Compa�eras
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La tierra, como la queremos
Florencia Gemetro
Las 12
Las mujeres de Formosa, como otras en much�simos rincones del pa�s, se
est�n organizando. Al mismo tiempo que sus compa�eros y tambi�n en forma
paralela, para que no queden en el camino de la lucha por la tierra sus
reivindicaciones m�s espec�ficas. Hacer o�r una voz propia es un primer paso que
se da a la vez que se pelea contra el desmonte o por el precio del algod�n.
Dicen que las mujeres son combativas en Formosa. Y parece que es as�, a juzgar
por la serenidad y la convicci�n con que algunas de ellas defienden la posesi�n
de la tierra o se resisten al avance de "los se�ores" de la soja. O el detalle
con que hilan relatos pasados y presentes de la movilizaci�n pol�tica, la vida
en la zafra, el trabajo en la huerta. Como las historias de las Ligas Agrarias
del Nordeste o las de los piquetes de los �ltimos diez a�os. "Las que trabajamos
con otras mujeres sabemos que en Formosa hay mujeres con muchos hijos, y muy
pobres las mujeres, que pasan el d�a comiendo un pedacito de torta cocinada a la
parrilla. Y, a veces, un mate cocido verde, como dicen, y nada m�s. Comen apenas
para no morir", resume C�ndida, una de las "mujeres combativas", como las llaman
sus compa�eros del Movimiento Campesino de Formosa �Mocafor�, una agrupaci�n
rural de una de las provincias m�s pobres del pa�s.
La humedad ralenta los pasos en el interior de Formosa. General Belgrano es uno
de los pueblos del centro mismo del territorio provincial. Una localidad que
muere durante la siesta y revive cuando cae el sol. All�, al des-amparo c�lido
de una atm�sfera con sabor a polvo, naci� "el movimiento". Una organizaci�n
campesina aut�noma, �nica oposici�n al oficialismo provincial, que re�ne a cerca
de 3 mil campesinos y campesinas de Formosa. En General Belgrano se reunieron
hace tres semanas 2 mil trabajadores/as rurales de siete localidades de la
provincia, y de Chaco, Corrientes y Paraguay, para asistir al Primer Encuentro
por la Democracia Participativa.
Una mujer morena expande su sonrisa con picard�a entre las preguntas. "�Que si
trabajo la tierra? Yo nac�, me cri� y cri� a mis tres hijos en la chacra." Ella
estuvo en el encuentro como representante del Movimiento Campesino de Ibarreta.
Zulma describe su d�a con detalle, el despertar antes de alba, el orde�e. "El
campo es cruel �dice�, no es la libertad de ir a la oficina; pero si la chacra
es dura, es peor ser pe�n de alguien." Enumera las labores que realiza sola y
las que comparte con su familia. Sabe con precisi�n las que corresponden al
marido. "Conozco familias �dice� que van juntos a la chacra, pero despu�s viene
el machismo. El hombre se sienta a tomar terer� y la mujer tiene que meterle
pata o tiene que lavar mientras que �l duerme la siesta." Para Zulma, los
inconvenientes de las campesinas "son que ellas llevan m�s la carga de los
hijos, saben si les falta comida, si tienen que cocinar y no tienen nada para
poner en la olla, porque en el campo la madre es la que est� m�s cerca de los
hijos. As� m�s o menos es la cultura. No s�lo la del campo, as� es la cultura en
general".
La ma�ana permite un breve respiro. Ramona no pierde el tiempo. La joven
estrecha sus palabras entre los intervalos de los oradores. Al rato queda
exhausta. Por fin habla de "la tradici�n: el algod�n. En realidad m�s que
tradici�n es lo que nosotros sabemos hacer", dice. La entusiasta dirigente viaj�
56 kil�metros desde G�emes junto con otros productores y productoras que
vinieron en camiones, camionetas y tractores. Llegan para escuchar cr�nicas de
conflictos y contiendas, para ponerse al tanto de lo que sucede en la provincia,
el pa�s, el mundo. Uno de esos conflictos es el precio de la producci�n: "Hoy,
preparar una hect�rea de algod�n te cuesta mil pesos de tu bolsillo y lo vend�s
a 600 pesos, al cosechero se le est� pagando 300 pesos la tonelada, as� que no
nos queda nada". El valor del a�o pasado alcanz� los 1400 pesos cada mil kilos;
este a�o, en cambio, se paga entre 630 y 690 pesos la tonelada, a esto se le
agrega un incremento en los costos de la plantaci�n. El precio del algod�n dio
lugar a negociaciones y reclamos. Y despert� en Ramona el �vido inter�s por la
participaci�n pol�tica. Uno de esos conflictos la encontr� embarazada. Fue hace
seis a�os, despu�s de una inundaci�n que destruy� el campo. La joven organiz�
casi sola a alrededor de 1800 productores de las inmediaciones, utilizaron el
patio de la Iglesia como epicentro de las deliberaciones, la protesta concluy�
con �xito y una peque�a ni�a. Ramona pari� a su hija al costado de la ruta. Fue
una madrugada de enero: "Me fui embarazada y volv� con mi hija en hombros". Esa
ma�ana, la Gendarmer�a rodeaba la casa, "no aguanto m�s", le dijo a su marido,
tom� su ropa, la de su hija y se fue al piquete.
"Muchas mujeres entran a los movimientos sociales en tanto madres. Dicen que
est�n peleando y luchando por el pan para sus hijos, pero cuando les hac�s las
entrevistas, observ�s que en realidad les encanta salir a la ruta, les encanta
tener poder para modificar la historia. Ellas estan luchando por revertir en lo
profundo esta situaci�n de necesidad", asegura Cecilia Cross, licenciada en
Ciencia Pol�tica e investigadora del �rea Identidad y Representaci�n Pol�tica
del Ceil-Piette del Conicet. "El trabajo de las organizaciones de mujeres en
este contexto tiene que ver con varios frentes �explica Cross�; por un lado,
porque en la medida en que el campo no permite ser una fuente �nica de sustento
familiar, las mujeres campesinas deben salir a buscar nuevas formas de
complementar el ingreso familiar. El principal ingreso empieza a ser el de la
mujer. Y la mujer siempre se piensa ayudando al marido. Este �ayudar�, que es
dif�cil de romper, supone al var�n como proveedor y a la mujer en un marco de
menor cuant�a. En un contexto de desocupaci�n y pobreza es una forma de evitar
transferir al var�n la falta de expectativas. El var�n est� deprimido y la mujer
sale, busca y encuentra. Para el var�n, un plan no es suficiente para reafirmar
su masculinidad, pero para una mujer lo poco o mucho es suficiente porque eso no
es lo que le corresponde. Por eso no es extra�o que en los �ltimos a�os los
movimientos sociales est�n compuestos en su mayor�a por mujeres."
C�ndida es una mujer que fogue� su temple en las reuniones del Movimiento
Agrario Formose�o (MAF). Era una de las compa�eras que asist�an para escuchar,
que acompa�aban la participaci�n del marido. La experiencia de los a�os �80 le
bast� para terminar de delinear su participaci�n pol�tica en el Equipo de
Mujeres Campesinas. Un grupo de activistas que comenz� a trabajar con cuestiones
de g�nero y trabajo rural en 1989. Con la intenci�n de que "las mujeres se sumen
como trabajadoras, porque asist�an a las reuniones, pero no participaban en las
decisiones", asegura una de las primeras integrantes del grupo. C�ndida
alternaba su trabajo cotidiano con las reuniones del MAF. En aquellos a�os sol�a
sembrar y cosechar entre diez y doce hect�reas de algod�n junto a su marido y
sus hijos. El est�ndar de la peque�a producci�n campesina. Entonces se
consideraba, m�s bien se ejerc�a, la posesi�n colectiva de la tierra, pero ya
sin formularla como consigna principal. La tierra es generosa cuando se la
cultiva, pero no alcanza con menos de cinco hect�reas para obtener la cantidad
suficiente que requiere el autoconsumo. La colonia se encargaba del resto. All�
se cultivaban cereales, vegetales y frutas para las familias en parcelas
comunitarias de acceso com�n.
Aquellas reuniones les valieron a las mujeres el coraje para matizar las
desigualdades en el Movimiento Agrario Formose�o. Un espacio donde algunos
varones desalentaban la iniciativa por temor a lo "que se les ense�ar�a a las
mujeres", por si acaso se corr�a el "peligro de dividir a la familia". Ya no se
escuchan esas palabras, dice Lilian, una de las impulsoras del Equipo de
Mujeres, aunque a�n no haya muchas entre los dirigentes que pronuncian los
discursos en el Mocafor.
La noche resguarda los rostros de unas cuantas mujeres en ronda. Apenas se
distinguen sus figuras, permanecen acodadas entre las sombras. "Las que formaron
los Equipos de Mujeres son las mujeres de las Ligas", se escucha. La m�tica
formaci�n rural que palpara el horizonte cercano de un cambio en los �70 dej�
las huellas sobre el Mocafor. Una "Breve historia" escrita en los materiales de
difusi�n define a la organizaci�n como "una expresi�n del resurgimiento de las
Ligas Agrarias Argentinas, destruidas por la represi�n de la �ltima dictadura
militar". No es extra�a la continuidad. "Lo que viene pasando en Am�rica latina
y en la Argentina en general es que, debido a la baja calidad institucional de
la democracia o los procesos de transici�n democr�tica, y la fuerte crisis del
empleo asalariado, se empieza a reforzar la necesidad de organizarse. No al
estilo europeo. En el pa�s, las demandas siguen siendo b�sicas, similares a las
de siempre, y tienen un fuerte contenido de clases porque tienen que ver con la
pobreza y la marginaci�n", asegura Cross.
"Los partidos �contin�a� no son capaces de articular estas demandas porque los
que no se convirtieron en neoliberales se muestran incapaces de canalizarlas en
forma eficiente. Esto es altamente perjudicial para los m�s pobres. Frente a
esta situaci�n, las nuevas formas de representaci�n pol�tica comienzan a estar
ancladas en lo territorial y en algunas identidades que antes ten�an una
connotaci�n negativa como ser ind�genas, campesinos o desocupados. As� se
empiezan a convertir en identidades que concentran cierta clase de movilizaci�n
pol�tica por diferentes motivos."
Todav�a se puede so�ar con hacer historia en uno de los territorios m�s
pauperizados del pa�s. Formosa encabeza el porcentaje nacional de hogares y
personas con Necesidades B�sicas Insatisfechas (el 33,6 por ciento del pa�s).
M�s de 162 mil personas, seg�n el �ltimo Censo Nacional del Indec. Zulma dice
que no era as� cuando llegaron sus padres. Vinieron desde Paraguay junto a
habitantes de provincias vecinas en la d�cada del �30, cuando la industria
textil auguraba un gran futuro a los pobladores. El territorio aborigen se fue
reduciendo a las tierras menos rentables. "Se configura as� una matriz de
peque�os productores agr�colas que combinar�n el cultivo del secano del algod�n
para el mercado con distintos productos para el autoconsumo, y dar�n la
caracter�stica distintiva al agro provincial", describe el antrop�logo Sergio
Sapkus (en Campesinado: Ideolog�a y conciencia. Un abordaje de la lucha
campesina en Formosa).
Las fronteras de Formosa se extienden brutalmente hacia adentro. El suelo
algodonero sienta sus bases sobre una gran desigualdad. Grandes latifundios, por
un lado, y peque�as parcelas de tierra trabajada para la supervivencia o la
m�nima acumulaci�n, por otro. Las desigualdades, la transformaci�n del sector
agropecuario �que vira hacia una producci�n capitalista� y un gobierno incapaz
de "escuchar y proteger a los campesinos", como dicen los/as pobladores/as,
favorecieron la instalaci�n de empresas productoras de soja.
La econom�a aument� a�n m�s la brecha de la inequidad social. Los efectos son
inmediatos. Veamos un ejemplo. Sucedi� hace dos a�os. Ese 2 de febrero, C�ndida
y Zulma tuvieron que dejar de carpir la tierra para detener la contaminaci�n por
agrot�xicos en Piran�, una localidad ubicada a 110 kil�metros al oeste de la
capital provincial. Una nube espesa cubri� el cielo. Hab�a viento norte cuando
una empresa disemin� la mezcla de herbicidas que destruy� la siembra de los/as
peque�os/as agricultores/as de las inmediaciones. "Se quemaron las plantas. De
la tierra no sal�a nada, se quem� tambi�n. Se murieron los animales y nos
quedaron secuelas en el cuerpo", asegura C�ndida. As� explica sus dolores de
cabeza. Hubo otros s�ntomas. Mareos, n�useas, dolores estomacales, diarreas,
sarpullidos, alergias, inconvenientes en la vista. Se estima haber perdido m�s
de 150 toneladas de mandioca, casi 50 de batata, 5 de zapallo, 80 de algod�n y
una cantidad imprecisa de porotos, melones, bananas y hortalizas.
Ellas antepusieron su cuerpo. Cortaron las rutas, hicieron piquetes, se
"pusieron los pantalones", dice Ramona entre risas al final del d�a. "La
evidencia de que esto no es en vano �concluye Cross� es que te encontr�s con
mujeres que, despu�s de su experiencia en las organizaciones, no pudieron volver
a la casa a mirar la novela. Es un trabajo de hormiga, pero es as�. Hay que
descubrir las capacidades y la satisfacci�n que significa ser capaz de demandar.
Demandar un plan es un buen punto de partida para decirle a tu marido que en la
cama se decide de a dos. Es m�s f�cil oponerse al gobernador que al marido, pero
se empieza ensayando con el gobernador."