La Izquierda debate
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Una crítica de los usos de Lenin y la
reivindicación de un legado
Jorge Sanmartino y Pablo Socca
Rebelión
Tras las huellas de la política
El siguiente trabajo está dedicado a reexaminar el legado de Lenin, defendiendo
la necesidad de construir organizaciones y partidos revolucionarios sobre la
base de las nuevas condiciones sociales y políticas existentes. Vamos a rescatar
en un sentido crítico la experiencia de Lenin y del movimiento socialista
internacional desde comienzos del siglo XX. Sin embargo es necesario
preguntarse, cuando la idea de la revolución y el partido se encuentran hoy
desacreditadas ¿tiene algo que decirnos aquel revolucionario de las opciones
estratégicas, los eslabones débiles, las delimitaciones tajantes y los momentos
decisivos? ¿Tiene algo para ofrecernos aquel que por primera vez transformó la
irrupción violenta de la rebelión de los esclavos en un minucioso mecanismo de
relojería, en una insurrección planificada para economizar sacrificios, en un
‘arte’? ¿Qué se puede rescatar de aquel que irrumpió con la ‘política como
economía concentrada’, en el campo somnoliento de lo que Hanna Arendt denominaba
como una ‘cuestión de conducta estadística’ para transformarlo en acontecimiento
histórico? ¿Qué puede decirnos hoy una figura revolucionaria, un hombre, el
hombre de partido, en el período de la mundialización capitalista donde la
política pública parece haberse ahogado definitivamente en el mar
inconmensurable de lo social y lo privado?
Nos preguntamos todo esto porque la hegemonía neoliberal, aunque está siendo
cuestionada por una creciente oposición política en todo el mundo desde
principios del siglo XXI, sigue estructurando hoy las coordenadas ideológicas
del mundo en que vivimos, sobre todo porque dicha hegemonía nace desde el fondo
de las relaciones materiales cada vez más mercantilizadas y sometidas
crecientemente a la "competencia libre" del mercado (Anderson, 2004). Los
fundamentos liberales defendidos por pensadores como Hayek nunca habían
alcanzado un triunfo tan resonante. La idea liberal de "resguardar un ámbito
mínimo de libertad individual y privada" se expandió hasta su opuesto
‘arréglatelas como puedas’. La libertad fue hallada en el mercado, en la opción
por la elección personal en un mundo abarrotado de mercancías y consumidores,
donde cualquier opción por la reforma social, la planificación o acción
colectivas fueron denunciadas como atentados a la libertad humana. El principio
que Isaíah Berlin había asociado a la libertad negativa ("yo soy libre en la
medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi
actividad", Berlin, 1998) nunca se declaró tan cabalmente exitoso como cuando
los críticos radicales confirmaron que el socialismo y el marxismo no eran más
que variantes de las filosofías realistas y racionalistas, que pretendían
"moldear" la vida y la mente humana manipulando y dirigiendo la vida de las
personas hasta ahogar sus voces en el ruidoso edificio de la burocracia de
estado. Las experiencias de los países socialistas abonaron este triunfo que
pareció más brillante que nunca después de la caída del Muro de Berlín en 1989.
En el campo de la izquierda radical el culto por la "libertad" individual, el
relativismo filosófico, la ambigüedad, lo fragmentado, el margen y lo efímero
fueron celebrados como auténticas expresiones de la espontaneidad humana,
mientras el proyecto, la asignación planificada de recursos y la realización
colectiva, fueron etiquetados como expresiones autoritarias, dictatoriales y
contrarias a la misma naturaleza humana. El concepto de totalidad como
instrumento para comprenden el mundo y su dinámica mediante las conexiones
internas globales de la sociedad han sido descalificadas, junto con el objetivo
de transformarlo, como totalitarias. De esta manera el concepto mismo de sistema
había desaparecido. Las nuevas teorías culturales remplazaron la teoría social o
histórica por el más ‘democrático’ perspectivismo ideológico, donde todos los
gatos son pardos y las opiniones más dispares igualmente válidas. La totalidad,
por otra parte, cobra razón si existe un sujeto que pueda ser un punto de
referencia. Ese sujeto también fue barrido del escenario. El proceso histórico
en tanto lucha de clases fue denunciado como una nueva teleología semi-religiosa
y se abandonó al proceso espontáneo y azaroso los destinos de la historia. De
hecho la Historia como tal desaparecía del horizonte. Si la historia, el sistema
y la totalidad no existen o lo que es parecido no pueden ser modificados, bien
se podría aspirar a realizaciones más modestas, casi microscópicas.
La despolitización del espacio público no eliminó el poder o el estado.
Simplemente lo dualizó y desplazó: de una parte lo transfirió al mismo mercado
dominado por las grandes trasnacionales, que ofreció un campo más amplio para el
ejercicio del poder del capital sobre el trabajo, en un mercado mundial de
trabajo des-regulado y competitivo. El comando despótico se concentró y al mismo
tiempo se ocultó tras la más espontánea e impersonal fuerza natural del mercado,
donde el poder se esconde detrás de la libre elección e intercambio entre
iguales. Una segunda localización del poder político fue reunida en los poderes
ejecutivos de los estados, reforzando el militarismo, el autoritarismo y el
control social, y sustrayendo del debate de masas la toma de decisiones. Un
poder reforzó a otro, mientras el estado dejó de jugar el papel redistribuidor
del acceso a bienes y servicios por medio del cual las masas fueron integradas
desde los años ’30 mediante los grandes partidos, sindicatos y otras
asociaciones. Es este espacio vacío, esta conversión de los grandes partidos en
instrumentos directos de la racionalización capitalista, la que impone un
rechazo abierto y una crisis de la política tal cual la conocimos en el
capitalismo de posguerra.
Las nuevas teorías de muchos movimientos sociales de oposición a la
globalización, no escaparon a dichas coordenadas. El estado, cualquiera sea su
contenido, se volvía un peligro imposible de remontar. El reflejo ideológico de
semejante derrota fue la exaltación de la lucha en los márgenes, las fallas y
grietas del sistema y la interdicción para cualquier combate que se propusiera
avanzar por el centro, pues el centro ya no existía. Peor aún, puesto que
asaltándolo y construyendo uno propio, volvería a reproducirse inexorablemente
las condiciones de explotación y la opresión que se querían suprimir.
La revolución social pareció entonces una quimera o un mal sueño. Las corrientes
autonomistas han sabido interpretar este espíritu de época. La revolución contra
el estado capitalista, con su violencia innata, sus sacrificios y sus peligros,
parece haber dado paso, incluso para la inmensa mayoría de la autodenominada
izquierda radical, a una ‘nueva revolución’ mucho más saludable, imperceptible y
cotidiana, en el que todos somos ‘hacedores’ de la sociedad comunista en cada
acto pequeño, diminuto, de resistencia y de producción social. Los sistemas de
bancos de horas y trueque de créditos que había ideado Proudhon volvieron a
aparecer con la fuerza de un huracán, como se vio en Argentina en el 2001. La
auto-producción de sobre-vivencia, la auto-gestión y otras formas denominadas
‘biopolíticas’ fueron vistas como la quintaesencia del alternativismo al sistema
mercantil y al estado, que parecían evitar el doloroso trabajo de parto de la
lucha política y los movimientos de masas. El comunismo indoloro concebido por
el autonomismo como el movimiento de fuga de una multitud emancipada, o como un
movimiento alter-capitalista fue considerado como el modelo revolucionario de
nuestros días, frente al más prosaico y desacreditado campo de la política
revolucionaria, donde Lenin inauguraba a principios del siglo XX conceptos
utilizados en el arte militar aplicados a la política del proletariado, como la
estrategia, la táctica, la hegemonía o las alianzas sociales.
En definitiva, ¿qué puede decirnos el Lenin del Qué Hacer cuando desde
hace más de dos décadas doblan las campanas para la ‘representación política’,
el proletariado y el partido?
Para una gran porción de la militancia social la izquierda debe refundarse, pero
sobre bases anti-leninistas. Después de todo, ¿no fueron sus mismos compañeros
de armas, Rosa Luxemburgo y León Trotsky quienes previeron en las fórmulas
ultra-centralistas del Qué Hacer de 1902 el destino inevitable de la
burocratización del partido y el estado?
Sin embargo, mientras persista la explotación clasista y el mundo de las
necesidades se imponga a los hombres como una condena divina, mientras las
causas de la alienación en el trabajo y la sociedad, y el dominio del mundo
encantado de la mercancía siga reinando, y como consecuencia de todo ello la
esfera política permanezca esencialmente separada y en oposición a la sociedad
donde se resuelven las necesidades humanas, como instrumento de opresión y
dominio, la luchas de poder y las guerras de clase seguirán siendo una realidad
presente y el espectro de Lenin, así como el de Trotsky y de toda la tradición
revolucionaria seguirán surcando el horizonte de nuestro tiempo. Después de todo
el intercambio mediante el trueque terminó en inflación y desaparición de la
moneda sustituta y la auto-producción autónoma no pudo eclipsar ni un solo poro
de la sociedad asalariada, con su plaga de desempleo estructural y trabajo
precario e informal.
La cuestión del partido entonces sigue siendo insoslayable y desde un punto de
vista, más candente hoy que hace unos años, cuando todavía no se vislumbraban
rebeliones populares como las que atravesaron el continente latinoamericano en
los últimos años y todavía no se veían fuerzas sociales que den sustento
material para pensar el relanzamiento del proyecto socialista.
Repensar la cuestión del partido
Para aquellos que militamos décadas en el marxismo revolucionario y a favor de
una política partidista en Argentina, una defensa de Lenin presupone en primer
lugar una delimitación clara y definitiva de los proyectos y las concepciones
que en nuestro mismo ámbito se han defendido y practicado. Vale decir, una nueva
izquierda revolucionaria debe ser refundada, incluso, y este será el objetivo de
nuestro trabajo, sobre muchas de las bases estratégicas y teóricas abordadas por
Lenin; pero y esto es fundamental, debe ser una superación de las concepciones
arraigadas en la izquierda política local. Lo que estamos diciendo es que toda
una tradición debe ser revisada. En primer lugar aquella que ha hecho de Lenin
un icono y un dogma. ¿Es posible rescatar otro Lenin de aquel fosilizado por el
‘leninismo ortodoxo’, que se ha prestado durante décadas a la crítica fácil y el
estereotipo por parte de sus detractores? Esto permite además la tranquilidad de
la simplicidad intelectual, la certeza de lo ya dicho, la apelación de
autoridad. Por otra parte, siempre una buena fórmula es más reconfortante y
fácil que, como decía Hegel, el doloroso trabajo de lo negativo.
Para la izquierda argentina este debate tiene un significado muy concreto: las
corrientes revolucionarias se encuentras dispersas, incluso más aún que antes
del argentinazo del 2001. No existe hoy un partido revolucionario ni siquiera
embrionariamente. Esto tiene una base material: el profundo retroceso de las
ideas socialistas y las derrotas de las dos décadas pasadas, que aún no han
podido ser remontadas por la nueva situación más favorable que abrieron las
rebeliones en el continente. Y una base espiritual: el fracaso de los intentos
de las diversas corrientes socialistas revolucionarias de constituir ‘su’ propio
partido, intento que han emprendido por lo menos más de cinco o seis equipos
dirigentes que se han venido subdividiendo, provenientes en su gran mayoría de
lo que fue la dirección del viejo MAS y de algunos dirigentes de la segunda
generación que le siguió.
No tenemos recetas universales para distintos países y momentos históricos,
puesto que la construcción de cada corriente depende de factores históricos y
sociales concretos. Pero la experiencia del pasado nos puede enseñar lecciones
fundamentales en el presente. Tenemos ante todo un espíritu crítico y abierto,
el espíritu mefistofélico que ‘todo lo niega’ que tal vez sea el prerrequisito
imprescindible para construir positivamente sobre nuevas bases teóricas y
políticas.
Un balance en disputa
Si el leninismo puede aún ser una fuente de inspiración política, necesitamos
saber en primer lugar qué es el leninismo. ¿Es un cuerpo de doctrina? ¿Un método
definitivo? ¿Un tipo de partido especial? Quienes lo acusan de ser la fuente del
totalitarismo estalinista coinciden curiosamente con aquellos que construyeron
una ‘escuela marxista leninista’ ortodoxa, repleta de guías, fórmulas y
definiciones tajantes, terminantes y definitivas. En ambos casos Lenin vendría a
formular un nuevo tipo de organización política, Blanquista[1], peligrosamente
alejada de las masas a las que pretende representar. Un grupo de especialistas
profesionales colocados ‘afuera’ del movimiento de masas real, unida por una
completa coherencia de doctrina, homogénea en sus procedimientos, absolutamente
centralizado en sus acciones, que procede de manera conspirativa y que se ha
venido arrogando la propiedad indiscutida de los intereses históricos de la
clase trabajadora. Bonefeld y Tischler aprueban a los "críticos contemporáneos
de la concepción leninista de la revolución que rechazaron enérgicamente su
carácter autoritario" (Bonefeld, Tischler, 2003, Pág. 11). Para Mike Rooke "el
bolchevismo también contuvo el bagaje teórico del kutskismo y el sustitucionismo
inherente a su metodología socialista de estado" (Idem, Pág. 129). Holloway cree
que el planteo expresado por Lenin en el Qué Hacer "no sólo tiene sus
raíces en la tradición autoritaria del leninismo sino también en el concepto
positivo de ciencia establecido por Engels" (Holloway, 2002, pág. 193)[2].
¿Qué es entonces el partido de Lenin, tan poco popular, tan censurado y de tan
poca fortuna? ¿Un grupo humano sin fisuras, un cuerpo compacto y homogéneo en su
ideología, sus tácticas, sus principios, su organización y hasta en sus
costumbres? ¿No había dicho ya Lenin que ‘un milímetro de diferencia en la
teoría se transforma en kilómetros de distancia en la política’?
Una vez que podemos deslindarnos del anti-partidismo de moda, nos queda aún una
tarea ardua, puesto que no estamos conformes con el leninismo oficial practicado
por las corrientes existentes, que ha llevado a un callejón sin salida a la
izquierda revolucionaria y nos exige repensar otros caminos y otras vías. ¿Fue
el partido de Lenin un edificio monolítico y apartado del movimiento socialista
nacional? ¿Fue Lenin un sectario empedernido (y por lo tanto legítima la
intención de algunos seguidores de imitarlo) en abierta oposición al mismo Marx?
Por último, ¿qué tuvo de particular, de original el aporte de Lenin respecto de
la tradición socialista que le antecedió? ¿En qué medida se puede hablar de una
ruptura en las concepciones sobre el partido en Lenin respecto a los cánones del
siglo XIX y qué puede decirnos sobre las condiciones de la lucha política del
siglo XXI?
Parte 1: La cuestión del partido de un siglo a otro
Marx nunca fundó o fue el organizador de lo que conocemos hoy como un partido
revolucionario, no por lo menos tal como lo concebimos en su forma moderna, es
decir, luego de la experiencia bolchevique. Es verdad que participó de la Liga
de los Comunistas entre 1847 y 1851 y escribió para ella el histórico Manifiesto
Comunista; fue un participante crucial en la construcción de la Primera
Internacional entre 1864 y 1872, aconsejó y se sumergió en polémicas teóricas y
políticas como con Lassalle[3] en Alemania e incluso mantuvo contacto y
correspondencia con decenas de organizaciones y partidos de la clase
trabajadora. Tampoco puede decirse que no haya sido un verdadero
‘fraccionalista’ como se insinúa a menudo para exagerar su repulsión a los
grupos sectarios y utopistas[4]. Sus ácidas disputas con los prudhonistas,
bakuninistas[5], su desprecio por el aburguesamiento de muchos líderes
laboristas ingleses, tuvieron expresiones políticas incluso en algunos casos
hasta organizativas. Sin embargo como lo definieron desde el Manifiesto
Comunista, se consideraban a ellos y sus seguidores como el sector avanzado del
proletariado: "Los comunistas no forman un partido aparte opuestos a los otros
partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del
proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el
movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos
proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los
proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el
proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que,
en las diferentes fases de desarrollo porque pasa, la lucha entre el
proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en
su conjunto" (Marx, 2003 Pág. 15).
En resumen, se trataba de ganar a los partidos obreros para sus propias
concepciones. La Liga, el primer círculo de correspondencia, su participación en
la Nueva Gazeta Renana, la primera internacional, el círculo de amigos alemanes,
no fueron para Marx el partido consumado, un cheque a futuro, con
vencimiento a plazo fijo. No, para Marx y Engels esas organizaciones históricas
discretas fueron los medios gracias a los cuales el sentido real y efectivo del
partido genérico de la clase obrera pudiese progresar. Retengamos esto:
siempre fueron medios y nunca fines en si mismos, y aunque parezca insólito y
hasta provocador, si se toma en cuenta la historia oficial de aduladores y
detractores, este es el punto fundamental, desde nuestro punto de vista, de
coincidencia con Lenin.
Marx y Engels sentían desprecio por aquellas sectas utopístas que difundían
verdades eternas y ‘predicaban en el desierto’, por fuera de la vida real, los
conflictos efectivos y las organizaciones existentes de la clase trabajadora,
así como rechazaron dar a luz en su propio laboratorio, un partido obrero sin
los obreros. Para ellos el partido del proletariado iría madurando en tanto las
condiciones del desarrollo capitalista fueran fortaleciendo y unificando a la
clase obrera, dotándola de conciencia y organización. Como expresión del sector
más avanzado de la misma clase obrera, consideraron que su propio punto de vista
científico había alcanzado un éxito rotundo al haber podido formular en El
Capital las condiciones del desenvolvimiento y las contradicciones
inherentes a las relaciones sociales capitalistas.
Fue justamente esta actividad teórica de Marx la que permitió iluminar las
condiciones estructurales que dan origen y están en la base de las luchas
políticas e ideológicas de poder. Esta comprensión de la localización de las
luchas reales y efectivas donde "la filosofía puede transformarse en fuerza
material" es la que impulsan a Marx y Engels a tomar la tarea de influir con sus
ideas a las organizaciones proletarias existentes. Aunque Marx y Engels no se
hayan circunscrito a influir sino que también tomaron partido en lo que respecta
a las tácticas y la dinámica de la lucha de clases, sin embargo no fueron
‘hombres de partido’, como tampoco fueron sus teóricos, puesto que como lo
define con justeza Alain Brossat, aquel fue el período de las ‘premisas de la
revolución pero no de la revolución misma’ (Brossat, 1976). La constitución del
partido carecía de la urgencia revolucionaria práctica a la que se vieron
confrontados los socialistas entrado el siglo XX.
Aunque muchos autores hayan matizado esto, en sus escritos Marx tiende a
confundir, a intercambiar, a utilizar indistintamente el partido y la
clase, creando una identidad social y política entre uno y otro. Esta
identidad clase-partido puede rastrearse en el Manifiesto Comunista, aunque
antes ya lo había definido en La Miseria de la Filosofía, pero también en
sus escritos posteriores sobre Francia o Alemania, e incluso en la fundación de
la primera internacional[6]. A pesar de todas las controversias y ambigüedades,
está claro que en la visión teórica de Marx el desarrollo capitalista con su
concomitante crecimiento industrial y la reunión de los obreros en las fábricas,
la formación de sindicatos y organizaciones reivindicativas, iría dotando a la
misma clase de una mayor conciencia, lo que resultaría como conclusión en el
crecimiento y extensión del partido del proletariado. En definitiva, Marx
pensaba que el desarrollo orgánico del partido obrero no podía darse sino como
algo inmanente al crecimiento de la fuerza y la conciencia de clase, lo cual
dependía en última instancia del proceso de polarización social dado por la
extensión del capital y del maquinismo. En este sentido su dialéctica concebía
al proletariado y en consecuencia a la lucha de clases, como la negación
determinada por la fuerza del capital. A pesar de algunos pasajes de una
intuición sorprendente, Marx no piensa que el partido obrero pueda poseer algún
rastro de exterioridad respecto de la clase misma, al revés, supone que es esa
misma clase organizada políticamente en el punto en que adquiere conciencia de
sus fines históricos. Es justamente esta identidad correlativa entre relación
social y conciencia política la que cuestiona Lenin, introduciendo elementos
‘exteriores’ a la inmediatez de la vida corriente del trabajador o incluso a la
espontaneidad de la lucha sindical de la clase. Lenin no niega que la base para
una política obrera está dada por su extensión y fuerza social, sino que rechaza
la opinión más o menos convencional de que es esa práctica social en los lugares
de trabajo, en la lucha cotidiana, el ‘hacer’ cotidiano del proletariado el que
elevará automáticamente su conciencia a objetivos socialistas. Al revés, él
piensa que en épocas normales la conciencia ordinaria, sometida a la explotación
capitalista, puede incluso llegar, sometida a la explotación cotidiana y el
embrutecimiento de la vida laboral, a ser burguesa. Mientras que su condición de
explotado posee instintivamente una conciencia socialista, la opresión cotidiana
y la restricción de la lucha al campo del valor de la fuerza de trabajo, le
imponen permanentemente un horizonte estrechamente economicista. No nos vamos a
detener en esta polémica. Quisiéramos adelantar simplemente que la historia del
movimiento obrero en el siglo XX ha evidenciado, fortaleciendo la intuición de
Lenin, una relación mucho más compleja entre la fuerza social y su conciencia
política, e incluso exigiéndonos comprender el sentido social y la constitución
de la clase en su dimensión de lucha y politicidad (Sanmartino, 2004).
La contribución de Lenin
El aporte de Lenin fue la radicalización de la autonomía política como espacio
de articulación de los intereses históricos de clase allí donde la explotación
social impide o bloquea una autoconciencia real de sí. Lenin no deposita en los
intelectuales la tarea de representar al proletariado, no constituye un partido
de la inteligencia burguesa ‘exterior’ a la clase, sino que alcanza la
conciencia de clase, como diría Hegel, como un ‘universal concreto’, mediante la
negación teórico-práctica de la conciencia ordinaria inmanente a la pobreza del
mundo fabril, e incluso a la precaria lucha sindical. El partido lo forman no
sólo intelectuales sino y sobre todo trabajadores, pero participan en el partido
tal como dice Gramsci en tanto intelectuales orgánicos. Lenin es profundamente
anti-populista, puesto que le niega al "hombre común", e incluso al luchador
social el privilegio de poseer una praxis revolucionaria y estar más próximo a
la verdad de sus necesidades por el simple hecho de vivir más próximo en el
mundo práctico-utilitario que el intelectual o el filósofo. Para él esa práctica
laboral o incluso la lucha inmediata sólo puede ser praxis reflexiva y
transformadora si se introduce y se media gracias a la teoría y la organización
colectiva. Como lo explicó Sánchez Vázquez "Sin trascender el marco de la
conciencia ordinaria no sólo no es posible una verdadera conciencia filosófica
de la praxis, sino tampoco elevar a un nivel superior –es decir creador- la
praxis espontánea o reiterativa de cada día" (Sánchez Vázquez, 2003, Pág. 31).
Es este metabolismo social mediado el que posibilita acceder a la conciencia de
clase socialista, a grados superiores de organización, es decir al
concreto-universal. Es esta negación, este ‘espíritu de escisión’ leninista la
que facilita mediante la interrelación metabólica de la clase y el partido, la
participación del proletariado con conciencia de clase (como tribunos del
pueblo, como socialdemócratas) en la vida política nacional. Lenin no niega la
acción espontánea revolucionaria de las masas. La tarea del partido como
intelectual colectivo consiste en articular un proyecto revolucionario,
generalizar y procesar teóricamente la experiencia de la lucha de clases pasada
e inscribir las luchas locales y particulares, fragmentadas, en una perspectiva
totalizadora, histórica. En este sentido Lenin percibe mejor que Rosa Luxemburgo
y Trotsky los medios para alcanzar esos resultados. Aunque sus denuncias del
peligro sustituísta y totalitario fueron clarividentes, esto no significa que
sus perspectivas fueran en sí correctas o que el posterior proceso de
burocratismo estatal fuera un producto destilado de la "teoría leninista de
partido". En definitiva, en 1904 ellos no lograron comprender las mediaciones
gracias a las cuales podía estructurarse un bloque social y político que
consolidara y diera forma y dirección a la espontaneidad azarosa y voluble de
las masas, y más aún, a la continuidad socialista en períodos de depresión y
derrotas proletarias.
Lenin no da una vuelta de página sobre aquella definición histórica de que "la
emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", ni
pretende sustituir ‘a lo Blanqui’ a las masas. Fue conciente que un verdadero
partido revolucionario sólo podía surgir allí donde germinaran las condiciones
que hacían posible un movimiento obrero "verdaderamente de masas" y
"verdaderamente revolucionario", sólo que concibió su desarrollo en una
dialéctica de masas y partido que representó un cambio en la forma en que esta
relación había sido concebida en el siglo XIX.
Como el marxismo para Lenin es la ‘ciencia de lo concreto’ no hay tampoco aquí
un modelo universal de partido. Que los desplazamientos entre el ser social y la
conciencia puedan expresarse de manera más compleja que la que parecía evidente
en el siglo XIX, no autorizó a Lenin a recetar al movimiento socialista de la
época alguna fórmula definitiva; después de todo, sin la disposición de masas a
la lucha revolucionaria no hay ni puede haber acontecimiento revolucionario. El
Que Hacer está restringido, por este motivo, a una polémica muy precisa,
que en realidad no tiene un efecto real más que durante dos años y algo más,
hasta que un ascenso de masas y la formación de los soviets le exigen un
tratamiento mucho más ‘luxemburguiano’ de la cuestión de la socialdemocracia
rusa, e incluso, no hay que olvidarlo, pensaba que el partido Alemán, tan
distinto a las medidas propuestas en su folleto de 1902, era un ‘modelo’ para
los socialistas.
Este ‘desplazamiento’ de las correspondencias entre los agentes, la asimetría y
desigualdad en las formas sociales y políticas de representación se manifestaron
con particular intensidad en la atrasada Rusia, que como Trotsky demostró, era
la síntesis específica de una combinación de factores económicos y sociales
desiguales. No por casualidad muchos críticos han denunciado esta teoría del
‘eslabón débil’ y la ‘oportunidad estratégica’ como una respuesta asiática y
antimarxista, y a la revolución que nació de ella como prematura. Algo de esta
naturaleza anti-marxista hubo en la revolución del ’17, que como dijo Gramsci
fue "contra El Capital", y que como toda revolución jamás podría llegar a tiempo
ni alcanzar la madurez perfecta.
La superación de la correlación socio-política entre la clase y el partido que
Lenin lleva a cabo facilita un tratamiento enteramente distinto de la
construcción partidista como una esfera especial y distintiva, vinculada si,
pero no ajustada directamente a los avances y retrocesos del movimiento social.
Es este marco conceptual más general el que permite a Lenin abordar las
cuestiones partidistas de manera autónoma y específica. Pero también engendra,
como dijimos, nuevos peligros, puesto que una concepción hipostasiada de la
‘ruptura’ entre la clase y el partido desemboca en la independencia e incluso la
subordinación del movimiento al partido y la transformación del mismo en el
representante inequívoco, definitivo de la clase y el depositario del saber y la
experiencia, tal cual la hemos conocido en la monstruosa degeneración anti-socialista
que fue el estalinismo. En esta lógica se inscribe las concepciones estalinistas
que han deducido de Lenin y el Que Hacer una concepción burocrática e
incluso policial del partido.
Si estamos obligados a discutir seriamente el balance y el legado de los aportes
de Lenin y el socialismo de comienzos de siglo, es justamente porque junto a sus
beneficios y cualidades, vigentes al día de hoy, no se puede obviar los peligros
que engendra como embrión del partido autoritario. Qué este punto sea azuzado
por la derecha liberal y el reformismo no significa que podamos soslayarlos. Que
el estalinismo no sea la continuidad natural del bolchevismo, que su imposición
y triunfo en la URSS sólo se haya podido consolidar sobre la base de una guerra
civil al interior del partido y la sociedad contra la oposición (Trotsky, 1935;
Broué, 1973a), no significa que el estalinismo no se haya servido de muchos
procedimientos, métodos y formas de acción políticas que, en un nuevo paradigma
social y político dominado por una burocracia de estado ajena a los intereses
históricos del proletariado, haya servido para fines de represión y opresión.
Algo parecido sucede en el campo anti-estalinista. ¿Qué Lenin debemos resaltar?
¿Qué costado, qué momento de la historia bolchevique precisamos destacar? ¿El
que supo aprender de las masas en los soviets, el de la intransigencia en los
fines perseguidos y flexibilidad táctica y organizativa, el de la astucia y
perspicacia en los momentos críticos de la toma del poder? ¿El Lenin libertario
del Estado y la Revolución, y el que denuncia las tendencia a la burocratización
del partido al final de su vida? O por el contrario aquel que desprecia durante
meses los soviets de 1905, de las expulsiones del extremismo bolchevique de
1910, el que avala la separación de líderes alemanes o italianos en la
Internacional Comunista y prohíbe las fracciones y los grupos en los terribles y
excepcionales días de 1921? ¿El democrático y pluralista revolucionario o el
monolítico y autoritario conspirador? Los héroes míticos se encuentran sólo en
el género de la literatura fantástica, no en el de la historia viva.
Encontraremos rastros de ambas perspectivas, fruto de las contradicciones y
vicisitudes de la historia de aquel período. Pero en la medida en que encaramos
un balance, una evaluación de su legado, no es posible hacerlo mediante sumas y
restas. Sobre todo porque la recuperación histórica está impregnada de lucha
teórica y política. ¿Fue el bolchevismo, como método, cómo sistema político, un
movimiento monolítico, sectario y organizativamente implacable? Nuestra
respuesta es que no, aunque Lenin haya atravesado períodos monolíticos y
sectarios.
En el campo de las corrientes revolucionarias anti-estalinistas, la experiencia
del bolchevismo ha sido el fundamento teórico y práctico de la construcción de
sectas sin conexión con las masas y con las corrientes y tendencias socialistas,
basados en un centralismo democrático formal y monolítico; una concepción más
próxima a la escuela de Amadeo Bordiga en la Italia de la primera posguerra que
a la experiencia esencial de la corriente bolchevique y del comunismo europeo
luego de la revolución rusa.
No hay, como en la mitología, un "monstruo de mil cabezas", aunque en este caso
diversas facetas a la luz de las cuales es posible extraer las más dispares
conclusiones teóricas y prácticas. Debemos saber si en la experiencia práctica
del bolchevismo y en las concepciones políticas de Lenin podemos encontrar una
dominante política de masas, pluralista y libertaria que nos ofrezca no un
modelo, ni alguna fórmula, sino elementos y experiencias que nos sirvan para
acometer los desafíos que el socialismo revolucionario tiene por delante.
Nosotros vamos a rescatar al político socialista que aspira a construir un
auténtico partido revolucionario de la clase trabajadora, no una secta
auto-celebrada; al revolucionario que no se ata a ninguna fórmula universal,
fuera del tiempo y lugar, ni cae en el normativismo abstracto, sino que persigue
sus fines mediante el análisis concreto de la situación concreta y utiliza para
ello las herramientas y las materias primas que tiene a disposición. Al creador
heterodoxo que piensa con su propia cabeza y destroza todo lo establecido si es
necesario, abandonando a su suerte a los ‘monasterios socialistas’ donde muere
toda posibilidad de revisión crítica del dogma establecido.
Pero pongámonos de acuerdo, no es este el Lenin que sobrevive entre la mayoría
de los militantes revolucionarios que hemos atravesado el desierto de las
últimas dos décadas. El espectro de Lenin pareció abonar más nuestro propio
aislamiento y doctrinarismo, en un período en el que parecía que sólo podíamos
remitirnos a manuales y recetas del pasado, más que a construir por nosotros
mismos los instrumentos teóricos necesarios sobre la base de la nueva realidad
social y política. La izquierda política argentina está más huérfana que nunca
de una revisión crítica y científica del mundo en que vivimos, tan distinto
social y políticamente del que conocieron y criticaron Lenin y Trotsky.
Este Lenin de "fin de siglo" puede aparecer como una barrera de defensa ante la
deserción y la moda antimarxista, aunque no es suficiente adversario, puesto que
expresa sobre todo el debilitamiento y la crisis del movimiento socialista
revolucionario, golpeado por las derrotas y el retroceso inaudito de la
experiencia socialista en la conciencia de las masas.
Quizá ahora, en el nuevo período que lentamente parece comenzar a despuntar,
parece más oportuno la tarea de sanear y redescubrir las aportaciones de la
experiencia del bolchevismo y la Internacional Comunista, en vistas de la
apuesta activa y militante hacia una recomposición teórica y política del
socialismo revolucionario.
Parte 2: Mito y realidad del "leninismo"
El mito del "partido bolchevique"
Una característica esencial de muchas corrientes de posguerra fue la adopción
del leninismo como ideología de lo que denominamos el proto-partido, es
decir, un núcleo de revolucionarios que piensan poseer un auténtico partido, que
con su programa definitivo y organización acabados sólo les resta, mediante ‘una
política justa’ estrechar el abismo que existe entre ellos y las masas. Esta
evolución del organismo embrionario hacia la plena madurez atraviesa períodos
inexorables: nace como grupo o círculo, se desarrolla a un segundo nivel como
"grupo de propaganda" y si logra atravesarlo eficazmente ya se puede
auto-titular como un "partido de vanguardia". En el medio pueden darse formas
inacabadas o transicionales, para el caso un "grupo de propaganda con influencia
en la vanguardia" o alguna otra denominación. En todos los casos la aspiración
es llegar a ser un "partido con influencia de masas". Para los más
"sofisticados" esto no podría llegar a darse "linealmente", sino mediante
"avances y retrocesos", es decir mediante "rupturas" (depuraciones de los
elementos de oposición no digeribles por la dirección) y "fusiones", es decir la
unidad de otros grupos e individuos que ingresan a la corriente revolucionaria
(en la mayoría de los casos "rompiendo con sus antiguos dirigentes" y
eventualmente "girando a la izquierda", es decir hacia las "posiciones
revolucionarias" propias).
Para algunos esto puede ocurrir gracias a la crisis capitalista permanente que
empuja a las masas en su propia dirección. Para otros se consuma definitivamente
en la tribuna de los soviets. En cualquier caso esto exige que, como lo
describió agudamente Hal Draper, el mini-partido, hasta que las masas ‘lo
encuentren", actué como si lo fuera, y consolide estructuras organizativas
propias a veces durante décadas. Haciendo una revisión de los grupos
revolucionarios de la posguerra en 1970 Draper escribió que: "hay una falacia
fundamental en la idea de que el camino de la miniaturización (imitando un
partido de masas en miniatura) es el camino al partido revolucionario de masas.
La ciencia prueba que la escala en la que vive un organismo vivo no puede
cambiarse arbitrariamente: los seres humanos no pueden existir a la escala de
los liliputienses o los brobdingagenses, pues sus mecanismos vitales no podrían
funcionar. Las hormigas pueden cargar 200 veces su propio peso, pero una hormiga
que midiese seis pies no podría levantar 20 toneladas, incluso aunque pudiera
existir en algún monstruoso modo. En la vida organizativa, esto también es
cierto. Si se intenta crear una miniatura de un partido de masas, no se consigue
un partido de masas miniaturizado, sino un monstruo. La razón básica es la
siguiente: el principio vital de un partido revolucionario de masas no es
simplemente su programa completo, que puede copiarse sin más que un
activista mecanógrafo y puede ser ampliado o reducido como un acordeón. Su
principio vital es su involucramiento integral como una parte del movimiento de
la clase obrera, su inmersión en la lucha de clases no por la decisión de un
Comité Central, sino porque vive en ella. Este principio vital no puede imitarse
o miniaturizarse; no se reduce como un dibujo animado ni se encoge como una
camisa de lana. Como una reacción nuclear, este fenómeno se produce únicamente
cuando existe una masa crítica, por debajo de la cual el fenómeno no es menor,
sino que desaparece" (Hal Draper, 2003) . Esta idea da en el centro de la
concepción según la cual se tiene un partido por el simple expediente de poseer
un programa e incluso una tendencia de revolucionarios, hipostasiando el Que
Hacer e independizando las estructuras partidistas del movimiento real de
las masas y olvidando que un partido es tal cuando su existencia depende de
fuerzas sociales e históricas. Esta idea evolucionista vulgar está en la raíz de
la concepción facciosa del partido, cuya máxima expresión es el mini-partido,
concepto que definió y hemos tomado de Draper. Esto no implica, sin embargo,
adoptar un curso invertido, es decir, abandonar todo intento de construcción
partidista a las fuerzas contingentes de la historia. Esto lo llevó a Draper en
el mismo texto a dibujar un Lenin literato y al bolchevismo sólo como un círculo
de ideas, y aunque en parte la Iskra cumplió ese papel, es imposible reconstruir
la historia del bolchevismo sobre la base del Lenin literario, del escritor
revolucionario o incluso de la dirección por ideas, que podría corresponder más
a la figura del trabajo de Luxemburgo en Alemania anterior a 1917. La ansiedad
de Draper por delimitarse del trabajo sectario de los grupos americanos lo
condujo a subestimar al Lenin constructor, es decir, al fabuloso luchador
político y arquitecto de tendencias y fracciones. La idea literaria conduce a
rechazar incluso la organización de militantes obreros en corrientes políticas,
y necesitamos precavernos de esa imagen un poco angelical de la formación del
marxismo ruso. Necesitamos, en consecuencia, precisar los límites de nuestra
crítica, tanto al mini-partido sectario, como al simple circulo director.
Asegurada esta delimitación, el concepto del partido liliputiense y la exigencia
de una masa crítica pueden ser de mucha utilidad.
Muchas corrientes que poseen una existencia independiente han buscado por sus
propias fuerzas su propia masa crítica, incluso llegando a grados absurdos de
miniaturización, en el que mini partidos con un puñado o un par de decenas de
obreros han pretendido refundar una tendencia clasista en el movimiento o
dirigirse a las masas "por sobre los aparatos", es decir, independientemente de
las demás corrientes revolucionarias.
Esta concepción lineal, desde la semilla hasta el árbol, requiere un complemento
organizativo, en la delimitación estricta con respecto a los grupos adversarios.
En el micro-partido, la unidad ideológica debe ser absoluta, sin fisuras. ¿No
había expulsado Lenin a los Otzovistas por rechazar el dudoso materialismo
dialéctico que defendían Lenin y Plejanov en 1910, acusando a la oposición
izquierdista de misticismo? ¿No se debía extraer de la experiencia bolchevique
la idea de que no se podía tener contemplación para quienes se "desviarán un
milímetro en la teoría"?
Las fronteras organizativas, son por lo tanto fundamentales, puesto que
"delimitan" los revolucionarios de los centristas y reformistas, separación que
se establece no en la realidad viva de la revolución, en los momentos decisivos,
sino que se formaliza mediante divergencias programáticas o a veces incluso en
cuestiones menudas, de tradición o simplemente de aparato.
Esta tensión real de los períodos no revolucionarios, hace de las sectas
revolucionarias factores de continuidad programática y política del socialismo
revolucionario, cuando las masas carecen de conciencia de clase y son
indiferentes incluso a la participación política. Pero ellas caen a menudo, como
ocurre en la actualidad, en la degeneración sectaria más palpable al transformar
la situación de aislamiento en una condición de desarrollo partidario y el
sectarismo es identificado con la claridad de doctrina.
Cómo nació la fracción de Lenin
Cuando Lenin entabló la lucha por constituir un partido socialdemócrata de toda
Rusia no lo hizo separado del movimiento socialista real. Luchó contra la
tendencia economicista, puesto que ningún partido político podría fundarse
sólidamente sobre la base de la subestimación de la lucha política o lo que es
peor depositando las tareas políticas contra el régimen zarista en los líderes
de la burguesía liberal. En segundo lugar batalló contra las tendencias
disgregadoras de los círculos locales y regionales que carecían de un horizonte
político mayor. Esa unidad no podía hacerse legalmente y por lo tanto la
condición para la existencia de un partido tal era la clandestinidad y una
dirección exterior en Europa, un periódico centralizador, revolucionarios
profesionales y células dirigidas desde arriba para impedir o limitar el
accionar policiaco del régimen. Aquellos que quieren dar la visión de que los
bolcheviques se separaron de los mencheviques en 1903 sobre cuestiones
programáticas o incluso de divergencias estratégicas ocultas bajo la polémica de
los estatutos, no alcanzan a explicar los acuerdos programáticos fundamentales a
los que habían llegado todas las tendencias reunidas en dicho congreso o el
hecho de que Plejanov y todo el viejo grupo dirigente de Iskra tuvo unanimidad
de criterios frente a los economistas. En el prefacio que Lenin escribió con
motivo de una compilación nunca aparecida titulada 12 años, afirma que "antes
de la revolución, el Partido socialdemócrata se había elaborado un programa,
aceptado formalmente por todos los socialdemócratas, y, aunque introducía en
este programa modificaciones, no se escindía por cuestiones programáticas" (Lenin,
2004, Pág. 10).
Es verdad que el primer capítulo del Qué Hacer denuncia el oportunismo de
Berstein y de la llamada ala revisionista. Pero esta denuncia es compartida por
la mayoría de los socialdemócratas rusos, incluidos la mayoría de los que
posteriormente serán denominados mencheviques. En los hechos Lenin al perder la
mayoría de Iskra y emprender la tarea del Pravda, no estaba pensando en un
‘partido aparte’ sino en un circulo directivo del periódico que centralizara la
labor política de los comités socialdemócratas en toda Rusia. Su misma fracción,
organizada luego de la ruptura con los mencheviques estaba lejos de ser
‘monolítica’, como lo atestiguan los debates posteriores.
Lo paradójico de la situación de 1905 y 1906, es que mientras la fracción
bolchevique cambia radicalmente sus formas organizativas, abriendo el partido,
la reunificación de 1905 se hace sobre la base de la aceptación menchevique de
los puntos estatutarios establecidos por Lenin en su texto de 1902.
Por supuesto se trata, como sostiene Shandro, no de eliminar las bases
partidistas de 1902, sino de una adecuación a la nueva situación en la que
incorporando las enseñanzas del movimiento espontáneo de masas en su análisis de
la lógica político estratégica de la lucha por la hegemonía, Lenin lograría
rectificar, mediante una nueva dialéctica concreta, la relación entre la
espontaneidad y la conciencia, entre el partido y el proletariado y el
campesinado revolucionarios (Shandro, 2002).
La unificación de partido y la lucha de tendencias
Para Lenin la organización común o independiente de las organizaciones de base
estaba conectada con las luchas ideológicas del momento. Aún antes de la
reunificación de 1906, muchos comités locales y células de empresas formadas por
nuevos militantes ingresados en el período revolucionario ya habían establecido
por su propia cuenta comités comunes entre mencheviques y bolcheviques. Lo que
demuestra que el bolchevismo no era ese fetiche de las células cerradas y
disciplinadas al Comité Central ‘delimitadas’ tajantemente de los otros grupos y
tendencias.
En el congreso de unificación 1905 veintiséis delegados de la antigua fracción
bolchevique, entre los que se cuenta Lenin, declaran que, "a pesar de sus
divergencias con la mayoría del congreso, se oponen a cualquier escisión y que
continuarán defendiendo sus puntos de vista con el fin de imponerlos dentro del
partido" (Broué, 1973a Pág. 58).
Para Lenin la fracción organizada dentro del partido unificado no es el embrión
de un nuevo partido sino "… un bloque para aplicar dentro del partido obrero una
táctica concreta (Lenin, 1960, Tomo XIII, Pág. 461).
La unidad y al mismo tiempo la existencia de profundas divergencias en torno a
cuestiones fundamentales introducía en el movimiento socialista ruso el tipo de
alas, característicos del movimiento socialista europeo, lo que para Lenin
imponía no restringir a las minorías, sino la necesidad de su existencia: "No
puede haber un partido de masas, un partido de clase, sin que se manifiesten con
toda claridad los matices fundamentales, sin lucha abierta entre las diferentes
tendencias" (Liebman, 1978, Pág. 74). Para él las divergencias, aún las de
extrema agudeza, facilitan no sólo la educación política del partido sino
incluso lo preservan de excesivas desviaciones, es decir, constituyen un
contrapeso político: "Consideramos como una importante conquista ideológica de
este congreso el deslindamiento claro y preciso entre el ala derecha y el ala
izquierda de la socialdemocracia. Una y otra existen en todos los partidos
socialdemócratas de Europa. Desde hace mucho tiempo se vienen perfilando también
entre nosotros. Un deslindamiento más preciso entre las mismas, una más clara
definición de aquello que origina las disputas, son una necesidad en interés de
un sano desarrollo del partido, en interés de la educación política del
proletariado y para preservar al partido socialdemócrata de excesivas
desviaciones del camino justo" (Lenin, 1960, Tomo X, Pág. 371 y 372).
La colaboración posterior con los mencheviques del partido, se explica
por tanto, no sólo como una maniobra táctica, sino también "como reflejo de la
convicción, expresada desde 1906, de que ‘hasta la revolución social, la
social-democracia presentará inevitablemente un ala oportunista y un ala
revolucionaria". Esta es la postura que defiende Inés Armand en Bruselas 1912:
"con la única salvedad de los liquidadores, todo social-demócrata tiene lugar en
un partido donde, en Rusia como en Occidente, deben coexistir elementos
revolucionarios y reformistas, pues sólo la revolución, en su calidad de
expresión definitiva del "desarrollo de la vida política", podrá separarles
nítidamente" (Broué, 1973ª, Pág. 76).
La cuestión del partido independiente era para Lenin una cuestión de oportunidad
y este sólo podía basarse en un análisis concreto de la situación, pero siempre
tratando de conectarse con el movimiento de masas. Cuando en junio de 1909 el
ala ultra-izquierdista de Bogdánov, apoyados por varios dirigentes bolcheviques
exige un congreso independiente, y la formación de un partido compuesto "sólo de
bolcheviques" Lenin lo rechaza categórico e incluso hace un llamado a todos los
elementos mencheviques pro-partido a realizar un congreso común.
La cuestión de la formación de un partido independiente propio, con organismos y
disciplina propia, más allá de que ese partido tenga 10 militantes o millones,
se sigue discutiendo hasta el día de hoy, incluso quizá con más fuerza, puesto
que cada una de las fracciones y micro-fracciones se han dado a la tarea de
formar un partido, o como dijimos, un proto-partido independiente de las otras
tendencias. Pero este criterio de secta, no tiene nada que ver con la forma en
que pensaba Lenin la construcción del partido, que se basaba en la flexibilidad
táctica, incluso, como veremos más adelante en el período "escisionista" de la
Tercera Internacional.
Análisis concreto de una situación concreta
Lo paradójico de la lucha de 1905 ha sido el hecho de que mientras la fracción
bolchevique se ha hecho en el campo organizativo más ‘menchevique’ y
‘trotskista’, flexibilizando e incluso en parte abandonando las premisas más
radicales del Que Hacer, en las filas de los mencheviques se habían
operado cambios en el sentido inverso: organizativamente se volvieron
‘leninistas’, aceptando las tesis del centralismo democrático, mientras que
políticamente se volvían permeables a la colaboración con los liberales,
llegando a considerar la revolución de diciembre como falsa y equivocada. Quién
ha sacado las conclusiones más moderadas al respecto ha sido –criticado incluso
por muchos mencheviques- el mismo Plejanov, para quién "la insurrección ha sido
un error". Lo que vuelve al caso más paradójico aún es el hecho de que fue el
mismo Plejanov el mejor aliado de Lenin en los años que le siguieron hasta 1911,
cuando se trató de preservar al partido en el período contrarrevolucionario,
tanto de los liquidadores mencheviques que rechazaban el trabajo clandestino
como del izquierdismo anti-parlamentarista de la fracción bogdanovista
bolchevique. ¿Cómo pudo Lenin formar bloque en el POSDR con quién según él mismo
creía "repudiaba veladamente la insurrección" mientras expulsaba de su propia
fracción a aquellos que coincidían en lo fundamental con las tesis
insurreccionalistas? La explicación parece estar en el hecho de que Lenin no
apunta a cuestiones abstractas y programáticas generales (el balance de la
revolución), sino a las medidas concretas que repercuten y tienen un valor
efectivo, inmediato, tanto para el movimiento de masas como para la
socialdemocracia. Lenin apunta a la tarea fundamental, preservar el partido y
reforzar tanto el trabajo legal como el ilegal. El acuerdo con Plejanov tiene
ese sentido tan característico de Lenin, que nacía de la comprensión de las
tareas precisas de determinada etapa histórica y que estructuraban sus
coordenadas políticas y su sistema de alianzas.
No era un acuerdo de "principios" generales, ni estuvieron basados en "tesis
programáticas" sino en principios específicos, basados en las posiciones
pro-partido de Plejanov. Para Lenin se trataba de "…un acuerdo sobre la base de
la lucha por el partido y por el partidismo contra el liquidacionismo, sin
ninguna clase de compromisos ideológicos, sin ningún ocultamiento de las
divergencias tácticas u otras dentro de los límites de la línea de partido". (Lenin,
1960, Tomo XVI, Pág. 96).
Partido orgánico
El bolchevismo como fracción revolucionaria aún cuando era una "insignificante
minoría", formaba parte de la vida política de las masas justamente por
representar el ala izquierda del POSDR. Para sus dirigentes, era impensable una
formación monolítica, sin debates y contrastes en cada uno de los congresos, sin
alas y tendencias permanentes.
Su objetivo no es el de desenmascarar y romper a plazo fijo la organización,
sino el de imponer sus propias ideas y métodos al conjunto del partido. En ese
sentido no hay ni rastros de lo que después se conocería como la "táctica
entrista", que reconoce por anticipado su contenido exterior y conspirativo.
Los durísimos choques entre fracciones y corrientes de la socialdemocracia
constituían una forma del metabolismo político del socialismo ruso, puesto que
cuando no había acuerdos o fuerzas suficientes para definir en forma definitiva
un curso de acción a favor de una o otra postura, era la lucha de grupos y su
contraste con la lucha de clases real la que permitía algún curso de acción
definido.
La capacidad del bolchevismo de volverse una corriente genuinamente popular se
debe, no solo a la "corrección de la política", sino a que eran parte del
partido que las masas veían como propio, es decir, que poseían una
tradición y un enraizamiento en la cultura política de las masas que no puede
suplantarse por ninguna táctica de "desenmascaramiento" y de delimitación con
las alas oportunistas, por más justa que sea desde el punto de vista de los
principios. Ese elemento de tradición es fundamental porque marca una
continuidad entre dos períodos reaccionarios y preserva en la memoria de las
masas la identidad política que un partido revolucionario, hoy virtualmente
proscrito y desaparecido en la vida política nacional, emerge mañana con la
fuerza de un volcán. En la historia del movimiento socialista este proceso ha
sucedido con frecuencia, como se pudo comprobar con el auge socialista luego que
se levantaran las leyes antisocialistas de Bismarck en Alemania a fines del
siglo XIX y en una escala mayor con el Partido Comunista Italiano dominado por
los estalinistas, que de la virtual desaparición bajo el gobierno de Mussolini,
emerge como el gran partido dirigente de la resistencia, ganando a cientos de
miles de nuevos militantes en pocos meses. El concepto de partido o fracción
orgánicos puede servir para clarificar la diferencia esencial que existe
entre un grupo aislado de revolucionarios para los cuales es fundamental
encontrar un camino a las masas, o una fracción o partido conectada con la
tradición y las aspiraciones por lo menos de un sector de la clase obrera y los
explotados. El número por supuesto es fundamental, pero no lo decisivo. Esta
cuestión que parece crucial habría que estudiarla de acuerdo a las
particularidades de cada una de las formaciones nacionales.
Monolitismo y régimen de partido
Detrás de la "homogeneidad ideológica" y la "unidad política", se ha querido ver
una corriente bolchevique sin fisuras, un partido que siempre vota por
unanimidad. En este espejo se miran muchas organizaciones de la izquierda
revolucionaria.
No hay nada más lejos de la realidad que esta versión estalinizada del
bolchevismo. Aunque en el terreno de las corrientes anti-estalinistas siempre se
ha luchado contra el autoritarismo y el despotismo político de los partidos
comunistas, en el régimen interno se tendió a repetir el monolitismo y
unanimidad políticas características. Aunque se reconoció formalmente en sus
estatutos las garantías democráticas y los derechos a formar agrupamientos
especiales, en los hechos las desavenencias terminan en expulsiones o rupturas,
en nombre de la lucha contra el oportunismo o las desviaciones pequeño
burguesas, mientras que esos estatutos y garantías no tienen más solidez que la
interpretación de la dirección oficial. Salvo alguna que otra excepción, el
funcionamiento corriente de los grupos y sus direcciones se garantiza mediante
la unanimidad no sólo en cuestiones de táctica, sino incluso en lo que respecta
a la teoría, las previsiones económicas y el carácter de los gobiernos, las
situaciones y en algunos casos hasta en cuestiones de arte, moral y ciencia.
Desde la crisis del movimiento comunista en los años ‘30, las corrientes
revolucionarias han tendido a reproducir estas prácticas. A falta de un
movimiento revolucionario de masas auténticamente popular, los grupos deben
reproducir en su propio interior condiciones revolucionarias intelectuales y
morales que no existen en la realidad. Gramsci había dicho que toda asociación
política necesita de cierta ética común compartida por sus miembros. Pero
destacaba la diferencia sustancial entre el partido político y lo que él
denomina mafia o familia. Mientras que en la mafia la comunidad
que los une se vuelve un fin en sí mismo, porque el interés particular se pone
como interés universal, confundiendo la ética y la política, el partido como
intelectual colectivo no se concibe como algo definitivo, sino como un medio y
en consecuencia expande sus intereses hacia diversos grupos sociales, es
universalista y aunque sus miembros comparten determinada ética, ella no se
confunde con la política, como ocurre en los lazos de familia (Gramsci, 1955).
Es la crítica y la batalla de ideas la que se impone y no la fidelidad a los
lazos de la "comunidad de los que participan". Esa es la explicación
concomitante de que la figura del jefe y su autoridad como argamasa de la
familia o comunidad sea fundamental. La cohesión interna descansa en la
estabilidad del dirigente, frente al cual el cuestionamiento y la oposición se
perciben como destructoras no de tal o cual liderazgo, sino de la organización y
del colectivo mismo. Todo grupo marxista aislado de las masas corre el riesgo de
volverse particularista, pero tampoco aquí existe alguna ley fatalista e
inevitable y la cultura política y la concepción de la relación entre los fines
y los medios ejerce influencia en la política práctica.
Este fenómeno social no hay que confundirlo con el más amplio y abarcativo
proceso de burocratización de las estructuras de la sociedad moderna, y mucho
menos aún con la separación entre representado y representante desde Hobbes a
nuestros días. Que este impulso está inscripto en toda institución sumergida en
la sociedad clasista es un hecho incuestionable incluso para aquellos
anarquistas y autonomistas que pretenden el ejercicio de la horizontalidad, pero
que inevitablemente fracasan en impedir la formación de jerarquías o liderazgos
en sus propios movimientos. En ese caso se trata de decidir si esos liderazgos
inevitables en toda sociedad política, estarán sometidos a la voluntad colectiva
y autoorganizada o si se ejercerá más allá de la misma. En ese sentido la
organización centralista democrática, en tanto conduce al equilibrio dinámico
entre la decisión colectiva y la eficacia práctica, aún no ha sido superada.
En el micro-partido el progreso de la organización descansa en la estabilidad
del poder del liderazgo. Es ese factor el que impide traspasar las barreras
invisibles del formalismo estatutario y por el cual toda tentativa de
cuestionamiento efectivo se hace insoportable e incluso es considerado con
sospecha y desconfianza, hasta que la lucha abierta transforma a la oposición en
un factor inasimilable. Sólo el choque de las más diversas tendencias
revolucionarias, expresando los matices ideológicos y políticos que nacen como
expresión de una realidad muy compleja puede ser efectivo para contrarrestar los
liderazgos despóticos en las pequeñas corrientes de conducción única, pero aún
así, la experiencia demuestra que hace falta una voluntad y concepción política
que faciliten un régimen político de partido y no de camarilla. En ese sentido
el régimen está en conexión íntima con el contenido político, determinando la
distancia que separa al partido orgánico del micro-partido.
A su vez esta distinción puede servir para deslindar la labor partidista de
Lenin. El bolchevismo rara vez ha padecido el unicato y la unanimidad, puesto
que tanto en su propia fracción como al interior del POSDR formó parte del arco
iris de agrupamientos y tendencias políticas que germinaron al interior del
socialismo ruso y europeo.
Es verdad que también Lenin se ha salido con las suyas en la mayoría de las
oportunidades, y sobre todo en los momentos decisivos. Sin embargo ha sido
minoría no sólo dentro del POSDR sino también en la misma fracción bolchevique,
algo impensable para la dirigencia de los grupos actuales y desconocido por las
nuevas generaciones de militantes socialistas. Ya hemos visto que la
reunificación de 1906 lo dejó en minoría en las filas del POSDR, pero también
dentro de la organización bolchevique, por ejemplo a propósito del boicot a la
Duma. Cuando Lenin decide dar lucha contra los "otzovistas" antiparlamentarios y
anti-legalistas se encontró con una oposición considerable dentro de su propia
fracción. Aunque la conferencia de París de agosto de 1909 se saldó con el
triunfo de las posiciones de Lenin, no hubo una sola votación en la que no se
hayan registrado votos contrarios y muchas abstenciones. (Woods, 2003, Pág.
398). En este período encuentra mayor oposición en su misma fracción que entre
los delegados letones y polacos. Sus antiguos y más estrechos colaboradores eran
otzovistas y una gran cantidad de otros dirigentes de importancia, como Kamenev
eran "conciliadores", es decir, no estaban dispuestos a encabezar la lucha
"filosófica" contra los izquierdistas y se inclinaban por alcanzar acuerdos
dentro y fuera de la fracción. En relación a la búsqueda de recomponer la unidad
partidista ya casi rota en los hechos "Trotsky estuvo realmente a punto de
conseguirlo. Muchos dirigentes bolcheviques estaban de acuerdo con él en la
cuestión de la unidad (…). Los bolcheviques Rojkov y Noguín eran conciliadores.
(…) Así eran Zinoviev y Kamenev. La popularidad del periódico de Trotsky entre
los trabajadores en Rusia hizo que varios dirigentes bolcheviques se declararan
a favor de la utilización del Pravda para conseguir la fusión de los
bolcheviques con los mencheviques pro-partido. En la reunión de París del Comité
de Redacción de Proletari, Kamenev y Zinoviev, ahora estrechos
colaboradores de Lenin, propusieron cerrar definitivamente Proletari y
que Pravda se convirtiera en el órgano oficial del Comité Central del
POSDR. Tomsky y Rikov también apoyaron esta postura. La propuesta fue aprobada
con la oposición de Lenin." (Woods, 2003, Pág. 413). A principios de 1910 Lenin
vuelve a perder frente a las tendencias unitarias y a la reorganización conjunta
de la dirección en Rusia con elementos mencheviques, operación encabezada por
Noguín, y que expresaba una tendencia a la unidad en el seno de los
trabajadores, que Lenin cree obligado a contrabalancear en una irreductible
lucha contra lo que denominaba conciliacionismo. Incluso, a pesar de las amargas
protestas de Lenin los bolcheviques decidieron entregar sus fondos financieros
en tenencia a una comisión de la Internacional Socialista a petición de los
mencheviques, a favor de un último intento de unidad. Puede decirse que hasta
1912, cuando fracasan las propuestas de unificación y Plejanov se aleja del
bolchevismo, las vacilaciones de Lenin en relación a la unidad lo colocaron en
una lucha sorda y muchas veces en minoría. Lo mismo puede decirse frente a la
cuestión del poder y el gobierno de los soviets desde febrero de 1917, y luego
de la revolución ante la paz de Brest Litovsk en 1918 en la que la dirección
bolchevique se divide en tres tendencias distintas, la cuestión de los
sindicatos frente a Trotsky y Riazanov, la guerra de Polonia, el problema
nacional y muchas otras cuestiones, algunas de vida o muerte para la revolución.
El partido monolítico ha sido un mito, y la "unidad" en torno a la "línea de
partido" y la "disciplina de hierro" transformadas en caricaturas con la
estalinización de la Internacional comunista permanecieron como tradición de
todo el movimiento comunista posterior.
Balance provisorio
Liebman asegura, en su documentado trabajo, que el inicio de la reacción luego
de la derrota de la revolución hacia 1907 le impone a Lenin, por el peso de la
realidad, un curso cada vez más sectario, autoritario y monolítico. En los
hechos el bolchevismo vuelve a las fuentes de Qué Hacer, impulsado por el
período de reacción, la clandestinidad, el hiper-centralismo y con él las
expulsiones, la intransigencia desmedida y los métodos inaceptables. Liebman
afirma que el período de descomposición, fraccionamiento, deserciones y
suicidios impusieron a Lenin una vuelta al partido monolítico como única manera
de sobrevivir. "Lenin no reconoció derechos reales en el seno del partido a
ninguna de esas corrientes. Más bien al contrario, surgió un primer intento de
imponer en el partido una línea rígida y de introducir el monolitismo. Las
excomuniones sucedieron a las diatribas y algunos procedimientos, que los
herederos del leninismo iban a imponer y llevar hasta el paroxismo, tienen su
origen en este período en que el partido leninista naciente se redujo a una
secta". (Liebman, 1978, Pág. 80). Estos rasgos característicos, para Liebman,
del sectarismo, "eran la consecuencia de una realidad objetiva: después de su
período de expansión y de apertura, la organización leninista, volviendo a sus
postulados del principio y acentuándolos reafirma los principios de
centralización y clandestinidad de antes de la revolución de 1905". (Liebman,
1978, Pág. 80).
A pesar de todo, incluso bajo el período de retroceso y descomposición, las
luchas de tendencia no dejaron nunca de existir, y sería difícil asimilar la
tradición del bolchevismo a muchas corrientes actuales que no han visto o han
eliminado de un plumazo cualquier agrupamiento interno, a veces durante más de
20 o 30 años.
No se trata de negar los excesos de Lenin en el período contrarrevolucionario e
incluso su justificación doctrinaria. Así, la lucha filosófica contra la
extrema izquierda parece desde hoy un exceso, no por la evaluación que tenemos
de su libro Materialismo y Empiriocriticismo, que parece hoy francamente
más materialista que marxista[7], sino porque instaló el debate entre filosofías
en el centro de la lucha fraccional, algo que él mismo juró que deploraba. O por
el hecho de que terminó expulsándolos de la fracción bolchevique e insinuando
que debían serlo también del POSDR, aún cuando nunca pudo negar sus acuerdos
estratégicos comparados, por ejemplo, con lo que tenía con Plejanov. No pueden
dejar de mencionarse tampoco los procedimientos posrevolucionarios,
fundamentalmente la prohibición de fracciones, aunque no puede dejar de decirse
que había sido dictaminada por circunstancias excepcionales, lo cual no deja de
ser un error que luego jugaría en contra del mismo bolchevismo asediado por la
burocracia policial estalinista. Sin embargo, el hecho de que sus seguidores los
han tomado como método permanente parece constituir una ruptura radical con la
experiencia y la vida real y efectiva del bolchevismo y del POSDR. Porque en los
hechos la vida política del socialismo ruso estuvo plagado de corrientes
internas y luchas ideológicas y políticas que fueron una verdadera escuela de
masas donde se educó el proletariado ruso.
Debatiendo sobre el régimen interno del partido, Trotsky recordaba que en el
bolchevismo "la vida ideológica del partido no podría concebirse sin
agrupamientos provisionales en el terreno ideológico. Hasta el momento todavía
no ha descubierto nadie otra forma de proceder; quien ha intentado hacerlo sólo
ha logrado demostrar que su receta no servía más que para sofocar la vida
ideológica del partido" (Trotsky, 1977, Pág. 220).
Fue el mismo período intenso de la lucha de clases, dos revoluciones en menos de
13 años, ascenso y caída de las luchas y las huelgas, la diversidad de los
métodos de lucha y la sofisticación de la política socialista del momento la que
alimentó la amplia democracia interna y la disputa abierta de ideas en el
movimiento socialista. Incluso después de la toma del poder las luchas internas
fueron dramáticas y a pesar de la prohibición de fracciones jamás dejaron de
formarse distintos agrupamientos. El último bloque formado por Lenin tuvo como
socio a Trotsky, unidos contra las tendencias crecientes de Stalin y su
camarilla al centralismo gran ruso y al burocratismo (Lewin, 1970, Pág. 50), así
como frente a la política de comercio exterior (Deutscher, 1970). Sólo con la
muerte de Lenin y el ascenso de la camarilla estalinista se consuma la teoría
del partido monolítico y sólo la bolchevización posterior impuso la
regimentación de todos los partidos comunistas bajo dirección del PCUS.
Parte 3: Mito y realidad de la Internacional Comunista
La idea de que luego de la revolución rusa y la primera guerra mundial hemos
entrado en la época de guerras y revoluciones es el fundamento de la política
inmediata de la Internacional Comunista, basada en la idea de la inminencia de
la revolución. Esta percepción inspiró a los partidos comunistas nacientes a una
lucha implacable contra los viejos partidos reformistas y a denunciar a las
formaciones intermedias o centristas, en la creencia de que sólo la más radical
intransigencia respecto a las viejas organizaciones, podría forjar partidos que
se dirigieran a la lucha por el derrocamiento del orden burgués y no, como lo
había revelado la experiencia alemana, hacia su preservación. Esta experiencia,
impulsada por los efectos de la revolución rusa, empujó por primera vez a los
más decididos revolucionarios a abandonar las formaciones consideradas
reformistas y centristas, para constituir, iluminados por el desafío inmediato
de hacer la revolución en Europa, organizaciones independientes.
En la base de la fundación de la Internacional Comunista están las 21
condiciones, que exigían la ruptura con el reformismo y el semi-reformismo y el
centralismo internacional. Se pensaba una organización para el combate
inmediato, quizá algunos meses, en los que la lucha revolucionaria decidiría no
sólo la suerte de Europa occidental sino también de la joven revolución rusa.
Es este mismo modelo, extrapolado de la experiencia de principios del siglo XX,
en el que han abrevado los grupos que han defendido su propia existencia
independiente, aún sin ser partidos. Así, de muchas premisas y
caracterizaciones justas se han extraído, por la vía del exceso, conclusiones
temerarias, entre ellas el monolitismo, la uniformidad ideológica estricta, la
disciplina centralista más rigurosa bajo condiciones no revolucionarias, etc. De
aquí en más el partido revolucionario nacería de una minoría firme y devota a la
doctrina, basada en tácticas justas dirigidas a derribar a los partidos obreros
competidores.
El ascenso del estalinismo, la expulsión de la oposición del PCUS y de la
Internacional Comunista, y la derrota de la clase obrera alemana, que empuja a
Trotsky a la formación de corrientes independientes desde 1933, ha fortalecido
la idea de la independencia organizativa de pequeñas corrientes separadas entre
sí y respecto al movimiento real, puras y homogéneas, que han degenerado en
muchos casos en sectas más preocupadas en su auto-preservación que en el
progreso real del movimiento revolucionario entre las masas.
Para algunas corrientes trotskistas es posible incluso reconocer que el
bolchevismo no fue el fruto de una secta inspirada por Lenin, sino que nació del
movimiento real del socialismo ruso, aunque luego de la guerra y la revolución,
toda corriente revolucionaria, para ser tal, debe asegurarse antes que nada su
propia independencia. Un "partido con alas" tal como surgió en Rusia ya no sería
posible. Si en la época de Marx los revolucionarios podíamos ser "el sector más
avanzado de la clase trabajadora" pero permanecer en la misma internacional con
Proudhon y Bakunin, ahora, que el reformismo es el producto sociológico de la
extensión de la aristocracia obrera y no sólo una consecuencia de divergencia
ideológica, esto se vuelve imposible. Esta nueva época exige la creación de un
partido revolucionario deslindado de toda impureza, y en el que se requiere
vigilancia para separar toda tendencia que se desvíe de la "línea de partido".
Antes de hacer un racconto de la experiencia de la IC es necesario decir unas
palabras sobre la teoría de la aristocracia obrera. Efectivamente Lenin había
acuñado ese término para describir las condiciones económicas y sociales que
habían alcanzado algunas capas del proletariado desde fines del siglo XIX,
privilegios que le eran asegurados por la burguesía imperialista de los países
centrales a costa de la explotación colonial. Este fue el argumento central para
explicar la traición la de dirección socialdemócrata en Europa durante la
guerra. La misma apunta al desarrollo de esta capa socia del capital por
intereses materiales y no por sumisión ideológica. Lenin preveía que la lucha de
clases facilitaría el pase de la mayoría del proletariado a las filas comunistas
dejando en minoría política a las tendencias reformistas que eran a su vez una
minoría social privilegiada. Salvo algunas excepciones esto no sucedió y la
teoría de la aristocracia sirvió más como propaganda política y denuncia, que
como explicación científica. Aunque esas capas privilegiadas de aristocracia
obrera existieron incuestionablemente, la teoría poseía déficits importantes ya
que no lograba explicar el apoyo duradero de la mayoría de la clase obrera a las
políticas reformistas. En países como Inglaterra, EEUU, y muchos otros de
Europa, las masas más explotadas nunca lograron alcanzar un estado de
independencia espiritual y político respecto a la burguesía. En otros con
tradición revolucionaria como Francia y Alemania a mediados de la década del ’20
se percibe un nuevo crecimiento de los partidos reformistas a costa del
comunismo. No se trataba de un fenómeno minoritario y pasajero, una borrachera
pacifista y democrática, sino que estaba expresando una tendencia más profunda
que anclaba en los procesos de cambio y recomposición capitalista que comienzan
a darse desde fines del siglo XIX, que se expresaron en la sindicalización
masiva, la extensión del sufragio universal, las políticas de integración en
cuestiones arbitraje laboral y contención social entre otros. Aquí no podemos
extendernos más sobre este punto, salvo la de mencionar que la teoría de la
aristocracia obrera sirvió para darle un fundamento material a la separación de
partidos y dar por finalizada la experiencia previa de partidos de masas con
alas. Esta concepción que el leninismo siguió sosteniendo durante décadas, fue
sin embargo cuestionado en la práctica misma por Lenin, quién en los hechos
comprendió que el fenómeno de la aristocracia no parecía ser pasajero y que
había que replantearse las tácticas políticas de acuerdo a la nueva situación de
relativa estabilización capitalista y de un comunismo todavía minoritario,
cuestión que encarará en el tercer y cuarto congreso de la IC. Como fuere que
sean los fundamentos para construir partidos sin tendencias políticas, la vida
real del comunismo de posguerra desmiente cualquier teoría monolítica de
partido.
El pluralismo de la tercera internacional durante sus primeros años
Aunque el balance de tal o cual suceso puede inspirar dudas y cuestionamientos,
cotejamos que los primeros años de la IC abruman por el tipo, la calidad y la
cantidad de debates y posiciones que se expresaron en los partidos nacionales y
en los congresos internacionales.
Tomemos el ejemplo clave de la experiencia de la Comintern, el Partido Comunista
Alemán. Luego de la debacle patriotera del partido socialdemócrata, y como
consecuencia de la lucha política establecida al interior del USPD, se funda, en
enero de 1919 el Partido Comunista de Alemania. Este agrupamiento era
verdaderamente muy minoritario, aunque poseía el prestigio que le daba la imagen
popular de Liebknecht y figuras descollantes aunque marginales como Rosa
Luxemburgo. Pero este partido, si se le podía dar este nombre a una formación
que agrupaba apenas a algunos miles de miembros, no se parecía en nada a las
pequeñas agrupaciones actuales. En primer lugar emergieron como corriente
separada desde el interior del partido socialdemócrata en el que participaron
como dirigentes importantes durante años. Liebknecht en particular era un
personaje reconocido por las masas alemanas por su valiente actitud ante la
guerra. Muchos de sus cuadros y militantes construyeron durante años corrientes
de izquierda al interior de la socialdemocracia y dieron batalla a las
posiciones derechistas de los sindicalistas y del revisionismo teórico de
Berstein. A principios de 1919 son formalmente sólo dos organizaciones, la Liga
Espartaco y los Comunistas Internacionales de Alemania, quines se unen para
fundar el Partido Comunista. En ellas cristalizan toda una serie de grupos
izquierdistas que tanto por fuera como al interior del socialismo independiente
batallaron por un gobierno de los consejos obreros. Al interior de los
Comunistas Internacionales se reunieron los "radicales de Bremen" y otro grupo
del mismo nombre pero independiente de ellos con influencia en Berlín, a los que
se suman el grupo radical de Hamburgo y los restos del grupo Berlinés de
Borchardt, encabezados por el joven escritor Werner Moller (Broué, 1973b, Pág.
240). Por su parte los Espartaquistas eran aún un grupo muy laxo con un centro
político encabezado por sus figuras principales y un periódico, el Die Rothe
Fahne, mientras que aglutinaba un conglomerado heterogéneo de grupos locales. En
su interior han tenido divergencias profundas sobre la oportunidad de ruptura
con el USPD, a la que eran reticentes tanto Luxemburgo como Leo Jogiches. En
ambos grupos coexistían con los izquierdistas que impusieron una orientación
boicotista frente a la asamblea constituyente, con la abierta pero minoritaria
oposición de Luxemburgo, Paul Levi y otros. Para fundar el PCA con la velocidad
exigida desde Moscú los espartaquistas han debido abandonar a toda una serie de
grupos de izquierda que permanecían dentro del USPD. Su máxima representante es
Clara Zetkin quién se mantiene en acuerdo con Luxemburg. Agreguemos el sector de
los delegados del Consejo Obrero de Berlín, encabezados por los delegados
revolucionarios, sobre todo de las fábricas metalúrgicas, representando a miles
de obreros organizados y actores claves de la revolución de noviembre. Como
grupo aparte, estaban dispuestos a conformar el nuevo partido a condición de que
éste participe de la asamblea constituyente, de que los espartaquistas abandonen
el método puchista y se les conceda una participación importante en la
elaboración del programa (Broué, 1973b, Pág. 262-263). A pesar de las
negociaciones estas no prosperan y sellarán el aislamiento del naciente Partido
Comunista del movimiento obrero real. Aún así la nueva formación es saludada por
anticipado por un Lenin que no conoce los debates del congreso y que considera
la fundación del partido, el dato clave para la constitución de la Tercera
Internacional. Este conglomerado de grupos y corrientes estaban lejos de
compartir un balance común sobre la experiencia soviética de Rusia o sobre los
caminos de la revolución alemana. Aún así, este puñado de grupos revolucionarios
no alcanzaba para fundar una auténtica representación de la clase trabajadora
alemana. Sólo la posterior ruptura del mismo USPD (cuya ala izquierda estaba
compuesta según algunos historiadores por más de 350 mil militantes), y su
afiliación a la Tercera Internacional dos años más tarde, fusionándose con los
viejos elementos espartaquistas y radicales, da origen a un verdadero partido
comunista de masas. Ello ocurrió en el histórico congreso de Halle, en el que
Zinoviev arengó a los delegados por más de 4 horas y persuadió a su mayoría de
afiliarse a la Comintern y fusionarse con el PCA.
En resumen, la historia de la formación del PCA no resiste la visión de un
pequeño núcleo, una secta de revolucionarios fervientes con un programa acabado
y haciéndose con la mayoría de la clase obrera mediante tácticas adecuadas. Es
cierto que la unidad de los grupos radicales salidos desde 1914 de la
socialdemocracia pudieron aglutinarse gracias al enorme respeto que inspiraba la
revolución rusa y la persuasión que su dirección ejercía, pero este hecho expone
más claramente aún el contraste entre el proceso real de formación de los
partidos de la tercera internacional y la doctrina del "mini partido" que se
pretende heredera de los partidos de la tercera internacional.
La lucha de tendencias en las secciones de la Tercera Internacional
Otros casos difieren del alemán por su génesis y por la situación planteada en
sus respectivos países. En Inglaterra no existía una situación revolucionaria.
El imperio británico, a diferencia de Alemania resultó victorioso de la primera
guerra mundial y ella contribuyó, si lo observamos en perspectiva histórica a la
estabilidad política y la integración política y económica de la clase obrera,
fenómeno que ya habían descrito en el siglo XIX Marx y Engels. Aún así el
período del "malestar obrero" entre 1910 y 1914 presenció un auge sin
precedentes de la protesta y las huelgas obreras, radicalizando la militancia
sindical. En ese período (1911) "la federación socialdemócrata, reforzada por
otros grupos de izquierda, se había convertido en el Partido Socialista Inglés"
(Cole, 1969, Tomo III, Pág. 217-219). Mientras tanto "El pequeño y muy enérgico
Partido Laborista Socialista, empezaba a extenderse desde la región de Clyde a
algunas ciudades inglesas, especialmente del norte" (G. D. H. Cole, 1969, Tomo
III, Pág. 217). A su vez fue la época en que el Sufragismo Militante Femenino
cobra fuerza, de la que nacerá la Federación Socialista de Trabajadores de
Sylvia Pankhurst. No es sino al influjo de la revolución rusa que se fundará en
1920 el Partido Comunista británico, también este como un conglomerado de
corrientes y grupos de la izquierda del partido Laborista y del Laborista
Independiente. Será sin embargo el Partido Socialista Inglés el eje articulador
de la nueva formación, donde veremos no sólo los grupos activos mencionados
anteriormente previo al estallido de la guerra, sino también la contribución de
la Sociedad Socialista de Gales del Sur y los elementos más radicalizados del
movimiento de los delegados sindicales de los años de guerra, entre los que se
destacan las combativas secciones de mineros del sur de Gales. A ellos se le
vinieron a sumar miembros procedentes del Partido Laborista Independiente que
pretendían el ingreso del PLI a la Comintern, y un sector de los socialistas
gremiales, además de militantes y dirigentes a título personal. Es este
abigarrado grupo de corrientes y tendencias dispersas las que se reúnen en torno
al ideario de la revolución rusa. Según Hobsbawm las característica
sobresalientes de este partido fueron: "a) Que la ultraizquierda se identificó
apasionadamente con los bolcheviques. b) que se componía de pequeños grupos
enfrentados unos con otros. c) que la mayoría de estos no quería sino
convertirse en el Partido Comunista, fuera cual fuera la voluntad de los rusos.
d) Que la posición natural y sensata de éstos consistía procurar que surgiera un
solo partido unificado" (Hobsbawm, 1978, Pág. 27). Lenin y los rusos
persuadieron a muchos de estos grupos reunidos en el PC Británico a permanecer
en el Labor Party, impulsar decididamente la política de frente único y
mantenerse en los sindicatos laboristas. A pesar de la separación organizativa
entre reformista y revolucionarios que se había exigido en otros países mediante
la imposición de las 21 condiciones, Lenin sostiene la permanencia del partido
comunista junto al resto de la clase trabajadora y pide que no se separe de
ella.
En Francia el congreso de Tours ratifica la fundación del PCF, que se constituye
sobre la base de dos sectores: los antiguos miembros del Partido Socialista
Francés (…) y un grupo variopinto de antiguos anarquistas, sindicalistas y
partidarios de la izquierda de Zimmerwald durante la guerra…" (Carr, 1975, Tomo
III, Pág. 149). Formado por la mayoría del viejo Partido Socialista, que en sus
tres cuartas partes adhieren a la Tercera Internacional y deciden adoptar el
nombre de Partido Comunista, está desde el comienzo liderado por Frossard y
Souvarine, dos dirigentes que representan a su ala derecha e izquierda
respectivamente. Lejos de cualquier ‘unidad ideológica’, las tendencias en lucha
no dejarán de disputar la dirección del partido. Sólo el paulatino triunfo del
estalinismo pudo eliminar la vida política fecunda del partido francés, que
incluso publicó los textos y plataformas de Trotsky cuando este ya era anatema
en la misma URSS. En su campaña del año 1924 el remplazante de Frossard, Albert
Traint, molesto por la "falta de unidad ideológica" denuncia que el partido está
integrado ideológicamente por "veinte por ciento de Jauresismo, un diez por
ciento de marxismo, un veinte por ciento de leninismo, un veinte por ciento de
trotskismo y un treinta por ciento de confusionismo" y declara que "para hacerlo
capaz de dirigir a las masas proletarias y campesinas en las batallas decisivas
el partido debía llegar a un cien por ciento de leninismo". Fue justamente
Traint el que habla por primera vez en el Quinto Congreso de la "bolchevización"
que en Francia significaba no sólo la uniformización ideológica sino también "un
reforzamiento de los órganos centrales del partido a expensas de los miembros
individuales, y (…) de París a expensas de la provincias" (Carr, 1975, Tomo III,
Pág. 163).Cuestión que no lo salvó de la expulsión bajo los mismos fundamentos:
la bolchevización.
En Italia el Partido Comunista se funda en 1921 como producto de la escisión del
ala izquierda del Partido Socialista. Allí dominó de conjunto una posición
antibelicista durante la guerra, y la mayoría de su dirección se reunió en torno
a la Tercera Internacional desde 1919. Pero el ala centro, encabezado por
Serrati, rechaza las 21 condiciones impuestas en el 2º congreso y la exigencia
explícita de la dirección rusa de expulsar de sus filas a la derecha de Turati.
De este modo sólo el ala más radical y fiel a Moscú se aparta del partido
socialista para fundar el PCI. Pero aquí también van a ir surgiendo un
conglomerado de tendencias, las que se entrecruzan con aquellas que luego de la
ruptura de 1921 permanecen en el PS. La fundación del PCI encuentra a su cabeza
a la tendencia de extrema izquierda encabezada por Amadeo Bordiga, que rechaza
las tesis del frente único sostenidas desde el Tercer Congreso de la Comintern.
Luego de la ruptura en el XVIII Congreso Socialista de Livorno, que muchos
dirigentes alemanes y de la internacional consideran prematura, la situación es
particularmente delicada puesto que el fascismo aumenta las acciones
contrarrevolucionarias contra el movimiento obrero mientras la dirección
extremista de Bordiga considera a los propios socialistas, sometidos a la peor
represión, como social-fascistas.
Otros partidos comunistas, como el Checoslovaco, el Austríaco, el Belga, nos
muestran la diversidad de tendencias y corrientes que confluyeron y convivieron
en su interior, y aunque hubo casos de expulsiones y rupturas –tal es el caso de
Levi y los que se le unieron posteriormente en Alemania-, la gran mayoría de los
equipos dirigentes se transformaron en minorías y mayorías según las
circunstancias.
El giro político de la Comintern
La IC, igual que el bolchevismo en su época prerrevolucionaria, tuvo la
suficiente flexibilidad organizativa y política para adecuarse a las
circunstancias cambiantes de la lucha de clases. El giro político "hacia las
masas" del Tercer Congreso, y su profundización con la política del frente único
y la táctica del "gobierno obrero" en el Cuarto, demuestran esa flexibilidad y
barren, de paso, con el mito del ultra-bolchevismo organizativo. Es el
caso de la propuesta de unidad entre el PC y el PS en Italia, cuando el fascismo
está asentándose en Roma.
Este cambio está directamente asociado a las modificaciones operadas en los dos
años transcurridos desde la fundación de la Comintern, donde aún se creía que la
revolución alemana y por lo tanto europea era una cuestión de meses. Toda la
estrategia de la Comintern estaba sustentada en la inminencia de esta
revolución, acicateada por el torbellino proveniente del este. El reflujo y una
relativa estabilización, incluyendo la marcha sobre Roma de los fascistas,
persuadieron a la dirección de la Comintern, en primer lugar al mismo Lenin, de
la necesidad de nuevas tácticas. Es en ese contexto que la tercera internacional
y Lenin comienzan el combate contra las tendencias extremistas que la misma
orientación de 1919 y 1920 en cierto sentido habían fomentado. Es en esas
condiciones en que mientras formalmente las 21 condiciones siguieron siendo la
carta de presentación de la Tercera Internacional, se entablaron negociaciones
con el PSI para su adhesión a la internacional y la eventual fusión con el PCI,
a la que Bordiga se oponía. Esta política italiana desandaba en parte la rigidez
y delimitación organizativa del Segundo Congreso, puesto que se aceptaba la
participación de todas las alas socialistas, una vez depurado dicho partido del
sector derechista de Turati. Desde el año 1921 Lenin y Trotsky se vieron frente
a una situación sin precedentes, puesto que desde 1917 su política organizativa
centrada en el llamado a la escisión de los viejos partidos no había logrado
darles a los comunistas la mayoría de la clase obrera. Ahora, cuando el reflujo
y la estabilización imponían una política defensiva, la misma dirección
italiana, que la Comintern se encontró en su apresurada ruptura en Livorno,
sostenía la inminencia de la revolución, denunciaba a los "social-fascistas" de
Serrati y descubrió en la forja inflexible de las 21 condiciones del 2º Congreso
y las Tesis sobre la estructura de los partidos votada en el tercero
(Documentos, 1973) la materia prima para sus concepciones ultimatistas, así como
en Alemania otras tendencias extremistas habían construido una estrategia
antisindical y antiparlamentaria.
A pesar de que el PSI rechazaba el cambio de nombre y la disciplina de la IC, el
Comité Ejecutivo de la Comintern ampliado "estaba dispuesto a no dejar ni una
piedra sin remover con el fin de demostrar sus deseos de unión, y adoptó una
resolución que preveía la formación de una unión (…) el PSI fue invitado a
enviar lo antes posible sus delegados a Moscú para lograr ‘su adhesión a la
Internacional Comunista" (E. H. Carr, 1975, tomo 2), y presionó a la dirección
del partido italiano para que acepte la fusión, aún incluso con los denominados
centristas de Serrati y semi reformistas de Nenni. Pero en el proyecto de
programa escrito en Roma en 1922 Bordiga había ofrecido los lineamientos de las
tesis ultraizquierdistas que aprobaría la mayoría del partido, y que impulsarán
a la Comintern un año después a incentivar la formación de un ala centro anti-bordiguista
encabezadas por Gramsci y Togliatti y el viejo equipo del Ordine Nuovo. El
partido italiano nació mucho más homogéneo que los otros, aunque al precio de su
reducida influencia. Sin embargo pronto las divergencias estallaron y nuevos
grupos fueron formándose en su interior. El Comité Ejecutivo de la
Internacional, contra la línea de Bordiga, prevé un compromiso mutuo, una fusión
política con el PSI sin abandonar cada uno sus propios puntos de vista, por más
que esa lucha política sea implacable, igual que en Rusia ya lo habían
practicado con la unidad del POSDR a partir de 1906.
La posterior estalinización de la internacional no sólo liquidó el debate
interno entre las más diversas tendencias, sino que hizo de las 21 condiciones y
la ‘disciplina’ devenida luego de la "bolchevización" en un instrumento de
control total de las más pequeñas disidencias dentro de los partidos y la
internacional. En el período posterior no sólo se denunciaría a la
socialdemocracia como social-fascista, sino que se apelaría también a la
independencia organizativa entre reforma y revolución como un instrumento de
homogenización burocrática y la liquidación de cualquier tendencia y corriente
interna.
Enumeremos las marchas y contramarchas que realiza la IC en tan poco tiempo:
Ruptura completa para establecer un centro internacional revolucionario.
Centralización y delimitación precisa en el período de la inminencia de la
revolución en Europa. Revisión de la rigidez organizativa en el período de
estabilización relativa y ascenso del fascismo en Italia, hasta el pedido de
unidad y elaboración de las tesis sobre el "gobierno obrero" que volvía a
establecer la hipótesis del gobierno compartido, a pesar de que habían sido
rechazado años antes en Hungría. El marxismo no parecía un catálogo de
procedimientos reglados por anticipado ni un dogma de lo que habían profetizado
los maestros.
Nuestra conclusión no reposa en las tesis de la "ofensiva" ni de la "defensiva",
no hace de la ruptura ni de la unidad "a toda costa" ninguna panacea; trata de
establecer las relaciones recíprocas entre las perspectivas estratégicas y las
opciones prácticas a las que efectivamente se vieron confrontados los
revolucionarios de la década del ’20, superando los mitos oficiales del "dogma
leninista" que se ha continuado como una historia inmaculada hasta el día de hoy
permitiendo que los muertos "opriman el cerebro de los vivos" .
Bordiguismo y leninismo
Podríamos asegurar que una porción importante del movimiento trotskista, suele
estar más próxima a las tesis bordiguistas que a las del mismo Lenin o Trotsky.
Bordiga le opuso a Lenin una concepción relativamente coherente de lo que debía
ser un partido revolucionario en Europa y particularmente en Italia. En primer
lugar rechazó la idea de que se necesitaba ganar a la mayoría de la clase
trabajadora para hacer una revolución, tomando incluso el ejemplo del "partido
de vanguardia" bolchevique. En segundo lugar creyó que las tesis sobre el frente
único decididas en la IC eran oportunistas, exigiendo que se prosiga con la
denuncia y la ruptura con las viejas organizaciones dominadas por los
reformistas, incluso las organizaciones sindicales. Hizo de la ruptura
organizativa y de la lucha contra los socialistas y los centristas el objetivo
fundamental de la estrategia comunista. Concomitantemente, rechazó la propuesta
de unidad con el PSI que la IC formuló en noviembre del ’22. Con estas
concepciones el máximo líder del partido italiano enfrentó los debates en el
seno de la internacional, creyendo defender e interpretar, como muchos
contemporáneos, las enseñanzas de la revolución rusa. Bordiga sólo aceptaba de
mala gana la táctica de frente único que había comenzado a impulsar la
internacional como una "táctica de desenmascaramiento" cuyo objetivo esencial es
el de "ganar terreno en el seno del proletariado, incrementando sus efectivos y
su influencia en detrimento de los partidos y corrientes políticas proletarias
disidentes" (Bordiga, 1922). No veía cómo una asociación táctica con "los
partidos enemigos del proletariado" (y mucho peor si se inclinaban a su
izquierda) podía beneficiar al proletariado. De allí que fue el primer "teórico"
de las tesis del "social-fascismo" que le endilgaba a sus colegas socialistas.
Aunque los bolcheviques habían practicado una política esencialmente
escisionista durante los primeros años de la IC, en cuanto sostuvieron la
táctica del frente único, lo hicieron en primer lugar en beneficio de la unidad
proletaria amenazada por la ofensiva capitalista. Sólo como subproducto de dicha
experiencia las masas podrían comprobar la corrección de las tesis comunistas y
la inconsecuencia de los socialdemócratas. De modo que nunca formularon dicha
táctica con el objetivo primario de "desenmascarar al reformismo". Lenin creía
que un planteo de este tipo era sólo una caricatura del frente único. Es verdad
que en el Tercer Congreso las formulaciones son todavía ambiguas y reflejan el
compromiso que Lenin debió realizar con una buena parte de las delegaciones al
congreso, incluso con su ala izquierdista en el seno de la dirección
bolchevique. Pero se expresa con mucha mayor claridad en el Cuarto Congreso. La
cuestión del frente único es encarada como tarea imprescindible del
proletariado, a pesar y venciendo la resistencia de los reformistas y semi-reformistas,
que atados estratégicamente a la burguesía serían inconsecuentes en la línea de
la unidad proletaria. En el mismo sentido y reflejando justamente la confusión
en las filas de la internacional sobre el tema, Humbert-Droz, emisario del
Ejecutivo de la Internacional Comunista en Francia en el año 1923, sostenía en
una carta dirigida a Zinoviev que "fundamentalmente, se trataba de saber si con
nuestros proyectos nos esforzamos en realidad por la creación de un frente único
o si, por el contrario, únicamente elaboramos nuestros proyectos para que sean
rechazados". (Milos Hajek, 1984, Pág. 83). A Lenin le exasperaba el lenguaje
extremista de los italianos que rechazaban cualquier compromiso y cualquier
aproximación a las demás corrientes. Polemizando con el delegado bordiguista
sostiene: "Y cuando ahora aparece Terraccini diciendo que es preciso proseguir
la lucha contra los centristas, y luego enuncia los métodos propuestos para
librarla, digo que si estas enmiendas implican una determinada tendencia,
debemos combatirla sin piedad porque, de lo contrario, no habrá comunismo ni
internacional comunista" (Lenin, 1960, Tomo 32, Pág. 462-463). Es en esa misma
lógica que Lenin había escrito su célebre texto de 1921, El izquierdismo,
enfermedad infantil del comunismo, donde insiste en que la experiencia rusa
no enseña a los comunistas europeos lecciones de elitismo, aventurerismo
revolucionario y sectarismo infantil.
Aunque Lenin estaba persuadido de la separación organizativa más tajante entre
reforma y revolución, y esta separación era vista como condición de claridad y
unidad estratégica sin las cuales no se puede luchar por el poder, ahora parece
percibir que no basta con proclamarla, sino que esa delimitación sólo puede
surgir como producto de una intensa lucha y construcción partidistas sobre la
base del material disponible, tal como en su momento habían hecho los mismos
bolcheviques en Rusia (Documentos, 1973, Pág. 221).
Partido de elite o partido de masas
Amadeo Bordiga creía seguir fielmente el "modelo bolchevique" cuando rechazaba
conquistar la mayoría de la clase trabajadora. Siguiendo la idea de un "partido
leninista de vanguardia", pensaba que igual que Rusia, en Europa bastaba con
reunir a una vanguardia revolucionaria decidida, que en momentos claves de
crisis podría empujar y conducir a las masas por el camino revolucionario. Por
eso propone suprimir en los documentos de la internacional la formulación de
"ganar a la mayoría" de la clase trabajadora. Hablando de las enmiendas que
propone Terraccini (en ese momento portavoz del izquierdismo) al Tercer Congreso
de la internacional Lenin responde: "Quién no comprenda que en Europa –donde
casi todos los proletarios están organizados- debemos conquistar a la mayoría de
la clase obrera, quién en tres años de una gran revolución no aprendió esto,
está perdido para el movimiento comunista y jamás aprenderá nada (…) Aquí se
dijo que en Checoslovaquia el Partido Comunista tiene de 300 a 400 mil
afiliados, que es preciso atraer a la mayoría, crear una fuerza invencible y
continuar conquistando nuevas masas. Terraccini se dispone a lanzarse al ataque
y dice: ‘si el partido tiene ya 400 mil obreros, ¿Qué más necesita? (…) Teme la
palabra ‘masas’ y quiere tacharla. El camarada Terraccini entendió muy poco de
la revolución rusa..." (Lenin, 1960, Tomo 32, Pág. 465).
Es en ese mismo espíritu de revisión y corrección de la política del período de
ofensiva y a la luz de los debates con el izquierdismo, que Lenin reconsidera
las Tesis sobre la estructura organizativa de los partidos comunistas tal
como habían sido redactadas. En el informe al 4º congreso de la IC del 13 de
noviembre de 1922 reflexiona que "En el Tercer Congreso de la IC, realizado en
1921, aprobamos una resolución relativa a la organización de los partidos
comunistas y a los métodos y el contenido de su trabajo. La resolución es
magnífica, pero rusa hasta la médula, es decir, está basada en las condiciones
rusas. Este es un aspecto positivo, pero también el negativo. Y no es bueno
porque estoy convencido de que casi ningún extranjero podrá leerla (…) porque
está penetrada por completo del espíritu ruso. En tercer término, si en un caso
excepcional algún extranjero llega a entenderla, no podrá llevarla a la
práctica. (…) Mi impresión es la de que hemos cometido un gran error, que nos
hemos puestos a nosotros mismos un obstáculo en el camino de nuestros futuros
éxitos. Repito que la resolución está muy bien redactada, y acepto sus cincuenta
o más párrafos; pero no hemos comprendido cómo hacer llegar nuestra experiencia
a los extranjeros. Y todo lo que se declara en la resolución es letra muerta (…)
Necesitan asimilar una buena parte de la experiencia rusa. Cómo lo harán, no lo
se; es posible que los fascistas de Italia, por ejemplo, nos presten un buen
servicio si hacen ver a los italianos que son aún incultos, que no tienen
ninguna garantía de que en su país no aparezcan las centurias negras." (Lenin,
1960, Tomo 33, Pág. 397-398). Esta trágica caracterización llevará años más
tarde a decir a los estalinistas que el fascismo y el socialismo eran en esencia
lo mismo.
En conclusión, mientras que Lenin enseñaba a los inexpertos comunistas europeos
la necesidad de ganar a la mayoría de la clase trabajadora, éstos creían
encontrar en la experiencia bolchevique una fuente de inspiración para su
elitismo. No estaban del todo equivocados. Aunque Lenin insistió en que ellos
habían obtenido el apoyo mayoritario de la clase trabajadora, los campesinos y
la mitad del ejército, esto había sido logrado efectivamente mediante un partido
inserto en las masas pero relativamente pequeño, que reunía sólo a una
vanguardia proletaria. Su alianza soviética con campesinos y soldados es lo que
les ofreció la oportunidad de asaltar el poder. No se equivocaba Lenin al
señalar que ellos conquistaron la mayoría, pero no se equivocaban tampoco los
extremistas europeos en señalar que había sido conquistada mediante un partido
de vanguardia. Lo que estaba en el fondo de la discusión era el hecho de que la
formación social rusa permitió los bolcheviques reunir a una mayoría de masas
mediante alianzas programáticas tácticas en torno a los soviets, mientras que en
Europa Occidental Lenin comienza a intuir que esa mayoría no podrá lograrse de
la misma manera.
Intuiciones sobre Oriente y Occidente
En definitiva Lenin parecía aproximarse intuitivamente a pensar que en países
donde el proletariado está fuertemente organizado en sindicatos, asociaciones y
partidos, el partido de vanguardia tal como el ruso, no alcanzaba para lograr
una influencia política de masas. Aunque las particularidades, tradiciones y
estructuras políticas y culturales nacionales son fundamentales para adecuar las
formas de partido a las circunstancias precisas, el debate en la década de los
veinte parecía ser la superficie de un profundo problema en relación a las
estructuras sociales e institucionales de las sociedades modernas más complejas.
Será Gramsci el que echará luz en la década del ‘30 a lo que en ese momento
parecía implicar movimientos puramente instrumentales y tácticos, utilizando el
concepto de "oriente" y "occidente", y ampliando y conectando algunas de las
particularidades de la estructura social y política de Europa y Rusia, con los
problemas candentes de la estrategia y la táctica política (Gramsci, 2003). Esta
tarea no ha concluido, puesto que en la segunda posguerra como en las últimas
décadas las formas institucionales, los cambios en las estructuras
económico-sociales han visto modificaciones sustanciales y nos ha ampliado el
complejo entramado de las relaciones de clase contemporáneas. El análisis de los
mismos es en sí mismo un hecho político-estratégico insoslayable.
En aquel período el extremismo era conciente de las diferencias fundamentales
que separaban a oriente de occidente, pero sacaron conclusiones inversas a las
de Lenin. Para ellos la política de la IC, caracterizada por la táctica de
Frente único se equivocaba al apoyarse en la experiencia de lucha de la atrasada
sociedad rusa que ya no era utilizable en occidente; la salida la veían "a la
izquierda" puesto que la situación de crisis del capitalismo Europeo llevaba
digamos, "objetivamente" a la clase obrera por la vía revolucionaria, evitándole
así a los partidos comunistas, los vericuetos de las tácticas y en definitiva,
del arte de la política en sus sentido más leninista. En los hechos, para
Bordiga, las sociedades occidentales, sometidas al catastrofismo inherente a las
relaciones de producción capitalista y bloqueadas en su "etapa imperialista de
decadencia" parecían ofrecer la oportunidad de bloques sociales homogéneos
enfrentados, un período post-político, en el que las cuestiones de las alianzas,
los frentes, la conquista de la hegemonía, los compromisos, eran cosa del
pasado, o mejor, de las sociedades atrasadas e inmaduras. Una lectura quizá
forzada del folleto de Lenin sobre el imperialismo abrió el camino para
completar mediante las tesis estancacionistas, un giro objetivista y
catastrofista que llevaría, por la fuerza de las condiciones materiales, a la
liquidación semi-espontánea del reformismo y a la lucha de "clase contra clase",
tesis que adoptará años más tarde en su giro ultra-izquierdista la dirección de
la Comintern bajo la dirección de Stalin.
Depuradas de sus excesos, son tesis parecidas en su fondo conceptual a muchas
actualizadas interpretaciones estancacionistas y objetivistas del folleto de
Lenin y del programa de transición de 1938 (Trotsky, 1938). Gramsci saca
conclusiones opuestas a Bordiga como resultado de su investigación y análisis
del triunfo del fascismo en Italia. En un año tan temprano como 1924 polemizando
con Bordiga Gramsci ya veía que "… la determinación, que en Rusia era directa y
lanzaba a las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa central y
occidental se complica con superestructuras políticas creadas por el desarrollo
más avanzado del capitalismo que torna la actividad de las masas más lenta y más
prudente y exige así de un partido revolucionario una estrategia y una táctica
mucho más compleja y de mayor vigor que las que fueron necesarias a los
bolcheviques en el período entre marzo y noviembre de 1917" (Gramsci, 1924).
Lenin había comprendido esto cuando afirmó, como al pasar, que en los países
avanzados, a diferencia de lo que había ocurrido en Rusia sería más difícil
tomar el poder pero más fácil construir el socialismo (Lenin, 2004b).
En los Cuadernos de la Cárcel, Gramsci estudiará los cambios en la
morfología del capitalismo, la transformación en el modo de acumulación y en el
modo de hegemonía. "El crecimiento de la cohesión de clase del proletariado, la
legalización de la actividad de los sindicatos, el avance súbito de los partidos
socialistas, todo ello en el cuadro de un proceso profundo de ‘revolución
pasiva’ a través del cual eran incorporados al discurso liberal dominante temas
democráticos y se modificaban, en extensión y densidad, las funciones del
estado, constituían un desafío nuevo para el pensamiento marxista en momentos en
que éste comenzaba a hegemonizar ideológicamente al movimiento social" (Portantiero,
1999, Pág. 28). Hay que refutar y demostrar la idea errónea que subyace en la
tesis que afirma que este cambio operado a lo largo de más de cuatro décadas en
el estado y en la morfología del capitalismo, proceso que es incluso intuido
desde fines del siglo XIX por el mismo Engels (Borón, 2000), y por el gran
intelectual de la burguesía, Max Weber a principios del siglo XX, no se da más
que en la posguerra y que durante el período de entreguerras las tesis
gramscianas no tenían sustento social. Es forzoso explicar que en el período de
entreguerras se combinaron las tesis permanentistas y de predominio hegemónico
como fuerzas de sentido opuesto y que nadie lo entendió mejor que el propio
Lenin; y que por otra parte la expansión y el americanismo fordista de posguerra
no cayeron del cielo, sino que fueron preparados por todo el ciclo previo de
expansión estatal, de lucha Inter.-imperialista y de integracionismo social,
que, abortada la revolución proletaria, permitió la expansión hegemónica de
Norteamérica hasta nuestros días. La propia guerra mundial fue al mismo tiempo
un factor de destrucción y de modernización industrial que elevó a Norteamérica
por sobre sus pares.
Estas tendencias contradictorias que aquí no podemos más que mencionar, se
encuentran ausentes en la mayoría de los análisis permanentistas del
período de entreguerras. Efectivamente el período imperialista es tal no porque
implique crisis permanentes, caída absoluta del nivel de vida de las masas,
estancamiento definitivo de las fuerzas productivas o una constante repetición
de sucesos militares y revolucionarios. Es tal porque a diferencia del período
de dominio inglés, la expansión mundial del capital, la formación definitiva de
los estados nacionales, la competencia entre espacios económicos y empresas
transnacionales, hacen que se abran permanentemente las brechas estatales,
económicas y políticas por donde pueden irrumpir las revoluciones obreras. El
período imperialista de la primera mitad del siglo XX se caracterizó por el
hecho de que en sociedades con mayor capacidad de absorber movimientos anti-sistémicos,
fueron sacudidos por revoluciones sociales por los efectos de choques
internacionales ineludibles que destrozaron los lazos de subordinación internos.
De esta manera Alemania se vio arrastrada al terremoto revolucionario de
posguerra no tanto como producto de una diferenciación social interna de
carácter revolucionario (lo demuestran los estrechos lazos que un partido obrero
de masas como el SPD había establecido con la burguesía y el estado durante
décadas), sino por la fuerza extraordinaria de los choques estatales, la guerra
y las compensaciones económicas de la derrota, todo lo cual desquició el frente
interno. En ese caso los eslabones débiles pueden bien no estar restringidos a
países con estructuras sociales débiles, sino incluso países de alta capacidad
industrial o desarrollo societal. Esas posibilidades fueron evidentes en
Alemania en 1919-1921, en Francia e Italia a la salida de la segunda guerra
mundial, Finlandia en la primera posguerra y mucho más aún España en el período
de la guerra civil entre 1936-1939. Han sido nudos históricos. Norteamérica,
Japón o Inglaterra se encuentran al margen de esta caracterización y exigen
estudios particulares. Estas situaciones se hicieron posibles por el contenido
general de la crisis capitalista que se había acumulado en los decenios
"pacíficos" anteriores y estallaron mediante la guerra. Esto explica que en las
sociedades modernas hayan existido desde finales del siglo XIX fuertes
tendencias a la integración del proletariado mediante el sufragio y los
sindicatos de masas y al mismo tiempo algunas de ellas se veían sacudidas por
las guerras y las revoluciones. Se puede ver la combinación de luchas de
posición tanto como las de movimiento y se puede cotejar cómo el período de
entre guerras responde tanto a los parámetros de análisis de Gramsci sobre las
sociedades complejas, así como a los de Trotsky y la tercera internacional del
período posrevolucionario basados en las tesis permanentistas. La época
imperialista en consecuencia se caracteriza por las crisis en los eslabones
débiles y las luchas políticas, por las cuestiones del arte militar y la
revolución. Pero no descartan ni subestiman las tendencias integracionistas de
las sociedades modernas, el estatalismo como instrumento de amortiguación y
administrador de las crisis y las manifestaciones más variadas de colaboración
de clases y alienación social nacidas de la expansión de la industria y los
servicios. De ahí que hayamos visto expresiones de embotamiento reaccionario y
chovinista durante décadas en el movimiento obrero de Inglaterra o
manifestaciones revolucionarias extremas como la de algunas secciones del
proletariado alemán de la década de los años ’20 o español en los ‘30, pasando
por toda una gama de posiciones intermedias y variables en el tiempo y el
espacio histórico. Es esto mismo lo que Lenin comenzó a vislumbrar en los
últimos años de su vida y que en definitiva le exigían no descartar ninguna
táctica de lucha, ninguna forma organizativa y comprender las tesis generales
sobre el imperialismo de acuerdo a la especificidad de las formaciones
nacionales y su interacción con el proceso mundial capitalista.
La crisis del movimiento comunista internacional
Las condiciones en las que se consolida el estalinismo y la "bolchevización" de
la IC impidieron que la oposición de izquierda pueda rescatar al movimiento
comunista de su desbarranque. Trotsky era perfectamente consciente de que por
fuera del movimiento obrero revolucionario que permanecía en la IC corría el
peligro de consolidar a la oposición de izquierda como una secta estéril. Esa
era justamente el objetivo del estalinismo. Según Trotsky "la Oposición de
Izquierda se habría desarrollado si hubiese seguido en contacto con el
movimiento de masas. Pero el aparato stalinista aisló automáticamente a la
Oposición desde que la misma dio los primeros pasos de su existencia. De este
modo se alcanzaron dos resultados: 1) se ahogó la vida interna de la Comintern,
y 2) se privó a la Oposición de la necesaria esfera de acción política" (Trotski,
1934a).
Fue ese motivo el que lo mantuvo como fracción dentro del movimiento comunista
durante más de 5 años. En ese período se resistió a la tentación de los grupos
marginales y resentidos que se desprendían de la IC de formar sus propios
"partidos" sin una base mínima para encarar dicha empresa. Cuando Trotsky creyó
que ya no podía seguir permaneciendo como fracción comunista a raíz del affaire
alemán, sintió que como corriente independiente los peligros se acrecentaban.
Buscó desesperadamente entrar en bloques con las corrientes progresivas que se
desprendieron tanto de los PCs como de los PSs (El bloque de los cuatro) e
incluso ideó la táctica del entrismo a los Partidos socialistas que se volvían a
la izquierda como la SFIO en Francia y el PS en España, o aprovechando incluso
la oportunidad ante el dudoso giro izquierdista del socialismo norteamericano.
Ante la constitución del frente único entre el PC y la SFIO en Francia, Trotsky
aconseja a la Liga la entrada al Partido Socialista. "Es necesario ir a las
masas. Es necesario que hallemos un lugar para nosotros dentro del frente único,
es decir dentro de los marcos de alguno de los dos partidos que lo componen. En
la realidad práctica, eso significa dentro de la SFIO" (Ídem).
Aunque algunos recordaron que la oposición había planteado la necesidad de
construir un partido independiente Trotsky sostuvo "Así es; sin embargo, la Liga
no es todavía un partido ", había que reconocer su debilidad. "Nos reducimos a
admitir honestamente que nuestra organización es demasiado débil como para
atribuirse un papel práctico independiente en las luchas que se están
entablando. Al mismo tiempo, y como buenos revolucionarios, no queremos quedar
fuera del juego. En 1848, Marx y su débil organización comunista entraron en el
partido democrático. Justamente para no quedar fuera del juego, Plejanov trató
de unir su grupo ‘Emancipación de la clase obrera' con el grupo "Voluntad del
pueblo" (Narodnaia Volia), con el cual había roto por cuestión de
principios sólo cinco años atrás. Por razones distintas y en situación
diferente, Lenin aconsejó al Partido Comunista de Inglaterra unirse al Partido
Laborista. Por nuestra parte, hemos estado dispuestos a formar una nueva
internacional con el SAP[8] y el OSP. También aconsejamos a nuestros
camaradas británicos unirse urgentemente al ILP[9] y algunos de ellos siguieron
nuestra sugerencia. ¿Ha sido eso una capitulación? En modo alguno" (Ídem). Días
más tarde, insistiendo sobre lo mismo afirmaba con más precisión "La
irreconciabilidad de principios nada tiene que ver con la osificación sectaria,
que negligentemente pasa por alto los cambios en la situación y en la actitud de
las masas. Partiendo de la tesis según la cual el partido proletario ha de ser
independiente a cualquier costo, nuestros camaradas ingleses llegaron a la
conclusión de que no podían permitirse el ingreso al L.P. ¡Vaya! Sólo olvidaban
que estaban lejos de ser un partido, que eran apenas un círculo de propaganda" (Trotski,
1934b).
La ‘tactica del entrismo" sin embargo, ni duró mucho, ni facilitó la formación
de un ala izquierda, sino sólo la duplicación de la militancia de la Liga. En
cuanto la salida de los partidos socialistas estuvo definida, la tentación del
"partido propio", sobre todo en EEUU, ganó la partida. Trotsky pareció fluctuar
entre la hipótesis de que la liga podía ganar al partido socialista francés de
conjunto para sus posiciones ("No conocemos ley alguna que declare imposible la
repetición de un Congreso de Tours. Por el contrario, muchas de las actuales
condiciones indican la posibilidad de esa repetición") y la idea de una simple
incursión temeraria y audaz detrás de las filas del enemigo, oscilando entre un
trabajo orgánico en el seno del movimiento obrero y la idea de una excursión
entrista a favor de un rápido desarrollo como corriente independiente. Habría
que recordar que la forzada ruptura en el PS dejó sectores muy amplios de la
izquierda dentro del partido, que en Norteamérica el entrismo pasó sin pena ni
gloria, a pesar del balance de ocasión y que la cuestión de constituir una
internacional con las formaciones provenientes del ILP, SAP, OSP y otras menores
fue de dudosa aplicación, puesto que el método de acuerdos programáticos
absolutos dejaba fuera de juego a todo aquel que difiera con los principios
fundamentales de la Oposición de izquierda internacional, y en consecuencia un
movimiento con alas y corrientes internas. De hecho la cuarta internacional
nunca superó su estadio como fracción ideológica internacional, y nunca pudo
contener a las tendencias disidentes.
Trotsky comprendió desde el principio la tensión real que existía entre su
programa y las fuerzas reales para la formación de partidos independientes. El
entrismo como táctica fue una forma de resolverlo, aunque quizá una forma a su
vez sectaria y externa. A pesar de sus declaraciones, cuando se estudia el
período queda la duda de si Trotsky se refería a la misma política que la de
Marx en Alemania en 1848 y sobre todo de Lenin en Inglaterra, o sólo a un
brillante repertorio polémico. La misma denominación de "entrismo" no parece
corresponder con el vocabulario utilizado por Lenin para procurar la pertenencia
de los comunistas en el Partido Laborista de Inglaterra. No responde tampoco a
la "externalidad" descrita en el Qué Hacer, puesto que en 1902, como ya
lo vimos, Lenin pensaba en una forma especial de metabolismo mediado entre la
clase y el partido, refiriéndose no a una modesta Liga de ideas, sino al POSDR,
referencia insoslayable de toda la clase obrera rusa a pesar del tamaño y la
organización. Es cierto que Trotsky rechazó siempre los engendros de
laboratorio, y parece luchar dramáticamente contra las tendencias aislacionistas
y sectarias que se le imponían con la fuerza extraordinaria de los
acontecimientos y que parecían a veces no tener salida. Su propuesta de
incentivar la formación de un Partido Laborista en Norteamérica parece también
ir en un sentido distinto al "entrismo", puesto que presuponía una lucha viva de
tendencias para conquistar la mayoría, aunque nunca pasó de cierta discusión, a
diferencia del experimento entrista que se aplicó en la práctica. Hay que
estudiar hasta qué punto el concepto de entrismo está asociado a la
caracterización catastrofista que embargó a toda la izquierda mundial en ese
período -sobre todo a las corrientes luxemburguistas y consejistas- y que
imponía ritmos siempre retrasados y siempre a destiempo, sobre todo porque el
dominio de los partidos obreros oficiales era abrumador; y hasta qué punto esta
tradición reflejada en el programa de transición incidió mucho en las corrientes
herederas que transformaron la disonancia entre la crisis de entreguerras y la
debilitada dirección revolucionaria en una filosofía de la historia, siempre
traicionada y siempre a punto de resolverse por la voluntad de un pequeño grupo
independiente.
Hay que investigar también en qué medida una distorsión de las tensiones de la
oposición de izquierda y la IV internacional en la década de los ’30, llevadas
al paroxismo por sus continuadores, fue el origen de la evolución política
posterior del movimiento trotskista, cuyas decenas de grupos tendieron a crear
sus internacionales, sus partidos independientes y a denunciarse y deslindarse
mutuamente.
Nuevo período histórico
Las presiones sectarias y oportunistas, fueron una constante a la que fueron
sometidos los revolucionarios de la posguerra por las condiciones en las que se
desenvolvió la lucha de clases en ese período. Se caracterizó por un pacto
social sin precedentes a la salida de la segunda guerra en los países centrales,
con partidos comunistas fortalecidos por el papel de la URSS en la lucha contra
el fascismo y porque, como se ha discutido apasionadamente, nuevas direcciones
estalinistas o pequeño burguesas han encabezado revoluciones adoptando medidas
de tipo socialistas, replanteando las relaciones entre las agencias sociales y
políticas. Estas revoluciones de posguerra en los países del este europeo
(Yugoslavia) y de los países semi-coloniales y dependientes (China, Cuba, Corea
del Norte, Vietnam) constituyeron una presión muy fuerte para todos los
socialistas anti-estalinistas, empujados hacia el apoyo incondicional o la
denuncia sectaria.
Muchas de las discusiones del período de entreguerras han sido superadas, puesto
que ya no existen, por ahora, grandes partidos obreros reformistas ni mucho
menos el aparato estalinista mundial, los cuales han sido asimilados con mayor o
menor fortuna por las instituciones y estados capitalistas. Existen por supuesto
partidos reformistas de izquierda como Refundación Comunista en Italia, o
partidos obrero-burgueses como el PT de Lula en Brasil. Pero el desafío que se
ha abierto para los socialistas revolucionarios en el nuevo período histórico
que se viene abriendo no responde a las mismas exigencias y problemas que en el
pasado. Hoy en día la construcción de partidos revolucionarios no parece incluir
la táctica de participar en alguna organización reformista de masas. El primer
paso apunta al reagrupamiento de aquellas organizaciones revolucionarias que
están dispersas en un mismo espacio nacional e incluso internacionalmente, con
los matices y diferencias que la tradición arrastra.
Mientras que la implosión de los estados dirigidos por regímenes estalinistas
constituyó el punto más alto del retroceso y el reflujo de la lucha de clases
desde la derrota del ascenso de los años comprendidos entre 1968 y 1979, parecía
que las viejas querellas entre reforma y revolución estaban superadas. Pero
ellas no nacieron con los vaivenes de la lucha de clases ni de las disputas
partidistas, sino por la evolución misma del sistema capitalista caracterizado
por una renovada sobre-explotación del trabajo, guerras y catástrofes sociales y
naturales que son la consecuencia inherente a la expansión del capital en la era
del dominio imperialista, porque, como sostiene Métzaros "Al terminar el ascenso
histórico del capital, las condiciones de la reproducción ampliada del sistema
se han alterado radical e irremediablemente, proyectando arrolladoramente a un
primer plano las tendencias destructivas y, como natural complemento de estas,
un despilfarro catastrófico" (Mészaros, 2003, Pág. 18). Mientras éstas sean las
condiciones estructurales en las que se desenvuelva la lucha de clases, la
polaridad entre la estrategia reformista y revolucionaria seguirá guiando la
actividad práctica de los socialistas revolucionarios para la construcción de
partidos. Esto no significa, desde luego, y esto es lo que hemos tratado de
demostrar a lo largo de nuestra exposición, que ese partido pueda nacer
evolutivamente desde un "grupo de propaganda" hasta abarcar a las grandes masas,
algo que ha fracasado definitivamente en la experiencia de las corrientes
revolucionarias desde la década del ’30 a nuestros días. Pero tampoco de la
confusión ideológica y el sometimiento político, algo que en ocasiones se ha
realizado en nombre del frente único o de la lucha contra la marginalidad y el
sectarismo. A esta falsa superación entre reforma y revolución se han aferrado
las corrientes más oportunistas del movimiento trotskista, para volver a
utilizar, como si la historia del movimiento obrero comenzara realmente de
nuevo, prácticas ministerialistas y de colaboración de clases, como en el caso
de Brasil[10], con el sutil argumento de que los revolucionarios debíamos
"romper el aislamiento". Las consecuencias políticas han sido, como se sabe,
devastadoras.
Por otra parte, en los peores años de la reacción conservadora y neoliberal, la
contracara defensiva consistió para muchas corrientes en el enquistamiento y la
sectarización mesiánica, pagando un precio muy alto por la defensa de los
principios marxistas, garantizada a costa de un dogmatismo paralizante. Desde
luego, el verbalismo revolucionario puede ser ejercido sin inconvenientes,
mientras no se sale del círculo de amigos políticos y de un público
extremadamente restringido. En este mismo sentido, la idea de pequeñas y
caricaturescas mini internacionales que en el plano nacional se encuentran
deslindadas unas de otras por aquellas fronteras exteriores y que basan su
existencia en la concepción de la auto-reproducción independiente, no han podido
y no podrán aportar nada a la reconstrucción política de la izquierda
revolucionaria.
Bajo la presión combinada del integracionismo ministerialista y la colaboración
de clases de un lado, y el sectarismo estéril y auto-proclamatorio bajo la
cobertura del leninismo, del otro, necesitamos estudiar las bases teóricas y
experimentar las vías prácticas que pueden conducirnos en el período abierto
desde principios del años 2000 a la construcción de nuevas formaciones
revolucionarias capaces de enraizarse en los movimientos de lucha y resistencia
y sea capaz de ofrecer una alternativa proletaria revolucionaria a la nueva
generación que alimenta las luchas populares y anticapitalistas tanto en los
países centrales como en nuestro continente. No es algo que nacerá sólo de
alguna buena idea. Ella surgirá de la recíproca relación entre la actividad
militante de los socialistas revolucionarios y los nuevos fenómenos políticos,
ideológicos y organizativos que ofrezca la lucha de clases. En otra oportunidad
hemos insistido en la tendencia, lenta pero persistente, a la recomposición
política de masas, cuyas máximas expresiones han sido los movimientos juveniles
contra el capitalismo y contra la guerra y las luchas y levantamientos
nacionales en América Latina. Ello se ha evidenciado también en el auge del
neo-anarquismo y autonomismo como ideas que expresan, como dijimos, un "sentido
de época", revelando un cambio en la mentalidad de porciones importantes de las
masas, que cuestionan y rechazan los paradigmas culturales e ideológicos que se
vinieron imponiendo desde la época de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Pero
también en un quizá imperceptible pero importante renacimiento del pensamiento
marxista. Hay que profundizar en el estudio de la nueva configuración de clases,
la reestructuración y expansión del capital a nivel global y su expresión en las
nuevas formas político-estatales de dominio que engendra, que permitan
comprender mejor las vías de una reconstrucción general del movimiento
socialista.
La cuestión del internacionalismo militante planteado por el movimiento
anti-globalización, la radicalización campesina y popular en los países andinos
de América Latina y quizá ahora nuevamente en México, la emergencia de nuevos
sectores de la clase trabajadora como los desempleados en Argentina y los nuevos
trabajadores precarizados de El Alto en Bolivia, la combinación entre los nuevos
sectores y los viejos pero fundamentales y estratégicos de la clase trabajadora
que se combinan dando nuevas formas de lucha y organización como en Venezuela y
también en Argentina; todas estas experiencias por más incipientes que sean en
el nuevo período abierto, ya están mostrando figuras, y esbozos de los grandes
movimientos del futuro.
En estas nuevas condiciones necesitamos de esa intransigencia estratégica y esa
flexibilidad táctica que poseía Lenin para abordar la tarea de poner en pie
nuevas organizaciones. Mientras que la tarea central de la época es la de
construir partidos socialistas revolucionarios de la clase trabajadora, las
formas de encararla será distinta según el país de que se trate. En este caso,
las formaciones nacionales, en cuyos ámbitos se desenvuelven de distinta manera
la clase obrera con sus tradiciones, experiencia y cultura política, son
decisivas para dar pasos concretos. Las tácticas partidistas en países como
Norteamérica, Inglaterra o Suiza, por dar sólo algunos ejemplos, diferirán
notablemente de la experiencia de países como Bolivia, Venezuela o Argentina,
que han vivido procesos importantes de la lucha de clases y de la actividad de
un movimiento social militante y combativo.
La reciente experiencia de la formación del PRS en Venezuela como agrupamiento
socialista revolucionario pluralista y heterogéneo, donde convergen cuadros
trotskistas y militantes y dirigentes sindicales clasistas, sobre la base de la
independencia política frente al estado y sus partidos; la constitución de un
agrupamiento socialista ambiguo en disputa como el PSOL en Brasil empalmando con
las corrientes de izquierda del PT, en el que es fundamental constituir un ala
izquierda que impida el deslizamiento al electoralismo y el oportunismo, sobre
todo ahora que viene capitalizando la crisis del PT, son experiencias que por
más mínimas que parezcan, pueden ser útiles y abren un nuevo camino.
En Argentina, donde existen cuatro o cinco agrupamientos y sesenta y siete
núcleos y círculos de militantes socialistas revolucionarios, tenemos el desafío
de alcanzar una masa crítica mínima que haga del disperso y extendido campo de
cuadros y militantes revolucionarios, enraizados en cierta tradición de lucha
sobre todo por la experiencia del MAS de los años ’80, un factor visible y
potente en el escenario político nacional, cuestión que ninguno de los grupos
por sí mismos puede lograr. Una de las variantes posibles es la formación de un
partido revolucionario unido con libertad de tendencias y agrupamientos en su
interior, que de por sí atraería a toda una diáspora de militantes sociales y
sindicales que hoy no encuentran lugar en los grupos existentes.
Por último, mientras uno de los requisitos fundamentales será la de establecer
lazos reales con las tradiciones, la cultura y la experiencia obrera y popular
de cada uno de los países, ellas exigen un tratamiento y un anclaje teórico
nuevo que en el movimiento revolucionario de América Latina ha sido, la mayoría
de las veces, olvidado o incluso despreciado. Este simplismo practicista ha sido
catastrófico y liquidador en el pasado, e impedirá en el futuro el desarrollo de
una nueva intelectualidad marxista sin la cual no hay ni habrá nunca un partido
revolucionario. Esta carencia ha facilitado el divorcio entre una
intelectualidad de izquierda académica alejada de la lucha de clases, y
agrupamientos sometidos a la lucha práctica de todos los días pero incapaces de
elevar su mirada por sobre el movimiento cotidiano de la lucha social y la
política menuda. El elitismo vanguardista no es más que la contracara del
populismo anti-teórico y el obrerismo sindicalista, incapaces de forjar una
tradición y una cultura política de izquierda verdaderamente nacional.
Hemos comenzado nuestro itinerario sometiendo la historia y tradición del
bolchevismo y la Tercera Internacional, a una nueva mirada teórica,
reconstituyendo el contenido fecundo de las corrientes y tendencias que se
desarrollaron en el suelo fértil del movimiento socialista ruso y europeo. Hemos
tratado de demostrar que la concepción de un partido independiente en miniatura
creciendo a expensas de los otros ha sido una ficción que no existió en la
realidad histórica del movimiento socialista. Hemos tratado sobre todo de
mostrar lo que pensamos que está agotado. En ese sentido nuestra actitud ha sido
sobre todo de una negación radical de las experiencias partidistas fallidas.
Las corrientes sectarias de carácter revolucionario, han tenido la virtud de
conservar el marxismo, aunque hayan tenido que pagar un elevado costo en
dogmatismo y esclerosis teórica y política. En el período de retroceso y
derrotas inauguradas en los años ’80, esto implicó una actitud revolucionaria
imprescindible. Pero en el período que se ha iniciado hay que reafirmar que ese
papel ya no es posible cumplirlo sin transformarse al mismo tiempo en un factor
reaccionario y paralizante. La renovación política y organizativa deberá estar
acompañada inevitablemente por una de carácter teórico, realizando una revisión
pormenorizada de nuestra experiencia pasada y tratando de pensar con nuestras
propias cabezas el complejo mundo en que nos toca actuar. Cuando más
imprescindible parece ser la exigencia de seguir el espíritu crítico y reflexivo
de Lenin, más parece que deberemos abandonar para siempre el leninismo oficial
de las últimas décadas.
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