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Las políticas fascistas en su intento de construcción de un género femenino "al servicio de la patria"
Miguel Álvarez Peralta
Demonización de la liberación de la mujer, entronización de la madre y el trabajo doméstico para "engrandecer" la nación
Iº parte
Una somera comparación entre las diversas manifestaciones del fascismo, la
versión alemana, la italiana y la versión española para adentrarnos en las
características ideológicas de cada una y sus respectivas políticas de género,
nos descubre lo siguiente:
El italiano fue el primer régimen fascista y el pionero por tanto en desarrollar
el discurso sobre la mujer-familia, asignándole a la mujer el papel de centro de
la familia como esposa y madre, garante de su unidad y a través de ésta, de la
unidad de la nación. De esta manera liga el rol de la mujer al objetivo último
de su política y, en sus propios términos, lo "dignifica".
La menor importancia, (incluso ausencia) de la tradición católica en el fascismo
alemán supone una diferencia clave por la tradición represiva que esta tradición
conlleva y su cultura del miedo, la culpa y la sumisión. El fascismo nazi
explicita que el mundo masculino es grande, es el mundo de la política, el
trabajo y el estado. El mundo de la mujer en cambio es más pequeño, pero
igualmente necesario para que el mundo del hombre funcione. Es el mundo de la
familia, la casa, lo doméstico.
La versión española tuvo una política de género centrada en dos pilares: la
sumisión o la lucha contra la emancipación de la mujer y la modernización del
modelo de mujer, entendida como adquisición de conocimientos técnicos que le
ayuden a optimizar su rol asignado como columna vertebral de la vida familiar.
El primero de estos pilares, abortar cualquier intento de emancipación de las
mujeres, tenía por objetivo demonizar la liberación de la mujer respecto de su
sumisión al sistema patriarcal, como uno de los peores males que podían acaecer
a la sociedad.
"El deber de las mujeres para con la patria es formar familias", aseguraba Primo
de Rivera en 1938, durante un discurso ante la Sección Femenina. Con esta frase
queda claro que la familia es más que una opción personal o una forma pragmática
de organización, es un deber político que exige la nación.
El fascismo se opone al ciudadanismo republicano que patrocina la revolución
francesa, tachándolo de individualista. Y se opone mediante la promoción de la
sagrada estructura familiar como elemento político base de la patria y unidad de
producción de nuevos trabajadores-soldados, símbolo de la potencia del país.
Crea un papel femenino y luego a la vez le da reconocimiento en su plan político
global.
Por este motivo el fascismo considera al Neomaltusianismo un enemigo del
matrimonio. El papel del matrimonio es procrear y su deber hacer muchos hijos.
Mussolini afirmó "cuesta 5 min. hacer un cañón y 20 años hacer un camisa negra".
En este terreno se crean sinergias entre la iglesia católica y el estado
fascista.
El segundo pilar de la política de género fascista fue la modernización,
entendida como actualización del rol de la mujer a las exigencias y
posibilidades de la sociedad industrial fondista. Se hace hincapié en la
adquisición de conocimientos en salud, nutrición, higiene doméstica y de
habilidades y técnicas que incrementen la productividad del trabajo doméstico de
la mujer y el bienestar de las familias españolas: la aplicación a las tareas
domésticas de la organización científica del trabajo, utilizando como agentes de
modernización la publicidad, las revistas para mujeres, programas de televisión
y radio, etc.
En ningún caso la modernización del rol femenino contiene connotaciones de
emancipación o alcance de nuevas cotas de libertad. No se altera la "naturaleza"
subordinada de la mujer, sino que se hace del modelo de mujer, e incluso de su
cuerpo, una cuestión política y pública, identificando el cuerpo vigoroso y
entregado como un símbolo de la fortaleza nacional. Es la época de la Educción
física obligatoria, en que las críticas de los sectores de la iglesia católica
salvaguardando las formas no exhibicionistas de la misma.
Una mujer sana, fuerte y limpia está preparada para ser madre y mejorar la raza.
Este era el papel de la Sección Femenina. Numerosas campañas de cuidados y
escuelas de maternidad, que eran percibidas muy positivamente por sus
destinatarios, socializaron la preocupación por la salud de los niños españoles
y por tanto de sus madres.
De esta forma en realidad el fascismo se limitó a potenciar y legislar los
modelos que otros regímenes democráticos forjaban por la vía cultural.
IIº parte
A la hora de analizar desde la perspectiva del materialismo dialéctico la
construcción del género femenino que intentó el régimen fascista en el estado
español, es imprescindible servirnos del concepto de hegemonía cultural manejado
por Antonio Gramsci: la ideología de la clase dominante como ideología principal
pero no única en cada formación social concreta.
Partimos de la identificación de las dos principales influencias en el aparato
cultural-político fascista: el fascismo pasado por el filtro falangista y el
catolicismo tradicional de la iglesia española, esencialmente reaccionario. Esta
segunda influencia determinará ciertas características propias del fascismo
español.
No hubo un acuerdo completo entre el modelo de mujer propuesto desde el
catolicismo y el propuesto por falange. Falange fue defensora de la gimnasia
femenina, de la mujer potente, sana, atlética, como símbolo de madre fértil y de
una patria sana. La iglesia no asumía del todo proyecto eugenésico de la mejora
de la raza, prefería una mujer casta y pura, asexuada, y criticaba los
movimientos y vestimentas empleados en el deporte por incitadores y
provocativos.
A través de numerosas obras de lectura "ligera", cuya misión era vulgarizar el
concepto de mujer católico-falangista, entre las que se cuentan títulos como
"Joven esposa", "Pura hasta el altar", etc… nos han llegado los detalles
concretos de este modelo y sus mecanismos de reproducción ideológica. Otras
fuentes muy influyentes, como pueden ser los sermones dominicales de misa, son
de muy difícil consulta dad su naturaleza oral y efímera.
A través de estas obras, que a menudo se empleaban como regalo intencionalmente
ideológico y terminaban en la biblioteca familiar sin llegar a ser leídas,
influenciando igualmente a través de sus títulos e ilustraciones, se infundía el
temor al pecado llevado hasta la angustia vital. El mal acecha por todas partes
y es necesario vivir en actitud vigilante y de permanente sospecha. Ante esta
realidad pobre y vil, el discurso-guía del nacional-catolicismo aparece como
salvador de la mujer y guardián de la pureza mediante un sencillo modelo de
conducta basado en unos pocos axiomas.
Se dibuja (literalmente, a través de carteles e ilustraciones) un mundo
dicotómico en que existen dos formas de ser mujer: la mujer ángel y la mujer
demonio.
La primera en sus dos vertientes: la católica, de cuerpo etéreo y luminoso,
austera, púdica, pasiva y servicial prácticamente sin función sexual; y la de la
Sección Femenina, más activa, deportista, fértil procreadora dentro de la
estructura familiar, que bien podría ser ejemplificada en la figura de Pilar
Primo de Rivera.
La segunda, la femme-fatale o mujer vampiro ejemplifica la senda del mal. Es
sensual y erótica, herramientas de las que se vale para seducir y controlar a
sus víctimas (es autónoma y decide por si misma). Va asociada a la perdición,
tanto propia como de su familia y de sus amantes, y es ejemplificada por
diferentes actrices de cine.
La sociedad industrial permite separar claramente las esferas de lo
reproductivo-privado y de lo productivo-público. En sociedades anteriores era
menos clara esta división, que exigirá de una cualificación profesional y una
total entrega de cada mitad de la sociedad a sus respectivos ámbitos.
Se forja así una concepción de la mujer como dependiente. Nunca se piensa en
ella como dotada de identidad propia, sino como hija, hermana, novia, esposa,
madres o abuela de uno u otro hombre. Su identidad es precisamente la alteridad.
Pero este era solo el modelo ideal. Por supuesto que la realidad jamás se ajusta
al cien por cien a los modelos cuturalmente imperantes, a pesar de que estos,
una vez interiorizados tergiversan toda nuestra percepción del entorno y de
nuestras propias vidas.
Las mujeres que vivieron bajo el franquismo se relatan su propia vida empleando
estos conceptos: "yo nunca he trabajado", "desempeñaba solo mis labores" son
algunas mentiras interiorizadas por muchísimas trabajadoras que sacaban adelante
pequeñas empresas familiares y oficios considerados de sus respectivos hombres.
Se asoció trabajo a la percepción de salario. Los padrones y registros
elaborados desde esta concepción aportan datos poco válidos respecto a la
situación laboral de las españolas. Igualmente el modelo de mujer fértil que
contribuya con numerosos hijos sanos al desarrollo de la nación, quedó en el
terreno de lo ideal, pues los datos demuestran que España tuvo una caída del
índice de natalidad precisamente entre 1930 y 1960, así como unos índices de
mujeres no casadas superiores al 50% entre 1940 y 1950.
Es por tanto importante diferenciar entre el modelo propugnado por el estado
católico-fascista, de mujer dependiente dedicada a la intendencia del hogar y la
reproducción, y su plasmación real en las vidas materiales de las clases
trabajadoras españolas que bajo el vivieron, y que albergaron otros modelos
teóricos y prácticos que sobrevivían "en resistencia" contra el oficial y sus
políticas de implantación.
¿Qué quedó de estos modelos?
El modelo de las Working Girls, imperante a partir de los años 80 en que la
lucha feminista pero también las necesidades del capital especulativo exigen la
incorporación de la mujer al ámbito productivo, no encuentra una contrapartida
equilibrada en la incorporación del hombre al ámbito reproductivo y doméstico.
La barrera de lo público-privado ha sido transgredida solo en un sentido y muy
parcialmente.
Para alcanzar una justa equidad entre sexos y la igualdad de oportunidades es
imprescindible que se produzca en ambos y de forma global.
Fuente: lafogata.org