CON CIRO BUSTOS, UNO DE LOS GUERRILLERO EN BOLIVIA
Esta es una historia en dos actos acerca del posible Judas que habría
traicionado al Che Guevara. El primer acto ocurrió hace treinta años, el segundo
hace pocas horas, cuando se estrenó en Buenos Aires el documental sueco
"Sacrificio", que intenta rescatar de su condena al argentino Ciro Bustos, el
"traidor oficial" de una historia en la que el intelectual galo Régis Debray
aparecía como "héroe", aunque su conducta oculta estuviera muy lejos de
justificar ese lauro. Entre el primer acto y el segundo median tres décadas de
silencio.
Miguel Bonasso
Bustos, su mujer y su hija en el primer encuentro con Miguel Bonasso, 30
años atrás, en Chile y luego de ser liberado.
Cuando vi Sacrificio, la película sobre Ciro Bustos, quedé sacudido por una
coincidencia que me tocaba muy de cerca: los cineastas Erik Gandini y Tarik
Saleh (hijos de inmigrantes que se casaron con bellas suecas) aportaban
declaraciones y documentos decisivos para apuntalar los dichos del pintor
mendocino y arrojar una espesa duda sobre el autor de Revolución en la
revolución. Gandini y Saleh rondan los treinta años, la edad que tenía el autor
de esta nota cuando se cruzó con el pintor mendocino Ciro Bustos, lugarteniente
de Guevara en el ambicioso proyecto de crear varios Vietnam en el Cono Sur. Un
mismo sentimiento unió a dos generaciones en 1970 y en el 2000: la voluntad de
escuchar la versión de Bustos.
En diciembre de 1970, quien esto escribe era un joven periodista que desconocía
muchas cosas: desconocía, por ejemplo, que la derrota más amarga es la derrota
del revolucionario, ese curioso espécimen humano que según Ernesto Guevara, "no
es una persona normal". En aquella época trabajaba para la extinta revista
Semana Gráfica de Editorial Abril, que hace muchos años redujo sus operaciones
al Brasil. Y Semana me envió al Chile de Salvador Allende junto con el fotógrafo
Carlos Dulitzky.
La nota fue publicada el primero de enero de 1971 y sólo la tenacidad del jefe
de archivo de Página/12, Arón Citrimblum, me permitió reencontrarme con ella
hace apenas tres días, después de haberla buscado durante años.
En diciembre de 1970, el gobierno militar boliviano, a cargo del general
progresista Juan José Torres, acababa de amnistiar a dos prisioneros extranjeros
condenados a 30 años de prisión por pertenecer a la guerrilla guevarista: Debray
y Bustos. Ambos habían permanecido más de tres años en la prisión de Camiri, en
los tiempos duros del general René Barrientos.
Llegamos a Santiago de Chile cuando los liberados aún estaban en el norte, en
Iquique. En la capital chilena había clima de euforia: se vivían los primeros
momentos del gobierno popular de Salvador Allende. Como buenos argentinos
nosotros también padecíamos de francofilia y considerábamos a Régis Debray como
"la nota". "Esa es también nuestra culpa –escribiría después en Semana Gráfica–
no haber buscado a Bustos de entrada." En ese pecado nos acompañaron varios,
entre ellos los cubanos. Y el propio gobierno popular del Chicho Allende que
alejó a Debray del periodismo, en un operativo con ribetes jamesbondescos. Así,
mientras el intelectual por quien se había movido el establishment francés,
permanecía recluido en una casa de Santiago, el diario oficialista La Nación
publicaba una inventiva crónica sobre su descenso en el aeropuerto de Los
Cerrillos.
Con Dulitzky íbamos de un lugar para otro, como bola sin manija, hasta llegar a
estropearnos la Nochebuena. Una fuente "segura" de la sección cultural de El
Mercurio nos había dado "la posta" de que Debray pasaría la Navidad en la famosa
residencia de Pablo Neruda, en Isla Negra, y hacia allí nos fuimos con una carta
de recomendación de esas que no pueden fallar. "Llegamos a la hermosa residencia
justo sobre la última campanada de las doce. De adentro de la casa sólo venía el
rumor del mar y no se veía un alma. Eso nos dio mala espina. Un criadito de unos
quince años se acercó a ver quiénes eran los temerarios que venían a interrumpir
la cena de Nochebuena de Don Pablo. Le dimos la carta y para nuestra desilusión
el poeta de Residencia en la tierra no se dignó a saludarnos. Sólo se limitó a
informarnos, a través del mensajero, "que ese señor que ustedes buscan no ha
venido. Que ha dejado recado que va a venir pero todavía no vino". Le deseamos
felices fiestas a Neruda y nos volvimos a Santiago. Al día siguiente comprobamos
que la "mufa" no era sólo nuestra: el "misterio en torno a Debray" (como
titularía el diario comunista El Siglo) comenzaba a indignar a la propia prensa
chilena. A tal punto que en su edición del 25 Puro Chile titulaba: "A DEBRAY LO
DEJARON LIBRE EN BOLIVIA Y LOSECUESTRARON EN CHILE". Radio Portales, por su
parte, insinuó que el intelectual que había enunciado la teoría foquista, "temía
la requisitoria periodística" porque esta lo obligaría a "explicar su confesión
acerca de la presencia de Guevara en Bolivia".
El nuevo gobierno, para deslindar responsabilidades, le pidió al francés que
hiciera algo y Debray envió una carta al ministro del Interior, José Tohá, en la
que agradecía a las autoridades chilenas "por haber accedido a mi solicitud de
residir en Santiago con la mayor discreción posible".
Comencé entonces a pensar en nuestro olvidado compatriota Ciro Bustos. .De
pronto alguien largo el chimento: Bustos está en el hotel Conquistador y para
allí partí, sin Dulitzky, que aguardaba en el hotel Carrera completamente
desesperanzado. Mientras caminaba bajo el solazo del mediodía santiaguino
repasaba mi información sobre tan controvertido personaje de la guerrilla
boliviana. Varias razones me lo hacían terriblemente atractivo para un intenso
buceo psicológico. Bustos no había recibido ningún pedido internacional en su
favor. No hubo escritores argentinos que imitaran a (André) Malraux, (François)
Mauriac y (Jean Paul) Sartre en sus rogativas por Régis Debray. No hubo
funcionarios de nuestro país que olvidando diferencias ideológicas, como lo hizo
(Charles) De Gaulle, interpusieran su influencia ante las autoridades
bolivianas. No hubo periodistas que recordaran que él también estuvo en Camiri,
no hubo comisión de ayuda. No hubo fondos. No hubo nada. Sólo sospechas que se
contabilizan fácilmente. Sospechas que arrancaban de sus famosos dibujos
entregados a los investigadores de la CIA: dibujos del Che y de otros
guerrilleros que, según algunos, equivalieron a una confesión".
"Pensaba si Bustos querría hablar conmigo, cuando lo descubrí en el hall del
hotel. En ese momento lo estaba reporteando el Canal 7, único medio de prensa en
el mundo que lo había ubicado hasta ese momento. Mientras él hablaba, con voz
baja y grave, su esposa Ana María conversaba con una amiga porteña. Sus pequeñas
hijas, Paula y Andrea, correteaban entre los sillones."
Yo escuchaba la entrevista, observaba a esas niñas que se reencontraban con su
padre tras años de ausencia y pensaba como desdoblarme para ir hasta un teléfono
para llamar a Dulitzky y hacerlo venir a toda velocidad. No fuera a ser que se
nos evaporase la nota. Pero Bustos, que tenía unos 38 años y aparentaba más por
su pelada y su gravedad, me recibió con gran cordialidad y se mostró dispuesto a
esperar al fotógrafo. Cuando regresé del teléfono fuimos al bar. Las nenas
seguían jugando. Bustos, obviamente, las malcriaba. Ana María se "quejaba": "es
un sobreprotector, me va a echar a perder todos los esfuerzos para educarlas".
Llegó Carlitos, el fotógrafo, que era muy observador y me hizo notar lo que
había dicho Paula, la mayor: "Es una familia, toda una familia". Y nosotros
estábamos allí, avergonzados de interferir en el reencuentro familiar.
Cuando salimos a comer ya parecíamos viejos amigos. Ana María sólo me pidió. "No
pongas todas estas cosas. No queremos aparecer llorones ni declamatorios."
Bustos, por su parte, hablaba con respeto del pueblo boliviano: "Yo no quisiera
decir nada que resulte una agresión para ellos. Ni que la cárcel era pestilente,
ni miserable, ni acusarlos de cosas de las que no tienen la culpa".
En el restaurante, cálido de maderas y sabrosos aromas marítimos, Bustos me hizo
un largo relato acerca de su vinculación con el Che, al que había conocido en
1961; me reveló que en una reunión secreta, Guevara le había explicado que el
objetivo estratégico de la guerrilla en Bolivia era la toma del poder en la
Argentina".
Llegamos entonces al punto álgido de la charla. Le pregunté si había leído lo
que decía de él Oriana Fallaci en un reciente reportaje a Elisabeth Burgos, la
mujer de Régis Debray. No lo había leído. Lo llevaba encima y se lo pasé. Le
marqué un párrafo muy duro: "El único que habló fue CiroBustos que, atemorizado
por la amenaza de muerte contra su mujer y sus hijos, el 23 de abril dibujó el
retrato de doce guerrilleros entre los que se encontraba el Che".
"Es totalmente falso lo que dice Oriana Fallaci ahí", dijo Bustos, levantando la
vista. "De cabo a rabo. Debe haberse inspirado en el libro que escribieron dos
bolivianos con materiales suministrados por la CIA. Mirá, si querés que te
cuente esto prestá mucha atención porque explicar esto es muy importante para
mí."
Entonces hizo un extenso y pormenorizado relato que publiqué de manera textual
en Semana Gráfica. Sintéticamente Bustos explicó lo siguiente:
Después de tres meses de estar detenido e incomunicado, había logrado mantener
la ficción de que era un inocente que había ido a una reunión guerrillera
engañado. Ese papel, que lastimaba su orgullo, tendía a preservar a la
estructura clandestina que estaba en Argentina y a lograr que le levantaran la
incomunicación para enviar un mensaje a sus compañeros de afuera. Cuando
advirtió que su interrogador no era boliviano, sino un agente de la CIA, decidió
ganar tiempo y confianza del interrogador, para evitar que le aplicaran ciertos
métodos sutiles, "que ellos tienen cuando quieren arrancar las cosas".
Desde el 22 de abril hasta mediados de mayo trató de que creyeran que su
identidad era la que figuraba en el pasaporte que llevaba y juró que era un
periodista al que le habían prometido una reunión en La Paz y luego lo habían
llevado –bajo protesta– a un campamento guerrillero en Ñancahuazu. Dijo que no
había visto al Che y a ningún cubano.
Este "verso" habría durado hasta mediados de mayo, cuando la inteligencia
militar demostró que el pasaporte de Bustos era falso, que Ramón era el Che
Guevara y que había en la guerrilla 17 cubanos.
"Además no te olvides –dijo textualmente– que se había producido la involuntaria
confesión del Loro Vázquez, el guerrillero que estaba herido y al que Eduardo
González de la CIA le montó una mise en scène para que creyera que un periodista
enviado por (Fidel) Castro quería saber noticias del Che. Noticias que le dio a
ese falso periodista. Además, a mí me hicieron escuchar la cinta en donde Debray,
ante la evidencia de lo del Loro, también admitía que había venido a hacerle un
reportaje al Che y que lo había conseguido.
"Así que la presencia del Che ya era innegable. Así pues les digo: ‘Empecemos de
nuevo’. Doy entonces mi nombre verdadero, mi verdadera dirección. Reconozco que
mi verdadera profesión no es periodista sino pintor.
¿Y cómo justificás tu presencia en la guerrilla?
–Bueno ahí cambió la cosa. Pero sigo negando mi vinculación con la guerrilla.
Por eso invento un personaje ficticio, Isaac Rutman. El me ha dado el pasaporte,
él me invitó a Bolivia para participar en una reunión de izquierda y hasta me
dio el dinero para viajar. Y yo al venir he sido engañado: la reunión no es en
La Paz sino en el interior y finalmente me encuentro llevado al seno de un grupo
armado. Digo que Rutman me ha elegido porque creyó que yo había estado vinculado
con la experiencia guerrillera en Argentina de los años ‘63 y ‘64, pero yo
"aclaro" que mi única relación verdadera era con un comité de solidaridad en
defensa de los presos políticos.
–¿Y esta nueva versión es creída?
–Hay dudas, claro. Me llevan a la granja Rinconcito, donde también me interroga
un funcionario argentino de Coordinación Federal. Me dice que en el país hay
solamente dos Isaac Rutman y que ninguno es el hombre que yo digo.
Bustos se planta en su versión. Un nuevo agente de la CIA, Gabriel García, llega
en reemplazo de Eduardo González y se muestra muy interesado en elotro personaje
ficticio, Andrés. Tanto el argentino como el de la CIA dudan ahora de que Bustos
sea pintor y le piden que dibuje al Che.
"Al comienzo me niego (siguiendo la comedia) pero en mi fuero íntimo veo que es
una excelente oportunidad para llegar a convencerlos de la existencia real de
Andrés y Rutman como enlaces claves. Dibujo pues al Che, cuya presencia en
Bolivia ya era conocida y él mismo me había autorizado a revelarla si me daban
evidencias y dibujo a otros guerrilleros que me consta han sido vistos por
oficiales y soldados que la guerrilla ha tomado prisioneros. Esta gente está
identificada y por unos dibujos con parecido más aparente que real no van a
identificarlos. Además no tienen nada que ver con los combatientes cubanos cuyas
fichas la CIA presentó, incluidos los que estaban con el Che, que figuraban
afeitados, con pelo corto, con su peso normal y con traje. La identificación
vino luego en agosto cuando encontraron las cuevas repletas de documentos de
identificación y miles de fotografías. Como yo había supuesto estos dibujos los
alentaron a tratar de obtener los rostros de Andrés e Isaac Rutman... Respecto
del físico de Andrés ya nos habíamos puesto de acuerdo con Debray; en cuanto a
Rutman le imaginé los rasgos de un viejo amigo que no veía hace muchísimos años.
Un muchacho judío que trabajaba como marinero... (Hasta aquí yo venía escuchando
con lógico interés pero muy lejos de saber lo que venía y me involucraba)
–Era un muchacho macanudo –seguía Ciro–. Un gran tipo aunque no tenía nada que
ver políticamente conmigo. Creo que era socialista de los de (Américo) Ghioldi o
algo así. Bueno este hombre tenía unos rasgos judíos muy pronunciados y yo me
puse a recordarlos para darle más realismo a mi personaje imaginario...
Cuando Bustos llegó a ese punto de su relato me empezó a acosar una intuición
imposible.
–Perdón –dije, sin creer lo que yo mismo iba a preguntar–. Ese Isaac Rutman de
su relato ¿se llamaba Isaac Shusterman?
Ciro pegó un respingo. Ana María exclamaba: "¡Pero esto es magia!"
¡Isaac Shusterman! Un montón de imágenes de mi infancia se arremolinaban en la
mesa de aquel restaurant chileno. Lo había conocido allá por mis ocho años y era
amigo de mis padres. Por una extraña casualidad yo también lo había elegido para
una ficción: era el personaje central de una novela que nunca pude terminar...
Todos estábamos fascinados con la casualidad que acababa de producirse....
Treinta años más tarde, aquel encuentro navideño reverdece como revisionismo,
como polémica, en la mirada de dos jóvenes y talentosos cineastas suecos. Ni
ellos ni yo estamos en condiciones de probar que el hombre solitario que pasea
su perro y sus recuerdos por las frías calles de Malmö, hizo los famosos dibujos
para salvar a los enlaces de afuera, como asegura. Pero hay por lo menos un dato
que para mi no ofrece dudas: pasados 30 años vengo a comprobar que al menos una
parte del relato del pintor mendocino es rigurosamente cierta: en el documental
aparece el retrato del inexistente Isaac Rutman y es idéntico a Isaaquito
Shusterman.
EL INTELECTUAL FRANCES SEGUN CABLES DE LA DIPLOMACIA BRITANICA