La Izquierda debate
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Desafíos a la nueva izquierda
Frei Betto
Se cayó el ideario socialista, víctima de su pragmática identificación con
el progreso material. Lenín enfatizó el socialismo como sinónimo de
electrificación. Los partidos comunistas en el poder se empeñaron en desarrollar
la infraestructura de sus respectivos países, pero sin la misma atención a la
formación de la sociedad civil, la democratización de la estructura política y
la ampliación del mercado economicista.
Socialismo debe rimar con emancipación humana, soberanía nacional y, sobre todo,
con felicidad personal. En el capitalismo que exalta la competitividad, se
acepta la lógica de que la felicidad de uno se logra por la desgracia de muchos.
Es otra vertiente ética, enraizada en la solidaridad, la que hace al socialismo
radicalmente diferente. 'De cada uno según su capacidad, a cada uno según su
necesidad'.
La izquierda latinoamericana se ve desafiada ahora a volverse menos leninista y
más guevarista. La autocracia partidaria cede el lugar a las emulaciones
morales. Más lectura de Los manuscritos económicos-filosóficos de Marx y menos
de El Capital.
La ideología progresista ya no puede quedar reducida a una teoría económica de
naturaleza positivista. El socialismo no puede ser proyectado como un
capitalismo sin capitalistas. Lo que significa que no puede ser organizado según
patrones de tecnología y modelos de consumo.
El rescate de la ética, la transparencia en el trato de la cosa pública, la
tolerancia en las relaciones y la intransigencia en los principios, el
compromiso efectivo y afectivo con los sectores más necesitados de la población:
He ahí la condición para una izquierda que pretenda recuperar su credibilidad y
su poder de humanización de la sociedad.
El peruano José Carlos Mariátegui , que latinoamericanizó el marxismo, denunció
en sus escritos el culto supersticioso de la idea de progreso. Interesado en
superar el positivismo y el determinismo, propuso un socialismo como 'creación
heroica' a partir del pueblo, poniendo en el centro, en América Latina, la
cuestión indígena, el universo campesino, la multitud de pobres, y no el
prometeico proletariado industrial. En resumen, más atención al pueblo y menos
rigor en la óptica de clase.
En la actual coyuntura latinoamericana queda descartada la estrategia liberadora
centrada en la propuesta de asalto al Estado. La Nicaragua sandinista comprobó
que, debido a la internacionalización del aparato represivo, dirigido por los
Estados Unidos, antes de apelar a la idea de fuerza es necesario recurrir a la
fuerza de las ideas. La elección de Lula es expresión de este nuevo camino.
No se conquista el aparato estatal sin antes tener consolidado el apoyo de los
corazones y las mentes de la mayoría de la población. No se puede subestimar al
sujeto popular: jóvenes, creyentes, amas de casa, etc. Esos sectores no pueden
ser considerados simple masa electoral. Si la izquierda no se libra del
sectarismo y del dogmatismo permanecerá aislada en sus purezas y certezas pero
sin condiciones de elaborar un nuevo sentido común popular.
No siempre la izquierda partidarizada reconoció el merecido valor de las
prácticas populares alternativas: luchas por la sobrevivencia y la resistencia,
denuncias, conquista de derechos, preservación del medio ambiente, relaciones de
género, combate a la discriminación racial y/o étnica, etc.
Es inútil dar un paso atrás y fijarse en la utopía del control del Estado como
precondición para transformar la sociedad. Antes es necesario transformar la
sociedad a través de la conquista de los movimientos sociales y de gestos y
símbolos que hagan emerger las raíces antipopulares del modelo neoliberal.
Combinar las contradicciones de prácticas cotidianas (empobrecimiento progresivo
de la clase media, desempleo, generalización de las drogas) con las grandes
estrategias políticas.
Es hacer concesión a la lógica burguesa admitir que el Estado es el único lugar
donde reside el poder. Este se extiende por la sociedad civil, los movimientos
populares, las ONGs, el mundo del arte y de la cultura, que originan nuevos
modos de pensar, de sentir y de actuar, modificando valores y representaciones
ideológicas, incluso religiosas.
'No queremos conquistar el mundo sino hacerlo nuevo', proclaman los zapatistas.
Hoy día la lucha de una clase contra otra sino de toda la sociedad contra un
modelo perverso que hace de la acumulación de la riqueza la única razón de
vivir. La lucha es de la humanización contra la deshumanización, de la
solidaridad contra la alineación, de la vida contra la muerte.
La crisis de la izquierda no procede sólo de la caída del muro de Berlín. Es
también una crisis teórica y práctica. Teórica: la de quien enfrenta el reto de
un socialismo sin estalinismo, sin dogmatismo, sin sacralización de líderes y
estructuras políticas. Práctica: la de quien sabe que no hay salida sin retomar
el trabajo de base, reinventar la estructura sindical, reactivar el movimiento
estudiantil, e incluir en su agenda las cuestiones indígenas, raciales,
feministas y ecológicas.
En este mundo sin esperanza sólo la imaginación y la creatividad de la izquierda
serán capaces de librar a la juventud de la inercia, a la clase media del
desaliento, a los excluidos del conformismo. Lo cual requiere una ideología que
rescate la ética humanista del socialismo, abandonando toda interpretación
escolástica de la realidad y, sobre todo, toda actitud que, en nombre del
combate a la burguesía, haga a la izquierda actuar miméticamente como burguesa,
incensando vanidades, ocultando informaciones sobre recursos financieros,
reforzando la antropofagia de grupos y tendencias que se satisfacen mordiéndose
unos a otros.
El polo de referencia de las izquierdas en torno al cual se deben unir, solo
puede ser uno: los derechos de los pobres.