Cuadernos del Sur
No digan que el movimiento social excluye el movimiento político.
No existe movimiento político que no sea social al mismo tiempo
Karl Marx
El presente trabajo tiene por objeto realizar un breve análisis comparativo
de los principales movimientos sociales que han emergido y se han consolidado al
calor de la implementación de las políticas neoliberales en las dos últimas
décadas en la región. Nuestra intención, por supuesto, no es agotar el tema,
sino más bien esbozar una introducción a la problemática en cuestión, denominada
por la mayoría de los autores como "Nuevos Movimientos Sociales" (en adelante
nms), a partir de la investigación en tres países: México, Argentina y Brasil.
Se comenzará discutiendo en un nivel teórico qué entendemos por nms y cuan
innovadores resultan con respecto a las organizaciones y grupos precedentes.
Luego, se realizará una distinción entre los movimientos europeos y los de
nuestro subcontinente. En tercer lugar, a partir de una serie de ejes y
características generales (composición social, organización, discurso emitido y
formas de lucha) que tornan plausible su comparación, se abordará el surgimiento
y la dinámica del zapatismo (México), el movimiento piquetero[1] (Argentina) y
el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (Brasil), intentando dar cuenta
de las diferencias y similitudes entre ellos. Por último, como complemento a
modo de Apéndice, se profundizará en el estudio de cada uno de los movimientos
mencionados.
Una aclaración necesaria: que hay de nuevo en los nms
Se ha convertido en un lugar común hablar de nms a la hora de referirse a los
sujetos colectivos que irrumpieron en los últimos veinte años en buena parte de
América Latina, al calor de la creciente "exclusión" social, la crisis de
representación y la erosión de los mecanismos de participación política. Sin
embargo, es preciso desmistificar su carácter totalmente novedoso. Como bien
expresan Riechman y Fernandez Buey (1994) "la historia misma de las sociedades
modernas es una historia de movimientos sociales", por lo que referirse de esta
manera a aquellos grupos humanos que presenten características innovadoras
resulta, cuanto menos, un exceso teórico y político.
No obstante, sería igualmente absurdo suponer que estos movimientos
socio-políticos son una copia fiel de aquellos derrotados, o cooptados a nivel
institucional, en los tumultuosos años '70 y '80. La tragedia no se ha repetido,
pues, como farsa. ¿Cuáles son entonces, a grandes rasgos, los factores que
inducen a llamarlos de esta forma? Previamente, es preciso poner de manifiesto
un escollo mayúsculo existente al interior de la teoría crítica contemporánea,
respecto del análisis de este cúmulo de fenómenos recientes: no lograr gestar y
dar a luz una nueva matriz de intelección, que lo habilite para pensar dichos
sucesos, distinguiendo lo nuevo de la experiencia tradicional[2]. Tal vez
estemos, como ha enunciado Raquel Gutiérrez Aguilar (2002) "ante la necesidad de
una nueva pauta sintética de comprensión de los eventos, que contribuya a
iluminar el hacer y a trazar esquemas de horizontes posibles". Lo cierto es que
se torna imprescindible el surgimiento de teorías que, desde variados ángulos
conceptuales e interdisciplinarios, aborden la complejidad de este fenómeno
actual.
Por ello, una primer cuestión a destacar es que la emergencia de estas
originales formas de protesta responde en parte a una nueva estructura
socio-económica marcada por la paulatina desindustrialización y la pérdida de
derechos colectivos (Gutiérrez Aguilar, 2002). Si en las décadas pasadas la
mayoría de las luchas remitían al espacio laboral -predominantemente el fabril-
como ámbito cohesionador e identitario, hoy en día las modalidades de protesta
social exceden la problemática del trabajo, anclándose más en prácticas de tipo
territoriales[3]. La vivienda y la comida, la ecología, los servicios públicos,
los derechos humanos o la recuperación de valores tradicionales, que tienden a
ser subsumidos dentro del proceso de globalización capitalista en curso, son
algunos de los principales ejes que atraviesan a los nms[4]. La sociedad misma
deviene un instancia de confrontación donde la producción y la reproducción
tienden a confundirse[5].
En segundo lugar, es importante señalar que los partidos políticos establecidos,
más allá de su tendencia ideológica, han internalizado la crisis del Estado
"intervencionista" (sea en su faceta benefactora en Europa, o en la populista en
América Latina) y, por lo tanto, ya no se muestran aptos para mediar en la
relación Estado-Sociedad. Esto se constata, como indica Claus Offe (1996), en su
incompetencia manifiesta y su capacidad de respuesta insuficiente ante el
conjunto de problemas que plantean una necesaria resolución en términos públicos
y comunitarios.
Esta conjunción de factores generó precisamente la emergencia de organizaciones
que cuestionan los límites de política institucional, y que la literatura
especializada denominó nms. Más allá de sus especificidades, ellos surgen como
una respuesta social a un vacío político[6]. En América Latina, en particular,
expresan un cierto desencanto con relación a los partidos políticos y, en
especial al Estado, como espacios únicos de canalización de demandas o
eliminación satisfactoria de conflictos. De acuerdo a Eslavoj Zizek (2000),
difieren de los movimientos tradicionales "por una cierta autolimitación, cuyo
reverso es un cierto excedente": son renuentes a entrar en la disputa habitual
por el poder, subrayando su resistencia a convertirse en una estructura
partidaria rígida que aspire a devenir en futura mayoría gubernamental, pero al
mismo tiempo dejan en claro que su meta es mucho más radical, en tanto luchan
por una transformación fundamental del modo de actuar y de las creencias. Este
proyecto integral "de cambio de paradigma de vida", dirá Zizek, "necesariamente
socava las bases mismas de la democracia formal".
Por otra parte, a la hora de definir su carácter novedoso, es preciso tener en
cuenta que el mismo no necesariamente está vinculado con una cuestión
cronológica, sino ante todo cualitativa. Definiremos entonces a los nms,
siguiendo a Michel Vakaloulis (2000), como un conjunto cambiante de relaciones
sociales de protesta que emergen en el seno del capitalismo contemporáneo. Estas
relaciones se desarrollan de forma desigual en sus ritmos, su existencia
reivindicativa, su constancia y su proyección en el futuro y en su importancia
política e ideológica. El origen común es el conflicto, de forma directa e
indirecta, con la materialidad de las relaciones de poder y dominación. No
obstante, cabe aclarar que según esta concepción el movimiento social no
constituye un proceso lineal que -en términos de una visión determinista de la
lucha de clases- expresaría el carácter inexorable de las resistencias a los
procesos de explotación y de dominación capitalista. Al mismo tiempo, podemos
mencionar como característica distintiva de los nms, el hecho de que al no estar
bajo el mando de elites políticas externas, tienen con frecuencia formas de
organización menos autoritarias. En este aspecto, según Luis Alberto Restrepo
(1990), hay incluso "una ruptura consciente con las modalidades verticales de
ejercicio de la autoridad propias de los movimientos tradicionales". No son
estas, por cierto, las únicas distinciones sustanciales que nos obligan a
utilizar la noción de nms para denominar a movimientos tales como los sin
tierra, los zapatistas y los piqueteros. Como veremos más adelante, también
entran en juego en los últimos años nuevos grupos sociales, originales formas de
lucha, así como motivaciones políticas distintas a las clásicas.
Algunas diferencias y similitudes entre los nms de América Latina y los de
países capitalistas centrales
Un primer punto a tener en cuenta al realizar una comparación entre los nms de
los países capitalistas occidentales y los de la periferia es que, a diferencia
de los del llamado Primer Mundo (feminismo, ecologismo, pacifismo, "globalifóbicos",
etc.), que constituyen casi en su totalidad acciones colectivas desde sectores
del centro, los de latinoamerica pueden verse como una rebelión desde los
márgenes. Esto se debe fundamentalmente a su composición social: si los
múltiples colectivos que pululan en Europa, Norteamérica y Canadá son integrados
por hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, de buena posición económica (nueva
clase media, vieja o tradicional clase media, y en menor medida sectores
periféricos al mercado de trabajo), con un nivel alto de educación y perdida de
algunos beneficios del Estado de Bienestar, en el caso de América Latina buena
parte de las luchas actuales son protagonizadas por movimientos compuestos por
"excluidos" -sean estos desocupados, indígenas o trabajadores rurales- con
escaso o nulo nivel educativo.
En segundo término, cabe destacar que el tipo de relación que establecen con las
estructuras del Estado varía: mientras que en Europa gran parte de los nms han
devenido en organizaciones cuyas acciones apuntan a consolidar un espacio de
negociación y transformación social en el seno del Estado mismo (el movimiento
ecologista alemán, a través de la conformación del Partido de los Verdes, es
paradigmático al respecto), en nuestra región, el zapatismo, los Sin Tierra y
los piqueteros no parecen focalizar sus acciones hacia una vocación de gobierno.
El caso extremo lo representa el EZLN, quien tiene como premisa excluyente para
la totalidad de sus miembros el renunciar a la aspiración de cualquier tipo de
cargo político. La apuesta es, esencialmente, hacia el fortalecimiento de la
"sociedad civil" y de sus redes horizontales de solidaridad y resistencia. Algo
similar ocurre con la mayoría de los movimientos piqueteros en Argentina. Salvo
la Federación de Tierra y Vivienda, que postuló marginalmente como candidato a
Luis D'Elia, el resto de ellos descree del proceso electoral y del Parlamento
como instancia decisoria prioritaria. Ello no implica, por supuesto, que no sean
conscientes de que, aunque de forma diferenciada, realizan una práctica política
constante[7]. Sí supone la no subordinación del movimiento a los tiempos
estatales. La relación del MST con el Partido de los Trabajadores es al respecto
ejemplificadora: Si bien mantienen un vínculo estrecho, al punto de postular en
algunos estados candidatos en conjunto, no omiten denunciar a la corriente
hegemónica del PT como "gerenciadora de la crisis" (Stedile, 1998), ni menguan
su capacidad de presión a través de la toma de haciendas en aquellos distritos
gobernados por tendencias de izquierda[8].
En tercer lugar, la construcción de organismos de contra-poder tiene como
precondición la creación y experimentación de nuevas relaciones sociales no
escindidas de lo cotidiano: las cooperativas rurales de los campesinos
brasileños, los proyectos productivos de trabajo realizados por los piqueteros,
y las tierras comunales cultivadas en los Municipios Autónomos chiapanecos,
constituyen en todos los casos instancias donde lo político y lo económico,
lejos de verse como compartimentos separados, se amalgaman concretamente[9]. Los
tres movimientos plasman así de manera embrionaria, en sus prácticas
territoriales mismas, los gérmenes de la sociedad futura por la cual luchan, en
la medida en que ensayan "aquí y ahora" una transformación integral de la vida.
Se amplía, pues, la esfera de lo político, arraigando cada vez más en el seno
mismo de la sociedad civil. Por contraste, muchos de los grupos que conforman el
movimiento "anter-globalizador", tienden a subsumir sus prácticas a los
espasmódicos momentos en que los principales funcionarios de los organismos
financieros internacionales se reúnen en ciudades europeas, priorizando el
carácter mediático y virtual de la protesta por sobre la territorialización y
expansión de nuevos vínculos sociales[10].
No obstante, más allá de estas y otras tantas diferencias reales, se han ido
generando espacios de coordinación e intercambio de experiencias de lucha y
organización entre ambos movimientos, entre los que cabe destacar al Foro Social
Mundial realizado en la ciudad de Porto Alegre (Brasil) durante sus primeros
tres años[11], y en la India en su última convocatoria, así como la Vía
Campesina, en el ámbito rural. De menor envergadura -aunque no radicalidad-, el
Encuentro Internacional de Pensamiento Autónomo, convocado en enero de 2004 en
el sur del Gran Buenos Aires, ha sido también un terreno de diálogo y reflexión
de aquellos movimientos que apuntan, sin perder su vocación universalista, a una
construcción más de tipo experimental. Estos encuentros han sido sumamente
fructíferos para generar una perspectiva internacional que, respetando la
diversidad de intereses antes descripta, pueda llegar a amalgamar a escala
mundial los discursos y prácticas contra-hegemónicos de los sectores
perjudicados por la imposición de políticas neoliberales. De todas maneras,
retomaremos esta discusión en las conclusiones finales.
América Latina en resistencia: cartografía de tres movimientos
En México, Brasil y Argentina existen hoy en día amplios movimientos sociales y
políticos que, más allá de sus particularidades, tienen una serie de
características generales que permiten esbozar un análisis comparado[12]. Los
principales ejes que los atraviesan son los siguientes:
1. Composición social.
2. Organización.
3. Discurso emitido.
4. Formas de lucha.
Respecto del primer punto, puede afirmarse que la progresiva marginalidad
conforma un rasgo común de estos sectores en lucha. Campesinos y trabajadores
rurales empobrecidos en el caso de los Sin Tierra, indígenas sometidos a una
cultura y una dinámica laboral ajenas, en Chiapas, así como desocupados, pobres
estructurales, y clase media pauperizada, en las zonas periféricas de Argentina,
dan cuenta de similares grupos sociales, mayoritariamente definidos por su
carácter de "excluidos"[13], en sociedades que, comparativamente, resultan las
más industrializadas de la región.
No estaríamos en presencia, por lo tanto, de un simple antagonismo entre capital
y trabajo, entendido en su sentido clásico y restringido, aunque tampoco podemos
expresar, como hace Alain Touraine (1984), que se han "disuelto" los conflictos
de clase. Lo que ha ocurrido, creemos, es una creciente complejización de dichas
tensiones, en el marco de una heterogeneidad estructural de las relaciones
sociales que torna específica y diferencial a América Latina respecto de Europa.
Por ello, siguiendo a Arturo Fernandez (1991) podemos decir que si bien los
conceptos de clase y movimiento social no pueden confundirse ni subsumirse, es
imperioso realizar un "análisis flexible y particularizado de la naturaleza de
clase de cualquier movimiento social", a los efectos de "enriquecer y clarificar
su comprensión y estudio prospectivo, sobre todo en regiones como la
latinoamericana".
Con relación al segundo punto, el ejercicio de la democracia directa y un alto
grado de horizontalidad son dos de los ejes vertebradores de los movimientos, de
manera tal que los fines propuestos por ellos están contenidos en sus propios
medios de construcción, despojándose del criterio instrumentalista predominante
durante décadas en la izquierda clásica. La organización del zapatismo, por
ejemplo, invierte la lógica tradicional de los partidos leninistas: las "bases"
son las que se encuentran en la cúspide decisional, por debajo de la cual se
ubica el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, cuyos miembros son
nombrados por las mismas comunidades, instancia de máxima jerarquía al interior
del EZLN. Esta estructura es la que garantiza en último término que "el que
mande, lo haga obedeciendo", como ellos dicen. La reciente creación de las
Juntas de Buen Gobierno[14] no hace más que profundizar este proceso
democrático. También el movimiento piquetero se delinea a través de la práctica
asamblearia, más allá de las diferencias ideológicas entre los diversos
grupos[15]. El órgano supremo donde se toman las decisiones se encuentra
conformado por delegados de cuadrillas de trabajo, emprendimientos productivos o
comedores barriales. El Movimiento Sin Tierra, por su parte, se estructura sobre
la base de comisiones que designan democráticamente una dirección política
"colectiva", evitando las figuras de presidente, secretario y tesorero. Ello no
implica, por supuesto, que no existan en los tres casos ámbitos representativos.
Pero sí supone una dinámica participativa y de discusión permanente por parte
del conjunto de los miembros del movimiento, en las diferentes instancias
deliberativas conformadas por una red de articulación basada en el consenso.
Otra característica singular que atraviesa a estos grupos es que sus dirigentes
y referentes máximos tienen un compromiso vital muy fuerte con las comunidades
donde se desarrollan las luchas y experiencias autónomas. Allí habitan, y
comparten con la comunidad las condiciones de existencia, como bien señala
Guillermo Cieza (2002). Se percibe, por lo tanto, un distanciamiento social
relativamente pequeño entre los líderes y los demás miembros o integrantes, por
contraste a las agrupaciones tradicionales (sindicatos, partidos políticos,
etc.), cuya estructura organizativa de tipo piramidal escinde en muchos casos al
extremo las bases de sus respectivas cúpulas dirigentes.
En tercer lugar, los discursos pregonados se sustraen en grado sumo al de los
años '70, si bien en todos los casos recuperan algunas consignas elaboradas por
aquel entonces, re-significándolas en función de sus prácticas concretas de
resistencia. Además del humanismo guevarista, resulta llamativa la influencia en
los tres movimientos, aunque en grados diferentes, de la teología de la
liberación: los curas y militantes cristianos de base brindaron un aporte
fundamental para la conformación de las primeras agrupaciones de trabajadores
desocupados[16] en Argentina. Las comunidades eclesiásticas de la "Iglesia
progresista", a su vez, dieron sustento a la lucha del MST brasileño desde sus
inicios, propagando el "espíritu misionero" de compañerismo y solidaridad en el
campo, a través de la Comisión Pastoral de la Tierra. En San Cristóbal de las
Casas, por su parte, la acción del obispo Samuel Ruiz y de su diócesis ha
contribuido enormemente a la consolidación del zapatismo.
Estas tradiciones de lucha se combinan con dos rasgos que denotan una radical
innovación: la demanda de autonomía frente al Estado y la ausencia de una
auto-proclamación de vanguardia[17]. Al mismo tiempo, la apelación permanente a
la palabra "dignidad" atraviesa, curiosamente, a los tres movimientos[18]. La
negatividad o el rechazo hacia políticas estatales o corporativas excluyentes
es, asimismo, central[19]: El grito de ¡Ya basta! con el cual se dio a conocer
el 1 de enero de 1994 el EZLN, o el bloqueo de rutas y caminos por parte de los
grupos piqueteros, obstruyendo la circulación del capital[20], son ejemplos
claros de ello. También la defensa del medio ambiente y de los recursos
naturales, y la problemática de género, se encuentran entre sus principales
reivindicaciones. No obstante, aunque cada uno de estos nms nace expresando un
profundo desacuerdo con el orden existente, no es cierto que se agoten en la
misma protesta. Proponen, en paralelo, variadas soluciones frente al actual
estado de cosas[21]. Basta leer las Demandas Políticas, Económicas y Culturales
puestas a discusión por el zapatismo en la Primer Consulta Nacional e
Internacional por la Paz y la Democracia, o los sucesivos Programas de la
Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados votados por los
diferentes movimientos piqueteros, o los numerosos documentos de Reforma Agraria
elaborados por los Sin Tierra de Brasil.
Finalmente, en cuanto a las metodologías de lucha y confrontación, lo que los
moviliza a la acción directa es la necesidad de luchar contra el intento de
desarticular instancias, valores y culturas arraigados en la comunidad. En este
sentido, ha sido fundamental la oposición al NAFTA (surgimiento del zapatismo
como respuesta a su puesta de vigencia en México) y, de manera más generalizada,
a la futura implementación del ALCA (Tratado de Libre Comercio de las Américas)
en el continente, al punto de condicionar varias de las prácticas resistencia
utilizadas por los múltiples movimientos sociales. Cabe mencionar como proceso
complementario la creación de espacios territoriales autónomos -o "públicos no
estatales"- a los efectos de generar un ámbito material independiente de las
formas tradicionales de relaciones sociales, que recupere la unicidad cultural,
e incluso en algunos casos lingüista y étnica, sin descuidar en paralelo el
respeto a la diversidad. Si en el caso del MST, la centralidad de la demanda de
tierra se percibe en su nombre mismo, en el zapatismo también cumple un papel
fundamental: tal como expresa Harry Cleaver (2000), uno de los puntos nodales
del conflicto actual en Chiapas se encuentra en el cercado y privatización de
terrenos comunales indígenas, a partir de la modificación del artículo 27 de la
Constitución Nacional en 1992. En menor medida, también el movimiento piquetero
basa buena parte de sus prácticas en la constitución de un espacio
autogestionario de producción colectiva. La exigencia por parte de trabajadores
desocupados de la apertura de antiguos polos industriales que estructuraban la
vida de pueblos enteros, en especial en ciertas regiones periféricas del país,
subordinado a las Asambleas Vecinales que gestionan de manera democrática los
planes de empleo (v.g. Mosconi) da cuenta de una dinámica similar. La ocupación
de predios, fábricas y establecimientos de desuso, y su puesta en funcionamiento
teniendo como horizonte el trabajo desmercantilizado, es parte de este proceso.
Cabe destacar que, en los tres casos, aún cuando no se valen de los canales
tradicionales para efectuar sus reclamos, en numerosas ocasiones los utilicen.
Por ello, si bien las modalidades de protesta son menos institucionalizadas, sin
duda ha habido un avance desde acciones más desarticuladas, a formas
sistemáticas de manifestación[22], sustentadas por recursos y fuentes no
convencionales que potencian la desobediencia civil.
Sin embargo, sería erróneo idealizar este tipo de prácticas, desconociendo que
muchas de las demandas solicitadas por estos movimientos se vinculan con
garantizar una subsistencia minimamente digna. En este sentido, cabe preguntarse
si las nuevas formas de protesta -de las cuales el zapatismo, los sin tierra y
los piqueteros son una de sus mayores expresiones, aunque desde ya no la
única[23]- no se hallan en parte más orientados a la satisfacción de necesidades
básicas, siendo más puntuales y defensivas que las correspondientes a las formas
clásicas (v.g. movimiento obrero europeo).
Vale la pena, por último, reflexionar en torno al vínculo que los nms establecen
con los partidos políticos más afines a sus intereses. En el caso de los Sin
Tierra, la relación con el Partido de los Trabajadores es sumamente ambigua: por
un lado, mantienen una relación fraternal, al punto de que algunos integrantes
del MST, tal como mencionamos, son legisladores electos por el PT. Aún así, no
puede ser considerado el "brazo rural" del partido, debido a que las decisiones
fundamentales de los Sin Tierra son tomadas por fuera de ese ámbito[24]. Más
allá de esta tensión, si bien las organizaciones partidarias de izquierda se han
visto fortalecidas con las últimas elecciones nacionales y estaduales, el
triunfo de Lula hasta el momento no redundó en un avance concreto hacia una
posible toma de posición favorable del Estado, respecto de la conflictiva
cuestión de la Reforma agraria en Brasil[25].
En Argentina, por constraste, la crisis de representación luego del 19 y el 20
ha dado como resultado una desestructuración del sistema de partidos y una
erosión colosal de los niveles de credibilidad de la población para con las
organizaciones tradicionales, al punto de aparecer como una de las pocas
consignas aglutinadoras el "¡que se vayan todos!" -al menos hasta marzo de 2003,
momento en el cual tiende a perder vigencia. Los movimientos piqueteros, si bien
en algunos casos forman parte de agrupaciones políticas de mayor envergadura, no
han logrado aún configurar un espacio de coordinación transversal lo
suficientemente sólido como para poder incorporar en la agenda pública sus
demandas fundamentales[26]. Tampoco en el corto plazo se vislumbran iniciativas
gubernamentales que apunten a erradicar los problemas de fondo que sentaron las
bases de la actual desocupación estructural, por lo que no es descabellado
pensar en un intento de represión estatal a mediana escala sobre los grupos más
radicalizados, en paralelo a la cooptación (a través de prebendas y concesiones
materiales) de aquellas agrupaciones más propensas a la conciliación.
En México, finalmente, se ha abierto -con el quiebre de la prolongada hegemonía
del Partido Revolucionario Institucional- un proceso de democratización todavía
incierto, aunque el Partido de la Revolución Democrática no parece generar
mayores perspectivas de cambios profundos. Sin embargo, en los tres países, más
allá de las particularidades descriptas, asoma un adelgazamiento de la capacidad
institucional del régimen representativo burgués para funcionar como mediación
eficaz ante la protesta social que inevitablemente engendran las políticas
neoliberales santificadas desde el Consenso de Washington (Yunez, 2002). Los
partidos tradicionales, depositarios de la confianza y la expectativa iniciales
de las masas en la democracia en tanto garantes de ésta, fueron asimismo los
primeros en sufrir el creciente descrédito popular hacia los pilares del sistema
político.
Al parecer, no es entonces este el eje directriz que permitiría "emparentar" a
los tres movimientos. Si en un comienzo el triunfo del PT -limitado en términos
de márgenes de maniobra política y alianzas con sectores de centroderecha-
avizoró un futuro venturoso para el Cono Sur, en especial respecto de la
constitución de un polo opositor a la implementación del ALCA, hoy en día, tras
la expulsión de varios legisladores de su ala más radical ante la negativa de
votar en el Parlamento políticas de ajuste en el sector público, se desvanecen
las ambiguas expectativas que se habían depositado en las potencialidades de un
gobierno de izquierda en el país más poblado de América Latina. En Argentina, no
se observa en los movimientos sociales todavía una voluntad real de construir
-tomando en parte como ejemplo la gestación del Frente Amplio uruguayo y del PT
de Brasil, pero también experiencias menos "estatalistas" como la de la
Coordinadora del Alto en Bolivia- un espacio crítico que evite la disgregación y
permita fortalecer (o trascender, según sea el caso) las disímiles demandas de
las organizaciones que componen el campo popular (sectores sindicales,
piqueteros, estudiantiles, vecinales, e inclusive agrarios). Con todo, es
preciso tener en claro que no hay posibilidad alguna de reconstituir el
movimiento local si no es desde una perspectiva internacional. En este sentido,
el Foro Social Mundial (al margen de sus limitaciones) y otras instancias más
combativas aún, como la Vía Campesina, emergen sin duda como "archipiélagos"
aglutinantes y posibles puentes de comunicación al interior de este múltiple
crisol de luchas contemporáneas que demuestra que -más que nunca- la rebeldía es
tan global como el capital.
APÉNDICE
Breve itinerario de los nms
Un, dos, tres, cuatro, cinco mil, la lucha de Argentina es la de México y Brasil
Consigna cantada en la Marcha contra el ALCA
Foro Social Mundial 2002, Porto Alegre
1. México: "para que nos vieran, nos enmascaramos"
El Ejercito Zapatista de Liberación Nacional hizo su aparición pública el 1º de
enero de 1994, el mismo día en que entraba en vigencia el NAFTA. Al grito de ¡Ya
Basta!, ocuparon la ciudad de San Cristóbal de las Casas, junto con otras seis
cabeceras municipales de Chiapas. Luego de cruentos combates -que dejaron un
saldo de casi 200 muertos y más de un millar de heridos-, el 12 de enero se
estableció una tregua que hasta el día de hoy no fue rota, si bien el Ejercito
Federal y la policía, en combinación con diversos grupos paramilitares de la
zona, han desencadenado desde entonces una guerra de desgaste integral que
incluye asesinatos, requisas y amedrentamientos cotidianos a los indígenas y
campesinos que participan en, o simplemente simpatizan con, el movimiento
zapatista.
Este primer levantamiento, lejos de ser un acontecimiento espontáneo, estuvo
preparándose más de diez años. Meses atrás, el EZLN festejó el 17 de noviembre
de 1983 como la fecha de su fundación. En aquel entonces, un pequeño grupo de
revolucionarios miembros de las Fuerzas de Liberación Nacional se estableció en
las montañas de la Selva Lacandona junto con algunos indígenas y mestizos. Sin
embargo, este núcleo de militantes marxista-leninistas se topó con algo
totalmente innovador. En palabras del Subcomandante Marcos (1998) "nuestra
cuadrada concepción del mundo y de la revolución quedó bastante abollada en la
confrontación con la realidad indígena chiapaneca. De los golpes salió algo
nuevo, que hoy se conoce como 'el neozapatismo'". De esta forma, poco a poco, de
ser un minúsculo grupo guerrillero, el movimiento se fue convirtiendo en una
comunidad en armas (Holloway, 1997). Lo que irrumpe finalmente el 1º de enero no
es, por tanto, un foco terrorista compuesto por revolucionarios profesionales,
sino una comunidad rebelde "armada de verdad y de fuego", en donde el acento
está puesto en las primeras palabras. Esto explica por qué a pesar de existir
desde hace tiempo numerosas guerrillas en México[27], ninguna de ellas ha podido
hasta ahora alcanzar el consenso social y político logrado por el EZLN, no sólo
en su país, sino en buena parte del mundo.
En efecto, lo que caracteriza a estos ignotos encapuchados es precisamente su
alejamiento respecto de las formas tradicionales de hacer política. A diferencia
de los partidos y movimientos de izquierda clásicos, no propugnan la toma del
poder, ni pretenden arrogarse el título de vanguardia. Tampoco ansían devenir un
grupo corporativo, que peticiona demandas meramente particulares. Su famosa
máxima "para todos todo, para nosotros nada", no hace más que ratificar el
carácter anti-sectario del zapatismo, aún cuando recuperen históricos y
legítimos derechos indígenas pisoteados por más de 500 años de sometimiento[28].
La realización de un Encuentro Intergaláctico, bajo el lema "contra el
neoliberalismo y por la humanidad", amplió aún más el tono internacionalista de
su discurso. Veamos, pues, algunos de los ejes antes descriptos.
El primero es su subversiva concepción de la revolución. De ser una respuesta,
la transformación sustancial de la sociedad se convierte en un interrogante que
se contesta en la propia experiencia vivencial de las comunidades. Todas las
decisiones importantes son discutidas antes de llegar a un consenso, aplicándose
el principio de "mandar obedeciendo". El propio Marcos (1998) admitió que
"nuestra única virtud como teóricos fue tener la humildad para reconocer que
nuestro esquema teórico no funcionó, que era muy limitado, que teníamos que
adaptarnos a la realidad que se nos imponía". La revolución debe ser entonces,
al decir de los zapatistas, un proceso auto-creativo, gestado en el propio
transcurso de la experiencia, esencialmente democrático, no sólo en el sentido
de que tiene a la democracia como meta, sino en la medida en que es democrática
la forma misma de lucha. De ahí que sea imposible pre-definir un punto de
llegada (Holloway, 1997). Su noción de la revolución es, además, anti-instrumentalista,
por cuanto no se entiende como un medio para lograr un fin. No es la preparación
de un evento futuro, sino la transformación hoy de las prácticas y formas de
relacionarse. También resulta en parte anti-definicional: camina preguntando, no
contestando; supone un viaje constante más que un horizonte determinado de
manera teleológica[29]. La apertura y la incertidumbre son, por tanto,
inmanentes al concepto zapatista de revolución.
Resignificando a Antonio Gramsci, en su noción de sujeto revolucionario, la
"sociedad civil" es el verdadero agente del cambio radical. En ella se incluye a
los múltiples actores sociales y políticos que luchan a diario "contra el
neoliberalismo y por la humanidad", a través de formas de organización
autónomas. La lucha por la dignidad (por el control sobre nuestras propias
vidas) no es de acuerdo al zapatismo privilegio de ningún grupo definido. Tal
como afirman en una de sus proclamas, "la revuelta de la dignidad viene del
fondo de nosotros mismos" (...) "es esa Patria sin nacionalidad, ese arco iris
que es también puente, ese murmullo del corazón sin importar la sangre que lo
vive, esa rebelde irreverencia que burla fronteras, aduanas y guerras" (EZLN,
1995).
Asimismo, su forma organizativa implica que el autogobierno y la horizontalidad
son ejes directrices. El "mandar obedeciendo" no es una mera consigna, sino que
encarna en el conjunto de instituciones que han dado luz en la selva Lacandona.
Los llamados Municipios Autónomos son el mejor ejemplo que este ejercicio de
democracia directa y participación política ampliada. Como ha expresado Marcos
(1998), su creación "es la forma en que las comunidades indígenas cumplen y
aplican los acuerdos de San Andrés". Estos acuerdos "reconocen la capacidad de
los pueblos indígenas para gobernarse según sus usos y costumbres, según sus
formas internas, y eso es lo que se está aplicando y eso es lo que da sentido a
los Municipios Autónomos. Esto es lo que pasa ahora; aún si el gobierno no
cumple los acuerdos, ellos los dan por acordados y lo están aplicando". Sin
embargo, sería erróneo pensar que el zapatismo no hace más que revitalizar las
instancias tradicionales de organización indígena. Antes bien, lo que se ha
producido es una especie de híbrido entre estas formas propias de los pueblos
originarios y elementos innovadores. Si por un lado se ha mantenido la tradición
según la cual la asamblea de cada comunidad es el órgano máximo de decisión, por
el otro se ha adoptado un funcionamiento consejista para la coordinación de
acciones (Abad Domínguez, 2002).
2. Argentina: "¡piqueteros, carajo!"
En nuestro país existen una multiplicidad de movimientos sociales en lucha.
Podría decirse que si en los años '80 los derechos humanos fueron el aglutinante
mayor, en los '90 la desocupación y la descomposición social de las clases
medias dieron lugar al surgimiento de organizaciones que intentaban impugnar las
políticas neoliberales aplicadas de manera sistemática a lo largo de la llamada
"década menemista"[30]. De esta forma, en los primeros años del gobierno del
Partido Justicialista se fueron generando, al calor del aumento estrepitoso de
los índices de desempleo, numerosos grupos y coordinadoras que nucleaban a
trabajadores desocupados. Teniendo como disparador originario en diciembre de
1993 el estallido social conocido como Santiagazo, comienzan a irrumpir en la
escena pública sucesivas "puebladas". Su surgimiento estuvo vinculado a los
procesos de ajuste emprendidos inicialmente por los gobiernos provinciales a
instancias de la política de desguace estructural del Estado impulsada por el
gobierno de Carlos Menem.
Como expresa Marina Farinetti (1999), a partir de 1994, por el impacto del
aumento de las tasas de interés en EEUU y, particularmente, de la devaluación
mexicana, la estrategia económica que permitió al gobierno nacional afrontar el
ajuste (altamente dependiente del flujo de capitales externos y de la expansión
de la demanda interna) mostró su fragilidad. Los gobiernos provinciales,
jaqueados por la crisis financiera, el descenso de los recursos fiscales y el
acrecentamiento de las presiones del gobierno nacional por implementar el
ajuste, no tuvieron otra opción que poner en marcha las reformas que habían
evitado hasta entonces: centralmente, la privatización de empresas públicas y la
transferencia de los sistemas previsionales al Estado central. Esta vuelta de
tuerca del ajuste puso a las administraciones provinciales en gravísimos apuros.
En muchos casos, no pudieron ni siquiera afrontar el pago de los salarios de sus
empleados.
A lo largo de 1997, el corte de ruta se generaliza en tanto modalidad de
protesta. Es así como emerge la práctica del piquete[31] en los pueblos de
Cutral Co y Plaza Huincul (y posteriormente en Tartagal) en los meses de mayo y
junio[32]. Frente a este panorama, el gobierno comienza a implementar los Planes
Trabajar como herramienta de descompresión del conflicto.
Inmediatamente luego de estos acontecimientos, en la zona sur del Gran Buenos
Aires surgen varios grupos que se autodefinen "piqueteros", emulando la acción
realizada por los desocupados de otras provincias del país. Durante la segunda
mitad del año se registran en el conurbano un total de 23 bloqueos de rutas y
accesos a la Capital Federal. Sin embargo, la gran expansión del fenómeno se
produce recién en tiempos del gobierno de Fernando De la Rúa. Como explica Julio
Burdman (2001) "con el doble objetivo de afectar la estructura clientelista en
la provincia de Buenos Aires y limitar el crecimiento de pequeños grupos de
piqueteros en el conurbano, el Ministerio de Desarrollo Social a cargo de
Fernández Meijide introduce una modificación en la distribución de los planes
-en general, en manos de los municipios-, proponiendo que estos sólo sean
asignados a ONG's que se responsabilizan de su ejecución. Pero en lugar de
contener la práctica piquetera, esto la institucionaliza y la potencia".
Así fueron consolidándose, a partir de la acción directa basada en el trabajo
territorial, además de los MTD's (Movimiento de Trabajadores Desocupados), la
CCC (Corriente Clasista y Combativa), la FTV (Federación de Tierra y Vivienda),
así como otras organizaciones, en muchos casos de menor envergadura, como el MTL
(Movimiento Territorial del Liberación), el MTR (Movimiento Teresa Rodriguez),
el PO (Polo Obrero), el Movimiento Barrios de Pie, el MIJD (Movimiento
Independiente de Jubilados y Desocupados), el MST (Movimiento Sin Trabajo) y la
CTD (Coordinadora de Trabajadores Desocupados), en tanto esfuerzos colectivos
por reconstruir el tejido social roto por la Dictadura Militar a partir del
Golpe de Estado de 1976. También diversas son las prácticas que constituyen al
movimiento piquetero: desde las modalidades más creativas de trabajo informal,
hasta las ollas populares, pasando por el trueque y la invención de formas de
convivencia en los propios cortes de ruta.
Cabe destacar que, en los piquetes, las asambleas son no sólo órganos de
decisión política, sino auténticos dispositivos de regulación de la vida tomando
como parámetro la solidaridad y el compañerismo. De esta manera, tal como
expresa Pablo Perazzi (2002) poco a poco el piquete "deja de representar
únicamente una medida de acción directa -y por lo tanto de duración limitada-,
expresando cada vez más un modo de organización relativamente estable que suele
exceder la inmediatez del reclamo puntual", buscando tornar visible idearios
político-sociales, a través del traslado de la oscura realidad barrial a una
geografía pública.
Por ello, si los primeros piquetes se produjeron a cientos de kilómetros de los
principales centros urbanos, a medida que crecía la capacidad de movilización y
envergadura de las diferentes organizaciones de trabajadores desocupados, los
cortes asumían una dinámica de acción centrípeta (Perazzi, 2002). Es así como en
noviembre de 2000 se realiza en distintos puntos del conurbano bonaerense un
piquete coordinado en escala. De ahí en más, la cantidad de prácticas de este
tipo irán en aumento, al punto de llegar en el año 2002 más de 1.100 los cortes
de ruta en todo el país, registrándose en el 2003 cerca de 250 piquetes
solamente en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, sería incorrecto reducir a estos movimientos a la interrupción o
bloqueo del transito. De hecho, buena parte de las acciones que los constituyen
como tales se encuentran por fuera del piquete: en los barrios y espacios
autogestionados por ellos mismos. En efecto, al igual que los zapatistas y los
sin tierra, en dichos ámbitos intentan componer instancias de subsistencia
autónomas con respecto al mercado y al Estado. A ello apuntan los múltiples
"emprendimientos de trabajo": fábrica de grasa, herrería, panadería, bloquera
(producción de ladrillos), cuadrillas de construcción, elaboración de artículos
de limpieza, roperos y farmacias comunitarios, merenderos, comedores populares,
y demás prácticas cooperantes[33].
3. Brasil: "tierra y libertad"
Tal como relatan Frei Sérgio Gorgen y Joao Pedro Stedile (1984), la historia del
Movimiento Sin Tierra no tiene una fecha especifica en cuanto a su origen. Sus
más cercanos antecedentes se los puede encontrar en los diferentes
acontecimientos que se desarrollaron principalmente en 1978. Es a partir de esta
fecha que las luchas de los agricultores sin tierra comenzaron a organizarse
para la conquista de una área de tierra, multiplicándose así las ocupaciones en
distintas regiones. Pero todavía estas acciones eran aisladas, siendo recién en
1981 cuando comenzaron los encuentros de los dirigentes de estas luchas
localizadas, encuentros promovidos por la Comisión Pastoral de la Tierra. Como
resultado de estas articulaciones de las diferentes luchas que se estaban dando,
se realizó en enero de 1984, en Cascavel (Paraná), el Primer Encuentro Nacional
de los Sin Tierra.
Como factores que determinaron el surgimiento del MST puede mencionarse, en
primer lugar, el económico: durante la década de los 70 hubo una gran
concentración de la tierra y una expansión de la mecanización de los cultivos,
de la utilización de los insumos industriales. Muchos trabajadores fueron así
reemplazados por maquinaria, por lo que resultaron expulsados de las tierras.
Este y otros catalizadores agudizaron la reducción de la mano de obra en esas
haciendas. También se fue tornando cada vez más inviable para los trabajadores
rurales excluidos de la agricultura la emigración hacia regiones amazónicas o el
éxodo rural hacia las ciudades. En tercer lugar, el trabajo de la iglesia
católica, a través de las pastorales rurales, llevo a cabo una concientizacion
de los campesinos sobre sus derechos a la tierra. Todo esto generó una corriente
de transformación en los sindicatos rurales tradicionales, que se volvieron más
combativos, pasando a estimular y apoyar la lucha por territorios propios. Por
ultimo, el proceso de apertura democrática y la derrota del régimen militar,
durante el gobierno de Figueiredo, influyó positivamente en las posibilidades de
que los campesinos sin tierra se organizasen en sindicato y en movimiento, al
perder el miedo a la represión política.
Respecto de su composición socio-económica, el Movimiento de los Trabajadores
Rurales Sin Tierra de Brasil reúne a aparceros, arrendatarios, medieros,
asalariados rurales, ocupantes, y pequeños campesinos. Dentro de esta diversidad
de sectores, predomina el campesino rural, si bien entendido como trabajador en
un sentido amplio.
En cuanto a los objetivos y metas del MST, podemos afirmar que a grandes rasgos
tres son los ejes directrices por los que lucha: la tierra, la reforma agraria y
una sociedad mas justa. El primer objetivo atiende a una necesidad económica de
supervivencia de cada familia que no tiene tierra. El "sin tierra" aspira a la
tierra como una oportunidad de trabajo, no piensa ni en el enriquecimiento ni en
la especulación, no tiene intención de venderla mas adelante ni conservarla como
una reserva de capital. Por lo tanto, la motivación prioritaria del movimiento
es conseguir resolver el problema de la supervivencia de millares de familias de
agricultores. El segundo objetivo, que es la Reforma Agraria, se entiende como
un conjunto amplio de medidas que tienen que ser tomadas por el gobierno para
cambiar la estructura del país y garantizar la tierra a todos los agricultores
que quieran trabajarla. Se incluirían, por supuesto, medidas complementarias de
política agrícola, como créditos, precios, asistencia técnica y seguridad rural,
necesarias para garantizar la viabilidad y rentabilidad de la pequeña
producción. Por último, el tercer objetivo es luchar por una sociedad más justa,
sin explotadores ni explotados. Este propósito tiene un claro carácter político,
pues está relacionado con la organización de la sociedad y con el poder político
dentro de ella. Luchar por la reforma agraria es luchar por cambios
revolucionarios en la totalidad del país (Stedile, 1998).
En este sentido, es importante aclarar que el MST se considera a si mismo un
movimiento de masas cuya principal base social son los campesinos sin tierra,
por lo que tiene un carácter, al mismo tiempo, sindical (en la medida en que su
resistencia su vincula con la resolución del problema económico de las
familias), popular (porque participan diferentes sectores oprimidos que demandan
reivindicaciones populares, especialmente en los asentamientos) y político (no
en términos partidarios, sino en el sentido que quiere contribuir a un cambio
social radical)[34].
Con relación a las metodologías de lucha, podemos expresar que la conquista de
la reforma agraria se hace concreta, en parte, a través de la acción inmediata
por la tierra. En los últimos 15 años, el MST ha desarrollado varias formas de
confrontación para enfrentar el poder político y económico de los latifundios y
presionar a los gobiernos federal y estatal a distribuir tierra entre los
agricultores. Es así como en primera instancia se realizan audiencias con las
autoridades políticas, buscando la negociación con los órganos de gobierno. Las
mismas tienen dos características: por un lado, los agricultores siempre
negocian en grupos grandes; por otro lado, los trabajadores cobran punto por
punto las promesas de los gobernantes (Llusia, 1997).
Cuando el gobierno se niega a atender a las reivindicaciones de los
trabajadores, estos pasan a utilizar modalidades de presión política mas
contundentes, en vistas de obligar a los gobernantes a dialogar con el
movimiento. La ocupación de tierra es la mas fuerte de estas acciones. Los
agricultores organizados en el MST, agotadas las tentativas a través de las
audiencias, entran en un latifundio, de propiedad particular o del gobierno, y
no salen de allí sin una solución para las familias ocupantes. Las ocupaciones
son hechas por grandes grupos de campesinos procedentes de municipios distintos,
e incluso distanciados, que llegan, de madrugada, a un latifundio previamente
escogido. Ya establecidos en el terreno, se delimita el local del campamento y
se inicia la construcción de las barracas forradas de plástico y letrinas, como
primeras medidas.
La ocupación crea una situación de conflicto que obliga al gobierno y a la
sociedad a fijarse en el problema de los Sin Tierra. Inmediatamente, el MST, a
través de la Comisión de Negociación de la ocupación, busca las autoridades del
sector para encontrar soluciones y tierras para asentar a las familias
ocupantes. Normalmente los ocupantes no exigen la tierra ocupada, pero sí que se
encuentren tierras para asentarlos dentro del Estado donde la acción directa se
ha efectuado.
Respecto de la forma organizativa, en buena medida se encuentra condicionada por
sus prácticas de acción directa. En los diferentes campamentos permanentes, con
una población variable entre 500 y 800 personas, la organización interna se crea
básicamente a partir de núcleos de base formados entre 10 y 30 familias. Son
organizados por proximidad, casi siempre con referencia al mismo municipio desde
el que vinieron al campamento. En estos núcleos se organizan los principales
servicios y tareas: alimentación, salud higiene, educación, religión,
recreación, etc. Para cada función se escoge un responsable. Estos responsables
forman los equipos de servicio del campamento y se organizan regularmente para
evaluar y planear sus actividades. Existe además un sistema de coordinación
general del campamento, responsable de dar unidad al trabajo de los distintos
equipos, encaminar las luchas del campamento, negociar con el gobierno y
relacionarse con la sociedad. Esta organización incluye a la Asamblea General
del campamento (órgano máximo de decisión que se reúne periódicamente), a los
lideres de núcleos, que se reúne también periódicamente, organizan las tareas
del campamento, mantienen los núcleos informados de las negociaciones, a la
Coordinación del Campamento, electa por los acampados (Gorjeen y Stedile, 1984).
Los principios que orientan a la organización son la democracia, la
participación de todos en el proceso de toma de decisiones, la división de
tareas y la dirección colectiva. El campamento se sustenta con el trabajo de los
acampados, con la contribución de los miembros del movimiento que ya
conquistaron tierra, la solidaridad de las personas y entidades, y los recursos
reivindicados al gobierno.
De esta manera, podemos concluir expresando junto a Stedile (1998) que, más allá
de sus tensiones, "la experiencia del MST muestra un nuevo estilo de acción: lo
político (la Reforma Agraria) se articula con el beneficio personal y familiar
concreto (la ocupación de la tierra y la conquista de una parcela). Lo utópico
(el socialismo) es vivenciado en actividades colectivas (asentamientos y
cooperativas). Por último, lo ético (la militancia y las marchas) encuentra
motivaciones estéticas (los símbolos, como la bandera, la música y el ritual de
los encuentros)".
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Notas
[1] En este caso, haremos hincapié en los movimientos de trabajadores
desocupados de carácter autónomo, entendiendo por tales a aquellos que, desde
una construcción territorial cotidiana de nuevas relaciones sociales, no
dependen de ningún partido político ni central sindical.
[2] Hace varias décadas, a propósito del carácter novedoso de las luchas obreras
norteamericanas respecto de las europeas, Mario Tronti (2001) señalaba que "las
luchas obreras tienen hoy necesidad de una nueva unidad de medida". Tal como se
expresa en el Editorial de Cuadernos del Sur Nº 34 de noviembre de 2002, también
la teoría política requiere hoy pensar una nueva unidad de medida, que le
permita medir efectivamente los alcances y limitaciones de los innovadores modos
de organización y lucha sociales.
[3] A este fenómeno, Sergio Tischler (2002) lo ha llamado "crisis del sujeto
leninista".
[4] Huelga aclarar que esto no implica que anteriormente no existieran este tipo
de demandas, sino que más bien en la etapa actual han cobrado un protagonismo y
relevancia inusitados.
[5] De manera premonitoria, Evers, Muller-Plantenberg y Spessart (1982)
advertían ya a comienzos de los años '80 sobre las consecuencias políticas de
una interpretación ortodoxa de las luchas en la esfera de la reproducción:
"muchas organizaciones de la izquierda latinoamericana asignan una relevancia
secundaria a estas formas de resistencia social. Por consiguiente, el 'avance'
de estas organizaciones se identifica con su subordinación a las 'verdaderas'
organizaciones de lucha social -sindicatos y partidos- para disolverse
tendencialmente en ellas" (...) "Si no se consigue hegemonizar un determinado
movimiento, se pasa a utilizarlo como campo de agitación y de reclutamiento,
cuando no se lo boicotea y denuncia abiertamente como 'desviación' de la
verdadera lucha de clases". Esta práctica instrumentalista se asemeja en grado
sumo a la relación que en nuestro país han intentado establecer la mayoría de
los partidos políticos con los nms (en especial con los sectores piqueteros y
asamblearios).
[6] Lo cual no significa, por supuesto, que no sean a la vez movimientos
políticos, en la medida en que "reivindican ser reconocidos como actores
políticos por la comunidad amplia -aunque sus formas de acción no disfruten de
una legitimación conferida por instituciones sociales establecidas- y que
apuntan a objetivos cuya consecución tendría efectos que afectarían a la
sociedad en su conjunto más que el mismo grupo solamente" (Offe, 1996).
[7] Así lo manifiestan, por ejemplo, los Movimientos de Trabajadores Desocupados
de Solano, Almirante Brown y Lanús (2001): "hacemos política, al organizarnos en
los barrios, al confrontar contra las instituciones del Estado que sostienen
este sistema de hambre y muerte, al organizar nuestro futuro al margen de los
aparatos burocráticos, los partidos políticos y los sindicatos tradicionales, al
defender exclusivamente los intereses de los trabajadores y el pueblo. Y
seguiremos haciendo 'esta' política hasta conquistar el CAMBIO SOCIAL que
garantice una vida digna y un futuro con justicia y libertad para todos".
[8] Esta tensión, inherente a la lucha misma en y contra la sociedad
capitalista, es sintetizada por Claudio Albertani (2003) en los siguientes
términos: "Los Estados-nación siguen ahí; son nuestros enemigos y también son
nuestros interlocutores. No podemos bajar la guardia: tenemos que presionarlos,
hostigarlos, acosarlos. En ocasiones habremos de negociar y lo haremos con
autonomía".
[9] A esto se ha referido en reiteradas ocasiones el MST al postular que
"democracia es tener el estomago lleno", pregonando al mismo tiempo que "no es
posible la justicia sin Reforma Agraria"
[10] Una de las pocas excepciones es el caso tanto de los "sin papeles"
(migrantes ilegales) como del "precariado" (hombres y mujeres cuyas dimensiones
de la vida, incluida la laboral, se encuentran asoladas por la incertidumbre y
la movilidad impuesta), quienes -no exentos de contradicciones- intentan generar
desde su cotidianeidad una nueva sociabilidad insumisa y no capitalista,
desligada de esta lógica espectacular. Desde otra perspectiva, los centros
sociales okupas pueden verse como ámbitos de similar construcción auto-gestiva.
[11] También se han organizado, en paralelo, Foros "temáticos" en Argentina,
Italia y Uruguay.
[12] Vale la pena recordar que, no casualmente, los tres países han atravesado
profundas crisis financieras (México en 1994, Brasil en 1999, y Argentina en
2001). En términos económicos, en cada uno de los casos se constataron
mecanismos similares que las fomentaron: tipos de cambio sobrevaluado,
endeudamiento, incapacidad de mantener los niveles de deuda y creciente
especulación bursátil, entre otros (Sader, 2002).
[13] Huelga aclarar que esta caracterización no supone concebir a estos sujetos
sociales como ajenos o externos a la dinámica capitalista. Antes bien, se
encuentran precisamente incluidos en una variedad de redes de control y
reproducción de la vida en tanto que excluidos de los medios y recursos
necesarios para garantizarla de manera autónoma con respecto al capital y al
Estado.
[14] Surgidas en agosto de 2003, pueden ser vistas como instancias regionales de
autogobierno, que intentan coordinar la actividad de los Municipios Autónomos en
Rebeldía, creados en diciembre de 1994 con el objetivo de quebrar el cerco
militar impuesto por el gobierno de Salinas de Gortari. De acuerdo al EZLN
(2003), cada Junta "representa un esfuerzo organizativo de las comunidades, no
sólo para enfrentar los problemas de la autonomía, también para construir un
puente más directo entre ellas y el mundo"
[15] El Movimiento Teresa Rodriguez expresa por ejemplo en su Libro Celeste
(especie de manifiesto fundacional): "el alma de nuestro Movimiento son los
Cabildos (asambleas). Quienes integramos el MTR gobernamos y deliberamos a
través de nosotros mismos. No delegamos en nadie ni el gobierno ni nuestra
capacidad de deliberar. Nos reunimos en Cabildos y decidimos por consenso o por
mayoría qué se hace o se deja de hacer. Además, elegimos entre nosotros a los
compañeros que consideramos los más capaces para encabezar la ejecución -y sólo
la ejecución- de lo resuelto."
[16] Cabe mencionar los casos de Alberto Spagnolo, ex párroco y miembro del
núcleo fundador del MTD de Solano, y Luis D' Elia, demócrata cristiano y máximo
referente de la FTV.
[17] Si Joao Pedro Stedile (1998), dirigente nacional del MST, ha manifestado su
rechazo al calificativo de "vanguardia", lo propio han hecho los zapatistas al
expresar que el cambio revolucionario que preconizan es "anti-vanguardista". En
cuanto al movimiento piquetero, si bien existen divergencias en su seno, gran
parte de ellos efectúan críticas a la concepción marxista tradicional de
vanguardia, en especial los MTD's (nucleados o no en torno a la Coordinadora de
Trabajadores Desocupados-Anibal Verón) y la Unión de Trabajadores Desocupados de
General Mosconi.
[18] En el caso de los piqueteros, la consigna levantada por todos ellos es
"trabajo, dignidad y cambio social". Los zapatistas, a su vez, han definido su
movimiento como una "revuelta de la dignidad". El Movimiento Sin Tierra, por su
parte, postula como uno de los ejes centrales de su Programa de Reforma Agraria
de 1995 "la construcción de la dignidad a través de la democratización de la
tierra y de los medios de producción".
[19] En este sentido, Alain Touraine (1984) define a la "oposición" (contra
quién luchan) como uno de los tres principios de existencia de los movimientos
sociales. Los otros dos principios son el de "identidad" (a quien representan) y
el de totalidad (en nombre de qué valores generales lo hacen). Raúl Zibechi
(2002) ha llegado incluso a calificar a esta iniciativa como una "capacidad de
veto" por parte de los nms, que tiende a desmembrar los mecanismos de
reproducción del sistema.
[20] Si bien no podemos ampliarla en el presente texto, coincidimos con la
hipótesis formulada por Friedrich Jameson (1998) de que en la fase de subsunción
real del capital se vive "un transito de la producción a la circulación". En
este contexto, el piquete adquiere una creciente centralidad en la dinámica
antagonista de la lucha de clases.
[21] Parafraseando a Antonio Negri (2003), podemos decir al respecto que "el
trabajo vivo no sólo rechaza su abstracción en el proceso de valorización
capitalista y de producción de plusvalor, sino que a su vez plantea un esquema
alternativo de valorización, la autovalorización del trabajo".
[22] El ejemplo más claro son los cortes de ruta en Argentina: de ser
manifestaciones espontáneas y caóticas, han devenido en un mecanismo de presión
frente al Estado, sumamente planificado a través de variadas instancias de
coordinación, tales como la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y
Desocupados, el Bloque Piquetero Nacional y la CTD Anibal Verón.
[23] Otros casos paradigmáticos son el Movimiento Pachakutik de Bolivia y la
Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, que por razones de
espacio y complejidad no desarrollamos en este artículo.
[24] De hecho, la fuerza principal del MST radica en su confrontación
extraparlamentaria: la invasión de terrenos improductivos, el bloqueo de
carreteras, la ocupación de los Institutos para la Reforma Agraria. La táctica,
la estrategia y los debates ideológicos del MST se deciden dentro del movimiento
y no están subordinados al PT o a sus representantes parlamentarios. Por el
contrario, ha sido el MST, mediante estas acciones, quien ha garantizado el
compromiso de los dirigentes con la lucha agraria.
[25] Desde fines de marzo y durante el mes de abril de 2004, alrededor de 15.000
familias nucleadas en torno al MST iniciaron una ofensiva de toma de tierras
como mecanismo de presión, ocupando más de 50 terrenos en 14 estados brasileños.
[26] La "Mesa de Diálogo" conformada por la Iglesia y el gobierno de Eduardo
Duhalde durante 2002, de la cual desde entonces forman parte la CCC y la FTV, no
es más que una forma caricaturesca con la que el poder intenta institucionalizar
-a la vez que fragmentar- al sector más moderado del movimiento piquetero.
[27] En la actualidad, varios grupos insurgentes armados operan en catorce
estados mexicanas. Entre ellos, se destacan el Ejercito Popular Revolucionario
(EPR), el Ejercito Villista Revolucionario del Pueblo (EVRP), las Fuerzas
Armadas Revolucionarios del Pueblo (FARP) y el Ejercito Revolucionario Popular
(ERP).
[28] La tensión entre actuar a modo de grupo reivindicativo de los derechos
indígenas y ser considerado un movimiento de carácter nacional ha atravesado al
zapatismo desde sus orígenes. De hecho, en un primer momento las comunidades de
la Selva Lacandona miembros del EZLN habían barajado la posibilidad de darse a
conocer el 12 de octubre de 1992, fecha conmemorativa de los 500 años de
dominación occidental en el continente. Sin embargo, luego de un profundo
debate, se optó por "emerger" el mismo día en que se efectuaba la puesta en
vigencia del NAFTA (Tratado de Libre Comercio) en México.
[29] De ahí las numerosas caravanas y movilizaciones realizadas, entre la que se
destaca la "Marcha del Color de la Tierra", del 24 de febrero al 2 de abril de
2001. También el MST ha realizado incontables caminatas y marchas con un
objetivo similar: "dialogar con la sociedad" y "explicarle a la población el
sentido de la lucha" intentando "romper el aislamiento" que los sucesivos
gobiernos tratan de imponerle al movimiento (Stedile y Fernandez, 2000).
[30] Con esto no estamos afirmando que las organizaciones de derechos humanas
hayan dejado de tener un protagonismo en las luchas sociales y políticas. El
caso más ejemplificador es el de la agrupación juvenil H.I.J.O.S (Hijos por la
Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio), que a través de los
"escraches populares" ha instalado una nueva forma de condena social, frente a
la impunidad otorgada desde el Estado a cientos de represores de la última
dictadura militar.
[31] Tal como nos recuerda Perazzi (2003), el vocablo remite a la clásica
modalidad de presión sindical consistente en obstaculizar el ingreso a las
fábricas, paralizando la producción y, una vez transcurrido un cierto tiempo,
obtener el suficiente poder de negociación como para satisfacer los reclamos que
dieron origen a la medida.
[32] Ya en 1996, en Cutral Co y Plaza Huincul, más de 20 mil personas (alrededor
de la mitad de la población total), decidieron espontáneamente apropiarse
durante semanas de las rutas nacionales y provinciales, para solicitar la
instalación en la zona de una planta fertilizante con el objetivo de obtener
nuevos puestos de trabajo (Perazzi, 2003). Vale la pena mencionar este
antecedente, a los efectos de contrastar las formas organizativas que asumen y
el tipo de demandas que hoy en día exigen los diferentes movimientos piqueteros,
las cuales exceden ampliamente la mera creación de fuentes de empleo. Al
respecto, puede consultarse el Programa votado el 28 y 29 de septiembre de 2002
por la Tercer Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados,
convocada por el Bloque Piquetero Nacional, el Movimiento Barrios de Pie, la
Coordinadora de Trabajadores Desocupados y el Movimientos Independiente de
Jubilados y Desocupados.
[33] Esta es quizás una de las mayores limitaciones del movimiento piquetero: a
diferencia del MST (que cuenta con alrededor de 4.000 asentamientos y millones
de hectáreas bajo control comunitario) y de los zapatistas (cuya zona de
influencia directa abarca a más de la mitad del estado de Chiapas), los
trabajadores desocupados de la periferia urbana no han logrado aún conquistar un
espacio territorial autónomo de envergadura, donde ensayar nuevas formas de
producir su propia vida en términos colectivos. De más está decir que esta
perspectiva no implica adscribir a aquellos proyectos que ilusoriamente conciben
la posibilidad de consolidar a mediano y largo plazo una autosustentación, en
pequeña escala, al margen de las relaciones sociales capitalistas. Creemos que,
más que a "islas", habría que apostar a la conformación de "archipiélagos" que
tengan como horizonte articularse a nivel nacional, regional y hasta planetario.
[34] Entre las reivindicaciones fundamentales del movimiento, cabe destacar las
siguientes: a) Expropiación de los latifundios; b) Expropiación de las tierras
de propietarios multinacionales; c) Definición de un tamaño máximo para la
propiedad rural; d) Una política agrícola pensada para el pequeño productor; e)
Autonomía para las áreas indígenas; f) Áreas de irrigación en el Nordeste; g)
Cobro sumario del Impuesto Territorio Rural-ITR. Para un desarrollo de los
mismos, véase Gorgen y Stedile (1984).
AUTOR: Hernán Ouviña, en estudio publicado recientemente en Cuadernos del
Sur núm. 37 (Argentina), analiza y compara tres casos de movimientos que
expresan una nueva radicalidad política en América Latina. Ofrece una
"cartografía" de los mismos y aporta para un debate estratégico sobre la
dinámica de los nuevos sujetos sociales.
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