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Salvador Allende


12 de septiembre del 2003

La Unidad Popular chilena: Una experiencia para reflexionar

Daniel Campione
Rebelión
A treinta años del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, no es del todo fácil dejar el tono del repudio a la dictadura de Pinochet, del homenaje a los caídos en defensa de la idea del socialismo en Chile, y pasar al campo de la reflexión, procurando indagar qué elementos para el análisis, qué enseñanzas de cara al presente deja la experiencia de gobierno de la Unidad Popular. Pero, sin duda, vale la pena intentarlo.

Los 'eurocomunistas' del PC italiano, sacaron conclusiones de inmediato, a su modo: La transformación socialista en democracia no era posible sin el apoyo de las mayorías, lo que quería decir, sin el entendimiento con los partidos 'burgueses'. Emprendieron el 'compromiso histórico', que, como comentara en tono sarcástico Perry Anderson, consistía en comprometerse a dejar que los demócratas cristianos escribieran sólos la historia. Y de allí partieron a un imparable proceso de mutación socialdemócrata que finalmente les permitió llegar al gobierno, ya en los 90' y sin el molesto nombre de 'comunistas', para administrar lo existente, y de un modo que hubiera avergonzado incluso a socialdemócratas de unas décadas atrás.

Allí hay una vía de interpretación de la caída de Allende: No logró ampliar sus bases de sustentación, no alcanzó un pacto con las fuerzas que estaban a su derecha, pero no eran reaccionarias, básicamente la DC chilena, que debería haberlas incluido en el gobierno, o al menos abrir un espacio de amplia negociación. En esa línea de análisis, Allende avanzó demasiado en nacionalizaciones y medidas populares, y tuvo la dificultad de tener a su izquierda a los sectores radicalizados del Partido Socialista y al MIR, que procuraban acelerar la marcha y ahuyentaban a potenciales aliados y a sectores pasibles de ser neutralizados... Y si avanzar hacia el socialismo se mostraba imposible dentro de la institucionalidad parlamentaria, había que renunciar al objetivo, no revisar los medios.

Otros analistas ponen el énfasis en que la UP no supo defender con toda la energía su gobierno, que se confió equivocadamente en la supuesta tradición democrática de las Fuerzas Armadas, que Allende no clausuró a la prensa opositora más cerril, ni reprimió con toda la energía al terrorismo de Patria y Libertad, no armó a militantes y trabajadores que reclamaban fusiles para defender al que consideraban su gobierno. Se trataba entonces de seguir en la cautelosa vía emprendida, de un gobierno que fuese abriendo gradualmente las puertas para una 'transición al socialismo', pero con menos apego por las formas legales y las libertades públicas de los enemigos, utilizar la autoridad estatal a pleno para mantenerse en el poder a como diera lugar...

Cuando se examina las derrotas, se suele partir de la base de que un camino para evitarlas estaba allí a la mano, que solo la ceguera estratégica o la incapacidad de imponer una dirección efectiva acarreó el contraste final. Eso confiere un dramatismo al análisis que lo torna seductor y emotivo, pero no tiene por qué ser históricamente cierto. En ocasiones, sobre todo para la mirada de corto plazo, no hay un camino abierto hacia el triunfo, el bando adversario es lo suficientemente fuerte, el arraigo cultural de la visión hegemónica tan sólido, y las fuerzas revolucionarias tan débiles o inexpertas, como para que la experiencia progresiva esté destinada a la derrota...

Conclusión de este tipo sacó el propio Marx respecto a la Comuna de París, y ante la pregunta de qué hacer al respecto, su respuesta fue unívoca: Apoyarla con todo el ímpetu posible. Y la Comuna se inscribió para siempre entre las experiencias que ayudaron a pensar y actuar a los movimientos socialistas en todo el mundo, pese a su inviabilidad en la coyuntura. Ocurre que el mismo proceso político puede llegar a la derrota por caminos distintos, incluso opuestos, pero el valor de la experiencia que dejan, el que esta equivalga a la frustración duradera o al estímulo inmediato para volver a intentarlo, es radicalmente diferente. Se puede perder en el esfuerzo denodado por avanzar; también se puede sufrir la derrota a la defensiva, tratando de aplacar a enemigos que no pueden ni quieren saciarse con concesiones parciales...

Por tanto, creemos que no se trata de desgañitarse sólo en la búsqueda del por qué del contraste, y lo que es su reverso ineludible, de qué forma se podría haber cambiado el revés en triunfo. A veces resulta más interesante, de cara al futuro, preguntarse seriamente a dónde se quería llegar, qué tipo de poder se buscaba construir, que contradicciones y que fuerzas surcaban el campo de las clases populares actuantes, en fin, cuánto de impulso auténticamente revolucionario y sustantivamente democrático tenía el proceso, y cuáles eran los caminos que lo llevaban más hacia adelante.

La Unidad Popular llega al gobierno en el país de América Latina que, junto con Uruguay, tenía la más continuada tradición de democracia parlamentaria. Y en esa tradición se insertaba la izquierda marxista más poderosa de América Latina. Se vivía la coyuntura particular de esos años: la rebeldía global de 1968, el alza de la izquierda y de movimientos revolucionarios en diversas partes del mundo, el gran capital y su estado-guía comenzando a sufrir inopinadas derrotas, nuevas discusiones (o viejos debates reavivados y renovados al ritmo de la hora), sacudían a los socialistas del subcontinente en general, y a la de Chile en particular.

Si vía pacífica o armada, si revolución democrática o socialista, si la alianza era con todos las clases trabajadoras y explotadas o incluía a sectores no monopolistas de la burguesía... Todas esas divergencias se manifestarían en la izquierda chilena de los años de Allende, tanto la incluida en la Unidad Popular, como la externa al gobierno (principalmente el MIR). Aunque más gradualmente en América Latina que en Europa, las izquierdas tradicionales empezaban a estar sitiadas por la 'nueva izquierda', más crítica a la sociedad de consumo, a la moral tradicional, a las experiencias de la URSS y Europa del Este, propensa a construir una nueva libertad en la vida cotidiana, un concepto más rico de la acción colectiva; a menudo menos 'ortodoxa' en la concepción misma de partido, más valorizadora de lo espontáneo frente a lo organizado, a veces inclinada a dar un lugar importante a 'los pobres de la ciudad y el campo' sin la rigidez obrerista de los PCs. Aquellas grandes divergencias sobre estrategia, fueron a su vez atravesadas por las nuevas formas de ver la organización, el modo de vivir, las jerarquías, la ética revolucionaria. Desde Guevara a Marcuse, pasando por la revolución cultural, se manejaban herramientas ideológicas que hacían que las ortodoxias comenzaban a quedar acorraladas.

Y en medio de todas las discusiones y desacuerdos del momento, suscitadas en el clima de época del triunfo de la revolución cubana y su posterior resistencia exitosa a todas las acechanzas, del empantanamiento norteamericano en Vietnam, se destila una, que quizás mantenga un interés y actualidad mayor que las otras. En el gobierno de la UP predominaba la tesis de que eran las instituciones democrático-parlamentarias las que debían dirigir el proceso de transición. Las organizaciones obreras y populares debían acompañar la experiencia, movilizarse en favor de ella, pero no intentar forzar el ritmo, y menos aún probar de cambiar el carácter del régimen, auspiciar formas de autogobierno de las masas, de'doble poder', atizar cambios en las relaciones de propiedad desde la iniciativa popular y no la 'institucional'.

Como no podía ser de otra manera, en un proceso con la raigambre popular de la UP, y con el variopinto arco de izquierda que la conformaba, precisamente fueron ese tipo de acciones las que realizaron obreros urbanos y rurales, campesinos, estudiantes, fuerzas de izquierda por dentro y por fuera de la Unidad Popular. Tomas de fábricas, campamentos de pobladores 'sin casa', tomas de tierras por movimientos indígenas, y ya avanzado el proceso, iniciativas de coordinación y articulación, como las coordinadoras de cordones industriales y la asamblea del pueblo de Concepción, organizaciones de autodefensa, y también órganos populares de autogobierno como los comandos comunales y los cordones industriales. Y los sectores más radicalizados propiciaban un cambio de la institucionalidad, una superación de los límites de la democracia representativa...Y allí se manifiestan las lineas de debate fundamentales, las sempiternas dicotomías sin resolver: Iniciativa popular o cambios 'desde arriba', institucionalidad parlamentaria u organismos de democracia popular semi-directa y directa, avance por medio de la legislación o 'empoderamiento' por parte de los hasta ese momento desposeídos.

El gobierno de Allende, o las líneas predominantes en él, subestimaban el verdadero carácter de clase del estado chileno, el poder burgués diseminado por una amplia gama de instituciones, no justipreciaban la posibilidad de que se produjera un quiebre, tal como el 'golpe'. Los 'de abajo', radicalizados, y alentados por la presencia de un gobierno que consideran como propio, irrumpieron procurando un 'orden nuevo' que llevaba ciertas marcas del caos, de lo espontáneo e inmanejable. Se da así un conflicto cuya sustancia no pasa necesariamente por lo más o menos radical de las reformas producidas, o por la amplitud de las expropiaciones a los capitalistas, sino por el alcance de democratización radical, de cambio efectivo en quienes ejercen el poder y las modalidades con que lo hacen.

Es cierto que la prudencia 'programática' tiende a maridarse con la voluntad de mantener toda la iniciativa posible en manos del aparato estatal, y Chile no fue la excepción en este tema, y quien es deseaban hacer avanzar la historia a toda velocidad se apoyaban en la insolencia de los movimientos populares que no querían saber de gradualismos ni pactos. Pero en el fondo se enfrentaban la apuesta a transformar la sociedad sobre la base del cuadro institucional existente, o la de construir poder 'desde abajo' para enfrentarse a un poder de clases dominantes que llegado el momento crítico no respetarían legalidad ni instituciones. Esta bifurcación de caminos al interior de las fuerzas revolucionarias, trae reminiscencias de la de la España de la guerra civil, pero a diferencia de allí, no se dio como ruptura, como paso a la oposición, sino con un tono de 'unidad en la diversidad' que; sin embargo, no logró evitar la parálisis cuando la perspectiva del alzamiento militar se convirtió en una amenaza inmediata...

El hecho es que los capitalistas chilenos, los partidos de la derecha, el conjunto de las fuerzas más conservadoras, así como las empresas multinacionales y el estado norteamericano, reaccionaron con la misma furia que si se enfrentaran a una revolución socialista en toda regla, a una dictadura proletaria decidida a implantar el 'terror rojo'. Confirmaron una vez más el aforismo que dice que la democracia es un juego que sólo se juega mientras se respeta la preeminencia burguesa, de lo contrario el capital se lleva la pelota.

Desde el desabastecimiento al sabotaje, terminando en el terrorismo abierto de P y L, desde lock outs patronales a la movilización de las amas de casa, e incluso la huelga de sectores obreros descontentos, ninguna medida opositora fue ahorrada. Pero todas las instituciones estatales se abroquelaron para acorralar y finalmente declarar ilegal al gobierno, le inhabilitaron ministros, le presentaron demandas en contra desde la Controladuría. Y la 'prensa libre' llamó a derrocar y hasta a asesinar al presidente, mientras se desplegaba todo el arsenal ideológico anticomunista de la 'guerra fría'. Y en cuánto las circunstancias se lo permitieron, echaron mano al recurso del golpe militar (alentado por los norteamericanos, que a su vez contribuyeron a preparar el clima con un boicot económico en toda la línea), demostrando que el amor a la democracia va siempre muy por detrás del apego a la propiedad privada, y el 'constitucionalismo' de los militares una fidelidad menos firme que la que las instituciones armadas suelen brindar al gran capital.

Una conjunción de fuerzas sociales y políticas que podía impulsar una revolución, se había circunscripto (al menos a nivel de la dirección estatal) en la construcción de un gobierno popular y democrático, y de todas maneras se produjo el golpe, la derrota, la clausura de la democracia a favor de una dictadura sangrienta. No se tomó el camino del enfrentamiento armado con la reacción, pero ésta igual pasó por las armas a miles de militantes y dirigentes de la izquierda.

Y el golpe no fue uno de 'transición', de rápido llamado a elecciones, sino 'constituyente' (en el sentido no sólo institucional sino político-cultural del término), tendiente a establecer un nuevo orden socioeconómico, una constitución autoritaria, una democracia restringida, todo aquéllo que garantizara no sólo el entierro de las conquistas de la UP, sino, mucho mas allá, que las bases organizativas y de conciencia que había movilizado el gobierno de Allende no pudieran reconstituirse por toda una generación. Una década y media después pudieron irse recuperando las formas democráticas, pero ya con la Concertación en vez de la Unidad Popular, con la política del gran capital apenas maquillada de reformismo, y bajo la conducción compartida de partidos que habían sido protagonistas de la UP, como el PS. Queda demostrado que la hegemonía quedó en manos del gran capital para toda una época...

Tal vez, cabe hoy reflexionar una vez más sobre la tentación al retroceso, a abandonar el objetivo socialista por temor de los altos riesgos que implica, y reafirmar la idea de que lo que ocurre es que no puede hacerse la revolución sólo con los instrumentos diseñados para impedirla, y que la profundidad de los procesos revolucionarios no se mide sólo (y quizás no tanto) por el número de empresas nacionalizadas o la suma de héctareas expropiadas, sino por quiénes, y de qué forma, tienen la verdadera capacidad de decisión, la efectividad de la iniciativa, la dirección, en fin, del proceso social y político. Como la España del 36, la Italia de los consejos obreros, la Rusia de Octubre y los años posteriores, los 1000 días de la Unidad Popular son un rico campo para el estudio y el debate en torno al objetivo de arribar a una sociedad no capitalista, y la voluntad de no conformarse con nada menos que eso...