El cristianismo es un humanismo integral
Camilo Torres
Un fenómeno social cuya evidencia es a todos manifiesta es el de la preocupación
del hombre actual por los problemas económicos y sociales.
Hasta la mitad del siglo pasado las preocupaciones filosóficas constituían la
principal inquietud de la humanidad. Después de la revolución industrial, cuando
los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres, las preocupaciones de
los intelectuales se orientaron hacia la solución de problemas vitales para la
existencia misma de una gran parte del genero humano. Marx logra reunir, al
decir de Lenin, las tres grandes corrientes culturales de su época: la filosofía
clásica alemana, el socialismo francés y la economía inglesa. Muchos
intelectuales católicos comienzan a plantear el problema de la cuestión social
frente a los principios cristianos (Unión de Friburgo, Monseñor Ketteler,
Marques de la Tour du Pin), cuya actividad es protocolizada en el Magisterio
ordinario de la Iglesia, por medio de las Encíclicas Sociales que han emanado de
la Santa Sede en forma ininterrumpida desde fines del siglo pasado hasta
nuestros tiempos.
Por una respuesta a inquietudes actuales
Hoy en día la ideología de los partidos políticos, los dos grandes bloques en
que esta dividido el mundo, las preocupaciones de los intelectuales giran
alrededor de estos problemas económicos y sociales. La parte más selecta de la
sociedad, los elementos dirigentes de esta los que están adaptados a las
corrientes actuales en lo que estas tienen de más noble (su estructura
ideológica), exigen una respuesta a estos problemas antes de decidir el
comprometerse en algún movimiento u organización con un criterio puramente
demagógico podríamos decir que valdría la pena el que el cristianismo buscara
dar una solución a los problemas mas latentes de nuestra época, únicamente para
cumplir con la misión de dar una respuesta a inquietudes actuales, que son, por
otra parte, absolutamente legitimas y apremiantes. Sin embargo, la Iglesia no
considera ni digno ni necesario el adoptar posiciones que, aunque respondan a
necesidades del momento, no vayan de acuerdo con su misión o con su doctrina. Es
interesante el ver como la actitud social de 'a Iglesia se integra perfectamente
dentro de esta misión y esta doctrina.
El escándalo más grande del siglo diecinueve, al decir de Pió XI, fue la perdida
del proletariado para la Iglesia. Muchas causas se han aducido para explicar
este fenómeno. Se ha dicho que el proletariado se ha descristianizado; otros
afirman que nunca ha sido cristiano. Si entendemos como proletariado la clase
social obrera formada por el advenimiento del capitalismo industrial, clase
social que posee una cultura diferente y muy homogénea, clase social cuyas
actividades y preocupaciones se desarrollan en un ambiente completamente nuevo y
en el cual no ha habido una presencia del cristianismo como tal, entonces
podríamos afirmar que el proletariado nunca ha sido específicamente cristiano.
Sea lo que se fuere de esta afirmación, tenemos el hecho de que una gran parte
de la humanidad (el mundo obrero) que crece cada día y que pertenece a una
civilización llamada cristiana, esta alejándose progresivamente de la mentalidad
y de las practicas cristianas. Este hecho seria suficiente para que cualquier
persona preocupada no solamente por la difusión del cristianismo, sino por todo
motivo espiritualista, se interesara por este fenómeno que no solamente contiene
el elemento negativo de dejar de ser cristiano, sino el positivo de adhesión a
un sistema materialista.
La respuesta marxista
Al examinar detenidamente por un lado la mentalidad de nuestros obreros
industriales y por otro las soluciones que el sistema marxista ofrece, se
encuentra una sorprendente concordancia. Esta concordancia no implica, de
ninguna manera, ni la legitimidad de todas las aspiraciones obreras, ni la
verdad de las respuestas marxistas. Solamente es necesario reconocer en una
forma objetiva que la sociología marxista ha sabido analizar, precisar y
desarrollar los elementos efectivos y pasionales de la clase proletaria.
Dentro de estos elementos encontramos muchas cosas legitimas y muchas otras que
no lo son. Dentro de las respuestas marxistas podemos hacer la misma
discriminación. En todo caso, el resultado es que, a la masa obrera se le
presenta como ideal una doctrina que responde a casi todas sus aspiraciones
legitimas o ilegitimas. Si, por otra parte, no encuentran ninguna otra solución
racional, y si no tienen principios de un orden superior al de sus problemas
concretos, forzosamente aceptaran estas soluciones.
La respuesta cristiana
Por este afán de presentar una solución que sea verdadera desde el punto de
vista técnico y practico y que a la vez no contradiga los principios cristianos,
seria necesario que los cristianos fueran impulsados y dirigidos hacia la
búsqueda de una solución social. Las Encíclicas Pontificias, además de dar las
soluciones generales a estos problemas, insisten reiteradamente en que los
católicos traten de aplicar en el terreno económico, político y social de cada
comunidad esas directivas generales que ellas han dado.
Nosotros tenemos la gran ventaja, sobre el marxismo, de no estar ligados a
ningún sistema económico concreto. La ventaja, porque la economía es una ciencia
que depende estrechamente de factores que varían con los cambios sociales,
materiales e institucionales. De esta manera los economistas católicos están en
capacidad de dar una respuesta verdadera, no obstante el cambio de las
circunstancias en que se haya basado un análisis y una solución anteriores. En
este afán de reaccionar ante las exigencias de una época y de una sociedad, los
científicos católicos deben ser dirigidos y orientados para que con su técnica
no vayan a destruir otros valores humanos tan caros al cristianismo. Los limites
son sutiles, y en muchas ocasiones hay que llegar a ciertos extremos para poder
abordar una solución efectiva. Esto implica el que los orientadores de estos
científicos tengan por un lado un conocimiento profundo y muy adaptado de los
principios teológicos y filosóficos y, por otro, una información suficientemente
concreta de las ciencias sociales, para saber discernir el alcance de cada
solución y su empalme con los principios eternos.
Ninguno de los argumentos que anteriormente hemos aducido en favor de la
preocupación de los cristianos por las ciencias sociales. Tendría una base
verdaderamente sólida, si en los principios mismos del cristianismo no
encontráramos razones en favor. Es necesario que el cristianismo sea valorado
como humanismo mucho mas completo que cualquiera otro. El objeto de la redención
no fue solamente el alma. Sabemos bien que la resurrección del cuerpo es uno de
los frutos de esta. También sabemos que toda la creación gemía y padecía
esperando la liberación de la servidumbre, de la corrupción, para ser elevada a
la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom. 8, 21 ss). En el fin del
mundo la materia será también transformada y, en cierto modo, glorificada. Por
otro lado, la caridad, esencia misma del cristianismo, no tiene como único
objeto el alma humana. Debemos amar al hombre total, de la misma manera que la
redención contempla al hombre en todos sus elementos. El hombre total es social:
por eso el cristianismo no puede desconocer esa actividad. Aun más, en el puro
orden sobrenatural, por la comunión de los santos, nuestra salvación no puede
dejar de ser social.
La sociedad civil se considera procedente de Dios, por cuanto él es el creador
de la naturaleza social del hombre, que es su origen.
Esta unidad humana que el cristianismo no solo no desconoce, sino que
protocoliza, implica la interacción entre los diversos ordenes que la
constituyen: entre el orden natural y el sobrenatural, entre el orden material y
el espiritual, entre el orden individual y el orden social. Aunque estuviéramos,
los cristianos, preocupados únicamente del orden sobrenatural, no podríamos
desconocer las implicaciones que sobre este orden tiene todo el elemento
natural, espiritual y material. Recordemos que Santo Tomás nos dice que es
necesario un minimum de condiciones materiales para la practica de la virtud.
Estos enunciados, que son ya un lugar común, plantean una situación angustiosa
en el caso de que, como lo dijimos antes, veamos que el mundo de hoy pide una
respuesta a una serie de inquietudes que pueden ser saciadas por el
cristianismo. Si nosotros nos encontramos impotentes para resolver los problemas
legítimos que el hombre de hoy se plantea, podríamos dar explicaciones: o bien
esos problemas legítimos salen del ámbito de nuestra acción; o bien, en muchas
ocasiones, ha faltado adaptación histórica para considerarlos.
Nuestra adaptación a las necesidades del hombre actual
Mucho se ha escrito, en nuestro país, del divorcio entre la vida normal del
cristiano y sus ideas religiosas. Hemos censurado a todos aquellos que son
cristianos solamente la media hora de asistencia a la misa semanal. Es claro que
esta situación se debe en gran parte a la debilidad de nuestros cristianos. La
ignorancia religiosa, culpable o inculpable, es otra razón poderosa. Sin
embargo, no nos quedemos, nosotros los sacerdotes, con la posición cómoda de
inculpar a los demás, salvando nosotros toda responsabilidad. Nosotros o, mejor
dicho, Cristo, ha sido el inventor de la autocrítica; este es solamente un
vocablo nuevo para expresar la noción del examen de conciencia. Hagámoslo
nosotros, sobre nuestra pastoral. ¿Nos hemos preocupado suficientemente de
adaptar, claro esta, sin claudicaciones, nuestra doctrina a las necesidades del
hombre actual? Dentro de estas necesidades, dentro de las más nobles de estas,
¿no se encuentra acaso la de una respuesta a sus inquietudes por los problemas
sociales, alrededor de los cuales esta girando de hecho toda la humanidad?
Afortunadamente (para poner un ejemplo), todo predicador de buen juicio, en
nuestro país, ha superado aquella etapa de la predicación en que se mezclaban
las cosas profanas y aún vulgares con las mas sublimes; las listas de
donaciones, las empanadas del bazar, etc., con la explicación del evangelio,
cuando esta se hacia. ¿Pero acaso la explicación del dogma no debe estar también
condicionada, en su enfoque y en sus aplicaciones, a las necesidades de cada
época y de cada grupo social? Se puede predicar una teología muy pura y muy
autentica que este completamente desadaptada a las inquietudes no ilegitimas,
sino muy legitimas, del auditorio. La palabra de Dios no tendrá todo su efecto
si por negligencia se ha dejado algún factor para hacerla más efectiva. Todos
los grandes oradores de la Iglesia, desde Cristo hasta nuestros días, han
mostrado ese deseo de adaptación.
Hoy en día se nos hace curioso el ver como los Santos Padres insisten en algunos
aspectos del dogma que a nosotros nos parecen demasiado obvios.
Otras veces nos impresiona el ver interpretaciones alegóricas o empleo de textos
de la Escritura que nos parecen un poco rebuscados. Todo esto lo entenderíamos
mucho mejor si viéramos la preocupación de adaptación del evangelio a las
necesidades de la época en que dichas cosas fueron expresadas. Esto solamente
para poner el ejemplo de la predicación. ¿Pero acaso todo el cristianismo no es
una obra grandiosa de adaptación del hombre a Dios y de Dios al hombre? ¿Que es
la encarnación, que es la persona de Cristo sino una adaptación hipostática de
la divinidad a la humanidad? ¿Cuándo el hombre actual considera que sus
actividades y sus inquietudes diarias están separadas de sus creencias
religiosas? ¿No puede ser, en parte, porque esas creencias no le han sido
presentadas como una respuesta a sus inquietudes, como una orientación a
cualquiera de sus actividades, con la condición de que estas sean legitimas? La
posición que muchos católicos hemos adoptado ante la técnica y ante los
descubrimientos científicos puede ser una manifestación de esta falta de
adaptación. La desconfianza ante los descubrimientos científicos que muchos
cristianos experimentan puede tener varias explicaciones: o que esos
descubrimientos no proceden de una ciencia autentica, o que una hipótesis
científica sea presentada como tesis, o que se crea (puede ser solamente como
una reacción subconsciente) que los descubrimientos científicos pueden llegar a
contradecir algunos de nuestros dogmas. Esta ultima posición, respecto de una
investigación verdaderamente autentica, procede de una falta de confianza
(aunque sea subconsciente) en nuestras verdades reveladas. Nada que sea
verdadero podrá llegar a contradecir nuestra fe. Todo lo positivo, todo lo
verdadero, todo lo bueno, todo lo auténticamente científico es nuestro. Los
cristianos no tenemos nada que temer de lo que sea auténtico, no importa en que'
campo se realice.
Desgraciadamente, el ausentismo en el campo técnico implica hoy en día una
desadaptación. La verdadera técnica, junto con la falsa, constituyen hoy una
base innegable del patrimonio de nuestra civilización. Sobre esta base están de
acuerdo tanto el mundo oriental como el occidental. Además, dentro de esta misma
línea, el conocimiento que se tenga del hombre y de la sociedad no puede ser un
conocimiento empírico solamente.
Necesitamos conocer científica y profundamente la mentalidad del hombre de hoy y
de las sociedades que él constituye. Una adaptación que no este basada sobre
este conocimiento no puede ser verdadera adaptación Por eso es necesario que los
cristianos tratemos de tecnificar el conocimiento que debemos tener de las
inquietudes del mundo actual. El estudio de las ciencias sociales, como
instrumento para conocer esas inquietudes, para resolverlas no en abstracto ni
tampoco separadas de nuestros principios fundamentales es hoy en día
indispensable para todos los que quieran llevar un testimonio de Cristo, tanto
en la predicación como en el ejemplo; es muy distinta la actuación de un
cristiano que vive y comprende las necesidades de sus hermanos a otro que,
conociendo ampliamente la revelación, este completamente alejado de estas.
Es imposible que todos los sacerdotes (como todos los cristianos) sean
especialistas en estas ciencias; pero es bueno que algunos las posean, y
siquiera que todos estén suficientemente informados como para dar ese testimonio
de Cristo y para impulsar a todos los demás a que lo den también. Estamos
convencidos de que el mundo moderno necesita ante todo de ese testimonio vivido,
es decir, de ese testimonio que incorpore todo lo que el hombre de hoy tiene de
legitimo, en la persona de Cristo. Su persona divina es de una riqueza tan
inmensa que a través de los siglos ha podido integrar en ella a todo hombre sin
distinción de raza, de carácter, de cultura, de civilización. Hoy en día el
hombre necesita ver a un Cristo social corno ideal para injertarse en Él y para
considerarlo como la respuesta siempre antigua y siempre nueva a todos sus
problemas desde los más abstractos y sublimes hasta los más concretos y
ordinarios, Si estos son verdaderamente positivos.