La Izquierda debate
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Tesis sobre las tareas de la izquierda en Argentina
Corriente Praxis
El levantamiento popular de diciembre del 2001 constituyó un momento
histórico de ruptura con el período precedente. No porque haya supuesto alguna
"revolución democrática", una "dualidad de poder" o el inicio de la revolución
social en Argentina, sino porque dio por concluido el período de retroceso y
desorganización del movimiento popular en el que las luchas de resistencia
permanecían aisladas mientras las políticas neoliberales aún mantenían una
importante base social. El curso abierto por el argentinazo sacó a la izquierda
de su reducida audiencia para proyectarla hacia amplias capas de la población.
En el período de crisis inmediatamente posterior, ella cumplió un papel
relevante en todos los movimientos de lucha y organización, junto con un amplio
arco de movimientos sociales, tanto piqueteros como asambleístas y asalariados.
Sin embargo, ninguna de sus expresiones particulares alcanzó algún grado de
influencia nacional que la vuelva una alternativa para millones de trabajadores.
La izquierda revolucionaria está hoy más fragmentada que antes en una
constelación de pequeños partidos, corrientes y núcleos dispersos y enfrentados.
Mientras no logremos constituirnos en una alternativa viable para millones, que
sea capaz de tender un puente entre la vanguardia combativa y las amplias masas
que permanecen presas de los partidos y la ideología dominante pero que desean
acabar con la pobreza y el desempleo, se seguirá dilapidando la energía de miles
de militantes socialistas y activistas sociales en infinitos combates sin plan
ni estrategia.
II
La crisis estatal generalizada abierta en el 2001 fue finalmente cerrada con la
asunción del gobierno de Kirchner. La clase dominante logró contener y luego
canalizar la crisis general y la irrupción popular, rescatando a las maltrechas
instituciones profundamente deslegitimadas, mediante pequeñas concesiones y
medidas demagógicas. Los distintos sectores de la clase dominante cierran filas
detrás del nuevo gobierno, y tiende a resquebrajarse la alianza social de los
explotados y los sectores medios que constituía la expresión más clara de la
crisis orgánica nacional, bloqueando la tendencia a la radicalización política
de masas y el potencial expansivo de las fuerzas revolucionarias.
Sin embargo todas las tareas pendientes que exigen en primer lugar enfrentar al
imperialismo, re-industrializar al país y dar empleo a millones de desocupados,
dejar de pagar una deuda externa que hipoteca cualquier proyecto nacional,
redistribuir la riqueza que es una de las más desiguales del mundo, sacar al 40%
de la población de la pobreza y restituir los derechos laborales a un
movimientos obrero que padece de casi un 50% de trabajadores en negro, siguen
estando pendientes. El nuevo gobierno que declamaba construir "un país en serio"
ha dado continuidad a las políticas neoliberales basadas en la privatización de
las empresas, el acuerdo con el FMI y la flexibilización del mercado laboral,
reforzando el modelo exportador basado en el petróleo, la soja y otras materias
primas. Son estas razones de fondo la que siguen alimentando las nuevas luchas
salariales contra el cepo que impone el Ministerio de Trabajo y las burocracias
sindicales, las que dan sustento a los reclamos docentes y de la comunidad
universitaria por el aumento del presupuesto educativo y las que fogonean el
reclamo de los trabajadores de la salud. Estas reivindicaciones pendientes se
enmarcan en una nueva etapa de la lucha de clases: Los avances que experimentó
la conciencia de las masas son elementos políticos perdurables, expresando las
tendencias internacionales de rechazo a las políticas neoliberales, a las
recetas fiscalistas o cuestionando la privatización de los recursos naturales y
las industrias estratégicas. Esta disposición de fuerzas sociales es la que
explica que la vanguardia de lucha, los sectores más combativos de los
piqueteros, del movimiento estudiantil, los trabajadores y las empresas
recuperadas, aunque han retrocedido respecto de su punto más alto en el
2001/2002, sigan siendo un factor político, facilitando la construcción de
alternativas políticas de izquierda incluso en un momento de reflujo.
III
Con la avanzada neoliberal el repudio a los viejos partidos, que se volvieron
instrumentos directos de los bancos y el gran capital, se generalizó y el
rechazo a la política en general se volvió un sentido común popular. En las
franjas de luchadores movilizados esto produjo un efecto contradictorio. Por un
lado desarrolló una saludable tendencia a la democracia directa y a la
resolución de los problemas políticos mediante la intervención de las bases. Por
el otro favoreció el protagonismo de corrientes autonomistas y anti-partidistas
en general, que se desarrollaron en confrontación directa contra las
organizaciones de la izquierda y limitaron fuertemente el horizonte estratégico
de los movimientos de lucha.
Los movimientos autonomistas creyeron que podían traducir las aspiraciones
participativas y la práctica asamblearia de las bases en un movimiento auto-gestivo
de carácter alternativo y paralelo al poder del estado. El grito de NO, que uno
de sus líderes intelectuales, John Holloway lanzó a los cuatro vientos, era
sobre todo un No a envolverse en las cuestiones del estado, lo que impugnaba
cualquier confrontación con el poder político dominante. El resultado no fue la
expansión de las conquistas sociales y políticas democráticas o la extensión de
los circuitos de producción desalienada, sino la vuelta a la normalidad
capitalista. La conclusión natural de este proceso ha sido que sin organización
y sin una alternativa política revolucionaria en oposición a la burguesía, el
movimiento de masas y su extraordinario ejercicio de democracia directa no
pueden impedir la recomposición de las instituciones de la burguesía, el reflujo
de la lucha y de las asambleas, y la desorganización del campo popular. En
cuanto la fracción "progresista" del partido del orden subió a la presidencia,
algunos de los movimientos autonomistas que habían lanzado una guerra de
bolsillo contra las corrientes y la militancia de la izquierda partidista y que
habían practicado la indiferencia frente a la cuestión del poder, se volvieron
simpatizantes del partido estatal que ahora los recibía en los ministerios o
cayeron en la más profunda desmoralización. Tanto en el movimiento piquetero,
como en las organizaciones de derechos humanos y en las bancadas parlamentarias
demostraron ejercer prácticas de verticalismo y autoritarismo. Es que bajo el
rechazo a los partidos se oculta la liberación de los dirigentes respecto de
todo control colectivo y de toda exigencia y responsabilidad frente a la
militancia o incluso el electorado.
Mientras el anti-partidismo fracasó en mostrar una alternativa de emancipación
mediante el auto-gobierno y la "auto-producción bio-política de la vida", u
otros medios de sustraerse ilusoriamente a las relaciones mercantiles
capitalistas y a las instituciones de poder, no tomó nota de que éste, por el
contrario, no es indiferente a los movimientos y las rebeliones populares. Así,
el autonomismo mostró la más palmaria impotencia cada vez que tuvo que responder
políticamente a la represión estatal, fundamentalmente contra el movimiento
piquetero. El proceso abierto por el argentinazo ha dejado ya una importante
lección que trasciende las fronteras nacionales: la cuestión de construir una
alternativa política de masas, de confrontar con el poder del capital y el
estado burgués, siguen siendo hoy el punto central de cualquier estrategia
revolucionaria.
IV
La izquierda socialista sería muy poco autocrítica si viera en el auge de los
movimientos autónomos y del sindicalismo independiente solamente un obstáculo y
no comprendiera, que en parte, el rechazo de franjas de luchadores a las
organizaciones existentes se debe a los gruesos errores cometidos. Es que en
ocasiones las disputas facciosas entre las propias corrientes de izquierda han
ido en detrimento del movimiento de lucha porque se han priorizado la
capitalización organizativa de cada una de ellas antes que la construcción
política común para desarrollar el movimiento de masas aún incipiente. El
ejemplo más bochornoso fue el de las asambleas populares, que favoreció su
disolución y en muchos casos su integración política mediante el municipio. En
el seno de los movimientos piqueteros cada corriente creyó que debía usufructuar
la lucha de decenas de miles de desempleados para fortalecer su propia corriente
y por eso el frente único muy positivo que a veces se logró fue recurrentemente
malogrado por diputas aparatistas. Lo que caracteriza la situación de las más
diversas tendencias y organizaciones partidistas de la izquierda es la primacía
de su lucha interna y su división, constatada por decenas de miles de
luchadores. En algunas organizaciones el fraccionamiento fue el correlato de un
espíritu estrecho, resguardando su doctrina antes que someterla a la prueba de
la realidad y en consecuencia aislándose y absteniéndose incluso de participar
en los movimientos de lucha populares más importantes a los que consideró
impuros desde el punto de vista programático.
El período de luchas abierto en el 2001 no logró imponer en la agenda política
la cuestión de la unidad de las fuerzas revolucionarias no sólo en la acción
sino como proyección política, a pesar que la inmensa mayoría de ellas se colocó
desde posiciones clasistas en el campo de la oposición al nuevo gobierno
peronista. El escisionismo se volvió suicidio político, puesto que para las
amplias franjas de la población que despertaron a la vida política golpeadas por
el látigo de la crisis capitalista era imposible reconocer entre las más
diversas corrientes revolucionarias la justeza de tal o cual planteo, sobre todo
porque ninguna de ellas lograba por sí sola transformarse en un polo de
reagrupamiento revolucionario, ni se encontraba aún en la propia realidad los
elementos que demostraran la superioridad de tal o cual postura. El separatismo
fue alimentado por la ilusión de que se podría alcanzar la masa crítica
suficiente para construir un partido de la clase trabajadora al margen o incluso
contra las restantes organizaciones de la izquierda revolucionaria. La
consecuencia, como sabemos, fue catastrófica. El anti-partidismo se alimentó en
el suelo de los errores, la lucha sin fin y el aparatismo de las corrientes
partidistas.
V
Todas estas son manifestaciones prácticas de una concepción de partido falsa y
adulterada, que invoca la tradición de Lenin y la experiencia del bolchevismo
como soporte teórico y político para construcciones sectarias y aisladas de las
masas, en cuya raíz se encuentra una teoría evolutiva, vulgar e históricamente
fallida de construcción partidaria. Teoría evolutiva por la cual cada núcleo
debe pasar por auto-desenvolverse como grupo propagandístico, partido de
vanguardia y partido con influencia de masas sucesivamente, en una formación
independiente, monolítica, sin disidencias, alas, grupos, fracciones y
tendencias a su interior, sosteniendo un pequeño aparato propio, con sus
rentados, sus finanzas, candidatos, durante años y decenas de años, sin que sus
estructuras cambien con el tiempo. El fundamento está en la exigencia de
sostener un micro-partido que está llamado a actuar como si fuera el
representante genuino de los trabajadores, denunciando a los demás sobre la base
de consideraciones reales o fantásticas pero imprescindibles para delimitar el
campo organizativo y sostener su propio grupo. En nuestro país, a pesar de las
diferencias de cantidad existen por lo menos sesenta y siete grupos socialistas
revolucionarios. Evidentemente no estamos ante una casualidad, sino frente a los
efectos de un método partidista que ha hecho eclosión y pulverizó al movimiento
revolucionario. Esta concepción ha sido muy extendida en nuestro movimiento, el
trotskista, tal vez como consecuencia de las condiciones de adversidad y
aislamiento que prevalecieron en el período en que la socialdemocracia y el
estalinismo dominaron con puño de hierro al movimiento obrero. Así, la corriente
trotskista más importante de América Latina, la fundada por el dirigente Nahuel
Moreno, a pesar de sus méritos innegables en muchos terrenos se apoyó en la
misma concepción partidaria monolítica y en un falso "leninismo" que fue
confundido con firmeza política o espíritu revolucionario. La crisis y las
sucesivas rupturas del MAS desde el año 1988 no son ajenas a esta concepción
organizativa en la que las disidencias fueron incapaces de ser asimiladas. Las
posteriores equivocaciones oportunistas a comienzos del ’90 y la falta absoluta
de orientación en una década de un profundo retroceso de la clase trabajadora,
estropearon definitivamente el intento más serio de constituir una organización
socialista revolucionaria inserta en la clase trabajadora.
VI
La lucha de tendencias al interior del movimiento marxista no sólo es
inevitable, sino el único metabolismo imprescindible que posee un movimiento
revolucionario para corregir sus errores y someter a la prueba de la realidad
práctica los diversos puntos de vista. Confundir esa lucha con el escisionismo
es lo que ha llevado al impasse destructivo y aparatista en la izquierda
argentina. Al mismo tiempo, para evitar el aislamiento y tener capacidad de
acercarse a las masas, muchas veces se utilizan atajos políticos oportunistas,
ya sea ocultando las divergencias de fondo entre el socialismo y el nacionalismo
burgués, o absteniéndose de una batalla ideológica y política imprescindible
contra las estrategias de colaboración de clases. Mientras las tácticas
electorales o de otro tipo son necesarias e incluso inevitables, ellas han sido
muchas veces el vehículo para el debilitamiento de las posiciones de la
izquierda clasista más que para acercarla a las masas. Este balance no es
artificial, puesto que en Sudamérica gobiernos de centroizquierda
pro-imperialista y defensores de la estabilidad capitalista se desarrollan en
Argentina, Brasil o Uruguay, donde la izquierda en muchas ocasiones ha borrado
su propia independencia y ocultado el carácter capitalista de los mismos. La
máxima expresión de esto ha sido la bochornosa participación de Democracia
Socialista de Brasil en el gabinete del gobierno de Lula, infectado de
corrupción y aplicador de las políticas neoliberales y fondomonetaristas.
Un partido socialista y revolucionario en Argentina debe constituirse sobre la
base de la experiencia política ya hecha, no sólo con el nacionalismo burgués y
los partidos tradicionales, sino también con las variantes centroizquierdistas y
‘progresistas’ que se volvieron funcionales al mantenimiento del orden burgués y
la subordinación al imperialismo. En ese sentido la experiencia de reeditarla
tal como se proponen los integrantes del Encuentro de Rosario tendrá el mismo
destino. Se debe rescatar la experiencia del argentinazo y sacar todas las
conclusiones del caso, es decir que sin derribar al estado burgués, la
reconstitución del régimen político que sustenta la explotación, el hambre y el
desempleo serán inevitables. Argentina muestra hasta en los detalles el
agotamiento de las experiencias humanizadoras del capital y las variantes
redistribucionistas que se detienen en el umbral de la propiedad privada. Se
trata pues de colocar como objetivo político el gobierno de los trabajadores,
basado en las organizaciones de auto-determinación democrática de los mismos.
Al mismo tiempo, un partido con libertad de tendencias debe buscar sobre todo su
enraizamiento en la clase trabajadora, ocupada y desocupada y apuntar a la más
estricta independencia de clase, puesto que sólo desde esa posición estratégica
de soberanía política, ideológica y organizativa, se pueden crear las bases para
la ampliación de la influencia socialista y consolidar las alianzas de todos los
explotados que apunten hacia un cambio radical de todo lo existente.
VII
Con el cambio ideológico que grandes porciones de la población mundial han
experimentado como consecuencia de los resultados desastrosos de las políticas
neoliberales se han desarrollado nuevas fuerzas de resistencia a la guerra, al
imperialismo y las clases dominantes de los distintos países, en particular en
América Latina. Esto contribuyó a la experimentación de un proceso, todavía
pequeño, de reagrupamiento político, que obviamente posee distinto contenido de
acuerdo a las circunstancias nacionales dispares y a las fuerzas políticas que
lo impulsan.
Algunas de ellas en nuestro continente son expresión del desarrollo del proceso
revolucionario, como la formación reciente del Partido Revolución y Socialismo
en Venezuela, constituido en base a la confluencia de viejos dirigentes
socialistas revolucionarios que participan en la conducción de la Unión Nacional
de Trabajadores, un joven activismo sindical y círculos clasistas de diversas
provincias, sobre la base de un programa transicional. Este agrupamiento no cree
que la administración de Chávez sea un "gobierno en disputa" como lo cree una
porción mayoritaria de la izquierda continental. Esto significa que no participa
ni toma responsabilidades por la administración de gobierno, pero acompaña la
experiencia de las masas, participa de todo tipo de frentes antiimperialistas,
apoyas las medidas tendientes a profundizar la revolución al mismo tiempo que
exige se vaya un paso más y se coloca a la cabeza de la lucha contra el golpe y
el boicot de los ‘escuálidos’. Ese partido, todavía pequeño, hoy es
probablemente la corriente revolucionaria que más influencia tiene en la clase
trabajadora desde hace décadas si se lo compara con la experiencia de muchos
otros países, reflejando un proceso de recomposición política de la clase
trabajadora venezolana. Otra experiencia es el Partido Socialismo y Libertad en
Brasil, formación política enormemente progresiva cuyo desarrollo es necesario
apoyar. Está constituido en base a un acuerdo de siete u ocho grupos políticos
de diverso origen y canaliza hoy el descontento con el PT, reflejando un estadio
político transitorio del pueblo, que todavía no ha dado grandes luchas y que
mira absorto el derrumbe de su propio partido en el gobierno. El programa del
PSOL es ambiguo y su curso político está en disputa. A su interior conviven
elementos reformistas radicales y revolucionarios y los sectores más avanzados
tienen aquí la tarea de desarrollarlo y orientarlo hacia la izquierda, apoyado
en la movilización de la clase trabajadora y el campesinado sin tierra. Otras
experiencias se han realizado en otros países, sobre todo en el campo electoral,
para darle a las fuerzas anti-capitalistas una voz en el euro-parlamento y en
las cámaras de diputados de varios países.
Se trata de procesos que son diferentes, heterogéneos, pues expresan realidades
distintas. Pensar que se puede responder de la misma manera en cada uno de
ellos, y peor aún, de forma doctrinaria, acentuando sus faltas y debilidades en
vez de apostar a su desarrollo y participar activamente incluso para dar un
debate y constituir un ala de izquierda en los mismos, es caer en el peor de los
sectarismos, es negar lo vivo que tiene el marxismo, es rechazar la
participación activa en los procesos reales en nombre de un dogma muerto. El
marxismo posee un contenido dialéctico, como decía Mariátegui, un método que se
apoya íntegramente en la realidad y no, como suelen asegurar detractores y
falsos amigos, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas iguales para
todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Un programa completo
pero muerto, que no puede alcanzar a las masas, puede consolar a los sectarios
que olvidaron en su ejercicio introspectivo la idea fundamental que guiaba a
Marx desde su juventud, cuando buscaba sobre todas las cosas que su filosofía
pudiera transformarse en fuerza material encarnada en el proletariado. El que no
entiende esto, despreciando el proceso de reagrupamiento que se comienza a dar a
nivel internacional no comprende ni siquiera el ABC del marxismo, que lo ha
entendido en forma libresca o peor aún lo trafica como excusa de su
"independencia" para alimentar su "narcisismo de la pequeña diferencia".
VIII
La idea de que un reagrupamiento político sólo es posible bajo la presión de las
masas y la radicalización del movimiento obrero, es profundamente equivocada.
Cómo si un repentino auge revolucionario podría de por sí construir una
herramienta política revolucionaria improvisándola de inmediato, sin que un
extendido trabajo de construcción política entre las masas sea realizado
previamente. No se trata de esperar el momento que la historia deposite en manos
de las fuerzas revolucionarias la oportunidad única, sino la de construir una
organización capaz de volverse hegemónica en los medios obreros y populares
mucho antes de las vísperas de los acontecimientos decisivos. Necesita, por otra
parte, poseer un carácter expansivo, es decir que aunque apoyándose en los
sectores de la clase trabajadora más avanzados, pueda también enraizarse en la
vida de las masas, eleve su educación política socialista e incorpore a
porciones crecientes del movimiento social y de la intelectualidad de izquierda.
Todo este trabajo requiere mucho más que un programa de acción o un grupo de
consignas adecuadas a la situación. Reducir el arte de la política socialista a
la consigna o grupos de consignas justas, cuando es preciso sobre todo recrear y
reinventar un ideario socialista por el que las masas sean capaces de ofrecer
toda su energía, equivale a pensar que la propia "crisis capitalista" y la lucha
de clases objetiva proveerán por sí mismas una alternativa socialista.
Necesitamos obligadamente un trabajo de preparación y educación política, de
reflexión y desarrollo teórico del marxismo, y al mismo tiempo nuevos puntos de
apoyo en la experiencia práctica de las luchas y las vivencias populares, de las
cuales debe nutrirse toda organización de masas. Pero para acompañar la
experiencia de las masas se requiere de la suficiente flexibilidad táctica y
organizativa para expresar y traducir en el lenguaje de la estrategia
revolucionaria las demandas y aspiraciones de millones de explotados.
IX
La izquierda socialista tiene el desafío de demostrar que es posible salir de la
marginalidad y transformarse en una fuerza política real, popular, anclada en
las tradiciones y la vida de millones de explotados, que puede incorporar a los
movimientos sociales, los luchadores sindicales clasistas, a las decenas de
miles de militantes socialistas independientes y albergar en su interior a los
diversos matices y divergencias que inevitablemente se presentan en un
movimiento socialista vivo y sumergido en la lucha de clases. Esa es la tarea
fundamental, clave, la más importante en el período que se abrió desde el
argentinazo y en relación a ella es que debemos medirnos los socialistas
revolucionarios. El objetivo en el próximo período será el de constituir un
partido socialista y revolucionario con la más absoluta libertad de tendencias.
Sin ese partido, sin que avancemos en esa experiencia, será imposible que el
movimiento marxista en Argentina se vuelva una realidad efectiva para las
grandes masas. La excusa esgrimida por algunos, respecto de la inexistencia de
un proceso político y social que favorezca dicho reagrupamiento, no hace más que
tergiversar la realidad. La plataforma para trabajar por un reagrupamiento de
los revolucionarios son los miles de compañeros reunidos cada 20 de diciembre o
1º de mayo bajo la consigna de un gobierno de trabajadores, el frente único de
las corrientes piqueteras dirigidas por tendencias revolucionarias, la
confluencia de los sectores sindicales clasistas en diversos encuentros, el
trabajo común para la recuperación de centros y federaciones estudiantiles, y un
categórico y compartido alineamiento común frente al gobierno y el imperialismo.
Nadie dice que es una tarea sencilla, pero sólo la auto-proclamación fantasiosa
impediría empezar a trabajar con ese objetivo.
X
La reunión de los elementos dispersos no constituye en sí un partido con
influencia en las masas, cuestión que depende de la situación de la lucha de
clases y de un peso específico orgánicamente establecido que aún se debe
conquistar. Pero constituiría un paso decisivo hacia dicho objetivo. Sólo sobre
la base de un fuerte polo socialista y revolucionario se puede encarar con éxito
una política de masa en los momentos de ascenso. De lo contrario se cae en el
ridículo de pequeños grupos de algunos cientos con una limitadísima influencia
intentando "guiar a las masas" desde las portadas de sus periódicos.
El camino para lograr un reagrupamiento de los revolucionarios será posiblemente
arduo y lleno de mediaciones. Exige la experiencia compartida en ámbitos
sindicales y políticos de la más diversa especie. Para dar pasos en ese camino
tenemos que abrir instancias de trabajo común, abrir el debate político, lanzar
movimientos y campañas políticas conjuntas, impulsar corrientes clasistas,
intentar bloques electorales, en fin, establecer un terreno de trabajo común. En
el movimiento obrero debemos desarrollar las experiencias de reagrupamiento que
se lograron, como el movimiento nacional por la reducción de la jornada laboral,
el reagrupamiento sindical que comenzó el 2 de abril o la denominada
Intersindical Clasista. Todas estas instancias pueden ser una plataforma para el
reagrupamiento y contribuir a forjar una herramienta política unitaria, en la
medida en que puedan elevarse desde un movimiento reivindicativo y sindical a
uno de carácter clasista y político cada vez más abarcativo. En el seno del
movimiento estudiantil debemos apostar a la continuidad de la recuperación de
los centros y federaciones, volviéndolas cada vez más democráticas,
participativas y transformando a las organizaciones conquistadas en bastiones de
la lucha ideológica y política contra todo el orden existente, en primer lugar
contra la privatización, las estructuras jerárquicas y el embotamiento
ideológico que existe en su interior. Lo mismo puede decirse en el campo
electoral, cultural, territorial o de otra índole.
En el próximo período las experiencias de lucha y organización nos permitirán de
manera más precisa comprender los caminos y las formas que adoptará dicho
proceso. Tenemos el difícil camino de intentar un reagrupamiento político que
tenga la vocación de insertarse en las masas sobre la base de una estrategia
clasista y revolucionaria. De luchar contra el sectarismo y el oportunismo. De
desplegar una perspectiva anti-capitalista y socialista, sobre la base de nuevos
métodos, nuevos caminos, nuevos desafíos, rescatando todo lo bueno y sano de lo
que aprendimos y despejando lo que está viejo, caduco y fracasado de la
experiencia anterior. Nos estamos convocando a nosotros mismos, a todos los
luchadores obreros, intelectuales, artistas, jóvenes y estudiantes, militantes
socialistas de las generaciones anteriores y de las nuevas camadas a refundar, a
reinventar, una nueva izquierda revolucionaria en nuestro país.