Anticapitalismo
Tres estrategias en el movimiento alter-globalización
Jorge Sanmartino *
Corriente Práxis
El capítulo latinoamericano del Foro Social policéntrico realizado en Caracas
puso a contraluz las polémicas y debates que lo recorren acerca de su futuro,
ahora que se abrió una nueva coyuntura continental. Del Foro participaron más de
80 mil personas. Alrededor de 53 mil de manera individual, 19 mil como delegados
de las más diversas organizaciones y el resto como periodistas, colaboradores y
voluntarios. Las delegaciones de Venezuela, Brasil y Colombia fueron las más
numerosas.
Un nuevo contexto internacional
La participación creciente de movimientos sociales y organizaciones
norteamericanas es un dato nuevo de los foros y parece expresar el nuevo clima
político anti-belicista que emerge en el país del norte. Su símbolo, Cinthia
Sheehan, la madre de un soldado muerto en Irak que acampó frente al rancho de
Bush en señal de protesta, tuvo una presencia destacada en Caracas. El
contingente norteamericano, entre los que se encontraban las organizaciones
sociales y políticas organizadoras de los movimientos y manifestaciones
antiguerra, vuelve a conectar las luchas y rebeliones de los países dependientes
y oprimidos con las aspiraciones pacifistas de crecientes porciones de la
sociedad norteamericana.
Durante las jornadas del Foro, una nueva escalada diplomática tuvo lugar entre
Venezuela y EEUU, cuando el gobierno local descubrió acciones de espionaje que
involucraban a altos jefes militares y decidió expulsar al agregado naval
norteamericano, mientras EEUU replicó anunciando una medida similar contra la
jefa de gabinete del embajador venezolano en Washington. Aunque una intervención
militar hoy es prácticamente imposible, no habría que subestimar las
declaraciones de Rumsfeld cuando comparó a Chávez con Hitler o las del General
James Hill, comandante de las FFAA estadounidenses para la zona sur cuando dijo
"estamos ante una nueva amenaza emergente en América Latina, que se observa en
Venezuela y Bolivia. Al lado del narcoterrorismo, de la guerrilla, etc. aparece
ahora el populismo radical. Y esto es una amenaza para los intereses de EEUU". O
las afirmaciones recientes de la secretaria de Estado Condoleezza Rice,
que llamó hoy a la comunidad internacional a crear "un frente unido" contra el
presidente venezolano Hugo Chávez, al que presentó como "un desafío para la
democracia" y un "peligro" para la región por sus relaciones con Fidel Castro.
Estas declaraciones pretenden crear el terreno ideológico y político para una
eventual ofensiva sobre el continente, aunque posiblemente sus esfuerzos
inmediatos no estén dirigidos a una intervención directa sino a la creación de
fuerzas locales de oposición (al estilo de la contra nicaragüense) o de
sostenimiento moral y financiero de las derechas electorales para recomponer sus
filas hoy maltrechas, tanto en Venezuela como en Bolivia.
Pero la reacción histérica de la administración norteamericana revela que su
accionar de conjunto en la región adopta rasgos defensivos, si se la compara con
las últimas décadas de dominio indiscutido y la preponderancia de las relaciones
carnales con las camarillas políticas locales durante los años ’90. El nuevo
contexto, entonces, está marcado por el giro a la izquierda de las masas,
rebeliones populares y nuevos gobiernos en algunos países que se muestran
independientes del imperialismo, sobre todo el de Chávez y habrá que ver en el
futuro el alineamiento de Evo Morales. De este modo América Latina es hoy un
laboratorio de experiencias y debates que han vuelto a colocar el imaginario
socialista y la capacidad de transformar la sociedad, luego de las derrotas y
las frustraciones del experimento stalinista y de la hegemonía indiscutida del
discurso neoliberal. El nuevo contexto parece propicio para adicionar al famoso
No, ese grito de rebelión y rechazo, el Si de una alternativa real y efectiva
capaz de oponerse al capitalismo.
Los gobiernos de centroizquierda en América Latina
Chávez comete un error fundamental: confunde las necesidades diplomáticas con
las caracterizaciones políticas. En su discurso a la Asamblea de los Movimientos
Sociales en el Poliedro de Caracas llamó a Lula "gran compañero" y dijo que es
preciso ‘apoyarlo’ porque estamos en un proceso". Generalizando su teoría de las
circunstancias afirmó que "No se puede pedir a Chávez que haga lo mismo que
Fidel. No se puede pedir a Lula que haga lo mismo que Chávez. O a Evo, lo mismo
que Kirchner. Estamos todos en un mismo proceso aunque cada uno en sus
circunstancias".
En Venezuela es común oír sobre la existencia de un "frente antiimperialista
continental", aunque difícilmente pueda ser compatible con la política exterior
que ejercen desde la Casa Rosada en Argentina o el Planalto en Brasil. Parece
difícil creer que la participación en las tropas de intervención de la ONU en
Haití, la distancia y nula colaboración con Cuba o la intervención en Bolivia en
concordancia con los deseos norteamericanos de estabilización regional, puedan
ser compatibles con la participación, incluso implícita en algo semejante a un
"frente antiimperialista continental". Es evidente que existen profundas
diferencias entre las políticas implementadas por los gobiernos de Uruguay,
Brasil o Argentina (y no sólo en política exterior) de las medidas adoptadas por
Venezuela. Cualquier confusión al respecto podría colocar, como ya ha hecho con
importantes dirigentes del movimiento social y de los derechos humanos en
Argentina, a los movimientos de lucha en el campo de los explotadores y sus
representantes políticos, que aplican, sino en su totalidad en su núcleo
fundamental, lineamientos de continuidad con los gobiernos neoliberales.
Jerarquías y diversidad
Hace un año, en el marco del V Foro realizado en Porto Alegre, Ignacio Ramonet,
así como François Houtart[1], figura destacada en el Consejo Internacional del
Fórum, entre otros líderes del movimiento, alertaron de que el evento corría el
riesgo de volverse "turismo revolucionario", reuniones "folklóricas", que la
fragmentación de los debates en miles de propuestas dejaría sin jerarquía ni
capacidad de decisión al foro y que se debían escoger acciones prioritarias y
llevarse acabo por todos los participantes. Al igual que otros intelectuales
ellos vieron en las acciones de gobierno como el de Venezuela las vías para
concretizar los anhelos y utopías de las asambleas ciudadanas. Hugo Chávez en su
discurso a la asamblea de los Movimientos Sociales que realizó el viernes 27 en
el Poliedro de Caracas retomó el hilo conductor de Ramonet alertando sobre los
mismos problemas (folklorización, turismo) y proponiendo acciones conjuntas a
nivel global contra el imperialismo y su jefe "Mr. Danger". Evidentemente la
incapacidad del foro para establecer agendas prioritarias ha impedido hasta
ahora acciones comunes antiimperialistas de carácter mundial, sistemáticas y
efectivas, que hundan sus raíces en las luchas de los pueblos coordinadas
globalmente. Para Antonio Martins[2], integrante de ATACC- Brasil, el foro ha
sido un espacio abierto y laboratorio de ciencia social donde se reelaboran
permanentemente teorías de la transformación. Coloca en contacto a diversas
teorías y escuelas sociales y no lo hace desde el punto de vista académico o
sólo de cúpulas partidarias, sino que rompe las barreras entre la ciencia y la
militancia, poniendo en diálogo a intelectuales y activistas de todos los
continentes, a diversas teorías y experiencias en un mismo ámbito de debate.
En ese contexto el foro se ha vuelto una referencia mundial para gobernantes y
representantes políticos de todas partes. Hay cosas realmente ciertas en esto.
Las grandes insurrecciones en las calles desde Seattle a fines de 1999 fueron un
impulso decisivo para la emergencia de este fenómeno nuevo. En los hechos, la
existencia de un espacio donde se practica el libre debate de ideas y el
intercambio de experiencias es una novedad del movimiento de lucha social
anticapitalista favorecido por las nuevas condiciones internacionales abiertas
hacia fines de los ‘90. Incluso ha permitido el conocimiento y la articulación
de nuevas organizaciones y redes de acción internacional que hubieran sido
imposibles sin este espacio. Las mismas organizaciones revolucionarias que somos
una pequeña minoría en el foro, donde predominan las expresiones políticas e
ideológicas reformistas, los programas redistributivos, hemos podido avanzar,
gracias a este espacio, en intentos de reagrupamiento político y organizativo,
oponiéndonos periódicamente a las visiones no-clasistas del mundo globalizado,
las omisiones mayoritarias a toda propuesta de ruptura radical con la sociedad
existente, los modelos neo-keynesianos, las relaciones preferenciales que muchos
líderes del foro conservan con los gobiernos social-liberales de Europa o
Latinoamérica o las visiones angelicales sobre las reformas necesarias en el
terreno de las finanzas internacionales, la ONU, o la paz mundial. Aún así el
espacio de Forum se enfrenta a una crisis que es un producto combinado de su
crecimiento numérico y político y de sus debilidades ideológicas.
Detrás de la opinión de que "no hay sujetos sociales "históricos", más capaces
que otros para encabezar la transformación del mundo" y que por lo tanto "no hay
campañas que sean, a priori, más relevantes que las demás", que no hay
"direcciones ni partidarias ni intelectuales autorizadas a definir estas
campañas en nuestro nombre, fuera de nuestros espacios de diálogo"[3], se ha
rechazado campañas y definiciones comunes concretas, puesto que los Forum sólo
pueden ayudar a "construir actores colectivos, lugares de encuentro e
intercambio" pero no son la "instancia más adecuada para tomar decisiones". Así,
bajo la supuesta "lucha contra las jerarquías" los referentes del Foro se
incapacitan para definir los puntos fundamentales de una agenda de lucha mundial
inmediata, basada en la oposición a la guerra imperialista en Irak y la "guerra
preventiva" ideada por la administración Bush, que hoy se continúa mediante la
ofensiva sobre aquellos países a los que considera "ejes del mal" como Irán,
Venezuela, Siria o Corea del Norte, o sobre movimientos y partidos como el Hamas
o las Farc. La idea de que no cabe tomar decisiones a nombre de otros suena algo
paradójico, puesto que no se deja de hacerlo: rechazar la puesta en práctica de
formas democráticas de toma de decisiones para ejecutar planes globales de lucha
concretos y efectivos. Al mismo tiempo la apelación a la diversidad y la
igualdad de problemáticas oculta el núcleo y los fundamentos de los males que
atraviesa la sociedad contemporánea, regada de injusticias, guerras, degradación
social y moral y catástrofes ecológicas en nombre de la democracia y el mercado.
La preocupación legítima por las cuestiones de género, ecológicas o de otra
índole no se subestima ni se menosprecia cuando se las incorpora a la lucha más
vasta y abarcadora contra el imperialismo guerrerista y el capitalismo
depredador.
La pasividad y la abstención, le sirven de manera directa a los señores de la
guerra, o indirectamente a sus aliados diplomáticos que ejercitan un discurso
pacifista pero son cómplices y hasta socios comerciales de la guerra, como
Alemania, Francia y otros países "civilizados". Muchos líderes del Foro, que
mantienen estrechas relaciones con este tipo de gobiernos social-liberales
pretenden mantener a los mismos como lugares de debate, de intercambio cultural
y artístico y así evitar pronunciamientos y medidas que puedan comprometer o
poner en serios apuros a sus socios. Nadie puede rechazar algunos de los logros
que los dirigentes del foro mencionan, pero ellos podrían servir como una
plataforma superior para la lucha antiimperialista. Todo lo que no progresa
termina por estancarse, e incluso retrocede. Samir Amin apuntaba a este desafío
cuando sostuvo en el marco del Foro en Caracas que "así como la naturaleza, la
política tiene miedo al vacío. Los cambios en el mapa de América Latina, y la
creciente situación de inestabilidad en Irak y Medio Oriente, abren un nuevo
espacio de actuación para las fuerzas que se oponen a la actual lógica de
dominación mundial comandada por EEUU". Por último, más paradójico aún resulta
ser el hecho de que los dirigentes del la CUT y el PT, o de la socialdemocracia
europea, que son tan influyentes en el foro, no puedan mostrar en sus prácticas
habituales ese desapego tan consecuente hacia las jerarquías y toma de
decisiones "en nombre de otros" que practican en el FSM.
Entre la autonomía y el estado
El foro social desde su primera iniciativa en el 2001 incluyó un gran componente
autonomista. No se trataba sólo de mantener la autonomía del foro frente a los
distintos gobiernos y partidos, sino fundamentalmente de la convicción de que
los cambios esenciales en las relaciones sociales provenían de lo que comúnmente
se denomina la "sociedad civil" y no del estado. Allí estaban como testimonio
las experiencias fallidas y el posterior derrumbe tanto del estalinismo como del
estado benefactor y el estatismo practicado y proclamado por la
socialdemocracia. La idea del "poder constituyente" como elemento comunista
subversivo y creador frente al "poder instituido" cosificador de las relaciones
sociales y opresor de Tony Negri, o la teoría del "anti-poder" en Holloway se
volvieron sentido común para los movimientos sociales de resistencia en casi
todo el mundo, sobre todo en el período en que la oleada asfixiante de gobiernos
neoliberales que inundaba el mundo ni siquiera permitía pensar la acción estatal
como factor de cambio y liberación. En ese sentido los autores autónomos
hicieron época, reflejando un período marcado por la deserción absoluta del
estado y la mercantilización de toda la vida social, como las pensiones de
retiro, los servicios públicos esenciales y hasta el tiempo libre.
Ahora el estado volvió por sus fueros, aquí y ahora, y su capital es Caracas. El
estado fue nuevamente asumido como el instrumento fundamental de cambio y ahora
la supina idea de "tomar el mundo sin cambiar el poder" parece, luego de un par
de años, un grito disonante, ingenuo, un recuerdo de cómo fue colocado el
movimiento popular a la defensiva, sin capacidad real de maniobra en la lucha de
clases. Aunque ese eco no desapareció ni mucho menos del escenario mundial, por
lo menos en América Latina parece haber quedado fuera de moda.
Emir Sader, Ramonet y otros intelectuales encabezan la exigencia de que se tome
en cuenta a los gobiernos latinoamericanos cuando se piensa en que "otro mundo
es posible". Para Sader "fracasaron también los movimientos sociales que
pretendieron mantenerse en la esfera de la lucha social, sustituyendo la lucha
política o intentando prescindir de ella. (…) En la propia Venezuela, los
participantes en el FSM encontrarán un proceso político en el que efectivamente
se promueve la prioridad de lo social, se limita la libre circulación del
capital financiero, se opone a la hegemonía imperial belicista, se promueve
activamente la integración latino-americana, tanto en los planos político y
económico general, como en aspectos decisivos como el energético y la
democratización de los medios de información"[4].
Así estamos, mientras unos exigen mirar el siglo pasado para superar los límites
del reformismo estatista, el populismo y su culto al estado, con sus promesas,
mitos y desencantos, otros exigen ver más allá de las "resistencias sociales" y
pasar al terreno de los proyectos políticos si se pretende superar la
intrascendencia.
Entre las tendencias ideológicas autonomistas y los renovados impulsos
keynesianos y estatistas que comienzan a brillar en el firmamento
latinoamericano, hay más cosas en común de lo que están dispuestos a admitir
cualquiera de sus integrantes. Baste con recordar la cuestión fundamental: su
oposición a las experiencias de rupturas revolucionarias radicales. Ya sea
porque el poder instituyente se vuelve, al estilo Foucoultiano, es decir por la
naturaleza misma del poder, un nuevo Leviatán opresor, o bien porque las
rupturas radicales terminan eventualmente en dictaduras estalinistas, las vías
revolucionarias para la transformación social del mundo han sido declaradas
obsoletas y peligrosas. Las coincidencias teóricas han tenido su correlato en
acuerdos políticos concretos, como el apoyo al Si en el referéndum sobre la
Unión Europea en Francia o el apoyo al gobierno de Lula en Brasil.
La experiencia venezolana
Para los estatólatras como Sader -que han seguido defendido al PT incuso cuando
el barco ya estaba hundido-, sin el estado no hay posibilidad de cambios. Pero
se hace caso omiso del tipo de estado que puede efectuarlos. La Meca se mudó de
Brasil a Venezuela. En parte es comprensible. El gobierno venezolano ha
mantenido una política exterior independiente. Chávez ha sido valiente en
sentarse junto a Fidel Castro, comerciar y establecer relaciones con Irán,
Rusia, China o con quién sea, aunque le moleste a Norteamérica. En ese sentido
Kirchner, Lula o Tabaré Vázquez no les llegan ni a los talones. Es real también
que los últimos años del gobierno venezolano, sobre todo luego del golpe fallido
y sobre todo de derrota del paro petrolero, ha adquirido una dinámica social que
ha operado cambios importantes. Las misiones, las reformas en salud, el combate
al analfabetismo, son indicadores de una nueva política social, que ha recibido
el apoyo de la inmensa mayoría de los pobres del campo y la ciudad. Pero por
supuesto, esto no modifica el carácter de clase del estado.
El proceso revolucionario en Venezuela tiene pendiente un camino claro en la
ruptura con la propiedad privada de los medios de producción estratégicos, los
medios de comunicación que han sido la cuna del golpismo imperialista, y la
reforma agraria, instrumentos indispensables e insustituibles para reemprender
un proceso de reindustrialización y recuperación productiva de la renta
petrolera. El socialismo del siglo XXI sólo puede abrirse paso si se parte de
estas medidas básicas. Y esto por supuesto exige profundizar el proceso
revolucionario, asimilando las lecciones de todo el siglo XX, en el que
movimientos de transformación tantos o más profundos han tenido lugar en
Argentina, Perú, Brasil o México sin que a la larga sean modificadas las
relaciones sociales fundamentales.
En segundo lugar el tipo de estado al que aspiramos los socialistas desde Marx,
es aquel que se construye con la fuerza y participación desde debajo de la
inmensa mayoría de los explotados, y que en parte comienza desde que se hace
efectiva esa participación, a volverse un no-estado, un aparato que va
disolviendo y entregando sus potestades políticas, que son reabsorbidas por la
sociedad de la que había estado separada e incluso enfrentada
irreconciliablemente. En Venezuela el estado lo es todo, (o casi todo) mientras
que la sociedad es débil. Esta característica histórica construyó relaciones
desiguales entre el poder estatal y las masas, introdujo elementos cesaristas y
caudillisticos permanentes y le otorgó rasgos autoritarios y represivos
permanentes al sistema democrático bipartidista de adecos y copeyanos. La
potencia del caudillo sólo puede surgir de la voluntad popular, pero para que el
mito perdure, esa voluntad debe ser entregada al jefe. Cuanto más se refuerza
esa autoridad, incluso si este adopta, como Chávez, medidas progresistas y
antiimperialistas, menos capacidad adquieren las masas para el auto-gobierno.
Llega un punto en que el gobierno de un hombre, un cesarismo progresivo frente
al poder imperialista, se vuelve una traba para el desarrollo de la polis
moderna, del gobierno democrático de las masas. El caudillo no tiene control ni
contrapeso. Los partidos pueden ser mediadores de las demandas presidenciales,
pero nunca pueden limitar o controlar, y menos aún rechazar su poder.
La consecuencia de la debilidad histórica de lo que puede denominarse la
"sociedad civil" ha hecho que las masas hayan intervenido en momentos
específicos y determinados del proceso revolucionario, como el golpe del 2002 o
el paro del 2002-2003, pero la gran mayoría de las iniciativas permanentes de
organización y participación de masas han sido adoptadas desde el gobierno y el
estado. Las misiones, los círculos bolivarianos, los consejos comunales. Incluso
la formación de la UNT fue apadrinada desde arriba, aunque su formación fue
catalizada por la participación obrera en la lucha contra el paro. Pero existe
una dialéctica de organización-cooptación, basada en la ampliación del espacio
de influencia partidista, que al mismo tiempo genera una tendencia dinámica
autónoma y de autogobierno en el que han crecido organismos, y núcleos autónomos
en comunidades, en el campo y los movimientos indígenas, y a su vez una
dependencia estatal y subordinación política de las mismas. Es un movimiento
contradictorio y un proceso vivo que está aún en desarrollo. La cogestión
obrera, reducida a pocas empresas, fue lograda gracias al protagonismo de los
trabajadores contra el look out patronal, e incluso en su momento apoyada desde
el gobierno, pero luego estancada e incluso desmantelada en PDVSA, o
congelada en el sistema eléctrico. Mientras el estado se arroga representar a
los trabajadores, algunos de ellos exigen participar en la gestión de las
empresas.
Las denuncias sobre la corrupción del aparato estatal, el rechazo masivo a los
"partidos del cambio" oficiales, e incluso el boicot de gobernantes, alcaldías o
funcionarios respecto a las medidas que el pueblo exige, demuestran hasta qué
punto el aparato estatal le es ajeno a la población, un agente clasista sobre
ella, jerárquico, sostenedor de un sistema heterónomo de relaciones sociales. No
es casualidad que sólo la figura presidencial sea convocante y respetada, sin la
cual el proceso no avanzaría. La relación bonapartista del ejecutivo con las
masas expresa la debilidad y no la fortaleza del proceso, y convoca al
desarrollo de organizaciones autónomas de la clase trabajadora, los campesinos y
el pueblo pobre para desarrollar y facilitar el poder popular y el auto-gobierno
de las masas. La experiencia del "socialismo real" en los países del este
debería ser lo suficientemente aleccionadora sobre los riesgos de alentar y
justificar el burocratismo, el sustitucionismo y la toma de decisiones de corte
verticalista, incluso de aquellas medidas progresivas que se hacen en nombre del
antiimperialismo o del socialismo del siglo XXI. Sería irónico que pudiéramos
extraer conclusiones adecuadas en el este, pero incapaces de mantener una línea
socialista consecuente e independiente en América Latina. La urgencia por
colocarse en el margen correcto en la lucha contra el imperio, no debería ser la
excusa para otorgar un cheque en blanco al nacionalismo de izquierda venezolano
ni al socialismo de estado cubano, con todo el valor y la valentía (y la
simpatía y el apoyo que nos merecen) tener que enfrentarse con un poder
imperialista mil veces superior. Al revés, una concepción libertaria,
genuinamente socialista, tal como lo formulara, más allá de sus puntos
débiles, Lenin en El Estado y la revolución, podría servir mil veces más al
socialismo tanto en Cuba como en Venezuela que un seguidismo acrítico y una
concepción estatista y burocrática del mismo.
En resumen, se trata de superar la antinomia entre el autonomismo o el estatismo
burgués. El primero carece de proyección política estatal sin la cual es
imposible derrotar al imperialismo y dar paso en la transición al socialismo.
Esta comienza a ser la lección fundamental que puede dejar la experiencia de más
de diez años de lucha de los zapatistas en México, que luego de errores
fundamentales en su estrategia autónoma se encaminan a ensayar alternativas de
organización política a nivel nacional; o la de Ecuador, donde los movimientos
indígenas y campesinos entregaron su propio poder a militares y a políticos
veletas que significó una derrota que aún hoy los movimientos sociales están
pagando. O finalmente, la experiencia Argentina, donde pareció que las prácticas
autónomas y experiencias barriales o productivas podían sustituir con éxito la
construcción de herramientas políticas anti-capitalistas, aunque la
recomposición del estado y de la clase dominante recondujo esas experiencias con
relativa facilidad e incluso cooptó a muchos de sus integrantes.
El segundo caso, el estatismo reformista, niega la superación de la propiedad
privada, la socialización de los medos de producción y la gestión directa y
democrática de todos los asuntos públicos por parte de las masas, única
posibilidad de crear un nuevo tipo de estado que inaugure el camino a la
sociedad comunista. Por eso sus partidarios se encandilan con más mínima medida
que algún gobernante de centroizquierda pueda tomar con la esperanza de que sean
dos o tres milímetros más izquierdistas que los Menem, Cardozo o Battle, o
recrean la ilusión de un transito "por arriba" entre el nacionalismo de
izquierda y el socialismo y hacen un culto al poder emancipador del estado.
Hay una tercera variante que es necesario recuperar de acuerdo a la nueva época
en que vivimos. Se trata de volver a ubicar como centro de una estrategia
socialista la transformación revolucionaria de la sociedad y la transición hacia
un no – estado, asegurado por la extensión de nuevas relaciones sociales al
interior de las sociedades más desarrolladas. Ni apoliticismo ingenuo en nombre
de un falso antiautoritarismo, ni fetichización del estado capitalista o
burocrático. Hay que pensar las vías hacia una ruptura radical del estado
capitalista y el poder económico, social y cultural de la clase dominante, y las
formas de transición estatal mediante la acción conciente y participación
directa de las masas, única manera en que puede entenderse hoy en día el
socialismo.
Buenos Aires, 18 febrero 2006
* Integrante el colectivo Economistas de Izquierda (EDI) y de la Corriente
Práxis.
Notas
[1] La mundialización de las resistencias y de las luchas contra el
neoliberalismo, François Houtart.
[2] Que outro mundo é possível, Martins Antonio, 2006.
[3] Idem.
[4] Foro Social Mundial: de la resistencia a la lucha por un mundo posneoliberal
o la intranscendencia. Emir Sader, enero 2006.