La Izquierda debate
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El escenario latinoamericano
Claudio Katz
El socialismo es posible y necesario en Latinoamérica, pero resulta
indispensable incorporar esta meta a los proyectos de los movimientos de lucha.
Es mucho más productivo reflexionar sobre el socialismo que dilucidar si alguna
vez podrá emerger "otro capitalismo" en la región
El ALCA, el MERCOSUR y el ALBA son las principales iniciativas de asociación
regional actualmente debatidas en América Latina. La discusión de estas
alternativas presenta dos peculiaridades en comparación a las reflexiones
tradicionales sobre la integración: suscita atención de los movimientos sociales
y se desenvuelve en una coyuntura de agudos desequilibrios.
Las organizaciones populares han incorporado a su agenda popular un tema que en
el pasado solo estudiaban los diplomáticos, los empresarios y las elites
gobernantes. Este cambio ilustra una nueva percepción de los caminos a recorrer
en la batalla por reformas sociales. Entre los movimientos de trabajadores,
campesinos y pobladores se ha generalizado la convicción que para afianzar
cualquier conquista de los oprimidos a escala nacional serían necesarios también
logros zonales. Esta visión regional incluye un cuestionamiento de la vieja
balcanización que ha sufrido América Latina.
La integración goza de popularidad pero no tiene implicancias espontáneamente
progresivas. Todo depende del modelo que asuma y de los intereses sociales que
defienda. Compartir cierta vecindad geográfica facilita esa convergencia, pero
no asegura su legitimidad. Lo que impulsa a distintos pueblos a compartir un
proyecto histórico es la existencia de una meta emancipatoria común. Por eso el
carácter de la unidad regional depende del programa, las prioridades y los
sujetos involucrados en ese proyecto.
El ALCA, el MERCOSUR y el ALBA plantean distintas propuestas frente a la crítica
realidad latinoamericana. En la región se conjugan colapsos económicos,
convulsiones políticas, rebeliones sociales y virajes ideológicos de gran
envergadura. ¿Qué tipo de integración podría emerger en estas condiciones? ¿Los
proyectos en juego son convergentes o incompatibles? ¿Podría confluir el ALCA
con el MERCOSUR y esta segunda asociación con el ALBA? ¿Qué propósito persiguen
los tratados bilaterales y las negociaciones multilaterales que complementan a
ambas iniciativas? El objetivo central de este ensayo es responder a estas
preguntas y el sentido de este capítulo inicial es caracterizar el contexto en
que se dirimen las distintas opciones.
TURBULENCIAS ECONOMICAS
Los tres proyectos de asociación aparecen al cabo de veinte años de modelo
económico neoliberal, es decir cuándo las consecuencias de este esquema están a
la vista. En el terreno financiero, el principal efecto de esa política ha sido
el aumento de la vulnerabilidad. Los ciclos de prosperidad y crisis han quedado
más sujetos que en el pasado a la afluencia y salida de los capitales externos.
Cuándo la rentabilidad decrece en los circuitos bancarios o bursátiles de las
economías avanzadas, fondos especulativos arriban a la región y cuándo esta
tendencia se revierte retornan a sus lugares de origen. Este vaivén provoca
agudas turbulencias.
Actualmente predomina una corriente de ingresos de capital que favorece la
recuperación del PBI y genera una impresión de estabilidad. Pero bajo la
superficie de cierta calma, el problema de la deuda externa no ha quedado
resuelto y los desequilibrios que condujeron a la cesación de pagos no se han
disipado. El monumental default que protagonizó la Argentina no fue un hecho
excepcional. Afectó anteriormente a otros países (Ecuador, Perú, Bolivia,
Brasil, México) y su repetición será una posibilidad siempre latente mientras
continúe la acumulación de pasivos impagables.
La refinanciación constante de estas deudas se ha tornado más gravosa con la
nueva política de superávit fiscal, que los países latinoamericanos implementan
para pagar intereses y reducir pasivos con organismos multilaterales.
El neoliberalismo potenció también en la órbita comercial la fragilidad de la
región. Mediante una drástica apertura se afianzó el papel subordinado en la
división internacional del trabajo y se consumó la desarticulación del viejo
complejo industrial a favor de las actividades de ensamblaje que realizan las
grandes corporaciones. Estas compañías lucran con la fuerza de trabajo abaratada
y con la completa ausencia de regulaciones ambientales.
La reducción de aranceles consolidó, además, la especialización exportadora en
productos agro-mineros y bienes manufacturados básicos o intermedios. Este
perfil acentúo la dependencia regional del vaivén internacional que sufren los
precios de las materias primas. El crecimiento del PBI de los últimos años la
región obedece en gran medida al alto nivel de estas cotizaciones.
La oleada neoliberal agravó el empobrecimiento de la población y precipitó una
inédita expansión de la precarización y el desempleo. La miseria absoluta ya no
recae solamente sobre los campesinos expulsados de sus tierras, sino que se
extiende también a los obreros descalificados y a los jóvenes desocupados. El
resultado de esta tragedia social ha sido un mayor ensanchamiento de la
desigualdad social, que alcanza en América Latina niveles muy superiores a
cualquier otra región del planeta.
La combinación de endeudamiento externo, especialización exportadora y
pauperización desembocó durante los 80 y los 90 en una secuencia de colapsos
productivos, bancarios y cambiarios que golpeó a varios países (Ecuador,
Bolivia, Argentina, Perú, Uruguay). Estas crisis no tuvieron el impacto acotado
que prevaleció en las economías desarrolladas, sino que alcanzaron una dimensión
comparable a las depresiones de entreguerra.
Los neoliberales atribuyen estas eclosiones al carácter incompleto de las
reformas, como si la escala de esas transformaciones hubiera sido menor. Ocultan
que el ajuste fue mayúsculo y que la eliminación de las viejas regulaciones
keynesianas tuvo efectos devastadores sobre las economías dependientes.
El neoliberalismo periférico no solo atropelló las conquistas de las mayorías
populares, sino que también condujo a una pérdida de posiciones económicas de
América Latina en el mercado mundial. Este retroceso se verifica en todos los
indicadores de competitividad, inversión o ingreso per capita y contrasta con la
evolución de China o el Sudeste asiático. Este resultado constituyó un fracaso
para las clases dominantes.
La fractura entre actividades prósperas de exportación y producciones en declive
destinadas al mercado interno agravó el tradicional dualismo de la economía
latinoamericana. Esta segmentación afecta los beneficios de los capitalistas,
porque acrecienta la dependencia de la acumulación de la demanda internacional y
de la frágil competitividad de cada economía. Además, la reducción de los costos
laborales no compensó la contracción de los mercados internos y esta declinación
del poder adquisitivo afecta la consistencia de los negocios. Esta acumulación
de problemas ha inducido a los giros en la política económica que actualmente se
observan en la región.
A comienzos del 2006 la coyuntura está signada por la reactivación, la afluencia
de capitales y la bonanza exportadora. Pero la secuela de la crisis está
presente y este legado explica la intensidad de las polémicas que rodean al
ALCA, al MERCOSUR y al ALBA.
REBELIONES POPULARES.
El curso de la integración se dirime en la arena de la lucha social y no en
serenas reflexiones de opciones macroeconómicas. América Latina ha sido en los
últimos años en un gran epicentro de rebeliones populares. Estos levantamientos
generaron la interrupción de varios mandatos presidenciales y provocaron desde
1989 la salida anticipada de 11 presidentes. Los casos más importantes se
registraron en tres naciones: Argentina, Bolivia y Ecuador.
La sublevación del 2001 en el primer país alcanzó una dimensión inédita. La
confluencia de los desocupados y la clase media empobrecida se plasmó en una
revuelta que incluyó asambleas populares masivas y una ocupación perdurable de
las calles. Aunque este nivel de convulsión ha decaído una nueva variedad de
protestas se verifica en la actualidad. Esta vitalidad del movimiento social
irrita a la derecha, desconcierta al gobierno y desespera a los capitalistas. En
un marco favorable para obtener conquistas populares, los asalariados han
recuperado visibilidad y tradiciones combativas.
En mayo del 2005 se registró en Bolivia la mayor insurrección del continente.
Este levantamiento profundizó el nivel de combatividad, participación popular y
radicalización política que anticiparon varias sublevaciones previas. La mayoría
popular exige la nacionalización de los hidrocarburos, en un país depredado por
las compañías extranjeras y empobrecido por el cierre de las minas y la
erradicación de la coca. El nuevo gobierno de Morales afronta este cuadro en un
clima de expectativa y alerta de los movimientos sociales.
También el estallido que conmocionó a Ecuador en abril del 2005 coronó una
sucesión de levantamientos anteriores, que primero protagonizaron los campesinos
e indígenas y luego la clase media urbana. Estas acciones demolieron a un
gobierno que debutó con discursos progresistas y concluyó adoptando políticas
reaccionarias. Las demandas de los sublevados han chocado con la incapacidad de
las elites para gobernar, en un país arruinado por la emigración y la amenaza de
fracturas territoriales.
Estos levantamientos en tres países sudamericanos han sido los episodios más
convulsivos del nuevo ciclo de rebeliones que recorre a la región. Movimientos
campesinos en Perú, demandas de los pueblos indígenas en México, irrupciones
antiimperialistas en Venezuela, protestas contra los tratados de libre comercio
en Colombia y resistencias a las políticas de ajuste en Centroamérica han
signado el cuadro social de la última década.
La intensidad de estas acciones difiere en cada caso y en varios países claves
–como Brasil, Uruguay o Chile- las luchas populares mantienen un perfil menos
relevante. Pero en términos generales y en comparación a la década precedente se
ha registrado un importante cambio en las relaciones de fuerza entre las clases
dominantes y dominadas. La gran ofensiva perpetrada por los capitalistas en los
90 enfrenta un serio límite y los opresores han perdido la iniciativa que
mantuvieron durante el cenit del neoliberalismo. La consistencia de las
revueltas sociales refleja una continuidad de tradiciones combativas en
Latinoamérica que la derecha no ha podido destruir.
Distintos sectores populares han protagonizado huelgas, movilizaciones y
rebeliones de la última década. En algunas regiones prevalecen las comunidades
indígenas (Bolivia, Ecuador, México) y en otras los campesinos (Brasil, Perú,
Paraguay). Pero también los asalariados urbanos (Argentina) y los precarizados
(Venezuela, Caribe, Centroamérica) han jugado un rol dominante.
Esta centralidad de la protesta ha modificado la apreciación de los actores que
podrían comandar una transformación socio-política. Durante los años 80 muchos
teóricos atribuyeron ese rol a los ciudadanos y en los 90 lo redujeron a la
intervención de los individuos. Pero al calor de la resistencia popular, los
movimientos sociales son nuevamente observados como artífices de estos cambios.
La noción de pueblo ha reconquistado gravitación y las caracterizaciones de
clase han recuperado interés. No solo reaparece la distinción entre dominadores
y dominados, sino también la preocupación por precisar el rol de los explotados
dentro del espectro de los oprimidos. Es evidente que ese sector reúne a la
clase trabajadora en un sentido amplio y cuenta con mayor capacidad para afectar
los centros del poder del capitalismo.
El éxito de las luchas populares depende de la confluencia de todos los
oprimidos en torno a reivindicaciones y metas comunes. Esta conclusión
sobrevuela todos los debates sobre el ALCA, el MERCOSUR o el ALBA que se
desenvuelven en las organizaciones populares. En este ámbito la integración es
un tema asociado con la resistencia y discutido junto a consignas, programas y
propósitos de lucha. La tónica de las reflexiones sobre la integración que
predomina en los encuentros regionales de tecnócratas y empresarios es
obviamente muy diferente.
CONMOCIONES POLÍTICAS
El neoliberalismo comenzó en América Latina durante las dictaduras pero se
consolidó con los regímenes constitucionales. Esta continuidad ha provocado un
profundo deterioro del sistema político que sustituyó a las tiranías.
Con el fin de las dictaduras las clases opresoras perdieron su viejo recurso de
represión masiva contra el pueblo y el fracaso de los gobiernos militares fue
tan contundente que resulta muy improbable su reinstalación futura. La opción
golpista perdió eficacia, además, porque la propia capa militar tiende a
fracturarse bajo la presión popular.
Con mecanismos constitucionales se han instrumentado en los últimos años
terribles políticas de ajuste, pero la efectividad de este atropello ha sido muy
limitada. No lograron neutralizar la protesta social, ni tampoco aseguraron una
gestión estable de los negocios. Por eso la frágil burguesía latinoamericana
mantiene formas de dominación muy inestables, en comparación a los moldes
vigentes en los países desarrollados.
La debacle económica erosionó a estos regímenes a lo largo de tres etapas.
Durante la transición pos dictatorial (1980-86) se desmoronó la ingenua
identificación de los sistemas electivos con mejoras del ingreso popular. La
esperada secuencia de avances –primero en la órbita civil, luego en el plano
político y finalmente en el campo social- no se corroboró en ningún país. En
cambio se registró una asimilación generalizada del credo neoliberal por parte
de la elite política, que reforzó la crítica popular hacia los sistemas
institucionales vigentes. Ya es evidente que los regimenes latinoamericanos no
constituyen democracias genuinas, sino modalidades truncas y tuteladas del
modelo constitucional.
En la segunda etapa de euforia neoliberal (1986-97) el mayor compromiso de las
estructuras políticas con la privatización y la apertura comercial agravó el
descrédito de estas entidades. Su explícita funcionalidad con el ajuste
desembocó en una pérdida de confianza de la ciudadanía hacia un sistema que
empobreció al grueso de la población. Por eso en todos los países se
multiplicaron las manifestaciones de indiferencia política, abstención electoral
y fatiga cívica.
Esta degradación sepultó a varios los personajes derechistas (Salinas, C.A
Pérez) y condujo a las crisis (1987-2002) que provocaron el desplazamiento de
otros exponentes del mismo linaje (Menem, Fujimori). El nivel de corrupción
exhibido por los presidentes neoliberales confirmó que este flagelo es un
resultado generalizado de las apetencias capitalistas y no un efecto específico
del estatismo.
Las grandes eclosiones de este período generaron una gran variedad de
desmembramientos institucionales en América Latina. En ciertos países se
pulverizó el poder (Bolivia, Ecuador) y en otros se desintegró el estado
(Haití). Pero el curso predominante ha sido la reconstitución convulsiva del
sistema político (Argentina) y el recambio institucional en orden (Chile,
Brasil, Uruguay, México).
Los regímenes latinoamericanos actuales no son democracias auténticas. Pero esta
carencia no obedece a la escasa consolidación, madurez o estabilidad de sus
estructuras. Lo que impide someter a la voluntad popular las principales
decisiones de la sociedad es el control que ejercen las clases dominantes sobre
este sistema. Estas limitaciones son más importantes en América Latina que en
los países centrales.
La derecha interpreta que los obstáculos a la democracia provienen del
caudillismo, los vicios populistas y el desprecio a las normas republicanas.
Pero olvida que los mandatarios neoliberales siempre ejercen un presidencialismo
descontrolado. Los conservadores solo resaltan la debilidad de los aspectos
republicanos, liberales y tecnocráticos de los regímenes actuales que
obstaculizan la acumulación capitalista.
A la derecha no le preocupa la falta de democracia sino su "exceso". Registra
con inquietud la amplitud de los espacios conquistados por la lucha popular y
teme que estos logros estimulen la batalla por reformas sociales. Por eso añora
los modelos políticos represivos que por ejemplo prevalecen en el Sudeste
Asiático.
Las libertades públicas que permiten en Latinoamérica ejercer el derecho a la
protesta horrorizan a los poderosos. Preferirían erradicar esas conquistas para
consolidar los sistemas híbridos que se han impuesto en toda la región. Estas
estructuras combinan autoritarismo, tecnocracia, elitismo y privatismo. El
primer rasgo prevalece cuándo el antagonismo social alcanza picos de crisis y el
segundo se afirma cuándo una capa de altos funcionarios afianza su manejo del
estado.
El tercer aspecto se manifiesta mediante mecanismos institucionales utilizados
para bloquear la movilización popular y la cuarta modalidad se impone para
ensayar la continuidad del modelo neoliberal. En oposición a esta mixtura de
liberalismo republicano y elitista la conquista de democracia es una tarea
pendiente en la región.
VIRAJES IDEOLÓGICOS
América Latina presenta varias singularidades en el terreno ideológico. Al igual
que en Europa Occidental se ha forjado una nueva conciencia antiliberal en la
resistencia contra la ofensiva derechista. Pero los rasgos de estas convicciones
difieren en ambas regiones por la mayor intensidad -que hasta ahora- presenta la
lucha social en Latinoamérica.
Esta diferencia no supone el contraste absoluto que registran algunos analistas.
Quiénes contraponen las "puebladas primitivas" en la región (preeminencia
callejera) con las reacciones "civilizadas" en el Viejo Mundo (plebiscitos
contra la Unión Europea) distorsionan la realidad. En Europa hay numerosas
manifestaciones de acción directa (especialmente Francia) y en América Latina se
acrecienta el repudio a la derecha en el terreno electoral. En un mismo cuadro
de resistencia el nivel de movilización en la región es superior, porque también
ha sido mayor la agresión patronal contra las conquistas sociales.
Un rasgo peculiar de Latinoamérica es la confluencia espontánea de la acción
antiliberal con las reivindicaciones antiimperialistas. Este empalme en la
región obedece, en parte, a la ausencia de clases dominantes con ambiciones de
supremacía en el mercado mundial. Por la misma razón tampoco la diferenciación
cultural con Estados Unidos constituye un componente significativo de la batalla
contra la dominación norteamericana.
La irradiación ideológica del neoliberalismo ha sido importante en la región.
Pero el empobrecimiento de la clase media bloqueó el arraigo de estas creencias
en ese sector. La penetración de los valores de la competencia y el
individualismo es reducida en comparacióna los patrones vigentes , por ejemplo,
en los países anglosajones.
El neoliberalismo se encuentra más desacreditado en Latinoamérica que en Europa
del Este por dos razones. La región no padeció la opresión burocrática que
caracterizó al denominado "socialismo real" y la llegada del thatcherismo no fue
recibida con expectativas liberadoras. Además, América Latina no participa de un
proceso de integración regional vinculado a la gestación de un polo dominante en
el mercado mundial. Esta desconexión atenúa la carga de ilusiones en el
librecomercio que actualmente rodea a la ampliación de la Unión Europea y
permite a la izquierda ocupar un lugar más relevante en el escenario político.
La rebelión antiimperialista tampoco incluye en la región los rasgos
fundamentalistas de confrontación ética y religiosa que predominan en el mundo
árabe. El blanco de la movilización popular son los bancos y las empresas
norteamericanas y no el pueblo estadounidense. Ningún proyecto significativo
recurre en la zona al sustento religioso para legitimar la batalla contra el
opresor. Este perfil laico y democrático genera mayor atracción, simpatía e
interés internacional por la lucha social latinoamericana. Esta acción presenta
una proyección universal faltante en el mundo árabe.
La combinación de convicciones antiliberales y antiimperialistas que
caracterizan a la resistencia latinoamericana no es un dato unívoco en toda la
región. Es más visible en Bolivia, Venezuela o Argentina, que en Chile o
Paraguay. Pero la radicalización política popular es un rasgo contagioso que se
propaga de país en país.
NEOLIBERALISMO Y ANTIIMPERIALISMO
El cuestionamiento al neoliberalismo y el desafío al imperialismo son dos
características centrales de la realidad latinoamericana actual. La crisis del
proyecto derechista en la región es muy visible en la región, aunque el balance
general de ese programa es un tema más controvertido. Muy pocos gobiernos
preservan actualmente un discurso fanático a favor de la liberalización
financiera o comercial. Pero los atropellos sociales persisten y se implementan
con otra cobertura ideológica. Por eso no resulta fácil dirimir si el retroceso
de corto plazo que afecta al neoliberalismo equivale a su declinación
estructural.
Muchos analistas estiman que el fracaso económico, el agotamiento teórico y el
descrédito político de la propuesta derechista ha restringido su influencia al
terreno ideológico-cultural. Otros pensadores consideran que el debilitamiento
neoliberal se concentra en la cultura y en la ideología, pero no se extiende a
la economía o la política. Lo que resulta incuestionable es la pérdida del
impulso que exhibían los cultores del libremercado en la década pasada. Por eso
el mantenimiento de estas políticas actualmente exige un nuevo despliegue de
retórica antiliberal.
En cada país el grado de continuidad neoliberal depende también del balance de
los 90 que ha extraído por cada clase dominante nacional. El recuento de
pérdidas que han hecho los capitalistas de Argentina difiere del cómputo de
ganancias que, por ejemplo, realizan sus colegas de Chile. Pero en todos los
casos predomina un contexto crítico hacia el neoliberalismo.
Este marco afecta también la intervención tradicional del imperialismo en su
"patio trasero". La impresión que Estados Unidos "no presta atención" a
Latinoamérica o disminuye su presencia en la zona es completamente equivocada.
Basta observar la ingerencia regional del Pentágono, para notar cuán importante
es para Washington su retaguardia latinoamericana.
Lo peculiar del momento es la dificultad que enfrenta la primera potencia para
actuar con mayor virulencia contra sus enemigos en la región. El pantano que
afrontan los marines en Irak, le impide a Bush tratar a Chávez como a Sadam o
ensayar una agresión más abierta contra Cuba.
La hostilidad hacia el imperialismo en Latinoamérica es dato fácil de
corroborar. El deslumbramiento que acompañó la primavera de Clinton ha sido
reemplazado por un contundente rechazo a Bush. La difusión de las torturas y
asesinatos preventivos que ejercita la CIA socava, día a día, la credibilidad de
los funcionarios estadounidenses.
La extraordinaria irrupción callejera de los latinos en las grandes ciudades
norteamericanas introduce otro factor de impacto regional. Estas comunidades
mantienen estrechos lazos con sus países de origen, mediante las remesas que
giran a los familiares y como consecuencia deel abaratamiento del transporte y
las comunicaciones.
En este cuadro son muchos los gobiernos que ya no obedecen ciegamente a los
mandatos del Norte. La vieja subordinación del pasado no funciona, ni permite
preservar el status quo. Por eso muy pocos presidentes latinoamericanos
acompañaron la aventura norteamericana en Irak. El Departamento de Estado
igualmente recurre al auxilio regional para implementar sus operativos de
intervención. El caso más reciente ha sido Haití. Pero el fracaso del intento de
fraude electoral -montado en la isla para perpetuar un gobierno creado por el
Pentágono- demuestra la inconsistencia de estas acciones.
LA BATALLA CONTRA EL ALCA
Los cambios registrados en Latinoamérica han desembocado en tres alineamientos
políticos: un bloque comandado por Estados Unidos, un eje centroizquierdista y
una dupla antiimperialista.
En el primer segmento se ubican los aliados de Bush en el plano militar –(Uribe
en Colombia), en el terreno político (Toledo en Perú, presidentes de
Centroamérica) y en la esfera económica (Fox en México, Lagos en Chile). Esta
confluencia sostuvo el lanzamiento del ALCA y su reformulación actual.
El bloque de centroizquierda estuvo inicialmente compuesto por los nuevos
gobiernos sudamericanos (Kirchner en Argentina, Lula en Brasil y Tabaré en
Uruguay), que han tomado distancia de las exigencias norteamericanas, pero
evitan cualquier confrontación con Estados Unidos. Estas administraciones buscan
recuperar el margen de autonomía política que resignaron sus antecesores
neoliberales y replantean el MERCOSUR en esta dirección.
El tercer polo está conformado por dos gobiernos antiimperialistas (Fidel en
Cuba y Chávez en Venezuela), que rechazan activamente la dominación
norteamericana y recurren a la movilización popular para afrontar esta opresión.
El lanzamiento del ALBA constituye un aspecto de esta resistencia.
En el capítulo sobre el ALCA explicamos porqué fracasó esta iniciativa y que
objetivos persiguen los tratados bilaterales que negocian los gobiernos del
bloque pro-norteamericano. El primer convenio intentaba reforzar la supremacía
estadounidense mediante una asociación privilegiada de las corporaciones del
Norte con los grupos exportadores de Latinoamérica. Pero el proyecto -apoyado
dentro y fuera de Estados Unidos por las firmas más internacionalizadas- fue
objetado por los sectores más dependientes de cada mercado interno y quedó
empantanado por los conflictos entre empresarios, divergencias entre los
gobiernos y resistencias populares.
En el mismo capítulo precisamos en qué medida los tratados bilaterales
radicalizan la agenda neoliberal y aumentan la indefensión de las economías
latinoamericanas. Señalamos que esos convenios son utilizados por la primera
potencia para bloquear una concurrencia europea que no desafía la supremacía
político-militar norteamericana, pero plantea serias problemas a las empresas de
ese país. Estados Unidos no necesita forjar una estructura estatal asociada con
otros países para reforzar su hegemonía y por eso impulsa tratados muy
diferentes a los propiciados por la Unión Europea. Estos convenios acentúan los
desniveles en los mercados de trabajo, impiden el surgimiento de monedas comunes
y bloquean la introducción de fondos de compensación regional.
El ALCA no ha prosperado en su modalidad original, pero tiende a recrearse a
través de los acuerdos bilaterales. Bush logró sustituir las conversaciones
entre bloques por convenios entre partes, que favorecen las exigencias de un
gigante frente a interlocutores dispersos. Las clases dominantes
latinoamericanas buscan compensar esta asimetría con el aumento de las
exportaciones al mayor mercado del mundo, pero los ganadores y perdedores de
esta ecuación son grupos capitalistas muy distintos.
Los nuevos convenios enfrentan severas resistencias. En México la demanda de
revisar el NAFTA se afianza ante los nefastos efectos de este acuerdo en materia
agrícola, laboral y ambiental. También el convenio con Chile que acentuó la
primarización exportadora genera oposición y en Centroamérica se amplían los
cuestionamientos a las monumentales asimetrías que provocarán los TLCs. Pero la
batalla más inmediata se ubica en la región Andina, porque las negociaciones con
Perú, Colombia y Ecuador están muy avanzadas. En esta zona la resistencia gana
adeptos y los cuestionamientos populares se multiplican.
LA INCERTIDUMBRE DEL MERCOSUR
¿La asociación comercial del Cono Sur podría perfilarse como una alternativa del
ALCA? Intentamos responder a este interrogante en los dos capítulos referidos al
MERCOSUR.
Este tratado surgió con rasgos neoliberales y su aplicación inicial acentuó la
fractura socio-geográfica de la región. El convenio fue propiciado por las
empresas transnacionales para abaratar costos, enfrentar la concurrencia externa
y contrarrestar la estrechez de los mercados. Pero la implementación efectiva
del acuerdo quedó afectada al poco tiempo por las grandes crisis de las últimas
dos décadas. Estas debacles paralizaron la marcha de la asociación y crearon
grandes dudas sobre su futuro.
Nadie sabe si el MERCOSUR tiende a decaer o resurgir. Por un lado el tratado
parece recobrar fuerzas con el fin del ciclo depresivo y el amoldamiento de su
estructura a los intereses de los grupos que sobrevivieron a la crisis. Estos
sectores aplican con mayor pragmatismo los criterios de librecomercio, mientras
promueven el pago de la deuda externa (que solventa la mayoría popular), para
afianzar su integración al circuito financiero internacional.
En nuestro análisis ilustramos como el MERCOSUR expresa la relación de
asociación y rivalidad que mantienen las clases dominantes de la región con el
capital externo. Esta tensión confirma que estos grupos no se han disuelto en un
proceso de transnacionalización y por eso promueven cierta resurrección del
industrialismo desarrollista a escala regional. El problema radica en que este
ensayo tiende a enfrentar las mismas dificultades que frustraron su aplicación
en el pasado.
El MERCOSUR combina cierta Unión Aduanera precaria con una Zona de Libre
Comercio incompleta y no logra plasmarse en un Mercado Común. El convenio se
encuentra atravesado por conflictos que oponen a Argentina con Brasil y que
obedecen al retroceso competitivo del primer país frente al segundo. El acuerdo
está amenazado, además, por la eventualidad de un tratado de Uruguay con Estados
Unidos y por la controversia que ha suscitado la construcción de las papeleras.
El trasfondo de estos obstáculos es la persistencia de un modelo de integración
que acentúa las disparidades regionales y las desventajas de los pequeños
países.
¿En qué terrenos diverge el MERCOSUR con el ALCA? En nuestro texto puntualizamos
estas diferencias, explicitando porque el proyecto sudamericano no se perfila
como una alternativa a la iniciativa norteamericana. Los conflictos entre ambas
propuestas giran en gran medida en torno a los subsidios estadounidenses al agro
y el curso de estas subvenciones tiende a determinar la relación entre ambas
asociaciones.
BRASIL Y ARGENTINA
El futuro inmediato del MERCOSUR depende del rumbo que adopten los nuevos
gobiernos de centroizquierda. Estas administraciones incrementan la intervención
económica del estado, rechazan la apertura comercial exagerada y objetan las
privatizaciones descontroladas. También promueven políticas favorables a las
burguesías locales e intentan actuar en forma conjunta en las negociaciones
diplomáticas internacionales. Ninguno de los tres gobiernos cuestiona en la
práctica los atropellos del neoliberalismo. Al contrario, legitiman las
agresiones patronales consumadas durante los 90, resisten las concesiones
sociales y mantienen la redistribución regresiva del ingreso.
Una crisis regional común indujo el ascenso de Lula, Kirchner y Tabaré .¿Pero
estos gobierno desenvuelven orientaciones coincidentes? Cada administración
intenta actuar en función de las condiciones que rodearon el inicio de sus
gestiones.
Mientras que el presidente de Brasil asumió en un marco de adversidad económica
cíclica, su colega argentino llegó al gobierno al concluir una depresión sin
precedentes. Por eso promovió la reconstitución del proceso de acumulación con
políticas más heterodoxas que el continuismo ortodoxo implementado por Lula.
Esta diferencia se comprueba, por ejemplo, en la forma de negociar la deuda que
adoptó cada mandatario. Lo que sí comparten ambos presidentes es la misma
renuencia a satisfacer las demandas sociales. Por eso la reforma agraria se
encuentra congelada en Brasil y la retracción de los ingresos populares perdura
en Argentina, a pesar de la recuperación de la producción y la rentabilidad
empresaria.
Lula ascendió en un contexto de limitada movilización popular, en comparación al
clima de revuelta social que acompañó la asunción de Kirchner. Esta brecha se ha
mantenido, porque las luchas agrarias (y en menor medida urbanas) que se
desarrollan en Brasil no presentan la intensidad que caracteriza al movimiento
social de Argentina. Mientras que Lula obstaculiza los reclamos populares,
Kirchner ha debido recurrir a cierta combinación de desgaste, deslegitimación (y
amenazas de criminalización), para aplacar al movimiento sindical más organizado
de la región. Confronta, además, con un nivel de conciencia antiliberal y
antiimperialista más significativo. Esta diferencia se puso de manifiesto, por
ejemplo, durante la gira de Bush a fines del 2005, cuándo el repudio a esta
visita fue más significativo en Argentina que en Brasil.
Mientras que Lula llegó a la presidencia siguiendo las normas institucionales,
el arribo de Kirchner coronó una tormentosa sucesión de mandatos transitorios.
Esta diferencia de origen se ha extendido al comportamiento de ambos
gobernantes. El primero sigue todos los pasos del vaciamiento socio liberal de
un proyecto reformista. Defrauda a su electorado, incumple promesas e incrementa
las concesiones a la derecha. Ha transformado al PT en un partido del status
quo, desgarrado por grandes escándalos de corrupción. En cambio Kirchner intenta
construir su propio poder desde la cúspide del estado, aprovechando la quiebra
del bipartidismo, la disolución de las viejas identidades partidarias, el
afianzamiento de los liderazgos locales y la degradación de los mecanismos de
representatividad.
Ambos presidentes mantienen una conducta de similar equidistancia y colaboración
con Bush en el terreno internacional. Pero Lula es más cordial porque tiene
aspiraciones de liderazgo regional y protagonismo en la ONU. Esta asimetría
resucita las posturas de mayor afinidad y conflicto hacia Estados Unidos, que
históricamente exhibieron las burguesías brasileñas y argentinas. En nuestro
análisis del MERCOSUR retratamos las consecuencias de esta diferenciación.
Lo ocurrido en Uruguay se asemeja a la Argentina en la magnitud de la depresión
económica, pero converge con Brasil en la menor intensidad de la resistencia
social y el alto grado de estabilidad política. Las sublevaciones populares han
sido tan infrecuentes como las rupturas institucionales, en un país gobernado
por un sólido sistema de partidos políticos. La gestión de Tabaré reproduce la
ortodoxia económica de Lula en materia de ajustes y asistencialismo. Pero los
tratados con Estados Unidos y su aval a las papeleras han provocado una crisis
de consecuencias imprevisibles para la continuidad del MERCOSUR.
VENEZUELA, CUBA Y EL ALBA
El tercer eje político de Latinoamérica ha quedado establecido en torno al
nacionalismo antiimperialista que prevalece en Venezuela. Los gobiernos
centroizquierdistas de Argentina, Brasil y Uruguay difieren de la política
implementada por Chávez en tres planos: no implementan reformas sociales
significativas, concilian posiciones con el imperialismo y desalientan la
movilización popular. Estos tres rasgos importan al momento de establecer si los
choques con la derecha constituyen un dato real o un episodio más de la vida
política.
En nuestro capítulo sobre el ALBA explicamos en qué medida este proyecto forma
parte de un proceso que emergió en Venezuela, a partir de un levantamiento
popular y una revuelta militar que se plasmaron en éxitos electorales. El
gobierno de Chávez se ha radicalizado bajo el impulso de la movilización social
contra las conspiraciones imperialistas, especialmente luego de la crisis del
2002. Los viejos partidos de las clases dominantes han sido doblegados y sus
representantes fueron desplazados del estado. La derecha quedó severamente
golpeada por el fracaso de sus ensayos golpistas y por la decidida resistencia
gubernamental a las campañas desestabilizadoras de la CIA.
El lanzamiento del ALBA expresa también la consolidación de la alianza que
Venezuela ha establecido con Cuba. De una colaboración inicial frente al embargo
se ha pasado a una asociación más estrecha, que supera la provisión de petróleo
y la retribución en alfabetización y asistencia sanitaria de un socio a otro. En
nuestro estudio analizamos en qué medida el intercambio cooperativo que realizan
Cuba y Venezuela podría constituir el embrión de un nuevo modelo de integración,
que sustituya los principios de la competencia y el librecomercio por normas de
complementación y solidaridad.
Pero también explicamos que el desarrollo del ALBA requiere forjar la unidad
antiimperialista de la región y que esta meta no podrá alcanzarse mediante
alianzas con las clases dominantes. Subrayamos que los capitalistas
sudamericanos defienden intereses opuestos a la integración popular y planteamos
que un modelo genuinamente progresista debería avanzar de manera prioritaria en
tres áreas. En el plano energético habría que eliminar la apropiación
capitalista de la renta petrolera mediante la nacionalización integral de los
hidrocarburos. En el plano financiero se impondría conformar un banco regional
con los fondos surgidos de la suspensión del pago de la deuda externa y en la
órbita comercial correspondería adoptar medidas que permitan mejoras inmediatas
del nivel de vida popular.
El ALBA podría conquistar legitimidad asumiendo las reivindicaciones de los
oprimidos y promoviendo reformas sociales radicales. Pero esta perspectiva
depende del curso que adopte el proceso bolivariano, cuya evolución actual es
muy contradictoria. El control estatal del petróleo le brinda a Venezuela un
margen para implementar auxilios sociales. Pero las políticas y contratos que
guían la gestión de estos recursos despierta muchos cuestionamientos.
Es cierto que se avanza en algunas expropiaciones de tierras improductivas y en
la formación de cooperativas semi-estatales en empresas abandonadas por sus
patrones. Pero también se consolidan los negocios con un sector del empresariado
gestado a la sombra del chavismo y se posponen las transformaciones sociales
requeridas para erradicar la pobreza y el desempleo.
El proceso de Venezuela enfrenta serias encrucijadas y no podrá desenvolverse
conciliando rumbos opuestos. O avanza por el camino de la revolución cubana o
retrocede hacia el curso seguido por el PRI y el peronismo. La movilización
popular y la radicalización política apuntalan el primer rumbo, pero la
burocracia, la estructura del viejo estado y la ausencia de autonomía de los
movimientos sociales contrapesan esa evolución.
EL PLANTEO SOCIALISTA
La instrumentación del ALCA, el MERCOSUR o el ALBA están sujetos a una dinámica
política que en lo inmediato parece inclinarse hacia la centroizquierda o el
nacionalismo. Los resultados electorales de Bolivia, Chile y Perú en los
primeros meses del 2006 confirman una tendencia, que podría afianzarse en México
y Nicaragua en la segunda mitad del año.
Quiénes reducen estos procesos a un denominador común simplificado ("victoria de
la izquierda" o "derrota del neoliberalismo") omiten las diferencias entre
mandatarios (Morales no es igual a Bachelet) y entre movimientos sociales de
distinta influencia y combatividad. Pero sobre todo desconocen la existencia de
una estrategia de neutralización de cualquier cambio por parte de las clases
dominantes y el Departamento de Estado. Ambos sectores apuestan a que la
centroizquierda contenga los reclamos populares y cumpla un papel moderador de
los impulsos antiimperialistas de Cuba y Venezuela. Esta expectativa
estabilizadora se basa en la existencia de un eje socio-liberal dentro del
espectro de la "izquierda moderna". Los gobiernos que más giran hacia la derecha
–especialmente en Uruguay y Brasil- tienden a emular al modelo chileno y a
seguir las huellas de Tony Blair y Felipe González. Esta involución terminaría
sepultando cualquier vestigio reformista.
En nuestro ensayo contraponemos a esta sombría perspectiva los lineamientos de
un proyecto de integración popular. Pero subrayamos que esta opción liberadora
requiere discutir no solo la factibilidad de los proyectos en danza, sino
también su conveniencia para los oprimidos. De esta caracterización extraemos
dos conclusiones. Por un lado es ingenuo suponer que "otro MERCOSUR"
constituiría una alternativa popular frente al ALCA y por otra parte, el ALBA
solo tiene futuro en una estrategia socialista.
Nuestro enfoque retoma la importancia de un proyecto socialista, recogiendo el
embrionario interés que se observa por esta perspectiva en Latinoamérica. Este
resurgimiento se apoya en la permanencia de la Revolución Cubana al cabo de 45
años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas. Esta resistencia no solo
facilitó la continuidad de la lucha social en la región, sino que ha resultado
vital para la perdurabilidad de un planteo emancipatorio. El impacto sobre
Latinoamérica de una repetición de lo ocurrido en la URSS o Europa Oriental
habría sido políticamente devastador.
Pero también la convocatoria de Chávez a construir el denominado "socialismo del
siglo XXI" induce a discutir los caminos para alcanzar esta meta. Este llamado
confirma que el proceso bolivariano difiere de otros ensayos nacionalistas por
su apertura hacia el pensamiento de izquierda. Por eso Caracas se ha convertido
en un centro de reflexión sobre estos temas, comparable al papel que jugaron en
el pasado La Habana o Managua.
El renacimiento del planteo socialista ha despertado también las objeciones a
este proyecto. Ciertos analistas estiman que el sujeto social de este proceso
permanece ausente. Entienden que la clase obrera es minoritaria y ha quedado
adicionalmente debilitada por la expansión de la exclusión. Pero esta visión
sustituye una evaluación política por consideraciones sociológicas y no percibe
la potencialidad anticapitalista de los sectores que protagonizan la lucha
social. La historia del siglo XX ha demostrado que los países periféricos
cuentan con una clase trabajadora numéricamente inferior a los países avanzados,
pero también enfrentan mayor necesidad de erradicar el capitalismo. Y se ha
probado que esta contradicción puede superarse si los oprimidos desenvuelven una
acción emancipatoria.
Algunos teóricos plantean que una larga etapa capitalista deberá preceder al
inicio del socialismo. Estiman que un modelo regulado y más humano de
capitalismo crearía condiciones óptimas para la transición al socialismo. ¿Pero
cómo se implementaría ese período? ¿Qué precedentes desenvolvería? ¿Cómo podría
neutralizar las presiones hacia el atropello social que genera la concurrencia
internacional?
Quiénes reconocen estas dificultades y aceptan la inviabilidad de un modelo
nacional de capitalismo progresista (especialmente en el actual período de
mundialización), proponen reemplazar esta alternativa por un equivalente
regional. Destacan que esta opción podría generar condiciones favorables para
alguna forma de socialismo ulterior en toda la zona.
Pero lo que no registran es la incompatibilidad de las demandas sociales con los
elevados beneficios requeridos para erigir ese capitalismo regional. Además, no
se entiende porque las clases dominante modificarían su tradicional hostilidad
hacia la unidad latinoamericana. ¿O acaso en los próximos años concretarían la
confluencia que no consumaron durante los dos últimos siglos?
El socialismo es posible y necesario en Latinoamérica. Pero la batalla por
alcanzarlo exige propiciar una dinámica de reformas sociales consecuentes, que
abra el rumbo para desbordar al capitalismo. Esta estrategia es incompatible con
la subordinación de las reivindicaciones populares a la inverosímil construcción
de un capitalismo regional.
La meta del socialismo brinda un norte a los proyectos de los movimientos de
lucha. Pero este horizonte solo puede clarificarse difundiendo la idea,
aclarando su contenido y debatiendo las experiencias precedentes. Es mucho más
productivo reflexionar sobre el socialismo, que dilucidar si alguna vez podrá
emerger "otro capitalismo" en la región.