Argentina, la
lucha continua....
|
2001-2011. Una década "interesante"
Daniel Campione
Diciembre de 2001 marcó un momento de crisis que atravesó todos los planos de la
sociedad (político, económico y cultural) y sobre todo puso en entredicho la
autoridad del estado y el sistema político. Por primera vez en la historia del
país un gobierno (en el caso elegido por sufragio en elecciones limpias) era
derribado por una movilización popular que alcanzó ribetes de rebelión. Si bien
la genealogía de lo sucedido el 19 y 20 de diciembre puede filiarse en las
luchas en resistencia contra las consecuencias de las reformas neoliberales y
las privatizaciones, los hechos tomaban un carácter inusitado, rompían con la
lógica de reclamarle al gobierno, para encarar la eliminación del mismo. El
régimen aparecía cuestionado en su carácter representativo, emergía un
movimiento reacio a dejarse "representar" en el marco de la institucionalidad
vigente.
La consigna ¡que se vayan todos¡ entrañaba un cuestionamiento raigal de la mal
denominada "clase política", pero exhibía a su vez los límites del "programa" de
la rebelión. Salvo los bancos, protagonistas del bloqueo de los fondos
depositados, el empresariado capitalista no era cuestionado tan activamente.
Puestos a especular sobre el futuro inmediato de la Argentina, en ese momento el
resultado parecía un horizonte de mayor autonomía e iniciativa popular, pero sin
un correlato en una transformación radical de la estructura económico-social. De
la triáda de formas de organización popular que aparecían con fuerza en la
coyuntura (piqueteros, asambleas, empresas recuperadas), solo la última ponía en
cuestión la propiedad capitalista, y en una forma limitada: se "recuperaban"
empresas quebradas, abandonadas por sus dueños, o en trance de estarlo, y no
aquéllas que funcionaban más o menos en plenitud. El objetivo más evidente era
la preservación de la fuente de trabajo, aunque las experiencias de autogestión
se propusieran en algunos casos como "modelos" para espacios productivos más
amplios.
Ante el derrumbe del poder ejecutivo, las instituciones parlamentarias actuaron
en suplencia, una y otra vez (Camaño, Rodríguez Saa, Puerta) hasta lograr un
primer atisbo de estabilización con el interinato de Duhalde, que se encargó de
tomar las medidas que restauraran la "confianza" de los capitalistas y procuró
reestablecer la autoridad presidencial.
Con el asesinato de Kosteki y Santillán se tambaleó el precario modus vivendi
alcanzado en el vértice del poder (pesificación asimétrica y otras medidas
mediante) pero el rápido llamado a elecciones fructificó en una candidatura como
la de Kirchner, un semidesconocido que podía ser presentado como externo o al
menos marginal a la "clase política", a la que sin embargo pertenecía, y que
triunfó gracias a un aparato del PJ al que no le respondía plenamente. K pareció
comprender desde el primer momento que no había margen para insistir en las
políticas neoliberales salvo que se asumieran dosis crecientes de represión, y
que una reconstrucción efectiva y duradera de la autoridad presidencial en
primer lugar y de la democracia parlamentaria como "ejercicio normal de la
hegemonía" requería tomar las demandas de las clases subalternas, aunque en un
modo limitado y reduciendo su iniciativa en la mayor medida posible, algo
aproximado a lo que Gramsci denominaba "revolución pasiva". La relación con la
deuda externa, el
modo de negociación entre capital y trabajo, la política internacional (sobre
todo hacia A.L), la política de DDHH debían ser distintas a las seguidas durante
el largo período que iba desde 1989 a 2003. En el plano simbólico, el gobierno
Kirchner se asumía como continuador de las luchas populares de los 70’, aunque
en una peculiar relectura que no compartía sus objetivos (el socialismo) ni por
supuesto sus medios (la lucha armada), sin desdeñar tampoco el entendimiento con
"aparatos" del peronismo detestados por los militantes de hace unas décadas.
También fungió como abanderado de una recuperada autonomía nacional, cuyo punto
más alto fue el enfrentamiento al ALCA, que terminó sepultando el proyecto
norteamericano.
Un capitalismo "serio" o "nacional" fue el horizonte presentado como permisible
para las transformaciones, y dentro de ese esquema se propiciaba un rol
directriz del estado, paralelo a un acotamiento de la "libertad de mercado"
predicada hasta 2001. Pero aún dentro de las reformas capitalistas hay senderos
que no se exploran, como el cambio del regresivo sistema tributario, la defensa
del medio ambiente frente a los abusos de las grandes empresas, o la
renacionalización de sectores fundamentales de la economía como el petróleo o
los ferrocarriles. La senda escogida apunta a un desarrollo capitalista en el
que la "iniciativa privada" aunque no se la denomine así, tiene un rol
protagónico, acompañada de una dosis de tutela estatal que puede no confrontar
con sus intereses.
El gobierno K no disimula su alianza con vastos sectores de la burguesía, tanto
industrial como financiera y de servicios, mucho mas amplios que el grupo del
"capitalismo de amigos" vilipendiado por la oposición, que distan de ser sus
compañeros de rutas más importantes en el campo de la gran empresa. Con todo, no
rehúye conflictos cuando ciertos sectores empresarios chocan con sus objetivos
financieros o políticos, encontronazos que suelen ser presentados en términos de
enfrentamiento con "la oligarquía" o "las corporaciones", como forma de
distinguir a esos adversarios respecto a una "burguesía nacional" o empresariado
patriótico a mantener y consolidar como aliados del gobierno. El caso más
sustantivo, el del "campo", tuvo el límite de que confronta con los propietarios
rurales pero no contra las empresas monopólicas del agronegocio, de Dreyfuss a
Cargill pasando por Nidera o Syngenta. Sin embargo alcanzó una dimensión
simbólica enorme, al plantearlo como un conflicto entre un gobierno que quería
distribui
r riqueza vía impuestos, y productores egoístas que procuraban preservar y
maximizar sus ganancias sin ninguna otra consideración, y fueron apoyados por
todo un arco opositor contrario al carácter "nacional y popular" de las medidas
de gobierno y dispuesto a llegar incluso a la destitución de éste. El gobierno
cosecha allí las oposiciones más empedernidas, pero también apoyos organizados
como el de los intelectuales del grupo Carta Abierta y un nivel de movilización
popular que fue expresión de una politización creciente. Y asimismo consigue
presentarse ante amplios sectores de las clases subalternas como defensor de los
intereses populares, aún a costa de costosos conflictos.
El otro enfrentamiento importante en ámbitos de la clase dominante es el
sostenido contra el grupo Clarín, en el que se combinan los empeños por
contrarrestar a un periodismo opositor con las iniciativas tendientes a
democratizar el espectro de medios de comunicación, todo incluido en una épica
de enfrentamiento entre "gobierno popular" y monopolios de la comunicación
manipuladores de la conciencia de las masas.
En cuanto al núcleo de las reformas neoliberales de los 90’ era cuestionado,
pero sin plantear una vuelta atrás de tipo radical. Más bien se pensaba en
términos de reversión de algunos casos puntuales, como en su momento se
materializaría en Aerolíneas y las AFJP. Una innovación más fuerte se da en la
política laboral, campo en el que se retoman los convenios colectivos y se
auspicia un "reencuentro" con el sindicalismo, con la CGT fungiendo como aliado
importante y con sectores de los trabajadores formales, ya desde antes dotados
de salarios relativamente altos, que logran al menos no perder la carrera frente
a la inflación.
El l kirchnerismo tiene una base fundamental en el crecimiento económico
sostenido, en gran medida basado en la exportación de commodities, vinculado a
políticas de concesiones materiales a las clases subalternas. Las medidas
políticas y económicas de tono más progresista le facilitaron la adhesión de
ciertas organizaciones populares a las que rápidamente se les da ayuda desde el
estado en un proceso de cooptación. Desde Madres de Plaza de Mayo a Barrios de
Pie, pasando por el Movimiento Evita y la Federación de Tierra y Vivienda,
algunas de las organizaciones que habían participado en las movilizaciones
previas, contemporáneas y posteriores a diciembre de 2001 apoyan con entusiasmo
al gobierno y reciben variadas formas de aquiescencia estatal, incluyendo cargos
públicos de algún nivel. Correlativamente pierden autonomía e iniciativa, al
quedar sometidas a un sistema de lealtades que las excede y a renunciar en la
práctica a una perspectiva de transformaciones radicales.
Hay un amplio arco de organizaciones populares que mantienen su autonomía y su
programática radical, y siguen tomando parte en los más variados conflictos
sociales. Su acción puede ser entendida como el intento de hacer fructificar la
herencia de 2001, desde una perspectiva propia de las clases subalternas. Pero
no logran todavía una articulación política efectiva. En tiempos recientes
comienzan a intentar la identificación en un proyecto nacional completamente
distinto al del kirchnerismo, sin caer en ninguna de las tentaciones de la
oposición liberal-republicana. Esas acciones todavía no han fructificado en
iniciativas de alta visibilidad, pero parecen ganar en amplitud y profundidad de
la construcción "por abajo".
Mientras tanto el gobierno va armando su propio "relato" y su mística, de un
modo que se acentuó durante los años de presidencia CFK. Ello incluye adoptar
cierto tinte antiimperialista en política exterior, presentarse como una
herencia renovada del peronismo que vuelve a los valores iniciales, exaltar el
"pensamiento nacional" en sus variadas expresiones, y más ampliamente, plantea
un rescate del patriotismo, de la misma idea de nación relegada bajo el
cosmopolitismo neoliberal anterior. El Bicentenario operó como una amplia
vidriera de ese retomar de las "grandes tradiciones nacionales". También aúnan a
la posición de defensa histórica de los derechos humanos con la idea de que el
gobierno renuncia a la represión del conflicto social, la que, si bien
desmentida una y otra vez por la realidad, no queda por eso privada de eficacia.
Son medidas judiciales, acciones de gobiernos locales o de patotas privadas las
que intentan el disciplinamiento de las luchas sociales.
La muerte de Kirchner aportó un componente sustantivo, al convertirlo en una
suerte de héroe, incorporado a un panteón en el que comparte con Perón y Evita
el lugar supremo. Con intensidad creciente se invoca un renacer a la política
por parte de la juventud, lo que se intenta corporizar en iniciativas que tienen
al menos tanto que ver con los salones ministeriales y el parlamento como con la
movilización callejera. Otro elemento importante es la construcción un enemigo
identificado con elementos bastante plásticos (la "derecha", las
"corporaciones"), que le prestan un perfil impreciso pero eficaz de legitimación
de las acciones de gobierno, que se autositúa a la izquierda de adversarios muy
poderosos.
Otro rasgo es que ante la pérdida de popularidad que le acarreó el conflicto de
2008 y se manifestó en las elecciones de 2009, se lanzaron medidas atentas a
reivindicaciones económicas populares (ampliación de las jubilaciones,
asignación universal por hijo), y otras que apuntaban a afirmar la idea de un
estado presente y activo a favor de los intereses nacionales (nacionalización de
Aerolíneas, de las AFJP, ley de Medios), acciones que tuvieron mucho que ver con
el rotundo triunfo en las presidenciales de este año.
La perspectiva hoy es de una restauración de la hegemonía por parte de amplios
sectores de la burguesía que se han encolumnado tras un gobierno que les ha
facilitado la realización de elevados niveles de ganancias, al mismo tiempo que
conquistaba una adhesión social más que apreciable. Algunos sacrificios en el
plano "económico-corporativo" viabilizan un sustento social apreciable para un
capitalismo que se reorienta, sin contrariar un proceso de concentración del
capital y extranjerización de la economía, que se ha seguido expandiendo a
despecho de la índole "nacional y popular" del gobierno actual. Hay en el
trasfondo una tarea de alcance histórico, que es la reconstrucción de
legitimidad para un Estado devastado y desprestigiado durante el prolongado
lapso del neoliberalismo, que hasta ahora avanza con éxito
Un interrogante crucial es acerca de la "sustentabilidad del modelo" en el
tiempo, incluyendo la proclamada pretensión de "profundización" del mismo,
siendo que el gobierno depende de factores potencialmente tan volátiles como el
precio de los alimentos exportables, en particular la soja, y circunstancias
mundiales más criticas pueden enfrentarlo al agotamiento de su perspectiva
reformista.
La respuesta está ligada a los caminos que abran las luchas populares, en la
perspectiva de superar la tramposa dicotomía "kirchnerismo-antikirchnerismo",
para perfilar una alternativa realmente popular, que pueda construir un vasto
sustento en el ámbito de las clases subalternas, privilegiando la construcción
desde abajo sin excluir la participación en la institucionalidad política. 2001
marcó un agotamiento de las dirigencias existentes, sus modos de construcción
política y articulación con la sociedad, que por cierto no excluyó a las de la
izquierda tradicional. Hoy se encuentra a la orden del día una reconfiguración
del movimiento popular que pueda articularse como una izquierda radicalmente
nueva, dispuesta a demostrar que las perspectivas contrahegemónicas de
transformación radical siguen abiertas, a diez años de la rebelión de 2001.