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Salvador Allende

12 de septiembre del 2003

El periodismo chileno en tiempos de Allende
Aquellos días de hace 30 años

Gladys Díaz
Paralelo 21
Pertenezco a una generación de profesionales que, en su mayoría, estudió periodismo, con vocación de servicio. Eran los tiempos en que, encendidos por la revolución cubana y los movimientos de liberación del continente, aspirábamos a ser, desde distintas trincheras, la voz de los que no tenían voz. Nos sentíamos transformadores sociales que encontraban que la vida y la profesión tenían un enorme sentido. Nos imaginábamos empinados en la cresta de la ola de la historia.

Mirando hoy día en retrospectiva ese final de la década de los sesenta y los tres años del gobierno de la Unidad Popular, me he preguntado cómo fue posible que hiciéramos tantas actividades en tan poco tiempo. żA qué hora dormíamos?... żA qué hora comíamos?... Eramos muy jóvenes y muy delgados, entonces. Creo que ninguno de los periodistas militantes recuerda ese período, como lo recuerdan seguramente otros grupos profesionales. Se habla de las colas para comprar, para conseguir comida. Es cierto que había colas. Nunca supe que algún periodista de las barricadas populares hubiera hecho cola para adquirir pollos, o leche, o lo que sea. En ese tiempo comimos tanto chancho chino, en sandwiches, frito con huevos, asado con papas, que sé de algunos que todavía sufren del estómago cuando lo recuerdan. Y cuando teníamos dinero, algunos íbamos a tomar jugos al Flora, de la calle Teatinos, o a comer al Danubio Azul, de la calle Merced. La comida no fue nuestra preocupación. Tampoco las colas.

La vida tenia tanto sentido. Vibrábamos en las asambleas de los trabajadores de la comunicación, reuniones que hacíamos en el salón de actos de la radio Corporación. Nuestro gremio tuvo y de eso me siento tan orgullosa, un alto nivel de politización. Los militantes y los independientes. Cada partido tenia sus aspiraciones, su programa, su manifiesto en el terreno de las comunicaciones. Discutíamos si era justo que hubiera una radio minería, de propiedad de los grandes consorcios cupríferos, donde no tenían voz los trabajadores del cobre. Lo mismo ocurría con la radio Agricultura, que se dirigía diariamente a los campesinos, pero con las voces del patrón. Aspirábamos a tener un comentario radial o una columna en la prensa, donde los periodistas expresaran lo que sus jefes habían censurado. Queríamos ser voz de los que no tenían voz. Toda trinchera era buena, el comando de los trabajadores de la comunicación, del cual fui su vicepresidenta nacional. O el sindicato de periodistas radiales, del que fui siempre, su presidenta.

Yo sé que los pares de mi generación que están presentes, recuerdan con emoción el congreso de periodistas de 1971,donde aparecieron las primeras exigencias para contar con medios de comunicación populares. Y mientras esa lucha se desplazaba, muchos de nosotros partimos a las bases, a hacer realidad el periodismo obrero, el periodismo poblador, el periodismo campesino, el periodismo popular. Con la Helen Zarur, joven periodista recién salida de la Chile, nos fuimos a Linares, a hacer microprogramas radiales con el campesinado. Helen, tomada presa en 1975 y torturada junto a su hijita de meses, nunca se repuso y se suicidó poco después en el exilio.

Con Peppone, con Augusto Carmona, con la Lucía, la Lely, la Doris y tantos otros, nos fuimos en las noches, a las industrias recién intervenidas, con sacos de dormir y termos a cuestas. Partíamos a las textiles. Para enseñar técnicas básicas de apoyo al periodismo que hacían los trabajadores, ya fuera en su periódico mural, o como en el caso de los trabajadores de Yarur, en el periódico impreso que llamaron ¨28 de abril¨, y del que se sentían tan orgullosos .Los fines de semana íbamos a las poblaciones, a la 23 de enero, a la Magaly Honorato, la 26 de julio, la Nueva La Habana. A mover mimeógrafos, a formar corresponsales de base, a enseñar lo mas rudimentario del periodismo. Para que el pueblo trabajador no fuera interpretado por terceros, para que el pueblo dijera su verdad, en su lenguaje, en su propia escenografía.

Fuimos periodistas de trinchera. Trabajábamos de día en los medios masivos de comunicación, en los ministerios, en relaciones públicas, en las intendencias y municipalidades, en las empresas, para ganarnos el sustento, y después seguíamos en asambleas, en reuniones, en talleres de periodismo popular, en rayados callejeros.

Si, también en rayados callejeros. Puedo ver en el recuerdo a Máximo Gedda, al flaco Ulises Gomez corriendo con los tarros de pintura y las brochas goteantes, cuando venía el radiopatrullas. Y cuántas veces, las piernas eran mas cortas que la velocidad del vehículo y se caía preso.

Y en la madrugada, yo que me había conseguido un rompefilas con no se quién, iba de comisaría en comisaría, pidiendo que liberaran a los colegas, para que se fueran a duchar y de ahí nuevamente al trabajo. Casi no se dormía. Eramos periodistas de trinchera. Y además de todo eso, trabajábamos en los respectivos departamentos de agitación y propaganda partidarios. Unos preocupados del diseño de los panfletos, otros del periódico. De las campañas a nivel nacional, de la propaganda a nivel sectorial. Nunca trabajamos tantas horas diarias, nunca volvimos a ser tan vitales, tan creativos. Teníamos tan poco materialmente, y nos sentíamos tan ricos, tan plenos, tan útiles.

En estos días se ha hablado mucho de los mil días de Allende, y salieron a flote las pugnas políticas, los desacuerdos, la falta de apoyo masivo a muchas reformas. Se han acordado de las colas, de que había mucho dinero y pocas cosas que comprar. Que los automóviles eran baratos pero que escaseaban. Que todos tenían Fiat. Pero casi no he oído decir lo que fue este periodo para la juventud, para los trabajadores. Era la apertura de la tierra mojada para depositar la semilla de una nueva sociedad. Eramos los granjeros preparando los surcos del mañana. Eramos los cosmonautas de la vida, tocando las estrellas y atreviéndonos a soñar, y a mirar la tierra en una perspectiva integral. Una tierra, esa tierra, donde nos relacionaríamos desde la solidaridad...esa tierra que imaginábamos con leche y miel para todos.

Venían los acuartelamientos de los uniformados y también nuestros acuartelamientos, los de los militantes. Días rápidos, urgentes, llenos de zozobra, de activismo. Vino el cuartelazo del 29 de junio, y los periodistas del Mir nos tomamos una radio. La Radio Nacional. Y allí nos atrincheramos. Después la radio fue comprada. Desde esa emisora, donde estuvimos, trabajamos y vivimos solamente algo así como dos meses y medio ,tiempo que hoy parece un pedazo tan largo, grande y profundo de la vida, pusimos todas las horas al servicio de nuestro pueblo. Fue la trinchera que no descansaba nunca y por donde desfilaron estudiantes, obreros, pobladores, empleados, profesionales, campesinos.

Era nuestra batalla contra el tiempo, el golpe se venía... y la radio era un buen medio para informar, denunciar, organizar, dar voz a los que no tenían voz. Allí estuvieron en el departamento de prensa que me toco en suerte dirigir, Jose Carrasco Tapia, Augusto Carmona, Lucia Sepúlveda, Patricia Bravo, Margarita Velasco, Patricia Mayorga, la Cheña Camus, Ulises Gómez, Ernesto Carmona en la gerencia de la radio. Fueron días mágicos pero muy stressantes. Dormíamos en los pasillos y en la sala de prensa, en sacos de dormir. Tomábamos mucho café, fumábamos una barbaridad y comíamos poco. Vivimos esos días con una intensidad tal, que no nos dimos el tiempo ni alcanzamos a prever la barbarie que se nos venia encima. Hablábamos del golpe, pero no comprendiendo a cabalidad la irrupción de monstruos que significaría.

Esa noche del 10 de septiembre, cansados, llenos de negros presagios, nos fuimos en grupo, a cenar al Danubio Azul. Estábamos tan cansados que hablamos poco, y nos reímos menos. Augusto Carmona dijo algo solemne que parecía una despedida. Peppone, que se nos unió más tarde, apuraba al mozo porque tenía hambre. Nos separamos en la madrugada cariñosamente, con abrazos apretados, presintiendo que podía ser la ultima vez que nos reuniéramos serenamente.

Y así fue. Vino la dictadura... la planta de la radio fue bombardeada, incluso antes de que se supiera que el golpe estaba en marcha. Yo sólo quiero recordar que ese grupo de periodistas que trabajó en la radio Nacional durante poco mas de dos meses, algunos de los cuales hoy día son héroes de este pueblo, se pudo comunicar muy rápidamente, por teléfono el día 11. Rápidamente nos coordinamos y se siguió recopilando información, igual que el día anterior... Solo que esa información ahora era dramática, dolorosa, escalofriante. Durante años pudimos sacar esa información al mundo, a través de las embajadas, a través de funcionarios internacionales que solidarizaban, horrorizados con lo que sucedía. Y después sacamos las fotografías. De las riberas del Mapocho, con teleobjetivos hacia el interior del Estadio Nacional. Más tarde, esos mismos periodistas creativamente inventaron las formas mas básicas y artesanales de impresión casera, usando fuentes de gelatina, timbres hechos con papas crudas, para sacar el periódico clandestino. Y nos fuimos todos a la clandestinidad a hacer periodismo.....y algunos hemos sobrevivido para contarlo.

*Discurso en el acto del Colegio de Periodistas, 8 de septiembre, 2003.
**Gladys Díaz, periodista de vasta trayectoria, estuvo presa y sufrió torturas en el campo de exterminio de Villa Grimaldi.

Radio Universidad de Guadalajara, México. www.radio.udg.mx