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Compañeras

La religión es enemiga de las mujeres

Marie-Jo Pothier
Le Monde libertaire

La religión es tan vieja como el mundo. El machismo también. Y eso no es una razón para no luchar contra estas plagas tan íntimamente relacionadas. Ambas hacen referencia al poder, y el hombre (porque suele ser una figura masculina) que detenta lo sagrado, detenta el poder. El beneficio nada despreciable de esta relación de poder banaliza esta forma de relación jerarquizada que se aplica también a todos los individuos. Su víctima principal es la mujer. Pero los que piensan que tendría interés utilizar ese poder, olvidan que tampoco ellos escapan al poder que otros ejercen sobre ellos.
El vínculo entre religión y patriarcado reposa al menos en dos razones:
-La fuerza física y el gusto por la conquista atribuidos al hombre han permitido afirmar una voluntad de dominio sobre la mujer.
-El hombre está fascinado y despistado ante la mujer, a la que no siempre comprende. Ha optado pues por la vía de la política y la religión para afirmar esa superioridad que él reivindica.
En lo que concierne a la religión, los misterios de la procreación, de la muerte, del universo, etc., son lo suficientemente extraordinarios para que la especie humana haya buscado respuestas y se haya creado un panteón protector o canalizador de sus angustias. Esas divinidades le han permitido imaginarse tener un peso sobre su entorno (ceremonias, rituales, sacrificios). Luego han llegado las religiones monoteístas, retomando el papel del "padre". El enfrentamiento cara a cara del hombre con la mujer ha encontrado su oportunidad para ser reconocido, afirmarse y erigirse en dogma. Dios ha permitido incluso justificar las prerrogativas que se ha otorgado el hombre, convirtiéndolas en "verdades", es decir, en obviedades.
La cuestión de la procreación es la que ha ofrecido la primera respuesta: la semilla (el esperma) se ha hecho más importante que la tierra, la mujer, portadora de vida, reducida de hecho a simple receptáculo. Sólo se reconoce la función maternal. Para lo demás, la inferioridad de la mujer, asimilada a una sierva, se convierte en regla. La mujer es considerada impura, portadora del pecado original, y cargada de todos los defectos: mentirosa, perversa, hipócrita, manipuladora, menos inteligente, de un valor en el mercado muy inferior al hombre. El hecho de que sea mala le impide todo derecho de igualdad con el hombre, al que debe someterse y del que debe aceptar cualquier injusticia que éste le inflija.
La religión tiene otra función para el hombre. Le ayuda a protegerse de sí mismo, pero también a justificar su violencia, los excesos de que es capaz. En efecto, está sometido a pulsiones, sobre todo sexuales, que le cuesta controlar. A través de los dogmas, inflige en la mujer el deber de conducir sus pulsiones, atribuyendo las derivas a los defectos intrínsecos de ella. Por eso debe llevar el velo para no provocar al hombre, que tiene derecho al adulterio, pero ella no. Para ella el castigo será temible (lapidación, etc.). El hombre lleva a su manera su incontinencia sexual sirviéndose de la religión como de un cinturón de castidad... que hay que poner a la mujer. Culpándola de todos los males, el hombre justifica todas las violencias que hace sufrir a la mujer.
Todos estos elementos coinciden en todas las "grandes" religiones. En la Biblia, la mujer siempre está en situación de inferioridad (Lilith, Eva y Adán, etc.). ¿Quién ha escrito la Biblia? Se trata de un conjunto de textos cuyos autores (cerca de cuarenta) son hombres exclusivamente. Los suras del Corán son interpretados por "especialistas" (ayatolás) que son todos hombres. Sólo el budismo se plantea que el sucesor de Buda pudiera ser una mujer. ¡Sin embargo, a día de hoy, no conocemos a ninguna! Y el mismo menosprecio encontramos en los textos fundamentales del budismo. El Corán y la Biblia ni siquiera se toman la molestia de imaginar un dios femenino.
La religión es claramente un instrumento de servidumbre para la mujer. Y, para dar mayor poder a sus dogmas, el hombre añade lo cultural (tradiciones locales). Alrededor de la mujer se teje una red que la somete completamente. Si la religión no tiene respuesta y a veces puede ofrecer cierta libertad o esperanza ("Dios es amor", "Los últimos serán los primeros", "Ama a tu prójimo como a ti mismo"), lo cultural toma el relevo para confirmarle su puesto como ciudadana de segunda: el hombre delante, la mujer detrás, el aislamiento, el velo, la separación hombre-mujer, los matrimonios arreglados, la imposibilidad para la mujer de ocupar el puesto de sacerdote o de imam y su relegación al estatus de simple feligresa, el puesto de la mujer en la sociedad con sueldos un 30 por 100 inferiores, los crímenes de honor, los infanticidios de niñas en ciertos países asiáticos, los "mujericidas", las violencias conyugales, el sexismo, el tráfico sexual, las violaciones como arma de guerra, la herencia en el mundo musulmán, la situación de las viudas en la India, la doble jornada de la mujer occidental, etc.
Un último ejemplo: los musulmanes conservadores de Bangladesh (Movimiento por una Constitución Islámica) se han manifestado el 8 de octubre pasado para protestar contra la organización del primer campeonato de fútbol de mujeres. Han amenazado con hacer una sentada ante el Consejo Nacional de Deportes "mientras no se abandone esa idea diabólica". Su lema: "¡Stop a las actividades contrarias al Islam, preservemos el carácter sagrado de la mujer!" Ese carácter sólo es sagrado cuando es necesario. No se opone a la alienación de la mujer y es perfectamente compatible con el encierro que se le hace sufrir (burka, separación de sexos, confinamiento en la casa, prohibición de relacionarse con el sexo opuesto, ataques con vitriolo, analfabetismo de las niñas, etc.).
Pero no olvidemos que la religión es también alienante para los hombres.
Tanto las mujeres como los hombres tienen interés por liberarse de este suplicio. Debería bastar una simple razón: la religión rechaza toda idea de democracia directa, de elección, de libertad, para su buen funcionamiento. Dios decide todo el tiempo y para todo el mundo. La única respuesta es la emancipación política y religiosa de todas las mujeres.