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COMPAÑERAS

Desarrollo rural y género en Tanzania

Roser Manzanera Ruiz

Revista Pueblos

Los aconteceres económicos, políticos y sociales de los últimos cincuenta años han sido decisivos para las relaciones de género y la vida de las mujeres tanzanias, y más específicamente para aquellas que viven en zonas rurales dedicadas principalmente a actividades agrícolas.

Desde la declaración socialista, en 1967, las contribuciones y aportaciones al bienestar del país de las mujeres tanzanias han sido más prolíficas, y sus esfuerzos continúan siendo esenciales teniendo en cuenta los vaivenes de la economía a escala mundial a partir de la liberalización del mercado. Por otra parte, dadas las corrientes modernizadoras que tratan de incorporar unos modelos de desarrollo femeninos basados en las experiencias femeninas occidentales, las mujeres tanzanias continúan reinventando fórmulas de desarrollo locales acordes con sus realidades culturales, que son a la vez poco reconocidas.

Tras unos años de independencia caracterizados por la continuidad de las políticas coloniales anteriores, la Declaración de Arusha (1967) supondrá una ruptura para Tanzania. Ésta significó el establecimiento de un régimen socialista centrado en los pueblos, en el desarrollo rural y en una producción y distribución igualitaria desde los fundamentos de justicia y equidad social. Tal declaración fue clave no sólo para las mujeres rurales de Tanzania, otorgándoles visibilidad y protagonismo en el desarrollo del país, sino que también lo fue para las relaciones con sus congéneres masculinos y con el propio Estado. En este momento se institucionalizó la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, quedando en manos del Gobierno la responsabilidad de asegurarla.

Arusha (Tanzania). Noel Feáns.

Ello fue sin lugar a dudas un paso muy significativo en la lucha por los derechos sociales de las mujeres tanzanas, materializándose en el incremento de legislaciones y medidas promovidas por el gobierno de Julius Nyerere. Algunos ejemplos de estos instrumentos han sido el Acta de Matrimonio de 1971 (que establecía la libre decisión para contraer matrimonio, el derecho a la propiedad para las mujeres y a ser parte igual); el Acta de los Pueblos Ujamaa de 1975 (que otorgaba a las mujeres la posibilidad de acceder a puestos políticos, de toma de decisiones); y el Acta de Empleo, también de 1975 (que reconocía iguales oportunidades de empleo para hombres y mujeres, igual salario por igual trabajo y un seguro de maternidad de 48 días). Estas medidas han ayudado a las mujeres tanzanias, visibilizándolas dentro del nuevo proyecto de desarrollo socialista y situándolas formalmente en igualdad de condiciones dentro del modelo propuesto.

Sin embargo, a nivel local (y sobre todo en las zonas rurales) su aplicación fue problemática. Una de las principales razones se debió a que el modelo propuesto de igualdad desde el gobierno socialista seguía los parámetros occidentales, basados en la modernidad. Ello ha chocado en multitud de ocasiones con las realidades de las mujeres rurales, donde postulados de parentesco como el matrimonio han sido claves para la reproducción social y, por tanto, para el mantenimiento de las comunidades (Moore, 1985; Oyewumi, 1997). Por otra parte, desde el gobierno socialista se han contrapuesto en ocasiones estos esfuerzos con prácticas discriminatorias de los regímenes consuetudinarios (Hodgson, 1996).

Desarrollo rural y movimiento cooperativista de mujeres

En Tanzania el desarrollo rural se basó en el llamado principio ujamaa (hermandad de los pueblos). Se centraba en los pueblos, definidos como las unidades administrativas básicas y centrales, con capacidad legal, donde la población debía de agruparse y trabajar en proyectos cooperativos como la creación de centros educativos, dispensarios, sindicatos, tiendas ujamaa…

Las mujeres se organizaron en este proyecto comunitario formando parte del movimiento cooperativo extendido por todo el territorio como forma de producción. El gobierno favoreció este proyecto, facilitando tierra fértil de regadío y espacios de comercialización para la generación de ingresos a partir de la producción agrícola colectiva. Las mujeres fueron percibidas como agentes económicos para la satisfacción de las necesidades de sus comunidades y como actrices de gran relevancia en la construcción nacional. Una vez más, el modelo gubernamental las situó como actrices centrales en la construcción nacional, en contra de los modelos de feminidad promovidos durante el periodo colonial, basados en la domesticación de éstas (Geiger 1997, Sudarkasa 1986).

Sin embargo, el proyecto cooperativo tuvo grandes dificultades para mantenerse en el tiempo, debido entre otros factores a problemas en la comercialización de los productos, corrupción de las líderes… Todo ello se vio agravado por la crisis del petróleo, que dificultó la llegada de suministros de alimentos y otros productos de primera necesidad, así como por la guerra contra Uganda en 1979 y las importantes y prominentes sequías que agravaron dramáticamente las condiciones de vida.

Hoy las cooperativas son una herramienta que continúan promoviéndose desde los planes nacionales de desarrollo. Un ejemplo de éstas son las instituciones microfinancieras Saving and Credits Cooperative Societies (SACCOS), que tratan de formarse desde principios cooperativistas, facilitando el acceso de préstamos a los más pobres. No obstante, a pesar de que parten del principio de igualdad social (incluido ya en la declaración socialista), las controversias en torno a ellas son numerosas.

Entre otras, por citar alguna, se encuentran las dificultades de acceso a ellas por parte de las mujeres rurales, dada la multitud de requisitos previos que se necesitan para poder participar en tales sociedades, muchas veces contrapuestas con las posiciones sociales que las mujeres ocupan en la sociedad como madres, trabajadoras, esposas…

Crisis, ajuste y proliferación de actividades económicas femeninas

Los programas de ajuste estructural han sido implementados en el país desde 1986, alterando desde entonces, gravemente, las relaciones de género en detrimento de la posición social de las mujeres, presionando sobre sus tiempos de trabajo al asignarles cada vez mas actividades en sus quehaceres diarios y aumentando también los niveles de pobreza de los hogares.

Anivel local, con estas medidas se ha favorecido la producción de cultivos para la exportación en perjuicio de los productos básicos de subsistencia, bajo la lógica del incremento de los ingresos.

En la práctica los efectos han sido contrarios. Por una parte, ha provocado la degradación de la tierra debido a la intensificación de su uso para aumentar la productividad, tal como requieren estas medidas. Por otra parte, la expansión y fomento de cultivos comerciales ha vulnerado los derechos consuetudinarios que otorgaban a las mujeres la explotación y propiedad de lo producido en las huertas adjudicadas a ellas para tal fin, además de reducir el tamaño de éstas para los cultivos de subsistencia.

Finalmente, se intensificó el trabajo de las mujeres, que tenían que desplazarse largas distancias para, primero, llegar a las huertas re-adjudicadas y más alejadas de los principales puntos de Riegunos go y, segundo, para encontrar leña para el hogar, reduciendo el tiempo disponible para la realización de otras actividades o para su descanso (Mukangara y Koda, 1997).

Junto a esta situación y dada la inestabilidad de los precios en los mercados internacionales, aquellas predicciones del Banco Mundial han resultado fallidas. La bajada de los precios de los productos primarios a nivel internacional y las ganancias de las exportaciones tanzanias no se elevaron a la par que las cantidades de importaciones que el país realizaba.

El freno económico a nivel mundial de finales de 1970, ante una nueva crisis del petróleo y recesión industrial, llevó también a una bajada de los precios de las materias primas (Wondji, 1999). Los pequeños agricultores, categoría en la que se engloba a la mayor parte de las mujeres rurales en Tanzania, se vieron obligados a afrontar estas duras condiciones en sus tareas. Muchas abandonaron las actividades agrícolas comerciales, ya que mientras que se les animaba a aumentar la producción de determinados cultivos como el té o el café, el valor internacional de estos productos declinaba. Entre las estaciones de 1983 y 1988, el capital de los granjeros en la región de Iringa, al sur del país, prominente por su producción de té, cayó de un veintiocho a un veinticinco por ciento (Rusimbi, 2003).

Ésta fue una época de duras condiciones para los hogares. Las negociaciones en torno a las relaciones de reproducción marcaron de forma determinante la posición social y económica de las mujeres en sus familias y comunidades. Muchos de los servicios sociales y de los avances llevados a cabo por el gobierno socialista durante el ujamaa fueron desmantelados, repercutiendo de manera alarmante en la vida de las mujeres. Por poner un ejemplo, los índices de mortalidad materna por parto aumentaron entre los años 1990 y 1991 de 190 a 215 muertes en el momento de dar a luz por cien mil niños nacidos (Mbilinyi, 2003). Como resultado, las mujeres comenzaron a realizar actividades de generación de ingresos de todo tipo, como comerciantes, artesanas, temporeras… En este contexto han ideado una multitud de fórmulas desde el sector informal, situándose fuera de los controles de un Estado socialista cada vez más debilitado y que sigue las recomendaciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, de los burócratas que tratan de aplicarlas y de las restricciones patriarcales por parte de los hombres y del resto de los inventarios de las corrientes mayoritarias del desarrollo (Moore, 1988; Bryceson, 1995; Cornwall, 2007).

Generación de ingresos y relaciones de género

Los programas de ajuste estructural culminan con la liberalización del mercado en 1994. Estas medidas, tras décadas de socialismo, han tenido efectos divergentes para las mujeres y las relaciones de género. Hoy en día, los negocios forman parte de las actividades cotidianas de las mujeres rurales, y éstas no consideran posible el renunciar a ellos. Sus aportaciones económicas son esenciales para el mantenimiento de los hogares. Por ello, frente a las adversidades que presentan, por un lado, el actual sistema de libre mercado (como la caída en los precios de algunos cultivos comerciales) y, por otra, las ideologías patriarcales (en algunos casos aún muy persistentes), la generación de ingresos les ha permitido obtener determinados recursos a los que antes no tenían acceso. Las mujeres hoy en día deciden abrir negocios propios o compartidos, comprar o mejorar sus casas, aumentar el tamaño de huertas cultivables o sembrar determinadas semillas.

En esta economía, las tanzanias han usado y usan mecanismos que les permiten acceder a recursos y controlar ingresos de manera más coherente con sus posiciones en la sociedad y con la organización social de ésta, negociando y en ocasiones resistiendo y luchando para mantener su estatus social.

A pesar de los esfuerzos gubernamentales y no gubernamentales por mejorar la situación de las mujeres rurales en Tanzania en los últimos cincuenta años, muchos de los mecanismos propuestos por ellas han sido ignorados como motores conductores de desarrollo, constituyendo, a pesar de ello, un aspecto clave y central para el cambio social. Por eso, y más que nunca, es prioritario conocer las fórmulas locales de desarrollo femeninas, para que los medios oficiales puedan escuchar sus propuestas y apoyarlas más activamente.

Roser Manzanera Ruiz es doctora en Antropología Social y profesora en el Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales (Universidad de Granada).

Fuente: lafogata.org