la solidaridad, pues en muchos casos la competencia por un trabajo o por determinados nichos de producci�n termina siendo la competencia entre pobres.

Entonces, el proceso de constituci�n del nuevo sujeto social ser� una tarea altamente compleja, en que las subjetividades ser�n cruciales a la hora de hacerse cotidianidad y organizaci�n.

Pero el Pueblo Pobre y Marginado no est� compuesto s�lo por aquellos que est�n ligados al aparato productivo, sino tambi�n por los cesantes y desocupados que componen el ej�rcito laboral de reserva y por todos aquellos marginados por razones �tnicas, de g�nero, minor�as sexuales o simplemente por tener valores y culturas diferentes.

Todo hace que este potencial sujeto hist�rico sea muy diverso y con intereses m�ltiples, pero fuertemente unido por subjetividades y valores comunes, que en su proceso de constituci�n deber�a generar identidades nuevas y poderosas.

Asimismo, la articulaci�n de un nuevo movimiento hist�rico como producto de la constituci�n del pueblo pobre y marginado no tiene por qu�, necesariamente, ser un proceso centralizado y homog�neo, como de alguna forma lo fueron la clase obrera y los movimientos populares surgidos en el marco del viejo capitalismo industrial.

Por otra parte, est� la problem�tica de reconocer que es lo "nuevo" o que es lo "viejo" dentro de estos par�metros.

Latinoam�rica es en ese sentido una superposici�n permanente entre lo viejo y lo nuevo, entre lo residual y lo emergente.

Luchas como las ocurridas en Ecuador, Bolivia o Argentina, en que verdaderos alzamientos populares terminan con gobiernos "democr�ticos", pero en los cuales no existe direccionalidad estrat�gica que encauce y potencie las fuerzas desatadas, dan cuenta de que lo residual es lo predominante.

Lo emergente a�n no termina de articularse y de conformarse como movimiento hist�rico. Y ello ocurre precisamente porque en esos tres pa�ses, las transformaciones econ�micas capitalistas han sido relativamente tard�as y acaso superficiales.

Es cierto que las reformas estructurales (desregulaci�n, liberalizaci�n y privatizaci�n de empresas p�blicas y servicios) fueron hechas en su mayor�a, pero a�n no implicaron la transformaci�n profunda de la estructura econ�mica. O como en el caso argentino que se qued� a medio camino producto de la crisis institucional.

De alguna forma entonces el capitalismo en estos pa�ses a�n se debate entre la resistencia de los viejos movimientos populares y la necesidad del propio capitalismo de consolidar sus reformas estructurales.

Asistimos a la paradoja de luchas populares que buscan conservar la vieja econom�a industrial de car�cter nacional y estatista y un sistema que busca reformar las bases econ�micas que lo sustentan.

El viejo progresismo desarrollista (el populismo) se erige entonces en desactivador de conflictos, mediatizando las luchas populares y recicl�ndolas en sus viejas l�gicas corporativas.

Aunque esto a la larga no es m�s que postergar la resoluci�n de la contradicci�n econom�a nacional v/s econom�a global, que seguramente terminar� globaliz�ndose, pero en condiciones de estabilidad.

Es decir, mientras la resistencia residual de los viejos movimientos populares termina de diluirse o reciclarse, los populismos equilibran discurso nacional-estatista con globalizaci�n por debajo de la mesa.

Como contrapartida, aventuramos que donde el capitalismo hizo m�s tempranamente sus cambios estructurales (quiz�s el caso m�s paradigm�tico sea el de Chile) los elementos que hacen y constituyen la emergencia de los nuevos actores sociales (potenciales componentes del nuevo sujeto social hist�rico) aparecen m�s n�tidos y articulados.

De hecho, es posible pensar que la aparente "ausencia" de las luchas sociales en Chile no sea m�s que la "demora" que conlleva la constituci�n de un nuevo movimiento hist�rico, con nuevas caracter�sticas y con una l�gica distinta a la de los "viejos movimientos populares" tributarios del keynesianismo.

Posiblemente en m�s de un sentido estemos en presencia de lo "nuevo", con todo lo descentralizado, dislocado y autonomizado de la esfera de los partidos pol�ticos (sean o no de izquierda) y en que la construcci�n de nuevas identidades sea un proceso abierto y todav�a no decantado.

El problema m�s bien estar�a en la caracterizaci�n de tipo "nacional" que implica hablar de la "formaci�n econ�mico-social chilena". Pero no hay que olvidar que justamente las reformas estructurales se hicieron (en el caso de Chile) desde un Estado fuertemente centralizado, como lo fue bajo la dictadura de Pinochet.

Seguramente, en la medida que la crisis alcance a una econom�a tan abierta como la chilena, esos elementos nuevos irrumpir�n con una fuerza y direccionalidad muy distinta a la de pa�ses vecinos, donde las grandes energ�as populares terminan desgastadas y recicladas por los populismos.

Por otra parte, la crisis del capitalismo es estructural y a nivel global, lo que implica que m�s all� de las especifidades de cada formaci�n econ�mico-social (de tipo nacional), los elementos centrales de esa crisis se har�n sentir en cada rinc�n del planeta.

Lo importante es dilucidar la forma en que se expresar�n los nuevos conflictos que se avisoran en el horizonte de una crisis global, que por ser ya una crisis sist�mica y de car�cter cr�nico, parece anunciar la decadencia no s�lo del industrialismo, sino de la propia Modernidad.

4.- Sujetos sociales y crisis medioambiental.

Ciertos autores sit�an a comienzos de los a�os 70 el inicio de la �ltima y m�s profunda crisis del capitalismo, que ir�a m�s all� de una crisis del capitalismo industrial, teniendo verdaderos alcances de una crisis de civilizaci�n.

La Modernidad surge en los albores de la Revoluci�n Industrial y marca el comienzo de la expansi�n del Capitalismo a nivel planetario.

Dicha expansi�n supone la hegemon�a creciente del modo de producci�n capitalista. Pero adem�s implica la emergencia de un nuevo orden mundial con la aparici�n del moderno estado-naci�n, que reordena la relaci�n entre los habitantes y sus territorios.

La vieja econom�a mercantilista que ya ven�a expandi�ndose con la integraci�n de Am�rica al viejo mundo, abre los cauces a un comercio interoce�nico que integra nuevos y crecientes recursos naturales, necesarios para alimentar el industrialismo en ciernes.

Am�rica no s�lo aport� abundante oro, plata, especias y nuevos territorios. Tambi�n aport� mano de obra esclava, que a trav�s de las Encomiendas enriqueci� las arcas del Imperio Espa�ol.

Posteriormente, a partir de la Independencia, fue el imperialismo ingl�s (que revoluci�n industrial mediante) se transforma en el capitalismo hegem�nico y m�s din�mico, y por tanto, con mayores requerimientos de materias primas.

Esto mismo ocurri� en Africa y en Asia, donde los ingleses desplegaron la depredaci�n directa de recursos naturales, v�a el colonialismo y la conquista armada de territorios.

Otros pa�ses europeos, como Francia, Alemania, Holanda, Italia, Portugal y Espa�a, compitieron por territorios y riquezas en una competencia intercapitalista que s�lo termin� de dilucidarse con la Primera y Segunda guerras mundiales, desde donde parad�jicamente surge como capitalismo hegem�nico e imperialista una vieja colonia brit�nica, los Estados Unidos.

La l�gica modernista de car�cter antropoc�ntrico plantea la racionalidad humana como dominadora y necesariamente sometedora de las fuerzas de la naturaleza.

Esta l�gica es funcional al paradigma industrial que requer�a de crecientes cantidades de materias primas extra�bles de una naturaleza tambi�n crecientemente domesticada y puesta "al servicio del hombre".

La econom�a, entendida como ciencia, "racionaliz�" su funcionamiento en pos de un modo de producci�n (el capitalismo) cuyos medios de producci�n requer�an no s�lo de masivas cantidades de mano de obra (lo que dio origen a la concentraci�n urbana de la poblaci�n) sino que tambi�n de recursos naturales renovables y no renovables.

Y esa racionalidad modernista no s�lo era parte de la l�gica capitalista, tambi�n fue parte de la l�gica socialista.

La idea del desarrollo industrial era central en los programas quinquenales de la URSS y eso desat� una competencia que llev� a superexplotar los recursos disponibles. Ni siquiera las fuerzas de Izquierda escaparon a esta l�gica, pues en la medida que acced�an al aparato del Estado, la industrializaci�n aparec�a como el camino milagroso que llevar�a al progreso.

Esta idea del progreso econ�mico era tambi�n trasladada al �mbito social, transformando al progresismo en la ideolog�a dominante de las fuerzas del cambio.

As�, la civilizaci�n occidental, independientemente del sistema econ�mico, se caracteriza por esa idea del crecimiento sin fin. El desarrollo econ�mico si bien tiene ciclos de expansi�n y de contracci�n, siempre apunta al crecimiento, independientemente de las condicionantes que lo hacen posible.

Y una de esas condicionantes, la naturaleza, cada vez se acerca m�s a sus l�mites de agotamiento. Esa es la crisis de fondo que viene instal�ndose implacablemente.

Sucesivas fuentes de energ�a fueron agot�ndose o haci�ndose escasos, como la le�a o el carb�n para la producci�n del vapor, y cada vez fueron reemplazadas.

Hoy el paradigma energ�tico se basa mayoritariamente en el petr�leo y los hidrocarburos, y �stos se est�n consumiendo a un ritmo tal que las reservas se agotar�n dentro de unas d�cadas.

Los recursos del planeta son finitos, pero al parecer la racionalidad occidental nunca lo asumi� as�, pues el capital es b�sicamente irracional, en tanto no escatima costos, ni humanos ni naturales, para mantener el dinamismo de su base acumulativa.

Se estima que gastamos cientos de veces m�s r�pido la energ�a no renovable que la energ�a sustentable (renovable), por lo que en unas cuantas d�cadas habremos llegado al l�mite de lo disponible en cuanto a fuentes de energ�a natural.

Aunque la esperanza est� puesta en la energ�a nuclear, nada garantiza que se resuelvan problemas cr�ticos respecto a su manejo seguro y controlado.

En todo caso, cualquier cambio de tecnolog�a que implique el cambio de los hidrocarburos por otro tipo de energ�a que los reemplace en su totalidad, llevar�a algunas d�cadas y, a lo menos en esa transici�n, se presentar�an crisis de alcances insospechados, como guerras y conflictos.

Algo parecido ocurre respecto a los recursos h�dricos. La escasez de agua ya es un problema cr�tico en numerosas zonas del mundo.

El agua es vital, no s�lo para el consumo humano directo, sino que sobretodo para la producci�n de alimentos. Ya extensas zonas agr�colas tienen problemas para el riego. Adem�s gran parte de los acu�feros est�n contaminados o se han degradado de tal forma que pronto colapsar�n.

Por eso se dice que la pr�xima guerra ser� por el recurso agua. Aunque habr�a que decir que dicha guerra ya est� en curso.

Se calcula que la mayor parte de las reservas est�n en manos de transnacionales. S�lo en Chile m�s del 80 por ciento de los derechos de agua est�n en manos de Endesa, la transnacional de origen espa�ol y controladora de gran parte de las generadoras el�ctricas de Latinoam�rica.

Asimismo los mayores acu�feros de Sudam�rica ya est�n en la mira de las transnacionales, como el Acu�fero Guaran� o los grandes r�os como el Amazonas. De hecho en textos escolares de EEUU, la zona amaz�nica aparece como territorio patrimonial de la humanidad y no como parte de Brasil. Obviamente como EEUU es el gendarme mundial s�lo hay un paso para que se haga cargo del control de ese patrimonio. Y esto lo legitiman desde la escuela.

Por estos d�as asistimos a una verdadera ofensiva por los �ltimos recursos naturales del planeta. Capitales de diverso origen y el propio imperialismo yanqui buscan, v�a directa o indirecta, apropiarse de esos recursos. Asistimos al �ltimo gran saqueo de un capitalismo que busca resolver a cualquier precio su crisis estructural y su decadencia inevitable.

Hoy, a principios del siglo XXI, nos encontramos en una situaci�n extrema que ha engendrado un "ecologismo intrasist�mico" que nos hace creer que todos somos culpables de la contaminaci�n y del colapso medioambiental, como si no fuera culpa del industrialismo (especialmente capitalista) que despu�s de tres siglos de capitalismo hegem�nico ha terminado por agotar los recursos del planeta e hipotecar el propio futuro de la Humanidad.

El calentamiento global del planeta es directamente efecto de la actividad industrial y del uso de tecnolog�as contaminantes. Y el principal responsable, los EEUU, no se hace cargo.

El Protocolo de Kioto ni siquiera ha sido firmado por la "democracia estadounidense", pues hacerlo significar�a al menos cambiar tecnolog�as contaminantes (lo que resulta caro para la l�gica depredadora capitalista) y tener que optar por un nuevo paradigma econ�mico y energ�tico.

Ese es el principal nudo y nada indica que haya intenciones de desatarlo, sin que implique profundos cambios al interior del capitalismo globalizado.

Y a�n as�, quiz�s ser�a demasiado tarde para evitar la cat�strofe.

5.- El fin de las utop�as?

En un mundo al borde de la cat�strofe medioambiental es inevitable preguntarse si es posible pensar, siquiera, en la redenci�n de la Humanidad por medio de la revoluci�n social. Si es que alguna vez fue posible imaginarlo.

Las utop�as fueron siempre el lugar ideal de la felicidad donde se volv�a a la armon�a primigenia. El regreso al para�so perdido.

El oscurantismo medieval se bas� en una cosmovisi�n teoc�ntrica que ordenaba el mundo seg�n los designios de Dios y la fe. El mundo injusto y marginador del feudalismo era sostenido por una Iglesia que ung�a a los reyes y a la nobleza gobernante.

La Modernidad racionalista y antropoc�ntrica produce una ruptura hist�rica con ese paradigma y de la mano de la Revoluci�n Industrial instala la fe en el progreso humano, a�n cuando el capitalismo (surgido de esa matriz cient�fica) sea la propia negaci�n del racionalismo y del humanismo, en tanto es explotador, acumulador y depredador.

Y el socialismo que supon�a la superaci�n de esas condiciones basadas en el ego�smo, no escap� a la l�gica progresista de la sociedad industrial moderna.

Involucrado en una competencia sin tregua por alcanzar el desarrollo econ�mico termin� encerrado, tambi�n, en una l�gica de explotaci�n irracional de los recursos naturales.

Hoy, en plena decadencia de la Modernidad y con un planeta pr�cticamente exprimido de sus principales recursos, contaminado casi irreversiblemente en pleno proceso de mutaci�n climatol�gica (producto del calentamiento global o "efecto invernadero"), sobrepoblado y al borde del desastre medioambiental, �no quedar� otro camino que el cambio hacia un paradigma de tipo ecoc�ntrico?

La utop�a religiosa que ofrec�a la salvaci�n de las almas en un m�s all� donde acabar�an los pesares terrenales, a condici�n de ser buenos y obedientes de un Dios omnipotente y omnipresente y de una Iglesia c�mplice del poder de unos pocos, sucumbe ante la l�gica racional de la ciencia y debe replegarse de su condici�n de poder terrenal.

Por su parte, la utop�a humanista (tanto en su versi�n liberal capitalista como en su versi�n marxista y socialista) que promet�a el Cielo en la Tierra como producto del progreso econ�mico y social, termina cavando su propia tumba planetaria y lejos de haber cumplido sus ideales de justicia y libertad.

En este escenario, casi apocal�ptico, la Revoluci�n ya no puede seguir siendo entendida como redenci�n de la Humanidad.

M�s bien implica el desaf�o de quebrar (a nivel local y continental) el rumbo de la decadencia de una civilizaci�n occidental dominante y hegem�nica a partir de refundar nuestra identidad latinoamericana.

El nuevo sujeto social hist�rico, el pueblo pobre y marginado, se constituye desde comunidades no jerarquizadas ni representadas, construye un poder ejercido directamente y sin intermediarios, y despliega desde la subjetividad de lo val�rico una nueva l�gica de sobrevivencia solidaria.

El futuro cercano traer� profundos conflictos sociales, guerras "preventivas" o simplemente de pillaje. La ley del m�s fuerte se impondr� en un mundo decadente. Los ej�rcitos estatales y privados ser�n instrumentos que utilizar�n los poderosos para mantener sus privilegios.

Debemos construir, desde el pueblo pobre y marginado, los instrumentos para la lucha sin tregua. Aprendiendo a luchar y a combatir a una minor�a poderosa. La lucha armada ya no ser� una opci�n si no una necesidad cada vez m�s urgente e inevitable.

La guerra de clases ya no ser� indirecta ni mediatizada por instrumentos de clase como el Estado, la Democracia o las leyes. La guerra de clases ser� directa y cruel como toda guerra de clases. No nos hagamos ilusiones, ya estamos en guerra y esta ser� larga y ya ha comenzado.

6.- La lucha armada y la revoluci�n libertaria

La lucha armada es un componente vital de la revoluci�n libertaria.

Si el objetivo es cambiar el curso de la historia en favor del pueblo pobre y marginado en contra de los poderosos y su sistema y aparatos de dominaci�n, no podemos sino plantearnos una lucha antag�nica y radical.

Desplomar el sistema capitalista es la �nica v�a para detener la destrucci�n de nuestro planeta y toda su poblaci�n. Ellos son una minor�a absoluta y controlan el destino de toda la humanidad. M�s del 80 por ciento de las riquezas del planeta est�n en poder de menos del 5 por ciento de la poblaci�n mundial. El 80 por ciento del poder�o b�lico-militar, concentrado en no m�s de 10 pa�ses, siendo EE.UU el de mayor cuant�a.

En nuestro continente, las cifras son similares, concentr�ndose en un par de decenas de familias (bajo el alero de grupos econ�micos) la mayor concentraci�n de riqueza. En el plano militar, vemos con claridad el car�cter de clase de las FF.AA latinoamericanas. La mejor muestra de la opci�n pol�tico-ideol�gica de las fuerzas armadas del continente, es la proliferaci�n de las dictaduras militares en las d�cadas reci�n pasadas.

Dictaduras cuyo objetivo central fue proteger a las burgues�as y sus intereses de clase, as� como impedir el avance de las conquistas populares y principalmente de sus organizaciones de vanguardia. La politica de aniquilamiento de car�cter fascista aplicada en todo el continente siempre estuvo y estar� principalmente bajo la conducci�n politica de los ricos.

En Chile, por ejemplo, queda de manifiesto el car�cter burgu�s de las fuerzas armadas con el proceso de selecci�n de su oficialidad. De todas las del continente, es la m�s clasista y discriminatoria, con una formaci�n hist�rica de claro corte fascista.

La historia mundial ha dejado en evidencia hacia donde siempre apuntan los fusiles del Estado. As� como en Latinoamerica, los golpes militares hicieron sentir, a punta de una represi�n genocida, la opci�n y car�cter de clase de las FFAA de estos pa�ses, las guerras mundiales tambi�n buscaron garantizar el inter�s de los poderosos en el reparto de las riquezas de nuestro planeta.

La situaci�n actual de la Venezuela de Chavez es s�lo una excepci�n a la regla. Sin embargo, la unidad monolitica en torno a esta opci�n al interior de esa fuerza armada, no est� para nada garantizada. Desde nuestra perspectiva, mejor siempre desconfiar de los uniformados. Quien quiere ser militar o polic�a es porque en su interior aloja un alma de gendarme. Y siempre la funci�n del gendarme ser� controlar y vigilar las puertas de la libertad.

De igual forma, como ve�amos anteriormente, la politica de "seguridad cuidadana" y en nuestro pa�s la recientemente creada Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) hablan por s� misma del car�cter y rol policiaco y contrainsurgente del Estado.

Ac� radica uno de los fundamentos que nos dice que el tipo de lucha a escoger para enfrentar este poder inevitablemente ha derivado y derivar� en un enfrentamiento de clases...en la guerra de clases que hablaba Miguel.

En este sentido, la "construcci�n militar" del pueblo pobre y marginado va en direcci�n contraria a la de los ricos. Para nosotros "lo militar" no tiene nada que ver con la construcci�n de una fuerza que hegemoniza y concentra poder en defensa de los dem�s. La concentraci�n de poder, en cualquiera de sus formas, inevitablemente distorsiona y corrompe. Incuba en s� misma el germen propio de las culturas dominantes y abusivas. La concentraci�n del poder en cualquiera de sus formas entra en contradicci�n antag�nica con la esencia de la Revoluci�n Libertaria.

No se trata de poner en entredicho la viabilidad de este tipo de construcci�n militar (como ha sido en el transcurso de la historia de lucha de los pueblos y sus fuerzas revolucionarias) ni menos desconocer la importancia hist�rica de quienes hoy mantienen este tipo de fuerzas, como es el caso de la guerrilla colombiana, sino m�s bien de cuestionar que por esta v�a podamos estrat�gicamente construir el Poder Popular, pilar vital para construir un mundo verdaderamente de todos y para todos. El poder tiene que diluirse entre todos y no concentrarse, por muy loable que sea la raz�n que lo quiera justificar.

Asumiendo entonces el enfrentamiento armado en contra de los ricos y su sistema como un camino absolutamente necesario si queremos realmente alcanzar la libertad, debemos permanentemente estar en disposici�n combativa y alerta frente al poder�o represivo del Estado policiaco y contrainsurgente de la clase dominante. As� como debemos poner en pr�ctica permanentemente nuestra voluntad de combate libertario.

La acci�n directa es nuestro camino escogido. Esta se va desarrollando de acuerdo a las capacidades espec�ficas de cada quien como individuo o grupo, por lo que los grados de organizaci�n depender�n del grado de complejidad de nuestras acciones...del mismo modo, ejecutadas nuestras acciones, nos diluimos para luego, si es necesario, volver a organizarnos de acuerdo a la nueva acci�n libertaria a desarrollar.

Entonces el tipo de accionar, el modus operandi, la logistica y demases no tienen un desarrollo lineal, ni va de menos a m�s ni tiene como objetivo pasar de una etapa a otra de tal o cual plan de guerra...no hay plan ni direcci�n central. Hay direccionalidad estrat�gica en donde nos encontramos y juntamos al ritmo de nuestras acciones libertarias. Cada quien en su nave, pero todos en la misma direcci�n. Cada quien una conciencia, una molo o un fusil.

Lo nuestro debe ser la adecuaci�n permanente al estado de la lucha del pueblo pobre y marginado y a las acciones de sus combatientes libertarios, tanto en el campo como en la ciudad, enmarcadas en un proceso hist�rico de lucha que trasciende nuestra propia existencia individidual.

Los objetivos a golpear, los entendemos como todos aquellos que da�en el sistema capitalista, tanto en lo micro como en lo macro. La calidad de los golpes o el nivel de da�o que estos provoquen, en esta concepci�n, no tienen que ver necesariamente con la cantidad de bajas de las fuerzas vivas del enemigo, sino con el valor politico e ideol�gico (simb�lico) que los mismos generen en la voluntad de combate de nuestros pueblos.

Por �ltimo, es fundamental entender y asumir que el despliegue de nuestro accionar (en el marco del Estado policial y contrainsurgente que vivimos) debe estar fundido con altos niveles de conspiratividad, secreto, clandestinidad y sorpresa. No nos llamemos a enga�o, no es posible combatir radicalmente el sistema si estamos detectados y encuadrados.

Tendremos cada d�a que saber vivir lejos de los ojos y garras de la represi�n. Saber sumergirnos cuando nos acosen o nos descubran. Debemos construir tambi�n una cultura resistente y conspirativa que nos ayude a sobrevivir la permanente ofensiva de la represi�n de las clases dominantes, m�s a�n cuando nuestras acciones dan en el coraz�n de nuestros enemigos de clase.

La acci�n directa se transforma as� en la materializaci�n de nuestras ideas libertarias, en nuestro discurso antagonista y radical...en la herramienta principal para derrumbar al sistema que hist�ricamente nos ha negado como pueblo el derecho a la libertad y a la construcci�n de nuestro propio mundo.

Con Carlos y Alfredo... �adelante con todas las fuerzas de la historia!

Fuente: lafogata.org

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