Argentina, la
lucha continua....
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Elección en Argentina: ¿quién ganó qué?
por Immanuel Wallerstein
La Jornada
El 22 de noviembre de 2015, Mauricio Macri derrotó a Daniel Scioli en la
elección presidencial argentina más o menos con escaso margen, apenas por menos
de tres puntos de porcentaje. La mayoría de los analistas le llamaron a esto un
triunfo de la derecha sobre la izquierda. Esto no es falso, pero sería demasiado
simple. De hecho, la elección reflejó los muy complejos desarrollos que ocurren
por toda América Latina en los tiempos que corren. Leer mal lo que está
ocurriendo puede conducir a errores políticos importantes en la década venidera.
El relato comienza durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Argentina
era neutral, pero de hecho simpatizaba con las potencias del Eje. A principios
de 1943, entró a escena un movimiento de oposición que vinculaba los movimientos
sindicales y los oficiales más jóvenes. Una figura clave fue el coronel Juan
Domingo Perón, que se convirtió en secretario del Trabajo del gobierno. Su breve
arresto, en 1945, condujo a manifestaciones callejeras y a su liberación ocho
días después. Las elecciones de 1946 fueron esencialmente entre Perón, candidato
pro-obrero, en favor de un Estado benefactor y anti-imperialista (es decir, anti-estadunidense),
y un candidato de derecha, abiertamente apoyado por el embajador de Estados
Unidos. Perón ganó e implementó su programa con la asistencia de su carismática
segunda mujer, Evita, heroína de los descamisados.
El peronismo no es una política, sino un estilo a veces llamado populismo. De
ahí se sigue que, en términos de políticas, hay muchos peronismos –de derecha,
de centro y de izquierda. Lo que los une son las figuras míticas. El peronismo
más o menos de izquierda de Perón fue llevado a su fin por un golpe militar en
1955. Perón se fue al exilio y se casó con su tercera mujer, Isabel, que era
española.
Los militares permitieron elecciones en 1973. Perón retornó y promovió su
elección con Isabel como candidata a la vicepresidencia. Murió tras un año en el
cargo y le sucedió Isabel, que fue muy impopular. Éste fue un periodo de golpes
militares de derecha por toda América Latina –Chile, Brasil, Perú, Uruguay y
Argentina. En Argentina a este periodo se le conoce como la guerra sucia,
en la que tal vez hubo 30 mil desaparecidos, eliminados brutalmente.
Para 1983, los militares habían agotado su propio respaldo y pareció sabio y
seguro retornar a un régimen civil. En 1989 llegó a la presidencia un peronista,
Carlos Menem. Impulsó una política de derecha, tanto por su obediencia a los
requisitos neoliberales del FMI como por su alineación con las prioridades
geopolíticas de Estados Unidos.
En 1998, la elección de Hugo Chávez como presidente de Venezuela marcó el
principio de la llamada ola rosa. Fue consecuencia no sólo de la consternación
popular hacia los serios desplomes en el ingreso ocasionados por la observancia
del Consenso de Washington, sino por el inicio del declive del poderío
estadunidense en Medio Oriente, a lo cual se le daba una atención prioritaria.
En 2001, un movimiento más o menos anarquista, los piqueteros (que
bloqueaban calles negándose a mover) emergieron como importante fuerza política.
Su método político era el cacerolazo (golpear las cacerolas y sartenes de
metal). Su consigna era ¡Que se vayan todos! Finalmente forzaron al gobierno
neoliberal, pero peronista, a renunciar.
Tras disturbios persistentes, las elecciones de 2003 confrontaron al peronista
neoliberal Carlos Menem contra el peronista altermundista Néstor Kirchner. La
ventaja de Kirchner en las encuestas fue tan grande, que Menem se retiró.
Kirchner gobernó por cuatro años y lo sucedió su esposa Cristina, quien fue
electa dos veces con grandes márgenes. Argentina estaba gobernada ahora por una
subvariante del peronismo llamada kirchnerismo.
Cristina no podía competir de nuevo en 2015 debido a una ley que prohíbe estar
más de dos periodos sucesivos en el cargo. Las fuerzas kirchneristas, conocidas
como Frente para la Victoria (FPV), pusieron como candidato a Daniel Scioli.
Éste, considerado más centrista que Cristina, hizo que el respaldo de ella fuera
tibio. Sin embargo, se esperaba que en las primarias del 9 de agosto Scioli
ganara fácilmente en la primera ronda. Llegó primero, pero fue forzado a una
segunda ronda, en la cual, por estrecho margen, ganó Macri.
La victoria de Macri es parte de una tendencia latinoamericana. Los buenos días
de la expansión económica de las economías emergentes habían alcanzado sus
límites a lo largo de la economía-mundo y estaban causando apreturas de cinturón
por todas partes. Macri prometió una solución económica, una que controlaría la
inflación y renovaría el crecimiento económico. No obstante, aseveró que su
programa sería moderado en ciertas formas. No reprivatizaría las industrias que
Cristina había renacionalizado. Y mantendría algunas de las medidas de un Estado
benefactor propias de los regímenes kirchneristas.
No hay ninguna duda de que Macri es un hombre de derecha y que intenta gobernar
tan a la derecha como pueda. La cuestión es qué tan lejos puede llegar. Se
enfrenta a dos constreñimientos importantes. Uno es mundial; el otro es interno.
El constreñimiento de orden mundial es el grado al que ocurrirá un resurgimiento
de los buenos tiempos del Sur Global en la década venidera. Si no llegan esos
buenos tiempos, Macri tendrá que explicar, en las elecciones de 2019, por qué
sus soluciones no resolvieron nada o muy poco para la vasta mayoría del pueblo
argentino. En resumen, cargará con la culpa de las continuadas dificultades
económicas en lugar de Scioli (y los kirchneristas).
El constreñimiento interno es más sutil. Algunos analistas consideran que
Cristina está bastante feliz con la derrota. No sólo porque no le guste él, sino
porque si hubiera ganado sería muy probable que habría contendido en 2019.
Cristina puede ahora ser la candidata en 2019, la última oportunidad que su edad
podría, razonablemente, permitirle.
Mientras escribo esto, Macri no ha mostrado aún su programa preciso. Está en
favor de maximizar la apertura de fronteras que permitan un libre flujo de
mercancías y capitales. En particular desea terminar con el cepo al dólar –el
vínculo de la tasa oficial del peso respecto al dólar estadunidense. Pero no
totalmente, al menos no en lo inmediato. Debe balancear el efecto negativo a
corto plazo, los vuelos de capital, con el efecto positivo de mediano plazo que
él asegura va a ocurrir –una mayor inversión extranjera que en sí misma bajará
la tasa de cambio y por tanto la inflación.
Desea participar en los tratados de libre comercio que están en proceso, tanto
en el Pacífico como en el Atlántico. Y busca redefinir el papel de la alianza
comercial sudamericana del Mercosur.
En los asuntos del mundo desea restaurar relaciones cercanas con Estados Unidos
y alejar a Argentina de sus relaciones con Irán. Desea reafirmar el respaldo
hacia la Organización de Estados Americanos (OEA), la estructura que incluye a
Norte América que casi todos los otros países de América Latina han querido
reemplazar por miembros únicamente latinoamericanos y del Caribe. Pero también
afirma que su prioridad en política exterior son sus relaciones con Brasil, el
mayor socio comercial de su país. Y la presidenta Rousseff dijo que asistirá a
la toma de posesión de Macri. Brasil será una restricción para Macri
Finalmente, un asunto de los últimos años ha sido la ley de amnistía que
absolvió a los militares de todos sus crímenes cometidos durante la guerra
sucia. El régimen de Kirchner ha rechazado la amnistía y estaba juzgando a
las pocas figuras importantes que aún siguen vivas. Macri ha dicho que no
interferirá con el proceso judicial, para consternación de algunos de los ultras
de su bando. ¿Pero no liberará a quienes están siendo procesados por
insuficiencia de pruebas?
En resumen, Macri sí representa de hecho un empuje hacia la derecha. Pero no
representa el final del kirchnerismo, ni una situación donde la izquierda (de
cualquier forma que la definamos en esta situación particular) esté desarmada y
sin esperanzas.
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