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Salvador Allende

El año 1973 y las perspectivas desde el año 2003
El comunismo europeo y la Unidad Popular


Erhard Crome
Fundación Rosa Luxemburgo. Berlín
No renunciéis al día que os entregan
los muertos que lucharon. Cada espiga
nace de un grano entregado a la tierra,
y como el trigo, el pueblo innumerable
junta raíces, acumula espigas,
y en la tormenta desencadenada
sube a la claridad del universo.

Pablo Neruda, Canto General
(Cap. IV: Los Libertadores, parte XLI: Llegará el Día)

Tras acudir desde Alemania, inspirado en el mensaje de estos versos, he sentido la profunda necesidad de estar presente aquí y ahora entre ustedes, de sumarme a esta evocación, recordar juntos las esperanzas que despertó en todos nosotros Unidad Popular y la mezcla de rabia y tristeza que nos invadió al estallar el golpe de Estado imperialista del 11 de septiembre de 1973.

Ese año de 1973 existían aún dos Estados alemanes. Uno de ellos era la República Democrática Alemana. En aquel verano de 1973 se estaba celebrando en Berlín el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Fue un gran evento que congregó a jóvenes de todas partes del mundo para que dialogaran sobre la paz, la liberación de los oprimidos y el progreso de la humanidad y para que compartiesen además unas jornadas de sano esparcimiento. Fueron recibidos con especial fervor los compañeros vietnamitas, que se trasladaron directamente a Berlín desde los campos de batalla, desde una guerra que les impusieron los Estados Unidos; Angela Davis, la luchadora norteamericana a la que la solidaridad internacional libró de morir acusada injustamente por la Justicia de su país; y los delegados chilenos, la juventud de Unidad Popular. "Venceremos", entonado por el conjunto Inti Illimani, se convirtió de hecho en el himno de aquella cita mundial de la juventud en Berlín. La Unidad Popular infundía esperanzas no sólo al pueblo chileno. Por eso nos golpeó con tanta fuerza a los jóvenes de la RDA que profesábamos la idea socialista la noticia del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, del derrocamiento y la muerte del Salvador Allende, legítimo Presidente de Chile.

Ahora, treinta años después, la prensa burguesa de la Alemania actual ha hecho esfuerzos inauditos para restar importancia a aquel Festival de la Juventud y los Estudiantes que tuviera lugar en 1973 en Berlín. Afirman que el Festival no fue sino un acto propagandístico de la dirigencia comunista. Un hecho efímero y sin trascendencia. En embargo, la presencia de millares de jóvenes venidos de todo el mundo fue una realidad. También lo fue el diálogo franco que sostuvieron entre ellos. Y nosotros, que en la RDA éramos, por decirlo así, los anfitriones, confiábamos en que se produjera una apertura del sistema que sus dirigentes llamaban "socialismo". Por supuesto que el Muro de Berlín no era precisamente un motivo de orgullo para el sistema comunista mundial y de eso estábamos bien conscientes. Pero esperábamos, en cambio, pasar del mundo "socialista" en que vivíamos a un mundo nuevo que asociara la justicia social a la libertad. En Chile veíamos por eso un rayo de esperanza. Dar un rodeo haciendo escala en el capitalismo no era precisamente lo que imaginábamos.

Hechos estos comentarios preliminares, permítanme tocar tres temas a continuación: primero, las peculiaridades del régimen comunista tal como imperó en el Europa Oriental desde 1917 hasta 1989/1991 y las causas internas de su fracaso; segundo, el orden imperial de nuestros días y, tercero, las perspectivas del socialismo.

Peculiaridades del sistema comunista en Europa Oriental

Las elucubraciones del politólogo norteamericano Fukuyama sobre un supuesto "Fin de la Historia" no fue un episodio casual en la cronología de la reflexión sobre los frutos reales e histórico- intelectuales del siglo XX. Reflejaron más bien una actitud de la burguesía mundial, especialmente la norteamericana, que se veía por fin como "la triunfadora de la historia" sin necesidad de temer una alternativa. "La quiebra del comunismo no ha encaminado a la humanidad hacia un futuro seguro y democrático ni mucho menos", discrepa a su vez el politólogo Benjamin Barber, también estadounidense, uno de los críticos moderados de las tendencias globalizadoras del neoliberalismo. Su comentario es aplicable a la situación mundial en general, pero también es justo si analizamos el caso de los ex países comunistas de Europa Central y Oriental.

Cualquiera que sea el sentido que Barber atribuya al término "comunista", yo en adelante lo aplicaré en relación exclusiva con la concepción social y su régimen consiguiente. Será, por lo tanto, una aplicación tipológica. Voy a hacer una distinción teórica entre socialismo y comunismo, que es razonable ante el panorama de la historia de las ideas en el continente europeo. Conviene distinguir por lo tanto entre los comunistas, que buscan solucionar la cuestión social, es decir, la brecha más o menos opresiva que se abre entre pobres y ricos, mediante la expropiación de todos los medios productivos de importancia social que se encuentran en propiedad privada y la socialización de dichos medios; los socialistas, en cambio, son aquellos que procuran solucionar la cuestión social sometiendo al capital al control de la sociedad en su conjunto. Por intermedio de la Ley y del aparato estatal, quieren lograr que el capital se subordine al trabajo y no viceversa.

Las justificaciones teóricas de por qué el socialismo de Estado es irrealizable, son tan antiguas como las concepciones comunistas. En el contexto de la Revolución de Octubre en Rusia, Max Weber, por ejemplo, señaló que las sociedades modernas presentan una diferenciación funcional, por decirlo en términos de nuestros días, ya que por lo menos "el funcionariado público político y el privado empresarial coexisten como entes separados, lo que permite que el poder político mantenga a raya al poder económico"; en el socialismo de Estado, en cambio, "los dos funcionariados constituyen un solo organismo movido por intereses solidarios, que escapa a todo control" . En vista de ello, el comunismo es incapaz de funcionar razonablemente. Semejantes objeciones no hicieron gran mella en el principio comunista mientras sectores importantes de la clase obrera y de los intelectuales tuvieron fe en su viabilidad y dicho principio se manifestaba en los partidos comunistas de todo el mundo. Los partidos comunistas estatales de la Unión Soviética (PCUS) o de la RDA (SED), al autorretratarse, citaban a menudo las opiniones formuladas en los años 1917 o 1949, según las cuales "el fantasma del comunismo" se esfumaría en cuestión de semanas o meses y presentaban esas profecías incumplidas como un supuesto testimonio "del triunfo del socialismo". Parece evidente que el comunismo fue uno de esos fenómenos de la historia que sólo podían triunfar o fracasar en la práctica.

Es imprescindible volver primero la mirada al principio del siglo XX.

En 1940, cuando el escritor de origen austriaco Stefan Zweig escribía sus memorias exilado por entonces en Gran Bretaña, tenía perfectamente claro que el gran punto de viraje de la historia fue el año 1914. Fu entonces cuando naufragó Europa, el "Viejo Mundo"; Zweig, con profunda melancolía, lo llama "El Mundo de Ayer". En sentido análogo, el historiador Eric Hobsbawm –que vivió en Viena parte de su juventud antes de trasladarse a Gran Bretaña en los años 30– habla del "breve siglo XX", fechándolo de 1914 a 1991. También otros historiadores han puesto de relieve que la Segunda Guerra Mundial fue una consecuencia de la Primera y, por lo tanto, el verdadero acontecimiento trascendental del siglo XX. Así las cosas, la revolución rusa de Octubre habrá que contemplarla en primer término como un hecho de importancia histórico-social. Ahora bien, y el carácter sectario y de cofradía del partido bolchevique y el hecho de haber nacido éste entre las matanzas de la I Guerra Mundial, imprimió su sello a la implementación real de ese proyecto comunista bajo la guía de Lenin, sello que permaneció adherido al régimen creado por los bolcheviques hasta su derrumbe en 1989/1991. Visto así, este sistema comunista constituyó uno de los resultados permanentes de la I Guerra Mundial y uno de los protagonistas clave del "breve" siglo XX.

Los antecedentes históricos del régimen comunista son los siguientes:

1. La cuestión social había pasado a ser la cuestión obrera en la década de 1830: ¿cuál es la participación de los desposeídos que perciben sus ingresos con su trabajo asalariado en el seno de la sociedad moderna, es decir, de substrato industrial? Esta interrogante poseía una dimensión social, el tema eran los salarios y los ingresos, la seguridad social, la seguridad de las familias, la vivienda, la educación, el acceso a la cultura. Y tenía además una dimensión política, con una agenda que incluía el derecho al sufragio universal, las libertades cívicas, los derechos participativos y, por último, la cuestión del poder estatal. La revolución socialista, tal como la previeron Marx, Engels, Lassalle y otros, debía resolver los dos problemas con la toma del poder por el partido obrero y con la expropiación de los dueños del capital. La socialdemocracia fue la expresión política de esos afanes por solucionar la cuestión social en favor de la clase obrera y de las capas bajas en su conjunto. En el seno del partido socialdemócrata, tanto más del alemán, se estuvo discutiendo desde la década de 1890 si en caso de duda debía otorgarse la prioridad a la democracia, en la que la cuestión del poder se resuelve por vía electoral y mayoritaria, o si las reglas de juego democráticas se dejarían de lado a favor de la revolución para acelerar la expropiación de los capitalistas.

2. La I Guerra Mundial se contemplaba como una agudización inaudita de las contradicciones internas del sistema económico capitalista y de los sistemas políticos concomitantes. Mucho antes de estallar aquel primer conflicto bélico mundial, el movimiento obrero internacional estaba conciente de lo que había formulado en Alemania August Bebel: los terribles destrozos y la devastación que cause una guerra europea a la economía culminarán en una gran catástrofe que precipitará al abismo a la sociedad burguesa. En la cúspide de su evolución, esta sociedad ha creado un estado de cosas que hace insostenible su existencia, preparando su naufragio con los medios que creó ella misma." En este sentido, la I Guerra Mundial tenía visos de ser la catástrofe prevista provocada por el capitalismo y su imperialismo, de la cual iba a emerger "el socialismo", es decir, la salvación. Y como en esa gran guerra estaban involucrados todos los Estados europeos importantes, organizados según principios parlamentarios burgueses, como Gran Bretaña y Francia, o más o menos autoritarios, como Alemania o Rusia, la cuestión de la democracia parecía tener una importancia secundaria.

3. Al estallar la guerra en 1914, la mayoría de los socialdemócratas de Alemania, Francia, Rusia y otras naciones se habían alineado en torno a sus respectivos gobiernos y a su modo de conducir ese conflicto. Los congresos de la II Internacional, celebrados en Stuttgart (1907) y Basilea (1912), habían aprobado la resolución de trabajar a fondo para impedir una guerra, pero que si ésta llegaba a estallar a pesar de todo, iban a aprovechar la situación creada para acabar con la hegemonía capitalista. En 1914, sin embargo, quedó en claro que ese proyecto había sido ilusorio, o los socialistas mayoritarios traicionaron la causa, dando pie por lo tanto a los reproches políticos de los izquierdistas. A partir de esa traición de 1914 data igualmente la división del movimiento obrero, que halla su expresión política organizada en la corriente comunista a partir de 1918-1919, junto a la socialdemocracia, que no dejó de existir.

4. Desde Marx, las promesas de una nueva sociedad se nutrían de la idea de que el mercado y las utilidades eran negativos intrínsecamente, por lo cual hacía falta abolirlos, y de que la "la economía socialista planificada" sería viable como teoría científica hecha realidad. En efecto, August Bebel –a quien cito aquí nuevamente como a un líder político internacionalmente reconocido de la antigua socialdemocracia– enfatiza que el socialismo es "la ciencia aplicada a todos los campos de la actividad humana". Quiere decir que el movimiento comunista y la antigua socialdemocracia no difieren fundamentalmente en sus ideas relativas a la "regularidad" de la evolución de la sociedad, la abolición del mercado y las utilidades, sino en el énfasis sobre los medios a aplicar: democracia versus revolución, y en la valoración de sus acciones políticas durante y después de la I Guerra Mundial, diferencia que ha proseguido como una línea conflictiva en el seno de las izquierdas alemana y europea prácticamente hasta nuestros días. La revolución alemana de noviembre de 1918 fue una revolución socialdemócrata sofocada por los líderes socialdemócratas, "un acontecimiento inédito en la Historia Universal." Miles de revolucionarios fueron ultimados por el cuerpo de voluntarios con al consentimiento de la dirigencia socialdemócrata, empezando por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, quienes habían fundado el KPD (Partido Comunista Alemán). Los comunistas se valdrían de esa actitud como pretexto para encarcelar y liquidar a socialdemócratas después de 1945 en la zona de ocupación soviética y en la República Democrática Alemana. Disputas similares se produjeron en otras naciones europeas.

5. Los bolcheviques rusos, una vez en el poder tras la revolución de Octubre de 1917, disolvieron en enero de 1918, por orden de Lenin, la Asamblea Constituyente elegida. La renuncia a obtener la mayoría numérica en el seno de la "propia" población quedó consagrada así por el poder soviético instaurado y por todo poder de corte comunista que se iba a constituir desde entonces. Rosa Luxemburgo intuyó entonces con mucha clarividencia el peligro que acechaba en ese contexto al movimiento comunista, culpando a Lenin y Trotzki, los líderes de la revolución rusa, de haber abolido la democracia (al disolver la Asamblea Constituyente), lo cual llevaría a "sofocar la vida política en todo el país" y, en última instancia, a implantar una dictadura, no del proletariado, sino de "un puñado de políticos". Es en este mismo sentido que Leo Trotzki subraya en el exilio –el año 1936– , que el centralismo democrático ha cedido paso al "centralismo burocrático" y que la obediencia ciega ha suplantado a la reflexión independiente. En el partido comunista de Stalin, los "funcionarios ocupaban los puestos de los revolucionarios".

El contexto sistemático es tan importante como el contexto histórico. La justificación del régimen fue siempre de naturaleza ideológica. De ahí la primacía que se otorgaba constantemente a la ideología "correcta", y los controles periódicos de la afiliación al partido, especialmente de la postura de los camaradas frente a las declaraciones de turno del Secretario General y del Buró Político, así como los cursos de adoctrinamiento fueron parte constitutiva del régimen hasta su desaparición. En este proceso es determinante la metamorfosis sufrida por el pensamiento: a partir de las ideas polémicas, a partir de la crítica social que practicaba Carlos Marx, Federico Engels y los líderes de la antigua socialdemocracia forjaron el "marxismo" del movimiento obrero (veáse arriba: las conclusiones de Bebel acerca del "socialismo" resultante). Mientras que el marxismo tenía estructuras suficientemente democráticas al interior del partido y en materia sociopolítica, Lenin elaboró a partir de esa ideología el bolchevismo, que perfilaba con trazos aún más nítidos el principio de la "dictadura del proletariado" y la estatización de los medios de producción en manos privadas. Pero lo que hizo en especial fue transformar al partido comunista en una formación combativa organizada con mano férrea y criterios militares, estableciendo para ello el principio del "centralismo democrático" que en el fondo implicaba la supresión de los mecanismos decisorios democráticos en el seno del partido y la implantación de una jerarquía orgánica de mando de arriba abajo. Stalin optó por llamarlo "leninismo" y a fines de los años treinta, coincidiendo con los espectaculares procesos contra los "enemigos del pueblo", recogió los dogmas pertinentes, que por entonces ya no eran muchos, y los fijó como un canon sacrosanto. Las ideologías de la mayor parte de los partidos comunistas europeos en el poder –salvo la Yugoslavia de Tito– constituyeron hasta el final una versión atenuada en mayor o menor grado de aquel canon. Visto desde la perspectiva histórica de las ideas y la política, el edificio teórico de Marx cedió paso al "marxismo", éste al "leninismo" y, este último, a la versión estaliniana de la ideología comunista. Ahí se ve la relación entre Stalin y Lenin, la de Lenin con la vieja socialdemocracia de Bebel y Engels y la de éstos con Marx. Se ha rastreado metódicamente cada paso de esta metamorfosis.

En cada caso han existido por supuesto otras vías de interpretación de los textos. Desde esta óptica, la historia completa del marxismo practicado en el seno del Partido es una sucesión de controversias intelectuales y políticas entre "ortodoxos" y "heréticos", una historia propia de la Inquisición, con persecuciones y eliminación física de disidentes. Fue al mismo tiempo una historia de divisiones. Baste recordar la disputa entre Stalin y Tito, o entre Jruschov y Mao, que degeneró en choques militares a lo largo de la frontera chino- soviética. La batalla en torno a las vías políticas adoptó siempre formas ideológicas, fue librada en torno a palabras, imágenes y textos sagrados; viceversa, las discrepancias ideológicas no dejaban de acarrear consecuencias políticas que podían traducirse en fusilamientos. Los elementos sustantivos del régimen comunista fueron por lo tanto:

1. La utópica promesa de un mundo nuevo y mejor, sustancialmente distinto al capitalismo, un mundo que había empezado a existir aquí y ahora, fue un factor presente entre los regímenes comunistas de Europa Oriental hasta su extinción. Era su justificación última e ineludible.

2. El partido comunista a cargo del Estado derivaba de allí su propia identidad: (1) La "transición del capitalismo al socialismo" es una "regularidad" histórica; promoverla en lo social era la (2) "misión histórica" de la clase obrera; realizarla en lo político era (3) el mandato del partido comunista en el poder, que se definía como "la avanzada consciente y organizada de la clase obrera y del pueblo trabajador". Fiel a la tradición leninista (4), el partido estaba organizado de arriba abajo según el principio del "centralismo democrático". En consecuencia, era imposible destituir a la dirigencia del partido por la vía democrática, estatutaria. Las disputas políticas adoptaban la forma de complots y revueltas palaciegas que culminaban con el fusilamiento de los vencidos, con la sola excepción de Jruschov. Posteriormente se optó por relegar a los derrotados al olvido político, como en el caso de Jruschov a quien se le prohibió hacer declaraciones públicas en su domicilio moscovita.

3. Puesto que la política del Partido pretendía encarnar la única realización verdadera de las regularidades históricas, la política como tal jamás se sometía a debate, sino tan sólo la implementación del rumbo "correcto". En este orden de cosas se abolió toda forma de división efectiva de poderes. El órgano supremo del Partido, el Buró Político, era la máxima instancia ejecutiva, legislativa, judicial y la suprema congregación de la fe, todo en uno. La política se interpretaba en su aspecto instrumental. La ciencia, tanto más las humanidades, que fueron puestas al servicio del régimen, con la filosofía a la cabeza, debían subordinarse al principio del "partidismo de la ciencia".

4. En este sentido, el Partido con su "papel dirigente" consagrado inclusive por el derecho estatal, se situaba por encima del orden constitucional Así, por ejemplo, la Constitución de la RDA (la de 1974) postulaba que las organizaciones políticas del país actuaban "bajo la dirección" del "partido marxista-leninista". El régimen completo se agrupaba con sus órganos estatales en torno al Partido y estaba estructurado a su vez según el principio del "centralismo democrático". También la relación con el Derecho era de naturaleza instrumental. La idea rectora no era el Estado de Derecho, el imperio de la ley, sino la del Estado y el Derecho como "instrumento de poder la clase dominante", vale decir, del Buró Político.

5. Como el capitalismo debía abolirse, y con él, los beneficios o utilidades, se procedió a suprimir instituciones propias de la era moderna, como los intereses, los créditos, etc. con la consecuencia final de que la "economía planificada" del socialismo se redujo en lo esencial a la asignación de recursos materiales y de metas productivas dictadas a las empresas por el órgano central (es decir, por el Buró Político como único agente autorizado). Incluso allí donde se experimentó con instrumentos financieros para el manejo económico, como en Hungría, la dirigencia política no renunció en definitiva a controlar el acceso a los recursos; las reformas económicas no pasaban de los límites tras los cuales se debería dejar a cargo de las empresas las competencias en materia de formación de precios, fijación de salarios y despidos. El sometimiento de la producción a la dirigencia política hizo por último imposible cualquier cálculo de costos y beneficios en el ámbito de la economía nacional, de las distintas ramas productivas o de las empresas. Se dificultó la innovación tecnológica. Los márgenes de maniobra de la política económica se fueron estrechando cada vez más, hasta que los estados de Europa Oriental se vieron incapaces finalmente de pagar el servicio de la deuda que tenían con sus acreedores occidentales.

6. Puesto que en cada uno de los países comunistas se daba el conjunto de aspectos ya descritos –la pretensión de cumplir una "misión histórica", de desempeñar un "rol dirigente", de tener siempre la razón, de disponer de toda la economía nacional como propietario de facto aunque fuera imposible realizar un verdadero cálculo de costos y beneficios– resulta que la constelación de estados comunistas albergaba estructuras estatales monolíticas y diferentes entre sí. No tenía lugar ni una formación de precios real ni una integración auténtica, así fuera política o económica. El Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) funcionó hasta el último momento a nivel bilateral; el haber de Hungría respecto a la RDA no podía contabilizarse con las deudas frente a la Unión Soviética. Aunque la división del trabajo a escala mundial es capaz de generar incentivos para el desarrollo, cosa que ya sabía Marx, el sistema comunista había renunciado a ella. A todo eso se oponía el régimen en su manifestación real, existente.

La erosión del sistema fue gradual, por interacción entre los gobernantes y los gobernados, entre el círculo interno de la burocracia que se había constituido en "La Nueva Clase" sobre los hombros del pueblo, y el pueblo avasallado, hasta que sucumbió en 1989-1991 víctima de sus problemas inherentes.

El año 1973 no cabía ni pensar en el final de tal sistema. Pero, sin embargo, la dirigencia comunista de la RDA y nosotros, los jóvenes socialistas, contemplamos a Chile de Unidad Popular desde perspectivas diferentes durante el Festival Mundial. Visto por la política oficial, Chile reflejaba el creciente número de países del mundo que se iban liberando del "dominio imperialista". Esta opinión llevaba consigo el afán de legitimación propia, a nivel de política interna. Desde nuestro punto de vista, no obstante, lo que se evidenciaba era una manera distinta de surgir una nueva sociedad, una sociedad democrática con una multiplicidad de fuerzas políticas de izquierda que cooperaban entre sí, con un Presidente Allende que de hecho dialogaba con el pueblo. Cinco años apenas habían pasado desde la tentativa realizada en Praga de oponer un socialismo abierto y democrático al tradicional ejercicio del poder por los regímenes comunistas. Aquel intento tuvo por respuesta la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, justamente para impedir que ese propósito se hiciera realidad. Uno de los argumentos de los invasores fue la lógica de la Guerra Fría: no podían tolerar que el "enemigo" tendiera una cabecera de puente en el territorio bajo su propio dominio.

Henry Kissinger, nombrado Ministro de RR.EE. de los EE.UU. en 1973, razonó en términos parecidos ante lo que pasaba en Chile y promovió el derrocamiento del Gobierno de Unidad Popular. El mundo occidental hacía tiempo que daba por supuesto que el "socialismo" estaliniano, anquilosado, no era ya un verdadero contrincante en la lucha entre sistemas, pese a que la Unión Soviética aún disponía de su arsenal nuclear. A lo que sí le temía, y no poco, era a un socialismo democrático de arraigo popular.

¿Orden mundial imperial?

Finalizada la Guerra Fría, desaparecido el sistema social y estatal comunista en la Europa Oriental y desintegrada la Unión Soviética, se multiplicaron las voces que predecían el advenimiento de una era de paz universal. Los acontecimientos indican lo contrario. La situación internacional se caracteriza por los afanes de EE.UU. por establecer un entramado imperial bajo su dictado. Las estructuras imperiales no son ninguna novedad a lo largo de la historia, pero su implantación y su desmantelamiento cuestan por lo general grandes sacrificios. Las metas asociadas con la guerra contra Irak son ambiciosas. Esa acción bélica no tuvo como único fin derrotar el régimen de Saddam Hussein; su caída debía ocurrir gracias al papel determinante y visible de los Estados Unidos, con su abrumador poderío militar. La intención no era sólo gobernar Irak, sino transformar la mentalidad del mundo islámico demostrando como un poder superior sometía a su control a un país islámico rebelde. Tampoco se trata en primer lugar del petróleo, sino de la geopolítica. Irak se halla en el centro de una región flanqueada por el Mediterráneo y el Golfo Pérsico, limitando con Jordania, Siria, Turquía, Irán Kuwait y Arabia Saudí. Si los Estados Unidos llegaran a estacionar un contingente suficientemente numeroso de efectivos de la Fuerza Aérea y de la Infantería, pasarían a ser la potencia militar más poderosa de la región. En tal caso, todos los demás países de la región, entre ellos los regímenes de Arabia Saudí y de Irán se verían obligados a redefinir sus intereses frente a la nueva situación planteada por la presencia norteamericana.

Con el apoyo de ese poder militar estacionado directamente en Irak, los Estados Unidos dispondrían de una esfera regional de influencia que, combinada con la disponibilidad del petróleo, tendría una importancia no sólo regional, sino también global. En tal caso, los europeos –piensan los estrategas norteamericanos– se verían a su vez en la necesidad de incorporarse más pronto a una "política defensiva integral" que, lógicamente, volvería a intensificar el control de EE.UU. sobre Europa. Los Estados Unidos, al controlar el petróleo iraquí, ejercerían una influencia considerable sobre los mercados internacionales de este producto, controlándolos en lo posible y extendiendo desde luego esa influencia a todos los demás países productores o exportadores de crudo. A través de los precios del crudo harían a la vez más estricto su control sobre las economías asiáticas en expansión, incluyendo las de China, India, Japón y los llamados "tigres asiáticos".

El ropaje ideológico lo suministra una serie de argumentos sobre la teoría de la democracia: en la Alemania y el Japón de posguerra, la implantación "de la democracia" (y la presencia de gobiernos amistosos con EE.UU.) también funcionó con éxito bajo regímenes de ocupación. A continuación, los regímenes autoritarios de España, Portugal y otros países, cedieron terreno a sistemas democráticos y finalmente le tocó el turno al comunismo de Europa Oriental. Este vez se trata entonces de la "cuarta" o "quinta" (según como se cuente) "ola democratizadora", esta vez en el mundo árabe-islámico. En Afganistán se ha conseguido introducir "la democracia" mediante una guerra (entiéndase por "democracia" desde esta perspectiva la acción de escoger entre varios dirigentes políticos). El término "democracia", no designa en este caso el gobierno por el pueblo y para el pueblo, sino la instauración de regímenes simpatizantes de los Estados Unidos, en otras palabras: regímenes subalternos de EE.UU. que forman parte del entramado imperial de nuestros días.

Si los Estados Unidos consiguen poner en práctica su estrategia relativa a Irak, no será éste un acontecimiento aislado. Estamos a principios de una era de nuevas guerras imperialistas cuyo escenario no se limitará al Cercano y Medio Oriente. La lista de los denominados "Estados fuera de la ley" señala los siguientes objetivos: primero figuran Irán y Corea del Norte, últimamente se incluyó a Siria y, por último se añadirán Libia y Cuba. El enfrentamiento terminará por extenderse a todas las naciones del mundo que se opongan a la política estadounidense, incluidas India, Rusia y China. Numerosos precursores de la estrategia imperial calculan en EE.UU. que este proceso abarcará dos generaciones, es decir, cincuenta años de guerra. ¿Se caracterizará el XXI por ser la era de la instauración de un nuevo orden imperial? La historia de la sociedad humana conoce hasta la fecha dos puntos claves de inflexión: la revolución agrícola, hace varios milenios, y el surgimiento del mundo capitalista moderno a principios de la Era Moderna. Con Europa como punto de partida, el modo de producción capitalista se fue propagando al mundo entero desde el siglo XVI. Un comercio internacional en expansión, las conquistas coloniales y la generalización del principio de la obtención de beneficios desplazaron otras formaciones económicas para forjar el sistema mundial capitalista. A eso se referían ya Carlos Marx y Federico Engels en su "Manifiesto Comunista". Ese capitalismo requería y requiere no sólo mercados y mercancías que colocar en los mercados, sino además mano de obra, recursos humanos atraídos o forzados a producir los bienes que se venderán a precios superiores a los costos soportados por el vendedor. Así constituido, el principio de la obtención de beneficios planteó desde un comienzo la cuestión social del capitalismo en torno a una vida digna y a las condiciones existenciales de quienes producen esas mercancías.

El movimiento comunista, que se remonta a Marx, perseguía establecer una sociedad distinta que produjera según criterios no capitalistas y solucionara la cuestión social. Esa meta se consideró fracasada con el hundimiento del sistema comunista. Esta actitud ha tenido consecuencias de gran alcance desde el punto de vista de la Historia Universal. Una de ellas, inspirada en la política y la ideología neoliberal, es el propósito de anular todas las concesiones hechas por los emprerios temerosas de nuevos intentos comunistas, como fruto de compromisos con las poderosas organizaciones obreras de Europa Occidental e incluso de otras regiones. El desmantelamiento de los derechos y los sistemas de seguro social de los obreros y otros trabajadores dependientes; la reducción de los ingresos derivados del trabajo frente a los ingresos provenientes de las acciones o de la propiedad capitalista en general; el desmontaje de la previsión social pública y la privatización de sus instituciones, todo esto se ha incluido en la agenda y se ha llevado sistemáticamente a ejecución.

Forma parte del capitalismo el hecho de que numerosos procesos que antes escapaban al control del mercado, adoptan el carácter de mercancías. Y como el capitalismo "es un proceso que se guía por sus propias necesidades, resulta que ningún acontecer social queda realmente excluido de una posible apropiación." La evolución histórica del capitalismo conlleva el afán "de transformar todas las cosas en mercancías". Este afán ha consumado un salto sustancial tras la desaparición del socialismo de Estado: están expuestos a él no sólo los antiguos países comunistas, sino todas las regiones del mundo, hasta los sectores más recónditos de la sociedad.

Es aquí donde entran en juego las estrategias neoliberales para, tras haber fracasado el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), implementar el llamado Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (GATS) por mediación de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En Europa como en otras partes, los políticos se dan cada vez más prisa por vender instituciones públicas de la previsión social, centrales eléctricas, hospitales, servicios de transporte público y, ante todo, servicios de agua potable. El acuerdo GATS entrará en vigor a escala mundial en 2005, con carácter obligatorio. La firma de un país, estampada al pie de este documento, fijaría con carácter permanente la liquidación de bienes públicos. Sectores fundamentales como la educación escolar, la salud pública y las instituciones sociales quedarán a merced de los mecanismos destinados a maximizar las utilidades. También la Comisión de la Unión Europea está preparando su "catálogo" de privatizaciones en esos sectores para ofrecérselo a la OMC. Todo esto se desarrolla a puerta cerradas.

La cuestión social, a nivel global, se plantea hoy en otros términos: Se ha constituido un sector internacional privilegiado, dueño de esa economía mundial capitalista y ajena por completo al sentido de la responsabilidad social. El poder adquisitivo de los multimillonarios estadounidenses en su conjunto supera a la de una nación gigantesca como la "República Popular" China; las 365 personas más ricas del mundo perciben juntas unos ingresos superiores a los de más pobres entre los pobres, que suman 1.200 millones en todo el mundo.

La otra consecuencia de gran alcance es que Estados Unidos es la única superpotencia restante. Este país gasta más en armamento que la totalidad de sus rivales económicos y políticos más importantes: ya en 1998, el presupuesto militar estadounidense ascendía a casi 266.000 millones US$, mientras que el de Rusia no pasaba de 54.000 millones US$, el de China era menor de 37.000 millones US$ y el de todos los países de la OTAN era de 171.000 millones US$. Para el año fiscal 2002-2003, el Gobierno norteamericano tiene previsto destinar 355.000 millones US$ al armamento. El potencial militar de Estados Unidos es inalcanzable para otros países o regiones, en cantidad o en calidad.

Sustentada por semejante maquinaria bélica, la guerra ha sido convertida nuevamente en un medio "normal" de la política. Mientras que durante la Guerra Fría, la estrategia de EE.UU. tendía también a prevenir una guerra de grandes proporciones y no dejar que escalasen las guerras "pequeñas", hoy en día se planean guerras "imperiales" que tienen un carácter distinto. La idea consiste en descargar el máximo de violencia en el plazo más corto posible para imponer el orden que desea el centro imperial. En cierto sentido, la guerra en Yugoslavia de 1999 fue la primera librada para castigar la rebeldía, abrir una nación al mencionado "empuje" del capital internacional y hacer caso omiso del Derecho Internacional vigente. La guerra geopolítica librada para la ocupar Irak e imponer un nuevo orden es lo mismo pero a una escala incomparablemente más amplia.

Es oportuno en este caso recordar la idea de Karl Kautsky, formulada durante la I Guerra Mundial, de que el capitalismo desembocaría en un "ultraimperialismo" cuando la política imperialista de ese entonces fuese suplantada por una nueva, ultraimperialista, que sustituiría la lucha entre capitales financieros nacionales por la explotación concertada del mundo a manos de un capital financiero internacional unido. Este fenómeno es por lo visto el que afrontan los pueblos desde 1945 y se produce a escala mundial una vez desaparecido el socialismo de Estado. Los Estados Unidos y la Europa comunitaria son los grandes protagonistas de este "ultraimperialismo", junto al Japón; la relación entre ellos es de comunidad de intereses y de competencia dentro del sistema en el que operan. La crisis asiática que estalló a fines de los 90, cuando varios de los países asiáticos en transición que hasta entonces se catalogaban de "exitosos" perdieron en poco tiempo una parte considerable de un bienestar duramente trabajado, demostró que los grandes beneficiarios de este fenómeno se hallaban en a ambas orillas del Atlántico Norte, en el "mundo del hombre blanco".

Esto concuerda con el enfoque de Wallerstein según el cual el capitalismo –originario de Europa– no dio a luz ningún imperio, sino un sistema mundial que pasó a convertirse en un sistema social de nuevo tipo. Éste abarca fronteras, estructuras, grupos miembros y leyes de legitimación, y consta de fuerzas en pugna cuyas tensiones mantienen la cohesión del sistema o amenazan con desintegrarlo. Cada grupo se afana sin cesar por modelar el sistema en su propio beneficio. Posee los atributos de un organismo en movimiento, de cambiantes estructuras, "pero que en su conjunto ha demostrado capacidad de supervivencia." El centro y la periferia se condicionan mutuamente en este sistema; la riqueza en el centro tiene como requisito la pobreza en la periferia. Y no funciona sin el Estado, por lo menos el Estado del centro: los sectores capitalistas necesitan de él para proteger sus intereses, imponer diversos monopolios y repartir sus pérdidas entre el resto de la población. Por eso, las estructuras del Estado son fuertes en los centros y más bien débiles en las regiones periféricas.

La interacción entre cooperación y competencia en el seno de esta estructura ultraimperialista es posible que no salte mucho a la vista en tiempos de paz: los temas en disputa son los aranceles entre EE.UU. y la UE, las normativas de la OMC, la soja transgénica. En estos años, no obstante, cuando EE.UU. apuesta por la guerra geopolítica para implantar un nuevo orden en el Cercano y Medio Oriente, para compensar con la fuerza de las armas su debilidad relativa en materia de competitividad económica y asumir el control de los precios del crudo mediante el petróleo iraquí, esa relación entre cooperación y competencia adopta una nueva dimensión. No sólo porque los gobiernos de Alemania y Francia, de acuerdo con Rusia y China y actuando, entre otros, por motivos económicos, trataran de impedir la guerra desde el Consejo de Seguridad de la ONU, sino porque coincidieron al mismo tiempo con la voluntad de la mayoría de los pueblos de Europa, más aún: del mundo entero. En Bosnia, Kosovo y Afganistán es posible comprobar sobre el terreno que esos protectorados imperiales se han establecido para largo y los gastos, como se sabe, corren a cargo de los demás, en cualquier caso no de los Estados Unidos. La excepción es Irak, donde han asumido ellos mismos el papel de protector, por el petróleo y otras causas. La expansión de semejantes estructuras protectoralistas a todo el mundo compromete en todo caso cada vez más recursos y fondos provenientes del sistema mundial capitalista, que ya no están disponibles para otros fines, e intensifica la resistencia del "Sur" contra el "Norte".

Perspectivas

(1) En un breve trabajo que tituló "Utopística", Immanuel Wallerstein ha bosquejado su punto de vista actual sobre las perspectivas del capitalismo. Su tesis dice así: el mundo atraviesa una período de transición. Una crisis estructural ha golpeado a los centros de la economía mundial a principios del siglo XXI. Las relaciones Norte- Sur, que están bajo el control de EE.UU. como potencia militar y de los beneficiarios de la economía mundial, se están desequilibrando y amenazan con el caos. La ideología liberalista y los proyectos de bienestar pierden credibilidad en los centros. Los radicalismos y los fundamentalismos pasan a primer plano en el Norte y en el Sur, en los centros y en la periferia.

Mientras que en su ensayo titulado "El capitalismo histórico" afirmaba veinte años atrás que este sistema disfruta de una notable estabilidad y de una gran capacidad de renovación, siendo imposible entrever su final, ahora sí que vislumbra sus límites históricos. El capitalismo funciona como "un sistema que admite y reafirma la acumulación interminable de capital". Los capitalistas necesitan a tal efecto un poco de Estado y estados en general. Desde la actual perspectiva es ésta quizá la razón por la cual el Banco Mundial y la Administración norteamericana temen la disolución de las estructuras estatales en la Argentina más aún que a un Presidente izquierdista como Lula en el Brasil, siempre que siga pagando la "deuda". La campaña anti-Estado que libra el neoliberalismo pretende cuestionar esta simbiosis de Estado y capitalismo, pero está socavando al mismo tiempo sus propias bases.

Wallerstein lleva a primer plano en especial cuatro elementos estructurales de una alternativa: primero, el establecimiento de empresas descentralizadas de utilidad pública que representen un modo de producción distinto al que se denomina "sostenible" y "economía local"; segundo, la introducción de unos ingresos mínimos garantizados y vitalicios para proporcionar acceso indiscriminado a la educación, la formación profesional, la salud pública, etc. Para salvar la biosfera exige en tercer lugar la internalización consecuente de todos los costos, incluyendo los necesarios para reproducir la biosfera. En cuarto lugar, todas estas decisiones deberían adoptarse democráticamente con la intervención de cuantos se vean afectados por ellas. Visto así, la democracia, la democracia participativa, es la clave propiamente dicha del cambio social. Cabe agregar que la medida imprescindible para realizar todas las demás consistirá en poner atajo a los provocadores de guerras.

(2) El enfrentamiento en torno a las alternativas será "una lucha a vida o muerte", porque "el objetivo radica en sentar las bases para el sistema histórico de los 500 años próximos." La estrategia belicista de EE.UU., cuyo elemento clave es actualmente la ocupación de Irak, no es la solución de este problema, sino uno de sus problemas fundamentales. Un fenómeno absolutamente concomitante con el surgimiento del sector internacional privilegiado y de los absorbentes mecanismos financieros virtuales es la necesidad que experimenta de contar con una "protección" militar contundente. De esta manera se va imponiendo la tendencia imperial que emerge del sistema mundial del capitalismo que sin embargo pierde flexibilidad por la misma razón. Wallerstein vaticina un período venidero de desorden, disolución y desintegración que podría durar medio siglo. El sistema actual no puede sobrevivir y en la época de transición pasará a primer plano el factor de la libre voluntad. Dicho de otro modo: de los actores –los que promueven el sistema y los que critican el capitalismo– dependerá el precio que vaya a cobrar ese período de cambio radical.

(3) Queda en pie el mensaje de los foros sociales de Porto Alegre: "Otro mundo es posible." Es dentro de este proceso donde se reorganiza la izquierda en todo el mundo. Cualquier modalidad de socialismo nuevo requiere una fundamentación democrática, lo cual obliga a su vez a redefinir las bases teóricas. Justamente el movimiento de los foros sociales revela que el poder opuesto al del capitalismo o al de su estructura imperial no procede de una vanguardia que se cree poseedora de la verdad histórica, sino del pueblo dueño de su destino. Nadie debe intentar siquiera domesticarlo.

En este orden de cosas estamos presenciando una asincronía entre lo que acontece en América Latina, por un lado, y en Europa, por el otro. En América Latina, los movimientos de izquierda, los socialistas, los que critican la globalización, acatando la lógica interna de sus propias luchas, han cobrado nueva fuerza y ejercen el gobierno en varios países. En Europa, en cambio, la izquierda sufre todavía ante el fiasco del régimen comunista, no sólo en los antiguos países comunistas, sino también en Europa Occidental. Son muchas las energías invertidas en el experimento comunista de 1917 a 1989. El capitalismo, sin embargo, reproduce la cuestión social en cada etapa de su existencia. Cuanto más agresivos sean sus intentos de expropiar a los distintos sectores sociales en el mundo entero, más adversarios se ganará. La historia no ha tocado a su fin: ha ingresado a una nueva fase. Entre algunos izquierdistas se nota en Europa la inclinación a proyectar sus propias esperanzas y deseos hacia América Latina, pero al mismo tiempo emergen los sectores resueltos "a hacer sus deberes" en el propio ámbito europeo.

(4) El siglo XXI puede abrir y abrirá de hecho una nueva era de libertad, justicia y solidaridad humana. Para que esto se cumpla, bastará con el anhelo de un número suficiente de hombres y mujeres que sepan transformar ese deseo en acción política en aras de un mundo mejor. Que sirva de testimonio el recuerdo de Unidad Popular.

Cuando se hable del 11 de septiembre, no pensemos primero en aquel día del año 2001 en que un grupo de terroristas delirantes arrebató la vida de millares de inocentes en los Estados Unidos, sino en ese otro 11 de septiembre de 1973, cuando la cúpula política norteamericana pisoteó la democracia en defensa del capital.