Compañeras
|
Trabajo invisible
¿Yo no trabajo?
Suplemento Pan y Rosas Nº 2
En la puerta del jardín de infantes, varias mujeres conversan mientras esperan
que entren los chicos.
- En la oficina me están matando, nueve horas todos los días, a veces ni puedo
salir a comer... –dice una mujer.
- ¿Nueve horas te parece mucho? Mi cuñada entró hace poco a una fábrica de
alfajores, ¡no baja de 12 horas por día! ¡Pobre! Antes no trabajaba y tenía
tiempo.
- ¿Y vos qué hacés Mariana?
- No, yo no trabajo, soy ama de casa.
- ¡Vos sí que zafaste! Todo el día en tu casa... –comentaron las demás. Sonó el
timbre y se saludaron. Mariana se fue pensando "¿vos sí que zafaste?"
Es un lugar común pensar que las tareas domésticas no son trabajo, que las amas
de casa no trabajan… ¡Hasta las mismas mujeres, muchas veces, creen que lo que
ellas hacen no es "nada"!
También se suele pensar que las mujeres que trabajan fuera de su hogar, cuando
regresan de la empresa, la escuela, la fábrica o el hospital, terminaron su
jornada laboral y pueden descansar, como cualquier otro trabajador. Sin embargo,
las mujeres son las que, mayoritariamente, ponen la ropa a lavar, la tienden, la
planchan, preparan la comida, hacen las compras, limpian la casa, tienden las
camas, ayudan a sus hijos con las tareas escolares, etc. ¿Y esto no es trabajo?
¿Qué diferencia existe entre la tarta pascualina hecha en casa y la que se puede
comprar en la rotisería? ¿Qué diferencia hay entre lavar, colgar y planchar la
ropa o mandarla a un lavadero automático? La diferencia no está en los
resultados del trabajo (comida, ropa limpia), sino en el trabajo mismo: en la
rotisería y en el laverap hay una empleada o un empleado que cocina o lava la
ropa a cambio de un salario. En casa, no se cobra ni un peso por hacer las
mismas tareas: es un trabajo gratuito que realizan, mayoritariamente, las
mujeres y las niñas desde hace siglos.
Mantenimiento de "máquinas" muy especiales
Millones de personas en el mundo viven de la venta de su fuerza de trabajo, a
cambio de un salario. Sólo una pequeña minoría de parásitos capitalistas son los
dueños de las fábricas y empresas que explotan a estos millones de trabajadoras
y trabajadores. Entre los "gastos" del capitalista, está el mantenimiento de las
máquinas. Para que funcionen bien hay que ponerles aceite, repararlas,
limpiarlas, ajustarle las tuercas… eso lo hacen los operarios de mantenimiento,
a los que se les paga un salario por esta tarea.
Pero los trabajadores y trabajadoras también necesitan "mantenimiento" para
poder vender su fuerza de trabajo al capitalista: cada mañana tienen que estar
descansados, con energía renovada, con la ropa limpia y tienen que comer. Si las
máquinas son obsoletas, hay que reemplazarlas por máquinas nuevas. ¡Lo mismo
pasa con los trabajadores! Cuando el patrón explotó durante años a un obrero,
cuando le quitó su salud y su vitalidad… es necesario "reponerlo" por nuevos
jóvenes trabajadores. Pero a diferencia de lo que sucede con las máquinas, gran
parte de ese trabajo de "mantenimiento" no lo cubre el salario que cobra el
trabajador: se hace gratuitamente en el hogar de la familia trabajadora.
En todas las sociedades divididas en clases existen tres procesos para la
reproducción de la fuerza de trabajo: en primer lugar, ciertas actividades
diarias para restablecer la energía de los productores permitiéndoles volver a
trabajar; en segundo lugar, las mismas actividades para mantener a los miembros
inactivos de las clases explotadas –niños, viejos, enfermos, desocupados e
incluso a quienes están implicados exclusivamente en estas actividades de
"mantenimiento", como las amas de casa-; y tercero, procesos de "reemplazo" que
renuevan la fuerza de trabajo, sustituyendo a los miembros de las clases
explotadas que mueren o ya no pueden trabajar por nuevas generaciones.
Ese trabajo "invisible", hecho mayoritariamente por las mujeres, permite que
millones de asalariadas y asalariados se levanten todos los días para ir a su
trabajo, que a cada generación de asalariados, le siga otra generación de
asalariados, y que todos los miembros de la familia trabajadora que no son
"productivos" para el capitalismo, sean mantenidos sin que a la patronal le
cueste un centavo.
Gratuito y, además, invisible
La fuerza de trabajo, en las sociedades capitalistas, es también una mercancía,
es decir, tiene un valor de uso (su capacidad para generar más valor,
produciendo otras mercancías) y un valor de cambio (lo que cuesta, es decir, el
salario). Según Marx, el valor de cambio de la fuerza de trabajo es equivalente
al "valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento del
trabajador", algo muy por debajo de las enormes riquezas que verdaderamente
produce esa fuerza de trabajo. Es decir que al trabajador no se le paga por lo
que hace, sino por lo que a él le cuesta vivir. La mayor parte de su tiempo de
trabajo está destinada a engrosar las ganancias del capitalista. Y lo que es
peor, dentro de esos "medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento
del trabajador", hay muchos que no se compran en el mercado con parte del
salario, sino que se hacen gratuitamente en el hogar. Lo que muestra que, en
realidad, el capitalista siempre gana. Cuando a las máquinas hay que cambiarles
un repuesto, no le queda otra que comprar la pieza y que un obrero, que cobra un
salario, la reponga. Pero cuando los obreros necesitan reponer su energía, no
hace falta que el empresario pague lo suficiente como para ir a restaurantes o
comprar comida hecha todos los días… alguien, en la casa, prepara la comida
gratuitamente.
Pero hay algo más: en el capitalismo, como en ninguna otra sociedad de clases
anterior, las tareas de mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo
están extremadamente aisladas espacial, temporal e institucionalmente, del mundo
de la producción. Eso hace que una parte del trabajo necesario para el
"mantenimiento" del trabajador, que se cumple en la jornada laboral –es decir,
en el mundo de la producción- sea visible y reconocido por todos ("¡Yo me rompo
el lomo para traer la plata a casa!"). Pero otra parte de ese trabajo necesario,
el que se realiza gratuitamente entre las cuatro paredes del hogar –es decir, en
el mundo destinado exclusivamente a la reproducción-, nadie lo percibe ("¡De qué
te quejás, si vos no hacés nada!").
El trabajo doméstico no tiene horario y, en ocasiones, incluso se realiza
mientras el resto de la familia goza de su derecho al ocio o al descanso.
Además, nadie parece advertirlo, excepto cuando hay alguna "falla". No es común
reconocer lo bueno que es que la comida esté hecha y servida, diariamente,
cuando tenemos hambre. Pero si no está a tiempo, es fácil quejarse. A nadie se
le ocurre decir, cada mañana "¡Qué bueno que el baño esté limpio!", pero si por
alguna razón no se pudo limpiar el baño, seguro que alguien dirá "¿Qué estuviste
haciendo que está todo sucio?"
¿Por qué las mujeres?
Todo lo dicho hasta ahora no explica por qué el trabajo doméstico todavía recae
casi exclusivamente en las mujeres de la familia, aún cuando actualmente se
advierte una tendencia a compartir más equitativamente las tareas domésticas
entre los miembros adultos del hogar. Esto se origina en tiempos remotos.
Se estima que en la prehistoria, antes que existiera la propiedad privada y la
sociedad se dividiera en clases sociales antagónicas, todos los miembros de la
comunidad hacían alguna actividad para garantizar la subsistencia del grupo:
cazar, pescar, recolectar o cocer los alimentos tenía la misma importancia vital
para todos. Todos los integrantes de la comunidad debían "trabajar" para
garantizar la miserable subsistencia cotidiana.
Sin embargo, el perfeccionamiento en las técnicas de agricultura y domesticación
de animales, entre otros descubrimientos y desarrollos realizados durante este
período prehistórico, dieron lugar a un enorme avance de las fuerzas productivas
que permitieron, por primera vez, que los seres humanos controlaran la
producción de su propio sustento. Surgió, entonces, la posibilidad de acumular
un excedente con lo producido.
Aquí se encuentra el origen de la división de la sociedad en clases: el trabajo
de un sector mayoritario de la sociedad alcanzaba para mantener la existencia de
un grupo minoritario que se vio eximido de la obligación de trabajar para
garantizar su subsistencia. Como es de esperarse, la sociedad cambió
drásticamente. Ahora, los que se habían apropiado de las tierras y los bienes
debieron asegurarse la legitimidad de su descendencia, que sería la que
heredaría las propiedades. Las mujeres, además, por su capacidad reproductiva,
se convertirán en un preciado tesoro para la reproducción de la fuerza de
trabajo, de más manos que podrán crear mayores riquezas. Entonces, adquirió una
gran importancia la filiación, como asimismo la fidelidad de la mujer a un solo
varón. "Si la función primordial de la mujer en la vida es producir herederos
legítimos, tiene que ser controlada eficazmente por los hombres de la familia.
Ese control se logra confinándola idealmente a una esfera exclusivamente
femenina, de la que están excluidos todos los hombres salvo los de su propia
familia, es decir, el hogar." (1)
Así se fue gestando la gran división entre producción y reproducción, entre lo
público y lo privado, entre el mundo del trabajo y el hogar. Durante siglos, los
hombres ocuparon predominantemente el espacio de la producción social, mientras
las mujeres quedaron relegadas al espacio de la reproducción en el ámbito
privado. La Iglesia, el Estado, la escuela y la misma familia fueron las
instituciones que inculcaron la idea de que esto era así por mandato divino,
porque siempre había sido del mismo modo, porque era obvio y natural que así
fuese… ocultando la verdadera historia de cómo las mujeres llegaron a esta
situación de subordinación, destinadas casi exclusivamente a los fatigosos y
repetitivos quehaceres domésticos sin que nadie tuviera en cuenta que esto,
también era un trabajo.
Con el advenimiento del capitalismo, la familia de las clases trabajadoras se
transforma en una unidad de asalariados: por primera vez en la historia, las
mujeres, e incluso las niñas y los niños, fueron incorporados masivamente a la
producción extra-doméstica. El capitalismo incorpora su fuerza de trabajo a
fábricas, talleres y empresas; pero no exime a las mujeres de las tareas
domésticas, porque en ese trabajo no remunerado radica en gran parte el
sostenimiento de la familia proletaria. En vez de liberarla de las cadenas de la
esclavitud que la oprimieron durante siglos, el capitalismo hace recaer sobre
las mujeres una doble jornada laboral: una parte, a cambio de un salario siempre
menor que el que cobran los hombres por realizar el mismo trabajo; otra parte,
sin remuneración alguna, al interior del hogar. Así viven millones de mujeres en
el mundo. Muchas mujeres trabajadoras deben recurrir a otras mujeres para cubrir
ambas jornadas de trabajo: vecinas, madres o hijas se harán cargo, entonces, de
cuidar a los más pequeños durante las horas en que la madre está trabajando
fuera del hogar o bien, parte de su salario debe destinarlo a pagarle a otra
mujer que cuidará a los niños o realizará las tareas domésticas en su ausencia
(2). Pero aún cuando en los grandes centros urbanos se haya extendido el uso de
electrodomésticos -que, si bien no eliminan las tareas, las hacen más livianas-,
la realidad es que millones de mujeres en el planeta no tienen acceso a redes de
agua potable, ni gas, ni electricidad y siguen realizando el pesado trabajo
doméstico como en tiempos remotos.
"Queremos empleo, trabajo tenemos un montón"
Éste era un slogan de las feministas de los años ’60; una forma humorística de
visibilizar que los quehaceres domésticos son trabajo no remunerado. Sin
embargo, es evidente que con pedir empleo no alcanza, porque las mujeres que
trabajan fuera de su hogar, no se desentienden de las tareas domésticas,
cargando sobre sus espaldas con una doble jornada laboral. Frente a esta
situación, hay quienes defienden la idea de un salario para el ama de casa; sin
embargo, esto también encierra una paradoja que es la de condenar a las mujeres
–por un subsidio mínimo- al encierro en el hogar, en jornadas que no tienen
límite de horario, ni vacaciones, ni jubilación, ni mucho menos la posibilidad
de organizarse junto al resto de la clase trabajadora. Por eso, el marxismo
revolucionario pelea por el reparto de las horas de trabajo entre todas las
manos disponibles, con un salario equivalente a la canasta familiar, mientras
exigimos un subsidio para todas las personas desocupadas, entre las que contamos
a decenas de miles de amas de casa de familias trabajadoras y del pueblo pobre.
Enfrentamos así a los capitalistas que utilizan a las amas de casa como una
reserva de fuerza laboral contra las trabajadoras y trabajadores ocupados y sus
salarios. También exigimos que las tareas que hoy realizan gratuitamente las
mujeres en el ámbito privado de su casa, se tranformen en trabajo asalariado
fuera del hogar, aliviando esta pesada carga que recae exclusivamente sobre sus
espaldas. Por eso exigimos guarderías y escuelas gratuitas, financiadas por el
Estado, abiertas las 24 horas del día, para poder afrontar el cuidado de los
niños y niñas aún cuando madres y padres trabajen en horarios nocturnos o tengan
turnos rotativos, como es frecuente en algunas industrias; servicios sociales de
bajo costo y buena calidad como restaurantes, casas de comida para llevar,
lavanderías, etc. en todos los barrios, subsidiados por la patronal y el Estado.
También planteamos la necesidad de un plan de viviendas y que los alquileres no
superen el 10% del ingreso familiar, entre otras medidas.
"Cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede"
Aunque nuestra crítica no se dirige contra las mujeres que, personalmente,
buscan alguna salida individual a las intolerables presiones del machismo;
señalamos que no existe solución individual para millones de mujeres oprimidas.
Porque sabemos que la raíz de toda opresión se encuentra en la existencia de la
propiedad privada y la explotación de millones de hombres y mujeres que no
tienen más que su fuerza de trabajo. Por eso, aunque la familia se beneficie del
trabajo no remunerado que se realiza en el hogar, no planteamos una lucha contra
los hombres, sino que dirigimos nuestras demandas contra los responsables de las
condiciones económicas y sociales donde se ancla la opresión de las mujeres: la
clase dominante, su Estado, su gobierno y sus agentes. Sólo con su desaparición
se podrán transformar radicalmente todas las condiciones de vida y podremos
aspirar al pleno desarrollo de las relaciones humanas basadas en una verdadera
igualdad.
Por eso sostenemos que, sólo conquistando su independencia política de la
burguesía, la clase obrera y sus aliados –incluyendo a las mujeres que luchan
por su liberación- conseguirán transformarse en una fuerza poderosa, confiar en
sus propias fuerzas y avanzar en el camino de la revolución proletaria. Sólo la
revolución socialista podrá sentar las bases materiales para la socialización
del trabajo doméstico y la igualdad social y económica de la mujer que
permitirán erradicar todas las formas de opresión heredadas del milenario
patriarcado.
Notas
1) Stolcke, V.: "Los trabajos de las mujeres" en Debate sobre la mujer en
América Latina y el Caribe, Vol.III "Sociedad, subordinación y feminismo", de
Magdalena León (ed.), Asoc. Colombiana para el Estudio de la Población, Bogotá,
1982.
2) El trabajo doméstico es uno de los sectores más "feminizados" y precarizados
del mercado laboral, sobre el que nos referiremos en un próximo número dedicado
exclusivamente a la doble explotación de las mujeres.