Jorge Luis Cerletti |
Estado, democracia y socialismo.**
Por Jorge Luis Cerletti
La Fogata
1) Introducción.
A partir de las derrotas de los movimientos de liberación nacional en los setenta y de la implosión del campo socialista con su preludio simbólico en 1989, año de la caída del muro de Berlín, se consolidó la hegemonía del neoliberalismo como expresión del gran capital que dominó el escenario mundial, fenómeno llamado "globalización".
A comienzos de este siglo, en varios países de Sudamérica se produjeron distintos sucesos que alteraron los niveles de sometimiento padecidos durante el período previo. Producto de tales sucesos se abrieron diversas expectativas y creció con fuerza el debate político en la región. Parte destacada del mismo lo ocupa la significación del Estado, la Democracia y el Socialismo, categorías atravesadas por la cuestión del poder que es fundamental para su evaluación política y para apreciar el lugar de interpretación.
Con el propósito de apuntar algunas ideas acerca de la tríada señalada y de ponderar sus alcances en la etapa actual, exponemos las siguientes definiciones generales que sitúan nuestro punto de vista:
El Estado es la principal institución macro destinada al ejercicio del poder. A lo largo de la historia resultó una creación política al servicio de sectores minoritarios que, directa o indirectamente, detentaron su control e impusieron sus intereses a sus respectivas sociedades. Los interregnos emergentes de las grandes rebeliones y luchas populares, aun en los momentos de importantes logros emancipatorios, no pudieron revertir el carácter de dispositivo de dominación inmanente al Estado.
Sus instituciones constituyen un producto histórico propio de cada orden social y no obstante las notorias diferencias de época y de las particularidades de cada caso, el Estado conserva dos cualidades fundamentales que lo singularizan: ser el principal organizador jurídico-político de las relaciones sociales y a la vez el garante del mantenimiento del orden frente a los conflictos generados por la explotación y la dominación que invisibiliza. Acorde a ello, se naturaliza su poder como única forma de preservar la convivencia social y se legitima su manejo del aparato represivo.
La Democracia es una forma de organización política para ejercer el gobierno del Estado. Originaria de Grecia (varios siglos a. de C.), literalmente significa "dominio o poder del pueblo". Sus distintas manifestaciones presentan dos formas básicas: la democracia representativa y la democracia directa. La primera plantea que "el pueblo" gobierna a través de sus representantes. La segunda demanda asambleas abiertas con participación colectiva y plural para tomar las decisiones que afectan al conjunto, sin intermediarios. Aquélla rige a los Estados modernos autotitulados democráticos en tanto que la última enfrenta los problemas que derivan de poblaciones numerosas y de la cultura jerárquica dominante. Por eso aparece como incompatible para gobernar el aparato del Estado con su organización piramidal en tanto que históricamente se mantiene la representación que implica delegación de poder.
El Socialismo, en su vertiente marxista-leninista, impulsó una política revolucionaria que luchó por instaurar un orden social superador del capitalismo. Buscó poner fin a la explotación y la dominación y tuvo principio de ejecución en los inicios de las grandes revoluciones del siglo XX. Propugnó la socialización de los medios de producción y en su fase superior, la extinción del Estado. Sin embargo, el devenir de dichas revoluciones desembocó, crudamente o de modo subrepticio, en fenómenos de regresión capitalista y en formas de dominación tradicionales.
Esas categorías forman parte de la lucha política por su importancia simbólica que juega un rol sustantivo en el debate actual. Apropiárselas adecuando su significación a los fines propios, resulta un valioso recurso para las disputas en el campo de las ideas. Y cuando se consolida la hegemonía cultural política de los sectores dominantes éstos consiguen legitimar su discurso y desactivar la resistencia de los oprimidos. En contraposición, desmitificar ese discurso y gestar tendencias contra hegemónicas es una de las tareas insoslayables para quienes impulsan la emancipación.
2) Contradicciones y expectativas en torno al Estado.
El sistema capitalista, considerando su historia, es una vía que no conduce a sociedades más justas, equitativas y en las que la vida digna esté al alcance de todos. Al contrario, sus antecedentes exhiben un panorama de depredaciones humanas y ecológicas que se pretenden enmascarar naturalizando el desarrollo de las fuerzas productivas (1). A ello aporta el deslumbramiento por los impactantes avances materiales debidos a la revolución científica y tecnológica en curso. Fenómeno que alimenta el espejismo sobre la engañosa idea de "progreso" cuya fuente energética es la ambición más despiadada tras la ganancia. Como si ése fuera el único camino posible y resultara ajeno al envilecimiento ético y al deterioro de nuestra especie al calor de quienes hacen de su rapacidad una virtud.
Este señalamiento es sólo una primer aproximación a la compleja problemática contemporánea. Dado que el capitalismo hegemoniza las relaciones sociales del planeta, las resistencias a su voracidad asumen distintas formas. Lo común son las pujas para modificar el grado de sometimiento y disminuir los niveles de explotación mejorando las condiciones de vida de la población subalterna. Esto es parte de la lucha de clases que bajo la hegemonía actual dista mucho de originar una mutación del orden existente. Sin embargo, en los poros de la sociedad vieja surgen protagonistas y brotes de lo nuevo que abren posibilidades de futuras transformaciones. Y sobre esos dos andariveles, lo viejo y lo nuevo, se anudan los desafíos de la emancipación cuyo rumbo tiene que ver con las creaciones políticas capaces de gestar opciones reales.
Reconocer que hoy el capitalismo reina urbi et orbi, evidente realidad, plantea desde el inicio contradicciones e incongruencias pues su imperio, en rigor, muestra una unidad fragmentada. La diversidad cultural, política, económica y social planetaria presenta distintas formaciones capitalistas y regímenes de gobierno. Cabe preguntarse entonces: ¿dentro de qué márgenes y perspectivas se proyectan esas diferencias?
Acotando geopolíticamente la cuestión, tomaremos principalmente a Sudamérica y a nuestro país como principales escenarios para encarnar las categorías objeto de este ensayo que, por su alto contenido político y peso histórico, influyen decididamente en las polémicas del campo popular. Comencemos por referirnos al Estado en esta etapa.
En la última década se ha restablecido una fuerte corriente política en el subcontinente que rescata la importancia del Estado. Y para evaluar sus posibilidades aceptemos como hipótesis inicial que los gobiernos "populares" que controlan el Estado quieren limitar el poder de las grandes corporaciones y atenuar la influencia de los centros de poder mundial. En esa sintonía se inscriben varias medidas, desde las más radicalizadas hasta las más tibias, pero que responden a ópticas dispares y confusas si se observan las manifestaciones políticas de sus gestores.
Ejemplifiquemos lo dicho con una secuencia descendente respecto de los cuestionamientos a los dictados del poder hegemónico e indiquemos las formulaciones ideológico-políticas respectivas: "Socialismo del Siglo XXI", "Capitalismo Andino", "Capitalismo ‘Serio´ de orientación industrialista" (neodesarrollista) y agreguemos, según nuestro criterio, a los que designamos como "Capitalismo endeble" y "Capitalismo corporativo de tradición nacional-expansiva". Aquí excluimos a los gobiernos que asumen expresamente los mandatos del gran capital, hoy los de Colombia, Perú y Chile. Complementamos aquella secuencia siguiendo el orden de los países que la encarnan: Venezuela y Ecuador; Bolivia (mezcla de las dos primeras formulaciones); Argentina; Uruguay-Paraguay; y finalmente Brasil.
Referirnos a aquellas variables emblocándolas bajo el término "populismo" nos parece erróneo por más que esté de moda y sea del gusto de quienes lo descalifican como de los que lo asumen de buen grado. Pensamos que resulta un término que no ayuda a esclarecer la situación que transitamos. Remite a otros períodos en que pivotaba entre capitalismo y socialismo mientras que en esta etapa sólo sirve de muleta político conceptual por ausencia del campo socialista.
Empecemos por no confundir gobiernos con Estado. Aquéllos surgen de la luchas políticas sectoriales que son de carácter contingente mientras que el Estado es una macro institución estructural y estructurante. La capacidad de maniobra de un gobierno se desenvuelve, metafóricamente hablando, dentro de dos cercos o anillos limitantes, uno corresponde al orden social que confiere su particularidad al Estado; el otro, a su cualidad histórica como dispositivo de dominación (ver introducción). Los espacios políticos delimitados por esos cercos son flexibles en función de las luchas de clases y sectoriales inherentes a cada sociedad. Pero mientras la ruptura del primer cerco implicaría un cambio de orden social, la ruptura del segundo aún constituye una deuda pendiente de las políticas de emancipación. Es que el Estado sigue rigiendo y la duración de su existencia (probablemente longeva) resulta impredecible tanto como su anclaje en la cultura que tenemos incorporada.
Dentro de ese cuadro el orden capitalista subsistirá de no mediar una verdadera ruptura. Las experiencias que produjo el llamado "socialismo real", eufemismo que desacopla el proyecto socialista de sus efectos no deseados, desdijeron lo que se creyó constituía una ruptura. O sea, el fenómeno de descomposición interna de esas sociedades exhibió el enorme obstáculo que significa sobrepasar el segundo anillo. Y ésta no es una mera especulación teórica sino la evidencia concreta que dejaron los sucesos de fines del Siglo XX. Ocurrió todo lo contrario de la extinción del Estado prevista por Marx y Lenin refutando sus ideas al respecto (2). Es que el presunto Estado Revolucionario, con su concentración de poder, resultó uno de los grandes promotores de la implosión del campo socialista, tema que ya hemos abordado en otros textos. Lo imprevisto y negativo de ese acontecimiento dejó sin sustento a la concepción marxista del Estado y fogoneó la búsqueda de nuevos horizontes.
Ahora, trasladados al presente, aquél fenómeno inimaginable en los inicios de los 70 llama a la reflexión sobre las acechanzas que conlleva la propuesta de "recuperar el Estado", política que hoy impulsa la corriente mencionada en varias de las naciones sudamericanas. Piénsese que a pesar de sus notorias diferencias, el factor común de mayor peso es que, en lo fundamental, todas funcionan en base a relaciones capitalistas. Aparecen entonces contradicciones entre el grado de independencia relativa de los países y su inserción en el mercado mundial y entre los márgenes de maniobra que otorga el control del aparato estatal y el peso de los grupos de capital concentrado. En última instancia, los límites que presenta la situación actual remiten a las leyes del sistema. Sin embargo, las luchas políticas de los distintos actores generan tensiones de variable magnitud y crean posibilidades de transgresiones y de rumbos imprevistos.
Es que en esta década se abrió en Sudamérica un espacio cuyas proyecciones no deben tomarse a la ligera. Está gestándose un polo regional integrado por varios países que, como dijimos, se desarrollan dentro del marco del capitalismo. Lo cual supone que el proceso de concentración, la pugna por la ganancia y el reparto de la riqueza junto a las disputas competitivas, pondrán a prueba las políticas de los gobiernos más radicalizados en la medida en que pretendan frenar la dinámica de la concentración y ni qué decir si plantean un cambio de sistema como los que responden a la consigna del Socialismo del Siglo XXI.
Como señalamos, los límites estatales de la política de emancipación quedaron claramente expuestos en función de las experiencias vividas en el siglo XX por el comunismo y los movimientos de liberación nacional. Es más, nuestra propia experiencia también lo corrobora si apreciamos la historia del peronismo real. Pero hablar de límites supone una perspectiva estratégica lo cual no excluye que se transiten momentos favorables a los intereses populares dentro del marco del sistema. Sólo que si esa perspectiva se circunscribe al desarrollo capitalista y no se gestan políticas que lo desborden, tarde o temprano se producirá la regresión de dichos momentos.
Esto último presenta otro tipo de interrogantes que sintéticamente los podríamos dividir en dos niveles interrelacionados. El primero se vincula con los alcances actuales del Estado-Nación, en particular en países subalternos como los sudamericanos, incluido Brasil cuya fortaleza relativiza el adjetivo. El otro, es el referente a las resistencias de los de abajo que resultaron fundamentales para el ascenso de los mencionados gobiernos. Y en especial, las luchas que portan semillas de lo nuevo, como ser las del 2001/02 en Argentina, el Caracazo en Venezuela, las "guerras" del Alto en Bolivia, las rebeliones populares en Ecuador, el zapatismo en México (aunque pertenece a América del Norte, lo incorporamos por su importancia e influencia).
Del seno de esas experiencias, directa o indirectamente, nace otra concepción acerca del Estado y otro modo de hacer política. Se cuestiona el principio clásico de la "toma del poder" y se promueven políticas independientes o a distancia del Estado (3). Se trata de crear y de impulsar organizaciones independientes donde circule el poder, vale decir, que las decisiones no se concentren en cúpulas que se perpetúen en el mando, sino que sean rotativas en función del crecimiento y protagonismo de sus miembros. Desde luego implica un proceso azaroso, con marchas y contramarchas y donde, entre otras cosas, habrá que resolver el arduo problema de la representación. Pero impulsar una política a distancia del Estado no quiere decir ignorarlo ni desentenderse de las acciones que de él derivan y que tiñen las distintas coyunturas.
Según cómo se encare esta cuestión surgen divergencias y polémicas entre los que propiciamos políticas independientes del Estado. Existen interrelaciones entre lo viejo y lo nuevo que no nos parecen descartables ni ajenas a la construcción de una política emancipatoria. Esto supone captar los momentos que favorecen la incubación de lo nuevo a pesar de los conflictos y las sustantivas diferencias con las políticas estatales. Y en ese plano ubicamos esta movida de los gobiernos que intentan desplazar el eje de las decisiones político-económicas al ámbito local y quieren recuperar los mecanismos de regulación económica del Estado. Así se da la contradicción sobre el papel atribuido a un mismo Estado, lo cual expone las disputas sectoriales y vuelve a plantear, en otra instancia, los alcances y perspectivas de los Estados-nación subalternos. Tal situación implica la problemática de los tiempos que es indisociable de cualquier trayecto emancipatorio.
Lo novedoso de esta coyuntura no es el intento en sí mismo sino que se da luego de la formidable ofensiva neoliberal de los noventa y sin la existencia del "segundo mundo" socialista como factor internacional equilibrante. También que se mantiene no obstante la gran crisis mundial capitalista iniciada en el 2008 con epicentro en los países del primer mundo. Y como la misma cae fuera de la temática de este trabajo y ya la abordamos en artículos anteriores (4), no nos detendremos en ella.
En cuanto a la construcción de un polo regional traccionado por una subpotencia como Brasil, pareciera brindar la posibilidad de un desarrollo político-económico con cierta independencia de los factores de poder mundial (a eso le llamamos neodesarrollismo). No obstante sus avances no le vemos una perspectiva promisoria por las contradicciones de intereses entre las respectivas burguesías dentro de las que se pueden incluir las burocracias estatales. Sin embargo, comparado con el período de la feroz ofensiva neoliberal y ni qué decir con las dictaduras genocidas, esta etapa emerge, en el más modesto de los casos, como "un veranito de San Juan". Y a pesar de los riesgos implícitos, creemos que ese espacio político abre posibilidades aprovechables para los gérmenes de lo nuevo.
Uno de los problemas irresueltos de éstos es su alto grado de aislamiento respecto del conjunto de la sociedad. Es que las contradicciones emanadas de la política tradicional no tienen que desestimarse en base a un finalismo abstracto sino que deben servir para potenciar la política propia en las coyunturas que lo justifiquen. Máxime si se piensa que el futuro se construye desde el presente. Lógicamente las distintas interpretaciones motivan polémicas. Pero lo que nos parece erróneo es igualar situaciones de manera indiscriminada cualquiera sean las circunstancias que se den.
Como es obvio, mientras exista el Estado capitalista las políticas que giran alrededor del mismo continuamente tenderán a cooptar a todo lo que escapa a su esfera de influencia. Es otro de los problemas a resolver porque resulta unilateral externalizar los males que nos aquejan cuando lo primero que tendríamos que hacer es interrogar a nuestra praxis. En ese sentido surge una pregunta disparadora: ¿por qué se diluyó la potencia del movimiento asambleario del 2001/2002? Deuda pendiente para quienes nos movilizamos tras nuevos horizontes.
En la misma proporción que la política se sumerge en lo inmediato, crecen las dificultades para concebir una construcción tendiente a la emancipación que es de carácter estratégica. Y la necesidad de articular ambos niveles corre a la par de la exigencia de contar con proyectos que orienten la praxis y generen trayectos que vayan aportando nuevas opciones.
Esa exigencia eleva a primer plano el tema de la democracia y el socialismo por su rol histórico y su alto contenido político estrechamente ligado a la "muleta embrujada" del Estado. Sostén que posibilita dar pasos pero del que debemos prevenirnos pues orienta por caminos que tienden a alejarnos de los principios y fines de la emancipación.
3) La democracia y los espejismos del discurso hegemónico.
Espejismo: "Ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta, con lo cual los objetos lejanos dan una imagen invertida,…//2. ilusión..." (diccionario de la Real Academia Española)
La democracia representativa es la estrella política en el firmamento de Occidente. Los fulgores de dicha estrella encandilan generando ilusiones y esperanzas. Pero cuando se contrasta con los hechos la imagen que ofrece el discurso hegemónico, comienzan a esfumarse los espejismos que distorsionan su verdadera naturaleza. Espejismos valorizados en el imaginario social de nuestros países por contraposición a los horrores de las dictaduras militares que asolaron nuestras tierras.
Sabido es que la modernidad acuñó el concepto de democracia, afín a gobierno popular, lo que fue sintetizado en la frase emblemática: "Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo". La que tuvo encarnación en la República en el orden institucional y en la democracia representativa como forma de gobierno.
Obviando aquí las interpretaciones que suscita el término pueblo (5), ahondemos en la significación de la democracia representativa que patrocinan los mentores y beneficiarios de las potencias occidentales y que ahora, en lo que va del siglo, alcanzó vigencia en nuestro continente pero incorporando ciertas señales de rebeldía.
Digamos que entre el "del" y las preposiciones "para" y "por" existe una tácita contradicción. Enunciar el gobierno del pueblo no se aviene con el "para y por" pues remiten a la delegación. En cambio, si el gobierno fuera efectivamente del pueblo la delegación resultaría una mención carente de sentido. Es que el lenguaje, por ser polísémico, se presta a los equívocos y a las trampas en su empleo.
La democracia representativa ostenta una larga historia pero el "gobierno del pueblo" es un eufemismo que evidencia el espejismo que crea esa idea ya que el pueblo, en verdad, es el gobernado. Luego, quedan disimuladas las luchas por el poder que fundamentan la susodicha democracia. Aquí coexisten dos sesgos diferentes aunque íntimamente relacionados. Uno, los obstáculos reales que supone el autogobierno de sociedades numerosas. El otro, de hondo significado político, la problemática de la representación.
"La representación es una figura milenaria inherente a los estados que instrumentan los gobiernos y las organizaciones en general. Desde las teocracias esclavistas del lejano oriente pasando por las monarquías absolutas del siglo XVIII hasta llegar a las actuales repúblicas democráticas, la representación resulta el embudo que transvasa el poder de las mayorías a las minorías y que permite sobrellevar los conflictos posibilitando el funcionamiento colectivo. Conviene recordar que esta figura ha salido airosa de las crisis y revoluciones más profundas de la historia cualquiera fuese la forma con que emergió después de cada colapso."
"Entendemos que la representación no es sinónimo de poder, luego debemos establecer la diferencia. La representación indica delegación de poder en alguien pero asimismo presupone que esa delegación de poder está ceñida a un mandato conferido por otros. O sea, el poder de decisión de alguien, en tanto no se independice de los otros, indica una atribución otorgada voluntariamente que le concede un poder relativo y acotado. En cambio el poder es la capacidad de decidir por otros, de imponer la propia voluntad per se. Y no se trata de una diferencia de grado puesto que la voluntad que debiera expresarse a través de la representación es la de los otros mediada por el representante. Y aquí, en la mediación, aparece el nexo y el principio de trastocamiento."
"Lo que tienen de común consiste en el desplazamiento del sujeto de poder velado por la mediación. Como producto de ello se efectiviza el poder que representa lo que no es para imponer su realidad oculta. Se manifiesta así la operatividad de la figura constituida en vía regia para el ejercicio del poder lo cual es sustancialmente funcional a todas las organizaciones jerárquicas." (6)
La representación acarrea una tensión permanente entre representantes y representados que oscila entre la armonización de intereses hasta su franca adulteración, pero siempre conservando la diferencia de poder entre unos y otros que es el vivero de la dominación.
Si introducimos ahora estos conceptos generales en la conflictiva actualidad aparece un núcleo dominante que se distribuye y a la vez disputa el poder en el mundo. Quizá lo más ilustrativo resulte apreciar las jerarquías de poder que atraviesan el planeta junto a la fachada institucional con que se exhiben. EE.UU., Alemania, Inglaterra, Francia y Japón, potencias rectoras del capitalismo, asumen la democracia representativa con sus diferencias y matices y la erigen en el modelo que deben seguir los demás. Dentro de ese grupo de potencias centrales está claro que la gran burguesía (diferenciaciones internas aparte) ejerce la hegemonía en sus respectivas naciones y áreas de influencia. La excepción a nivel potencias es China conducida dictatorialmente por el Partido Comunista. Pero "milagros" de estos tiempos, el PCCH. gobierna esa nación "socialista" impulsando una economía capitalista que conlleva su poderosa matriz cultural.
Lo anterior se complejiza cuando se introduce a las grandes corporaciones en la ecuación de poder mundial, porque sus intereses permean a los países dominantes aportando la savia de sus políticas que se expanden y condicionan al resto del planeta. Esto amplía el enmascaramiento de la representación en virtud de la ingerencia de instituciones privadas, ajenas en apariencia a la política pública, que controlan al Estado realmente y lo subordinan a sus negocios. Sea mediante el concurso de gerentes en puestos importantes de gobierno, funcionarios que pasan a cargos ejecutivos de las corporaciones, usufructo del erario público, presiones de lobbys empresariales, etc.etc. Todo lo cual no es más que un efecto del formidable proceso de concentración y centralización del capital. Quizás el ejemplo más instructivo de lo que significa la democracia representativa para la política hegemónica resulte la guerra de Irak que desataron las grandes potencias. Invadieron a ese país alegando que lo hacían para derribar a un peligroso dictador que comprometía la paz de la región y para llevar la democracia a la sufrida población. Mintieron alevosamente pues las armas nucleares que dijeron tenía el dictador, publicitada causa de la invasión, tuvieron que desmentirla. Además, pocos años antes armaron al mismísimo régimen de Hussein en su guerra contra Irán, en tanto que la "democracia" injertada resultó una mezcla de ejército de ocupación y de corrupción mientras el pueblo "salvado" padeció una agresión bélica que dejó un enorme tendal de víctimas civiles. Y como colofón de tamaño cinismo, los verdaderos beneficiarios y motores de la guerra son los trust petroleros y armamentistas.
Ahora cambiemos de escenario y volvamos a Sudamérica. La historia de la democracia en el subcontinente y en nuestro país es muy conocida. Pero aquí nos interesa señalar los cambios del imaginario político-ideológico en este período en que el discurso hegemónico exalta a la democracia como forma de vida idílica y al margen del orden social que la cualifica y sostiene. Empezando por su identificación con la democracia representativa "realmente existente" ligada a la política espectáculo. En ese sentido, los efectos hegemónicos se reflejan en el hecho de que su discurso prendió en vastos sectores del voluble espectro llamado "progresista", otrora impugnadores de la democracia desde distintos posicionamientos "revolucionarios".
Como es obvio, no se trata de un giro meramente individual sino que se produjeron dos acontecimientos correlativos determinantes del "cambio de época": el triunfo de las dictaduras militares genocidas sobre los movimientos populares y la desestructuración del socialismo, a nivel Estados y de ideologías. En este último aspecto, con el adjetivo de burguesa antes caracterizábamos y descalificábamos a la democracia. Algo tan cierto como inexacto pues lo que realmente generaba los conflictos y grandes resistencias masivas de entonces era la proscripción lisa y llana del peronismo, el mayor movimiento popular argentino. Sólo que el mismo expresaba un frente clasista.
Pues bien, desde el punto de vista de las clases que controlan y usufructúan estas democracias, la supremacía de la burguesía hoy es tan vigente como antaño. Pero en el caso de nuestros países subalternos y en las actuales circunstancias, tal calificativo es insuficiente por varios motivos. Enumeremos algunos: el alcance de la categoría clases sociales está en discusión que abarca también a la teoría marxista; hoy no existen en el mundo opciones emancipatorias como expresión de una clase; la burguesía está tan fragmentada como el resto de la sociedad y la hegemonía de las grandes corporaciones no inhibe alianzas sectoriales que le disputen el control del Estado a pesar de su incuestionable dominio económico. Aunque este breve punteo resulte incompleto, plantea incógnitas acerca de las posibilidades que brinda el Estado y la democracia representativa como soportes de los sectores subalternos. En ese plano, un tema candente y polémico son las perspectivas políticas de los estados nacionales y de los agrupamientos regionales respecto de los centros de poder mundial.
Pensando en la situación actual de Argentina, promover una política "nacional y popular" que recupere el control político-económico del Estado dentro del marco capitalista, pareciera un revivals poco promisorio. Aclaremos de entrada que las fuerzas políticas que se desenvuelven en el terreno electoral se han polarizado. Que en esa oposición binaria no incluimos al llamado centro izquierda cuya ambigüedad y peso electoral han tenido variados altibajos a lo largo del tiempo, al igual que sus propuestas "progresistas" adaptadas a la legalidad del orden capitalista (Chacho Alvarez dixit). Y lo hacemos no sólo por los contradictorios alineamientos de este sector sino porque los mismos nos parecen de menor envergadura política que la del oficialismo como para tomarlos de referentes de las políticas estatales. En cuanto a la "izquierda" anquilosada, la descartamos pues, aunque pueda molestar, representa la inocua negación sistémica del sistema.
Quizás el mayor mérito de la conducción cupular del gobierno sea su capacidad táctica, tanto en la promoción de sus iniciativas como para reaccionar frente a sus errores. Desde junio de 2009 a la fecha ha transcurrido un lapso pródigo en ejemplos que lo atestiguan. Y aquí se abre una doble instancia para el debate que también comprende a las experiencias afines que se dan en Sudamérica no obstante sus notorias diferencias.
Tomando a nuestro país como caso testigo "intermedio", si se evalúa al gobierno comparado con la ola neoliberal de los noventa, no existen mayores dudas acerca de su carácter positivo (soslayamos a los que hacen "su agosto" criticándolo). Y si nos ceñimos a la lógica de las políticas estatales, el kirchnerismo representa lo más potable de "lo posible" que es lo tolerable dentro de las reglas del sistema.
Pero la cuestión cambia de color cuando se piensa en sus proyecciones y en su metodología de construcción. Son otros los requerimientos y aquí no sirven las comparaciones con la pobreza de la "oposición", servil a los grupos de poder que a la vez están preocupados por la incapacidad y mezquindades de aquélla para construir un frente común.
Pareciera que "el modelo" que procura llevar adelante el kirchnerismo apunta a gestar un segundo estado de bienestar, proyecto que muestra un lejano parentesco con las políticas del primer gobierno peronista dadas las distintas circunstancias actuales producto del proceso de acumulación capitalista y de su inserción internacional.
No hay dudas de que el capital concentrado interno y externo es económicamente hegemónico en el país. ¿Cómo se concilia esto con el presunto estado de bienestar? Porque la burguesía nacional, llamada a darle sustento productivo a un proyecto "nacional y popular" con vistas al desarrollo del mercado interno, hoy es muy endeble comparada con la que existía en los años 40/50 y por más que entonces fuera mayoritariamente refractaria al peronismo. Y justamente ese poder hegemónico se opone a asignarle al Estado el papel de regulador de la economía por más que en los últimos años el crecimiento económico del país, en función de aciertos del kirchnerismo y de condiciones favorables del mercado mundial, oxigene tal perspectiva política.
Cabe una reflexión sobre tal perspectiva en el marco de la democracia representativa vigente. Ya expusimos básicamente nuestra interpretación acerca de ésta y en cuanto a gestar políticas independientes, sobrepasar los límites de la representación tradicional exige articular el presente con el futuro desde otra praxis. Esto supone un lento proceso de construcción política que genere subjetividades autónomas del poder del Estado y que abran nuevos espacios favorables a su acción. Proceso que debe ir creciendo a partir de lo local y que implica transitar por una delgada cornisa que separa autonomía de autismo. Porque negar la política estatal omitiendo sus contradicciones y desconociendo por principio sus hechos positivos, es encerrarse en una postura que inexorablemente conduce al aislamiento. Y esto, en verdad, perjudica el desarrollo de políticas a distancia del Estado dificultando la expansión de la participación popular que de por sí tiene que remontar el enorme contrapeso de la cultura dominante.
Un ejemplo concreto de lo que queremos decir surge de la ley de medios que contó con una genuina participación ciudadana en su elaboración. La difusión del debate expuso el manejo mediático de los grandes grupos económicos, la gravitación política de sus "formadores" de opinión, la manipulación informativa de la autodenominada "prensa libre" y la importancia de la transparencia. Y aunque el gobierno no resulte ajeno a los manejos que critica, esa movida contribuye a generar conciencia en la sociedad en sintonía con reivindicaciones afines a la emancipación. Mas, para que ésta tenga encarnadura deben desarrollarse opciones políticas propias
4) El socialismo y las paradojas del poder.
"…sino logramos des-privatizar la política, entendiendo, de manera muy simple ésta como la "manera de auto-regular la convivencia común, de dialogar, de confrontar, de decidir y de "ejecutar". (" Palabras en el 2º viento" de Oscar Olivera)
En cuanto se plantea la emancipación con un horizonte post capitalista emerge una paradoja de nuestro tiempo. La historia de la lucha de clases y la cultura política que tenemos interiorizada nos hacen asumir, casi como acto reflejo, la necesidad de acumular poder como precondición de cualquier transformación del orden social. E inmediatamente se asocia al Estado con la gran palanca de cambio y objeto de aquella acumulación. Del examen e interpretación de la lucha de clases nació la convicción revolucionaria de la "toma del poder" o sea, de la toma por asalto del aparato del Estado. Pero, luego del triunfo, los sucesos posteriores sorprendieron con una novedad paradojal: la historia reciente demostró que semejante palanca terminó constituyéndose en un instrumento al servicio de la dominación.
En la cita que transcribimos se plantea "desprivatizar la política" y esta sintética formulación contiene un significativo potencial para las nuevas ideas que vienen circulando desde la implosión del campo socialista y de la profunda crisis político-ideológica que acompaña a dicho acontecimiento.
Reflexionemos sobre esa original formulación. Privatizar habla de relaciones económicas y proviene de una matriz indisociable del régimen de explotación capitalista: la propiedad privada. En tanto que la política es el campo en el cual se dirimen las luchas por el poder. En esos dos planos se verifican, respectivamente, relaciones de explotación y relaciones de dominio que en forma indirecta asocia el enunciado. Porque desprivatizar la política supone que ésta es objeto de apropiación como lo es la que se ejerce sobre el trabajo ajeno, o sea, la explotación. Ese lazo virtual sugiere los fines de la emancipación: terminar con la explotación y con la opresión. Y fue la teoría marxista la que desnudó la estructura capitalista basada en la explotación y la dominación y la principal fuente donde abrevaron los revolucionarios en procura de lograr una sociedad más justa, igualitaria y libre. No obstante, la certera crítica a la política burguesa no percibió las falencias propias que quedaron fuera de su campo visual. Así se llevó a la práctica la idea política de "la dictadura del proletariado" (7) como medio para la construcción de una sociedad liberada ("sin clases"). En realidad, en esa línea y sin proponérselo, se estaba vulnerando el íntimo nexo entre la explotación y la dominación. Es que, por un lado, la socialización de los medios de producción fue una bandera indeclinable de las revoluciones socialistas y requisito básico para terminar con la explotación. Mientras que de otro, el eje vertebral de su política fue la dictadura de clase y no la socialización del poder.(8) Obviamente se pueden alegar muchas justificaciones históricas pero lo concreto es que esa política condujo a las dictaduras de los aparatos y, por esa vía, a la restitución de la explotación capitalista.
Hoy se puede afirmar que los puntos 2 y 3 de los tres extractados de la carta de Marx (ver nota 7) que señala como sus aportes originales y que da por demostrados, no se cumplieron y desembocaron en la comprobación opuesta. Lo cual en nada empaña el talento de Marx que fue el máximo referente durante casi 150 años de la lucha en el planeta contra la explotación y el sometimiento. Pero una de las deudas pendientes fue el fallo implícito en la cuestión del poder, tema irresuelto hasta nuestros días y eje principal de las ideas y experiencias innovadoras en el presente. En ese sentido, lo que expresa Olivera en el final de la cita coincide con nuestra orientación e integra el amplio espectro de quienes buscamos romper los condicionamientos del orden existente que nos maniata desde afuera y también, en cierta medida, por dentro.
Cuando se enfoca la situación actual para establecer rumbos favorables al desarrollo de las experiencias que promueven la emancipación, surge la paradoja comentada. La concentración de poder pareciera el camino para producir cambios de envergadura dadas las condiciones vigentes, entonces ¿qué sería necesario crear para no reproducir las experiencias propias y ajenas al respecto? Porque como hemos visto, la movida política que se desarrolla en Sudamérica, sin excepciones, gira en torno al control del Estado. Y contrariamente a lo acontecido con los golpes militares, el ascenso de los gobiernos de tinte popular provino de elecciones limpias que, a primera vista, constituyen la base de su poder. Mas, fueron las grandes puebladas las que posibilitaron la mayoría de esas victorias, al menos en los casos de Bolivia, Venezuela, Ecuador y Argentina. Y no es casual que en los tres primeros se levante la consigna del Socialismo del Siglo XXI ya que existe una notoria correspondencia con la profundidad de las rebeliones populares.
Su fuerte carga simbólica, en este período de "globalizador" conformismo capitalista, tiene relevancia en tanto contribuye a que se piense lo inmediato ligado a proyectos de futuro. No obstante, el audaz lanzamiento de esa propuesta de amplia repercusión en nuestras latitudes, entendemos que presenta una significativa semejanza con el socialismo del siglo pasado. Esto entra en contradicción con el propósito de rescatar el potencial transformador del socialismo, hoy sumido en profunda crisis. Situación que demanda reflexionar y debatir en torno a las ideas y propuestas que procuran abrir nuevos cauces hacia la emancipación. Y como ésa es la intención de quienes propician el Socialismo del S.XXI y en razón de las expectativas que despierta, merecería un análisis pormenorizado cuya extensión desbordaría los límites de este ensayo. Luego y a título ilustrativo, aquí sólo apuntamos algunos juicios que exponen nuestra interpretación referida a varios de sus fundamentos teóricos. (9)
En consecuencia, las opiniones siguientes son sintéticas referencias críticas acerca de los fundamentos que no compartimos. A saber: a) la concepción de la vanguardia y del poder es análoga a la que caracteriza a la praxis tradicional; b) tiene una mirada evolucionista y positivista al igual que sus ideas sobre la ciencia; c) la "economía de equivalencias" que plantea como modelo, a pesar de sus aportes tecnológico-científicos, no rompe con la teoría del valor y se basa en un economicismo que desvaloriza a la política; d) la democracia participativa que propone, valioso aporte, está en contradicción con la concepción del poder que sostiene, e) según lo anterior y considerando las antecedentes históricos, las proyecciones de esta política no rebasan las barreras del capitalismo de Estado.
Ahora bien, lo más valioso de esta etapa son las movilizaciones populares que produjeron resultados importantes, como ser: la visibilización social y el ascenso político de los pueblos originarios, la defensa de la vida y de la naturaleza en el planeta, la crecientes luchas de género y contra toda forma de discriminación, la independencia política que alcanzaron varios movimientos sociales con su otro modo de concebir el poder, la valorización de la democracia directa, expresiones significativas de políticas de signo emancipatorio que se diferencian y a la vez presionan al Estado. En ese marco, las contradicciones que se generan con los gobiernos de tinte popular alcanzan distintos niveles según los casos. Sin embargo, opinamos que no hay que antagonizarlas pues Sudamérica vive una situación de futuro incierto en la que se deben preservar los espacios que puedan favorecer a las nuevas tendencias que precisan desarrollarse en la sociedad. Éstas tienen que superar la tendencia a la fragmentación que beneficia a los sectores minoritarios cuyo poder emana de la concentración de la riqueza. Luego, es necesario estimular y preservar aquella savia que recorre "las venas (aún) abiertas de América Latina" y que circula a distancia del Estado sembrando experiencias que apuntan a la socialización del poder. Lo cual demanda tiempo de maduración y de aprendizaje para llenar nuevas páginas que recién se están escribiendo.
Si se impulsa el socialismo como vía superadora del capitalismo, habrá que rescatar sus principios e ideas perdurables pero potenciándolos desde otro lugar. Hoy se puede afirmar que la socialización de los medios de producción sin la socialización del poder fue una causa clave de la frustración que supuso no superar la barrera del capitalismo de Estado. Clave soterrada por la explicación economicista de que en los grandes procesos revolucionarios "no estaban dadas las condiciones materiales" para zafar de relaciones capitalistas. El grado de verdad que pudo encerrar esa idea ocultaba la cuestión del poder inherente a la política que atraviesa a la estructura económica. Y hoy carece de fundamento sostener que "no estén dadas las condiciones materiales" para que se desarrolle el socialismo, vale decir, un orden social que respete y beneficie tanto a la naturaleza como a los seres humanos. Para satisfacer sus necesidades y rebatir aquella falacia, sobran holgadamente los presupuestos mundiales destinados al armamento y al tráfico de drogas, tan dañinos como inservibles. Pero como la economía es el soporte principal del poder en el capitalismo y la obtención de ganancias su razón de ser, resulta ingenuo imaginar la cuestión en términos de "racionalidad económica". Es la lucha política la llamada a subvertir el status quo. Sólo que para lograrlo se debe comenzar por resignificar y subvertir los propios conceptos relativos a la política para que ésta se transforme en promotora de la emancipación.
Mientras tanto vivimos un período paradojal. En nuestro país y en el subcontinente, surgen acciones positivas frente al avasallamiento que produjo la ofensiva neoliberal. Sin embargo luego de varios años de luchas y resistencias, hoy aquí, el protagonismo principal pasa por los partidos y sus dirigentes que reproducen la praxis tradicional que disputa el control del Estado. Fundamentalmente se trata del mismo elenco de figuras que fueron repudiadas en la crisis del 2001/02, por más que existieran diferencias entre ellas lo que sumado a las reconversiones originaron el proceso kirchnerista. Mientras lo nuevo que prometía advenir después de la crisis, aparece desdibujado y en retroceso.
Esta situación nos tiene que hacer reflexionar particularmente a quienes apostamos a este nuevo horizonte emancipatorio. Habrá que debatir en profundidad los alcances del Estado, la democracia representativa y el socialismo. Porque a esta democracia, hija de las graves heridas que infligió la dictadura genocida a nuestra sociedad, se la presenta como lo mejor de lo posible con la graciosa concesión de que es perfectible, como si se tratara de un problema de ajustes. En cambio, las elecciones resultan un mecanismo encubridor en tanto no habilitan una genuina participación de la sociedad y no se crean formas reales de transparencia y revocación de mandatos. No es casual entonces que se afiance la cultura de la delegación que alimenta toda suerte de agrupamientos corporativos, comenzando por los políticos. Detrás o delante de ellos, según se prefiera, operan las grandes corporaciones de capital que junto con el poder mediático y el confesional son verdaderas fábricas de subjetividades. En contraste, quien denuncia tal situación es pasible de ser juzgado como "antidemocrático".
Para corrernos de ese lugar desde otra inteligencia del socialismo, habrá que reformular la cuestión del poder y por tanto, revisar las viejas tesis a la luz de la experiencia acumulada para impulsar una verdadera democracia, justa e igualitaria. Mas, esa es una tarea de largo aliento que tendrá que sedimentar en subjetividades que se opongan al orden establecido y que gesten políticas capaces de producir semejante acontecimiento. ¿Quién puede prever las luchas y feroces resistencias que engendrará? Mas, lo único cierto es que nada se logra si no se empieza por intentarlo. Y seguramente habrá que convivir mucho tiempo con el poder del Estado y con todas las variantes que se quiera respecto de sus inquilinos. Por eso desarrollar una política independiente del Estado constituye un gran desafío y exige nuevas formas de concebir y de llevar a la práctica lo colectivo.-------
1º de Setiembre de 2010
Notas:
(1) "…el desarrollo de las fuerzas productivas no es una mera operación técnico-científica, supone las relaciones de poder que la atraviesan." ("El poder bajo sospecha", J.L.Cerletti, pág.119, – 1997 – Editorial de la campana.)
(2) "La posibilidad de esto está garantizada por el hecho de que el socialismo reduce la jornada de trabajo, eleva a las masas a una nueva vida, coloca a la mayoría de la población en condiciones que permiten a todos, sin excepción, ejercer las ‘funciones del Estado´, y esto conduce a la extinción completa de todo Estado en general." ("El Estado y la Revolución", V.I. Lenin, pág.104, - 1917 - Editorial Anteo) --- "…surge inevitablemente ante la humanidad el problema de cómo pasar de la igualdad formal a la igualdad de hecho, es decir a la realización del principio ‘de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades´. A través de qué etapas, por medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a estos objetivos elevados, es cosa que no sabemos ni podemos saber." (Ibid. pág.88).
(3) "…que sedimenten trayectos políticos que deterioren la hegemonía del poder dominante y que, sin renunciar a arrancarle concesiones concretas, creen subjetividades distintas que se den nuevas formas de organización sin reproducir el doble papel que cumple el Estado bajo su unívoca apariencia de organizador social. Luego, su extinción no es un objetivo en sí mismo sino una posibilidad dentro de un proceso hacia la gestación de nuevas relaciones y otro modo de organizar la actividad colectiva. Para lo cual no existen fórmulas ni plazos, sólo la convicción acerca del impedimento que representa el Estado en el camino de quienes se proponen erradicar la dominación." ("El Estado des…velado" J.L.Cerletti, - Diciembre 2005- Obra inédita.)
(4) "Crisis, volver a las fuentes" (27/10/08); "Sensatez y sentimientos" (14/04/09). Artículos publicados en La Fogata.
(5) "Pueblo es un significante de vieja data que sufre distintas metamorfosis según sea quien lo invoca. Pero conserva la cuota de dominio a cuya apelación remite. Se trate de la ‘espiritual´ enunciación del ‘pueblo de Dios´ o la terrena consigna de la democracia como gobierno del pueblo."
"Pone ficticiamente en él los atributos del poder que están en otro sitio: en el de sus representantes. ("El poder y el eclipse del socialismo" pág.65, J.L.Cerletti – 1993 – Centro Editor de América Latina.)
(6) "Las relaciones de dominio como lazo social" (págs.13 y 14, J.L.Cerletti – 1999 – Edición propia y
limitada). En el texto transcripto se sustituyó "representatividad" por "representación" para adecuarlo a los términos actuales.
(7) "Lo que yo hice de nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de las clases está vinculada únicamente
"a fases particulares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce
"necesariamente a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura sólo constituye la
"transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases." ("Carta de Marx a
"Weydemeyer", 5 de marzo de 1852; págs.56 y 57 – Correspondencia – Editorial Cartago)
(8) "…un primer paso para despojar a la representación de su carácter de medio para usufructuar el "poder es obturar el desplazamiento e `intervenir´ la mediación. Creemos que es una tarea insoslayable y "que hoy está al alcance de grupos reducidos aunque constituya un gran esfuerzo cultural-político… Y "actuar sobre la mediación para nosotros significa hacer circular el poder. Que dicha mediación, en tanto "sea necesaria, se renueve en el tiempo y en las personas ya que es preferible resignar temporariamente "capacidades a que esas capacidades terminen resignando al conjunto como ocurrió con el revolucionario "`asalto al poder´ que terminó en un despojo a la emancipación." (Ibid. "Las relaciones de…" , pág.18)
(9) Para quien se interese en una exposición teórica acerca del Socialismo del Siglo XXI puede consultar: "Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI" Heinz Dieterich - 2005 – Editorial Nuestra América. Hay una edición posterior además de numerosos artículos del mismo autor.
** Artículo
elaborado para ser publicado en el Nº 2 de la revista "Tierra Socialista,
papeles sobre democracia, socialismo y ecología política."