Argentina, la
lucha continua....
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Pochormiga
Claudia Rafael
APE
Los ojos de Celeste Lepratti derraman ternura desde la mirada. Es que se parecen a los de ese �ngel que un d�a sobrevol� los territorios de los desarrapados con su bicicleta. Puesto a te�ir de sol las madrugadas �ridas del desabrigo. Hormiga terca que so�aba un mundo en el que quepan todos los mundos. Ellos no pudieron exterminar su memoria con el plomo de las balas en su cabeza.
Son casi diez los a�os bald�os de su vida de muchach�n rubio y sonrisa de desenfado. Pochormiga del rosarino barrio Ludue�a, entre las casitas bajas y las viejas v�as que hoy s�lo saben de trenes de carga y abandonos. Pochormiga de brazo que cobija en el hurac�n de los desamparos m�s feroces, en donde la vida es margen y orfandad.
Ellos, los emisarios de la muerte m�s perversa trajeron -dir�a Neruda- los fusiles repletos de p�lvora, ellos mandaron el acerbo exterminio. Entonces -seguir�a el poeta- el joven sonriente rod� a su lado herido, y el estupor del pueblo vio caer a los muertos con furia y con dolor.
La posta est� ah�. Pocho la dej� y no hay forma de mirar hacia otro lado, piensa Celeste, que era apenas una nena de cabellos tan rubios como los de su hermano y cabellos enmara�ados y largos cuando �l dej� la colonia rumbo a la ciudad de obreros y edificios altos.
Se sienta en el sill�n del barcito, ah� nom�s de donde otros m�rtires de esta tierra tantas veces te�ida de rojo cayeron bajo las balas asesinas. Los nombres de Dar�o y Maxi pueblan la vieja estaci�n y le abren los brazos a los de Pocho, Luciano y tantos otros engullidos por el poder.
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Ya no hay presos por el crimen. Esteban Vel�zquez, el �nico polic�a detenido, se regocija desde hace un tiempo entre el aire libre y la carcajada al viento. "Hace muy poco fueron absueltos por la C�mara los cinco polic�as que hab�an sido condenados por el juez Garc�a. Es algo que no tiene ning�n tipo de explicaci�n pero que responde a la l�gica que ha venido teniendo la justicia santafesina durante estos casi diez a�os respecto de las causas del 2001: garantizar la impunidad, primero para los responsables materiales y luego, para los responsables pol�ticos. Y ac� no podemos dejar de mencionar a Carlos Reutemann. Vemos el gran vac�o que queda con Esteban Vel�zquez fuera de la c�rcel porque no hay nadie m�s rindiendo cuentas por lo que fue el asesinato de Pocho, su encubrimiento y sobre todo por el asesinato de todos los compa�eros. Santa Fe tuvo nueve muertos, siete a manos de la polic�a provincial y s�lo hay dos polic�as que terminaron con condena firme. El que asesin� a Pocho que termin� con libertad condicional y el de Graciela Acosta que fue condenado a 11 a�os de prisi�n, con lo cual en poco tiempo gozar� de beneficios semejantes. No hay nadie m�s, a pesar de que sabemos que son muchos los involucrados. Y las responsabilidades pol�ticas brillan por su ausencia".
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Los ojos de Celeste Lepratti se nublan por momentos. No hace falta bucear en sus transparencias para desnudar la tristeza que va relatando a APe entre el tumulto y las voces que claman justicia para las vidas derramadas en el cemento. Entre antorchas a punto de encenderse, redoblantes que marcan el paso de las rebeld�as y utop�as que salen desde muy abajo de la tierra para transformarse en grito que no calla y resiste.
"Esos d�as fueron fundamentalmente tristes. Los viv� as� incluso antes de haberme enterado del asesinato de Pocho. El clima de diciembre de 2001 se viv�a de ese modo. D�as en los que hubo un momento de tensi�n, en que la gente explot� y sali� a reclamar por lo suyo. Nos enteramos de su muerte casi tres horas m�s tarde de que lo asesinaran. A los compa�eros de Rosario les cost� mucho ubicarnos. Nosotros somos de un pueblito rural de Entre R�os y nadie ten�a mucho contacto con la familia. Fue tremendo. Es que nadie espera que le digan que le mataron un hermano o a mis viejos, que es lo m�s doloroso, que les mataron un hijo. Por eso desde ese momento y hasta ahora, tratamos de hacer todo para lograr justicia por Pocho y por cada uno de los ca�dos. No s�lo se los debemos a ellos. Tambi�n nos lo debemos nosotros mismos. Sentimos que podemos y debemos vivir de otra manera. Y si se llega a la justicia ser�a un pasito en ese sentido".
La muerte suele traer historias a la vida. Y Pocho las sigue trayendo vaya a saber c�mo desde cada palabra de quien alguna vez lo conoci�. "Creo que ni yo ni mi familia ten�amos dimensi�n real del trabajo que hac�a. Y duele much�simo no haber estado ah�. Pero, por otro lado, nos reconforta, nos enorgullece y nos da fuerzas para pelearla".
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Hay biograf�as oficiales y de las otras. Las de la calle, las del barro y el dolor, las de las pintadas en muros que cargan como estandarte las hormigas que desgranan utop�as. Esas son las de la vida que nace en una ochava cualquiera y descubre a un Pocho que juega con los pibes y le planta pelea a los crueles para decirles "�ste es el territorio de la justicia y la dignidad. Ni un pibe menos".
La biograf�a oficial dice que Claudio Lepratti naci� el 27 de Febrero de 1966 en Concepci�n del Uruguay, Provincia de Entre R�os. Hijo de Orlando Lepratti y Delis Bell, fue el mayor de los seis hermanos Lepratti: Osvaldo, Laura, Mart�n, Celeste y Camilo.
La otra, en cambio, camin� por los t�neles subterr�neos, por los vericuetos de la marginalidad y el desamparo, y cuenta de un Pocho de risa f�cil, figura fr�gil y la intrepidez del que resiste contra viento y marea aunque la misma muerte decida descenderlo a los infiernos con sus c�mplices de hiel y acero. S�lo ante el grito bajen las armas, aqu� s�lo hay pibes comiendo.
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"Nosotros somos seis hermanos. Pocho era el mayor y yo soy la quinta. Ten�amos una diferencia de 12 a�os. Yo era todav�a ni�a cuando �l se va de casa para empezar su vida en Rosario y dedicarse a los j�venes, a los m�s chicos en la villa. Tengo los recuerdos de alguien que siempre estaba contento. No lo recuerdo de malhumor o de enojo. Ten�a mucha tranquilidad. No tengo tantos recuerdos de �l pero s� lo recuerdo m�s en sus visitas cuando ya se hab�a ido. Una o dos veces al a�o viajaba. Y nosotros no �ramos de ir a verlo. Y �sas son cosas pendientes para siempre. Me queda por ah� el tipo que siempre ten�a un momento para vos. A pesar de todo. Y lo rescato porque en el mundo que vivimos, que alguien se haga tiempo para cada uno de los que se cruza y lo necesita es m�s que digno de resaltar".
Como semilla que germina a cada segundo, "mi hermano me transform� a m�, a mi gente, a mi familia, a tantos que lo quisimos sin estar tan cerca de su trabajo. Pero tambi�n nos transform� por el modo en que terminaron con su vida y en c�mo nos lo arrebataron. El ha dejado un camino y una invitaci�n a recorrer ese camino que est� abierto para todos. Y no nos podemos hacer los tontos y mirar al costado. Hay mucho para hacer. El con muy poco hac�a maravillas. Con ese ejemplo, con su legado, desde el lugar de cada uno hay tanto por hacer y en eso �l nos transform�. En un compromiso que no podemos dar vuelta la cara ni desatender. Hay que asumirlo".
Con la memoria ancestral del para�so que nace de la transformaci�n, Pocho par�a arcoiris a cada golpe de caricia y canci�n. Los esclavos de la muerte se alzaron con su ternura de p�jaro sin imaginar siquiera que multiplicar�an la vida al hacerlo bandera y sue�o compartido. C�mo pod�an concebir siquiera que el sol se abriera estruendosamente para engendrar abrigo y soltar mariposas a los cielos. Porque Pochormiga se hizo grito, estandarte, legado y los hacedores de la crueldad nunca tuvieron la fuerza de impedir que siguiera pedaleando con las alas puestas al viento para contagiar de vuelo a todo aquel que se atreva a ser quimera irrefrenable.