Quizás
como una consecuencia de la crisis del proyecto neoliberal, y del auge del
movimiento de masas contestatario, la figura de Ernesto Che Guevara levanta
entre una nueva generación, atención y admiración. El Che además de ser
profundamente latinoamericano, -su acción y su reflexión están indisolublemente
ligadas a la maduración de la revolución en América Latina- tiene también una
proyección internacional.
Es a la vez un intelectual revolucionario –de los poquísimos consecuentes- y un
socialista renovador. Entre esas dos dimensiones puede quizás, intentarse situar
su influencia en América Latina y su influencia internacional. La pasada y la
actual.
En vida las cosas no fueron color de rosas, el revolucionario y sus convicciones
chocaron más de una vez con las exigencias de la política práctica. A veces
exigencias geopolíticas, a veces las determinadas por la economía.
De su observación latinoamericana, el Che tomará la absoluta convicción de que
nuestras burguesías están agotadas históricamente. No pueden encabezar las
trasformaciones agrarias, burguesas, manifestadas en el latifundio y las
plantaciones. No pueden tampoco desarrollar las fuerzas productivas y conducir
una industrialización –se los impide el mundo occidental capitalista y en
América Latina, muy especialmente, los Estados Unidos. Esa debilidad de la
burguesía hace que el ejército sea el instrumento que mantenga la dominación
sobre la población trabajadora por métodos crueles y directos. En países que son
principalmente agrícolas, que cuentan en sus exportaciones por los productos
agrícolas son entonces las masas explotadas del campo la principal cantera
social de las fuerzas de la revolución. El proletariado industrial, fuerte en
algunos países y con riquísimas tradiciones de organización y de lucha no puede
avanzar hacia una sociedad postcapitalista sin el apoyo social de las masas
campesinas. Es necesario entonces un bloque revolucionario, donde al lado de
esas fuerzas sociales fundamentales se inscribe la intelectualidad crítica.
Pero la acción revolucionaria del Che se inscribe en un tiempo histórico
concreto. Los nuevos revolucionarios chocan con la incomprensión cuando no la
desconfianza de los antiguos revolucionarios. La frialdad hacia el Che de un
revolucionario como Mao, que paradojalmente tiene muchos puntos de cercanía en
su experiencia vital con el Che es, por lo menos, curiosa. Mao también fue
guerrillero, táctico y estratega brillante e insuperable y después como
conductor aportó quizás las páginas más importantes sobre las crisis
revolucionarios post-capitalistas. Ambos tenían una preocupación genuina por las
reacciones conservadoras, por la degeneración del proyecto socialista. Y sin
embargo en su momento no se entendieron. Lo mismo puede decirse de la Unión
Soviética, pero allí el proceso era mucho más complejo. No existía en la
conducción una generación revolucionaria, sino una generación de burócratas
stalinistas. Para esa burocracia la estabilización de las relacciones
internacionales era más importante que la revolución. El Che y todos los
revolucionarios que producían revoluciones significaban complicaciones. Tanto en
el plano internacional como en el plano interno. Obligaban a la burocracia a
renovarse, a contemplar críticamente su propia legalidad antes las masas,
legalidad que habían usurpado con el stalinismo.
Este es posiblemente el macrocosmos en el que Che se mueve, después viene otra
dimensión, el microcosmos regional, el de América Latina.
Cuba está en el centro de ese microcosmos regional. Es una revolución socialista
enfrentada frontalmente al imperialismo norteamericano en su patio trasero y al
mismo tiempo en el medio de una polémica ideológica del campo socialista. Ese
enfrentamiento de corrientes fue el fundamento del fracaso de la revolución en
América Latina. Marcó el punto más alto de la inmadurez de las conducciones
políticas. Las reformistas y la de intención revolucionaria. Aquella
inmadurez de las conducciones la han pagado con su sangre principalmente los
pueblos, particularmente las masas trabajadoras. En el Che se reflejan
personalmente esas tensiones. Su enfrentamiento con Monje las personaliza.
Muy otra hubiera sido la historia, si esas conducciones políticas hubieran
estado a la altura de las circunstancias. Si hubieran comprendido que la
revolución está madura en América Latina, particularmente en las fuerzas
sociales. Las masas después, solas, han seguido avanzando, buscando caminos. A
veces con un saludable instinto, practicamente sin conducciones. A veinte años
de la revolución cubana, se produce la revolución nicaragüense y en pleno
retroceso de la acción, en Brasil, en Ecuador, en Colombia, en Venezuela y en
México asistimos a renovaciones variadas, de diferente signo, con diferentes
características, todos movimientos que surgen del hambre de justicia social. A
la sombra de estos movimientos maduran otros, que en estos mismos momentos están
creciendo. Son amenazas reales a este neoliberalismo que Samir Amin ha querido
definir como la mundialización desenfrenada.
Al Che muchos han intentado fijarlo en la imagen del guerrillero heroico.
Particularmente Cuba. Y sin embargo una parte muy importante del revolucionario
que es el Ché es a la vez participante activo con la acción, pero también
pensador crítico de la obra. Celosamente vigila lo que construye, revisa cada
jalón, se vuelve críticamente contra su propia obra y también contra la obra
socialista ajena. Su discurso en el balcon de Argel, en momentos de la guerra de
Vietnam es una acusación muy seria contra la acción de gran potencia de la
entonces Unión Soviética. Sus discrepancias con respecto a los estímulos morales
o materiales, en el debate interno cubano, son también conocidas. No quiere
decir esto que el Che siempre tenga razón, más de una vez se equivocó. Su
proyecto de insdustrialización podía tener limitaciones. Pero los
revolucionarios no nacen como Minerva armados de pies a cabeza. Se forjan
construyendo. Lo que separa a un revolucionario de un burócrata socialista, es
que no cree que con la toma del poder en un país subdesarrollado, estamos
ya en el socialismo. El Che fue profundamente conciente del problema. Llamaba
socialista a lo que sabía era una sociedad post-capitalista, revolucionaria, en
avance hacia el socialismo. En aquellos tiempos el Partido Comunista de la Unión
Soviética habia proclamado que en la URSS estaban ya en otra situación y de esto
hay documentos públicos que no dejan mentir a nadie. El Che entonces se bate en
un terreno concreto, se bate con mitos inclusive aceptados y casi santificados.
Mitos del pensamiento socialista que proclamaba "el primer estado obrero" y
mitos en la misma Cuba. Hoy los mismos que lo censuraron en cierto momento, han
rectificado rumbos. Bienvenidas sean todas esas rectificaciones. Pero no por
ello debemos olvidarnos de ciertos pecaditos que en su momento no fueron tan
veniales. Es allí donde quizás se encuentra la preferencia por el
"revolucionario heroico", la otra dimensión implica discusiones muchos más
pesadas.
En sus dos vertientes, aspectos complementarios de una unidad intrínseca, el Che
pese a su juventud descolló. Abrió un surco y una marca indeleble. Era
indudablemente un pensador original, un observador sagaz. Y ese tipo de
personalidades fuertes, hechas en la acción, acostumbrados a la admiración de
otros hombres, no son seres comunes y corrientes. Están en la categoría de los
dirigentes. Pretender apresarlos en un molde es un imposible. Inclusive cierto
cubano que fue su mejor soldado en la experiencia boliviana, cuando señala que
el Che podía ser extraordinariamente duro, tiene razón.
Después viene su último combate. Cuando decidió ser Ramón en Bolivia. El
episodio tiene más de un punto oscuro. Lo tendrá aún en el futuro cuando más de
un archivo y más de una memoria se abra, libre de contrapesos que todavía pesan.
Allí el viejo guerrillero joven, el ex-ministro, vuelve a ponerse el uniforme y
elige un símil: se reconoce como un aventurero al estilo de Don Quijote. El uno
montado en su Rocinante, el otro a cuestas de sus maltrechos pulmones. Pero
ambos caballeros en un sentido que el mundo entero no puede entender. Caballeros
de verdad. Sin tacha y sin mancha.