0. Si la lucha fuese con la vida y la lucha no fuese violencia.
Cada vez que me siento a escribir me digo, ¡ya estoy otra vez metiéndome donde
no me llaman! Y a renglón seguido siento debilitarme. A veces abandono diciendo:
bueno, si lo que pienso ya lo dicen otros. Pero otras continúo, mira, hay que
seguir diciéndolo; qué más da, lo escribo y ya está. ¿Qué pretendo? Va hacia
fuera, empujándolo para que salga algo más que una hipótesis, un subir hacia los
principios y un bajar hacia las consecuencias. Un acto casi imposible de subida
y bajada de una escalera o de una repetición metamórfica de Escher. Una
repetición que no es una copia sino una involuntaria llegada a una nueva puerta,
porque siempre en la repetición hay una desviación imperceptible que te traslada
a lo nuevo: una trasgresión. Atravieso la puerta, miro y digo: nadie me ha
llamado, pero mi presencia, y lo percibo o quizás lo imagino, crea una
violencia. ¡Si hubiese llegado en los brazos de una madre y me hubiesen visto
crecer! Entonces, al volver dirían ¿de quién eres? Pero si no hallo la
respuesta, comienza la lucha. Sigo escribiendo porque sé que luchar no supone la
violencia. Matar la lucha es matar la vida, pero erradicar la violencia es darse
a la vida. ¿Cuántas veces habrá que darse a la muerte para seguir viviendo?
1. ¿Dónde está la violencia? ¿Cómo se materializa?
De la lucha siempre surge una diferencia que es la que hay entre vencedor y
vencido, diferencia que puede transformarse en dominación, y ésta en
legitimación. La cultura es un compuesto de signos de legitimación.
Sólo los animales que sean capaces de captar esa diferencia inmaterial, ese
signo diferencial, podrán practicar la dominación y producir una cultura. Los
humanos somos grandes expertos en captar lo signos y apropiarnos de ellos. En
muchas ocasiones lo hacemos de manera inconsciente y en otras los convertimos en
símbolos. ¿El amor es un símbolo? Lo sorprendente de los humanos es que los
símbolos le conmuevan, le trasladen al ámbito de la lucha. El símbolo se traduce
en lucha, luchas que son amores o rebeldías. Luchas que devuelven un signo que
se convierte en símbolo expresado en un "te quiero" o "te rechazo". ¡Nos
conmueven los símbolos! ¿No es de risa? Sí, pero ¿cuánto de humor y de ironía
somos capaces de soportar antes de que nuestros gestos denuncien el cansancio,
la hartura, la seriedad?
Sólo por el aprovechamiento de las consecuencias del signo que despunta de la
lucha surge la violencia. La violencia es semiótica, lo que implica que puede
haber violencia sin necesidad de que haya lucha. La cultura reduce la lucha pero
inserta la violencia en la vida cotidiana, la materializa.
Una explosión cercana nos hace temblar, un grito, un incendio, un golpe en la
mejilla que nos hace llorar, no son violencias sino que sus presencias crean la
violencia. Un sonido intenso, una imagen intensa, un contacto intenso, no son
violencias sino límites que desbordan nuestra resistencia, que la trasladan al
dolor, pero se hacen violencia cuando se aprovechan las diferencias
inmateriales, los desplazamientos virtuales del equilibrio de fuerzas. Que no
queramos sufrir ni que sufran los demás nada tienen que ver con la violencia.
Una caricia no es violencia sino un límite que desborda nuestra resistencia
trasladándola al placer. Que queramos gozar y que gocen los demás nada tienen
que ver con la violencia.
Placer y dolor no son sinónimos de no-violencia y violencia, sino los cimientos
de nuestra mente. Y la mente no es algo distinto al cuerpo: el dualismo
cartesiano es un lamentable error, que ya la biología se está encargando de
corregir. Hay una única sustancia para la mente y el cuerpo, como supo hace
tiempo decirnos Spinoza. La alegría y la pena, ubicuos sentimientos. Pero la
crueldad y la sumisión sí son violencias, excrementos de-mentes, y es en este
sentido que Sade y Masoch son los personajes de la materialización de la
violencia. La tortura y la esclavitud son las máximas violencias, ¡ni la guerra
puede comparárselas! La humillación, ¡qué poderosa violencia! El engaño, ¡qué
miserable violencia! La discriminación, ¡qué cobarde violencia! El
neoliberalismo, ¡qué cruel violencia! El racismo, ¡qué insalubre violencia! La
religión, ¡qué ingenua violencia! Las sanciones económicas, ¡qué criminal
violencia! ¡Maldita sean sus presencias! ¿Podemos evitar la violencia? Mi
respuesta es negativa, por lo que me veo obligado a preguntarme si hay grados de
violencia y si es posible construir un mundo que funcione al grado mínimo de
violencia.
La resistencia a la agresión, ¡qué justa violencia! No creo que nadie bien
informado se sorprenda de que ocurre lo que nos cuenta Carlo Frabetti en "La
inpunidad de la tortura" - http://www.lahaine.org/index.php?p=12415&more=1&c=1
-: "Por lo tanto, quienes pretendemos erradicar la tortura no estamos trabajando
por mejorar una democracia imperfecta, pero democracia al fin y al cabo, como
creen algunos: estamos luchando, simple y llanamente, contra el terrorismo de
Estado, y nuestra lucha solo puede adquirir pleno significado y plena eficacia
en el marco de una batalla política, que, en última instancia, es una guerra sin
cuartel contra el neoliberalismo, es decir, contra el capitalismo."
Cuantas veces se confunde la lucha con la guerra. Si dos niños se pelean,
decimos, ¡hey, haya paz! Luchaban, no guerreaban, porque somos máquinas de lucha
y no máquinas de guerra. La guerra es desde el principio una expresión de la
violencia, así que los niños luchaban, pero por el camino podrían estar
fabricando una guerra si cualquiera de ellos comenzase a aprovechar las
consecuencias de la lucha. La educación no consiste en prohibir las luchas sino
en hacer comprender que de ella se deriva la violencia. Una pedagogía contra la
violencia es poner a dos niños a pelear y después ponerlos a reflexionar.
Prohibir la lucha es imponer una violencia superior, y es por esto que casi toda
la educación que se practica suele ser violencia sin lucha, violencia cultural.
El signo diferencial derivado de la lucha puede extenderse a otras esferas de
las relaciones en las que la lucha ya no aparece más que implícitamente. Este
signo lleva una huella imperceptible de una lucha pasada, y su uso es una
violencia desconcertante, que muchos intuyen, muchos menos se resisten y sólo
algunos pocos se rebelan. Otros, "los legitimados", la utilizan: la autoridad
del maestro, del padre, del marido, del varón, del propietario, del sacerdote,
del médico, del psicólogo, del sabio. Y no hay manera de escapar a esta
violencia más que replanteando la lucha original y creando nuevos signos con
nuevas formas de utilización. Una cultura violenta convertida en tradición es
una corrupción de la vida que sólo puede corregirse co-rompiendo las costumbres
violentas, en el sentido de abrir colectivamente la cañería de la renovación de
la lucha original.
Bajando la escalera percibimos las consecuencias de la lucha, subiéndola podemos
renunciar por principio a aprovecharnos de ellas. El principio de la
no-violencia nace del juicio sobre las consecuencias de la lucha. Si se
eliminase la lucha se eliminaría de inmediato el principio derivado. Como la
lucha es inevitable y posiblemente necesaria para la misma vida, deben juzgarse
sus consecuencias. ¿Pero con qué derecho nos atrevemos a instaurar un principio
universal? ¿Por qué se ha de renunciar a la violencia? ¿No es acaso esta
renuncia una aceptación irreflexiva de la sutil violencia cultural? Habrá que
preguntarse entonces, ¿a qué violencia no debemos renunciar? Pienso que no
debemos renunciar al replanteamiento de las luchas originales contra la
presencia de su violencia instaurada, pero soy consciente de que tal
replanteamiento requiere muchas veces abrir nuevas luchas creando nuevas
violencias. Intentar erradicar una violencia puede ser el preámbulo para crear
otras nuevas. Entonces, ¿qué clase de violencia y cuánta violencia estaremos
dispuestos a soportar? Esto puede ser planteado de otra manera, como hace
Marcelo Colussi en "¿Nuevas formas de violencia?" -
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26326
-.
La lucha no es violencia; la lucha no se origina con la intención de obtener
ningún beneficio; tampoco la lucha tiene el sentido spenceriano de supervivencia
del más apto. Este último sentido es de dudosa credibilidad porque la lucha no
conlleva ninguna finalidad. En la naturaleza no hay leyes finalistas: la
teleología es falsa. (Leo muchas veces críticas a Darwin desde la izquierda
cuando en realidad deberían hacerse a Spencer. Darwin nunca confundió su teoría
de la evolución con teorías de determinismo racial. Lo que se llama darwinismo
social debería llamarse spencerianismo social. Creo que esta confusión podría
ser aprovechada por los creacionistas. Las teorías científicas de Darwin sobre
la evolución biológica son geniales, mientras que las teorías pseudocientíficas
de la evolución social de Spencer son racistas, sexistas, clasistas y muchas
cosas deleznables más. Supongo que siempre será más justo, evitándose
desagradables malentendidos, no confundir a Marx con Stalin, ni a Nietzsche con
Hitler, ni a Cristo con Bush, ni a Mahoma con Bin Laden, etc. Creo que es más
acertado poner a Bush, Blair y Aznar en el mismo saco belicista y saqueador, y
así sucesivamente.)
La lucha es natural y se produce por una simple necesidad de equilibrar las
fuerzas, entendiendo éstas no sólo en un sentido mecánico sino también pulsional:
fuerzas del deseo o según se mire, desarrollo del poder, o mejor, de la
potencia, fuerzas emocionales, fuerzas afectivas. A veces digo que no sólo somos
seres emocionales sino sobretodo seres emocionantes, piedra angular de la
sociabilidad, condición biológica del socialismo.
La lucha es un fin sin finalidad que aparece como violencia cuando se convierte
en un medio. Cuando se trascendentaliza la lucha, es decir cuando se hace de
ella un fin con finalidad, cuando se la representa como cumpliendo una función
de futuro, se corre el riesgo de convertirla en un medio que confunde las
consecuencias con los objetivos. Retornar a las luchas originales tiene como
finalidad desmontar los sistemas actuales de signos, cambiar las condiciones
iniciales, realizar un movimiento a ciegas en sus nuevas consecuencias. Esperar
por lo tanto a ellas, preparados para asumir las posibles violencias emergentes.
Si la lucha fuese un medio para lograr algo, ella misma sería violencia porque
el objetivo estaría marcando la lucha, dirigiéndola, y es por esto que toda
lucha para no ser violencia debe ser lucha original, lucha que anule todos los
objetivos. Incluso una competición deportiva no es una lucha original porque
está marcada de antemano por una colección de premios para el que sale
victorioso: un prestigio, grado mínimo de la violencia; un privilegio, grado
mayor de violencia; un negocio, sigue creciendo la violencia; un uso político...
Por eso sigo escribiendo, y ya está. Por eso entiendo a Foucault cuando dice que
le hubiese gustado el anonimato. Por eso me gusta Wikipedia. Por eso me gustan
las luchas originales que no pretenden volver a los orígenes, sino desmantelar
los códigos de actualidad, la autoría, la propiedad, la legitimidad. Por eso me
gustan los movimientos sociales indígenas, los pueblos originarios. Evo Morales
tiene razón: hay que refundar. El Subcomandante Marcos tiene razón: hay que
hacer la Otra Campaña. Incluso la verdadera izquierda tiene razón: hay que
volver al pueblo.
Cada individuo expresa su fuerza, y en el encuentro con otro se encuentra con la
necesidad de equilibrarla, porque esas fuerzas son tanto de atracción como de
repulsión. La lucha siempre equilibra estas fuerzas, incluso a costa de la
muerte del otro, pero la consecuencia es que una vez logrado el equilibrio
despunta un signo que sólo algunos animales son capaces de captar.
2. Legitimidad, reacción y reaccionario. Violencia de género.
Entre humanos se evitan muchas luchas por el mero hecho de que la dominación
entra a formar parte de la cultura (varón frente a mujer, por ejemplo), pero no
evita la violencia sino que la aumenta de manera imperceptible. La cultura
recoge una colección inmensa de signos que han surgido de la lucha.
Si explicamos el patriarcado será diciendo que proviene de una lucha entre
varones y mujeres y no solamente por una distribución de tareas propiciada por
el cuidado de los hijos.
Entre varones y mujeres las fuerzas de atracción son enormes, pero también las
hay de repulsión. El patriarcado surge del aprovechamiento por parte del varón
de la diferencia entre fuerzas que favorecen al "más fuerte" muscularmente
hablando. La dominación se instaura en la cultura, desapareciendo en algunos
casos las luchas musculares, pero se extiende a otras facetas de las relaciones,
apareciendo una nueva violencia puesto que la dominación ya no proviene de la
lucha directa de la situación, sino indirectamente de otras luchas acaecidas en
situaciones diferentes: la lucha iniciada por la atracción sexual. Ya no es
dominación sino legitimación.
La llamada violencia de género tiene que ver con lo que estoy diciendo (aunque
no toda forma de violencia de género), pero hay que analizarla con precaución
porque no se ampara en la dominación sino en la legitimidad, es decir, deriva de
luchas antiguas que han generado una legitimidad que se pone en cuestión por
parte de la mujer, y en consecuencia se desequilibran las fuerzas originales
provocando una nueva lucha, pero ahora sujeta a una intencionalidad que consiste
en mantener, por parte del varón, la diferencia en términos de dominación
intentando reafirmar su legitimidad universal. Muchas mujeres sucumben ante la
legitimidad, otras ante la dominación, y otras continúan la lucha hasta sus
últimas consecuencias. Como la lucha puede ser un fracaso se hace necesaria la
articulación de una ruptura de la relación. Nada me parece más patético que ver
a esos "reconciliadores" utilizar su autoridad de mediadores para devolver la
legitimidad de superioridad al varón, es decir, de negar la lucha por la
igualdad. Esta acción que pretende anular los replanteamientos de las luchas
originales es lo que yo llamo comportamiento reaccionario. Rebelarse a la
violencia instaurada no es reaccionario, aunque suponga reacciones.
3. ¿Quiénes son los violentos?
Violentos son los que utilizan la violencia, los que se aprovechan de los signos
diferenciales de las luchas, los que realizan actos de violencia.
Romper el escaparate de un banco en una manifestación antiglobalización no es un
acto de violencia, aunque sea ruidoso. Quemar banderas en países de Oriente
Medio tampoco son actos de violencia, aunque huela a chamusquina. Quemar coches
en un barrio parisino no es un acto de violencia, aunque puedan producirse
explosiones. En todos los casos se pretende anular el compromiso simbólico, y es
de alguna manera una forma de comenzar la lucha original: la primera contra el
poder del capital, la segunda contra la opresión y humillación del imperialismo,
la tercera contra la marginación y la discriminación. Son afirmaciones rotundas
de un deseo de recomenzar la lucha, eliminando los signos y símbolos violentos
del capitalismo, del colonialismo y del racismo. No son luchas en sí, sino actos
rebeldes contra una violencia instituida. Otra cosa muy distinta sería analizar
la efectividad de estos actos, porque puede ser que no lleguen a plantear
siquiera las luchas originales sino todo lo contrario, a reforzar la violencia
represiva instituida. Pero esta cuestión no nos habla de violencia sino de
tácticas de lucha. Los movimientos pacifistas no llegan a entender estas
sutilezas, excepto aquellos que piensan que la pasividad es más efectiva que la
actividad, trasladando nuevamente la cuestión a problemas tácticos o
filosóficos. Y si no es así el pacifismo es idiotismo o fanatismo religioso. No
enfrentarse a la policía durante el desalojo de un centro social okupado es una
cuestión táctica y estratégica. En primer lugar porque llevan todas las de
perder, y en segundo lugar (como me explicó en una ocasión un compañero okupa)
porque los centros sociales están orientados a los vecinos que verían la batalla
entre okupas y policías como una cosa que no va con ellos.
Chomsky en "El terrorista en el espejo" -
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26569 – nos
previene sobre las distinciones que deben hacerse y cómo suelen hacerse por los
que ostentan el poder, entre terror, agresión y legítima defensa: "¿Qué ocurre
con la frontera entre terror y resistencia? Una de las cuestiones que se
plantean es la legitimidad de las acciones para conseguir "el derecho a la
autodeterminación, libertad e independencia derivadas de la Carta de las
Naciones Unidas de los pueblos privados a la fuerza de ese derecho...,
particularmente de los pueblos bajo regímenes coloniales y racistas y ocupación
extranjera..."".
Saramago pensó un día, según nos cuenta en su "Ensayo sobre la lucidez" que la
abstención es una forma de comenzar una lucha original contra las hipócritas
democracias representativas, sin embargo la derecha venezolana que se retiró,
sólo pretendía deslegitimar al partido de Chávez, y Hamás ha ganado las
elecciones pero algunos intentan deslegitimarles. Creo que el juego literario de
Saramago es irreal, porque el problema no son las urnas sino la efectividad de
cualquier método que logre mantener los privilegios, pero las urnas tienen la
ventaja de establecer la lucha por la liberación en el terreno obligado por el
adversario. Si se juega en su terreno y no se gana, se ha perdido más que si no
se juega en él. Irak y Afganistán son tristes ejemplos. La abstención debe ir
acompañada de la formulación de otro terreno de lucha. No puede ser ni pasividad
ni oportunismo, y en este sentido el Foro Social Mundial, el Foro Social
Alternativo (http://www.fsa.contrapoder.org.ve/
), el Foro Social del Mediterráneo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15777
), el Foro Social Africano (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=19882
), son nuevos terrenos donde se pretende llevar al adversario. La cuestión es
cómo llevar a los fundamentalistas representacionalistas a este terreno donde
posiblemente sepan de antemano que están perdidos, o al menos que tienen que
ceder en demasiadas cosas.
Supongo que intentarán infiltrarse o criminalizar. Así nos lo cuenta Carlos
Taibo en "Noticia de nuestros movimientos antiglobalización" -
http://www.rojoynegro.info/2004/article.php3?id_article=8385
-: "Hace un par de meses cayó en mis manos el texto con el que Mariano Rajoy
presentaba un libro de rabiosa actualidad. Poco importa si el presidente del
Partido Popular era o no su autor material. Lo que importa es el hecho de que en
él se emplazaba en la misma lista a los movimientos antiglobalización y a eso
que ha dado en llamarse terrorismo yihadista. Semejante dislate, que no merece
mayor glosa, ilustra bien a las claras que los movimientos no sólo existen:
preocupan a quien tienen que preocupar."