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La Izquierda debate

 

El colectivo "poder autónomo" y el tema del poder
La producción pública no estatal de los valores de uso.

En los más variados fenómenos autónomos, se da el indiscutible hecho de la construcción de un nuevo poder, que no es estatal ni es privado, sino es un poder articulado de las amplias mayorías que niega antagónicamente tanto el poder del estado como el poder cotidiano de las riquezas e influencia de las clases dominantes.

La red de nodos autónomos articulados es pues nuestra propuesta de poder.

El Colectivo "Poder Autónomo" ha iniciado un proceso de discusión sobre el tema del poder acerca del cual dan cuenta varios documentos que pueden consultarse en:
www.poderautonomo.com.ar. Este breve esbozo ha sido preparado para su presentación como aporte a la discusión del tema en el presente Cuarto Encuentro Latinoamericano de Organizaciones Populares Autónomas.

Buenos Aires, 22 de febrero de 2006.

Nuestro colectivo considera respecto al tema del "poder" que debemos liberarnos de una serie de ideas que tal vez tuvieran aplicabilidad en el pasado (e incluso es probable que ni siquiera fueran del todo útiles antaño) pero que hoy resultan decididamente anacrónicas e inapropiadas. En particular, consideramos que el poder no es algo análogo a un objeto físico, que pueda ser "tomado" o "conquistado". En primer lugar, es algo que detenta el Estado, a través de dispositivos directos de coerción como la policía o el ejército, y también a través de mecanismos administrativos e ideológicos que permiten a las fuerzas sociales dominantes mantener su hegemonía sobre la sociedad en su conjunto. Sin embargo, además del Estado, estas fuerzas poseen poder directo, debido a su inserción como propietarias de los medios de producción y reproducción de las riquezas y los saberes.

La explotación de las mayorías por parte de las fuerzas sociales hegemónicas viene generando una resistencia desde el momento mismo de la aparición del capitalismo moderno como modo de producción, en el siglo XVI. Esta resistencia tuvo desde el principio dos modalidades. Por un lado, el largo combate económico-sindical por la mejora del salario, las condiciones de trabajo y los derechos sociales. Pero, junto con ello, una difusa percepción de que estas luchas intrínsecamente justas, aun en el momento de su victoria (por ejemplo tras obtener una reducción de la jornada laboral, las vacaciones pagas, el aguinaldo, etc.), contradictoriamente, de un modo oscuro, poseían la paradójica cualidad de afirmar, consolidar y fortalecer el sistema capitalista de explotación. Del mismo modo funcionó la conquista del sufragio universal dentro del sistema político de la democracia capitalista: participar en unas elecciones implica reconocer y fortalecer al sistema representativo. La desconfianza hacia la acción sindical y hacia la participación política está generada por la sensación de que aún las menos explotadoras condiciones capitalistas de explotación, son siempre condiciones de explotación; y, de acuerdo a la famosa fórmula de Rosa Luxemburgo, es preciso luchar no para que haya menos explotación, sino para que no haya ninguna explotación.

Esta difusa "conciencia comunista" que se genera todo el tiempo en las fábricas capitalistas, permanentemente y desde hace siglos, estaba destinada a permanecer larvada debido a la inexistencia de condiciones objetivas para revolucionar el sistema. La tradición leninista afirma la existencia de un techo, generado por la incapacidad de los trabajadores como clase de alcanzar una conciencia política, la conciencia "para sí", restringió al proletariado a la simple lucha reivindicativa-sindical, la famosa conciencia "en sí". Los partidos leninistas atribuyen a los "intelectuales orgánicos" la tarea de transportar esa conciencia "para sí", política, al interior de la clase trabajadora. Sin embargo, durante todos estos largos años de acumulación capitalista, destellos de radicalidad antagónica se activaban reiteradamente desde el seno mismo de la clase. Se trataba de chispazos y erupciones de carácter radical, de ruptura con el sistema, incapaces de florecer y generalizarse por la permanencia de condiciones inapropiadas.

El carácter vertical y autoritario del leninismo político compartía ciertas cualidades de eficacia con la fábrica capitalista de tipo "fordista", pero también (al igual que el capitalismo) producía y reproducía desigualdad, bajo la forma de una casta burocrática de funcionarios del Partido que, cuando éste llegaba al poder estatal (aniquilando físicamente al Estado capitalista y organizando un nuevo Estado) se convertía en administradora de un capitalismo de Estado cuyo modo de producción hegemónico no se diferenciaba del de los países capitalistas.

El derrumbe de los países del llamado "socialismo real" (países de Capitalismo de Estado) a comienzos de la década de 1990, coincidió no casualmente con la emergencia, en el seno mismo de los países capitalistas, de los movimientos autonómicos de todo tipo. Por una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo central ha alcanzado para este sistema una escala planetaria, de modo tal que ya no existen áreas en la Tierra ajenas al modo capitalista de producción. Pero, además, ese desarrollo ha provocado bruscos y significativos cambios en el modo de realizar el trabajo por parte de los asalariados. Ya no es solamente el trabajo en la gran fábrica fordista el único creador de valor. La cooperación social ha conducido a que la producción de servicios y conocimiento, en este capitalismo tardío, sea un ingrediente tan importante para la creación de valor como el trabajo fabril. Y se ha generalizado el hecho novedoso de que el burgués propietario de los medios de producción ha sido radiado del proceso de organización del trabajo vivo, de modo tal que la automatización de la producción, la informática y la complejidad de las tareas han convertido a la labor proletaria en algo completamente diferente a lo conocido antes de los años '90. Los capitalistas se dedican cada vez más a apropiarse parásitamente del fruto del trabajo social en unidades productivas cuya articulación interna es esencialmente (y de manera irreversible) colectivista. La contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación del excedente de la riqueza producida nunca fue más escandalosa. Pero ese extrañamiento del burgués respecto de su fuente de poder, la fábrica, debilita su poder mismo, así como fortalece de manera gradual, el poder antagónico del trabajador, quien ahora empuña las riendas de la organización y gestión de la producción, toma decisiones todo el tiempo y detenta poco a poco el monopolio de los saberes empíricos y académicos.

Al mismo tiempo que se producen estas modificaciones profundas en la fábrica, multitudes incontables quedan al margen de la producción y del mercado. En la época de auge del capitalismo, éste aspiraba a involucrar a la humanidad entera en el sistema. Sin embargo, la caída tendencial de la tasa de ganancia ha provocado que, en el capitalismo tardío, sea imposible abarcar a todo el mundo bajo la forma de asalariado y consumidor. Los millones de personas marginadas del mercado capitalista, tanto en los países centrales como periféricos, se ven condenados a perecer si se atienen a las normas del sistema. Ello no ocurre porque esas personas se arman de estrategias de supervivencia que se hallan afuera del sistema capitalista, a través de la creación de grupos autónomos de producción de riqueza y todo tipo de valores de uso por fuera del mercado. También se organizan en forma autónoma aquellos todavía incluidos en el mercado, pero que comparten dimensiones problemáticas que el mercado no puede resolver, ya sea momentáneamente o de manera definitiva. Las asambleas que florecieron en 2001 y 2002 en Buenos Aires, los piqueteros, los familiares de Cromagnon, los insurrectos de Las Heras, en la Patagonia argentina; y el movimiento de vecinos que lucha contra la instalación de las papeleras en Entre Ríos, etc., son ejemplos de estas modalidades autonómicas. En algunos casos, las articulaciones autónomas son duraderas; en otras como los llamados "enjambres" que voltearon diversos gobiernos en España, Filipinas y América Latina, resultan dispositivos momentáneos (y a veces muy eficaces) para obtener objetivos ambiciosos pero limitados. En los más variados fenómenos autónomos, se da el hecho de la construcción de un nuevo poder, que no es estatal ni es privado, sino es un poder articulado de las amplias mayorías que niega antagónicamente tanto el poder del estado como el poder cotidiano de las riquezas e influencia de las clases dominantes.

Aunque parezcan diferentes a primera vista, el poder de los proletarios de las fábricas complejas del capitalismo tardío y el poder de los colectivos autónomos que surgen en los intersticios del sistema son el mismo poder: el poder de la "multitud", o como dicen otros autores, del "cognitariado" o del "neoproletariado" (categorías que estamos discutiendo). En otras palabras, los heterogéneos sectores explotados o reducidos a la miseria por las formas tardías del capitalismo poseen esa potente determinación en común, pero también otra: la de materializar un poder antagónico al capitalista, poder que al crecer y consolidarse tiende a extinguir por reemplazo al poder directo de la hegemonía de clase de la burguesía, y también a enfrentarse al poder del estado capitalista, que despliega todas sus capacidades disciplinadoras para subyugar a los alzados.

Cada lucha se convierte en política, no en conciencia "en sí", sino en conciencia "para sí" que no precisa para constituirse ningún "intelectual orgánico". El autonomismo es una emanación de la complejidad del sistema que conlleva de ese modo un antagonismo radical con el sistema mismo. El poder constituido para la producción y para la resistencia, se convierte en poder político destinado a la aniquilación del poder contrarrevolucionario.

Pero el Estado, despojado ya de las connotaciones civilizatorias (salud, educación, juridicidad) que en sus etapas arquetípicas compartieron la escena con su intrínseco papel de actor de la coacción sobre los explotados, no se extingue paulatinamente, sino que se refuerza en esta etapa, convirtiéndose en único garante de la hegemonía capitalista. Las armas de la policía y el ejército reemplazan al evaporado consenso en que el sistema capitalista es el único mundo posible. Frente al fantasma criminal del Estado, al principio de esta etapa los luchadores vacilan, espantados ante el paso que se disponen a dar. Episodio tras episodio corre la sangre del pueblo, palos y piedras contra las balas. Hasta que, inevitablemente, la conciencia autónoma se ve irresistiblemente forzada a actuar y despliega su contrafuerza de contrarrepresión.

Ni el capitalismo ni el Estado capitalista se extinguirán pues, de buen grado, mansamente. Combatirán con ferocidad en todos los ámbitos antes de perecer. No es pensable la posibilidad de una evaporación espontánea del Estado. Ante esa perspectiva, el papel de los núcleos revolucionarios autónomos que se van articulando en red, adquiere toda su estatura. En efecto, el proceso de demolición del sistema y de su superestructura principal de sostén posee cierto componente automático: los burgueses van perdiendo espacios, el Estado deserta en un ámbito, después en otro, quedan espacios vacantes que el autonomismo ocupa sin lucha. Sin embargo, el grueso del poder burgués permanece incólume si no se planifica y cumple su desguace. El proceso puede ser lento, difícil y doloroso para las grandes mayorías, o bien rápido, relativamente fácil e indoloro, según opere el arte de la política. Los núcleos revolucionarios autónomos que se van articulando en red no tienen sobre sus espaldas, como los viejos partidos, la tremenda responsabilidad de llevar la conciencia política a las mentes proletarias: hemos visto que el capitalismo tardío posee mecanismos de construcción de conciencia "para sí" desde adentro de la praxis de la producción y la reproducción de la vida.

Las condiciones materiales de la producción y la reproducción no permitían imaginar una formación económico social donde el Estado coactivo hubiera desaparecido. Sin embargo, ese futuro ha llegado. El capitalismo ha abierto de par en par las puertas de la sabiduría y de la riqueza para la humanidad, pero nos ha dejado en el umbral. Nos preguntábamos cómo sería la sociedad del comunismo. Ahora conocemos cómo se articula su primer capítulo: el autonomismo es el prólogo a la sociedad verdaderamente humana que vivirán las generaciones venideras.

La red de nodos autónomos es pues nuestra propuesta de poder. La articulación de los nodos (nuestros grupos autónomos) tiene leyes todavía desconocidas, por nuestra ignorancia y, sobre todo, porque el fenómeno de la construcción de la red tiene mucho de emanación de un sistema complejo que se encuentra en una etapa todavía inmadura.
"¿Para qué sirve un bebé?" contestaba Michael Faraday cuando le preguntaban para qué sirve la electricidad. Pero sabemos algunas cosas: sería la culminación de los sueños de incontables generaciones; el reino de la libertad triunfando sobre el de la necesidad. El mundo no será homogéneo ni del todo pacífico, ya que habrá luchas encarnizadas y llenas de pasión.
Pero, como escribió Bertold Brecht en su "Carta a los hombres futuros", "...vosotros, cuando lleguen los tiempos/ en que el hombre sea amigo del hombre,/ pensad en nosotros/ con indulgencia".

Fuente: lafogata.org