La Izquierda debate
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La articulación entre socialismo y democracia
Daniel Campione
Una visita a Rosa Luxemburgo y Gramsci en el contexto latinoamericano :: El
proceso no avanza con un rumbo único. Algunas de las democracias
latinoamericanas "realmente existentes" les franquean las vías de acceso al
gobierno a aquellos partidos y coaliciones que, aunque de origen socialista, han
dejado de constituir una amenaza
Este artículo es una versión corregida y ampliada de la ponencia presentada por
el autor en la III° Conferencia Internacional La Obra de Carlos Marx y los
desafíos del Siglo XXI "Caminos hacia el poder revolucionario en el siglo XXI:
clases, movimientos sociales y partidos políticos", realizada en La Habana, del
3 al 6 de mayo de 2006.
Debemos concluir que el movimiento socialista no está vinculado a la democracia
burguesa, sino al contrario, el destino de la verdadera democracia está
vinculado al del movimiento socialista (...) Quien quiera fortalecer la
democracia debe desear fortalecer, no debilitar, el movimiento socialista.
Rosa Luxemburgo. Reforma y Revolución.
Los últimos años están atravesados por una puesta en crisis del componente
democrático, de gobierno del pueblo, en las democracias parlamentarias realmente
existentes de Europa y América.
En las sociedades de más alto desarrollo capitalista, el sistema extrae su
legitimidad, cada vez más, de un elevado acceso al consumo material y simbólico
de una parte sustantiva de sus poblaciones, mientras la política se degrada
hacia la administración de lo existente, con debates reducidos a un espectáculo
cada vez menos interesante, en los que casi siempre es la derecha (o su ideario,
sostenido por una izquierda "transformista"), la que propone los problemas y las
soluciones, y la izquierda apenas se esfuerza en atenuar o matizar un programa
dictado por la gran empresa y otros poderes corporativos.1 Esa situación se
completa porque se ha incorporado al sentido común la idea de que no hay
alternativas a la sociedad capitalista realmente existente y la democracia
parlamentaria es la mejor forma de hacer "gobernable" ese orden social. Se
supone que la posibilidad de seguir un camino diferente ha quedado
definitivamente clausurada con el derrumbe del bloque soviético, y que el debate
sobre la posibilidad de una democracia de un tipo nuevo, se ha vuelto por
completo anacrónico, junto con cualquier exploración acerca de una organización
social no capitalista.
Con todo, en los últimos años cunden una y otra vez las manifestaciones de
protesta social, los signos de que el horizonte de apariencia apacible presenta
serias fisuras, como las desatadas contra los contratos laborales flexibles en
Francia, o frente a leyes contrarias a los inmigrantes en EE.UU. Pero son
todavía confrontaciones contra el empeoramiento de las condiciones para
trabajadores y pobres en el capitalismo realmente existente, a menudo más
teñidas por la nostalgia de los mejores años del "estado de bienestar"
inaugurado en la segunda posguerra, y por la aspiración a un debate político más
abierto y desprejuiciado, que por una perspectiva que apunte al futuro con
espíritu de cuestionamiento radical a la desigualdad e injusticia del orden
existente. Y el sistema político continúa mientras tanto en funcionamiento,
presentando opciones que coinciden invariablemente en el acatamiento dócil,
cuando no entusiasta, a las líneas principales del orden social y político
existente, de Chirac a Le Pen, de Prodi a Berlusconi.
En América Latina y en otros lugares del sur del mundo, en cambio, la democracia
representativa sufre una crisis más profunda y explícita. En la última década
hemos asistido a rebeliones populares que derrocan a gobiernos que, asentados en
la legitimidad del voto popular, atentan invariablemente contra el nivel de
vida, y las posibilidades de participación efectiva en los asuntos públicos de
las grandes mayorías. Se reitera hasta la saciedad la convergencia en tiempo y
espacio entre grandes negocios para el capitalismo monopolista, incremento de la
explotación y la pobreza, y vigencia de una democracia representativa en la que
el pueblo cada vez gobierna menos y es estimulada su desmovilización, el
desmantelamiento de las organizaciones de las clases subalternas, y la reclusión
en el individualismo. Y frente a ello brota el descontento de las masas
populares, que impugnan en las calles el orden existente, sin lograr configurar
un poder nuevo, pero sí conmover seriamente las bases del antiguo.2 Son esas
circunstancias las que han vuelto a colocar en el orden del día latinoamericano
la necesidad de construir un orden igualitario y justo que reemplace al actual,
y lo indispensable que es para ello construir herramientas políticas útiles para
configurar una democracia verdadera.
La discusión acerca de la relación entre democracia y socialismo ha sido opacada
en los últimos años por el predominio del enfoque, alentado por el derrumbe del
"socialismo real", de que la propia idea de revolución social y toma del poder
por los trabajadores es perversa e intrínsecamente antidemocrática. El
socialismo sería así inapto para dar lugar a cualquier avance del gobierno
popular. Por el contrario, conduciría necesariamente a su abrogación. Sólo el
funcionamiento de las instituciones parlamentarias podría, desde ese punto de
vista, ser el camino para el surgimiento y consolidación de la vida democrática,
a lo que muchos suman la existencia del libre mercado como sustrato económico
social imprescindible de la misma. Se trata de los tradicionales planteos
antisocialistas, remozados por la adhesión de numerosos izquierdistas
reconvertidos, y ahora con la base de la experiencia histórica del "fracaso del
socialismo". La pervivencia del orden existente se presenta como la única
alternativa al "totalitarismo"; la democracia encarnada en regímenes como los de
Bush y Blair, y el socialismo relegado al arcón de las ilusiones irrealizables
(y peligrosas).
Cabe entonces rescatar la tradición de pensamiento y acción que aúna por
completo democracia y socialismo; socialización de los medios de producción y
dirección efectiva por parte de los trabajadores y explotados de toda la vida
pública.
Si nos situamos en el campo de los planteos que tuvieron concreción práctica en
la constitución de un poder político de signo inequívocamente anticapitalista,
el camino de inicio nos lleva directamente a la Comuna de París de 1871, y el
escrito de Marx en el cual analiza todo el proceso de ascenso y caída de esa
experiencia de poder proletario, con atención especial a como se constituyó el
poder de la comuna. Al leer las páginas del Moro, nos encontramos con rasgos
que, rastreables en un pasado aún más lejano, acompañan a nuestros días a toda
experiencia profunda de construcción de poder popular.
Ya está allí la idea de un sistema de asambleas y consejos que concentran la
integralidad del poder (sin división entre tareas ejecutivas y legislativas),
que no tienen su fuente de legitimidad en la noción liberal de ciudadanía sino
en el común carácter de trabajadores y explotados de quiénes se hallan allí
representados. (fragmento de La Guerra Civil...) La democracia de los
trabajadores no nace de una reforma, ampliación o cambio de contenido de la
democracia parlamentaria, sino que constituye una negación consciente y activa
de los principios que constituyen a ésta. Esa forma política podría rastrearse
hacia atrás, al menos hasta los días de Cromwell, pero es en el París posterior
a la derrota de Napoleón III que el gobierno de asamblea basado en mandatos
imperativos y revocables, y con una base de representación en la que el ámbito
de actividad prevalece sobre el asiento territorial, se combina con el rol
protagónico asumido por los obreros insurrectos. Los consejeros que integraban
el gobierno de la comuna
"Eran responsables y revocables en cualquier momento.(...) la Comuna no debía
ser solamente un cuerpo parlamentario, sino también ejecutivo y legislativo al
mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la
policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en
instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo
mismo sucedió con los funcionarios de las demás ramas de la administración.
Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que ejercían cargos
públicos debian desempeñarlos con salarios de obreros. ...Una vez suprimidos el
ejército regular y la policía, que eran los elementos físicos del poder material
del antiguo gobierno, la Comuna tomó medidas para destruir inmediatamente la
fuerza espiritual de represión, el "poder de los curas", decretando la
separación de la Iglesia del Estado y la expropiación de todas las iglesias como
corporaciones propietarias." (...) "En el breve esbozo de organización nacional
que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna
sería la forma política que debía asumir hasta la aldea más pequeña del país y
que en los distritos rurales el ejército regular debería ser reemplazado por una
milicia popular, con un plazo de servicio extraordinariamente corto."3
Lenin, siguiendo los pasos de Marx, remarcará, en la polémica con la
socialdemocracia de la segunda internacional, lo indispensable de la superación
del parlamento burgués, y de la instauración en su lugar de órganos
representativos que no mediaticen y restrinjan la expresión de la voluntad
popular. Así lo expone en un pasaje de El Estado y la revolución,
La Comuna sustituye el parlamentarismo venal y podrido de la sociedad burguesa
por instituciones en las que la libertad de crítica y de examen no degenera en
engaño, pues aquí los parlamentarios tienen que trabajar ellos mismos, tienen
que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos mismos los
resultados, tienen que responder directamente ante sus electores. Las
instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como
sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como
situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones representativas no
puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin
parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad
burguesa no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de derrocar la
dominación de la burguesía es en nosotros una aspiración seria y sincera y no
una frase "electoral" para cazar los votos de los obreros..."4
Después del líder revolucionario ruso, son Rosa Luxemburgo y Gramsci dos de los
exponentes de una perspectiva democrático radical asociada indisolublemente a la
creación del socialismo. La paradoja es que ambos han sido tomados a menudo como
ejemplos de reivindicación sin más de las instituciones parlamentarias, lo que
los convertiría en exponentes de un "socialismo democrático" a rescatar del
enterramiento sistemático de la tradición comunista. Esto resulta fruto de una
lectura unilateral, muy condicionada ideológicamente, que pretende "expropiar"
radicalmente el marxismo "occidental" al movimiento comunista, y disociar de
modo artificial a sus mejores exponentes del proceso histórico en torno a la
revolución bolchevique. Creemos, por el contrario, que cabe tomar al pensamiento
de la alemana y el italiano como base para nuevas indagaciones en torno a la
relación entre democracia radical y socialismo, de modo de re-construir una
discusión seria sobre el tema, no condicionada por el tabú del no
cuestionamiento a la democracia representativa y a la "economía de mercado".
Democracia burguesa, democracia proletaria y crítica de la revolución rusa
Las posiciones de R.L en torno al proceso soviético no deberían ser presentadas
de forma simplificada, como un completo apartamiento y una impugnación en bloque
de toda la experiencia bolchevique, y del pensamiento de Lenin en su conjunto.
Sin embargo, algunos autores así lo han sostenido, procurando reivindicar a Rosa
como pensadora del "socialismo democrático" a partir de su divergencia con una
versión, a su vez caricaturizada, del pensamiento y la acción de Lenin. 5
Rosa hace las observaciones al régimen emanado de Octubre, en su momento
inicial, en abierta crítica al modo de entender la democracia proletaria por
parte de Lenin y Trotsky. Pero eso no la lleva a renegar del proceso
revolucionario, ni a abandonar la idea de la necesidad de una transitoria
"dictadura" del proletariado, hasta ayer oprimido por la burguesía, a fin de
destruir los intentos de la antigua clase dominante de resistir al nuevo estado
de cosas y reconstruir su poder. Es insoslayable tener en cuenta que esa critica
se inserta en un abordaje respetuoso del proceso revolucionario ruso, que lo
examina a la luz de una posición de defensa de la puridad de los ideales
socialistas, pero vindicándolo como una perspectiva claramente progresiva para
el movimiento obrero y socialista a escala mundial.
Para la comunista alemana, la "burguesía y sus representantes estatales" sólo
dejan sobrevivir las formas democráticas hasta el punto en que se tiende a
radicalizar eficazmente su contenido democrático, a erigir a las instituciones
políticas en una fortaleza de lucha contra la sociedad dividida en clases. Si
ese caso se produce, tanto los capitalistas como la dirigencia política no
sacrificarán la propiedad privada y sus consecuencias, sino las formas
democráticas "... apenas la democracia tiende a negar su carácter de clase y
transformarse en instrumento de los verdaderos intereses de la población, la
burguesía y sus representantes estatales sacrifican las formas democráticas."6
Para R.L queda claro que la democracia no es un valor instrumental desde el
punto de vista del socialismo, sólo estimable como una forma de crear mejores
condiciones para el advenimiento de un proceso revolucionario de orientación
socialista. Por el contrario, constituye un valor sustancial, permanente. Ello
no debe entenderse en el sentido general y abstracto propio de la tradición
liberal, en el que la universalización de la ciudadanía y el voto basta para
constituir una entidad política en "democrática", sino de desarrollo de la
capacidad sociocultural y política de las clases hasta entonces subalternas. Su
crítica está configurada como advertencia a los riesgos derivados de una
revolución proletaria que, invocando su defensa, suprima derechos y libertades,
no ya para los restos de la burguesía derrotada, sino incluso para los miembros
de la clase que esa revolución encarna.
A lo que apunta Rosa es a un verdadero gobierno de las mayorías, imposible de
desplegar en coexistencia con una estructura social capitalista, pero que a su
vez necesitará de una prolongada y laboriosa construcción en un marco de poder
proletario. La "actividad política de las masas trabajadoras" es el presupuesto
necesario para que asuman efectivamente la iniciativa y con ella la construcción
de una democracia sustantiva.7
La carencia de ámbitos de libre debate, de espacio y facilidades para el
surgimiento y consolidación de organizaciones autónomas de las clases
subalternas, equivale a negar en la práctica ese "entrenamiento y educación
política de toda la masa del pueblo" como elemento vital para ejercer la
"dictadura proletaria". Dictadura proletaria, para R.L es un concepto a aplicar
exclusivamente sobre la burguesía supérstite, nunca dictadura del estado-partido
sobre el conjunto de la sociedad, incluyendo en primer lugar al propio
proletariado.
La denuncia de los límites de la igualdad y la libertad formales, de la amplia
compatibilidad de la vigencia de las libertades públicas con el reinado de la
opresión clasista, no puede equivaler para la socialista polaca a despreciar a
aquéllas. Por el contrario, exige que el socialismo se proyecte siempre en
dirección a su ampliación, tanto en su alcance normativo como en su vigencia
social efectiva.
Rosa sitúa así a la amplitud del espacio para la iniciativa popular como piedra
de toque para considerar el sentido último de un proceso político. De lo
contrario estaríamos ante un proceso similar a lo que Gramsci denomina
"revolución pasiva", que puede realizar un programa en apariencia muy similar
que una auténtica revolución, pero cuyos resultados en términos de iniciativa y
autonomía populares son diversos y hasta opuestos. La patética paradoja de la
supresión de la organización autónoma de sindicatos obreros, o la prohibición de
las huelgas; todo en nombre del "poder proletario" es sólo la más escandalosa de
las chirriantes paradojas a la que la remisión de las masas a un rol político
pasivo puede conducir en un proceso cuyo objetivo proclamado es la emancipación
de las masas y el socialismo.
Por eso critica también la posición leninista de la "inversión": El estado de
los trabajadores es el Estado capitalista "puesto cabeza abajo" según algún
escrito de Vladimir Ilich.8 Para Rosa, esto es inadmisible, ya que la
construcción de un nuevo poder no se caracteriza por el propósito de oprimir a
los restos de la minoría explotadora, sino por la finalidad de autoliberación de
la mayoría hasta ayer explotada, y en ese sentido constituye algo
cualitativamente diferente a cualquier poder político pre-existente.
La educación política ocupa un lugar inmenso en la concepción revolucionaria de
R.L. a favor de no creer en una conciencia "preconstituida" que arriba a los
trabajadores desde una vanguardia portadora de una acabada elaboración previa:
"Bajo la teoría de la dictadura (...) subyace el presupuesto tácito de que
(para) la transformación socialista hay una fórmula prefabricada, guardada ya
completa en el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser
enérgicamente aplicada en la práctica."9
Ocurre que R.L cree que largas décadas de vida de los trabajadores en
condiciones de explotación y alienación, requieren para ser superadas en la
construcción de un orden nuevo, de una "completa transformación espiritual".10
La "libertad para el que piensa diferente" aparece así como sustento de la
libertad efectiva, no formal. Toda restricción no puede ser sino por tiempo muy
limitado y reducida a lo imprescindible para la defensa frente al enemigo de
clase. Rosa no da a la libertad sólo un valor de principio, abstracto, sino el
concreto y práctico de condición previa, de generación de un ámbito propicio
para el crecimiento político y cultural de las masas:
"La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un
partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es
siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a
causa de ningún concepto fanático de la "justicia", sino porque todo lo que es
instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta
característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la
"libertad" se convierte en un privilegio especial."11
Un problema que R.L detecta en el proceso revolucionario ruso, es la tendencia a
pintar como virtudes, lo que en realidad son medidas de emergencia tomadas en
circunstancias harto difíciles, cuando no desesperadas; signadas por invasiones
externas, guerra civil y hambre masivo. Y hacer de ellas, en consecuencia, un
modelo de acción revolucionaria válido para todo tiempo y lugar. Agrega que todo
lo que sucede en Rusia es comprensible, dadas las terribles circunstancias
reinantes allí, el problema es presentarlo como un ideal, como un "modelo a
seguir".12
Las 21 condiciones aprobadas por el II° Congreso de la Internacional Comunista,
"demasiado rusas" al decir del propio Lenin apenas un año después de su
establecimiento, servirían a posteriori para generalizar un modelo de partido
inspirado en el bolchevique; construido en la clandestinidad, en una sociedad
carente en gran medida de "sociedad civil" y sin representación política ni
vigencia del sufragio popular. Ya muerto Lenin, a partir de la consigna de "bolchevización"
impulsada por el V° Congreso de la IC, se lo instauraría como el modo de
organización partidaria aplicable a pleno en todas las latitudes, incluyendo
sociedades con amplio desarrollo de parlamento, sindicatos, partidos y
asociaciones culturales como Francia o Alemania.
Adelantándose a ese proceso, lanza sus críticas la dirigente "espartaquista". El
estancamiento de la formación política de masas, lleva necesariamente a la
consolidación de un estrato minoritario, que asume con carácter permanente la
conducción del nuevo aparato estatal, y tiende a formar una elite que se
desapega progresivamente de la clase que, en la teoría, titulariza el poder: "El
control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de
experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen."13
¿Cómo debe desenvolverse, entonces, la vida pública en el socialismo? Rosa lo
manifiesta de modo tajante: Elecciones generales, irrestricta libertad de prensa
y reunión, libre debate de opiniones... Lo contrario es la muerte de la vida
política y la entrega del poder, por omisión, a una burocracia formada por unos
pocos dirigentes, con una parte de la clase obrera sometida al rol de "órgano de
aclamación", habilitado únicamente para aprobar por unanimidad las decisiones de
los jefes.14
El poder predictivo de estas descripciones resulta estremecedor; se harían
plenamente realidad años después, ya bajo el predominio omnímodo de Stalin. Lo
único que no parece previsto es la concentración del poder en una sola persona,
facultada en la práctica para manejar, destruir y recomponer a la sociedad toda.
Bien entendido, todo lo anterior no debe interpretarse como un rechazo
conceptual a la idea de dictadura proletaria. Por el contrario, para R.L el
proletariado necesita "ejercer una dictadura", pero mediante mecanismos que
extiendan el poder coercitivo al conjunto de la clase "no a un partido o
camarilla":
"...esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría
dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso
partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia
directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación
política creciente de la masa popular."15
Dictadura de la clase oprimida sobre las antiguas clases opresoras, pero que
para los hasta ayer dominados no puede significar otra cosa que una "democracia
sin límites".16
R.L no reivindica en absoluto la democracia burguesa, a la que ve como una forma
encubridora del contenido de desigualdad social de las sociedades capitalistas.
Pero su punto de vista es que la libertad e igualdad formales no deben ser
repudiadas, sino tomadas como base para marchar hacia una conquista del poder
político en que se instaura una democracia cualitativamente superior, sin
eliminar, sino en cierta forma completando y universalizando la concepción
democrática de la era burguesa, al mismo tiempo que destruyendo el núcleo de
explotación y alienación que la convierte en una ficción para las mayorías
oprimidas.17
Y esa democracia socialista no es algo que comienza después de construidas las
bases de la economía socialista, sino que debe desarrollarse simultáneamente a
la construcción del socialismo:
"...la democracia socialista no es algo que recién comienza en la tierra
prometida después de creados los fundamentos de la economía socialista, no llega
como una suerte de regalo de Navidad para los ricos... La democracia socialista
comienza simultáneamente con la destrucción del dominio de clase y la
construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo de la toma del poder
por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura del proletariado."18
El planteo crítico de Rosa no es "equidistante". Ella está alineada a favor de
quienes apostaron a una revolución socialista en Rusia, los bolcheviques; y
contra aquéllos que enviaron al proletariado a la masacre, en defensa de las
burguesías de sus países, como la conducción de la socialdemocracia alemana. Lo
que señala son tendencias negativas que podrían constituir la base para frustrar
todo el proceso, o conducirlo a un lugar bien distinto de la ruta de
emancipación social que se ha trazado. Y la indispensable construcción
simultánea y en conjunto del reino de la libertad y la igualdad universales y la
dirección socialista del proceso económico a base de una propiedad efectivamente
colectiva de los medios de producción. Para ella un aspecto no existe sin el
otro.
Breve excursión gramsciana
La concepción de Gramsci tiene afinidad con el pensamiento de Rosa, pese a que
algunas de las referencias explícitas a ella en los Cuadernos tienden más bien a
polemizar con la visión de R.L en torno a la relación entre crisis económica y
transformación política19, que Gramsci visualiza como mucho más mediada. La
afinidad se manifiesta con claridad en la consideración del centralismo
democrático y del rol de partido proletario y sus métodos de conducción20, que
se acerca a los planteos de Rosa, no en el sentido de la crítica desde el inicio
a la concepción bolchevique del poder político y el desarrollo socialista, sino
en su planteo de no aplicación de esa concepción a "Occidente", ámbito en el que
ya no sería posible el "asalto al poder", sino la estrategia prolongada y
difícil de la "guerra de posiciones".
En primer lugar cabe dirigirse al Gramsci previo a los Cuadernos, al de los
consejos de fábrica en Torino, para ser más precisos. Allí el joven sardo,
militante en el centro neurálgico de la clase obrera industrial italiana, asigna
carácter decisivo a la constitución del consejo como la estructura básica de una
democracia auténtica, absolutamente incompatible tanto con el capitalismo como
con las instituciones parlamentarias tradicionales. El Consejo es delineado allí
como el órgano por excelencia de la democracia proletaria, insustituible por sus
cimientos erigidos sobre la vida de fábrica, sobre el rol social de productor de
los proletarios, y no su lugar contractual de asalariados; su identificación con
el conjunto de la clase y sobre todo su potencialidad para erigir un nuevo tipo
de gobierno, enteramente nuevo, que vuelve a soldar la esfera política y
económica, que el pensamiento y la acción del capital ha pretendido
históricamente disociar
"La fuerza del consejo consiste en el hecho de que está estrechamente unido a la
conciencia de la masa obrera, es la conciencia misma de la masa obrera que
quiere emanciparse con autonomía, que quiere afirmar su libertad de iniciativa
en la creación de la historia: toda la masa participa en la vida del consejo y
siente que es algo gracias a esta actividad.." 21
El consejo aparece como la entidad de base de una entidad política en que se
oscurece la idea de ciudadanía para ser reemplazada por la de solidaridad activa
entre los productores, sustento a su vez de una nueva soberanía, la primera en
la historia real y plenamente popular
"El consejo de fábrica es el modelo del estado proletario. Todos los problemas
que son inherentes a la organización del estado proletario, son inherentes a la
organización del consejo. Tanto en uno como en otro el concepto de ciudadano
decae y es sustituido por el concepto de compañero (...) La solidaridad obrera
(...) en el consejo es positiva, permanente, está encarnada aun en el momento
más descuidado de la producción industrial, está contenida en la conciencia
gozosa de ser un todo orgánico, un sistema homogéneo y compacto que trabajando
con fines útiles, produciendo desinteresadamente la riqueza social, afirma su
soberanía, realiza su poder y su libertad creadora de historia." 22
De ese modo, la clase obrera, en una práctica real y concreta que la coloca en
camino de emanciparse de la explotación y la alienación, se constituye en la
célula del nuevo poder proletario, una democracia radical que tiende a
subsumirse en un orden comunista internacional
"...la clase obrera se constituye en cuerpo orgánico determinado, como célula de
un nuevo estado, el estado obrero, como base de un nuevo sistema representativo,
el sistema de los consejos. El estado obrero, puesto que nace según la
configuración productiva, crea ya las condiciones de su desarrollo, de su
disolverse como estado, de su incorporarse orgánico a un sistema mundial, la
Internacional comunista." 23
En los Cuadernos, más de una década después, con la experiencia de la llegada al
poder y afianzamiento del fascismo de por medio, y la larga constatación de que
la revolución socialista mundial no estaba ya a la orden del día, el tratamiento
del tema por parte del encarcelado dirigente comunista toma orientaciones
parcialmente distintas. Junto a la problemática de la instauración de un poder
proletario, asoma la de evitar que ese poder degenere hacia una dictadura
burocrática. G no ignora que en la URSS de los últimos veinte y primeros
treinta, el soviet es una institución que subsiste formalmente, pero vaciada de
sus contenidos fundamentales. En su peculiar lenguaje, al referirse a la
dictadura del proletariado, admite la necesidad de un período de "estadolatría",
es decir de iniciativa predominante por parte de los nuevos ocupantes del
aparato estatal:
"Para algunos grupos sociales, que antes de acceder a la vida estatal autónoma
no han tenido un largo período de desarrollo cultural y moral propio e
independiente, [...] un período de estadolatría es necesario e incluso
oportuno..." 24
Pero ese rol estatal adquiere sentido en cuanto vía para el fortalecimiento de
la "sociedad civil" y la consiguiente elevación política de las masas:
"...esta estadolatría no es más que la forma normal de "vida estatal", de
iniciación, al menos, en la vida estatal autónoma y en la creación de una
"sociedad civil" que no fue históricamente posible crear antes del acceso a la
vida estatal independiente." 25
Por tanto, su condición indudable es la provisoriedad, la limitación en el
tiempo, hasta que el impulso al autogobierno cobre el predominio en el interior
de la nueva vida estatal. Por tanto, su superación debe ser una preocupación
central:
"...no debe ser abandonada a sí misma, no debe, especialmente, convertirse en
fanatismo teórico y ser concebida como "perpetua"; debe ser criticada
precisamente para que se desarrolle y produzca nuevas formas de vida estatal, en
las que la iniciativa de los individuos y grupos sea "estatal" aunque no se deba
al "gobierno de funcionarios" (hacer que la vida estatal se vuelva "espontánea")
26
La preocupación por el afianzamiento de un pequeño núcleo que sofoca desde
arriba el debate, está presente con frecuencia en los Cuadernos... Su mirada
puede ser incluso más precisa que la de R.L, en tanto que G. está asistiendo a
la instauración del stalinismo, en la URSS y en los partidos comunistas de todo
el mundo. Lo describe como un proceso de distorsión del "centralismo
democrático", que va perdiendo su "continua adecuación al movimiento histórico
real", para ser reemplazado por lo que denomina el "centralismo burocrático",
sistema en el que una pequeña minoría comienza a convertirse no en estímulo y
orientación, sino en freno para las iniciativas y el crecimiento político que
parten de "abajo":
"...en los Estados el centralismo burocrático indica que se ha formado un grupo
estrechamente privilegiado que tiende a perpetuar sus privilegios regulando e
incluso sofocando el nacimiento de fuerzas contrariantes en la base..."lo que
indicaría que "...el grupo dirigente está saturado y convirtiéndose en una
camarilla estrecha que tiende a perpetuar sus mezquinos privilegios regulando o
incluso sofocando el nacimiento de fuerzas contrarias, aunque estas fuerzas sean
homogéneas a los intereses dominantes fundamentales." 27
Gramsci, al igual que Rosa, no atribuye este proceso a un impulso perverso de la
minoría dominante, sino a la falencia de capacidad de iniciativa y aptitud de
dirección de las bases:
"En todo caso hay que señalar que las manifestaciones morbosas de centralismo
burocrático se han producido por deficiencias de iniciativas y responsabilidad
en la base, o sea por el primitivismo político de las fuerzas periféricas..." 28
También Gramsci muestra un poder predictivo notable en cuanto a la evolución
posterior del "socialismo real", al mismo tiempo que delinea una relación ideal
entre masas populares, partido y estado proletario, en que es el impulso de
"abajo" el que da el tono y carácter a la revolución. También para él la
democracia es un valor intrínseco para la transformación socialista y la
concordante elevación a la "vida estatal" de las clases subalternas. La idea de
"revolución pasiva", realizada desde arriba, no parece circunscribirse a una
asunción por la clase dominante de los objetivos de las subalternas, sino ser
también aplicable al desprendimiento de un núcleo que usurpa mediante la
práctica y la doctrina "estadolátrica" la revolución iniciada "desde abajo". La
noción de que las masas populares deben alcanzar "supremacía intelectual y
moral" además de dominio político,29 desarrollando una praxis que funde una
nueva cultura política y las proyecte a un poder político de nueva factura,
puede asimilarse en sus líneas principales al democratismo radical de Rosa
Luxemburgo.
A modo de conclusión
La discusión sobre democracia y socialismo necesita ser sacada del punto muerto
en que por un tiempo la colocó la disolución de la URSS y la evolución en rumbo
a la restauración del capitalismo de lo que fue el antiguo "bloque socialista".
La concepción últimamente hegemónica sobre el tema podría resumirse en tres
creencias: 1) Todo experimento para acabar con el capitalismo y construir una
sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de producción y el
autogobierno de las masas, ha conducido más temprano que tarde a una dictadura
de ribetes totalitarios. 2) Las únicas democracias "realmente existentes" son
las construidas sobre la base de las instituciones parlamentarias; por tanto, 3)
No hay compatibilidad posible entre democracia política y organización no
capitalista del proceso económico.
Sin embargo, la democracia de consejos y asambleas como alternativa al régimen
parlamentario, cada vez más mediatizador de las aspiraciones populares, ha
reaparecido en el horizonte, apuntando con claridad a la conjugación de la
vigencia amplia de las libertades civiles, y la pluralidad en el pensamiento;
con la autonomía de la organización popular y las múltiples modalidades de
acción política de masas.
El pensamiento de R.L., como el de Gramsci, constituye una guía para re-pensar,
más de ochenta años después, las relaciones entre democracia y socialismo. Para
asumir una crítica no capituladora ante el capitalismo y la democracia
parlamentaria acerca de los extravíos de la acción y el pensamiento socialistas
revolucionarios en las experiencias del siglo XX. Ello a partir de su
insobornable puesta en primer lugar de la iniciativa política y la capacidad
efectiva de decisión que la transición socialista debe contribuir a conferir a
las grandes masas populares; y de la visión de democracia y socialismo como dos
caras inescindibles del mismo proceso. Ello apareja la necesidad de garantías
contra la entronización de burocracias expropiadoras del poder popular, o de
jefes providenciales que se identifican con la revolución social y el curso
mismo de la historia; procediendo en su nombre a suprimir todo debate
democrático. Las salvaguardas contra la usurpación no se establecen mediante
cláusulas formales, sino con el funcionamiento de los mecanismos democráticos,
entendidos como constitutivos e irrenunciables de la perspectiva socialista.
Como escribe un autor de los años 30’ glosando el pensamiento de R.L, "...la
democracia resulta ser la base indispensable de la organización socialista."30
Tan pronto como a mediados de los 90, comenzó a percibirse una "puesta al día",
no ya en la discusión teórica, sino en la práctica política, de la relación
entre democracia y perspectiva emancipatoria de las clases subalternas, desatada
precisamente en América Latina. Fue el alzamiento de los "zapatistas" en
Chiapas, y sus posteriores realizaciones en el campo de la deliberación
permanente y el "horizontalismo" de la organización comunitaria, los que
marcaron el primer hito significativo. Rompieron el clima del imperio de los
"fines" (de la historia, de las ideologías, del trabajo, etc.), dominado por la
omnipresente prédica acerca de que todo cuestionamiento radical al orden social
capitalista y a la representación política parlamentaria constituye un
irremisible anacronismo, además de una apelación tendencialmente "totalitaria".
A fines de la década, la degradación de las instituciones democráticas iba
camino a convertirlas en meras coberturas de un proceso de concentración de la
riqueza, disciplinamiento forzado y pérdida de derechos de los trabajadores,
unido a la perenne caída del nivel de vida, los servicios sociales y la tasa de
ocupación. Lo que décadas antes había parecido la definitiva entronización del
"estado de bienestar", las "políticas sociales universales" y el "tripartismo"
en la administración de las relaciones entre capital y trabajo, concluyó
revelándose como un estadio temporario y reversible, inducido más por el miedo a
la revolución social y la competencia entre sistemas que caracterizó a la
"guerra fría", que por un supuesto arraigo definitio de los derechos económicos,
sociales y culturales. El supuestamente superado "capitalismo de libre mercado"
volvía por sus fueros, y el sistema de la propiedad privada tornaba a parecerse
nuevamente, y cada vez más, a la ominosa descripción que de ellos habían hecho
los clásicos del pensamiento socialista, incluida R.L. Y todo ello dio lugar a
regímenes representativos cuyo signo fue (y es aún en varios países) la
reducción permanente del componente democrático, y la preocupación central de
compatibilizar la "gobernabilidad", con la ofensiva brutal de las clases
dominantes sobre la vida y la libertad de las masas.
La reacción frente al aumento ininterrumpido de la desigualdad y la injusticia,
dio lugar entonces, en los comienzos del siglo XXI, a la aparición de nuevas
organizaciones populares, preocupadas a su vez por lograr un funcionamiento
sustancialmente democrático, reacio a cualquier "delegación", frente a unas
instituciones políticas que reducen cada vez más la democracia a un voto
periódico cuidadosamente manipulado. Ellas son renuentes a confiar en cualquier
dirección externa al propio movimiento. El deseo de no repetir la experiencia
del "socialismo real", con su dramática realización de las peores previsiones de
Rosa Luxemburgo o Gramsci, forman parte de la "partida de nacimiento", de esas
nuevas entidades. El cauce tomado por el descontento crecientemente movilizado
terminó, en países como Ecuador, Argentina, Bolivia, Perú y Paraguay, en
rebeliones populares que dieron por tierra con gobiernos sólo atentos a los
dictados del gran capital, y protagonizaron (y protagonizan) fuertes demandas de
una radical renovación de la vida democrática, sin por ello impedir, al menos
por ahora, que se "suture" las crisis por los mecanismos institucionales
tradicionales. En un proceso de distinta trayectoria y características, la
derrota por vía de la movilización popular de masas de un intento de golpe
militar en Venezuela, dio lugar a una progresiva radicalización en que tanto el
gobierno democrático tomó nota de la inmensa deuda contraída con las
aspiraciones mayoritarias, como las organizaciones populares incrementaron su
reclamo de autonomía y construcción de un poder social y político de signo
diferente.
Sin embargo, el proceso no avanza con un rumbo único. Algunas de las democracias
latinoamericanas "realmente existentes" les franquean las vías de acceso al
gobierno a aquellos partidos y coaliciones que, aunque de origen socialista, han
dejado de constituir una amenaza, como en el caso del PT brasileño y el Frente
Amplio uruguayo. Y en algún caso, el triunfo de rebeliones populares da paso a
una corrección "desde arriba" de las orientaciones más ominosas de la ofensiva
capitalista, como en el caso de Argentina con el gobierno Kirchner.
Se vuelve a plantear así la impotencia práctica para producir transformaciones
decisivas desde la institucionalidad existente, a la vez que la subsistente (e
incluso incrementada) capacidad de las clases dominantes para ampliar su base de
apoyo y cooptar a sus antiguos adversarios. Con todo, el escenario queda abierto
a experiencias novedosas de distinto signo, y habilita la apuesta por un proceso
de transformación radical impulsado desde abajo, abierto a, formulaciones
ideológicas radicalmente innovadoras, nuevas formas organizativas, e inéditas
modalidades de acción.
El debate y la disputa práctica acerca de la incompatibilidad entre poder
popular y predominio del gran capital, instituciones representativas
mediatizadoras e iniciativa desde abajo, alienación en la vida productiva y
libertad en la vida política continúa en curso; en América Latina y en el mundo.
Notas
1 Lo que también puede ser formulado en los términos planteados por un autor
italiano hace ya una década, de una derecha abierta y sincera y otra
"disfrazada" bajo las estructuras tradicionales de la izquierda. Cf. Marco
Revelli, Le due destre, Bollati Boringhieri, Roma, 1995.
2 La experiencia venezolana marca un sendero diferente, pero con similar
sentido, ya que allí el pueblo movilizado apoyó a un gobierno que seguía un
sendero diferente, amenazado por un golpe militar clásico.
3 K. Marx, La guerra civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la
Asociación Internacional de los Trabajadores, incluido en K. Marx y F. Engels,
Obras Escogidas, Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973, vol. 5, p. 145.
4 V. I. Lenin, El Estado y la revolución. La doctrina marxista del Estado y las
tareas del proletariado en la revolución, incluido en V. I. Lenin, Obras
Escogidas, t. 3, Buenos Aires, Problemas, 1948, p. 241.
5 "...en sus amonestaciones a los militantes alemanes, hay nada menos que un
repudio a la concepción leninista de la revolución, según la cual el poder se
debe tomar y conservar por todos los medios cuando las circunstancias de la
historia lo ofrezcan a una vanguardia, así sea muy pequeña pero bien organizada
y convencida de que encarna los intereses de las masas..." F. Furet, El pasado
de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, México, FCE,
1995, p. 103.
6 R. Luxemburgo, Obras Escogidas, vol I. Buenos Aires, Pluma, 1984, p. 72.
7 "...la destrucción de las garantías democráticas más importantes para una vida
pública sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad de
prensa, derechos de asociación y reunión, que les son negados a los adversarios
del régimen soviético. En lo que hace a estos ataques (a los derechos
democráticos) los argumentos de Trotsky ... distan mucho de ser satisfactorios.
Por otra parte, es un hecho conocido e indiscutible que es imposible pensar en
un gobierno de las amplias masas sin una prensa libre y sin trabas, sin el
derecho ilimitado de asociación y reunión." ( R. Luxemburgo, Obras..., II, p.
195)
8 "Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase
trabajadora, el Estado socialista de opresión a la burguesía. En cierta medida,
dice, es solamente el Estado capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción
simplista deja de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no
necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo,
por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la
dictadura proletaria ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede
existir." Ídem, p. 195.
9 Idem. II, p. 196.
10 "La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas
degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en
lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el
idealismo que supera todo sufrimiento, etcétera." Idem II, p. 197.
11 Íbidem.
12 "El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren
congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto
obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al
proletariado internacional como un modelo de táctica socialista." ... "...una
revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial,
estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería
un milagro." Idem, p. 202.
13 Ídem, p. 197.
14 "Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión,
sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se
torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como
elemento activo Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan
unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia
ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo una docena de cabezas
pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a
reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por
unanimidad las mociones propuestas...una dictadura, por cierto, no la dictadura
del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el
sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos... esas condiciones
deben causar inevitablmente una brutalización de la vida pública: intentos de
asesinato, caza de rehenes, etcétera." Ibídem.
15 Ídem..., p. 201.
16 "Dictadura de la clase significa, en el sentido más amplio del término, la
participación más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia
sin límites." Idem, p. 200.
17 "...siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la
democracia burguesa; siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad
social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad
y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar
a la clase obrera a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder
político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia
burguesa, no para eliminar la democracia." Ídem, p. 201.
18 Ibidem.
19 Por ejemplo, esta referencia a Huelga de masas, partido y sindicatos: :
"Recordar el librito de Rosa ... se pasaron por alto los elementos voluntarios y
organizativos, mucho más difundidos de cuanto creía Rosa que, por prejuicio
"economista", los descuidaba inconscientemente..." A. Gramsci, Cuadernos de la
Carcel, México, Era-Universidad Autónoma de Puebla, tomo III, p. 150, alusión
que se repite en pasajes posteriores. En otros pasajes de los Cuadernos... G.
destaca en cambio los aciertos del pensamiento de Rosa, sobre todo en su
apreciación de la evolución de la teoría marxista. cf. t. III, p. 178 y t. IV,
pp.337 y 349.
20 Por otra parte, en su etapa "ordinovista", en artículos como "Democracia
obrera" o "La conquista del estado", G. esboza una concepción de democracia con
una impronta radical y clasista, sumamente emparentada con la de la alemana.
21 A. Gramsci "Sindicatos y consejos (2)" (L’Ordine Nuovo, 12/6/1920) en
Escritos Políticos (1917-1933) Siglo XXI, Biblioteca del Pensamiento Socialista,
6ª edición, México, 1998, p. 115.
22 A. Gramsci, "Sindicatos y consejos (I)" (L’Ordine Nuovo, 11/10/1919) en
Escritos..., p. 99.
23 A. Gramsci "El consejo de fábrica" (L’Ordine Nuovo, 5/7/1990) en Escritos,
...p. 112.
24 A. Gramsci, Cuadernos ..., tomo III, p. 282.
25 Ibidem
26 Íbidem.
27 Cuadernos, V, p. 78.
28 Íbidem.
29 A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, México, Era, vol. 5, p. 387.
30 Lucien Laurat "Un máximo de democracia" en Prefacio a la primera edición de
Marxisme contre Dictadure, 1934, transcripto en D. Guerin, Rosa Luxemburg o la
espontaneidad revolucionaria, Buenos Aires, 2003, p. 124.