Compañeras
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Mujeres en Iraq
Alberto Piris
La Estrella Digital
Detrás del forcejeo que sostienen los tres principales grupos políticos de Iraq
(chiíes, kurdos y suníes) para lograr una Constitución que satisfaga sus
intereses, hay otras preocupaciones no menos dignas de atención que desasosiegan
a vastos sectores del pueblo iraquí. Las mujeres son uno de ellos.
En diciembre de 2003, ocupado militarmente Iraq y gobernado a distancia desde
Washington, se promulgó una ley que trasladaba a la jurisdicción religiosa los
asuntos relativos a la familia, como matrimonios, herencias, dotes o divorcios.
No llegó a aplicarse plenamente, debido al caos causado por la ocupación y a la
oposición de varias organizaciones femeninas. Esa ley anulaba la vigencia del
anterior Código Civil de 1959, uno de los más avanzados entre los países
musulmanes, en lo relativo a los derechos de la mujer, en opinión de muchos
expertos.
El retorno al ámbito religioso en lo que a la familia concierne es un sombrío
paso atrás en la lucha de las mujeres por alcanzar la igualdad con los hombres.
Igualdad difícil de concebir dentro de los preceptos de Mahoma. Desde el momento
en que la Constitución que estos días se debate en Iraq considera al islam "la
principal fuente de legislación en el Estado", dicha legislación habrá de tener
presente que la mujer vale la mitad de un hombre a casi todos los efectos
prácticos.
Una defensora iraquí de los derechos de la mujer ha manifestado su temor de que
los islamistas chiíes - hoy vencedores en la pugna política - puedan convertir a
Iraq en un segundo Irán. Añadió: "Las mujeres deseábamos olvidar la opresión
dictatorial de la época de Sadam, pero la realidad es que los adeptos a Irán nos
van a hacer soñar con aquella época". Tras el relativo laicismo de la dictadura,
el resurgir religioso favorecido por la invasión y la ocupación está empeorando
la situación de las mujeres iraquíes. Muchos insurgentes suníes coinciden con
sus rivales chiíes en su trato a la mujer, y se multiplican los casos de
amenazas o ataques a las que no visten según los usos religiosos que se
esfuerzan por restaurar en las zonas que controlan.
El problema se complica porque no es pequeño el número de mujeres que aceptan
los términos impuestos por los islamistas y que acusan de actuar al servicio de
los invasores a quienes se manifiestan en favor de los derechos de la mujer.
Analizando las opiniones así enfrentadas, se percibe que, en último término, la
discusión se centra en si la aplicación estricta de la "sharia" es o no
favorable a las mujeres.
Si se compara esta situación con lo que se observa en Afganistán, no hay mucho
lugar para la esperanza. Tras la violenta imposición de la legislación islámica
por los talibanes, hoy son mayoría las mujeres que en ese país aceptan continuar
en un estado de dependencia al que ven ciertas ventajas. Así se expresaba una
afgana: "Me siento desnuda sin mi burka. No me lo puedo quitar: pensaría que
todo el mundo me está mirando".
"Más de tres años después de la caída de los talibanes - escribe Salima Ghafari
desde Kabul - las calles de la capital están llenas de espectrales sombras
azules. Mendigan en los semáforos del tráfico, se mueven por los mercados y
viajan en el asiento trasero de las motos de sus maridos mientras hablan por el
móvil". Por su parte, la directora de la Unión de Mujeres Afganas, activamente
implicada en la lucha por la igualdad, cree que el burka da seguridad en tiempos
peligrosos, pues "han aumentado los secuestros de niños y mujeres y la
delincuencia está creciendo". También hay otros factores en su favor: las tareas
denigrantes, pero ineludibles en tiempos de penuria, se hacen mejor si la mujer
que barre, friega o mendiga lo hace oculta a la vista de los demás.
Concluye: "Me opongo al burka, pero hasta que se recupere una seguridad total,
no creo que las mujeres prescindan de él". Aunque la interpretación más común
del islam exige que la mujer lleve un velo (hiyab) que le cubra la cabeza y el
cuello, y vista con manga larga y anchos pantalones - lo que no exigiría el uso
del burka -, otros aspectos culturales (analfabetismo, tiranía doméstica
masculina, etc.)o coyunturales (inseguridad ciudadana) lo propician.
En algunos círculos españoles activos en pro de los derechos humanos, se ha
llegado a afirmar que el islam protege a la mujer mucho mejor que el
cristianismo. No se suele explicar por qué la mujer ha ser protegida
religiosamente y el hombre no, ni definir de qué peligros es preciso
resguardarla. Pero ese punto de vista, compartido por el islamismo radical y
frecuente en algunos sectores del pensamiento sociopolítico español que se
tienen por tolerantes y progresistas, es una grave rémora que refuerza el lastre
social de esos integrismos religiosos de todo tipo, cuyo resurgir se aprecia en
los cuatro puntos cardinales.
En el cristianismo, no se han derogado oficialmente textos bíblicos como el
siguiente, atribuido a San Pablo: "... que las mujeres guarden silencio en las
reuniones; no les está permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas.
[...] Si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos..." (1
Corintios 14, 34-35). Mucha similitud hay entre las misóginas enseñanzas del
apóstol cristiano y las de los talibanes más fanatizados. Contra lo que muchos
esperábamos y desearíamos - a tenor de lo ocurrido en nuestras sociedades, hoy
no teocráticas - no parece que solo el paso del tiempo permita esperar avances
sustanciales en este sentido, mientras la actividad política en algunos países
se vuelva ahora hacia la religión como fuente de inspiración legisladora.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)