Compañeras
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¿A qué temen las mujeres?
Toñi Villén
Gara
Desgraciadamente, muchas mujeres temen a los hombres. Como señala Germaine
Greer en su libro "La mujer completa", las mujeres pueden soportar insultos y
humillaciones cotidianos durante años, sufrir violaciones y abusos sexuales
reiterados y a pesar de todo guardar silencio. Tolerar una vida de patadas y
golpes propinados por un marido, porque tienen miedo. Soportan sufrimientos sin
fin porque las han convencido de que si huyen, las seguirán y ellas y sus hijas
e hijos sufrirán castigos aún peores. La mujer paralizada por el terror es una
figura destinada a ser maltratada. No ve escapatoria ni salvación posible porque
está cegada por el miedo.
Los hombres temen que las mujeres se burlen de ellos. Las mujeres temen que los
hombres las maten. Y no en la calle cuando caminan solas, sino en su propia
casa, por obra de sus seres más próximos y queridos. El temor de las mujeres
está mal enfocado. Los estudios sobre criminalidad revelan que la mayor parte de
los delitos cometidos contra las mujeres nunca se denuncian. Existen muchos
motivos por los que las mujeres no denuncian las agresiones; el principal es el
miedo. Sin embargo, en todos los lugares y circunstancias, los hombres tienen
más probabilidades que las mujeres de fallecer de muerte violenta. Es decir,
nuestros hijos corren mayor peligro que nuestras hijas, tanto de cometer delitos
violentos como de ser víctimas de los mismos. Pero por quien tememos es por
nuestras hijas y a ellas les enseñamos a temer por su seguridad.
Diversas encuestas sobre el temor a ser víctima de un delito nos indican que
entre las muje- res el temor es tres veces mayor que entre los hombres. Ese
temor se lo han inculcado a las mujeres quienes desean protegerlas. Decimos a
nuestras hijas que no hablen con desconocidos, que no se entretengan cuando las
mandamos a hacer algún recado, que vuelvan directamente a casa al salir del
colegio.
El riesgo real es mucho menor que el percibido. Sólo un 10% de las mujeres
muertas lo son a manos de un desconocido. Sin embargo, es a los desconocidos a
quienes se enseña a temer a las mujeres. Y este miedo no es racional. Si alguien
debe temer a los desconocidos tendrían que ser los hombres. Sin embargo, no les
decimos a ellos que eviten los lugares notoriamente peligrosos. Todo esto nos
delata que la insistente presentación de las mujeres como objetos de las
agresiones actúa como instrumento de control social. La finalidad no es
protegerlas sino generar y mantener un sentimiento de temor. Hay colectivos que
insisten en que las mujeres debemos acudir a cursos de defensa personal pero,
¿debemos imitar esta cultura de la violencia que nos es ajena?
El miedo de las mujeres es una construcción cultural, instituida y mantenida por
hombres y mujeres en interés del grupo masculino dominante. El miedo mantiene a
las mujeres bajo control, con objeto de que planifiquen sus actividades,
permanezcan siempre al alcance de la vista, comuniquen adónde van, por qué
medios, y a qué hora regresarán.
El padre que insiste en ir a buscar a su hija adolescente cuando ésta sale por
la noche le está instalando inconscientemente miedo, a la vez que ejerce un
control consciente sobre ella. Su hijo adolescente corre mayor peligro pero al
padre jamás se le ocurriría ofrecerse para llevarle a casa cuando sale con sus
amigos. El clima de amenaza en el que se sienten envueltas las mujeres es en su
mayor parte un fraude. El mito de la condición de víctimas de las mujeres las
mantiene «alejadas de la calle» y recluidas en casa, el lugar donde corren mayor
peligro.
Teresa (nombre ficticio) de 59 años, entrevistada por Amnistía Internacional en
Vitoria, se- parada de su marido tras 38 años de insultos, palizas y relaciones
sexuales forzadas, está convencida de que denunciarlo empeoraría su situación y
que si él la quisiera matar podría hacerlo, pues no confía en que será protegida
por las instituciones. En el momento de ser entrevistada por AI llevaba nueve
meses encerrada en su casa con las persianas bajadas para hacer creer a su
marido que había abandonado la ciudad. Ni siquiera la abogada que tramita su
caso de separación había logrado convencerla de denunciar la violencia y acudir
a las autoridades ante su situación de grave riesgo. Sin expectativas de que las
autoridades le brinden una pro- tección efectiva, permanece escondida y librada
a su precaria estrategia, presa del miedo de que las amenazas de muerte de su
marido se hagan realidad. El relato de Teresa dista mucho de ser una historia
singular. La desconfianza en las autoridades aparece como una constante en los
testimonios de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito fami- liar
en el Estado español.
Es responsabilidad de los gobiernos, administración, tribunales, líderes
comunitarios y religiosos garantizar la segu- ridad de las mujeres. Los tratados
internacionales que prohíben la violencia contra la mujer no son sólo palabras,
deben respetarse. La violencia contra las mujeres tiene relación con el poder y
los prejuicios. Tiene relación con la impunidad y la desigualdad que no son
abordados y, sobre todo, tiene relación con la voluntad política.
En su informe "España: más allá del papel", Amnistía Internacional relata que en
términos mayoritarios, las mujeres en el Estado español que sufren abusos por
parte de sus parejas o ex parejas no acuden a las redes públicas de asistencia y
protección ante la violencia de género, ni son detectadas por los servicios de
salud y servicios sociales. Existen sectores de mujeres que se encuentran
marcadamente excluidos o tropiezan con barreras específicas para acceder a tales
recursos agravando su vulnerabilidad y desprotección. La disponibilidad de los
servicios es desigual a lo largo del territorio español, y los enfoques,
alcances y calidad de las prestaciones no se corresponden con las orientaciones
indicadas internacionalmente para responder al derecho de las víctimas de este
tipo de abusos a obtener protección y lograr su recuperación. Aquellas que toman
la decisión de denunciar o buscan protección en las autoridades públicas, suelen
encontrar un trato inapropiado que en ocasiones incluye la desinformación. AI ha
constatado que las víctimas de abusos a manos de sus parejas y ex parejas no
cuentan con información accesible sobre sus derechos ni sobre los recursos
previstos. En su recorrido por la administración de justicia, las denunciantes
no disponen de una asistencia letrada efectiva y de calidad. En numerosas
ocasiones su paso por la justicia describe un entorno insensible que fácilmente
puede derivar en un trato discriminatorio, en ausencia de garantías procesales
para resguardarlas de victimización secundaria y asegurarles la debida
protección. El riesgo para ellas y sus testigos no es adecuadamente valorado por
los jueces quienes, en no pocas ocasiones han tomado decisiones basadas
exclusivamente en apreciaciones sobre la peligrosidad pública del encausado.
Todo ello mina severamente el derecho de las víctimas a un recurso efectivo y a
un proceso justo e imparcial. AI destaca graves fallos en la debida diligencia
en perseguir, investigar y castigar el delito, y observa con pre- ocupación que
el derecho de las víctimas a obtener protección y una reparación lo más completa
posible, continúa sin ser garantizada.
Una de las principales preocupaciones del informe "Más allá del papel" es la
discriminación de las mujeres inmigrantes indocumentadas en el acceso a recursos
de asistencia, protección y justicia. Más allá de la previ- sión del principio
de no discriminación en la Ley de Medidas de Protección Integral contra la
Violencia de Género, el Gobierno no está realizando ningún tipo de acción para
asegurarse de que este principio de no discriminación sea una realidad. Más bien
al contrario, desde el Ministerio del Interior se han adoptado medidas que
agravan la situación de vulnerabilidad de este colectivo ante la violencia de
género.
Así, las mujeres inmigrantes indocumentadas sufren discriminación en el acceso a
recursos de asistencia integral para víctimas de violencia de género, a las
ayudas económicas específicas para victimas con dependencia económica del
agresor y a las instancias de protección.
Pero ante todo este grave problema, no queremos dejar de señalar que la causa
subyacente de toda violencia hacia la mujer en cualquier parte del mundo es la
discriminación, que les niega la igualdad respecto de los hombres en todos los
aspectos de la vida. La violencia tiene su origen en la discriminación y a la
vez ésta sirve para reforzarla. Así lo ha declarado AI en su campaña mundial "No
más violencia contra las mujeres" y así lo llevan denunciando durante años los
movimientos feministas. La violencia contra las mujeres es un escándalo en
materia de derechos humanos y es que es la violación de derechos humanos más
universal, oculta e impune de cuantas suceden en la actualidad. Prevenir la
violencia contra las mujeres nos exige hacer frente a las actitudes y
estereotipos religiosos, sociales y culturales que menoscaban a la mujer como
ser humano.
Equipo de Mujer-Amnistía Internacional Gasteiz