Argentina, la
lucha continua....
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Viaje a Napenay y Avia Terai, coraz�n transg�nico de Chaco
Cr�nica del desastre
Por Dar�o Aranda
http://www.darioaranda.com.ar
El
notable crecimiento de casos de ni�os con enfermedades y malformaciones en el
Chaco. La muerte de un fumigador de agrot�xicos: c�ncer a los 40 a�os. La
inoperancia o la complicidad del sistema de salud y medi�tico. Cr�nica desde
Napenay y Avia Terai.
Alejandro tiene 7 a�os y est� sentado en un changuito para beb�s que le queda chico. Acceder a una silla de ruedas es uno de los tantos derechos incumplidos. Alejandro sufre par�lisis cerebral y su familia y m�dicos tambi�n lo vinculan a la pobreza y a otra injusticia: vive a diez metros de un campo de soja, que fue rociado con agrot�xicos desde su gestaci�n. Bajo un �rbol, a pasos del cultivo transg�nico, Carmen Almeida, su mam�, intenta hacerle upa. Le cuesta, pero lo logra. Habla casi como un susurro. Pide, casi como una s�plica, tres cosas: una silla de ruedas, atenci�n m�dica y que su hijo pueda ir la escuela. Mientras habla, mira al horizonte, donde solo se ve soja.
Viaje a Napenay y Avia Terai, coraz�n transg�nico de Chaco.
Salud
Alejandra G�mez vive en Resistencia, capital chaque�a. Estudi� abogac�a "ya de grande" (treinta y pocos) para acompa�ar en la carrera a su amiga que padec�a c�ncer. Ya participaba de la Red de Salud Popular Ram�n Carrillo y, casi de casualidad, en 2008 fueron convocadas por los vecinos en La Leonesa-Las Palmas (localidades cercanas a Resistencia). Arroceras arrojaban agroqu�micos sobre los barrios.
V�a judicial, se lograron fallos in�ditos: prohibici�n de las fumigaciones terrestres a menos de 1000 metros de las casas (a 2000 si eran aspersiones a�reas). La sentencia tambi�n protegi� a las escuelas rurales, r�os y lagunas. La medida fue por el Superior Tribunal de Justicia de Chaco.
G�mez es did�ctica en las explicaciones y firme en las argumentaciones. Tiene hechos comprobados: hay una ley ("de Biocidas", n�mero 7032, que restringe las fumigaciones a 500 metros de las viviendas) que no se cumple. Los productores hacen caso omiso y los funcionarios (de todos los signos pol�ticos) miran para otro lado. "Para muchos poderosos pareciera que primero est�n los negocios y despu�s la salud. Nosotros estamos convencidos de lo contrario", afirma.
Acompa�a en el viaje hasta uno de los epicentros transg�nicos de Chaco. Ruta 16, 170 kil�metros hasta Roque S�enz Pe�a, la segunda ciudad en poblaci�n de la provincia, conocida como "capital nacional del algod�n". Ya casi no existe algod�n y, el poco que existe, es tambi�n transg�nico y con uso masivo de agroqu�micos. Desde la ruta se deja ver soja, ma�z, algo de girasol y m�s soja.
Primera parada, casa de la doctora Mar�a del Carmen Seveso. M�dica de la zona, treinta a�o de trayectoria, testigo privilegiada de los cambios productivos. "�C�mo te puedo explicar?�". Hace una pausa mientras carga el termo y concluye: "Es un desastre desde todo punto de vista. Echaron a la gente del campo, la dejaron sin trabajo y encima enfermaron a la poblaci�n. Es un desastre y nadie se hace cargo", denuncia.
Napenay
Sobre la misma ruta 16, veinte kil�metros hasta Napenay. Al costado de la ruta, repleto de carteles del agronegocios: Vicent�n, Bunge, Dow, Basf, Rizobacter, John Deere. Es una localidad de 5000 habitantes, de matriz agropecuaria. Catalina Cendra, 40 a�os, recibe en el patio de su casa materna, en la zona urbana. Sillas de pl�stico, mesa con galletitas y mate reci�n reci�n preparado. Vive a 25 kil�metros, tierra adentro, Lote 15, Paraje Pampa La Desatinada. "Me dicen Cati", se presenta y saluda con besos en ambas mejillas. Cuatro generaciones de vida campesina. Animales, quinta, producci�n de frutales, batatas, zapallo, mandioca y todo lo necesario para comer sin depender del mercado o la carnicer�a. Pero hace diez a�os todo comenz� a cambiar.
"Fueron los cordobeses", precisa. Y explica que son empresarios de esa provincia que llegaron hasta Chaco, compraron (o alquilaron) a familias ancestrales del lugar y comenzaron a rodear a campesinos que no quer�an irse, ni alquilar ni vender.
Y se iniciaron los desmontes y luego las fumigaciones indiscriminadas. Los frutales se "quemaron", comenzaron a secarse, los frutos se cayeron y las plantas se fueron secando. Intentaron dialogar con los nuevos vecinos, pero no tuvieron respuesta. O s� tuvieron: los volvieron a rociar con agroqu�micos. "Ya nos fumigaban por dem�s", recuerda Cati. Su esposo no quer�a confrontar o denunciar, pero ella sali� a la calle. Comenz� a reclamar junto a la Unpeproch (Uni�n de Peque�os Productores del Chaco), a denunciar lo que pasaba en el campo chaque�o, incluida el �xodo rural. Como un orquestado plan sistem�tico de vaciar el campo, nunca se hicieron obras para que cuenten con electricidad y cerraron muchas escuelas rurales.
En el Paraje La Desatinada fue la (mala) suerte de la Escuela 289. El argumento oficial fue la falta de alumnos. A las familias campesinas la medida las tom� por sorpresa. Cuando quisieron reaccionar, la escuela ya no estaba. Consecuencia: los chicos en edad escolar tuvieron que ir al pueblo (en muchos casos con las madres) para poder terminar la primaria.
"Nos vaciaron el campo. Ac� y en todo el pa�s. Quieren que desaparezcamos, quieren que sea todo un campo de empresarios", define Catalina con precisi�n que no se escucha en autoridades del INTA ni del Ministerio de Agroindustria.
El Foro por la Tierra del Chaco denunci� en 2008, en base a censos oficiales, que a mediados de siglo pasado la poblaci�n rural provincial representaba el 70 por ciento. En 1991 hab�a descendido al 28,5 por ciento. En 2001, s�lo el 17 por ciento de la poblaci�n permanec�a en el campo. En 2010 descendi� a 12 por ciento. El �xodo tuvo un solo destino: los m�rgenes de las ciudades.
Una ma�ana de febrero comenzaron a fumigar a las 6. El calor hac�a m�s denso el ambiente. Catalina se sinti� mal. Recogi� agua de un tanque (que estaba tapado) y se duch�. Fue peor. Comenz� con dolor de cabeza, mareos y mucha picaz�n en todo el cuerpo, como si fuera avispas. Consigui� un veh�culo que recorra los 25 kil�metros hasta el pueblo. A las 12 estuvo en la posta sanitaria. La m�dica no estaba. Reci�n volvi� a las 18. Le explic� lo que hab�a pasada en el campo, el olor penetrante de los qu�micos.
"Me trat� mal. Me dijo que no ten�a nada. Y me dio un Paracetamol", relata. Y se enoja al recordar. Confiesa que no se qued� callada, que le avis� la doctora que iba a denunciar al fumigador y a ella por no atenderla. "Ah� baj� un poco, se amans�. Me comenz� a hablar bien. Me revis� mejor, pero igual neg� que fueran los qu�micos�".
Interviene en la charla la doctora Seveso. Explica que hay muchos inoperantes en el sistema de salud, pero tambi�n qui�nes quieren ocultar lo que pasa. Seveso afirma que en los hospitales y centros de salud hay capacitaciones y charlas informativas de diversos temas. Recuerda como inundaron los consultorios con informaci�n de la Gripe A o del dengue, pero nunca abordan el tema de los agrot�xicos y los transg�nicos. "Ni se los nombra en el sistema de salud. No es casualidad", afirma la m�dica.
Catalina explica que el sarpullido y el malestar le dur� una semana. Y resume: "El agro mueve mucha plata ac�. Nadie quiere enfrentarse con ellos� aunque te envenenen".
Otras trece familias de Napenay est�n en situaci�n similar a Catalina Cendra. Asediadas por el modelo de agronegocios. Situaciones similares se viven en los pueblos vecinos: Tres Isletas, Colonias Unidas, Quitilipi, Machagay, Castelli. Pero muchos no quieren denunciar "para no tener problemas". Tienen miedo. El Lote 15, 231 hect�reas, est� rodeada por el agronegocios. Catalina aclara que ellos no tocan el monte, lo cuidan, saben que es su futuro y el �nico pulm�n que resiste entre campos transg�nicos. "Ofrecieron comprarlo o alquilarlo, pero no, es nuestro derecho vivir en el campo, de nuestro trabajo. Ah� nos quedamos. No vamos a dejar de luchar", avisa.
Agua
En Napenay no hay agua. En el patio donde transcurre la entrevista se observa una manguera fina, de dos cent�metros de di�metro, con un hilo de agua que cae en un tanque mediano a ras del suelo. Tardar� horas, quiz� todo el d�a, en llenarse. Es toda el agua que brinda el Municipio mediante una red local.
En el campo no hay mejor suerte. Las perforaciones son muy caras y la mayor parte de las veces no logran encontrar napas permanentes, se secan en semanas o meses.
La familia de Catalina tiene un aljibe, que mantienen tapado para evitar los qu�micos e intentan llenarlo cuando llueve. "Cuidamos mucho el pozo de agua. La hago hervir antes de tomarla, pero a veces tambi�n nos hace mal", explica a MU. Y cuenta que ha visto ovejas y chivos con abortos espont�neos, que nacen con "chichones" en la cabeza o malformados.
Un mes despu�s de la entrevista, lograron que la Secretar�a de Ambiente analice el agua. Detectaron clorpirifos, un insecticida organofosforado que puede afectar el sistema nervioso y causar trastornos neurol�gicos. Ya no pueden tomar el agua del aljibe.
Alejandro
De vuelta a la ruta 16. Cinco minutos de andar y un camino ancho de tierra que se abre. Cuatro kil�metros, alambrado, �rboles a�ejos y la Escuela 256, pintada de blanca y celeste. Enfrente, calle mediante, un campo de algod�n transg�nico (con, claro, uso de agroqu�micos). Alejandra G�mez, de la Red de Salud Popular, explica que realizaron denuncias porque fumigaban con los ni�os en clase. Consecuencias obvia: intoxicaciones, v�mitos, mareos, problemas respiratorios, sarpullidos.
Lapsus de unos segundos y una pregunta ret�rica: �Y si fumigaran escuelas de Palermo o Recoleta en Ciudad de Buenos Aires (o de cualquier otro lugar acomodado del pa�s)?
Fin del lapsus; otra vez en Chaco. G�mez se�ala que los productores acordaron que las fumigaciones sean entre las 6 y las 8 de la ma�ana, antes que lleguen los chicos a clase. Sabe que es poco pero tambi�n sabe que est�n solos: pol�ticos, jueces, polic�as, medios de comunicaci�n son, por acci�n u omisi�n, c�mplices.
Ya es el mediod�a. Todos arriba del auto. Cinco minutos de andar. Una tranquera. El veh�culo ingresa a paso de hombre y hace medio kil�metro, bordeando campos que hasta hace semanas tuvieron soja.
Una casa humilde, de material, dos habitaciones, techo de chapa, �rboles a los costados y perros que alertan de visitas. Sale a recibir Carmen Almeida, 27 a�os, delgada, madre de tres ni�os. Presentaciones de rigor. Vuelve al interior de la casa y sale con Alejandro, de 7 a�os, en un cochecito para beb�s que sus pap�s compraron con mucho sacrificio, en doce cuotas. Sufre par�lisis cerebral, con severa dificultad motriz. No camina, no se sienta solo, no tiene manejo de su cuerpito. No puede siquiera sostener su cabecita erguida. Intenta hablar, pero se expresa mediante gritos o llanto.
El carrito es peque�o para el cuerpo de Alejandro. Da impotencia la situaci�n. Y a�n m�s el lugar: el patio de la casa es al mismo tiempo el campo que tuvo soja hasta hace d�as. Y donde arrojar�n qu�micos en semanas y otra vez tendr� cultivos que requerir�n m�s qu�micos. Todo el c�ctel qu�mico a s�lo metros de la casa de Carmen, Alejandro y sus dos hermanos.
El campo, de 25 hect�reas, es del suegro de Carmen. Lo alquila a productores de la zona. Hace m�s de diez a�os que ella vive ah�. Y todos los a�os fue testigo involuntaria de las fumigaciones. Incluso cuando estuvo embarazada. Se�ala que le suelen avisar que van a echar "remedios" (agroqu�micos) y ellos se encierran en la casa. "Los m�dicos me dicen que no fue por eso lo de Alejandro, o que no se sabe por qu� enferm�. Me dicen que puede ser que al nacer le apretaron sin querer la cabecita y eso provoc� la par�lisis", explica la mam�.
Nadie de los presentes se anima a contraponer hip�tesis o argumentos.
Hace meses que tramita una silla de ruedas, pero siempre falta alg�n papel o tr�mite burocr�tico. Recorri� hospitales, municipios y despachos provinciales. Siempre falta algo.
Tambi�n tuvo problemas en la escuela especial "Crecer con todos" de S�enz Pe�a. No quer�an darle la vacante porque le faltaba el certificado de discapacidad. No hac�a falta ser Nobel de Medicina para darse cuenta de la situaci�n, pero los m�dicos de Napenay y de S�enz Pe�a tampoco emit�an el comprobante porque "faltaban estudios".
"Lo llev�bamos a Alejandro. Los doctores lo revisaban, pero dec�an que faltaban estudios. Y no nos daban el certificado de discapacidad", relata Carmen.
Perdi� meses de clases. Hasta que finalmente la escuela lo acept�. Con una limitante: concurre solo dos veces a la semana, lunes y mi�rcoles, de 16 a 18. Total: cuatro horas por semana. Debiera ir veinte horas, pero hay muchos chicos con discapacidad y solo dos escuelas para ellos. Carmen celebra que ha tenido mejoras. Que ya mastica al comer (antes s�lo tragaba) y que intenta comunicarse m�s. Lamenta que no pueda estar m�s horas en la escuela, con una rehabilitaci�n intensiva.
La doctora Seveso explica que no hay cifras oficiales (o al menos no son p�blicas), pero en los �ltimos quince a�os aument� el n�mero de ni�os con discapacidad. Informa que existen dos escuelas nuevas para chicos con capacidades especiales, pero igual hay lista de espera, no alcanzan. "Esto tambi�n es el modelo agropecuario, cantidades de chicos con discapacidad. Los negadores que vengan y lo vean con sus ojos, que piensen en sus hijos", desaf�a, mientras enumera parajes donde ha visto muchos ni�os con discapacidad: Avia Terai, La Tigra, La Clotila, Tres Isletas, Castelli.
Alejandro grita desde el changuito. Llama la atenci�n de su mam�. Carmen se despide como pidiendo disculpas, agradece la visita y, con dificultad, alza a upa a su hijo.
Cuando ya estamos en la ruta, suena el tel�fono de Alejandra G�mez. Un mensaje de texto de Carmen: "Que el periodista ponga que si tengo que esperar de los pol�ticos que me consigan una silla para mi hijo me voy a jubilar porque no me dan pelota. Se enojaron esa vez que le llegaron ustedes (a reclamar). Por eso los pol�ticos no me quieren ayudar".
G�mez lo lee en voz alta. Unos instantes y llega otro mensaje de la mam� de Alejandro: "Hoy estuve t�mida porque me quieren sacar de esta casa. Y perd�n que estuve t�mida pero me pongo triste cuando hablo de mi nene".
La impotencia se hace nudo en la garganta. Todo se hace silencio.
"No quedar silencioso"
Avia Terai es una localidad de cinco mil habitantes en el centro geogr�fico de Chaco, vecina de Napenay. En el ingreso al pueblo se ubica una semillera transg�nica (Mandiy�) y una agroqu�mica (Ciagro), con campos experimentales. Tambi�n sobresale una pista de aviones fumigadores. Y est� presente la multinacional cerealera Bunge, con carga-descarga de camiones. El casco urbano est�, literalmente, rodeado de cultivos de soja y girasol que son fumigados entre diez y doce veces al a�o. Un estudio cient�fico confirm� en 2013 la denuncia de vecinos: el 31,3 por ciento de la poblaci�n relevada declara haber tenido alg�n familiar con c�ncer. La investigaci�n, auspiciada por el Ministerio de Salud de la Naci�n, vincula la causa de las enfermedades con el modelo agropecuario.
"Relaci�n entre el uso de agroqu�micos y el estado sanitario", es el nombre de la investigaci�n, de 68 carillas, que llev� 2051 encuestas en el territorio, utiliz� datos oficiales y fue realizado por seis m�dicos, licenciados en enfermer�a y ge�grafos. Entrevist� a 390 personas. El 31,3 por ciento declar� haber tenido alg�n familiar con c�ncer en los �ltimos diez a�os. "En el Centro Integrador Comunitario (CIC) nos entregaron un censo realizado por las mismas mujeres del pueblo que solicitan una escuela para discapacitados. Incluye a los menores de 20 a�os de s�lo la planta urbana, y contaron 101 ni�os y j�venes con discapacidad", se�ala el trabajo.
El trabajo abord� otras tres localidades (Campo Largo, Napenay y La Leonesa) y lleg� a las mismas conclusiones. "Las cuatro localidades que se han caracterizado como asentamientos en los que se desarrolla el modelo agroproductivo, empleando los paquetes tecnol�gicos que incluyen semillas transg�nicas y empleo de agroqu�micos", alerta la investigaci�n.
Para su reporte epidemiol�gico la investigaci�n tom� como fuentes de informaci�n estudios de Direcci�n de Estad�stica Sanitarias del Ministerio de Salud de Chaco, el Registro de Tumores de Chaco, del Servicio de Neonatolog�a del Hospital Perrando y del Hospital 4 de Junio, y las encuestas propias en el territorio. Los productos qu�micos de mayor uso en la zona son endosulfan, clorpirifos, glifosato, paraquat, dimetoato, lambdaciaotrina, metamidofos, cipermetrina y carbendazim, entre otros.
El trabajo detalla bibliograf�a cient�fica que advierte de malformaciones y c�ncer en zonas con uso intensivo de agrot�xicos, recuerda que la aparici�n de malezas resistentes llev� a que "con el fin de sostener la productividad se aplican cantidades cada vez mayores de agroqu�micos", y afirma que los m�s afectados son ni�os y mujeres embarazadas.
Alejandra G�mez no duda: "Se sigue priorizando la �productividad� y el rendimiento de los agronegocios sin tener en cuenta los costos sociales y ambientales, ni la salud y la vida. No se cumplen las leyes y el Estado sigue ausente en materia ambiental. Debe quedar claro que junto al avance de la frontera agr�cola avanza el desmonte y las enfermedades en la poblaci�n".
La investigaci�n cita estudios cient�ficos y afirma las consecuencias del modelo: "Reducci�n de la fertilidad masculina, enfermedades neurol�gicas, reducci�n del crecimiento, anormalidades fetales, fatiga cr�nica en ni�os y mal de Parkinson. Tambi�n est� contribuyendo enormemente al incremento del �ndice de c�ncer, ya que los residuos de pesticidas est�n entre las tres mayores causas de c�ncer".
El equipo de investigaci�n estuvo encabezado por Mirta Liliana Ram�rez, doctora en cartograf�a, directora del Laboratorio de Tecnolog�as de la Informaci�n Geogr�fica (UNNE), investigadora independiente del Conicet. El equipo investigador estuvo compuesto por Braulio Santiago Belingheri, Mar�a Beatriz N�coli, Mar�a del Carmen Seveso, Lina Alba Ram�rez y Mercedes Beatriz Garcete. En el cap�tulo final advierte que en muchas ciudades "la poblaci�n a�n sigue esperando y se debe actuar de forma m�s r�pida frente a situaciones en las que se vulnera la salud". Destaca que en el pa�s se han logrado "erradicar muchas enfermedades que durante a�os causaron muertes y postergaron", y revela el por qu� de la investigaci�n: "No queremos quedar silenciosos frente a nuevas amenazas".
Monte grande
Avia Terai significa "monte grande" en idioma originario. Casas bajas, pocas calles de asfalto. La siesta se respeta y muy pocas personas en las calles. Hay muchas nubes y hacen m�s tolerable el sol chaque�o. El auto toma una calle de tierra que se aleja del centro, campo de un lado, viviendas humildes del otro. Unas quince cuadras, dobla a la derecha y se interna en una huella. M�s campo y freno en una f�brica de ladrillos artesanal, familiar, precaria. All� est� Aixa Ponce Cano, de 7 a�os, junto a sus padres y hermanos. Aixa tiene una extra�a enfermedad: toda la piel cubierta de lunares, peque�as manchas, verrugas y bello. En 2013 la fotograf�a de Aixa fue publicada por la Agencia The Associated Press (AP). Confirm� el dicho de "una imagen vale m�s que mil palabras". La foto de Aixa se viraliz� en medios de comunicaci�n del exterior (y algunos de Argentina).
En los a�os siguientes, una decena de fot�grafos y documentalistas fueron en busca de Aixa y su padecer. Menos visible a las fotos, Aixa tambi�n padec�a de unos extra�os tumores (de hasta un kilogramo de peso) que crec�an en su espalda y le imped�an correr, caminar erguida y s�lo pod�a dormir boca abajo, con dolor. Lo peor, esos tumores crec�an. El sistema de salud de Chaco le dio una sola respuesta: una interminable burocracia que nunca daba soluciones (finalmente, la uni�n del fot�grafo italiano Marco Vernaschi y un grupo de m�sica internacional lograron un tratamiento pago y operaci�n en Buenos Aires).
Silvia Ponce, la mam� de Aixa, recibe mientras trabaja al aire libre, en la f�brica de ladrillos con su esposo. Est�n atareados, no tienen muchos deseos de m�s prensa. Pregunta d�nde est�n las c�maras de fotos. Se le explica que no habr� im�genes, s�lo grabador, cuaderno y lapicera. Baja la guardia. Pide disculpas pero se excusa, deben terminar una tanda de ladrillos y no puede hablar. Aixa y cuatro de sus hermanitos se acercan, quieren jugar, piden el cuaderno y lapiceras
No habr� fotos. Y tampoco entrevista. Pero tiene premio: Aixa y sus hermanos se quedan con las hojas, dibujan, sonr�en.
Semanas despu�s, Alejandra G�mez explicar� lo sucedido: la familia Ponce sufr�a ataques difamatorios de vecinos y productores. La acusaban de exponer a su hija y tambi�n "desprestigiar" al pueblo.
Premonitorio
Catherina Pardo fue una pionera en alertar sobre los efectos de los agroqu�micos en Avia Terai. Ten�a 14 a�os en 2005, cuando comenz� a preguntarse por "el avioncito" que pasaba por arriba de la escuela cuando ella estaba en clase. Un trabajo escolar la embarc�, junto a dos compa�eros y una docente, a investigar sobre el hangar vecino al colegio, el modelo agropecuario y las denuncias de enfermedades del Barrio Quebracho (a un kil�metro del hangar y rodeado de soja).
Escucharon a los afectados, confirmaron problemas respiratorios y vincularon avi�n, agroqu�micos, agronegocios y vecinos enfermos. Y precisaron el incumplimiento de la Ley de Biocidas. Su trabajo escolar obtuvo el primer premio en la Feria de Ciencias de la provincia.
Y gener� debates en el pueblo. Incluso llegaron funcionarios del gobierno provincial, se reunieron con fumigadores y productores, con docentes y directivos, pero no dejaron participar a los estudiantes. Semanas despu�s, en una charla abierta, s� los invitaron, pero les pidieron que no hablen. "Sent�amos impotencia", recuerda Catherina Pardo, diez a�os despu�s, sentada en el living de su casa.
Pardo termin� el colegio hace a�os. Estudia psicolog�a social. Sigue denunciando los efectos del modelo agropecuario, muy consciente de que vive en un pueblo donde el agro es el sector m�s poderoso.
Pas� una d�cada y Pardo no duda: "Lo que alertamos cuando est�bamos en el colegio se cumpli� en estos a�os. Hay cada vez m�s c�ncer, m�s enfermos respiratorios, abortos espont�neos, chicos con malformaciones o discapacidad".
Al Barrio Quebracho, el primer lugar investigado, se sum� el nuevo Barrio Padre Mugica, construido por la Fundaci�n Madres de Plaza de Mayo. Como un destino maldito, el nuevo barrio est� lindero a campos de soja y a s�lo cien metros del hangar donde despegan los aviones fumigadores. Como plan estatal de vivienda, tuvieron prioridad (para acceder a la casa propia) las familias con alg�n integrante con discapacidad.
"Son cien casas. �Sab�s en cu�ntas hay personas con discapacidad?", pregunta G�mez. Silencio. Y respuesta proviene de la misma abogada: "En todas las familias hay una persona con alguna discapacidad. Si eso no es una prueba de lo que vivimos�".
Catherina Pardo recuerda que los vecinos del Barrio Quebracho daban testimonio de los �rboles quemados, las huertas familiares arruinadas por los qu�micos y, claro, los enfermos m�s diversos.
En 2005 hab�a solo un avi�n fumigador. Ahora son tres. En una reuni�n p�blica los confront� el due�o de los aviones, de la empresa fumigadora "Aeroaplicaciones del Norte", Patricio Teverosky. Los acus� de provocar miedo en la poblaci�n. El aviador explic� que sus hijos los acompa�an en el hangar, que lo utiliza casi como casa de campo, con asados familiares y para amigos. Argument� que nunca pondr�a en riesgo a sus seres queridos ni a la poblaci�n.
Cinco a�os despu�s, momento de la entrevista de MU, Teverosky, de 40 a�os, estaba en silla de ruedas, con c�ncer. Pardo y Seveso lo conocen. Lamentan lo sucedido. Y les cuesta entender por qu� a�n sigue negando el efecto de los qu�micos.
Al momento de escribir esta nota, Alejandra G�mez envi� un comunicado de la Federaci�n Argentina de C�maras Agroa�reas (de aplicaci�n de agroqu�micos): "Falleci� el se�or Patricio Teverosky, piloto aeroaplicador, oriundo de la localidad de Roque S�enz Pe�a, Chaco. Expresamos nuestras humildes condolencias a la familia, colegas y amigos".
* Versi�n ampliada de la publicada en Peri�dico Mu de Abril de 2016 � www.lavaca.org
Blog del autor: http://www.darioaranda.com.ar/