Argentina, la
lucha continua....
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El Peronismo
Por Silvio Frondizi
Para
nosotros, el peronismo ha sido la tentativa más importante y la única de
realización de la revolución democrático-burguesa en la Argentina, cuyo fracaso
se debe a la incapacidad de la burguesía nacional para cumplir con dicha tarea.
A través de su desarrollo, el peronismo ha llegado a representar a la burguesía
argentina en general, sin que pueda decirse que ha representado de manera
exclusiva a uno de sus sectores —industriales o terratenientes. Dicha
representación ha sido directa, pero ejercida a través de una acción burocrática
que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía. Ello le
permitió canalizar en un sentido favorable a la supervivencia del sistema, la
presión de las masas, mediante algunas concesiones determinadas por la propia
imposición popular, la excepcional situación comercial y financiera del país, y
las necesidades demagógicas del régimen. Precisamente, la floreciente situación
económica que vivía el país al término de la segunda gran guerra, constituyó la
base objetiva para la actuación del peronismo. Este contó, en su punto de
partida, con cuantiosas reservas acumuladas de oro y divisas, y esperó
confiadamente que la situación que las había creado mejorara constantemente, por
la necesidad de los países afectados por la guerra y por un nuevo conflicto
bélico que se creía inminente.
Una circunstancia excepcional y transitoria más, contribuyó a nutrir ilusiones
sobre las posibilidades de progreso de la experiencia peronista. Nos referimos a
la emergencia de una especie de interregno en el cual el imperialismo inglés vio
disminuir su control de la Argentina, sin que se hubiera producido todavía el
dominio definitivo y concreto del imperialismo norteamericano sobre el mundo y
sobre nuestro país. Ello posibilitó cierto bonapartismo internacional
—correlativo al que se practicó en el orden nacional—, y engendró en casi todas
las corrientes políticas del país grandes ilusiones sobre las posibilidades de
independencia económica y de revolución nacional.
La amplia base material de maniobras permitió al gobierno peronista, en primer
lugar, planear y empezar a realizar una serie de tareas de desarrollo económico
y de recuperación nacional, con todas las limitaciones inherentes a un intento
de planificación en el ámbito capitalista. La estructura tradicional de la
economía argentina no sufrió cambios esenciales; las raíces de su dependencia y
de su deformación no fueron destruidas. Al agro no llegó la revolución, ni
siquiera una tibia reforma. Fueron respetados los intereses imperialistas, a los
cuales incluso se llamó a colaborar, a través de las empresas mixtas. Tampoco se
hicieron costear las obras de desarrollo económico al gran capital nacional e
imperialista. El Primer Plan Quinquenal, en la medida, que se realizó, fue
financiado, ante todo, con los beneficios del comercio exterior. Por otra parte,
a consecuencia de una serie de factores, aquella fuente primordial de recursos
pronto se tornó insuficiente, y debió ser complementada con las manipulaciones
presupuestarias y el inflacionismo abierto. A través de la inflación, los costos
de la planificación económica peronista no tardaron en recaer también sobre la
pequeña burguesía y el proletariado de las ciudades.
Pero durante su primer periodo de expansión y euforia, el peronismo tuvo también
realizaciones en los distintos aspectos de la economía. En materia de
transportes, se nacionalizaron los ferrocarriles y se incorporó nuevo material;
la marina mercante argentina fue aumentada en sus efectivos y en el tonelaje
total transportado. Hacia la misma época se fue dando gran impulso a la
aviación, se completó la nacionalización de puertos, etcétera.
Otra realización recuperadora del peronismo en su periodo de auge ha sido la
repatriación de la deuda pública externa. Se pretendió solucionar el problema de
la energía en general y del petróleo en particular, pero sin atacar las
cuestiones de fondo. Se tomaron una serie de medidas favorables a la industria y
se apoyaron los rudimentos de una industria pesada estatizada, heredados del
gobierno precedente, aumentando la participación estatal en la industria. La
intervención directa del Estado en la industria tuvo una doble finalidad: tomar
a su cargo tareas económicas necesarias que la endeble burguesía nacional no era
capaz de realizar por sí sola y proporcionar a la burocracia bonapartista un
nuevo resorte de poder y una importante fuente adicional de beneficios. La
generosidad del crédito estatal fue otra de las formas de favorecer al
capitalismo nativo-extranjero. El mantenimiento de un grado apreciable de paz
social ha sido una de las contribuciones más importantes del Estado peronista a
la prosperidad de la burguesía agroindustrial argentina durante el primer
periodo de expansión. La propia prosperidad general fue factor fundamental en la
atenuación transitoria de las luchas clasistas argentinas. A ello se agregó la
acción del Estado, que por un lado promovía una política de altos salarios, a la
vez que subsidiaba a las grandes empresas para evitar que éstas elevaran
exageradamente sus precios, y por otra parte encerraba a los trabajadores en un
flexible pero sólido y eficiente mecanismo de estatización sindical.
Este balance realizado —que es nuestra posición desde hace varios años— nos ha
evitado caer en los dos tipos de errores cometidos respecto al peronismo: la
idealización de sus posibilidades progresistas, magnificando sus conquistas y
disimulando sus fracasos, y, por el otro lado, la crítica negativa v
reaccionaria de la "oposición democrática", que, v.gr., tachó al peronismo de
fascismo.
El resultado de tal balance es la entrega del capitalismo nacional al
imperialismo, a través de su personero gubernamental, el peronismo. En efecto:
transcurridos los primeros años de prosperidad, entró a jugar con toda fuerza el
factor crítico fundamental de los países semicoloniales: el imperialismo. Este
logró por diversos medios (dumping, relación de los términos de intercambio,
etcétera) ir estrangulando paulatinamente a la burguesía nacional y su gobierno.
Los diversos tratados celebrados con el imperialismo —verdaderamente lesivos
para el país— culminaron el proceso de entrega. En fin, el balance de la
experiencia nacional-burguesa del peronismo ha sido la crisis: estancamiento y
retroceso de la industria, la caída de la ocupación industrial y de los salarios
reales, el crónico déficit energético, la crisis de la economía agraria y del
comercio exterior, la inflación, etcétera.
Yendo ahora a su aspecto político, el rasgo fundamental del peronismo estuvo
dado por su aspiración de desarrollar y canalizar simultáneamente la creciente
presión del proletariado en beneficio del grupo dirigente primero y de las
clases explotadoras luego. De aquí que nosotros hayamos calificado al peronismo
como bonapartismo, esto es, una forma intermedia, especialísima de ordenamiento
político, aplicable a un momento en que la tensión social no hace necesario aún
el empleo de la violencia, que mediante el control del aparato estatal tiende a
conciliar las clases antagónicas a través de un gobierno de aparente
equidistancia, pero siempre en beneficio de una de ellas, en nuestro caso la
burguesía.
El capitalismo, frente a la irrupción de las masas populares en la vida
política, y sin necesidad inmediata de barrer con la parodia democrática que la
sustenta, trata de canalizar esas fuerzas populares. Para ello necesita
favorecer, por lo menos al comienzo, a la clase obrera con medidas sociales,
tales como aumento de salario, disminución de la jornada de trabajo, etcétera.
Pero como estas medidas son tomadas, por definición, en un periodo de tensión
económica, el gran capital no está en condiciones materiales y psicológicas de
soportar el peso de su propia política. Lógico es, entonces, que lo haga incidir
sobre la clase media, la que rápidamente pierde poder, pauperizándose. Con ello
se agrega un nuevo factor al proceso de polarización de las fuerzas sociales.
La política de ayuda obrera referida se realiza, en realidad, en muy pequeña
escala, si es que alguna vez se realiza, dándosele apariencia gigantesca por
medio de supuestas medidas de todo orden.
Las consecuencias de este demagogismo son fácilmente previsibles: dislocan aún
más el sistema capitalista, anarquizándolo y por lo tanto, acelerando su proceso
crítico. Además, la política demagógica relaja la capacidad de trabajo de los
obreros, lo que explica que cuando el capitalismo necesita readaptarlos para el
trabajo intenso, tenga que emplear métodos compulsivos. Ésta es una nueva causa
que explica el totalitarismo y una nueva demostración de que, en el actual
periodo, el Estado Liberal carece tanto de posibilidad como de valor operativo.
El proceso demagógico presenta algunos resultados beneficiosos, particularmente
en el orden social y político. Al apoyarse en el pueblo, desarrolla la
conciencia de clase política del obrero. Creemos que el aspecto positivo
fundamental del peronismo está dado por la incorporación de la masa a la vida
política activa; en esta forma la liberó psicológicamente. En este sentido Perón
cumplió el papel que Yrigoyen en relación a la clase media. Hizo partícipe al
obrero, aunque a distancia, en la vida pública, haciéndole escuchar a través de
la palabra oficial el planteamiento de los problemas políticos de fondo, tanto
nacionales como internacionales.
Estos aspectos representados por el peronismo fueron los que lo volvieron
peligroso a los ojos del gran capital De aquí que nosotros hayamos dicho en el
primer tomo de La realidad argentina, escrito en 1953, que Estados Unidos
"necesita un gobierno de personalidades más formales" que las peronistas,
permitiéndonos predecir "que llegado este momento (de profundas convulsiones
sociales) el general Perón, instrumento del sistema capitalista en una etapa de
su evolución, será desplazado".
La pérdida de la base material de maniobra del país y del peronismo restó a éste
la posibilidad de continuar con su política, y fue la que condujo, en última
instancia, a su caída.
La acusación de fascismo lanzada contra el régimen peronista carece de tanto
fundamento como la posición que consideró a éste un movimiento de liberación
nacional. Para demostrar que el mismo fue bonapartista y no fascista, será
suficiente con indicar que se apoyó en las clases extremas, gran capital y
proletariado, mientras la pequeña burguesía y en general la clase media, sufrió
el impacto económico-social de la acción gubernamental.
Por el contrario, en el fascismo, la fuerza social de choque del gran capital,
está constituida por la pequeña burguesía. Esta circunstancia explica que las
persecuciones contra el proletariado bajo el régimen fascista, encierren tanta
gravedad, ya que la acción represiva está a cargo de toda una clase. Es
necesario distinguir entre dictadura clasista y dictadura policial.
La torpe y reaccionaria acusación de fascismo, partió de la Unión Democrática,
de triste recuerdo. Las fuerzas más oscuras de la política argentina, coaligadas
en la Unión Democrática, en la que no faltó el apéndice izquierdista, no
quisieron o no supieron comprender en su hora toda la importancia del nuevo
fenómeno representado por el peronismo, y de su desprestigio e incapacidad
cosechó éste para conquistar el poder. Así, nosotros pudimos predecir el triunfo
del coronel Perón, en nuestro trabajo "La crisis política argentina".
El gran odio que le profesó la "oposición democrática" se debió a que su régimen
destapó la olla podrida de la sociedad burguesa, mostrándola tal cual es. La
juridicidad burguesa y la sacrosanta Constitución Nacional perdieron su
virginidad poniendo al descubierto su carácter de servidoras de una situación.
Se destruyó la unidad del ejército y se colaboró en la descomposición de los
partidos políticos, etcétera. En efecto, no fueron los rasgos negativos del
peronismo los que verdaderamente separaban a la "oposición democrática", como se
ha visto después: el aventurerismo y la corrupción política, administrativa,
etcétera, la "pornocracia"; la estatización y burocratización del movimiento
obrero; la legislación represiva, hoy en vigor con más fuerza que nunca,
etcétera. Asimismo, con la caída de Perón no se trató de corregir esos defectos,
sino terminar con los excesos, de su demagogismo, demasiado peligroso ya en un
periodo de contracción económica. El golpe de Estado de !955 cumple ese objetivo
del gran capital nativo-extranjero [...]
Creemos que en Latinoamérica están dadas las condiciones para una revolución
socialista, pero nos faltan todavía algunas condiciones subjetivas. Claro está
que el análisis de esta situación significa resolver el grave problema —tal vez
el más grave que enfrenta la revolución socialista en el mundo— sobre las
relaciones entre masa, partido y dirección.
El M. I. Revolucionaria (Praxis) ha enfrentado y buscado solucionar estos
problemas, mediante la formación de cuadros medios obreros, manuales e
intelectuales, que puedan llegar a ser grandes conductores sociales. En esta
forma, si algún día llega —como llegará— el ascenso revolucionario en el país,
no se irá al fracaso, tal como sucedió en Bolivia por ejemplo, en el que las
condiciones objetivas están maduras y poco o nada se hizo por la ausencia de una
dirección numerosa y consciente.El primer requisito de una dirección consciente
reside en la firme creencia en la jerarquía de la masa obrera y en la necesidad
de acatar los dictados de la magnífica capacidad creadora de las masas
populares.
Debemos ahora dedicar la atención a los elementos de las otras clases que pueden
integrarse con el proletariado en la lucha por la liberación del hombre. Ante
todo, corresponde el estudio de la pequeña burguesía pauperizada.
Esta sufre directamente las consecuencias de la concentración económica
monopolista. La situación de esta subclase debe ser tenida especialmente en
cuenta, por cuanto su posición intermedia la hace apta para cualquier
desplazamiento social. Es necesario hacerle comprender que su porvenir está
ligado a los intereses del proletariado, que puede liberarla de la opresión
económica y social que sufre.
Junto a los elementos sociales examinados, debemos tener en cuenta también a
sectores o individuos de la intelectualidad, que han esclarecido el problema
social y se pasan al campo revolucionario.
La toma del poder por el proletariado con la colaboración de los demás elementos
sociales tratados, produce un salto cualitativo. Aunque esta opinión es
suficientemente clara, no siempre es bien comprendida, por la deformación
social, intelectual y moral realizada a través de toda suerte de propaganda que
empieza en la escuela primaria y acompaña al individuo durante toda su vida. De
aquí que, cuando se piensa sobre las posibilidades y consecuencias de un cambio
social, se lo hace dentro de los viejos moldes mentales y de acuerdo a las
acostumbradas posibilidades. Y no es así: la toma del poder por el proletariado
produce un salto cualitativo que abre inmensas posibilidades, no dadas en la
formación anterior.
La clase obrera puede realizar dicha transformación gracias a su mayor
independencia frente a la deformación producida por la sociedad capitalista. Por
otra parte, el proletariado, al no compartir ciertas ventajas de la sociedad
burguesa, tiene la suerte de no compartir muchas de sus deformaciones; tal es el
caso de los convencionalismos sociales, que por ejemplo, aplastan la vida de la
pequeña burguesía..
Debemos indicar un elemento más: la tremenda y creciente alienación sufrida por
los trabajadores bajo el capitalismo, crea en ellos una legítima y a menudo
inconsciente resistencia a todo posible esfuerzo productivo o creador, aun
cuando ello implique mejoras inmediatas.
La transición a la nueva sociedad socialista encierra un problema importante,
porque es evidente que en el país no se han cumplido todos los aspectos de la
revolución democrático-burguesa. Establecida esta conclusión, y la de que la
burguesía ha caducado como fuerza capaz de realizarla y que es el proletariado
como fuerza rectora el que debe encargarse esta misión, el problema se resuelve
pensando que ya no se trata de realizar la revolución democrático-burguesa como
etapa cerrada en sí misma, como fin, sino de realizar tareas
democrático-burguesas en la marcha de la revolución socialista.
Entre esas tareas inmediatas figura: la lucha contra el imperialismo, que sólo
puede ser realizada por un partido marxista revolucionario que se fundamente en
las masas. Además, será necesario resolver los graves problemas que impiden el
desarrollo industrial y agrario del país. En el primer aspecto, deberán
colocarse las grandes fuentes de producción en manos de la colectividad, dando
en esta forma poderoso impulso a la acumulación económica. En el otro aspecto,
el agrario, las fuerzas socialistas deberán realizar, no ya un paso o un salto
adelante, sino la revolución agraria integral, cuya primera manifestación es la
nacionalización de los latifundios. Esta nacionalización deberá realizarse, no
para distribuirlos en forma de pequeña propiedad, sino para ser colectivizados,
medida que permitirá, entre muchas otras cosas, el empleo masivo de la
maquinaria agrícola.
Por supuesto, para la realización de tales tareas se requiere un cambio
cualitativo en el aparato estatal. Éste no podrá estar en manos de un sector
privilegiado de la sociedad, sino en manos de la colectividad social como tal;
en otras palabras, implica el cambio del Estado por la Comunidad.
Solamente una organización socialista podrá resolver el problema de la libertad
de conciencia, separando efectivamente la Iglesia del Estado, impidiendo que los
intereses confesionales se entrometan, como lo pretenden, en los problemas
político-sociales, en una tentativa de imposible regresión a la Edad Media.
En fin, la organización socialista de la sociedad es la única que puede asegurar
al hombre su libertad, que no ha podido ser dada por los partidos tradicionales,
ni al país ni a sus propias organizaciones. Para ello la nueva fuerza tendrá que
asegurar al hombre la libertad política y espiritual.
Pero la revolución socialista tiene un sentido más, que es su
internacionalización. Esto es importante porque distintas tendencias de
izquierda propugnan aparentemente lo mismo, pero en realidad con un contenido y
resultado totalmente distintos.
En efecto, los representantes de las corrientes pequeño burguesas, ya sea en el
campo burgués o en el marxista, sostienen también la tesis de la integración
latinoamericana. El problema se circunscribe a saber si tal tarea puede ser
realizada por las burguesías nacionales o por el contrario es tarea que cabe
exclusivamente a las fuerzas que actúan en la revolución socialista. Sostenemos
la última alternativa, dado que: desde el punto de vista general, las burguesías
nacionales son, por definición, nacionales, y han nacido, vivirán y morirán como
tales. Y esto es tanto más válido en nuestra época, en que las burguesías, para
poder sobrevivir, deben luchar a dentelladas entre ellas. A esta acción
disociadora debe agregarse la función disolvente del imperialismo, creando o
avivando antagonismos. Además de lo dicho, podría agregarse el aspecto
histórico, es decir, la no realización de ninguna unidad internacional en manos
de la burguesía, dado su carácter fundamentalmente competitivo.
La única posibilidad de realizar la unidad latinoamericana está dada por la toma
del poder por las fuerzas socialistas. Solamente una clase libre de los
intereses nacionales e internacionales que envuelven a la burguesía, puede
realizar tal tarea. Tanta importancia asignamos a la internacionalización de la
revolución para la supervivencia de un intento de socialismo en cualquier país
latinoamericano, que creemos que debe ser una de las tareas centrales de toda
revolución. Buena parte de sus energías y recursos debe ser destinada a esta
finalidad. Los recursos que las burguesías nacionales y sus Estados sustraen a
la comunidad y despilfarran sin sentido, deben ser destinados por la primera
revolución socialista para la extensión y el triunfo revolucionario en los demás
países latinoamericanos.
No es posible indicar dónde o en qué país se iniciará la lucha, pero es evidente
que esta lucha ha de comenzar pronto. En cualquier forma nuestro país tiene una
tarea importante y decisiva que cumplir: la consolidación de la revolución
socialista latinoamericana se producirá, en efecto, con la revolución argentina.
Esto será así, por el poderoso desarrollo relativo y él consiguiente peso
específico que hemos adquirido en todos los órdenes de la actividad económica,
ideológica, etcétera. En este orden de ideas, piénsese solamente en lo que
significarán las vastas praderas argentinas, junto con las zonas montañosas
ricas en yacimientos minerales de Brasil, Chile, Bolivia, Perú, etcétera, y se
tendrá una idea de las enormes posibilidades que tiene esta parte del mundo para
realizar una integración de carácter económico. Y decimos integración, porque,
al quedar suprimida la competencia, tiende a ir dejando de funcionar la ley del
desarrollo combinado.
Dicha integración económica centuplicará las fuerzas originales de los países
que la realizarán. Por otra parte, todo nuevo país que se va sumando a! proceso
revolucionario asesta un golpe mortal al imperialismo desde varios puntos de
vista. Lo obliga a dividir los recursos financieros y militares disponibles para
la represión internacional. Le reduce el mercado para la producción e inversión,
agudizando sus contradicciones sociales y políticas internas al restarle las
bases materiales para el equilibrio relativo que varios imperialismos han
gozado, en distinto grado durante décadas.
Tal es, a grandes rasgos, la perspectiva estratégica determinante de la enorme
tarea que se ha impuesto el MIR (Praxis), a la que ha dado principio de
ejecución mediante un trabajo práctico y teórico incansable. Creemos que es hora
ya de que la izquierda, abandonando viejas rivalidades y falsas posiciones, se
decida a formar por fin, un gran frente para librar la batalla definitiva contra
la opresión capitalista.
Si las viejas direcciones, que durante décadas han marchado separadas del
proletariado argentino, insisten en optar, no entre los movimientos de
izquierda, sino entre las distintas fracciones de la burguesía, llámense éstas
Unión Democrática, peronismo o frondizismo, serán entonces sus propias bases las
que les den la espalda, cansadas de seguir dando vuelta a una noria que no
conduce a ninguna parte. El dilema de la hora es bien claro: o socialismo
revolucionario o dictadura burguesa. Que cada uno elija su lugar en la lucha.