En febrero comenzará el juicio por el secuestro y asesinato de tres militantes
de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) ocurrido en 1976, en Villa Cabrera.
Alberto Sánchez, retrata con hondura la personalidad de quien fuera además de
militante su primer amor.
La conocí en la adolescencia y me cautivó de inmediato. Sin medias tintas.
Yo terminaba la secundaria en el San Buenaventura y ella cursaba tercer año en
el Cristo Rey. Por entonces, sólo ocupaba su mente y sus sentidos el viaje que
emprendería a los Estados Unidos con una beca para perfeccionar el inglés.
Apelé a mil tácticas para estar con ella: compartir la pileta de un club,
asistir a las mismas fiestas y hasta incorporar amistades en común. No me llevó
mucho tiempo ganar su corazón.
Y lo más bello fue que para ambos se trataba del primer amor, ese que no se
olvida. Compartimos larguísimas charlas y tímidos besos. Y cuando ingresé a la
Universidad, con su papá debatíamos sobre Derecho Internacional Público, el
campo y los militares tras repetidas cenas en su casa. Es que la relación con
Anita pintaba para serio, decían todos.
Después ella se radicó por seis meses en Iowa, pero no resultó un viaje más: fue
parte del pasaje del primer avión argentino secuestrado a Cuba, lo cual
constituyó una experiencia inolvidable más allá de los temores de toda su
familia y obviamente, de mi propio susto.
Quizás, esa circunstancia fortuita fue la puerta que se abrió para que años
después Ana vivenciara con tanta fuerza aquello de luchar por la justicia
social.
Además, no haber renunciado a su beca evidenciaba un rasgo distintivo de su
personalidad: tener muy en claro qué hacer en la vida. Por eso, aunque me quería
un montón, no dudó en priorizar ese sueño. Y aunque todavía era casi una niña,
conjugaba como nadie la ternura, la alegría y las convicciones.
La vida y sus vericuetos nos separaron no bien despuntó la juventud.
Ella se radicó con los suyos en Córdoba y yo emigré a Santa Fe.
Dos o tres años después el azar nos volvió a juntar en el Bulevar Illia.
Conversamos un buen rato; puedo asegurar que nuestros corazones latieron muy
fuerte y qué lo parió !!!... sin haber sabido nada el uno del otro durante tanto
tiempo, hasta coincidíamos en militar en la Juventud Universitaria Peronista,
ella en la Regional III, yo en la II.
Los mismos códigos, una idéntica visión histórica, y la absoluta certeza de que
el peronismo siempre fue y será el fenómeno maldito del país burgués, como decía
John William Cooke.
Y sobre todo, la alegría de llevar en la mochila la concepción del Hombre Nuevo.
Esa definición ideológica que fue un sello en nuestra generación. Por eso estoy
seguro de que si viviera, Ana María se estaría cagando de risa, con esa frescura
y sonrisa tan suyas, de las experiencias progre que hoy pululan en el ambiente,
que no son otra cosa que la expresión disimulada y patéticamente barnizada, del
nuevo antiperonismo.
Aquella mañana llena de luces en el Bulevar Illia, lo sabíamos, era una suerte
de despedida: eran tiempos duros de férreo tabicamiento y clandestinidad.
Y los dos estábamos subiendo ya los primeros escalones de otro tipo de
encuadramiento político.
Me enteré de su fusilamiento por un primo suyo, pero sin más detalles. Y aunque
nos preparábamos todos los días para asumir que esto le podía pasar a cualquiera
de nosotros, fue una herida lacerante.
Pasaron los años y hace poco tiempo hubo en Río Cuarto un acto en homenaje a las
víctimas del genocidio. Les hice saber a los organizadores que Ana María era
riocuartense, lo que desconocían. Así fue que su nombre se añadió a la lista de
aquellos, nuestros mejores compañeros.
Esa emocionante marcha fue para mí el reencuentro con dos de sus hermanos, a
quienes no veía desde que eran niños. Fue algo fuertísimo: Tito y Cristina
llevando pancartas con su foto.
Por ellos supe que Anita siguió siempre siendo un canto a la alegría, que
transitaba los días tocando la guitarra, que estudiaba dos carreras
universitarias y que había hallado al hombre de su vida, con el que compartió
tanto amor que hasta murieron juntos.
Hoy el juicio a sus asesinos está en marcha. A los ponchazos, con dilaciones y
dudas. Pero estoy seguro que finalmente los condenarán a perpetua, como debe
ser.
Y cuando llegue ese día volveré a decir -como lo hubiera hecho Ana- que la
sangre derramada no será negociada, que no fue en vano luchar por una patria
justa, libre y soberana y hasta es muy probable que grite Viva Perón, carajo!!!,
o recuerde como en aquellos días que FAP, FAR y Montoneros son nuestros
compañeros.
Alberto Sánchez es periodista (ex militante de la JUP Regional II, y ex novio de
Ana María).