Rubén era cartonero y tenía veinte años. Ese 19 de diciembre salió de casa con
la idea de buscarle yogur y pañales a nuestra hijita Aldana que por aquel
entonces tenía solamente dos años. Antes de irse, le dijo, le prometió que iba a
hacer todo lo posible para festejarle los quince años. Porque algo muy chiquito
le pudimos hacer cuando cumplió los dos años, pero el primer añito no pudimos.
No había un peso. No volvió más. Le pegaron un tiro por la espalda – cuenta
María Martínez, la esposa de Rubén Pereyra, asesinado en el barrio Las Flores,
en el sur de Rosario, diez años atrás.
Hoy Aldana, junto a su mamá, recorre en bicicleta la provincia de Santa Fe
pidiendo justicia no solamente por su padre sino por los 34 fusilados de aquel
diciembre de 2001.
La bicicleta que refleja la porfiada marcha de otro de los 34, Claudio "Pocho"
Lepratti, "El Ángel de la bicicleta", como lo cantó León Gieco, montado en esas
dos ruedas que un artista plástico hizo, en realidad, para reflejar la vida de
su hermano, uno de los 30 mil desaparecidos.
Fantástica síntesis que hizo el pueblo: la bicicleta de aquel soñador de los
años setenta es la misma que sigue pedaleando Pocho y Aldana en el siglo
veintiuno.
Postales de un diciembre que no solamente son trágicas porque aquella presencia
masiva en las calles de ciudades y pueblos argentinos fue consecuencia de
movilizaciones y marchas que atravesaron la Argentina y Sudamérica desde 1999
hasta 2002.
El pueblo en la calle, el sistema en los palacios.
Pero en el exacto lugar donde se juntan el amor y el dolor, también habita la
marca del sistema, la marca de la bestia.
38 vidas dejaron de soñar, amar y luchar aquellos días de diciembre de 2001.
El sistema mata.
Lo viene haciendo desde hace mucho.
Y en especial, desde 1976.
Los números juegan con la literatura y marcan una cifra.
La cifra que revela el enigma profundo de la historia de los últimos cuarenta
años en estos arrabales del mundo.
6 de cada diez de nuestros 30 mil desaparecidos tenían entre quince y treinta
años. 6 de cada diez de nuestros más de tres millones de desocupados y
trabajadores informales del presente tienen entre quince y treinta años. 6 de
cada diez de los detenidos por primeros delitos en las principales provincias
argentinas tienen hoy entre quince y treinta años.
El número de la bestia apocalíptica según el último libro del Nuevo Testamento
atribuido al apóstol San Juan.
La bestia, la verdadera cara de la bestia que se apropia de nuestros pibes, de
los que tienen la necesidad biológica y cultural de producir los cambios
sociales, esa voracidad es propia del sistema capitalista y sus formas concretas
de manifestarse en el país y en cada una de las provincias.
La marca de la bestia del sistema capitalista argentino. Los convierte en
desaparecidos, en desocupados y en delincuentes. Una feroz continuidad en el
tiempo.
Es la cifra que explica el permanente control social. Cuando no alcanza con el
narcótico de los grandes medios de comunicación, el sistema usa el terror. Y usa
el terror porque tiene miedo.
Miedo a que vuelva a producirse un grado de ebullición social que busque la
construcción de un poder popular que haga efectiva, de una buena vez, el sueño
colectivo inconcluso que late en la poesía del himno, ver en el trono de la vida
cotidiana a la noble igualdad.
Por eso hay que repasar las identidades y las edades de las víctimas de
diciembre de 2001.
Y volver a ser conscientes de la marca de la bestia del capitalismo argentino.
En la ciudad de Santa Fe: Marcelo Alejandro Pacini, 15 años.
En Rosario, Claudio Lepratti, 35 años; Graciela Acosta, 35 años; Juan Alberto
Delgado, 24 años; Rubén Pereyra, 20 años; Walter Campos, 17 años; Liliana Yanina
García, 18 años; Ricardo Villalba, 16 años y Graciela Machado, 35 años.
En el Gran Buenos Aires, Damián Vicente Ramírez, 14 años; Ariel Maximiliano
Salas, 30 años; Pablo Marcelo Guías, 23 años; Roberto Agustín Gramajo, 19 años;
Víctor Ariel Enriquez, 21 años; Eduardo Legembere, 20 años; Diego Avila, 24
años; María Rosales, 28 años; Julio Hernán Flores, 15 años; Daniel Enrique
Mataza, 23 años; Cristian Gómez, 25 años y Maximiliano Tasca, 25 años.
En Plaza de Mayo, Carlos Petete Almirón, 23 años; Marcelo Riva, 31 años; Diego
Lamagna, 17 años; Alberto Márquez 57 años; Gustavo Benedetto, 23 años; y Rubén
Aredes, 30 años.
En Paraná, Romina Iturrain, 15 años; Eloísa Rosa Paniagua, 13 años y José Daniel
Rodríguez, de 25 años.
En la ciudad de Cipoletti, Río Negro, Elvira Abaca, de 42 años.
En Corrientes, Ramón Alberto Arapi, de 23 años.
En Córdoba, David Ernesto Moreno, de 13 años.
En San Miguel de Tucumán, Luis Fernández de 27 años.
28 personas asesinadas en aquellos días de diciembre de 2001 tenían menos y
hasta treinta años.
28 sobre 34 asesinados por las balas de las fuerzas de seguridad del sistema
capitalista argentino.
El 82 por ciento de las vidas segadas por aquella represión que cuidaba el
sistema que garantiza la concentración y la extranjerización de las riquezas.
Una profundización de la marca de la bestia de los últimos cuarenta años.
Algo que también suele verse en las cárceles de las provincias más grandes como
Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, donde 8 de cada diez detenidos están presos
porque tienen causas judiciales por supuesto narcotráfico. La otra variante de
la bestia del sistema: los desaparece, los desocupa, los convierte en
delincuentes y los droga.
De allí que los días de diciembre de 2001 remarcan la necesidad de construir
otra realidad, donde las pibas y los pibes tengan la mínima e indispensable
igualdad de oportunidades para que puedan construir sus sueños y lograr la
felicidad, aquel objetivo de la revolución y la política del que hablaba Manuel
Belgrano.
De eso se trata tener memoria de los sucesos de 2001, de ser conscientes del
mandato existencial de inventar una país con justicia, libre e igualitario.
Para que la vida se parezca a los sueños de las mayorías y no sea, solamente, el
zafar de las pesadillas impuestas por los que son menos.