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La revolución socialista y la unidad de América Latina
Zbigniew Marcin Kowalewski
Ponencia presentada a nombre del autor, editor de la revista polaca "Rewolucja"
dedicada al "pásado, presente y futuro de los movimientos revolucionarios en el
mundo", por Celia Hart en el taller sobre "La utopia que necesitamos" de la
Cátedra Bolívar Martí y la Sociedad Cultural José Martí en La Habana, Cuba, el
10 de septiembre de 2004.
En los años 60, la Revolución Cubana se proyectó como el comienzo de la
Revolución Latinoamericana reviviendo y rearmando la vieja utopía de la unidad
de América Latina. Desde entonces he estudiado el origen, la historia y la
vigencia de esta utopía, tanto en la misma Cuba, como en Polonia que es mi país
de origen y en Francia. Quiero compartir con vosotros mis reflexiones.
Alguien ha dicho que la leyenda histórica, fabricada por los plumíferos al
servicio de las oligarquías latinoamericanas y de las potencias coloniales o
imperialistas presenta a los Libertadores como queriendo crear una veintena de
Estados distintos, en lugar de uno solo, y que la falacia, verdaderamente
monstruosa, de esta "historia" oficial reside en que, mientras en Europa
Occidental y en los Estados Unidos de Norteamérica las naciones se constituyeron
como resultado de las victorias de la revoluciones democráticas burguesas, en
América Latina se considera como naciones distintas a las de los Estados
surgidos del fracaso de la revoluciones democráticas burguesas. Quienquiera lo
ha dicho, está muy bien dicho.
En el plano nacional, América Latina presenta, junto con el mundo árabe, tan
dividido como ella, una extraordinaria particularidad a escala mundial. León
Trotsky decía, a propósito de la cuestión nacional, en su Historia de la
Revolución Rusa: "La lengua es el instrumento más importante de contacto entre
los hombres y, por tanto, de vinculación de la economía. Se convierte en lengua
nacional con la victoria de la circulación mercantil que unifica una nación.
Sobre esta base se establece el Estado nacional, que es el terreno más cómodo,
ventajoso y normal para las relaciones capitalistas." Es verdad que muchos
Estados nacionales no cubren la totalidad de los territorios en los cuales se
habla su lengua nacional, y hasta sucede – lo que, sin embargo, es bastante
excepcional – que dos Estados vecinos tengan la misma lengua nacional.
Pero lo que ocurrió en América Latina es muy peculiar. En un territorio continuo
en que la lengua estatal es la misma o se parece, en la época clásica de la
formación de los Estados nacionales no se formó un Estado nacional sino una
veintena. La anomalía es indiscutible y su escala enorme. En ella se materializa
la condición de America Latina en tanto que una periferia dependiente, explotada
y subdesarrollada en el sistema capitalista mundial. Nada más natural que, como
sucede también en el mundo árabe, donde existe algo así como el nacionalismo
panárabe, en América Latina resurja periódicamente la idea de que la patria es
la América. "La vía junker fue posible en Alemania porque había fracasado la vía
de Münzer", decía René Zavaleta Mercado, refiriéndose a la derrota en este país
de la guerra campesina y el desarrollo posterior del capitalismo alemán por la
llamada vía prusiana, es decir, oligárquica.
En los centros dominantes del capitalismo mundial, toda vía, tanto democrática,
tomada por el desarrollo del capitalismo como consecuencia de la victoria de una
revolución burguesa activa, llevada a cabo desde abajo y completa, como
oligárquica, tomada como consecuencia de una revolución burguesa pasiva, llevada
a cabo desde arriba y a medias, conducía al desarrollo independiente. En las
periferias, la vía oligárquica no podía ser otra cosa que la vía dependiente del
subdesarrollo del capitalismo. Como lo demostraba Zavaleta Mercado, si en
América Latina venció justamente esta vía, fue porque había sido derrotada la
vía de Túpac Amaru y Túpac Catari.
En 1780-81, paralelamente a la primera revolución norteamericana, es decir, a la
guerra de independencia de las trece colonias inglesas en América del Norte, en
el territorio de la civilización inca estalló bajo la dirección de Túpac Amaru y
Túpac Catari una gran insurrección independentista combinada con un
levantamiento radical del campesinado indígena. Mucho más que la norteamericana,
que era fundamentalmente política, la insurrección andina fue una verdadera y
profunda revolución democrática burguesa. Por su composición de clase y su base
en una civilización propia, ella tenía un potencial mucho mayor que cualquier
otro movimiento independentista posterior para sentar las bases de la
unificación de América Latina y para desbrozar ante ella la vía de un desarrollo
democrático e independiente del capitalismo. Su salvaje aplastamiento y la
destrucción de la civilización inca por el poder colonial español marcaron la
derrota de una revolución que podía cambiar el curso de la historia de toda la
parte hispano- o iberoamericana del hemosferio.
En América del Norte la guerra de independencia en las colonias inglesas fue
victoriosa y llevó a la unificación –concretamente, una federación– de las
mismas. Pero el mantenimiento y la expansión de la esclavitud en los estados
sureños de la nueva unión impidió que en Estados Unidos la vía del desarrollo
del capitalismo –democrática e independiente u oligárquica y dependiente– se
decidiera a lo largo de ochenta años. En América Latina, las guerras de
independencia llevadas a cabo en la primera mitad del siglo XIX, aunque
victoriosas, fracasaron como revolución democrática burguesa: no lograron
convertirse en una revolución nacional latinoamericana y constituir una unión
latinoamericana o una sólida base de apoyo para su formación. En vez de formar
una federación o, al menos, una confederación, la América liberada del yugo
español se fragmentó en toda una pleyade de Estados.
Tampoco, y en estrecha articulación con el fracaso en ese plano, las guerras de
independencia condujeron a la supresión de la colonia en el seno de las nuevas
repúblicas. Por el contrario, después de las guerras de independencia, en medio
de numerosas guerras civiles, se preservaron las clases dominantes y los modos
de explotacón coloniales. Simón Bolívar tenia un muy mal pero genial
presentimiento: presintió que la unión de las antiguas colonias inglesas en
America del Norte y la fragmentación del antiguo imperio español determinarían
sus relaciones mutuas, a saber, que los Estados Unidos dominarían sobre América
Latina. Por ello aspiraba a la unificación de las antiguas colonias españolas en
una sola nación.
En Estados Unidos, ochenta años después de la primera revolución norteamericana,
la guerra civil entre los Estados norteños, donde el capitalismo se desarrollaba
sobre la base de la explotación del trabajo asalariado, y los Estados
secesionistas sureños, donde el capitalismo se basaba en la explotación del
trabajo esclavo, se convirtió en una guerra revolucionaria por la reunificación
nacional y la abolición de la esclavitud. Fue apenas en efecto de esta terrible
guerra que los Estados Unidos lograron definitivamente su unidad nacional. Fue
también en efecto de esa guerra que la vía democrática e independiente del
desarrollo del capitalismo venció allí sobre la vía oligárquica y dependiente.
Si hubieran ganado los Estados secesionistas sureños, lo que no era ni
imposible, ni improbable, habría ganado esta última vía; los Estados Unidos se
habrían dividido y quedado en la periferia dependiente del capitalismo mundial.
Es muy revelador para el curso diferente y hasta opuesto de la historia en las
dos partes de América un hecho que se produjo poco después de la derrota del Sur
esclavista en los Estados Unidos. En América Latina, una espantosa guerra
genocida llevada a cabo por la Triple Alianza de las oligarquías de Brasil,
Argentina y el Uruguay con el apoyo de Inglaterra, la potencia hegemónica
mundail de entonces, contra el Paraguay culminó con una destrucción completa e
irreversible de la única tentativa surgida de las guerras de independencia de
asegurar un desarrollo independiente del capitalismo.
El trágico fin de esta tentativa tan audaz como desastrosamente provincial nos
muestra dos cosas: Primero, que en aquella época, un desarrollo capitalista
independiente en la periferia dependiente latinoamericana del sistema
capitalista mundial no era posible sin una prolongada ruptura con este sistema
–una ruptura tan radical como la que llevó a cabo el fundador y primer
gobernantre del Paraguay independiente, José Gaspar de Francia–. Segundo, que ya
en aquella época, en la periferia latinoamericana del sistema mundial, un
desarrollo independiente duradero no era posible en un solo país.
Frente a toda concepción fatalista que sugiere que los Estados Unidos y América
Latina estaban destinados a seguir las vías que efectivamente siguieron, cabe
recordar que ella refleja el hecho de que la historia la escriben los
vencedores, pero que "la historia no es un movimiento teleológico, con un camino
trazado de antemano, sino un escenario en el que se enfrentan las clases",
observaba Agustín Cueva. "Como ese fatalismo no es sino el rostro del elitismo,
el conocimiento de la historia de los movimientos revolucionarios y las
alternativas democráticas de la América Latina decimonónica resulta todavía el
«hijastro de la historia»." Las grandes potencias europeas de la época estaban
muy conscientes que –como lo indicaba muy claramente el primer ministro francés
François Guizot– los destinos de América Latina decidiría el resultado final de
las luchas entre el "partido europeo" y el "partido americano".
Acaso los Estados Unidos estaban predestinados a la victoria del "partido
americano" sobre el "partido europeo", mientras que América Latina estaba
predestinada a la victoria del "partido europeo" sobre el "partido americano"?
No, en los dos casos nada estaba predestinado o predeterminado: es en las luchas
de clases y en los campos de batalla de las guerras civiles que se decidía que
partido ganaba. Acaso los grandes y victoriosos combates llevados a cabo bajo la
conducción del líder del "partido americano" en México, Benito Juárez –la
Reforma, la guerra civil y la guerra de resistencia nacional– estaban destinados
a desembocar en una modernización superoligárquica y superdependiente del
capitalismo mexicano que se produjo bajo el porfiriato? No, podían desembocar de
manera radicalmente alternativa. El cálculo de probabilidades incluía incluso
que los efectos de las casi simultáneas victorias de los "partidos americanos"
en las guerras en los Estados Unidos y en México se ext endieran rápidamente,
con el concurso solidario de sus gobiernos, hacia el sur del hemisferio y
llevaran a un choque decisivo del "partido americano" continental con el bastión
del "partido europeo": la Triple Alianza que ahogaba el Paraguay. Pero no es lo
que sucedió. "El fracaso de la alternativa democrático-burguesa durante el
período de la Reforma", señalaba Cueva, "consolida, de todas maneras, el
encaminamiento de América Latina entera por la vía reaccionaria –«oligárquica»–
de desarrollo del capitalismo, que perfectamente ensamblada con la fase
imperialista en que había entrado el sistema mundial definirá un nuevo período
de nuestra historia."
Que sean muy claras dos cosas: Primero, que estamos hablando de la época
histórica de las revoluciones democráticas burguesas. Segundo, que esta época se
acabó de una vez por todas, a escala mundial, apenas unos años después de la
derrota del "partido europeo" esclavista en los Estados Unidos, de la tremenda
bofetada asestada por el pueblo mexicano a la burguesía europea con el
fusilamiento del usurpador habsburgo en México y de la destrucción del Paraguay
por el "partido europeo" de la Triple Alianza. Se acabó con la Comuna de Paris:
la primera revolución proletaria que, aunque solamente de una manera pasajera,
tomó el poder. Al fin de la mencionada época, teníamos así dos series de
correlaciones lógicas e históricas distrubuidas entre las dos partes del
hemisferio: la unidad nacional norteamericana, el desarrollo democrático e
independiente del capitalismo y el ascenso del país a una posición central en el
sistema capitalista mundial; la fragmentación nacional latinoamericana, el
subdesarrollo oligárquico y dependiente del capitalismo y una duradera posición
periférica de América Latina en el sistema capitalista mundial.
Con la transición del capitalismo a la fase imperialista, estas dos series de
correlaciones no podían producir sino lo que, mucho antes, presintió con
exactitud Bolívar: la polarización del hemisferio entre el capitalismo
desarrollado de los Estados Unidos y el capitalismo subdesarrollado de América
Latina, unidos inseparablemente por una relación de dominación y dependencia.
Como más tarde diría Trotsky, América Latina fue sometida por los Estados Unidos
a "la explotación nacional que completa y potencia la explotación de clase". En
el marco del capitalismo mundial y sobre la base de las relaciones de producción
capitalistas, entre estas dos series de correlaciones hay una unión
inquebrantable. Aunque la época histórica de las revoluciones democráticas
burguesas terminó definitivamente en 1871, en todos los países del mundo en que
las tareas históricas de esas revoluciones no se cumplieron, ellas seguían
siendo pendientes. La contradicción entre el fin irreversible de aquella época y
la plena vigencia de aquellas tareas significaba que ella no podía ser resuelta
ya por la burguesía ni por ninguno de sus sectores o por ninguna de sus
fracciones. Todo el curso posterior de la historia, en América Latina y en otras
partes del mundo, lo confirmó plenamente. Ahora hacía falta que estas tareas
históricas que la burguesía latinoamericana no cumplió asumiera la clase
revolucionaria cuyo ascenso ineluctable había anunciado la Comuna de Paris, y
las cumpliera una vez que estableciera su propio poder.
Mientras tanto, la idea de la gran patria latinoamericana sobrevivía entre los
nacionalistas revolucionarios latinoamericanos. El más destacado revolucionario
que en América Latina e incluso en todas las periferias coloniales y
dependientes apareció durante la transición del capitalismo al estadio
imperialista, José Martí, la activó como estrategia revolucionaria. Pedro Pablo
Rodríguez describió así esta estrategia aplicada en Cuba: "La guerra sería por
la independencia, pero comprendería más fines: no sería más que un hito en una
estrategia política a muy largo plazo que, comenzando por Cuba, se continuaría
con la independencia de Puerto Rico y con la unión progresiva de América Latina,
frente a los intentos expansionistas de Estados Unidos, donde las Antillas
serían el primer muro de contención. Con esta estrategia se garantizaría la
eliminación de todos los vestigios del colonialismo español en las sociedades
latinoamericanas y se evitaría la creación de nuevas formas colonialistas
estadounidenses. Esto, en un lenguaje de nuestros tiempos, se llamaría una
estrategia continental de liberación nacional contra el imperialismo. (...)
Es indudable que por este camino sólo Bolívar antecedió a Martí cuando demandó
una unión latinoamericana tan poderosa como la que se estaba formando en el
norte de América. Sin embargo, son épocas bastante diferentes las de ambos
hombres; Bolívar encabezó las guerra por la independencia de la América del Sur
cuando los Estados Unidos iniciaban su expansión territorial hacia la costa del
Pacífico, arrebatándoles las tierras a los indios, y Gran Bretaña dirigía el
concierto del mundo capitalista desarrollado; Martí conoció los años decisivos
del tránsito del capitalismo premonopolista al imperialismo en unos Estados
Unidos que cerraron su hegemonía en los países del Caribe y se lanzaban a
disputarle a los europeos el sur del continente. Lo que era una posibilidad más
o menos remota en tiempos de Bolívar era una realidad en tiempos de Martí."
Las referencias hechas a lo largo de la obra martiana indican que la unión
latinoamericana implicaba también para Martí la formación una sola "república
nueva" a escala latinoamericana, es decir, según la definía el mismo Martí, una
república que se distinguiría radicalmente de las repúblicas latinoamericanas
tradicionales porque combatiría la colonia que sobrevivía en su seno.
Contrariamente a lo que lógicamente se podía esperar, el ascenso del movimiento
obrero latinoamericano y de sus partidos marxistas no se tradujo para nada en
una apropiación de las ideas bolivarianas y martianas de la patria grande. Los
primeros partidos socialistas latinoamericanos, ligados a la II Internacional,
las ignoraron. Se debía suponer que el movimiento comunista rompería
radicalmente con este legado socialdemócrata. Es lo que, con toda seguridad,
esperaban de este movimiento los militantes revolucionarios bolivarianos o
martianos que, como Julio Antonio Mella, adherían a él atraídos
irresistiblemente por la Revolución de Octubre. Pero pronto se desilusionaron.
Por la primera vez, la cuestión se planteó en 1928, en el V Congreso de la
Internacional Comunista. El principal responsable del Komintern para los asuntos
latinoamericanos, el comunista suizo Jules Humbert-Droz, propuso que el
movimiento comunista reconociera como una de sus mayores tareas revolucionarias,
la formacón de la Unión de las Repúblicas Federativas Obreras y Campesinas de
América Latina. Su propuesta, tan obvia e indispensable, provocó una reacción
hostil y se expuso a las acusaciones de seguir un "latinoamericanismo
nacionalista pequeñoburgués", en una clara alusión a un movimiento como el APRA.
En el mismo congreso, el Komintern eliminó de su programa la lucha por los
Estados Unidos Socialistas de Europa.
Fue una de las innumerables consecuencias desastrosas del ascenso de la
burocracia estalinista en la Unión Soviética y de la subordinación, forzada por
ella, del movimiento comunista internacional a su estrategia de la construcción
del socialismo en un solo país. Lo que siguió fue una ruptura brutal, que afectó
enormemente el desarrollo de los movimientos revolucionarios latinoamericanos,
de los partidos comunistas con la política, adoptada bajo el dirección de Lenin
y Trotsky, de frente único antimperialista y de alianza con los nacionalistas
revolucionarios. Recordemos la distinción radical operada por Mella entre el
nacionalismo burgués y el nacionalismo revolucionario, una corriente política
tan importante en la historia de América Latina, de la cual Mella decía que ella
"desea una nación libre para acabar con los parásitos del interior y los
invasores imperialistas, reconociendo que el principal ciudadano en toda
sociedad es aquel que contribuye a elevar con su trabajo diario, sin explotar a
sus semejantes." Es exactamente en este sentido que utilizamos el término.
Frente a la estalinización del Comintern, eran los más lúcidos pensadores y
militantes del nacionalismo revolucionario los que preservaban la idea de la
unidad latinoamericana como una de las tareas esenciales en el combate por la
liberación de la dominación imperialista. Pero, en el hilo directo que venía de
la Revolución de Octubre, cuyo programa original abandonaba y traicionaba Stalin,
la idea rechazada por el Komintern bajo su instigación fue retomada por un
hombre: el principal dirigente, al lado de Lenin, de esta revolución. Trotsky no
solamente la recogió sino la fundamentó en su contribución decisiva al
pensamiento marxista: en la teoría de la revolución permanente.
En Rusia, no solamente hasta la toma del poder por el proletariado en octubre de
1917, sino aún durante casi un año, hasta el verano u otoño de 1918, la
revolución era proletaria por su fuerza social dirigente, pero no era socialista
por sus tareas inmediatas sino democrática burguesa. Al tomar el poder, el
proletariado cumplió primero las tareas aún pendientes en este país de la
revolución democrática burguesa, incluyendo, entre sus tareas más importantes,
la liberación de las nacionalidades oprimidas en el imperio ruso, y pasando
enseguida, en un curso ininterrupido o permanente, de éstas a las primeras
tareas socialistas.
Trotsky extendió la teoría de la revolución permanente, elaborada inicialmente
para la revolucón en Rusia, al conjunto de países subdesarrollados, coloniales y
dependientes. Planteaba que la posibilidad de la toma del poder en estos países
por el proletariado se halla determinada, naturalmente, en un grado
considerable, por el papel de esta clase en la ec onomía del país; por
consiguiente, en el nivel de su desarrollo capitalista. Pero no era éste ni
mucho menos el criterio único.
Importancia no menor tenía para Trotsky la cuestión de saber si existía en el
país un problema "popular" amplio y candente en cuya resolución estuviese
interesada la mayoría de la nación y que exigiese las medidas revolucionarias
más audaces. Entre los cuestiones de este orden se destacaba la cuestión
nacional. Trotsky planteaba que, teniendo en cuenta lo insoportable del yugo
nacional ejercido por las potencias imperialistas, el proletariado joven y
relativamente poco numeroso podía llegar al poder, sobre la base de la
revolución democrática nacional, antes de que el proletariado de un país muy
desarrollado y dominante en el sistema capitalista mundial llegara al poder
sobre una base puramente socialista. Si el proletariado no lograba acaudillar
una nación oprimida y tomar el poder, ninguna revolución democrática nacional,
ni siquiera tan grande como la Revolución Mexicana bajo la conducción de los
dirigentes tan radicales y excepcionales como Lázaro Cárdenas, podía cumplir con
su tarea: liberar la nación de la dominación imperialista.
Mientras el Komintern estalinizado rechazaba la idea de la unidad
latinoamericana atribuyéndola al nacionalismo pequeñoburgués reformista del
APRA, Trotsky planteaba la cuestión de una manera fundamentalmente distinta.
Comentando las posiciones del líder aprista, escribía: "Haya de la Torre insiste
en la necesidad de la unificación de los países latinoamericanos y termina su
carta con la fórmula: «Nosotros, los representantes de las provincias unidas de
Sud América». En sí misma la idea es absolutamente correcta. La lucha por los
Estados Unidos de América Latina es inseparable de la lucha por la independencia
nacional de cada uno de los países latinoamericanos. Sin embargo, hay que
responder clara y precisamente esta pregunta: ¿cuál es el camino que lleva a la
unificación? De las vagas formulaciones de Haya de la Torre se puede concluir
que espera convencer a los actuales gobiernos de América Latina de que se unan
voluntariamente... bajo la «protección» de los Estados Unidos.
En realidad, sólo el movimiento revolucionario de las masas populares contra el
imperialismo, incluyendo su variante «democrática», podrá alcanzar ese gran
objetivo. Admitimos que es un camino difícil, pero no hay otro."
Al señalar el carácter retrasado y ya decadente del capitalismo latinoamericano
apoyado en condiciones de vida semiserviles en el campo, Trotsky explicaba: "La
burguesía norteamericana, que durante su ascenso histórico pudo unificar en una
sola federación la mitad norte del continente, ahora utiliza toda la fuerza que
logró gracias a esa unificación para desunir, debilitar y esclavizar a la mitad
sur. Sud y Centroamérica sólo podrán liquidar el atraso y la esclavitud uniendo
sus estados en una única y poderosa federación. Pero no será la atrasada
burguesía sudamericana, sucursal totalmente venal del imperialismo extranjero,
llamada a cumplir esta tarea, sino el joven proletariado sudamericano, quien
dirigirá a las masas oprimidas. Por lo tanto, la consigna que debe guiar la
lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la
sangrienta dominación de las camarillas compradoras nativas es: «Por los Estados
Unidos Socialistas de Sud y Centroamérica».
Tan sólo bajo una dirección revolucionaria podrá el proletariado de las colonias
y semicolonias entrar en invencible colaboración con el proletariado de las
metrópolis y la clase obrera mundial. Sólo esta colaboración podrá llevar a los
pueblos oprimidos a su emancipación final y completa con el derrocamiento del
imperialismo en todo el mundo. Un triunfo del proletariado internacional
libraría a los países coloniales de un largo y trabajoso período de desarrollo
capitalista, abriéndoles la posibilidad de llegar al socialismo junto con el
proletariado de los países avanzados. La perspectiva de la revolución permanente
no significa de ninguna manera que los países atrasados tengan que esperar de
los adelantados la señal de partida, ni que los pueblos coloniales tengan que
aguardar pacientemente que el proletariado de los centros metropolitanos los
libere. El que se ayuda consigue ayuda. Los obreros deben desarrollar la lucha
revolucionaria en todos los países, coloniales o imper ialistas, donde haya
condiciones favorables, y así dar el ejemplo a los trabajadores de los demás
países. Sólo la iniciativa y la actividad, la resolución y la audacia podrán
convertir en realidad la consigna «¡Proletarios de todos los países, uníos!»."
Fue la Revolución Cubana la primera revolución en América Latina que liberó la
nación del yugo imperialista y cumplió con las demás tareas democráticas
históricamente pendientes. Fue capaz de hacerlo por una razón fundamental:
porque de manera similar a lo que sucedió en la Revolución Rusa de 1917, llevó
al poder una fuerza consecuentemente revolucionaria que se había identificado
con los intereses inmediatos e históricos del proletariado y de las masas
populares y tomó un curso permanente: de manera ininterrumpida pasó del
cumplimiento de las tareas de la revolución democrática nacional al cumplimiento
de las tareas de la revolución socialista. Quien conoce la llamada teoría de la
revolución por etapas que contaba entonces con la adhesión de las fuerzas
absolutamente mayoritarias de la izquierda latinoamericana y mundial,
constituyendo, desde el ascenso de Stalin al poder en la Unión Soviética, un
principio fundamental del movimiento comunista, sabe que enorme ruptura efectuó
la Revolución Cubana. El resultado de la aplicación de la teoría etapista
siempre fue el mismo, dondequiera que se aplicó: no solamente la revolución
socialista siempre se relegaba ad calendas graecas, sino que ni siquiera se
cumplían las tareas de la primera etapa. No podían cumplirse, porque la única
manera posible de asegurar las conquistas de la revolución democrática nacional
es realizando las tareas de la revolución socialista. Es la esencia de la teoría
de la revolución permanente. Julio Antonio Mella la resumió así: "Para hablar
concretamente: la liberación nacional absoluta sólo la obtendrá el proletariado
y será por medio de la revolución obrera."
Movida por una poderosa vocación latinoamericana, la Revolución Cubana operó una
conjunción de los logros programáticos de las corrientes más revolucionarias del
nacionalismo latinoamericano con la revolución socialista. Por la primera vez
después de la muerte de Martí e inspirándose en el ejemplo que dió, esta
revolución elaboró en los años sesenta una estrategia de la revolución
continental cuya audaz implementación asumió en América Latina el comandante Che
Guevara al frente de una guerrilla internacionalista. Hoy sabemos que, en los
planes estratégicos del Che, el Ejército de Liberación Nacional bajo su mando
tenía que unificar sobre la base de una estrategia única el conjunto de los
movimientos revolucionarios latinoamericanos y que, además, un día tenía que
integrar el Ejército Proletario Internacional cuya formación fue anunciada en su
Mensaje a la Tricontinental. Después de haber participado a la revolución
congolesa y presenciado su derrota, el Che escribió claramente: "La iniciativa
del Ejército Proletario Internacional no debe morir frente al primer fracaso."
Cuando el Che y sus compañeros cubanos, bolivianos y peruanos combatían en
Bolivia, en La Habana se produjo un evento histórico: la gran mayoría de las
corrientes revolucionarias y de las organizaciones de izquierda de todos los
países de América Latina se reunieron en la conferencia de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). "Las organizaciones aquí representadas",
explicó Armando Hart, presidente de la delegación cubana, "nos hemos dado cita
para elaborar una estrategia común de lucha contra el imperialismo yanqui y las
oligarquías de burgueses y terratenientes, que se han plegado a los intereses
del gobierno de Estados Unidos. La delegación cubana representa a un partido
revolucionario. Nuestras tesis estarán sustentadas en la ideología de Marx y
Lenin. Somos herederos de una hermosa tradición revolucionaria y solidaria entre
los pueblos de este continente. Tenemos que ser fieles a esa tradición. Carlos
Marx decía, en plena época de la Comuna de Paris, que el objetivo de la
revolución popular consistía en destruir la máquina burocrática militar del
Estado y reemplazarla por el pueblo armado. Lenin afirmó más tarde que en este
pensamiento estaba la enseñanza fundamental de Marx con relación a las tareas
del proletariado en la revolución, en cuanto al Estado. Nuestra delegación
considera que la experiencia histórica ha confirmado estas afirmaciones de Marx
y de Lenin. Consideramos que estos planteamientos de Marx y Lenin es necesario
analizarlos en el orden teórico y en cuanto a sus consecuencias prácticas."
La delegación cubana, exponiendo en su informe la estrategia de la revolución
continental, recordaba que "el valor y profundidad de las concepciones martianas
pueden medirse", entre otros, "por lo siguiente: [Martí] profundizó en el
ideario bolivariano de concebir a la América Latina como una sola y gran Patria
[y] se planteó la lucha por la independencia de Cuba como parte de la Revolución
Latinoamericana". En la misma oportunidad, la delegación cubana afirmaba que
"hoy, la solidaridad revolucionaria de los pueblos de América entraña mayor
profundidad que los antecedentes que le sirvieron de base, porque hoy la
concepción continental de un solo pueblo latinoamericano se ha robustecido más."
Un año más tarde, Inti Peredo, sobreviviente de la guerrilla boliviana,
confirmando su fe en "el triunfo de las fuerzas revolucionarias que instaurarán
el socialismo en América Latina" y su fidelidad al "sueño bolivariano y del Che
de unir política y económicamente a Latinoamérica", declaraba: "Nuestra meta
única y final es la liberación de América Latina, que no sólo es nuestro
continente, sino tambien nuestra patria deshecha transitoriamente en veinte
repúblicas".
Casi cuarenta años más tarde, urge reivindicar "la concepción continental de un
solo pueblo latinoamericano" y la idea, con la cual el Che Guevara fue a luchar
en Bolivia, que "América Latina será una sola patria", como urge inscribir la
unidad socialista latinoamericana en los programas de los movimientos populares
y de las corrientes revolucionarias. Creo que, sin más demora, hay que comenzar
a preparar las condiciones para la elaboración, una vez más, en un futuro que
probablemente resultará mucho más próximo de lo que parece, de una estrategia de
la revolución continental. Estrategia que correspondería a las condiciones
latinoamericanas y mundiales de la globalización capitalista neoliberal y del
mundo unipolar hegemonizado por el imperialismo norteamericano, más poderoso,
agresivo y mortalmente peligroso pero al mismo tiempo más decadente y carcomido
por sus contradicciones explosivas e insolubles que jamás.
Solamente el proletariado y sus más amplios aliados populares pueden lograr lo
que no lograron las guerras de independencia y lo en que fracasaron
irreversiblemente las burguesías latinoamericanas, haciendo que al final de las
grandes luchas de las masas explotadas y oprimidas que se avecinan
inexorablemente, América Latina sea una sola nación. Hoy, la unidad continental
se plantea en un ámbito más amplio aún que debe ser capaz de atraer las diversas
nacionalidades del Caribe.
En el informe, citado ya, de la delegación cubana a la conferencia de la OLAS en
1967, leíamos que hay un "hecho evidente que no ha sido evaluado en toda su
dimensión: no se ha conocido jamás un grupo tan numeroso de pueblos, con una
población tan grande y un territorio tan extenso, que mantengan, sin embargo,
culturas tan parecidas, intereses tan similares y propósitos antimperialistas
idénticos. Cada uno de nosotros se siente parte de nuestra América. ¡Así lo
aprendimos de la tradición histórica; así nos lo legaron nuestros antepasados,
así nos lo enseñaron nuestros próceres! Ninguna de estas ideas es nueva para los
representantes de las organizaciones revolucionarias de América Latina. Pero,
¿hemos valorado suficientemente lo que estos hechos representan? Hemos analizado
con profundidad lo que significa que desde época tan lejana como los primeros
años del siglo XIX, ya nosotros teníamos una idea continental de la lucha que se
desarrollaba en toda la América Latina? ¿Hemos analizado con suficiente claridad
el hecho irrebatible de que América Latina constituye un solo y gran pueblo?"
Todas estas preguntas son hoy tan pertinentes como entonces.
Para ser una sola nación, América Latina tendrá que ser socialista. Para ser
socialista, América Latina tendrá que ser una sola nación. Para América Latina
sonará, una vez más, la hora de su segunda, verdadera y definitiva
independencia, anunciada hace más de cien años por José Martí y hace más de
cuarenta años por Fidel Castro, cuando la Revolución Latinoamericana se ponga de
nuevo en marcha y no se interrumpa hasta que no construya una sola nación
socialista latinoamericana. Parece que se ha puesto en marcha ya, con la
Revolución Bolivariana en Venezuela.
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