COMPA�ERAS
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Violencia de g�nero y sociedad patriarcal
Rafael Silva
Muchas veces se ha usado el t�rmino "violencia de g�nero estructural". Cuando se dice de algo que es estructural, lo que pretende decirse es que afecta a la misma ra�z de la estructura de la sociedad donde est� inmerso, es decir, que es parte de su estructura. Pero la violencia machista sobre las mujeres, con resultado de muerte o heridas, es s�lo un aspecto (podr�amos llamarlo violencia directa, que es la terminolog�a que utiliza Pedro Honrubia) de la violencia estructural que el mundo masculino ejerce sobre el femenino: la existencia de una brecha salarial de g�nero, las condiciones de precariedad laboral, el trabajo subcualificado, los nichos laborales feminizados, la tendencia a reproducir socialmente las causas que generan la feminizaci�n de la pobreza y/o las desigualdades en el reparto del trabajo no remunerado en el seno del hogar, son algunos ejemplos de ella.
Y en cuanto a los modelos de relaci�n afectivo-sexual dominantes se refiere, nuestra estructura es, contin�a siendo por desgracia, el Patriarcado. Y el patriarcado impone sus modos, formas y leyes en todo lo que tiene que ver con el mundo del sexo, del amor, de la relaci�n entre los c�nyuges, de la vida �ntima y social que se organiza en torno a ellos. Porque quiz� pocas cosas existan hoy en d�a tan influ�das y determinadas por los patrones socio-culturales impuestos, como el amor. Pedro Honrubia nos dice: "El amor rom�ntico es simplemente una m�s de las manifestaciones de la cultura occidental, una m�s de las muchas manifestaciones de �sta que nace, crece y se desarrolla al amparo de la mitolog�a social, los c�nones y los estereotipos enraizados en ella y trasmitidos al sujeto a trav�s de la tradici�n. Nos socializan para amar de una determinada manera, para sentir el amor de una determinada manera y no de otra, igual que nos socializan para vestir de una determinada manera, comer una determinada comida, o rezar a un determinado Dios y no a otro. El amor es tan cultural como puede serlo cualquier otra vivencia social del ser humano".
Estos d�as se ha hablado mucho del libro cuyo expresivo t�tulo ha causado rechazo y estupor en muchas personas: "C�sate y s� sumisa", de una periodista cat�lica italiana (Constanza Miriano), y puede ser un fiel y perfecto reflejo de c�mo se entiende el amor desde la perspectiva patriarcal, la estructura que sustenta la violencia de g�nero en nuestra actual sociedad occidental. El amor entendido como juego de roles, como posesi�n, como sumisi�n, como propiedad privada y exclusiva, el amor como compromiso de fidelidad eterna, el amor como v�nculo inquebrantable entre dos personas que se prometen el uno al otro hasta que la muerte los separe, es el modelo representado por la Iglesia Cat�lica, y que muchos fieles a ella practican y representan. Y ah� est� el incesante goteo de casos de asesinato de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, fen�meno que constituye una lacra social de macabros tintes, y que todav�a tardar� alg�n tiempo en erradicarse. Podr�amos decir que este execrable fen�meno marca el c�nit de dicha estructura de relaci�n patriarcal, y de todos los valores contenidos en ella. Porque toda expresi�n social del patriarcado, sea directa, estructural, cultural o simb�lica, es violencia de g�nero, y nuestra sociedad no podr�a funcionar, de la forma que lo hace, sin la existencia de esta violencia cotidiana y sistem�tica sobre las mujeres.
Esta violencia machista es la cara m�s cruel de la estructura del patriarcado, pero quiz� esto nunca se reconoce abiertamente por los poderes p�blicos, que hasta ahora se han limitado a limar las asperezas culturales que nos han llevado a esta situaci�n. El tema educacional es fundamental, pues sin atacar este frente, dif�cilmente podremos abolir la violencia de g�nero, asentada en valores culturales a lo largo de muchos siglos. Adem�s de la relaci�n de sumisi�n y de dependencia econ�mica y servil que se propugna hacia la mujer con respecto del hombre, la violencia de g�nero es la expresi�n m�s patente del sometimiento y anulaci�n de la mujer desde la influencia masculina. De ah� que todos los ingredientes hayan sido ya detectados y denunciados: insultos, amenazas, celos, poder, sumisi�n, dominaci�n, desconfianza, control, desprecio, humillaci�n, desmotivaci�n, ridiculizaci�n del otro, atropello a su dignidad, infravaloraci�n personal, todo ello es violencia de g�nero. Pero los pilares de esta violencia de g�nero est�n fuertemente asentados sobre ese patriarcado estructural instaurado desde tiempos inmemoriales, que se fundamenta en ese modelo de dominaci�n cultural del hombre sobre la mujer. La Ley actual, en su exposici�n de motivos, ya deja patente el sustrato cultural del problema, denunciando que la violencia de g�nero es una manifestaci�n de la discriminaci�n, la situaci�n de desigualdad y la relaci�n de poder de los hombres sobre las mujeres.
Pero dec�amos al principio que los valores culturales no s�lo afectan a la relaci�n de sumisi�n de la mujer con respecto al hombre, sino que el patriarcado abarca tambi�n las relaciones amorosas, la sexualidad y la vida reproductiva. Este marco de convivencia y de relaciones tambi�n debe ser estudiado y aplicado al fen�meno de la violencia de g�nero. Hay que entender por tanto al patriarcado como un todo antropol�gico-cultural, donde se imbrican las relaciones de amor-odio, de dependencia, de sumisi�n, de sexualidad, de roles culturales, de fidelidad, de econom�a, de reproducci�n, y en general, todos los par�metros que gu�an las relaciones de pareja. Porque precisamente la manifestaci�n m�s tr�gica de dicha violencia de g�nero (el asesinato de las mujeres) se vincula exclusivamente a la relaci�n amorosa de las parejas o ex-parejas. Y ello b�sicamente porque se entiende como prototipo de la relaci�n amorosa la relaci�n de propiedad. Es decir, el paradigma que gu�a en el fondo una gran parte de las relaciones de pareja que se basan fielmente en modelos patriarcales, entienden a la mujer como propiedad privada del hombre. De este modo, entendemos la pareja, sexual, emocional y amorosamente hablando, como nuestra propiedad, no pudiendo ser compartida, ni aceptando por tanto la idea de que esa "posesi�n" nuestra pueda estar, aunque sea s�lo temporalmente, en manos de otra persona.
Se va extendiendo la idea irracional de que la pareja es nuestra, s�lo nuestra, y con ella establecemos una relaci�n de dependencia integral. Desde este punto de vista, la posible p�rdida de esa posesi�n sentimental llevar�a impl�cita la p�rdida de una propiedad privada, como nuestra casa o nuestro coche. Se extrapolar�a tambi�n a la p�rdida de una parte de nuestras vidas de la cual depende nuestra realizaci�n social, nuestra comodidad y protecci�n, en �ltima instancia nuestra felicidad, e incluso la p�rdida de una parte de nuestro honor. El resto de los roles impuestos por el patriarcado se ponen en marcha como resortes, y se disparan los riesgos de entender el problema como un abuso de la autoridad de la mujer con respecto del hombre, lo cual no se puede permitir. Dichos pensamientos han sido construidos desde la infancia, en nuestra casa, con nuestros hermanos, con nuestros padres, en nuestro colegio, con nuestros compa�eros, en todos los planos nos han bombardeado subliminalmente bajo los par�metros de la sociedad patriarcal. En los casos m�s graves saltan todos los mecanismos, y llegamos a la situaci�n explosiva, produci�ndose la muerte de la mujer como el culmen de la violencia machista, de la violencia estructural, de esa violencia de g�nero presente en la sociedad patriarcal.
Concluye Pedro Honrubia en su art�culo en los siguientes t�rminos: "Si el hombre es percibido culturalmente, de forma general, como un ser superior a la mujer, si cualquier actividad vinculada directamente a la mujer es a su vez percibida como inferior, si adem�s es la mujer la que en ning�n caso debe ser promiscua si quieres ser una mujer "digna",y, adem�s, el amor es asimismo percibido culturalmente, como lo es en nuestra sociedad, como una relaci�n de posesi�n mutua, algo as� como una relaci�n sustentada en la propiedad privada respecto de la sexualidad del otro elemento de la pareja –fidelidad sexual-, finalmente se abre la puerta de par en par para una macabra l�gica cultural que puede llevar f�cilmente a la conclusi�n sentida y vivida por el hombre de que la mujer es una posesi�n suya y solo suya. Amor como propiedad privada y patriarcado son entonces las dos caras de una misma manera con tr�gico resultado: la violencia de g�nero en sus versiones m�s tr�gicas y horripilantes".
Son, como vemos, m�ltiples caras de una misma moneda: el patriarcado. Desde el serm�n en la Iglesia hasta las conversaciones �ntimas de nuestros padres, todos hemos sido educados en los valores de dicha sociedad. La soluci�n, por tanto, es abolir el patriarcado, y comenzar a virar nuestra sociedad hacia el cultivo de otros valores, valores que han de ser inculcados desde la infancia, para que las situaciones de violencia machista no puedan volver a darse jam�s en las nuevas generaciones. Debemos entender el amor no como la relaci�n de posesi�n mutua entre dos personas, no como un mutuo compromiso de fidelidad sexual, no como la anulaci�n de la voluntad del otro, o de la limitaci�n de su libertad. Abrir el concepto, destapar la relaci�n amorosa, despojarla de sus tintes patriarcales, y verla como una aut�ntica relaci�n libre entre iguales, entre personas que se complementan y se quieren, se aman y se desean en todos los frentes. Hay que entender el amor bajo un compromiso libre y mutuo entre las personas, rompiendo las cadenas mentales que nos atan a at�vicos instintos que tienen su antropol�gica raz�n de ser en la cultura del patriarcado. Dicho modelo patriarcal nos ha impuesto durante siglos su modelo para el amor, cambiemos nosotros dicho modelo. Para muchas mujeres, les ir� en ello su vida.
Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es/