Los suburbios
franceses y el sujeto revolucionario
Marco Antonio Esteban
Nou Treball
Decía Bakunin que las revoluciones las hacen las gentes con el demonio dentro.
Se refería a la rabia y el odio al sistema de los que integran los estratos
sociales más oprimidos. Desde su debate con Marx sobre el sujeto revolucionario,
las posiciones continúan exactamente igual. En el fondo las diferencias entre
ellos giraban en torno al nivel óptimo de opresión para el surgimiento de un
grupo social que actuase como motor de la transformación del sistema. Para Marx,
las capas más bajas de la sociedad -el lumpen- eran más proclives a la
contrarrevolución que a la revolución. Únicamente el proletariado industrial
ocupaba una posición viable para la generación de una clase organizada y
consciente. Por contra, Bakunin argumentaba que el lumpen y el campesinado
constituían los sectores menos expuestos a la influencia de la civilización
burguesa y, consecuentemente, los más dotados de los instintos necesarios para
la rebelión. Las dos líneas teóricas han seguido reclamando el protagonismo de
las revoluciones y rebeliones para sus estratos sociales preferidos. ¿Qué
segmentos sociales impulsaron las revoluciones mexicana, soviética, china,
cubana y española, la insurrección social de Mayo del 68, las luchas
anticoloniales o los levantamientos de las minorías étnicas en Estados Unidos,
Sudáfrica o Chiapas? No todos los marxistas o postmarxistas han mantenido la
perspectiva de Marx en esta discusión. Autores como Marcuse, Negri o Zizek están
más próximos a la línea bakuninista, mientras que otros como Gramsci, Althusser
o Meiksins han permanecido fieles a la ortodoxia marxista.
En un reciente artículo de New Left Review, Malcolm Bull señala que existen
actualmente dos grandes preguntas en el pensamiento de izquierda. La primera es
qué tipo de sociedad queremos, y tiene muchas respuestas, tantas como modelos de
utopía se han propuesto. La segunda no tiene por el momento respuesta: ¿quién se
va a encargar de hacer realidad esa nueva sociedad? La lucha de clases desatada
en los suburbios franceses ha reanimado de nuevo el importante debate sobre el
sujeto revolucionario. Nada mejor que el fuego para arrojar luz sobre la
estructura social del capitalismo global del siglo XXI. Aparece una interesante
paradoja en este caso. Por una parte el sujeto revolucionario de los suburbios
franceses se parece al propugnado por Bakunin. El capital ya no es capaz de
reformar nada ni de contener problema social alguno. No puede volver, ni aún con
la ayuda de la socialdemocracia y de los recursos coloniales, al keynesianismo
del tercer cuarto del siglo XX. El mensaje enviado a los suburbios por parte de
la plutocracia gala, el imperio norteamericano, Bush y su banda de gángsters con
sus cárceles secretas, centros de tortura y campos de concentración es muy
claro: nos tiene sin cuidado la Ilustración, la Revolución Francesa y los
Derechos Humanos; vuestro destino es la miseria y periódicamente os detendremos,
apalearemos y asesinaremos para manteneros a raya y atizar contra vosotros la
xenofobia y el rechazo social.
En este escenario, la parte más oprimida y esclavizada de la población hace oír
su voz como siempre lo ha hecho en la historia: recurriendo a los medios que
tiene a su alcance para expresar su protesta. Como no puede responder a sus
opresores con sus mismas armas -no puede bombardearles, dispararles o
encarcelarles- quema coches y rompe lunas. Buena parte de las clases medias y
altas y sus sicarios intelectuales, que fieles a su tradición no dudarían ni por
un segundo en asesinar a la mayoría del pueblo ante un ataque a su propiedad
privada, se rasgan las vestiduras ante el comportamiento violento y
aparentemente irracional de la chusma. También algunos análisis de izquierda
caen en este discurso políticamente correcto, racista y pedante: como los
chavales de los suburbios no se expresan con referencias a Marx y Rousseau,
deducen que carecen de racionalidad, objetivo político o pensamiento utópico. Es
previsible que muchos intelectuales y académicos radicales piensen así. Su
alejamiento del mundo físico y mental de los estratos populares es tan exagerado
que necesitarían largos años de práctica para acercarse a la comprensión de la
opresión que tiene cualquier chaval del banlieue. ¿Quién tiene mayor conciencia
de clase, el afiliado al sindicato tradicional que vota a favor de la
constitución europea o el muchacho que se enfrenta a la policía racista en el
suburbio? ¿Qué comportamiento es más progresista, quemar coches como protesta o
esperar pacífica y eternamente a que las instituciones de la democracia liberal
solucionen la situación de pobreza y ostracismo de millones de personas? ¿O es
que alguien a estas alturas piensa seriamente que sin ejercer violencia las
muchedumbres de las periferias recibirían la más mínima atención por parte de
los gobiernos terroristas y de las clases acomodadas fascistas?
Por otra parte los grupos sociales alzados en Paris son básicamente los mismos
que hicieron la revolución francesa, en los mismos barrios y calles. Son más
parecidos a las clases trabajadoras de finales del XIX que a la turba salvaje
descrita por los medios de comunicación de los oligarcas. Con la diferencia de
que ahora en París y en otras capitales no sólo la nobleza mira a esas clases
trabajadoras con asco, sino la burguesía liberal, ahora plenamente conservadora,
la socialdemocracia, hoy totalmente liberal, y hasta las cúpulas con coche
oficial y despacho de no pocas organizaciones de izquierda, en la actualidad
completamente socialdemócratas. Todos acusan a la plebe que se rebela de carecer
de reivindicaciones y organización. Son obviamente incapaces de entender que la
lucha del esclavo por liberarse de su esclavitud no requiere justificación
adicional alguna. La falta de reivindicaciones estéticamente aceptables para los
privilegiados deriva precisamente de la absoluta transparencia y justicia de los
motivos para la revuelta.
Hoy en día la clase trabajadora se estructura en tres grandes estratos
sociológicos. El primer nivel está integrados por la aristocracia del trabajo:
funcionarios del sector público y empleados o autónomos asentados del sector
privado. El segundo nivel lo compone la gran masa de precarios, compuesta por
empleados y autónomos sin derechos laborales en las esferas pública y privada.
Trabajan en condiciones lamentables a cambio de sobras roídas y de un completo
desprecio. Luchan por no caer en el tercer nivel, el de los marginados,
desempleados, incapacitados e inmigrantes, cuya vida es superflua para el
sistema. El único trato que reciben del resto de la sociedad son patadas e
insultos. Entre el segundo y el tercer nivel existe una gran rotación y
permeabilidad. El primer nivel se encuentra, junto a sus sindicatos y partidos
tradicionales, totalmente desconectado de los otros dos. Por eso una propuesta
teórica como la multitud de Negri, una especie de proletariado global surgido
como contrapartida dialéctica de la creación de un imperio global, está
completamente desencaminada. Por mucho que nos empeñemos en buscar la unidad
perdida del proletariado, la realidad es que, lejos de reconstituirse en la
forma de un nuevo sujeto revolucionario global, en las últimas décadas se ha
fracturado todavía más. Para levantar de nuevo la bandera del socialismo desde
las simas abisales por las que se ha despeñado, debemos comenzar por analizar la
realidad tal como es, no como nos gustaría que fuera.
En mi opinión, es necesaria una síntesis entre las dos posiciones clásicas del
debate sobre el sujeto revolucionario, la de Marx y la de Bakunin. Sin la ira,
la rabia y la furia de las capas más sojuzgadas, sin su mayor comprensión de la
opresión y la naturaleza brutal del orden social, sin su voluntad de destrucción
del sistema actuando como motor de la revuelta, no habrá revolución. Tampoco la
habrá sin la mayor organización de las demás clases trabajadoras, sus
sindicatos, sus partidos y su capacidad de tomar el control de los principales
centros de poder del sistema. Ambos sujetos revolucionarios son necesarios y
deberían aprender a respetarse más.