La Izquierda debate
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Despues de la rebelión de Diciembre del 2001
Elementos de interpretación y balance de la lucha de clases en Argentina
Aldo Andrés Casas
El objetivo principal de este trabajo - queda dicho desde su título - es
considerar la lucha de clases tal como se expresó en la rebelión popular de
diciembre del 2001 y los meses subsiguientes. Una rebelión que conmovió y
transformó a la Argentina, no tanto porque forzara la caída del gobierno
radical-frepasista presidido por De la Rúa y casi de inmediato la del gobierno
peronista encabezado por Rodríguez Saá, sino porque expuso en acto la potencia
transformadora de "los de abajo" y sus luchas. Queremos así reflexionar sobre
las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001, el impacto de este
acontecimiento en los meses posteriores, y las peculiares características que
asumen los enfrentamientos sociales y políticos tras la relativa "normalización"
iniciada por Duhalde y conducida hoy por el gobierno de Kirchner. No basta
exponer lo acontecido como una serie de hechos objetivos mas o menos
relacionados entre sí. Es preciso considerarlo como experiencia estratégica de
los desposeídos, ayudando a registrar lo conquistado, las pérdidas sufridas y lo
que se ha dejado escapar, como también lo que se ha podido ganar en términos de
experiencia y comprensión política. Y hacerlo con la modestia y apertura que
impone acercarse a lo que, muy posiblemente, es el inicio de un ciclo nuevo de
la lucha de clases en Argentina, al que corresponderán también nuevas
conceptualizaciones. Por las mismas razones, repasar algunos rasgos del período
anterior implica repensarlos.
ARQUEOLOGÍA DE LA RESISTENCIA
No se pretende ofrecer resultados acabados, porque el tema merece
investigaciones que en gran medida restan por hacer. Presentamos apenas (con
beneficio de inventario) un instrumento de interpretación militante, en tiempos
que exigen actuar pensando y pensar actuando, orientados por la convicción de
que el marxismo no aporta verdades reveladas, ni ilumina un camino hacia la
emancipación supuestamente prediseñado, pero es sí un recurso por ahora
insustituible para comprender las contradicciones del mundo capitalista en el
que actuamos. Y para buscar, desde el seno mismo de las luchas y aprendiendo con
ellas, una acción política útil y gestada desde abajo. Porque no creemos en la
perfección y autosuficiencia de teorías u organizaciones, no nos paraliza el
temor a la equivocación.
Consideramos que, más que esbozar una genealogía de la protesta o una historia
enderezada a explicar las memorables jornadas de diciembre de 2001, conviene a
los fines de este trabajo adelantar una somera "arqueología" de la lucha de
clases de las últimas décadas (del golpe de 1976 al derrocamiento popular del
gobierno de radical-aliancista). Queremos, en otras palabras, comenzar por
rescatar la configuración y proyección de algunos acontecimientos y procesos
ocurridos años atrás y aparentemente hundidos en el pasado, pero aún operantes
con ritmos diversos y en articulaciones cambiantes, según el curso vivo de las
luchas sociales y políticas que sobre esa compleja sedimentación se libran sin
cesar.
1. Las herencias del terrorismo de Estado (más allá del desmoronamiento de la
Dictadura y la derrota del "partido Militar")
La dictadura militar instalada en 1976 recurrió al terrorismo de Estado a una
escala y con un grado de violencia y sofisticación sin precedentes en la
historia Argentina (pese a que la misma viene desde sus inicios manchada de
sangre y masacres en defensa de los intereses de las clases dominantes). En este
caso, mientras se proclamaba el objetivo de "aniquilar" a organizaciones
guerrilleras que estaban ya militarmente derrotadas, lo que en realidad se buscó
(y en gran medida se logró) fue dar un golpe decisivo al tradicional poder de
resistencia del movimiento obrero organizado. Mas en general, la dictadura vino
para aplastar la radicalización político-cultural y las multiformes
representaciones y prácticas colectivas apuntadas al cambio desde abajo que, no
sin contradicciones, se abrían paso en el cuerpo social desde el Cordobazo,
apoyándose en una inédita confluencia de hecho entre los sectores más combativos
y clasistas del movimiento obrero y franjas radicalizadas del estudiantado y la
clase media.
Con Videla y Martínez de Hoz se abrió paso a una nueva forma de acumulación del
capital, privilegiando la valorización financiera y alentando la reprimarización
productiva. Los sectores agro exportadores, el capital mas concentrado de origen
nacional y extranjero, la banca y los organismos financieros internacionales
(FMI-BM) constituyeron una especie de "asociación ilícita" que amparada por el
Terrorismo de Estado comenzó a cerrar fábricas y a fabricar la deuda externa.
Conviene en este punto precisar que tan equivocado sería considerar al
trastrocamiento de la estructura socioeconómica del país en los últimos 25 años
una simple proyección del plan de Martínez de Hoz, como perder de vista que éste
dejó efectivamente una herencia asumida y reconfigurada por los gobiernos
electos que llegaron tras el desmoronamiento de la dictadura y la derrota del
"partido Militar".
Existe sin embargo otra herencia menos reconocida, tan pesada como difícil de
cuantificar: el golpe material e inmaterial asestado al movimiento popular por
el terrorismo de Estado, con sus efectos a largo plazo. En este negro balance
entran los 30.000 desaparecidos, encarcelamientos y torturas en escala jamás
vistos, la apropiación de hijos de las víctimas de la represión, los despidos
masivos, las diversas formas de exilio exterior o interior impuestos a
centenares de miles de luchadores, en su abrumadora mayoría jóvenes activistas
estudiantiles y trabajadores, etcétera. Es verdad que con el paso del tiempo y
el aporte invalorable de quienes mantuvieron viva la memoria y resistencia, el
temor instalado a sangre y fuego en una sociedad que llegó a internalizarlo,
retrocedió. Pero continúa operando el trauma provocado por ese terrible período
en las representaciones y/o el inconsciente colectivo. Y consideramos que, muy
concretamente, el "corte" producido por el exterminio de una gran parte de lo
más experimentado y reconocido del activismo de dos generaciones, la
aniquilación de un "capital" humano (y político) imprescindible para enfrentar
con éxito la creciente inhumanidad del capital, tiene estrecha relación con las
reiteradas dificultades que el movimiento obrero y popular argentino viene
encontrando, incluso en períodos de intensa movilización y efervescencia
políticas, para convertir la irrupción de los de abajo en un proceso orgánico y
para forjar en el curso del mismo una voluntad común emancipadora.
2. El fin de fin de un período de la lucha de clases a nivel mundial
Es preciso tomar en consideración también que, cuando la dictadura militar se
derrumbó y las luchas y reclamos populares pudieron expresarse abiertamente, se
tropezaron con un contexto nacional e internacional en plena mutación. La
mundialización del capital, la profunda ofensiva desatada a escala internacional
contra los trabajadores y la restauración capitalista en el mal llamado "campo
socialista" plantearon por aquellos años nuevos desafíos y radicales
transformaciones en las condiciones del combate de explotados y oprimidos.
Durante las décadas anteriores, a nivel mundial y no sólo en Argentina, el gran
capital -con la activa colaboración del estalinismo, la socialdemocracia y los
"movimientos nacionales" y de los burocratizados aparatos sindicales a ellos
enfeudados- había logrado encerrar a los trabajadores de cada país en el cerco
de negociaciones contractuales presididas y reguladas por el Estado nacional.
Hubo concesiones y logros parciales mientras duró el "boom" de la posguerra,
pero cuando desde mediados de los setenta pasaron a predominar las políticas de
ajuste y flexibilización, los asalariados sólo atinaron a defenderse sector por
sector y país por país, aceptando el falso realismo de "reclamar lo que la
empresa y el país puedan dar". Lejos se estaba de comprender que el capitalismo,
buscando aumentar las tasas de explotación y postergar el estallido de las
contradicciones del sistema basado en la propiedad privada de los medios de
producción y la explotación del trabajo, había ingresado en una fase que
cambiaba brutalmente las reglas del juego.
Así fue que a lo largo de los ochenta y los noventa se procesó un avance sin
precedentes de la mercantilización y su fetichismo (que no sólo impone al
trabajo humano el estatus de mercancía, sino que lo desvaloriza y lo subsume,
buscando tanto incrementar la plusvalía como pulverizar la capacidad de
resistencia). También los recursos naturales quedaron sometidos como nunca a las
leyes del mercado provocando despilfarros, contradicciones y peligros cada vez
menos controlables. Con la globalización el capitalismo tiende a una totalidad
sistémica marcada por una siempre creciente centralización financiera y
concentración industrial. Sobre la base de una profunda modificación de las
relaciones salariales y el fuerte aumento de la tasa de explotación, los
mercados financieros y los grandes operadores que los dominan pasaron a dictar
el libreto del régimen de acumulación. Las firmas de unos pocos países centrales
conformaron un espacio de interdependencia y de feroz competencia que impone a
las otras regiones del mundo relaciones cada vez más asimétricas. Y en el mundo
así reconfigurado, los viejos aparatos del movimiento obrero, sus tácticas e
ideología no sólo se mostraron manifiestamente inútiles en la defensa de las
posiciones del trabajo, sino que hicieron sus propios procesos de reconversión y
fueron dejando en el camino, a jirones, lo que podía caracterizarlas como
organizaciones de la clase obrera. Para dar sólo un ejemplo, frente al
crecimiento del desempleo estructural que en gran medida pasó a teñir el
conjunto de las relaciones capital / trabajo y afectó la cohesión de las filas
obreras, los sindicatos fracasaron miserablemente, demostrando en cada país y a
nivel global que estaban más enfeudados al Estado y comprometidos con la salud
de los negocios de la burguesía, que con la vida de los desocupados.
En el cuadro de estas complejas transformaciones, se insertó también lo que se
suele denominar "la caída del muro de Berlín", en 1989. En efecto, el
aturdimiento y confusión del movimiento obrero y revolucionario mundial frente a
la "revolución conservadora" y los cambios en el régimen de explotación y
acumulación del capitalismo mundial a los que acabamos de referirnos, se
multiplicaron con la restauración (tumultuosa y desordenada, pero vertiginosa)
del capitalismo en la Unión Soviética y todo el "campo socialista". Vale
destacar que también la oposición de izquierda al estalinismo resultó golpeada
por estos acontecimientos. Los revolucionarios que combatíamos al régimen
montado por Stalin y a su proyección en las burocracias pos-estalinistas
podíamos decir que lo existente en dichos países no era socialismo sino un
"subsistema" burocrático-explotador ya integrado (aunque no sin conflictos) en
la economía mundial capitalista, que había agotado sus capacidades de
reproducción y no constituía una plataforma para la transformación socialista.
Pero el hecho fue que, de todas maneras, el impacto inmediato de "la caída del
Muro" fortaleció al capitalismo porque la clase obrera de estos países resultó
incapaz de aprovechar la debacle de los viejos regímenes para imponer una salida
propia, porque los nuevos gobiernos realimentaron la ola neoconservadora y
facilitaron la explotación directa del capital al conjunto de la humanidad y,
sobre todo, porque junto con todo ello se profundizó el descrédito del
socialismo y se afirmó la ideología de que no existen alternativas al sistema
capitalista.
Cierto es también que el desmoronamiento del "comunismo" estatista y la
liquidación de las bases materiales que sostenían la manipulación y degradación
del marxismo por los burócratas corrompidos del "movimiento comunista
internacional", abría desde otra perspectiva y en tiempos diversos la
posibilidad de relanzar la batalla por el socialismo sobre nuevas bases. Pero
para que esto adquiriera verosimilitud fue preciso atravesar los años dominados
por el imperio del "pensamiento único". En cualquier caso, fuerza concluir que
por aquellos años 80 y no sólo en Argentina, una fase histórica y programática
del movimiento obrero llegaba a su fin.
3. Una democracia liberal-capitalista que se consolidó frustrando las
ilusiones y aspiraciones democráticas, hambreando al pueblo y sometiéndose al
imperialismo
La sucesión de gobiernos electos (Alfonsín en 1983, Ménem en 1989 y 1995, De la
Rúa en 1999) representó un quiebre en la recurrente historia de los golpes
militares y fue presentada como una "consolidación de la democracia" y como una
conquista lograda "a pesar" del lastre dejado por la Dictadura, las crisis
económicas y los desastres sociales. Pero más correcto sería decir que la
democracia liberal-capitalista "realmente existente" que tenemos, se impuso
gracias a las herencias del terrorismo de Estado, la exacerbación de la
explotación del capital y el desastre social.
Es preciso recordar que Alfonsín había llegado al gobierno con promesas (y
generalizadas expectativas) democráticas de tipo fundacional: se prometía una
democracia sustantiva ("con la democracia se come, se cura, se educa") y
legitimada por el enjuiciamiento de los crímenes del Proceso. Pero el ímpetu fue
de corto aliento: lo frenaron las presiones y levantamientos de los propios
militares, y mas aún el reflejo defensivo de las clases dominantes para las
cuales resultaba impensable llevar hasta el fin el enjuiciamiento del Terrorismo
de Estado y el Ejército. Así pues, "las promesas incumplidas de la democracia"
fueron en Argentina particularmente evidentes: en lugar de la ansiada
refundación democrática y los entrevistos espacios para la movilización social,
se instaló una democracia liberal-capitalista, tributaria de relaciones de
fuerza impuestas por la violencia contrarrevolucionaria y funcional al
autoritarismo rampante que es propio de la actual fase del capitalismo y se
exacerba en los países periféricos. Las formas y procedimientos electivos
representativo-delegativos, engarzados en una explícita reafirmación de la
hegemonía capitalista, de la adecuación a las constricciones de la globalización
y la obediencia a "los mercados"y de la entronización de la "moderación" como
principal o única característica de la actividad política, sólo podían conducir,
como efectivamente condujeron, a una fenomenal frustración colectiva en todos
los terrenos. La continuada labor de los movimientos por los derechos humanos,
jalonada por grandes movilizaciones populares, preservó la memoria y enraizó la
exigencia de verdad, juicio y castigo para los crímenes del terrorismo de
Estado, pero no pudo en su momento impedir la sanción de las leyes de
"obediencia debida" y "punto final", ni la amnistía dispuesta luego por Ménem.
De igual manera, los trabajadores libraron incontables luchas reivindicativas, y
hubo incluso movilizaciones para democratizar y devolver su carácter de clase al
sindicalismo crecientemente prostituido por la burocracia peronista , pero los
logros fueron efímeros. Así, el gobierno de Alfonsín, que se pretendía
depositario de la soberanía popular y llegó a presumirse iniciador de un "Tercer
Movimiento Histórico", terminó proclamando la necesidad de adaptarse a las
exigencias de los acreedores externos, los mercados y las constricciones de la
globalización... Todo esto en un contexto de inestabilidad que culminó con una
brutal hiperinflación, una especie de "terrorismo monetario" disciplinador para
una sociedad convulsionada por el descontento y saqueos desesperados de los mas
pobres que, en febrero de 1989, adelantaron el acceso de Ménem a la Casa Rosada.
4. La década menemista: apogeo y crisis de las políticas neoconservadoras e
instituciones a su servicio
Menem aportó una conducción tan audaz y decidida como inescrupulosa para llevar
hasta el fin las reformas que requerían las políticas neoliberales (y por detrás
de ellas, las decisiones estratégicas de los Estados Unidos). Su Presidencia se
enmarcó en la aplicación a rajatabla del Consenso de Washington: disciplina
fiscal, estabilidad de los grandes indicadores económicos, "crecimiento" para el
pago de los intereses de la deuda externa, apertura indiscriminada al capital
global y "reforma del Estado" para facilitar el pleno imperio de la ley de los
mercados.
Esto implicó: privatización de mas de 90 empresas y organismos estatales con un
grado de corrupción y descontrol sin parangón en el resto del continente;
notable transferencia de riquezas a favor de los sectores mas concentrados y
centralizados del gran capital; flexibilización y precarización extrema del
trabajo, atropellando de hecho y de derecho la legislación laboral; introducción
de las AFJP y ART para fortalecer el mercado de capitales; desregulación y
liberalización para dar vía libre a los inversores extranjeros y liquidar
mecanismos proteccionistas y potenciar la reprimarización de la economía;
reorganización de los sistemas públicos relacionados con las finanzas, salud y
educación, de manera tal que el Estado se desprendió de actividades y
responsabilidades de tipo social e impulsó su mercantilización. Y con todo ello,
la presión inflexible de la deuda externa y la abierta ingerencia del FMI en el
control de las finanzas y las llamadas "reformas estructurales".
Esta regresión en toda la línea fue impulsada por el Partido Justicialista en
pleno, con el disciplinado acompañamiento del Radicalismo y el FREPASO. Las dos
cámaras del Congreso, la totalidad de los gobiernos provinciales y el Poder
Judicial fueron instrumentos de un Ejecutivo que se hizo otorgar "poderes
extraordinarios" y recurrió sistemáticamente a los "decretos de necesidad de
urgencia", rechazando cualquier tipo de límites o control. También el de la
Constitución - puesto que la misma impedía la reelección- por lo que se convocó
a una Asamblea Constituyente con el declarado propósito de remover dicho
obstáculo. La CGT y el sindicalismo peronista en general, debilitado,
desprestigiado y tratado despectivamente desde el poder, redobló su obsecuencia
y boicoteó las luchas defensivas que, en un clima político y cultural adverso,
protagonizaron (y perdieron) los trabajadores más afectados por las medidas
antiobreras; destaquemos, entre todas ellas, la huelga de los telefónicos y,
sobre todo, los duros y largos combates de los ferroviarios en 1991/92.
Ménem afirmó su conducción con dos pasos audaces. El primero fue aprovechar la
frustración pos-alfonsinista, el impacto profundo de la hiperinflación y la
postración colectiva que siguió a la tensa exaltación de las jornadas de saqueo,
represión y alarma social, para adoptar un rumbo descaradamente contradictorio
con el discurso electoral ("salariazo" y "revolución productiva") que lo había
llevado a la Presidencia. Inmediata e imperativamente exigió y obtuvo del
Congreso la Ley de Emergencia Económica y la Ley de Reforma del Estado. El
segundo paso, en abril de 1991, fue el Plan de Convertibilidad (diseñado por
Cavallo con acuerdo del FMI), para erradicar la inflación con una fuerte
intervención estatal (devaluando primero y estableciendo luego la paridad
peso-dólar para regular la oferta y movimiento de dinero). Tras derrotar las
expresiones mas o menos aisladas de resistencia obrera y oposición política
impulsada desde la izquierda, esgrimiendo la "convertibilidad" como garantía de
estabilidad, el libre acceso al dólar para un gran sector de la clase media y la
subsidiariedad del Estado, Ménem logró y mantuvo una aceptación popular
inesperada, expresiva de un quiebre cultural que atravesó al conjunto de la
sociedad: la política reducida a acompañar y facilitar las decisiones de "los
mercados", reificación del capital como poder al que no podía ni debía ponerse
límites y reconocimiento del dinero y el individualismo a ultranza como "lazos
sociales" acordes a los nuevos tiempos. Para los pobres e indigentes, cuando
éstos comenzaron a crecer vertiginosamente, restaba el mas puro y duro
asistencialismo manejado con criterio "clientelista".
El nuevo bloque dominante en conformación, se benefició con una colosal
transferencia de ingresos y un marcado favoritismo hacia firmas monopólicas que
se aseguraron rentas de privilegio, acentuando el proceso de concentración y
centralización del capital a favor de unos pocos grupos locales e inversores
extranjeros, en especial los que explotaban los servicios privatizados, el
petróleo y los agronegocios ... Pero crecieron también las pujas y
reacomodamientos intra-burgueses. Porque el mito de la "Argentina potencia"
capaz de ingresar al "primer mundo" por ser el modelo del FMI y por su
alineamiento automático con los EE.UU. gracias a las "relaciones carnales"
facilitadas por el menemato, tropezó, antes de consolidarse, con los límites
impuestos por las relaciones profundamente asimétricas y jerárquicas entre los
estados centrales y los periféricos, propias de la actual fase imperialista.
La apertura significó el agravamiento del déficit del balance comercial y la
cuenta corriente en general, así como un flujo continuo de pagos por intereses y
remesas de utilidades y dividendos, que debían ser compensados con el incesante
ingreso de capitales. En este terreno el balance de la década fue la duplicación
del endeudamiento externo, que alcanzó los 144.000 mil millones al 31 de
diciembre de 1991. Cierto es que en el interin Ménem pudo sortear el impacto de
la "crisis del Tequila" y capitalizó políticamente la recesión de 1995
presentándose como el único capaz de enfrentarla, con lo que logró 8 millones de
votos . Pero la severa depresión que comenzó a fines de 1998 - tras la crisis
Rusa y, luego, la devaluación en Brasil - fue un golpe que, sumándose al
creciente rechazo generado por los saltos en la desocupación, la pobreza y la
corrupción (y el fallido intento re-re-eleccionista) precipitaron el desgaste
del menemismo, las disputas en el PJ y la victoria de la oposición en las
elecciones nacionales de octubre de 1999. Claro que se trató de un curioso
recambio: el nuevo Presidente, electo como resultado directo del agotamiento del
"modelo", creyó que el bastón presidencial sería la varita mágica que permitiría
mantener la convertibilidad (y la forma específica de dominación capitalista
asociada a semejante "estabilidad") pese a que sus condiciones de posibilidad
habían desaparecido. Y así fue que, como por arte de magia, reapareció Cavallo
como súper-ministro (y el arraigo del imaginario forjado durante el menemato se
reflejó en el respaldo que fugazmente cosechó este personaje). Pero la rebelión
de diciembre mostró que el encantamiento había terminado y pudo al fin verse que
la "estabilidad" era apenas una de las máscaras de la violencia y anarquía del
capital. Así, la movilización puso fin a la gastada fantasmática de la
"convertibilidad" y cuando De la Rua, in extremis, pretendió reemplazarla con el
Estado de Sitio y una descarnada represión, la misma movilización lo obligó a
huir de la Casa Rosada. A esto nos referiremos más adelante.
5. La resistencia en los noventa
Si la rebelión de diciembre marca, como creemos, el posible inicio de un ciclo
nuevo en la lucha de clases, se debe en parte a la profundidad y características
sin precedentes de la crisis económica, social y política que vino a enfrentar,
y a la que nos referiremos más adelante. Pero tanto o más importante resulta lo
que de nuevo aportan "los de abajo". Porque las clases subalternas no son
puramente "reactivas": sus acciones tienen que ver con tradiciones,
experiencias, construcciones ideales y prácticas que en el curso mismo de las
luchas se consolidan, critican y modifican. Sería difícil comprender la
significación del estallido de diciembre sin reparar que a lo largo de la década
de los noventa se transitó un difícil recorrido de peleas defensivas,
discontinuas y fragmentarias, pero también de cambios en profundidad con la
irrupción de nuevos protagonistas y movimientos que transformaron las luchas y
su relación con la política.
Examinando desde este punto de vista las luchas durante los años noventa, y sin
perder de vista los condicionamientos generales señalados en el comienzo, lo
primero que conviene destacar es el marcado retroceso y descomposición del
"movimiento obrero organizado" a lo largo de este período. Confluyen en ello
factores diversos y aún contrapuestos que acá sólo podemos mencionar.
Incapacidad "orgánica" de un movimiento sindical construido como aparato de
negociación y presión en los marcos de un Estado mas o menos benevolente cuando
se trata de enfrentar la ofensiva neoliberal y las nuevas condiciones de
explotación formal e informal de la fuerza de trabajo. Desconcierto y parálisis
de la burocracia sindical al quedar marginada en el Partido Justicialista y
perder puntos de apoyo en el Estado. Adaptación a las nuevas formas de
acumulación capitalista por parte de sindicatos que llegaron a insertarse en los
procesos de privatización y en algunos casos a la asociación con sectores del
capital.
Disputas de aparato que llevaron a la división de la CGT o la conformación de la
CTA con poca o nula participación de las bases. En esta crisis, a diferencia de
otras, el desprestigio y debilitamiento del aparato sindical alcanzó a las
comisiones internas y cuerpos de delegados. Es cierto que, mientras se producía
un fuerte y continuado retroceso del movimiento obrero industrial, otros
asalariados (maestros, médicos, técnicos, empleados públicos) debieron asumir
para sus luchas defensivas modalidades organizativas y reivindicativas similares
a las de los obreros, pero esto no cambia el signo del período: de conjunto, los
trabajadores fueron sorprendidos y obligados a retroceder por la violencia de la
ofensiva patronal, por el crecimiento vertiginoso de la desocupación
"estructural" y por el crecimiento aún mas brutal y generalizado de la pobreza e
indigencia. El temor a los despidos virtualmente paralizó a los asalariados en
el sector privado, en tanto que las reiteradas luchas ultradefensivas que dieron
algunos sectores de los empleados públicos nacionales o provinciales fueron
desgastadas por los magros resultados y el carácter burocrático de las
direcciones sindicales.
Mientras "los cuerpos orgánicos" del sindicalismo entraban en un cono de sombra,
lo "inorgánico" apareció reiteradamente en las acciones de protesta y
resistencia de la década: los saqueos de 1988/89, las "Marchas del silencio" en
Catamarca (1990), las revueltas en Santiago del Estero (1993) y otras
provincias, los "piquetes" y puebladas en Cutral-Co, Plaza Huincul y Mosconi
(1996), etcétera. Hubo por cierto acciones mas "organizadas", como los Paros
General "decretados" en distintos momentos, las concentraciones por la educación
de estudiantes, padres y docentes (1992), la Marcha Federal convocada por la
CGT-Moyano, CTA y CCC (1994), concentraciones multitudinarias como la que
repudió el vigésimo aniversario del golpe militar el 24 de marzo de 1996, o las
actividades articuladas con la "Carpa blanca" instalada por la CTERA frente al
Congreso (1997/99). Pero incluso estas iniciativas muchas veces alcanzaron
trascendencia gracias a una significativa participación de sectores que no
estaban encuadrados por las organizaciones convocantes.
Se han propuesto distintas "periodizaciones" para esta prolongada etapa, pero
prácticamente todas señalan que estuvo marcada por momentos de reflujo mas o
menos prolongado, así como también por la dispersión, falta de coordinación y
marcado aislamiento de las protestas y reclamos, en tanto gran parte de la
población aceptaba las reglas impuestas por el Gobierno en nombre de la
"estabilidad". En este marco se buscaban salidas individuales, con posibilidades
y suertes muy diversas; la existencia de "ganadores" y "perdedores" fue
naturalizada, aunque derrumbase mitos constitutivos de la ideología de la
"argentinidad" (los del continuo progreso integrador, el ascenso social al
alcance de todos y la existencia de una fuerte clase media como expresión de una
nacionalidad que se colocaba por encima del resto del continente...).
A mediados de los noventa la polarización social superaba todo lo conocido,
acompañada por una inusitada heterogeneidad y fragmentación: marcada división en
las clases medias, reducción numérica y pauperización de los trabajadores
activos y un salto cualitativo en la cantidad de excluidos e indigentes. El
desempleo superó el 18% en 1995 (20% en Capital y el Gran Buenos Aires) y
sumando el subempleo se llegaba a un 40% de la población activa amenazado por el
pauperismo. Todo esto representó un masazo al conjunto de las relaciones e
identidades sociales, precipitando situaciones y procesos de "anomia" o
descomposición social, así como también diversas y activas redefiniciones de los
lazos sociales y subjetividades para enfrentar las nuevas condiciones de
pauperización, exclusión y explotación impuestas a más de la mitad de la
población. Confluyeron e interactuaron en nuevos tipos de lucha múltiples
colectivos y organizaciones sociales, portadores de diversas tradiciones y
experiencias: activistas sindicales antiburocráticos expulsados de la
producción, militantes de partidos de izquierda o en ruptura con sus antiguas
organizaciones, comunidades de base de la iglesia, bases y cuadros medios de la
CTA, organizaciones campesinas de nuevo tipo como el MOCASE o la Red Puna,
organizadores de asentamientos y construcción de viviendas, organizadores de
ollas populares, comedores comunitarios, merenderos, centros de salud o
bibliotecas con respaldo de profesionales, estudiantes y jóvenes de diversa
extracción volcados a acciones solidarias, las Madres y Abuelas de Plaza de
Mayo, Hijos, los movimientos por los derechos humanos y contra la represión, los
piquetes y cortes de ruta que definen en asamblea los reclamos y pasos de la
lucha, nuevas organizaciones piqueteras... Y, por último pero no en importancia,
el aporte de miles de mujeres que ante la dramática situación de sus hogares y
barrios desarrollaron estrategias de supervivencia y animaron acciones
colectivas de diversa naturaleza (trueques por ejemplo), convirtiéndose en el
mas sólido sostén de reclamos y movilizaciones en los lugares más castigados por
la miseria. Sobre los desarrollos y potencialidad de todo esto volveremos en los
puntos siguientes.
LA REBELIÓN Y SUS DETERMINACIONES
6. El "Cacerolazo" y la "Batalla de Plaza de Mayo": determinaciones de la
rebelión
Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 fueron 48 horas de concentrada
deliberación, movilización y enfrentamientos callejeros con epicentro en Buenos
Aires, en abierto desafío a las pretensiones de reducir la política a
esporádicas convocatorias electorales e ininterrumpida "gobernanza"
institucional de "los representantes" y los factores de poder que deciden sobre
todo sin que nadie los vote. Para examinar las determinaciones de la rebelión
conviene comenzar por recapitular el curso de la crisis económica y la crisis
política del Gobierno que intentó el despropósito de capitalizar el desgaste de
Ménem manteniendo la "convertibilidad". En abril del 2001 renunció el
vicepresidente Chacho Álvarez y comenzó la diáspora del FREPASO, mientras crecía
el aislamiento del Presidente y su entorno incluso dentro del radicalismo. Las
disputas intraburguesas se hicieron inocultables. El espectro del default no
pudo ser conjurado por el propagandizado "blindaje". De la Rua intenta con un
nuevo ministro (López Murphy) un ajuste sin precedentes, pero apenas si pudo
anunciarlo: las protestas sociales (movilizaciones estudiantiles, paros
docentes, cortes de ruta y paro general lanzado por el CTA, la CGT-Moyano y la
CCC) lo corrieron en tres semanas... ¡Luego de lo cual Cavallo reaparece como
zar de la economía y salvador de la convertibilidad! Pero las ilusiones fueron
disipadas por el rostro duro y conocido del ajuste, cuando la "ley de déficit
cero" (incluyendo recorte de salarios nominales) en julio y una nueva
reestructuración de deuda externa ("megacanje") multiplicaron las protestas.
A partir de mayo se sucedieron la lucha de los trabajadores de Aerolíneas
Argentinas, las protestas de productores agrarios y cortes de ruta piqueteros.
La CTA y la CGT-Moyano lanzaron en junio la quinta huelga general. A fines de
junio una distintas agrupaciones reunidas en una Asamblea Nacional de
Desocupados acordaron un plan de lucha: corte de rutas en el Gran Buenos Aires
en julio, y en el mismo mes nuevo Paro lanzado por la CTA y ambas CGT . Los
cortes de ruta se reiteraron en las semanas siguientes, y se desarrolló una
masiva y combativa huelga docente en toda la provincia de Buenos Aires, en
ruptura con la burocracia de la CTERA y sostenida por métodos asamblearios y
agrupamientos de base "autoconvados". Las manifestaciones y reclamos salariales
de empleados públicos se repetían casi diariamente.
Luego, a pesar de celebrarse en el contexto de una momentánea disminución en el
índice de conflictividad, las elecciones parlamentarias de octubre constituyeron
un preanuncio del estallido. En la mitad de su mandato la maltrecha "Alianza"
perdió 5.000.000 de votos, con lo que el oficialismo quedó en minoría en ambas
cámaras del Congreso Nacional y su legitimidad política pulverizada. Pese a que
también el peronismo perdió bastante más de 1 millón de votos, la debacle
radical incrementó la representación parlamentaria del PJ. Un rasgo distintivo
de las elecciones fueron las distintas formas de expresar el descontento ante la
crisis y el repudio a la "clase política": la abstención (aunque el voto es
obligatorio) trepó a más de 6.000.000 y el llamado "voto bronca" llegó a
3.900.000 millones. Cabe señalar que a nivel nacional los candidatos de
izquierda obtuvieron 1.091.331 votos, y que el movimiento Autodeterminación y
Libertad debutó con la candidatura de Luis Zamora logrando (sólo en la Capital
Federal) más de 100.000 votos y dos diputados nacionales.
La crisis siguió su curso y en la población se consolidó la convicción que las
elecciones no habían servido para nada. La violencia estructural del capital y
los ajustes impuestos por el imperialismo ya no eran disimulados por una
"democracia" que se limitaba a convalidar las políticas que dictaban "los
mercados" y "la convertibilidad". La debacle se precipitó. La crisis financiera
se expresó como crisis bancaria: los retiros de depósitos ascendieron a U$S
18.371 millones durante el año (U$S 4.937 millones sólo durante noviembre), y la
fuga de dólares al extranjero se estimó en unos U$S 15.000 millones durante el
año (3.000 millones durante noviembre). El FMI mantenía la exigencia de mayores
ajustes, el riesgo país superaba ya los 4.000 puntos y se hacia evidente que la
crisis carecía de precedentes, como lo evidenciaban todos los indicadores: la
utilización de la capacidad instalada cayó un 65,5%, la inversión un 44,8%. La
tasa de desempleo de octubre de 2001 alcanzó el récord del 18,3% y el subempleo
llegó a un 16,3% en octubre. La balanza de pagos registró un déficit de $ 19.800
millones, es decir, un 15% del producto.
La relación entre deuda externa desembolsada y exportaciones era la peor de toda
Latinoamérica..El 1 de diciembre se decretó el congelamiento de los depósitos
(el denominado "corralito") que afectó a un millón y medio de pequeños
ahorristas e incluso a las cuentas de sueldos, provocando una brutal caída del
consumo, y el "riesgo país" superó los 3.000 puntos básicos. Se multiplicaron
las protestas ante los bancos. En la segunda semana de diciembre, pequeños
comerciantes iniciaron los apagones y cacerolazos en la capital y otras
ciudades. La huelga general realizada el 13 de diciembre resultó la mas masiva
de los últimos años. Por esos días la Consulta Popular organizada por la CTA y
un frente de organizaciones sociales y políticas mostró que tres millones de
votantes exigían un seguro de empleo y formación y mecanismos de redistribución
de la riqueza. El 15 de diciembre un Hipermercado del Gran Buenos Aires fue
asaltado por desocupados, lo que se repitió luego en grandes supermercados de
Mendoza y Rosario. El 17, comerciantes y vecinos de la capital y el Gran Buenos
Aires se manifestaron cortando calles. El 18 se reiteraron asaltos a los
supermercados del Gran Buenos Aires y la guardia de infantería comenzó a
custodiar los accesos a los mismos. El 19 de diciembre se generalizaron los
asaltos a supermercados y camiones de transporte de alimentos (Capital y Gran
Buenos Aires, La Plata, Rosario, Santa Fe, Entre Ríos, Tucumán, Río Negro), con
represión policial, muertos, numerosos heridos y detenidos. Cabe señalar que a
esta altura de los acontecimientos el asalto a los supermercados ya no era
impulsado por los movimientos de desocupados - por el contrario, algunos de los
más influyentes expresamente se desvincularon de los mismos - y en muchas zonas
del Gran Buenos Aires o Rosario se advirtió la acción de "punteros" y
provocadores alentando los saqueos, al tiempo que los móviles policiales
difundían falsas denuncias de marchas de saqueadores sobre las viviendas
populares, logrando que los habitantes de algunos barrios se atrincheraran
esperando el asalto de sus vecinos, y viceversa. Pero por encima de estos
elementos de confusión o provocación, cuando las pantallas de televisión
denunciaban los "actos de vandalismo", lo que la inmensa mayoría de la población
supo ver fue la miseria extrema de millares de hambrientos buscando comida...
En la noche del 19 de diciembre De La Rúa habló por cadena nacional ratificando
su política y anunciando que se había decretado el estado de sitio para
restablecer el orden... La respuesta popular fue un instantáneo y estruendoso
"cacerolazo", concentraciones en los barrios y marchas convergentes hacia la
Plaza de Mayo. El gobierno ordenó en las primeras horas de la mañana del día 20
despejar Plaza de Mayo y la Policía Federal lanzó una feroz represión, resistida
por activistas, mientras el resto se replegaba hacia Plaza Congreso. Los choques
se mantuvieron durante horas, con miles de manifestantes ocupando el microcentro
de Buenos Aires durante toda la jornada, atacando algunos edificios de bancos,
empresas privatizadas y MacDonalds, pero sobre todo enfrentándose a la policía
con piedras y palos, al precio de nuevos muertos, heridos y detenidos. Para
consternación de la burguesía y la "clase política", la masiva protesta en las
calles no se conformó con desconocer el Estado de Sitio, ni con el despido del
Ministro de Economía Cavallo, ni aún con la tardía decisión de la mayoría
peronista del Congreso que, por la tarde y cuando los medios difundían ya la
nómina de muertos-heridos-detenidos por la represión, retiró los poderes
extraordinarios que en su momento concediera al Presidente. Finalmente, en el
mas completo aislamiento, De la Rua huyó en helicóptero, y un nuevo cacerolazo
por la noche festejó su caída.
Todo esto fue expresión de una profunda reivindicación democrática sostenida con
la acción directa, en ruptura con las prácticas delegativas y "representativas"
típicas del régimen. Por cierto, fue notable la confluencia de muy diversas
luchas y protagonistas en esta rebelión popular. Tras el espontáneo copamiento
de la Plaza de Mayo por decenas de miles de vecinos de todos los barrios de la
capital y algunos puntos del conurbano, en las confrontaciones del día 20
participaron entremezclados con vecinos, transeúntes ocasionales y manifestantes
independientes, columnas de los partidos de izquierda, aguerridos núcleos de los
movimientos de desocupados, estudiantes, empleados que fueron desde sus trabajos
al enterarse de las confrontaciones y aún pequeños grupos de obreros que se
llegaron hasta el centro: y sobresalió el protagonismo de una juventud sumamente
combativa e independiente de los partidos tradicionales, los aparatos
burocráticos y las instituciones juveniles de la Iglesia.
Hubo de todo: expropiaciones en grandes supermercados, pero también saqueos a
pequeños negocios de barrio, y peleas de "pobres contra pobres", corte de calles
y avenidas golpeando ollas y quemando basura, ataques dirigidos contra bancos y
establecimientos imperialistas o de grandes grupos económicos, quema de algunos
vehículos de empresas como OCA)... pero, por sobre todo, una porfiada y valiente
decisión de ocupar el centro de la ciudad resistiendo la represión policial,
particularmente criminal en el caso de la Policía Federal. Hubo también cruzados
intereses políticos: desde las provocaciones y maniobras para mantener zonas de
influencia de punteros y sectores del aparato peronista (principalmente en el
gran Buenos Aires o Rosario) o los nacionalistas de derecha que reclamaban la
libertad de Seineldín, hasta las corrientes de izquierda anticapitalista que
intentaron orientar las expropiaciones sólo hacia las grandes empresas y
levantaban la exigencia de abajo el gobierno.
Y en los momentos decisivos, también "borradas" memorables, como la de las dos
CGT, de la conducción de la CTA, que se enfrentó con su propia base cuando
ordenó a cuadros y militantes retirarse de las calles "para evitar
provocaciones". Con todo, lo que definió la significación de este acontecimiento
fue la espontánea irrupción de millones que "patearon el tablero", precipitaron
el desenlace inmediato del conflicto e instalaron en la sociedad un estado
deliberativo sin precedentes. Pues la rebelión popular fue exitosa: logró la
renuncia de Cavallo, terminó con el Estado de Sitio y con un Gobierno que a dos
años de electo se había tornado insoportable (y repitió el gesto cuanto el
Presidente interino cometió la torpeza de rodearse con algunos personajes
impresentables). Y más aún, puso fin al largo ciclo económico-social-político
presidido por la ininterrumpida ofensiva del gran capital y sus políticas
neoliberales (o neconservadoras), abriendo una nueva fase en la lucha de clases.
En síntesis, la rebelión popular tuvo como telón de fondo la catástrofe
económica y social que se vivía y la "recolonización" del país graficada en la
descomunal deuda externa y los dictados de las autoridades del FMI y los EE.UU.
De allí que el carácter profundamente democrático del estallido, que cuestionaba
al conjunto del régimen político y sus instituciones, apuntaba también hacia las
responsabilidades de los capitales especulativos y los Bancos, las
multinacionales y el FMI en la destrucción del país y los desgarramientos de la
sociedad. El derrocamiento de gobernantes odiados precipitado por la población
en las calles constituyó una victoria resonante aunque parcial, que generó
condiciones más favorables para el desarrollo de la movilización y organización
de los de abajo, al mismo tiempo que potenciaba entre los de arriba una crisis
político-institucional sin precedentes: más precisamente, una crisis orgánica.
Una crisis sin precedentes, que llenó de pavor y escándalo a los poderosos y los
"analistas políticos" a su servicio. Escándalo: porque fue sin dudas la rebelión
popular la que echó a un Presidente electo apenas dos años antes. Doble
escándalo: porque otra movilización, el 28 de diciembre, precipitó la crisis
interna en el PJ y el alejamiento del peronista Rodríguez Saá, investido cinco
días antes por el Congreso como Presidente interino encargado de convocar a
nuevas elecciones en marzo del 2002... Y el escándalo mayor: los manifestantes
que en la noche del 19 de diciembre habían ganado las calles gritando, contra
Cavallo y De la Rua: "¡Que se vayan!", terminaron ese diciembre de
movilizaciones y creciente estado "asambleario" generalizando un cántico aún más
revulsivo, imprevisto e imprevisible: "¡Que se vayan / todos... Que no quede /
ni uno sólo!".
Estas jornadas intensas y "escandalosas" potenciaron y resignificaron los
procesos de lucha y organización que se desplegaron y complejizaron en los meses
posteriores e imponen la necesidad de volver analítica y teóricamente tan rica
experiencia. Pero es también imperioso examinar lo ocurrido considerando las
políticas y estrategias que puestas en juego por "los de arriba", sobre todo
cuando, como es el caso, aún en el momento más álgido de la crisis lograron que
la mayoría peronista del Congreso se hiciera cargo del Gobierno y desde allí
trabajara para revertir los progresos de la rebelión, hasta desembocar en la
aparente "normalización" institucional consagrada en las elecciones
presidenciales de mayo del 2003 y en las sucesivas elecciones que renovaron
gobernadores y mandatos parlamentarios en todas las provincias. Es lo que
intentaremos hacer en los puntos que siguen.
REBELIÓN Y CRISIS ORGANICA
7. Crisis orgánica: lo nuevo no termina de nacer, lo viejo no termina de morir
La combinación de crisis económica (agotamiento de la convertibilidad, años de
recesión, carencia de un proyecto burgués sostenido), la crisis de hegemonía del
conjunto de las fracciones de la burguesía, y la irrupción aluvional y
desordenada pero también creativa de las masas, son componentes y resultantes de
una descomunal crisis orgánica del capitalismo argentino. Consideramos la crisis
de hegemonía como una crisis del estado y de las formas de organización política
ideológica y cultural de la clase dirigente. Los problemas y parálisis a nivel
del Gobierno, la división de los partidos y las crisis internas que los
atraviesan son manifestación de esa crisis. La incapacidad de conformar una
dirección estable y los choques permanentes entre las diferentes camarillas
hacen que la corrupción encuentra un fértil terreno para desarrollarse. La
crisis no se limita, sin embargo, a los partidos y al gobierno: se procesa a
nivel de toda la sociedad civil, en la medida que las clases dirigentes
tradicionales se revelan incapaces de dirigir a toda la nación, y cada fracción
pretende utilizar sus posiciones en el Estado para predominar.
Por tanto, lo que resulta ser característica notable de la crisis de hegemonía
no es, como muchos creen, el "vacío de poder", sino más bien una multiplicidad
de poderes. Recordemos, a título de ejemplo, que inmediatamente después de las
elecciones de octubre de 2001 y antes del estallido de diciembre,
previsoramente, el PJ utilizó su mayoría en ambas cámaras del Congreso para
romper la tradición que otorgaba la presidencia del Senado al partido
oficialista, y se colocó en la línea sucesoria en caso de acefalía presidencial
(lo que no evitó de todas formas feroces disputas intestinas y el caricaturesco
desfile de cinco "Presidentes interinos" hasta que el PJ encontró en Duhalde un
mínimo común denominador para emprender la "normalización").
En todo caso, en el origen de una crisis de hegemonía hay una profunda
modificación en la relación de fuerzas entre las clases y luchas que oponen a
las clases y fracciones de clase entre sí, enfrentamientos en los que los
diferentes proyectos alternativos se van diseñando y agrupando partidarios. El
dato clave es la ruptura de la pasividad de grupos sociales que con su ingreso
activo en el escenario político desequilibran acuerdos de poder que los
excluían. Es lo que hicieron ahorristas estafados, "caceroleros", "piqueteros",
y jóvenes sin ataduras con la vieja política. Sin embargo, el ascenso de estos
nuevos actores no determina todo el contenido de la crisis. Hay que considerar
la forma bajo la cual se produjo el ascenso, y tener muy presente que aunque
logre desarticular más o menos profundamente la hegemonía de las clases
dominantes, la crisis es también una crisis de las clases subalternas, hasta
tanto no consigan forjar una voluntad común e imponer un nuevo proyecto
hegemónico. La complejidad de la crisis fue dejada de lado por el simplismo con
que gran parte de la izquierda caracterizó que en diciembre del 2001 había
triunfado "una revolución democrática", se había abierto una "crisis
revolucionaria", u otras formulaciones que sugerían la falsa idea de inminentes
combates decisivos en torno al poder. En algunas circunstancias, las
caracterizaciones "extremistas" pueden dar paso a acciones aventureras, pero en
el caso argentino sirvieron mas bien para ocultar las dificultades para
encontrar una solución orgánica a la crisis, lo que evidentemente no es simple,
como exige una combinación de alianzas, debates y reagrupamientos de las
organizaciones sociales y políticas que intervienen en la lucha para facilitar
la creación de nuevos organismos que expresen y concreten la irrupción y
construcción política de las clases subalternas. Porque de lo que se trata es
precisamente, de posibilitar una nueva construcción política de los de abajo.
Las vicisitudes de la lucha social y política que se ha venido desarrollando
desde diciembre del 2001 hasta aquí, ilustran lo dificultoso del empeño. Empeño
que en nuestro país enfrenta mayores problemas porque la irrupción de las clases
subalternas no llegó a ser lo suficientemente "orgánica" o generalizada como
para que la tensión colectiva y la confluencia de millones de experiencias
diversas pudieran enriquecer y acelerar el proceso de aprendizaje a través del
cual las clases sometidas pudieran afirmar el "buen sentido" de una clase y un
nuevo bloque social en ascenso. Tampoco ayudaron las prácticas sectarias de las
organizaciones que tendieron a subordinar todo avance de los sectores populares
a las necesidades de su propio fortalecimiento. No se advirtió, en suma, que si
bien estaban planteadas de manera inmediata agudas confrontaciones, era
altamente improbable un desenlace más o menos rápido de la crisis misma. No se
advirtió tampoco que si bien los enfrentamientos entre las diversas fracciones
burguesas y la presión continua de las exigencias imperialistas imposibilitaban
la rápida cristalización de un "bloque dominante" capaz de reemplazar al que se
había esbozado en tiempos de la "convertibilidad", los de arriba bien podrían
colaborar en la "normalización" conducida por Duhalde (con apoyo del
Parlamento). La participación en las luchas y la innegable abnegación de la
militancia de los partidos de izquierda no puede ocultar que estas
organizaciones se enredaron en disputas "de aparato" y quedaron presas de
reivindicaciones económico-corporativas en torno a las cuales creyeron poder
construir movimientos colaterales "de masas", aportando muy poco a la
construcción de una alternativa integral, política pero también cultural (e
incluso ética) que requieren las nuevas camadas de luchadores populares. Con lo
cual la crisis se prolonga. Lo viejo no termina de morir. Lo nuevo no termina de
nacer."
8. El gobierno de Duhalde y la contraofensiva "hacia la normalización"
De hecho, aún a la defensiva y aturdida por semanas de crisis sin precedentes,
la burguesía ingresó al 2002 con un acuerdo mínimo, no sólo para imponer como
Presidente a Duhalde, sino para iniciar una contraofensiva apuntada a la
"normalización". Mientras se toleraba la protesta en las calles apostando al
desgaste de las reiteradas marchas a Plaza de Mayo y los "escraches" a los
bancos, se dispuso una devaluación que representó una brutal intensificación de
la miseria impuesta a la población, para comenzar desde allí una "recuperación"
económica que, por ínfima que fuera, luego de 5 años de aguda recesión sería
percibida como un cambio de tendencia. Fue así que después de imponer esta
disminución radical de los salarios reales , el gobierno avanzó con distintos
tipos de "políticas". Estabilidad del dólar y equilibrio de las cuentas
fiscales. Represión abierta o selectiva contra algunos sectores del movimiento
piquetero y multiplicación de los planes de ayuda social manejados por los
municipios y el aparato del PJ (utilizados también para atraer, dividir y
eventualmente cooptar a las organizaciones piqueteras). Reprogramación de la
devolución de los depósitos saqueados para fragmentar las reivindicaciones.
Reapertura de las negociaciones con el Fondo Monetario. Así, a pesar de los
duros golpes sufridos y tener sus partidos e instituciones en completa crisis,
de la mano del gobierno Duhalde la burguesía comenzó una contraofensiva y fue
logrando un "reordenamiento", con no pocas contradicciones e incluso momentos de
grave crisis como los que se vivieron en el Julio del 2002, cuando el asesinato
de Kostecki y Santillán, lo que tuvo como respuesta una contundente y combativa
movilización popular... Y fue precisamente en ese momento cuando Duhalde jugó
sin más dilaciones la carta de convocar a elecciones en el 2003, carta que se
constituyó en instrumento central de la contraofensiva.
En lo económico, y más allá de la discusión de si se trataba de "rebote" o de
tenue recuperación, la situación evolucionó por mayores ingresos logrados a
través de las exportaciones - energía, siderurgia y sobre todo el salto el
agrobusiness-, y la sustitución de algunas importaciones. La metalmecánica,
textiles, calzados y otros rubros sustentaron un aumento de la producción
industrial cercano al 20 %, aun sin cambios significativos en los niveles de
consumo o de inversión. Duhalde y Lavagna esbozaban ya entonces una política
asentada en las exportaciones de bienes primarios y una acotada sustitución de
importaciones, mientras negociaban con el FMI condiciones que se lo permitieran
(en el ínterin, en lo peor de la crisis, Duhalde -Lavagna pagaron 4.500 millones
de dólares con reservas...).
La contraofensiva gubernamental salía al cruce del desarrollo de importantes
experiencias del movimiento popular. Tanto la profundidad de la crisis económica
y social como el descrédito de las instituciones estatales llevaron a que
amplios sectores tomaran en sus manos la búsqueda de soluciones. Desde
principios del 2002 y durante largos meses el estado de movilización y
deliberación se mantuvo en muy altos niveles. Pero no se progresó hacia una
confluencia mas o menos orgánica de esta multiplicidad de demandas y actores
sociales y mucho menos se avanzó en la construcción de una perspectiva política
autonoma y emancipadora. En definitiva, la movilizadora e insumisa proclama "Que
se vayan todos" no pudo traducirse en propuestas y construcciones alternativas
duraderas y, mucho menos, en una estrategia política alternativa a la
"normalización" impulsada (y a pesar de la división del PJ) por la alianza de
Duhalde-Kirchner. Así fue que, sin alternativas consistentes, con un escenario
polarizado por la reaparición con relativa fuerza en la campañas electoral de
las candidaturas reaccionarias de Ménem (y en menor medida también López
Murphy), millones de personas acudieron en mayo del 2003 a "elegir Presidente".
No tanto por los insistentes llamados mediáticos a "asumir responsabilidades
ciudadanas", como por el cansancio y relativo escepticismo en algunos sectores,
tras largos meses de movilización sin resultados, como en otros, el renacer de
esperanzas en soluciones "desde arriba", abonadas por los síntomas de
reactivación económica.
La elevada participación electoral representó una victoria para el régimen,
aunque ella no resuelva la crisis del sistema político y sus grandes partidos .
Además, la primer minoría lograda por Ménem en la primer vuelta desató un
rechazo tan intenso contra todo lo que su figura simbolizaba, que debió
retirarse de la contienda para no ser aplastado en la segunda vuelta. Kirchner
apareció así como líder de un nueva mayoría política, y asumió la Presidencia
con un discurso de críticas al viejo "modelo", gestos de afirmación nacional y
latinoamericanista, simbólicas condenas al terrorismo de Estado y una declarada
intención de construir poder desde el poder. Luego, tras los comicios
presidenciales primero, la seguidilla de elecciones para gobernadores y
diputados sirvió para que "se quedaran todos", sin que los de abajo pudiéramos
impedirlo. La incapacidad para construir y ofrecer una nueva perspectiva
emancipadora y de izquierda en el terreno de la movilización y de las respuestas
prácticas a la crisis antes de las elecciones, sólo podía luego traducirse en
derrota electoral . Esto debe ser asumido y enfrentado, porque los próximos
desafíos, no ya en el terreno electoral sino en el de la lucha de clases y los
enfrentamientos directos, serán sin duda mucho mayores.
9. Luchas por el cambio, cambios en la lucha y construcción de una
alternativa política emancipadora
Examinemos entonces las experiencias "desde abajo", subrayando que la rebelión
de diciembre abrió una nueva situación política no sólo por la capacidad
"destituyente" de la movilización, sino también porque el reclamo en las calles
tuvo el condimento de un extendido estado asambleario y deliberativo que, desde
su epicentro en la Capital Federal, se extendió con mas o menos fuerza al
conurbano bonaerense y muchas ciudades del interior del país. Fue una irrupción
que expresó un visceral rechazo a las consecuencias de las políticas
neoconservadoras y la corrompida democracia liberal con su desacreditada "clase
política" y se orientó a tientas hacia una democratización sustantiva de todos
los ámbitos de la vida social. Esto se tradujo en un notable protagonismo
popular en los intentos de hacer frente a la catástrofe y en la recuperación de
un extendido sentimiento antiimperialista, condenando la completa subordinación
de la nación a las directivas del FMI y los centros imperialistas. Irrumpieron
al campo de acciones sociales (y políticas) millones de personas de las más
diversas proveniencias: desocupados nuevos y viejos que cobraron visibilidad con
los movimientos piqueteros, clase media abruptamente empobrecida, obreros de
empresas cerradas o vaciadas por los patrones, comerciantes y pequeños
empresarios en bancarrota, distintos estratos de estafados por el robo de los
depósitos, propietarios agobiados por créditos impagables, movimientos de
agricultores, comunidades indígenas, etcétera, se movilizaron una y otra vez
para reclamar y/o repudiar lo instituido . Hubo un cambio en la conducta de
millones de personas que, de manera colectiva, en diversos terrenos y con
distintas formas organizativas, enfrentaron el hambre, la miseria social y las
nuevas caras de la exclusión, ganando muchas veces para ello espacios públicos
de plazas, edificios, hospitales, escuelas y bancos, tradicionalmente vedados a
la comunidad, esbozando de paso nuevas maneras de entender y hacer política. Acá
solo podremos repasar esquemática y sintéticamente algunas de estas
experiencias.
El movimiento asambleario que surgió como fruto directo del cacerolazo del 19 de
diciembre, en los primeros meses fue posiblemente uno de los componentes más
ricos y dinámicos de la movilización general. Las asambleas barriales, en las
que se calcula participaron directamente poco menos de 10.000 "vecinos",
tuvieron un respaldo y resonancia mucho mayores e intentaron poner en práctica
formas deliberativas extraparlamentarias, no delegativas, con marcada
desconfianza a todo lo que pudiera facilitar la cooptación por el Estado, las
instituciones, partidos y organizaciones tradicionales. Buscando transformar las
relaciones entre representantes y representados (criterio de rotación,
mecanismos de control, revocabilidad) ensayaron una capacidad colectiva de
pensar, de decidir y de hacer con autonomía. El movimiento cuestionó algunos de
los pilares de la constitución burguesa ("el pueblo no delibera ni gobierna sino
a través de sus representantes", "los partidos políticos como instituciones
fundamentales del sistema democrático", "la irrevocabilidad de los jueces
supremos", etcétera). Las asambleas discutían problemas locales y de
funcionamiento (administración y presupuesto de hospitales públicos y
recuperación de espacios públicos del barrio, emprendimientos productivos,
procedimientos asamblearios, actividades concretas a desarrollar), y también
proposiciones políticas de nivel mas general (la cuestión de la deuda y de la
banca, la confiscación de sueldos y de los ahorros, rechazo a las presiones de
los EE.UU. y el FMI, el futuro de las empresas privatizadas, el seguro de
desempleo y la reducción de la jornada laboral y el reparto del trabajo
existente...). Las asambleas fueron una oportunidad para superar la fractura
entre distintas generaciones y experiencias y la contraposición entre militancia
social y militancia política, creando un contexto que hostil a las disputas
sectarias de partidos (y frecuentemente también de organizaciones sociales).
Hubo intentos de coordinación de las diversas asambleas y de la confluencia de
este nuevo movimiento con el de los "piqueteros" y con sectores de los
trabajadores con empleo dispuestos a movilizarse. Algunos pasos se dieron, como
cuando la marcha de los piqueteros de La Matanza fue recibida y acompañada por
la Asamblea de Liniers y otras de la Capital, con los cacerolazos (como el del
15 de febrero) realizados con participación del Bloque Piquetero y una columna
de la CTA o cuando las asambleas barriales fueron invitadas a concurrir a la
"Asamblea de Trabajadores Ocupados y Desocupados" convocada por el Bloque
Piquetero... Pero el desgaste generado por las repetitivas marchas a Plaza de
Mayo y las disputas de aparato en que cayeron las organizaciones de la izquierda
(y también algunas "autonomistas"), pesaron mas y frustraron esa posibilidad. La
conmemoración del 1 de mayo del 2002 con múltiples actos enfrentados entre sí
expresó el impasse y marcó un punto de inflexión del movimiento asambleario.
Gradualmente, muchas asambleas fueron desapareciendo, o sufrieron divisiones y
eventualmente lograron sobrevivir con una participación cualitativamente menor
de vecinos. Se mantienen en pié núcleos de activistas decantados de esa
experiencia que, asumiendo muy dispares tareas y perfiles políticos, exploran
nuevas formas de militancia social y política, que no sólo representan un factor
presente en muchas luchas populares, sino que se proyectan en nuevas
experiencias constructivas como las de "La Alameda" de Floresta, o "El
Transformador" de Haedo, para citar sólo dos ejemplos de los que podemos tener
noticias directas. Sin desmedro de lo cual, el movimiento asambleario debe ser
considerado también como una especie de ensayo general digno de reflexión por
cuanto ilustra la potencialidad de las formas asamblearias y de democracia
directa, como también las limitaciones y dificultades que, aunque algunos
"autonomistas" prefieran ignorarlas, deberán también ser resueltas de manera
creativa y efectiva.
El movimiento piquetero o, mejor dicho, el movimiento de movimientos de
piqueteros y trabajadores desocupados, también constituyó tanto una expresión
como un factor activo de cambios profundos en la lucha, las prácticas y formas
de organización popular, los que se mantienen como actores indiscutidos de la
movilización social. Con orígenes, componentes y trayectorias marcadamente
heterogéneas, este movimiento de movimientos que había comenzado a surgir a
partir de 1995, bajo el menemismo en respuesta a la desocupación y
pauperización, cobró cuerpo entre 1996 y el 2000 cuando entraron "en resonancia"
los piquetes y puebladas del interior (Cutral-Có, Mosconi...) con masivos y
prolongados cortes de ruta protagonizados por organizaciones de desocupados del
Gran Buenos Aires. Crecieron en militancia y capacidad de movilización cuando,
aprovechando las tensiones entre el Gobierno nacional (radical) y los
gobernadores e intendentes (peronistas) lograron arrancar y distribuir planes
sociales, potenciándose luego con la rebelión de diciembre del 2001,
independientemente de la participación de las diversas organizaciones piqueteras
en las jornadas del 19 y el 20 . Una consideración detallada de las diversas
perspectivas políticas y prácticas presentes en los movimientos de trabajadores
desocupados, desborda los propósitos y posibilidades de este trabajo, pero es
posible sostener que de conjunto su lucha fue y es un factor de primer orden en
la reconstrucción de lazos sociales entre expulsados de las fábricas, jóvenes
que nunca pudieron ingresar a ellas, sectores excluidos de larga data del
trabajo formal, y especialmente mujeres-madres de los barrios más humildes. Una
franja minoritaria pero significativa de la inmensa legión de pobres y
excluidos, encontró en las organizaciones piqueteras un espacio de
dignificación, organización y lucha. Colaborando, discutiendo, discrepando,
proponiendo perspectivas en algunos casos marcadamente diferentes entre sí, y
muchas veces utilizando los peores métodos para descalificarse entre sí y/o
lograr ventajas en la asignación de planes sociales, las organizaciones
piqueteras desarrollaron creativamente experiencias de trabajo territorial y
transformaron el repertorio de lucha popular, haciendo reclamos al estado,
organizando actividades a pesar del estado y en cierto aspectos y momentos
construyéndose contra el estado . La experiencia de los movimientos de
trabajadores desocupados muestra que, siendo el desempleo una de las expresiones
de la subordinación de la praxis social al capital, constituye también un
espacio de confrontación contra el capital y por tanto, de construcción de
subjetividad. Por otra parte, es un hecho que a pesar de su desarrollo el
movimiento piquetero organiza a una franja muy minoritaria del conjunto de los
desocupados, y que el crecimiento del movimiento fue acompañado por un
crecimiento aún mayor de sus divisiones internas, las más de las veces sin
ninguna clarificación política. Esta fragmentación que parece no tener fin,
guarda relación con las tensiones que genera actuar como mediadores entre el
Estado y los potenciales "beneficiarios" de los Planes sociales a los que se
busca organizar, con la inexistencia o severos límites a la democracia de base
en las instancias de coordinación (ello vale tanto para las "Asambleas
Nacionales" que convocaron la FTV y CCC, como para las que hoy realizan los
llamados piqueteros "duros"(Polo Obrero y otras organizaciones) y, más en
general, a la inexistencia de una orientación general efectiva para la
confluencia con el conjunto de los trabajadores y sectores en lucha. Además del
fraccionamiento y el fraccionalismo, esto facilita las mas diversas
oscilaciones: desde el oportunismo de los que apoyan a Kirchner (como lo hacen
abiertamente la FTV, Barrios de Pie y otras organizaciones menores), a discursos
y acciones que en nada contribuyen a mantener un diálogo con la amplia mayoría
de los trabajadores y desocupados, lo que se agrava con la pretensión de
mostrarse como representantes del conjunto de la clase trabajadora (Polo Obrero,
ANT o el MIJD).
Otro movimiento significativo es el de las fabricas recuperadas y puestas a
producir por lo mismos trabajadores en lo que de hecho sugiere una alternativa
de clase a la catástrofe económica y social provocada por la burguesía. La
mayoría de ellas han adoptado la figura legal de cooperativas, aunque casos
emblemáticos como el de la cerámica Zanón de Neuquén continúan reclamando la
estatización bajo control obrero. Más allá de los debates -cooperativismo /
estatización-control obrero / autogestión- la gran mayoría funciona bajo un
régimen de gestión obrera directa, aunque sus situaciones concretas difieren
marcadamente. En general, a pesar de la demostrada capacidad para preservar
estas estructuras productivas y mantener fuentes de trabajo, de experiencias
relativamente duraderas como la de IMPA o de largas luchas que lograron triunfos
con resonancia pública (Bruckman de Capital Federal o el Supermercado Tigre de
Rosario), enfrentan un conjunto de problemas comunes de muy difícil solución
cuando no son lisa y llanamente amenazados y reprimidos (como ocurriera
recientemente en GATIC y amenazan hacer en Zanon). Sin embargo, tanto o más que
en los casos antes considerados, este movimiento está desgarrado por disputas
políticas y de aparato acentuadas por los lazos de algunos dirigentes (como el
anticomunista Caro) con el P.J., la Iglesia y sectores de la burocracia
sindical.
Concluida esta somera revisión de las luchas por el cambio y de los cambios en
las luchas, la cuestión que debe plantearse abiertamente es porqué, en un
contexto de experiencias tan ricas, el movimiento general de los explotados y
oprimidos no logró progresos sustanciales en la formulación de una alternativa
política construida y sostenida "desde abajo". Y la pregunta es tanto más
necesaria cuanto que la oportunidad abierta para su construcción en diciembre
del 2001 parecía evidente: al quebrarse el consenso de la población en torno al
conjunto de las relaciones sociales, económicas, políticas, culturales e
ideológicas fraguadas en torno al menemismo y la convertibilidad, millones
comenzaban a pensar que algún otro camino era posible… Los viejos aparatos
políticos y sindicales, combatieron frontalmente esta perspectiva y con mas o
menos sutileza, también los "cuerpos orgánicos" de la CTA y donde pudieron
hacerlo los cuadros políticos de la "centroizquierda" buscaron frenar y
reencauzar "institucionalmente" el movimiento. Pero a esto que era previsible e
inevitable, se agregaron como ya dijimos los esquemas y prácticas "de izquierda"
que fueron también factor de división y confusión. Algunos partidos actuaron con
la idea de que "ahora sí" las masas en lucha reconocerían su liderazgo, se
convertirían en partidos de masas y podrían dirigir la revolución en marcha. El
sustitutismo de los supuestos "partidos de vanguardia" tuvo como contrapartida
algunas fórmulas espontaneistas ahora llamadas "autonomistas", que tampoco
contribuyen a resolver los problemas que el accionar concreto de los distintos
sectores del movimiento real enfrentaba. Y no podemos dejar de mencionar la
frustración del gran movimiento de izquierda plural, anticapitalista y
democrático que insinuó gestarse en torno a Luis Zamora, pero que la misma
conducción de Autodeterminación y Libertad desalentó, para reducir ese
agrupamiento a una construcción puramente parlamentaria (con mayor sectariismo
que la vieja izquierda a la que critica).
Por todo ello consideramos necesaria la construcción de un Movimiento Político
amplio y de nuevo tipo, capaz de aportar a una profunda labor transformadora
tanto política, social, ideológica como cultural. Las condiciones no son hoy las
mismas que en el momento de la rebelión, pero existe una rica como subversiva
experiencia de millares de activistas que se niegan a resignar su papel en manos
de políticos y gobernantes que en nada representan los intereses populares.
Necesitamos una nueva organización política que –siendo parte de las luchas
populares- sea capaz de dar una alternativa global transformadora a la debacle
que vivimos y que señale la perspectiva estratégica de que otro mundo es
posible, a condición de transformarlo en un sentido radicalmente democrático y
socialista, por lo que debe construirse cotidianamente con una política
respetuosa y leal colaboradora de las distintas organizaciones
sociales-políticas-culturales que el movimiento popular viene construyendo.
Porque es imprescindible que los trabajadores y sectores populares se
transformen en sujetos sociales activos e independientes, capaces de superarse y
transformarse a sí mismos a través de sus propias e insustituibles experiencias,
cultura, valores e ideas, lo que sólo puede surgir de una práctica de luchas en
común, de solidaridades mutuas y de políticas concretas para promover una férrea
comunidad de intereses, evitando el canibalismo de quienes luchan por su
supremacía, aún a costa de hundir los embrionarios y valiosos procesos reales.
Además, lo ocurrido en Argentina (con sus posibilidades, límites y
contradicciones) es parte de un proceso más amplio, regional y mundial, de
creciente resistencia a la barbarie capitalista y al militarismo imperialista.
Los trabajadores y los pueblos del mundo estamos haciendo un acelerado
aprendizaje, lleno de ensayos, aciertos, errores y experiencias, pugnando
dificultosamente por construir nuevas alternativas, ahora sin el lastre de los
aparatos burocráticos que enchalecaron a gran parte de los trabajadores del
mundo hasta fines de la década de los ´80... Los protagonistas de las jornadas
del 19 y 20 de diciembre del 2001 hoy ya no estamos en primera fila: pero allí
están las experiencias y luchas del pueblo venezolano, el campesino boliviano,
el indígena ecuatoriano, la izquierda que en Brasil responde al gobierno
neoliberal de Lula lanzando un movimiento por un nuevo partido de izquierda,
socialista y democrático...
Para la batalla planteada, no creemos útil ni conveniente proponer "un programa"
codificando pasos y tareas que "deberían" adoptar los sectores populares para
salir de la crisis. Señalamos, sí, criterios, pautas y herramientas que pueden
ayudar al accionar de una organización revolucionaria que pretenda ser útil a la
lucha emancipadora del pueblo trabajador. Un primer criterio es que batallamos
contra los intentos de que el pueblo trabajador comprometa su destino y el del
conjunto de la sociedad, apoyando a representantes de cualquier corriente
burguesa. Ese es el sentido profundo de la autonomía por la que bregamos.
Rechazamos cualquier intento de las clases dominantes por imponernos sus ejes de
discusión, sus tiempos, sus propuestas y sus mentirosos slogans de resolver las
acuciantes necesidades populares cuando "vuelva el crecimiento del país", o "se
revierta la crisis". Rechazamos los llamados a confiar en las actuales
instituciones o supuestos "representantes del pueblo", los utópicos proyectos de
recrear un capitalismo nacional independiente de las potencias imperialistas
europeas o yanquis, pues creemos sólo en la fuerza independiente del pueblo
trabajador, capaz también de crear los imprescindibles lazos de unidad con otros
pueblos del Continente. Por otra parte, reconocemos que a caballo de la lucha
por resolver las necesidades populares surgen aportes y propuestas en los más
diversos terrenos. Desde movimientos con sólidos trabajos teóricos y prácticos
que sustentan propuestas alternativas en terrenos muy concretos (la salud, el
agua, el transporte, etcétera) hasta elaboraciones integradoras como las de los
Economistas de Izquierda (EDI) que, tomando las experiencias y necesidades de
los diversos componentes del movimiento, sugieren medidas efectivas para dar
respuestas en el terreno de los salarios, el desempleo, los ahorros confiscados,
la necesidad de romper con el FMI, la expoliación de la deuda externa, la
necesidad de la integración regional y latinoamericana, etc. Nuestra concepción
de la transformación social está íntimamente ligada a reconocer y hacer conocer
estas valiosas experiencias que se construyen por abajo (aunque sean todavía
débiles y fragmentadas) porque tienen el inmenso valor de mostrar el desarrollo
de las potencialidades humanas al servicio del bien común, de hacer valer
nuestro saber, de prefigurar nuevas relaciones sociales y conductas, opuestas al
destructor interés capitalista.
Luchamos, en fin, porque estas expresiones vayan sentando bases de reflexión y
acciones comunes tendientes a la construcción de un Movimiento de claro norte
anticapitalista y de transformación social, capaz de superar la actual
atomización que vive el campo popular. De esta tarea depende en gran medida que
podamos dar pasos positivos comunes para que la negativa consigna que marcó las
gestas de la rebelión de Diciembre del 2001 se hagan realidad: "Que se vayan
todos...Que no quede ni uno solo".
KIRCHNER NO ES MENEM, TAMPOCO ES NUESTRO GOBIERNO
10. El gobierno K y los viejos problemas de la dependencia, la miseria y la
explotación
Desentrañar el signo de las políticas oficiales y caracterizar al gobierno
Kirchner después de más de un año de gestión no constituye un tema menor. Puede
verse que diversas organizaciones que se reclaman combativas y no pocos
luchadores emergentes de la rebelión de Diciembre del 2001, sucumben frente a
los discursos y algunas medidas oficiales, al tiempo que desde la izquierda
"tradicional" una repetida retórica antigubernamental poco ayuda a comprender y
enfrentar la nueva situación. Así, para algunos "K" sería algo así como un
"representante" institucional al que se debe apoyar, en tanto para otros sería
apenas un resabio o escollo a sortear más o menos "rápido" (al igual que otros
gobiernos) en la continuidad de la lucha por el poder que estaría en curso desde
diciembre del 2001...
El fantasma de la catástrofe que representó el Menemismo (así como en otros
momentos operó el pánico de la hiperinflación) es agitado sabiamente por
Kirchner y sus cuadros para inventar una historia en la que se presenta como
coherente opositor al "modelo" y el adalid de un nuevo país. Saca réditos
políticos de los miedos en un país que teme –mayoritariamente-, volver al pasado
y a situaciones límites como las vividas con el "corralito" o la posterior
devaluación. El nuevo gobierno aprovecha y manipula nuestra propia crisis, la
crisis de las clases subalternas, para presentarse como representante de los
cuestionamientos y las demandas de la rebelión que protagonizamos, mientras
maquilla a las mismas y viejas instituciones, hombres y partidos para que
volvamos a confiar en ellos y abandonar todo vestigio de autoorganización e
independencia popular orientada a un real cambio social y político. Expresa el
claro intento de la burguesía en su conjunto –más allá de diferencias en cómo
lograrlo- por salir de la grave crisis de dominación que anteriormente hemos
analizado.
Sin embargo, en un país con tantas tragedias e hipotecas, nada resulta fácil. La
crisis es tan profunda y abarcativa que cualquier incidente desata tensiones que
desbordan niveles de conflictividad "normales". De la noche a la mañana, el
gobierno se encuentra con masivas concentraciones de la clase media convocada
por Blumberg, lo acosan combativas movilizaciones contra los recurrentes casos
de gatillo fácil, tropieza con la crisis energética, con la muerte de usuarios
del privatizado ferrocarril o tragedias como la de Río Turbio. Nada de esto es
casual o meramente "coyuntural": tiene raíces en los viejos problemas que
sufrimos y para los que Kirchner –más allá de sus críticos discursos- no dispone
de soluciones. Tenemos también el recomienzo de luchas de distintos sectores de
trabajadores por el salario, la continuidad de las movilizaciones piqueteras, la
presión de los "buitres" externos propietarios de los bonos a pesar de que se
les programe un porcentaje de pago mayor porcentaje al anunciado, las
persistentes arremetidas por parte del FMI y la administración Bush para lograr
una mayor tajada del superávit fiscal o exigencias políticas y militares como el
envío de tropas a Haití o el reinicio de entrenamientos militares conjuntos con
los yanquis.
En medio de este cuadro, afloran reiteradamente los problemas dentro del P.J., a
veces con ribetes de carácter mafioso. Así, cuando pretendió impulsar con mayor
fuerza el proyecto de "transversalidad" el gobierno K reabrió contradicciones y
crisis en la estructura del PJ, que "rebotan" sobre la propia gobernabilidad y
el conjunto de la sociedad. Las rencillas, reconciliaciones y nuevas zancadillas
entre el Gobierno nacional y los caudillos provinciales del peronismo se
entrelazan con las preocupaciones mas generales de la burguesía. Cuando Duhalde
criticó a K por "ocuparse de los muertos" en alusión a su discurso en la ESMA y
el apoyo de las Madres, o por querer construir un "partido piquetero" junto a la
FTV, Barrios de Pie y otras organizaciones, exigiéndole que "vuelva al carril
del PJ" para no tener problemas de gobernabilidad, el jefe del PJ bonaerense no
juega solamente a una pelea por espacios de poder, sino que refleja tanto sus
más íntimas preocupaciones políticas como las de la burguesía con respecto a K y
a la dinámica de su gobierno. Porque es evidente que más allá de la satisfacción
existente en los sectores burgueses por la recuperación económica y los grandes
márgenes de rentabilidad que vienen obteniendo, existe la preocupación política
–y que se expresa en continuas presiones- de que K utilice el prestigio que
todavía mantiene para terminar de "ordenar el país", enfrentando a los
recurrentes procesos de movilización de distintos sectores sociales que reclaman
aumentos salariales, a las pobladas que destruyen comisarías e irrespetan jueces
y fiscales, a los asambleístas que recuperan espacios como "La Alameda" y las
fábricas recuperadas, a los piqueteros, etc. Y aunque el ataque se concentre hoy
en el movimiento piquetero (aprovechando que es el sector más vulnerable ) los
objetivos de la burguesía van mucho más allá. Quieren desterrar todo vestigio de
rebelión popular y evitar el peligro de la confluencia de distintos sectores en
lucha que podrían llevar a estallidos que reabran –en un escenario de mayor
experiencia popular- la profunda crisis de dominación.
Rechazando hasta el momento la vía represiva para cortar el proceso (entre otras
razones porque no existe una consistente mayoría social que banque un curso
autoritario), el gobierno K viene insistiendo en métodos de cooptación (por
arriba y por abajo) orientados a construir un sostén y proyecto político
propios. Sin embargo, los "éxitos" de su proyecto son muy discutibles por
cierto, los que han desatado nuevas exigencias de los sectores mas reaccionarios
(incluido el imperialismo) para que se restablezca el orden. El regreso de K a
la estructura del P.J., (a la que nunca abandonó completamente) buscaría así
asegurar la gobernabilidad, en un país donde la crisis institucional sigue con
sus venas abiertas actuando como un revulsivo frente a cualquiera de los
problemas que enfrenta el gobierno, condenado a dar mensajes equívocos y
manotazos en uno y otro sentido.
Pero un año de gestión es mas que suficiente para medir quién ha ganado y quién
pierde con este gobierno. Y en este sentido, más allá de que nos alegremos por
cualquier medida que vaya contra los represores y sus símbolos, debemos decir
que "los de abajo" seguimos siendo los perdedores. Claramente, los ganadores de
las "nuevas políticas" y la supuesta "alianza productiva" son las petroleras, el
complejo sojero y más en general los agroexportadores, las siderúrgicas, las
empresas mineras, las privatizadas y el imperialismo. Son ellos lo que siguen
teniendo la sartén por el mango, en un país para muy, muy pocos, que se mantiene
en los más altos niveles de indigencia, de desocupación, de hambre, de
destrucción sanitaria, educativa y de servicios, con niveles salariales y de
trabajo en negro que ocupan al 48 % de la población trabajadora (con un promedio
de poco más de $ 300)... Y los gestos y declaraciones altisonantes de los
funcionarios gubernamentales, alentando expectativas e ilusiones en la mayoría,
no hacen mas que preparar una nueva frustración.
La inestabilidad e inseguridad que atormentan a la población no se resolverán
depositando confianza en los que están arriba, sino construyendo desde abajo
políticas, organismos propios y relaciones de fuerza favorables a los
trabajadores, sostenidas con la movilización. El arco de las demandas es muy
diverso y extendido. Manteniendo una completa independencia del gobierno,
dialogando para explicar y desnudar su política y contradicciones entre los
sectores populares aún ilusionados, enfrentando las maquinaciones reaccionarias
que quieren imponer mano dura contra los piqueteros y todos los luchadores
populares, aportaremos nuestras fuerzas, ideas y experiencia integrándonos
también a los nuevos procesos de lucha, de organización y coordinación que se
están desarrollando en frentes aparentemente tan distantes pero en el fondo
esencialmente convergentes, como lo son la lucha de los mineros del Turbio, la
movida por la reducción de la semana laboral impulsada por el Cuerpo de
Delegados del Subte, la solidaridad con Gatic y Zanon, la nueva conducción
antiburocrática de los docentes de Santa Fé, entre tantos otros ejemplos, en los
que deberemos templarnos, aprender, como fortalecernos políticamente. Porque
después de la rebelión de diciembre del 2001 tenemos un nuevo horizonte. Se
trata de articular utopías urgentes e inmediatas con realismo estratégico de
largo aliento, en una perspectiva emancipadora, latinoamericana y
altermundialista: los movidos tiempos que vivimos, y aún más los que se vienen,
así lo exigen.
* Una primer versión de este texto fue presentada como contribución al
Seminario Internacional "América Latina a la sombra del imperialismo del Siglo
XXI" realizado los días 21, 22 y 23 de mayo 2004 en Porto Alegre, Brasil. La
presente versión incorpora diversos aportes recogidos en el debate de la
organización Cimientos, como también de diversos compañeros y amigos que
tuvieron un primer borrador. El texto incluye además, un punto final (nuevo
gobierno), aportado casi en su totalidad por Nora Ciapponi.