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El espejo michoacano
Miguel Ángel Ferrer
La aparición pública hace algunos meses de las autodefensas michoacanas trajo
como consecuencia inesperada el conocimiento y reconocimiento de la
participación directa de funcionarios públicos y otros actores políticos en la
arrolladora ola de la delincuencia organizada.
El gobernador, ya relevado del cargo, era, a título de alcahuete, protector,
comisionista, jefe segundón o capo principal, personaje centralísimo en la
organización delictiva. Y también, como actor centralísimo, el secretario de
Gobierno, segunda autoridad estatal. Y, asimismo, ya detenido y procesado al
igual que el dicho secretario, el hijo del hoy ex gobernador.
Y ahora, con la detención y encausamiento judicial de dos presidentas
municipales, se confirma lo que todo el mundo sabía o sospechaba, sobre todo en
Michoacán: que sin la complicidad o participación o protección del gobierno no
podría explicarse el imparable desbordamiento de la delincuencia.
Pero la activa participación gubernamental en el crimen no es asunto reciente en
Michoacán. Ya desde el sexenio anterior hubo decenas de detenciones, acusaciones
y procesamientos de autoridades municipales bajo cargos de delincuencia
organizada. Y, entendiendo el contexto político-criminal, nada tuvo de
sorprendente el desenlace: libertad de los inculpados "por falta de pruebas".
Frente a esta situación, desde luego, es fácil suponer la participación en el
crimen organizado michoacano de otro tipo de funcionarios: policías, fiscales,
militares y jueces. ¿Qué delincuente puede temer la acción de la justicia
teniendo de su lado tan amplia red de protección?
A pesar de la escandalera provocada por el cese del gobernador y la consignación
penal del hijo, del secretario de gobierno y de las dos presidentas municipales,
la situación no ha mejorado. Y no cabe duda que ha empeorado.
Para aparentar que se combatiría al crimen, el gobierno federal nombró un extra
legal, por no decir ilegal, comisionado especial para el combate a la
delincuencia. Y si bien este fue el objetivo declarado, la propia realidad
confirmó que el propósito real era dar fin al fenómeno de las autodefensas,
mediante la cooptación (amenazas, dinero, promesas) y la represión policiaca,
militar y judicial.
Cooptadas, amedrentadas o encarceladas las autodefensas, el comisionado federal
no ha ido más allá. La delincuencia sigue desbordada e intocada, aunque, es
necesario reconocerlo, con menos exposición mediática. El tal comisionado logró
esconder la basura debajo de la alfombra.
Relevar de sus cargos a unas cuantas autoridades no podía conducir al
desmantelamiento de la vasta red de participación gubernamental en el crimen.
Esto quiere decir que los pactos de participación y complicidad oficiales en la
delincuencia siguen vigentes. Y que si antes tenían la bendición soterrada,
discreta, cuidadosa del gobierno federal, ahora ese aval a los delincuentes ha
dejado de tener perfil bajo para ser, en el presente, obvio y hasta descarado,
con las patentes de corso emitidas y firmadas por el propio comisionado,
representante directo y plenipotenciario del gobierno federal.
Por otra parte, apenas si es lógico suponer que el esquema michoacano se repite
y opera en otras entidades, localidades y regiones del país, que sufren, al
igual que Michoacán, el desbordamiento y la actuación impune de la delincuencia
organizada.
¿Quién no recuerda el caso del que fue gobernador del estado de Tamaulipas,
acusado hasta el cansancio de ser partícipe y hasta jefe del aparato criminal de
su entidad? Tales acusaciones, públicas aunque no oficiales, datan de hace
muchos años. Y si bien el ex gobernador, Tomás Yarrington, no ha sido encausado
por el gobierno federal, donde debe tener muchos amigos o cómplices, sí tiene el
carácter de prófugo de la justicia estadounidense por cargos de narcotráfico.
¿Son excepciones Michoacán y Tamaulipas? ¿O son el espejo en que pueden
reflejarse todas o casi todas las entidades mexicanas?
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor.com.mx